«Todo lo que hay en la Escritura –en la Ley y en los profetas- depende de estos dos preceptos»

Creer en el amor

La religión cristiana les resulta a no pocos un sistema religioso difícil de entender y, sobre todo, un entramado de leyes demasiado complicado para vivir correctamente ante Dios. ¿No necesitamos los cristianos concentrar mucho más nuestra atención en cuidar antes que nada lo esencial de la experiencia cristiana?

Los evangelios han recogido la respuesta de Jesús a un sector de fariseos que le preguntan cuál es el mandamiento principal de la Ley. Así resume Jesús lo esencial: lo primero es “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser”; lo segundo es “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

La afirmación de Jesús es clara. El amor es todo. Lo decisivo en la vida es amar. Ahí está el fundamento de todo. Lo primero es vivir ante Dios y ante los demás en una actitud de amor. No hemos de perdernos en cosas accidentales y secundarias, olvidando lo esencial. Del amor arranca todo lo demás. Sin amor todo queda pervertido.

Al hablar del amor a Dios, Jesús no está pensando en los sentimientos o emociones que pueden brotar de nuestro corazón; tampoco nos está invitando a multiplicar nuestros rezos y oraciones. Amar al Señor, nuestro Dios, con todo el corazón, es reconocer a Dios como Fuente última de nuestra existencia, despertar en nosotros una adhesión total a su voluntad, y responder con fe incondicional a su amor universal de Padre de todos. Por eso añade Jesús un segundo mandamiento. No es posible amar a Dios y vivir de espaldas a sus hijos e hijas. Una religión que predica el amor a Dios y se olvida de los que sufren es una gran mentira. La única postura realmente humana ante cualquier persona que encontramos en nuestro camino es amarla y buscar su bien como quisiéramos para nosotros mismos.

Todo este lenguaje puede parecer demasiado viejo, demasiado gastado y poco eficaz. Sin embargo, también hoy el primer problema en el mundo es la falta de amor, que va deshumanizando, uno tras otro, los esfuerzos y las luchas por construir una convivencia más humana.

Hace unos años, el pensador francés, Jean Onimus escribía así: “El cristianismo está todavía en sus comienzos; nos lleva trabajando solo dos mil años. La masa es pesada y se necesitarán siglos de maduración antes de que la caridad la haga fermentar”. Los seguidores de Jesús no hemos de olvidar nuestra responsabilidad. El mundo necesita testigos vivos que ayuden a las futuras generaciones a creer en el amor pues no hay un futuro esperanzador para el ser humano si termina por perder la fe en el amor. José Antonio Pagola.

XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO “A”
(Éx 22, 21-27; Sal 17; 1Tes 1, 5c-10; Mt 22, 34-40)

EL MANDAMIENTO PRINCIPAL

No nos suele gustar que nos hablen de mandamientos y de obligaciones, menos aún que nos amenacen si no los cumplimos. Vivimos una hora emancipada de normas y de valores objetivos. ¿Cómo presentar, entonces, la revelación y el mensaje de este domingo?

Si en vez de proponer el mandamiento como obligación, lo propusiéramos como respuesta agradecida, y como revelación de lo que agrada a quien amamos, quizá le daríamos distinta acogida. ¿Pero seríamos fieles a la verdad?

Lo cierto es que Dios no nos manda hacer más de lo que puede nuestra capacidad, que Él mismo nos ha dado, y si escuchamos como precepto: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser» y «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», antes deberíamos recordar que hemos sido creados por amor y que existimos para amar. La medida del amor es la que Dios ha empleado con nosotros. “Pues el amor consiste no en que nosotros amemos a Dios, sino en que Dios nos amó primero”. El Dios revelado es compasivo, misericordioso, se apiada de los débiles y de los pobres, de los huérfanos y de las viudas, y nos indica que tengamos esta misma actitud, la que nos pertenece a quienes creemos en Él. Mas el argumento que nos da el mensaje es de agradecimiento: “No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto” (Ex 22, 21). Antes, Dios ha sido compasivo con nuestros padres. Y por pura correspondencia, debiera salir de nosotros un comportamiento similar. El salmista describe la experiencia del creyente: “Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte” (Sal 17). Si se ha llegado a reconocer hasta qué extremo el Señor nos ha salvado, acoger el mandamiento no hace agravio.

La clave nos la ofrece san Pablo, cuando se dirige a los cristianos de Tesalónica y reconoce el camino que han recorrido: “Abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero” (1Tes 1, 6). Este es el secreto, abandonar toda idolatría, hasta la que podemos tener de nosotros mismos, y seguir los preceptos del Señor, que no esclavizan, sino que alegran el corazón.
Ahora se comprende hasta qué extremo el amor nos une con Dios y con nosotros mismos, porque es el rebosamiento del amor recibido, por lo que nos convertimos en verdaderos testigos de la fe cristiana.

Evangelio según San Mateo 22,34-40. 

Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?". Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. 
Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas". 

San Anselmo de Canterbury (1033-1109), benedictino, arzobispo de Canterbury, doctor de la Iglesia. Carta 112, a Hugo el recluso; Opera omnia, 3, p. 245

«Todo lo que hay en la Escritura –en la Ley y en los profetas- depende de estos dos preceptos»

Reinar en el cielo es estar íntimamente unido a Dios y a todos los santos con una sola voluntad, y ejercer todos juntos un solo y único poder. Ama a Dios más que a ti mismo y ya empiezas a poseer lo que tendrás perfectamente en el cielo. Ponte de acuerdo con Dios y con los hombres –con tal de que éstos no se aparten de Dios- y empiezas ya a reinar con Dios y con todos los santos. Pues en la medida en que estés ahora de acuerdo con la voluntad de Dios y de los hombres, dios y todos los santos se conformarán con la tuya. Por tanto, si quieres ser rey en el cielo, ama a Dios y a los hombres como debes, y merecerás ser lo que deseas.

Pero no podrás poseer perfectamente este amor si no vacías tu corazón de cualquier otro amor... Por eso, los que tienen su corazón llenos de amor de Dios y del prójimo, no quieren más que lo que quieren Dios o los hombres, con tal que no se opongan a la voluntad de Dios. Por eso son fieles a la oración, hablan del cielo y se acuerdan de él, porque es dulce para ellos desear a Dios, hablar y oír hablar de él y pensar en quien aman. Por eso también se alegran con el que está alegre, lloran con el que sufre (Rm 12,15), se compadecen de los desgraciados y dan limosna a los pobres, porque aman a los demás hombres como a sí mismos... De esta manera «toda la Ley y los Profetas penden de estos dos preceptos de la caridad» (Mt 22,40).

26 de octubre 2014 Domingo XXX Ex 22, 20-26

Si tiene que haber una constante que identifique a un creyente debe ser su actitud de profundo respeto hacia el otro, sea cual sea su condición y su procedencia; porque el otro, como yo, es amado por Dios, que escucha la persona en sus necesidades: sean inmigrantes, viudas, huérfanos, pobres. Más aún, el libro del Éxodo hoy nos ha dicho: «Si él levantaba mí su clamor, yo lo escucharé, porque soy compasivo.» ¿Qué hacer para no perder la sensibilidad hacia los más necesitados, aquellos en quién está Dios? Señor, que Tu compasión, sea también mi compasión; que escuche como Tú escuchas.

La amistad, lugar de encuentro
Se habla con razón de lugar y de espacio, porque la amistad, la vida en contacto con el mundo, crean espacio donde encontrar a Dios; y más que eso: el amor y la amistad desarrollan en nosotros el sentido de que nos hace percibir a Dios presente entre nosotros en la plenitud de su fuerza.

Domingo 30o.
Ex 22,20-26; Salmo 17; 1Ts 1,5c-10; Mt 22, 34-40

El evangelio nos ofrece la enseñanza de Jesús sobre el más importante de los mandamientos amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma con todo el ser.Jesús añade que el segundo mandamiento es semejante: amar al prójimo como a uno mismo (EV). En realidad el Señor confirma lo que ya había expresado el antiguo testamento. En la primera lectura escuchamos las prescripciones que se debían observar en relación con los extranjeros, con las viudas, los huérfanos y aquellos que se veían en la necesidad de pedir prestado o dejar objetos en prenda para poder obtener lo necesario para la vida (1L). La enseñanza es profunda y de inmensa actualidad: no se puede separar el amor a Dios, del amor al prójimo, porque el Señor es compasivo y se cuida de todas sus creaturas. Por otra parte, continuamos la lectura de la carta a los Tesalonicenses. Aquí, Pablo alaba la fe de aquella naciente Iglesia y comprueba que el crecimiento espiritual se debe, en primer lugar, a la potencia del Espíritu Santo. Los Tesalonicenses se han vuelto a Dios para servirlo, y viven aguardando la venida de Cristo a quien Dios resucitó de entre los muertos (2L).

Mensaje
doctrinal

1. El amor a Dios. En medio de las vicisitudes de la vida el hombre se pregunta con frecuencia: ¿cuál es el punto que da unidad a mi vida? Ante los diversos preceptos que debo observar ¿cuál es el más importante? ¿Qué es aquello que debe constituir la base de mis certezas y actuaciones? ¿Qué es aquello que es inmutable en el continuo fluir del tiempo y de las personas? En el evangelio de hoy encontramos una respuesta tomada del Antiguo Testamento y confirmada por Cristo: el primero de todos los mandamientos y de todos los deberes que tiene que observar un hombre es el de amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el ser”. La razón más alta de la dignidad humana -nos dice el Concilio Vaticano II- consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Debemos, pues, amar a Dios con todo el corazón porque Él es bueno, es inmensa su misericordia. Él es el dador de bienes. Él es quien nos ha puesto en la existencia por amor y nos ha redimido por amor. Él es quien, de frente al pecado del mundo y del hombre, no se arrepiente de su creación, sino que le ofrece al hombre un medio admirable de redención en su Hijo. El amor a Dios por encima de todas las cosas es aquello que da estabilidad a nuestra vida, nos libra de los pecados más perniciosos como son la incredulidad, la soberbia, la desesperanza, la rebelión contra Dios, el agnosticismo. El mundo es desgraciado en la medida que se aleja del amor de Dios, en la medida que se construye sus propios ídolos abandonando a Dios que lo ama tiernamente. Así como los israelitas al construir el becerro de oro se alejaron de Dios y quedaron confundidos, así el hombre contemporáneo, al alejarse de Dios por los ídolos del placer, del egoísmo, de la comodidad etc., se pierde y se siente desolado.

La Gaudium et spes en el número 19 hacía un perspicaz análisis de la situación de nuestro mundo y del fenómeno del ateísmo: “La palabra "ateísmo" -dice el documento- designa realidades muy diversas. Unos niegan a Dios expresamente. Otros afirman que nada puede decirse acerca de Dios..... Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios, porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no perciben el motivo de preocuparse por el hecho religiosos. Además, el ateísmo nace a veces como violenta protesta contra la existencia del mal... La misma civilización actual, no en sí misma, pero sí por su sobrecarga de apego a la tierra, puede dificultar en grado notable el acceso del hombre a Dios. Quienes voluntariamente pretenden apartar de su corazón a Dios y soslayar las cuestiones religiosas, desoyen el dictamen de su conciencia y, por tanto, no carecen de culpa. Sin embargo, también los creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad. Porque el ateísmo, considerado en su total integridad, no es un fenómeno originario, sino un fenómeno derivado de varias causas, entre las que se debe contar también la reacción crítica contra las religiones, y, ciertamente en algunas zonas del mundo, sobre todo contra la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión”. Estas palabras de Gaudium et spes nos interpelan como creyentes, como cristianos: ¿estamos amando a Dios con todo el corazón y, por tanto, somos testigos dignos de crédito ante el mundo?

2. El amor al prójimo. Jesús confirma que el amor a Dios no puede separarse del amor al prójimo. No podemos amar a Dios, a quien no vemos, si no amamos a nuestros prójimos que están en nuestra presencia. Sería un engaño y una disimulación pretender amar a Dios y, al mismo tiempo, despreocuparnos de nuestros hermanos. Precisamente el amor a Dios se enciende, las más de las veces, cuando el espíritu humano -si es sincero- se encuentra de frente al sufrimiento y las necesidades de los demás. Así lo comprobamos en numerosos santos como san Camilo de Lellis, el Cottolengo, san Juan de la Cruz, san Vicente de Paul etc. El pobre, el indefenso, el que tiene necesidad de apoyo es un lugar privilegiado en el que Dios se revela y se hace presente.

La primera lectura menciona tres clases de personas a las que se les debe especial caridad: los forasteros, las viudas-huérfanos y los que tienen que recurrir a préstamos para poder sobrevivir. El pueblo bíblico debía cultivar una especial solicitud por los forasteros, porque él mismo -el pueblo elegido- había sido forastero en Egipto y habría sufrido las penalidades de quien se encuentra fuera de su patria y sin el abrigo de su casa. Las viudas y los huérfanos eran personas indefensas que quedaban a merced de quien deseaba aprovecharse de ellos. Los israelitas debían observar con ellos especial miramiento, porque si ellos clamaban a Dios, Dios los escuchaba. Así, debemos afirmar que el huérfano y desvalido es escuchado especialmente por el corazón de Dios. Dios se cuida de él. Dios lo atiende. Dios no lo abandona. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo libra de sus angustias. Pero Dios ha querido hacer todo esto a través de las mediaciones humanas. Y aquí es donde todos nos sentimos interpelados. Nos convertimos en medios de comunicación del amor de Dios: a través de nosotros, los necesitados experimentarán la bondad de Dios. Somos los canales por los que Dios se manifiesta. Finalmente, la Sagrada Escritura pide a los israelitas que no se aprovechen de la situación de necesidad del pobre para imponerle cargas superiores a sus fuerzas. Por encima de la estricta justicia, al hablar de préstamos y transacciones económicas, está la caridad. Está el amor a quien es insoluble y no tiene con qué vestirse esta noche.

San Agustín tiene un texto admirable que comenta el evangelio de hoy: “El amor de Dios es el primero como mandamiento, pero el amor al prójimo es el primero como actuación práctica. Aquel que te da el mandamiento del amor en estos dos preceptos, no te enseña primero el amor al prójimo, y después el amor a Dios, sino viceversa. Pero como a Dios no lo vemos todavía, amando al prójimo tú adquieres el mérito para verlo; amando al prójimo tú purificas tu ojo para ver a Dios, como lo afirma san Juan: “Si no amas al hermano que ves, ¿cómo podrás amar a Dios a quien no ves? Cf. 1 Jn 4, 20). Si sintiendo la exhortación para amar a Dios, tú me dijeses: “muéstrame a aquel que debo amar”, yo no podría responderte sino con las palabras de san Juan: “Ninguno jamás ha visto a Dios” (Cf. Jn 1,8). Pero para que tú no te creas excluido totalmente de la posibilidad de ver a Dios, el mismo Juan dice: “Dios es amor. Quien permanece en el amor permanece en Dios” (1 Jn 4, 16). Tú, por lo tanto, ama al prójimo y mirando dentro de ti donde nazca este amor, en cuanto te es posible, verás a Dios” San Agustín.Tratado ¡Palabras admirables las del santo doctor! A Dios lo vemos al mirar de dónde nace en nuestro corazón el amor al prójimo. Así, cuanto más amamos a nuestro prójimo, mejor vemos a Dios en nuestro interior.

Sugerencias pastorales

Se trata de vivir la fe de un modo privado relegándola al íntimo de la conciencia y sin tener una expresión en la caridad práctica. El Señor nos pide al iniciar este nuevo milenio salir a los caminos, “remar mar adentro”, “abrir las puertas a Cristo” y entregarnos a una caridad más ardiente, más sincera, y que se manifieste en las obras. Tenemos un modo concreto y a la mano para practicar el mandamiento del amor: es la práctica de la obras de misericordia. Estas obras de misericordia nos permiten salir al encuentro del sufrimiento y de la necesidad de nuestros hermanos. Mencionemos algunos ejemplos. Las obras de misericordia espirituales nos invitan a instruir al ignorante, consolar al afligido, aconsejar al que duda, perdonar las injurias, sufrir con paciencia las adversidades. Preguntémonos sinceramente: ¿practico yo estas obras espirituales? ¿Soy una persona que sé consolar, que sé salir al paso del ignorante, de ayudarle, de ofrecerle oportunidades de promoción humana? ¿Sé aconsejar a los demás? ¿Me intereso por ellos, me interesan sus sufrimientos? ¿O soy más bien de los que pasan por la vida con una santa indiferencia ante los miles de sufrimientos humanos? Ni siquiera me doy cuenta de ellos. Pensemos en los hospitales, en el personal sanitario que se tiene la inmensa oportunidad de hacer palpable el amor de Dios y que, sin embargo, en muchos casos, se olvida de la persona del enfermo para ver en él un problema. Pensemos en la escuela y en la ardua tarea de la formación de los jóvenes. Y si miramos a las obras de misericordia corporales, ¡cuántas oportunidades para hacer el bien! La posibilidad de visitar a los enfermos, de llevarles consuelo, compañía, apoyo espiritual. La posibilidad de dar de comer a los que padecen hambre por medio de la limosna, pero mejor aún, por medio del compromiso personal. La posibilidad de vestir al desnudo etc. Las imágenes que a diario vemos en la televisión pueden crear en nuestro espíritu un penoso sentimiento de impotencia y, por ello, de indiferencia. Hay que reaccionar. Sí, podemos hacer mucho por nuestros prójimos, porque Dios es compasivo y se cuida de los pobres y se servirá de nosotros como instrumentos. Seremos así instrumentos de la providencia. Seremos como las manos de Dios. No temamos a nada en la vida. Temamos sólo al pecado de omisión, a la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Recordémoslo: en los pobres y enfermos, servimos a Jesús.

1. La práctica de las obras de misericordia. ¡Qué duda cabe que uno de los peligros que más nos asecha en la vivencia del cristianismo es el individualismo!

Amarás a Dios con todo tu corazón
Amarás a Dios con todo tu corazón

Mateo 22, 34-40. Tiempo Ordinario. Pero el amor hay que demostrarlo más con nuestros comportamientos que con buenos deseos.

Del santo Evangelio según san Mateo 22, 34-40
Mas los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» Él le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas».

Oración introductoria
Jesús, lo más importante en mi vida debe ser el amor, a Ti y a los demás. Por ello, tener un diálogo de amor personal contigo es mi gran anhelo. Aumenta mi fe, mi esperanza y mi caridad para ser perseverante en la oración.

Petición Cristo, Rey nuestro, quiero amarte con todo mi corazón y todas mis fuerzas.

Meditación del Papa Francisco
Leyendo las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación personal con Dios. Nuestra respuesta de amor tampoco debería entenderse como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos individuos necesitados, lo cual podría constituir una "caridad a la carta", una serie de acciones tendentes sólo a tranquilizar la propia conciencia. La propuesta es el Reino de Dios; se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. (S.S. Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 180) 

Reflexión
Recuerdo que hace unos años me encontré con un señor en el tren, mientras viajaba de Roma a Florencia. Comenzamos a conversar y, en un momento dado, me dice este buen hombre: –"Padre, yo soy muy católico, igual que toda mi familia. Desde pequeño he sido siempre muy creyente". Como me lo decía tan convencido, ponderándomelo tanto, yo me permití preguntarle si iba a misa los domingos y si rezaba todos los días al menos una breve oración. ¡Y cuál no fue mi sorpresa al escucharle decir: –" Padre –me respondió muy serio– soy católico, pero no fanático". Me sorprendí tanto que no supe si echarme a reír o a llorar... Me parecía casi increíble lo que oía.

Creo que hoy muchos cristianos –o que se dicen cristianos– cometen el grandísimo error de disociar su fe y su comportamiento: afirman creer y amar a Dios, pero luego no hacen nada para probar su fe y su amor a Él. Como el caso de la chica que te conté la semana pasada. ¿Te acuerdas?

En el evangelio de hoy vemos a uno de los fariseos que se acerca a nuestro Señor para preguntarle cuál es el primer mandamiento; y Jesucristo le responde sin vacilar: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas". Ésta era la fórmula más sagrada y solemne para un israelita y constituía como el "corazón" de toda la Ley. La llamaban el "shemá" y todo judío piadoso lo conocía de memoria. Al igual que nosotros, los cristianos, aprendimos de memoria desde niños el primer mandamiento de la ley de Dios.

Hemos oído miles de veces y tenemos archisabido que "el primer mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas”, y pensamos que de verdad lo amamos, aunque nuestras obras desdigan lo que afirman nuestras palabras. Pero el amor hay que demostrarlo más con nuestros comportamientos que con buenos deseos o sentimientos. "Obras son amores –reza el refrán popular–, que no buenas razones".

¿Qué pensaríamos nosotros de cualquier persona –podrías ser también tú mismo-- que dijera amar mucho a sus padres o a sus abuelos, pero que nunca fuera a visitarlos a su casa dizque porque "no tiene tiempo", porque viven muy lejos, o simplemente porque "no le nace"? ¿Verdad que eso nunca sucede en la vida real? Sería inconcebible, pues el amor nos lleva a estar cerca de los seres a quienes amamos. Y entonces, ¿por qué con Dios nos comportamos de esa manera? Decimos que lo amamos, pero no estamos dispuestos a visitarlo ni siquiera media horita cada semana. ¿Cada semana? ¡Ojalá fuera al menos cada semana! Y en ocasiones ni nos acordamos de Él a lo largo del día, al menos que "nos urja" pedirle algún favor. Es que somos a veces demasiado interesados...

A este primer mandamiento, nuestro Señor añade otro: "Amar al prójimo como a uno mismo". Es el mandamiento de la caridad, que es igual de importante que el primero. Es más, "quien dice amar a Dios a quien no ve, pero no ama a su hermano a quien ve, es un mentiroso", nos dice san Juan. Y el mismo Cristo afirma que "de estos dos mandamientos penden toda la Ley y los profetas". O sea que aquí se halla resumida toda la revelación bíblica. Éste fue el "mandamiento nuevo" que Él vino a traernos; éste es el núcleo del Evangelio y la esencia del cristianismo. Quien no vive el mandato de la caridad, simplemente no puede llamarse cristiano.

Pero, bueno, para hablar con calma de esto necesitaríamos de mucho más tiempo. Espero poder tratarlo en otra ocasión. Basta con que nos quedemos ahora con lo primero. Si vamos a visitar a nuestro Señor al menos cada semana en la Misa dominical y nos acordamos de conversar con Él algún ratito durante el día, creo que Él se sentirá feliz porque le mostramos nuestro amor filial con obras. Pero, además, nuestra vida cristiana mejorará de una manera muy notable. Entonces amaremos de verdad a Dios con nuestro comportamiento y no sólo con buenos sentimientos o palabras bonitas.

De María siempre hay algo más que decir

Las letanías del Rosario. Son alabanzas, piropos de amor, de ternura a María.

El Papa, durante el Angelus

No se puede separar la vida de la fe del servicio a los hermanos
Papa: "El amor es la medida de la fe y la fe es el alma del amor"
"En el rostro de los débiles y necesitados está el rostro de Dios ¿Sabemso reconocerlo?"

¿Somos capaces de reconocer en los hermanos más débiles el rostro de Dios?

(José M. Vidal).-Ángelus dominical del Papa en Roma, con saludos especiales a los peruanos de Roma y al movimiento Schonsttat, numerosos en la Plaza de San Pedro. En la catequesis, Francisco glosó el "amor a Dios y al prójimo", como "las dos caras de una misma medalla". Porque "el amor es la medida de la fe y la fe es el alma del amor", cuando reconocemos el rostro de Dios "en el rostro de los más necesitados".

Algunas frases del Papa
"El Evangelio se resume en el amor a Dios y al prójimo". "La novedad de Jesús consiste en colocar juntos estos dos mandamientos, revelando que son inseparables y complementarios"
"Son las dos caras de una misma medalla". "No se puede amar a Dios sin amar al prójimo y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios". "Bellísimo comentario al respecto del Papa Benedicto"
"Cuidar a los más débiles". "Jesús une en su carne la humanidad y la divinidad en un único misterio de amor". "El amor es la medida de la fe y la fe es el alma del amor". "No se puede separar la vida de la fe del servicio a los hermanos". "El amor es la medida de la fe". "El rostro de Dios se refleja en el de las personas". "En el rostro de los débiles y necesitados está el rostro de Dios"
"¿Somos capaces de reconocer en los hermanos más débiles el rostro de Dios?"
"La ley del amor: con dos caras y una cara"
Saludos después del ángelus
"Ayer, en Sao Paulo, fue proclamada beata Madre Asunta Marquetti, fundadora de los escalabrinianos"
"Gracias al Señor, por esta mujer, ejemplo de servicio en la caridad"
"Pensamiento especial a la comunidad peruana de Roma, aquí presentes con la sagrada imagen del Señor de los Milagros"
"También saludo a los peregrinos de Schonsttat. Veo desde aquí el icono de la madre"


Texto íntegro de las palabras del Santo Padre antes del rezo del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas buenos días!

El Evangelio de hoy nos recuerda que toda la Ley divina se resume en el amor por Dios y por el prójimo. El Evangelista Mateo cuenta que algunos fariseos se pusieron de acuerdo para probar a Jesús (cfr 22,34-35). Uno de ellos, un doctor de la ley, le dirige esta pregunta : «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?»(v. 36). Jesús, citando el Libro del Deuteronomio, responde: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento» (vv. 37-38). Habría podido detenerse aquí. En cambio Jesús agrega algo que no había sido preguntado por el doctor de la ley. De hecho dice: «El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (v. 39). Este segundo mandamiento tampoco lo inventa Jesús, sino que lo retoma del Libro del Levítico. Su novedad consiste justamente en el juntar estos dos mandamientos - el amor por Dios y el amor por el prójimo - revelando que son inseparables y complementarios, son las dos caras de una misma medalla. El Papa Benedicto nos ha dejado un bellísimo comentario sobre este tema en su primera Encíclica Deus caritas est (nn. 16-18).

En efecto, la señal visible que el cristiano puede mostrar para testimoniar al mundo el amor de Dios es el amor por los hermanos. El mandamiento del amor a Dios y al prójimo es el primero no porque está encima del elenco de los mandamientos. Jesús no lo coloca al vértice, sino al centro, porque es el corazón desde el cual debe partir todo y hacia donde todo debe regresar y servir de referencia.

Ya en el Antiguo Testamento la exigencia de ser santos, a imagen de Dios que es santo, comprendía también el deber de ocuparse de las personas más débiles como el forastero, el huérfano, la viuda (cfr Es 22,20-26). Jesús lleva a cumplimento esta ley de alianza, Él que une en sí mismo, en su carne, la divinidad y la humanidad, en un único misterio de amor.

A este punto, a la luz de la palabra de Jesús, el amor es la medida de la fe, y la fe es el alma del amor. No podemos separar más la vida religiosa del servicio a los hermanos, de aquellos hermanos concretos que encontramos. No podemos dividir más la oración, el encuentro con Dios en los Sacramentos, de la escucha del otro, de la cercanía a su vida, especialmente a sus heridas.

En medio de la densa selva de preceptos y prescripciones - de los legalismos de ayer y de hoy - Jesús abre un claro que permite ver dos rostros: el rostro del Padre y aquel del hermano. No nos entrega dos fórmulas o dos preceptos, sino dos rostros, es más un solo rostro, aquel de Dios que se refleja en tantos rostros, porque en el rostro de cada hermano, especialmente el más pequeño, frágil e indefenso, está presente la imagen misma de Dios.

De esta forma Jesús ofrece a cada hombre el criterio fundamental sobre el cual edificar la propia vida. Pero sobre todo Él nos dona su Espíritu, que nos permite amar a Dios y al prójimo como Él, con corazón libre y generoso. Por intercesión de María, nuestra Madre, abrámonos para acoger este don, para caminar en la ley del amor.

Saludos del Santo Padre después de la Oración Mariana:

Queridos hermanos y hermanas,

Ayer, en São Paulo en Brasil, ha sido proclamada Beata la Madre Assunta Marchetti, nacida en Italia, co-fundadora de las Hermanas Misioneras de San Carlos Borromeo - Scalabrinianas. Era una hermana ejemplar en el servicio a los huérfanos de los emigrantes italianos; ella veía a Jesús presente en los pobres, en los huérfanos, en los enfermos, en los emigrantes. Demos gracias al Señor por esta mujer, modelo de incansable trabajo misionero y de valerosa dedición en el servicio a la caridad. Este es un llamado, sobre todo la confirmación de lo que hemos dicho antes, acerca de buscar el rostro de Dios en el hermano y la hermana necesitados.

Saludo con afecto a todos los peregrinos provenientes de Italia y de los diferentes Países, iniciando por los devotos de la Virgen del Mar, de Bova Marina, en Reggio Calabria. Recibo con alegría a los fieles de Lugana en Sirmione, Usini, Portobuffolê, Arteselle, Latina e Guidonia; como también a aquellos de Losanna en Suiza, Marsella en Francia. Dirijo un saludo especial a la comunidad peruana de Roma, aquí presente con la sagrada Imagen, que veo del Señor de los Milagros. También saludo a los peregrinos de Schoenstatt, estoy viendo desde aquí la imagen de la Madre.

Les agradezco a todos y los saludo con afecto.

Por favor, no se olviden de rezar por mí. Les deseo buen domingo y buen almuerzo. ¡Hasta la vista!

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