Aparte, a un alta montaña

Santo Domingo de Guzmán

Celebrado El 6 de Agosto

Santo Domingo de Guzmán, presbítero y fundador

En Bolonia, de la Emilia, muerte de santo Domingo, presbítero, cuya memoria se celebra el día ocho de agosto.

Santo Domingo nació a principios de 1171 en Calaroga, población de Castilla que entonces se llamaba Calaruega. No sabemos nada de cierto sobre su padre, aparte de que llevaba el nombre de Félix y que, al parecer, pertenecía a la familia de Guzmán. La madre de santo Domingo fue la beata Juana de Aza. A los catorce años, Domingo partió de la casa de su tío, que era arcipreste de Gumiel de Izán, e ingresó en la escuela de Palencia. Era todavía estudiante cuando se le nombró canónigo de la catedral de Osma y, después de su ordenación, se consagró al cumplimiento de sus deberes de canónigo. El capítulo vivía en comunidad, bajo la regla de san Agustín y su regularidad y observancia fueron un magnífico ejemplar para el joven sacerdote. A lo que parece, Domingo vivió ahí sin distinguirse en nada de los otros canónigos, ejercitándose en la virtud y preparándose para la tarea que Dios le tenía reservada. Rara vez salía de la casa de los canónigos, y pasaba la mayor parte del tiempo en la iglesia, «llorando los pecados ajenos y leyendo y practicando los consejos que da Casiano en sus Conferencias». Cuando Diego de Acevedo fue elegido obispo de Osma hacia el año de 1201, Domingo le sucedió en el cargo de prior del capítulo. Tenía entonces treinta y un años y había practicado la vida contemplativa a la que acabamos de referirnos durante seis o siete años. En 1204 terminó ese período y el joven hizo su aparición en el mundo en forma inesperada.

Aquel año, Alfonso IX de Castilla envió al obispo de Osma a Dinamarca a negociar el matrimonio de su hijo y el prelado llevó consigo a Domingo. De camino a Dinamarca, los viajeros atravesaron el Languedoc, donde se había difundido mucho la herejía de los albigenses.

En Toulouse se alojaron en casa de un albigense. Lleno de compasión por su huésped, Domingo pasó toda la noche en discusión con él y, a la salida del sol, el hombre había recuperado la fe y abjurado de sus errores. La mayoría de los autores suponen que en ese instante Domingo comprendió lo que Dios quería de él. Al regresar de Dinamarca, el obispo y Domingo fueron a Roma a pedir a Inocencio III que los enviase a predicar el Evangelio a los cumanos en Rusia. El Pontífice, que supo apreciar el celo y la virtud de los misioneros, los exhortó para que consagraran sus esfuerzos a luchar dentro de la cristiandad por desarraigar la herejía. Domingo y el obispo pasaron después por Citeaux, a cuyos monjes había encargado el Papa especialmente que lucharan contra los albigenses. En Montpellier se reunieron con el abad de Citeaux y otros dos monjes, Pedro de Castelnau y Raúl de Fontefroide, que habían trabajado en la misión del Languedoc. Diego y Domingo cayeron entonces en la cuenta de que todos los esfuerzos hechos hasta entonces por desarraigar la herejía habían resultado inútiles.

El sistema albigense se basaba en el dualismo del bien y el mal. A este ultimo principio, opuesto al bien, pertenecía la materia y todo lo material. Por consiguiente, los albigenses negaban la realidad de la Encarnación y rechazaban los sacramentos; la perfección exigía que el hombre renunciase a la procreación, comiese y bebiese lo menos posible y el suicidio era cosa laudable. Naturalmente, la mayoría de los albigenses no practicaban estrictamente su doctrina, pero el reducido círculo de los «perfectos» vivía en una pureza heroica y su proceder ascético contrastaba con la vida fácil de los monjes cistercienses. En aquellas circunstancias resultaba inútil tratar de convertir a los herejes mediante el empleo razonable de las cosas materiales, ya que el pueblo seguía instintivamente a quienes llevaban una vida heroica, que no eran ciertamente los predicadores cistercienses.

Viendo esto, santo Domingo y el obispo de Osma exhortaron a los cistercienses a imitar el ejemplo de los herejes, a no viajar a caballo, a no alojarse en las mejores hosterías y a despedir a los criados que tenían a su servicio. Una vez que consiguiesen hacerse oír del pueblo, a causa de su vida de penitencia, deberían emplear las armas de la persuasión y la discusión en vez de las amenazas. La tarea era tanto más difícil, cuanto que el albigenismo constituía una religión nueva más bien que una herejía originada en el cristianismo y su forma más avanzada amenazaba la existencia misma de la sociedad humana. Santo Domingo estaba persuadido de que era posible oponer un dique al albigenismo, y Dios quiso valerse de su predicación como instrumento para hacer penetrar su gracia en el corazón de numerosos herejes.

Santo Domingo no se contentó con pedir a otros el ejemplo, sino que lo dio él mismo. Así pues, organizó una serie de conversaciones con los herejes, que hicieron algún efecto en el pueblo, pero no entre los jefes de la herejía.

El obispo de Osma volvió poco después a su diócesis, en tanto que su compañero se quedaba en Francia, pero antes de que partiese el prelado, santo Domingo había dado ya el primer paso para fundar la orden que estaba destinada a marcar el alto al albigenismo. Había observado que las mujeres desempeñaban un papel muy importante en la difusión de la herejía y que las jóvenes, después de recibir en su casa los principios de la mala doctrina, iban a proseguir su educación en conventos albigenses. En 1206, el día de la fiesta de santa María Magdalena, santo Domingo recibió una señal del cielo y, en menos de seis meses, fundó en Prouille un convento con nueve monjas a las que había convertido de la herejía y, cerca de ahí, alojó a los hombres que le ayudaban en el apostolado. En esa forma, empezó a preparar predicadores virtuosos, a ofrecer refugio a las mujeres convertidas, a ver por la educación de las jóvenes y a organizar una casa religiosa en la que se oraba constantemente.

El asesinato del legado pontificio, Pedro de Castelnau, a manos de un criado del conde de Toulouse, desencadenó una «cruzada» contra los albigenses, en la que se practicaron todos los horrores y crueldades de una guerra civil. El caudillo de los albigenses era Raimundo VI, conde de Toulouse; el de los católicos era Simón IV de Montfort, conde de Leicester. Santo Domingo no creía en la eficacia ni en la legitimidad de una empresa que tratase de imponer la ortodoxia por la fuerza, y es falso que haya tenido algo que ver en el establecimiento de la Inquisición, ya que el tribunal empezó a funcionar en el sur de Francia desde fines del siglo XII (la Orden se hizo cargo de la Inquisición posteriormente). El santo no se mezcló jamás en ninguna de las crueles ejecuciones que llevó a cabo la Inquisición. Los historiadores de la época mencionan únicamente, como armas de santo Domingo, la instrucción, la paciencia, la penitencia, el ayuno, las lágrimas y la oración. En cierta ocasión en que el obispo de Toulouse fue a visitar su diócesis con una comitiva de soldados y criados, el santo le reprendió con estas palabras: «En vano intentaréis convertir de esa manera a los enemigos de la fe. La oración es más eficaz que la espada y la humildad más útil que los vestidos finos». Domingo estuvo a punto de ser elegido obispo en tres ocasiones; pero se opuso firmemente, pues sabía que Dios le destinaba a otra tarea.

Santo Domingo había predicado ya diez años en el Languedoc, y a su alrededor se había reunido un grupo de predicadores. Hasta entonces, había portado el hábito de los Canónigos Regulares de San Agustín y observado su regla. Pero deseaba ardientemente reavivar el espíritu apostólico de los ministros del altar, puesto que su ausencia era la causa principal del escándalo del pueblo y del florecimiento del vicio y la herejía. Para eso proyectaba fundar un grupo de religiosos, que no serían necesariamente sacerdotes ni se dedicarían exclusivamente a la contemplación, como los monjes, sino que unirían a la contemplación el estudio de las ciencias sagradas y la práctica de los ministerios pastorales, especialmente de la predicación. El objetivo principal del santo era el de multiplicar en la Iglesia los predicadores celosos, cuyo espíritu y ejemplo facilitasen la difusión de la luz de la fe y el calor de la caridad, capaces de ayudar eficazmente a los obispos a curar las heridas que habían infligido a la Iglesia la falsa doctrina y la vida disipada. Para facilitar la tarea de Santo Domingo, el obispo Fulk, de Toulouse, le concedió, en 1214, una renta, y, al año siguiente, aprobó la fundación embrionaria de la nueva orden. Pocos meses más tarde, santo Domingo acompañó al obispo al cuarto Concilio de Letrán. 

Inocencio III acogió muy amablemente al santo y aprobó el convento de religiosas de Prouille. Además, introdujo en el décimo canon del Concilio una cláusula que ponía de relieve la obligación de predicar y la necesidad de elegir pastores poderosos en obras y palabras, capaces de instruir y edificar a los fieles con el ejemplo y la predicación. Aunque en dicho canon el Pontífice subrayaba la necesidad de formar predicadores aptos, la aprobación de la nueva orden no era tarea fácil, porque el mismo Concilio había legislado contra la multiplicación de las órdenes religiosas. Se dice que Inocencio III había resuelto negarse a la petición, pero que aquella misma noche soñó que la iglesia de San Juan de Letrán estaba a punto de derrumbarse y que santo Domingo la sostenía. Como quiera que fuese, lo cierto es que el Papa aprobó verbalmente la nueva fundación y ordenó al santo que consultase con sus hermanos cuál de las reglas religiosas ya aprobadas querían seguir. En agosto de 1216, se reunieron en Prouille, Domingo y sus dieciséis compañeros, de los cuales ocho eran franceses, siete españoles y uno inglés. Tras de discutir los pros y los contras, decidieron adoptar la regla de San Agustín, que era la más antigua y menos detallada de cuantas existían, que había sido escrita para sacerdotes por un sacerdote y predicador eminente. Santo Domingo añadió algunas cláusulas, tomadas en parte de las reglas de los premonstratenses. Inocencio III murió el 18 de julio de 1216 y Honorio III fue elegido para sustituirle. Ello retardó un poco el viaje de santo Domingo a Roma, pero entretanto, terminó el primer convento de Toulouse, al que el obispo regaló la iglesia de San Román. Ahí empezaron los primeros dominicos a llevar vida comunitaria con votos religiosos. 

Santo Domingo llegó a Roma en octubre de 1216. Honorio III aprobó ese mismo año la nueva comunidad y sus constituciones, «en consideración a que los religiosos de vuestra orden serán paladines de la fe y luz del mundo, Nos confirmamos vuestra orden». Santo Domingo continuó sus prédicas en Roma con gran éxito, hasta después de la Pascua. Fue entonces cuando se hizo amigo del cardenal Ugolino (más tarde Gregorio IX) y de san Francisco de Asís. Según cuenta la leyenda, santo Domingo soñó que la ira divina estaba a punto de descargarse sobre el mundo pecador, pero lo salvó la intercesión de Nuesta Señora ante su hijo al señalarle a dos personajes: el uno era el propio santo Domingo, el otro era un desconocido. Al día siguiente, se hallaba el santo en oración en la iglesia, cuando entró en ella un mendigo cubierto de harapos. El santo reconoció inmediatamente en él al hombre de su sueño; así pues, se le acercó, le abrazó y le dijo: «Vos sois mi compañero y tenéis que estar a mi lado, pues si permanecemos unidos no habrá poder humano capaz de resistirnos». El encuentro de los dos hombres de Dios, Domingo y Francisco se celebra dos veces al año, en sus respectivas fiestas; en efecto, en esos días los miembros de cada orden cantan la misa en las iglesia de los de la otra y se reúnen «para comer el pan que no ha faltado en siete siglos». Algunos autores han comparado a santo Domingo con san Francisco; pero la comparación es poco inteligente, ya que ambos santos se completan y corrigen el uno al otro, y los únicos puntos que tienen en común, son la fe, cl celo y la caridad. 

El 13 de agosto de 1217, los frailes predicadores se reunieron con el fundador en Prouille. Santo Domingo les dio instrucciones sobre la manera de predicar y enseñar y los exhortó a estudiar sin descanso; sobre todo, les recordó que su principal obligación era la santificación propia y que estaban llamados a proseguir la obra de los Apóstoles para establecer en el mundo el reino de Cristo. También les habló de la humildad, de la desconfianza en sí mismos y de la confianza en Dios; en esa forma serían capaces de superar todas las aflicciones y persecuciones, y de pelear la gran batalla contra el mundo y los poderes del infierno.

Con gran sorpresa de todos, pues la herejía había ganado terreno en el sitio en que se encontraban, santo Domingo dispersó a sus hermanos el día de la Asunción en todas direcciones, diciéndoles: «Tened confianza en mí. Yo sé lo que hago. Nuestra obligación no es almacenar la semilla, sino sembrarla». Cuatro de los frailes partieron a España, siete a París, dos volvieron a Toulouse, dos permanecieron en Prouille y el fundador se dirigió a Roma en el mes de diciembre. Santo Domingo tenía la intención de renunciar a su papel en la naciente orden e ir a predicar el Evangelio a los tártaros, pero Dios iba a disponer las cosas de otro modo.

Cuando santo Domingo llegó a Roma, el Papa le confió la Iglesia de San Sixto. Al mismo tiempo que fundaba allí un convento, enseñaba teología; su predicación en San Pedro llamó la atención de la multitud. En aquella época, la mayoría de las religiosas de Roma no observaban la clausura y vivían sin reglas, unas en pequeños conventos y otras en casa de sus padres o amigos. Inocencio III había intentado varias veces reunir a todas las religiosas dispersas en un convento de clausura, pero no lo había logrado. Así pues, encargó a santo Domingo de llevar a cabo esa reforma y así lo hizo éste. Cedió a las religiosas su propio monasterio de San Sixto, que acababa de construir; el Papa le dio, en cambio para sus frailes una casa en el Aventino y la iglesia de Santa Sabina. Se cuenta que el Miércoles de Ceniza de 1218, la abadesa y las religiosas que iban a transladarse al convento de San Sixto, se hallaban en la casa capitular con santo Domingo y tres cardenales, cuando un mensajero les llevó la noticia de que un joven, Napoleón, sobrino del cardenal Stephen, acababa de matarse al caer del caballo. Santo Domingo ordenó que transportasen el cadáver a la casa capitular y pidió al hermano Tancredo que prepararse el altar para la misa. Los cardenales y sus comitivas, la abadesa y sus monjas, los frailes y una gran multitud que se había reunido, se dirigieron a la iglesia. Al terminar la celebración del santo sacrificio, santo Domingo enderezó un tanto los maltrechos miembros del cadáver, se arrodilló a orar e hizo la señal de la cruz sobre el muerto. En seguida, levantó las manos al cielo y exclamó: «Napoleón, en el nombre de Nuestro Señor Jesucrito te mando que te levantes». El joven resucitó al punto, sin una sola herida, en presencia de la multitud. 

Como fray Mateo de Francia había tenido éxito en la fundación de una casa de la orden en la Universidad de París, santo Domingo envió a algunos de sus hermanos a la Universidad de Bolonia, donde el beato Reginaldo de Orléans llevó a cabo la fundación de uno de los más famosos conventos de la orden. Entre 1218 y 1219, el fundador viajó por España, Francia e Italia, fundando conventos. En el verano de 1219, llegó a Bolonia, donde estableció su residencia habitual hasta el fin de su vida. En 1220, Honorio III confirmó al santo en el cargo de superior general. En Pentecostés de ese mismo año, se reunió el primer capítulo general de la orden, en Bolonia; en él se redactaron las constituciones definitivas, que hicieron de la Orden de Predicadores «la más perfecta de las organizaciones monásticas que produjo la Edad Media» (Hauck): una orden religiosa en el sentido moderno de la palabra, donde la unidad es la orden y no el convento, cuyos miembros dependen de un superior general y cuyas reglas llevan la marca inconfundible del fundador, particularmente por lo que se refiere a la capacidad de adaptación y a la supresión de la propiedad. Santo Domingo predicaba en todos los sitios por donde pasaba y oraba constantemente por la conversión de los infieles y de los pecadores. Si tal hubiese sido la voluntad de Dios, el santo habría querido verter su sangre por Cristo e ir a predicar a los bárbaros la buena nueva del Evangelio. Por ello, hizo del ministerio de la palabra el fin principal de su institución. Quería que todos sus religiosos se entregasen a la predicación, cada uno según su capacidad, y que los que tenían especial talento de predicadores sólo interrumpiesen el ministerio para retirarse, de cuando en cuando, a predicarse a sí mismos en la soledad y el silencio. La vocación dominicana consiste en «compartir con los demás el fruto de la contemplación». Esa es la razón por la cual los miembros de la orden se preparan largamente, mediante la práctica de la oración, de la humildad, de la abnegación y de la obediencia. Santo Domingo repetía frecuentemente: «Quien domina sus pasiones es amo del mundo. Quien no las domina se convierte en su esclavo. Más vale ser martillo que yunque». Santo Domingo enseñó a sus misioneros a hablar directamente al corazón, mediante la práctica de la caridad.

Alguien le preguntó una vez en qué libro había preparado el sermón que acababa de predicar: «En el libro del amor», respondió el fundador. La cultura, la enseñanza y el estudio de la Biblia fueron, desde el primer momento, elementos esenciales de la orden; nada tiene de extraño que los dominicos se hayan distinguido en el trabajo intelectual, ni que haya llamado al fundador «el primer Ministro de Instrucción Pública en la Europa moderna». 

El espíritu de oración y recogimiento es otra de las características de los dominicos, como lo fue de santo Domingo, quien pedía incesantemente a Dios que le concediese el verdadero amor del prójimo y la capacidad de ayudar a los otros. El santo exigía inflexiblemente el cumplimiento de las reglas que había impuesto. Al llegar a Bolonia, en 1220 advirtió en el convento que se edificaba, cierta elegancia que cuadraba mal con el espíritu de pobreza de la orden; sin vacilar un instante, mandó que se detuviese la construcción. Gracias a ese enérgico espíritu de disciplina, la orden se extendió rápidamente. En 1221, cuando se reunió el segundo capítulo general, había ya unos sesenta conventos, distribuidos en ocho provincias; los dominicos habían llegado ya a Polonia, Escandinavia, Palestina y el hermano Gilberto con otros doce frailes habían fundado las casa de Canterbury, Londres y Oxford. Al terminar el segundo capítulo general, Santo Domingo fue a visitar al cardenal Ugolino en Venecia. A la vuelta de ese viaje, se sintió enfermo y fue iransladado al campo para que respirase un aire más puro, pero, ya había comprendido que se aproximaba la hora de su muerte. Habló a sus hermanos acerca de la belleza de la castidad. Como no poseía bienes temporales, redactó su testamento en estos términos: «Hijos míos muy queridos, he aquí mi herencia: conservad la caridad entre vosotros, permaneced humildes y observad voluntariamente la pobreza».

Después de exhortar largamente a sus hijos a la pobreza, el santo pidió que le transladasen de nuevo a Bolonia, porque deseaba per sepultado «bajo los pies de sus hermanos». Los frailes del convento de Bolonia se reunieron a rezar las oraciones por los agonizantes en torno al fundador y, al llegar al «subvenite», santo Domingo repitió esas hermosas palabras y exhaló el último suspiro. Era el atardecer del 6 de agosto de 1221; el santo tenía cincuenta y dos años. Su muerte fue un ejemplo de la pobreza de la que había hablado poco antes a sus hermanos, puesto que expiró «en el lecho del hermano Moneta, ya que carecía de una cama propia, vestido con el hábito del hermano Moneta, porque no tenía otro para reemplazar el que había llevado durante tantos años». El beato Jordán de Sajonia había escrito en la vida del santo: «Lo único que podía turbar la serenidad de su alma era el sufrirniento ajeno. El rostro de un hombre revela si es feliz o no; el rostro anuble y transfigurado de gozo de Domingo revelaba la paz de su alma. Poseía tal bondad y tal deseo de ayudar al prójimo, que nadie escapaba a la fuerza de su encanto y cuantos le veían una vez le amaban para siempre». Al firmar el decreto de canonización de su amigo, en 1234, Gregorio IX (el tdrnul Ugolino) afirmó que estaba tan seguro de su santidad como de la de san Pedro y san Pablo. La primera biografía de santo Domingo fue la que escribió el beato Jordán de Sajonia, quien le sucedió en el cargo de superior general. Existen, además, numerosos documentos biográficos relativamente antiguos. Sin entrar en detalles, baste con decir que los principales documentos se hallan reunidos en Acta Sanctorum, agosto, vol. II; en Scriptores O.P., de Quétif y Echard; y en Monumenta O.P. Historica, vols. XV y XVI.  fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Transfiguración de Jesús

Nuestro Señor mostró su gloria a tres de sus apóstoles en el monte Tabor

Narra el santo Evangelio (Lc. 9, Mc. 6, Mt. 10) que unas semanas antes de su Pasión y Muerte, subió Jesús a un monte a orar, llevando consigo a sus tres discípulos predilectos, Pedro, Santiago y Juan. Y mientras oraba, su cuerpo se transfiguró. Sus vestidos se volvieron más blancos que la nieve,y su rostro más resplandeciente que el sol. Y se aparecieron Moisés y Elías y hablaban con El acerca de lo que le iba a suceder próximamente en Jerusalén.

Pedro, muy emocionado exclamó: -Señor, si te parece, hacemos aquí tres campamentos, uno para Ti, otro para Moisés y otro para Elías.

Pero en seguida los envolvió una nube y se oyó una voz del cielo que decía: "Este es mi Hijo muy amado, escuchadlo".

El Señor llevó consigo a los tres apóstoles que más le demostraban su amor y su fidelidad. Pedro que era el que más trabajaba por Jesús; Juan, el que tenía el alma más pura y más sin pecado; Santiago, el más atrevido y arriesgado en declararse amigo del Señor, y que sería el primer apóstol en derramar su sangre por nuestra religión.

Jesús no invitó a todos los apóstoles, por no llevar a Judas, que no se merecía esta visión. Los que viven en pecado no reciben muchos favores que Dios concede a los que le permanecen fieles.

Se celebra un momento muy especial de la vida de Jesús: cuando mostró su gloria a tres de sus apóstoles. Nos dejó un ejemplo sensible de la gloria que nos espera en el cielo.

Un poco de historia

Jesús se transfiguró en el monte Tabor, que se se encuentra en la Baja Galilea, a 588 metros sobre el nivel del mar.
Este acontecimiento tuvo lugar, aproximadamente, un año antes de la Pasión de Cristo. Jesús invitó a su Transfiguración Pedro, Santiago y Juan. A ellos les dio este regalo, este don.
Ésta tuvo lugar mientras Jesús oraba, porque en la oración es cuando Dios se hace presente. Los apóstoles vieron a Jesús con un resplandor que casi no se puede describir con palabras: su rostro brillaba como el sol y sus vestidos eran resplandecientes como la luz.

Pedro quería hacer tres tiendas para quedarse ahí. No le hacía falta nada, pues estaba plenamente feliz, gozando un anticipo del cielo. Estaba en presencia de Dios, viéndolo como era y él hubiera querido quedarse ahí para siempre.

Los personajes que hablaban con Jesús eran Moisés y Elías. Moisés fue el que recibió la Ley de Dios en el Sinaí para el pueblo de Israel. Representa a la Ley. Elías, por su parte, es el padre de los profetas. Moisés y Elías son, por tanto, los representantes de la ley y de los profetas, respectivamente, que vienen a dar testimonio de Jesús, quien es el cumplimiento de todo lo que dicen la ley y los profetas.

Ellos hablaban de la muerte de Jesús, porque hablar de la muerte de Jesús es hablar de su amor, es hablar de la salvación de todos los hombres. Precisamente, Jesús transfigurado significa amor y salvación.

Seis días antes del día de la Transfiguración, Jesús les había hablado acerca de su Pasión, Muerte y Resurrección, pero ellos no habían entendido a qué se refería. Les había dicho, también, que algunos de los apóstoles verían la gloria de Dios antes de morir.

Pedro, Santiago y Juan experimentaron lo que es el Cielo. Después de ellos, Dios ha escogido a otros santos para que compartieran esta experiencia antes de morir: Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, Santa Teresita del Niño Jesús y San Pablo, entre otros. Todos ellos gozaron de gracias especiales que Dios quiso darles y su testimonio nos sirve para proporcionarnos una pequeña idea de lo maravilloso que es el Cielo.

Santa Teresita explicaba que es sentirse “como un pajarillo que contempla la luz del Sol, sin que su luz lo lastime.”

¿Qué nos enseña este acontecimiento?

Nos enseña a seguir adelante aquí en la tierra aunque tengamos que sufrir, con la esperanza de que Él nos espera con su gloria en el Cielo y que vale la pena cualquier sufrimiento por alcanzarlo.

A entender que el sufrimiento, cuando se ofrece a Dios, se convierte en sacrificio y así, éste tiene el poder de salvar a las almas. Jesús sufrió y así se desprendió de su vida para salvarnos a todos los hombres.
A valorar la oración, ya que Jesús constantemente oraba con el Padre.

A entender que el Cielo es algo que hay que ganar con los detalles de la vida de todos los días.

A vivir el mandamiento que Él nos dejó: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”.

Habrá un juicio final que se basará en el amor, es decir, en cuánto hayamos amado o dejado de amar a los demás.

Dios da su gracia a través de la oración y los sacramentos. Su gracia puede suplir todas nuestras debilidades.

¡Quiero ver a Dios!

Santo Evangelio según San Marcos 9, 2-10. Fiesta de la Transfiguración del Señor. Ciclo B.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, dame un corazón puro que te descubra en todo.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Escuchamos muchas veces hablar de Dios. En las homilías, en ciertas clases..., escuchamos críticas, negaciones, etc... Al final todo esto sale sobrando pues lo que nos interesa de verdad, no es escuchar lo bueno o lo malo, sino que nos interesaconocerlo..., conocer a Dios.

En este camino de conocimiento de Dios hay experiencias que no se pueden explicar pues es algo que cada uno, personalmente, conoce.

Hay sentimientos, hay certezas... Experimentamos que hay cosas en las que no se sabe el por qué pero lo que sí se sabe es que vienen de Dios. Al final llegamos a un punto en donde nos surge casi de manera natural: ¡quiero verte!...,¡Quiero ver a Dios!

En la transfiguración, Jesús oye esta petición venida desde el corazón de los apóstoles y decide mostrarse como nadie jamás lo ha visto. Pero ante nuestra petición, ¿qué sucede?

Es verdad que ahora en esta vida nuestra visión de Dios continuará siendo velada, sin embargo, Dios se sigue mostrando, se sigue transfigurando. Lo hace de una manera sutil y sencilla, lo hace en la belleza de la naturaleza, en el rostro del pobre..., lo hace aun en el sufrimiento y en el dolor y, sobre todo, de manera única en la Eucaristía.

Nos hace falta detenernos y estar más pendientes pues no hay que olvidar que es de Él la iniciativa de mostrarse..., antes que la nuestra de buscarle.

Esta esperanza, que la Palabra de Dios reaviva en nosotros, nos ayuda a tener una actitud de confianza frente a la muerte: en efecto, Jesús nos ha mostrado que esta no es la última palabra, sino que el amor misericordioso del Padre nos transfigura y nos hace vivir en comunión eterna con Él. Una característica fundamental del cristiano es el sentido de la espera palpitante del encuentro final con Dios.

(Homilía de S.S. Francisco, 3 de noviembre de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hacer una visita a la Eucaristía pidiendo la gracia de ver el rostro de Dios en los detalles del día a día.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino! Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén

Jesús: pan de vida; XVIII Domingo Ordinario

La persona además del alimento requiere también esa vida en plenitud con Dios donde encuentra sentido su existencia.

Lecturas:

Éxodo 16, 2-4. 12-15: “Voy a hacer que llueva pan del cielo”.
Salmo 77. “El Señor le dio pan del cielo”.
Efesios 4, 17. 20-24: “Revístanse del nuevo yo, creado a imagen de Dios”.
San Juan 6, 24-35: “El que viene a mí no tendrá hambre, el que cree en mí nunca tendrá sed”

¿Por qué buscamos nosotros a Jesús? Acerquémonos en medio de la multitud que sigue a Jesús, escuchemos detenidamente sus palabras, observemos su actitud y examinemos nuestros intereses interiores. ¿Por qué sigo a Jesús? ¿Es Jesús pan de vida y salvación para mi persona y mi comunidad?

Es muy comprensible el inicio de este pasaje evangélico. Si Jesús ha dado de comer a miles de personas, lo más natural es que ahora lo quieran seguir a todos lados. Alguien hablaría de populismo, dar al pueblo pan y circo, hacerlo que se olvide de sus problemas y alimentar su estómago. Jesús no acepta esta búsqueda interesada, sino exige una búsqueda más comprometida y seria. Les hace ver lo equivocado de su actitud y al escuchar la pregunta: “¿Qué obras debemos hacer?”, continuando en el plano de lo exterior y de lo superficial, Cristo los invita a una nueva relación y una nueva forma de vivir. No es sólo lo exterior, implica un cambio profundo en lo interior. Les pide una única obra: “creer en él” y les hace ver que no basta encontrar solución a la necesidad material, sino que hay que aspirar a la plenitud humana, y esto requiere la colaboración de ellos. Los invita a trabajar por conseguir el alimento que no acaba, que permanece, el que da la vida sin término, dándole su adhesión a él como enviado de Dios. Es elevar más allá la mirada. Estamos tan absortos y necesitados del pan material que nos ahogamos en la angustia de cada día. “Trabajamos para comer y comemos para poder trabajar”.

Quizás a algunos les parezca escandalosa la propuesta de Jesús, pero desde los signos que nos ofrece al hacer el milagro, nos hace entender que el pan que sacia el hambre, debe ir acompañado también del reconocimiento de la dignidad de cada hombre y de cada pueblo. Nadie tiene derecho a utilizar el hambre como arma para controlar la voluntad de una persona o de un pueblo. Saciar el hambre, progresar solamente en el aspecto económico y tecnológico, no basta para dar al hombre su verdadero puesto en la creación. Con frecuencia el progreso va unido a nuevas formas de esclavitud y explotación que atan y deshumanizan a la persona. Es urgente buscar caminos que acaben con el hambre pero no basta, se requieren nuevas formas de acercar a la mesa a los hermanos en unidad y fraternidad, compartiendo y construyendo un mundo donde los individuos y los pueblos alcancen un desarrollo integral y pleno. Cristo propone una nueva visión de la persona que incluye su realización plena: “No busquen el alimento que perece”. La persona requiere además del alimento su reconocimiento, su realización y su integración en la comunidad. Requiere también esa vida en plenitud con Dios donde encuentra sentido su existencia.

No sé si haya una integración más plena entre dos cuerpos que la que proporciona el alimento. El pan que nos alimenta se convierte en nuestra sangre, en nuestros miembros, en nuestra carne y no podemos decir “aquí tengo un trozo de pan que comí en la mañana” sino que se transforma en nosotros mismos, en nuestros miembros. El aparato digestivo descompone y trabaja los elementos de la tortilla, el frijol o el pan que comemos y da vida y fortaleza a nuestro cuerpo. Cristo ha escogido el pan como signo de su presencia y de su integración a cada uno de nosotros. El pan tan común en su cultura, tan insignificante y tan indispensable. Compuesto de pequeños granos triturados, descompuesto para dar vida, sostiene a la persona y le da energía para su trabajo. Llega a ser parte de la misma persona y así se transforma en vida al morir. Cristo ha escogido este signo y se hace para nosotros pan de vida. Se une a nosotros, pasa desapercibido y se convierte en parte nuestra, o, quizás sea mejor decir, nos convierte en parte suya para seguir dando vida. Quizás no hemos reflexionado profundamente en toda esta transformación y no hemos dado gracias suficientes por este regalo de Jesús que se quiere quedar tan dentro de nosotros hasta formar parte de nosotros mismos, hacerse cuerpo nuestro, hacernos cuerpo suyo.

Creer en esta presencia, creer en Él, es la exigencia que este día nos presenta. Si tomáramos en serio este signo, cómo cambiaría nuestra vida en cada comunión. Nos unimos a Cristo, Él se une a nosotros, y así también nos unimos a todos los hermanos. Es una verdadera comunión que nos deberá llevar a consecuencias muy coherentes en la vida diaria. No tendremos derecho a vivir una vida adormilada e indiferente, sino la tendremos que vivir en plenitud y unidos a Jesús. No podremos vivir una vida individualista y comodina, sino compartida y comprometida con cada uno de los hermanos a los que nos ha unido Jesús. Es la única obra que nos pide Jesús: “creer en Él”, pero creerlo en serio y de verdad; una fe que lleva a las obras, una fe que no se queda en simples deseos, sino que se transforma en acción y en entrega.

¿Cómo es nuestra fe en Jesús? ¿Qué significa para mí que se haya hecho pan, que entre a alimentarme, que me dé fuerzas y me sostenga? ¿Cómo vivo la comunión con Él y con los hermanos? ¿A qué compromisos sociales y evangelizadores me impulsa la Eucaristía así vivida?

Señor, tú eres el pan de vida, formado de múltiples granos, entregado y triturado para darnos vida, concédenos creer en ti, en tu Eucaristía y entrega para vivir plenamente en comunión contigo y con los hermanos. Amén.

Oswaldo de Northumbria, Santo

Mártir Laico, 5 de agosto

Rey, héroe, apóstol y mártir

Martirologio Romano: En el lugar de Maserfield, posteriormente llamado Oswestria en su honor, en la región de Shropshire, en Inglaterra, san Osvaldo, mártir, el cual, siendo rey de Northumbria, ilustre en el arte militar, pero todavía más amante de la paz, divulgó con decisión la fe cristiana en aquel territorio y fue muerto en odio a Cristo mientras combatía contra los paganos († 642).

Breve Biografía

Vástago de la familia real de Northumbria. Su padre fue el sanguinario e incendiario Eteelfrido que mereció el apodo de "Devastador"; por ello no es de extrañar que, una vez muerto, su hijo Oswaldo tuviera que salir para el destierro aunque solo fuera un niño. Pudo refugiarse en los escotos del Norte que ya era zona cristianizada por Columba desde hacía unos años antes de su llegada. Sólo tenía once años cuando -ya huérfano- encontró refugio en aquellas latitudes. Notó que allí todos hablaban del monje Columba, el gran misionero irlandés, y que en bastantes aspectos aquella gente vivía de un modo diferente al que él había presenciado desde siempre al lado de las hordas guerreras de su padre. Quizá esa curiosidad contribuyó a formarse como cristiano; de hecho, cuenta el principal relator de su vida y obras, el cronista nortumbrio Beda, que engrosó el número de los catecúmenos que se formaban en la nueva religión, aumentó el contacto con la comunidad cristiana llegando a familiarizarse con ella, se adaptó a su vida y costumbres -cosa nada fácil- y terminó pidiendo el bautismo. Como llegó a descubrir que el heroísmo no está reñido con el cristianismo, se convirtió en evangelizador de Cristo.

Los sajones y bretones habían mantenido entre ellos continuas guerras por poseer el territorio de Nortumbria. Corrían noticias de que el terrible Cadwallon, héroe de Bretaña, va eliminando uno a uno a todos los parientes del príncipe desterrado y un triste día se corrieron las voces de que había llegado hasta el extremo de asesinar a su hermano Eanfrido; este fue el detonante para que Oswaldo decidiera plantarle cara al formidable bretón y sacarlo del territorio de sus mayores. Dispuesto a morir en el intento, reza antes de entrar en batalla, cerca de Hexham, hace una cruz con dos ramas cruzadas, y anima a sus huestes a luchar en nombre del Dios de los cristianos. La terrible pelea se resolvió con triunfo del ejército de Oswaldo, con la muerte del capitán adversario y con el sobrenombre de Lamngwin (el de la espada que relumbra) para el nuevo presidente de la Heptarquía y caudillo universal de los anglosajones.

Casó con la hija del primer rey cristiano de Wessex, y aquello fue como el alborear de una gran era. Su reinado duró sólo ocho años. Aprendió de los cristianos que el ideal no está en la guerra, sino en la búsqueda de la justicia que lleva a la paz. Consigue la unidad entre los irreconciliables reinos; llena su corte de sabios y muchos de ellos son monjes; construye el monasterio de Lisdisfarme para Aidan que con sus monjes avanza evangelizando desde el norte, mientras que los benedictinos recomienzan a hacerlo desde el sur, después del fracaso primero de Agustín de Cantorbery, cuando fueron obligados a replegarse por las sangrientas persecuciones y la ferocidad de los naturales del país. Ha descubierto en el santo monje Aidan las cualidades necesarias para ser el hombre de Dios apropiado para la evangelización por su amor a la pobreza, desprendimiento, rechazo de honores, comprensivo con los tardos, dulce con los tercos y exigente con los perezosos. Tanto es su aprecio que lo toma como asesor espiritual para él mismo. Y debió acertar, porque con sus consejos el propio Oswaldo aprende a pasar noches en oración donde tamiza las decisiones de gobierno de su pueblo; puso orden en su corte, es generoso en limosnas, piadoso con los enfermos y compasivo con los pobres.

Murió en pelea de guerra con el pagano Penda, rey de los mercios, en la batalla de Maserfelth. No pudo este rey soportar que Oswaldo se hiciera cristiano; pensó que se había hecho cobarde, traicionando a Odín. La fiereza de Penda y sus ansias de venganza llegaron al ensañamiento de pinchar en un palo la cabeza del rey vencido y muerto, manteniéndola en alto durante un año para que la contemplaran las gentes, hasta que fue rescatada por el vengador Oswy, continuador de la obra de Oswaldo. Aquellos tiempos eran así.

Frente a tanta fiereza, hay también episodios de generosidad y grandeza. Cuenta Beda que en un banquete de corte, estando el obispo Aidán dispuesto a dar la bendición, el encargado de las limosnas del palacio se aproximó al rey para notificarle que una muchedumbre de pobres estaba a la puerta, todos famélicos y hambrientos. Tiempo le faltó a Oswaldo para suspender el festejo, repartir los manjares entre los pobres y destrozar en pedazos la plata del ajuar para entregarlos como remedio a los necesitados.

El pueblo anglosajón tuvo a Oswaldo como mártir desde su muerte y como a tal le dio veneración por haber sabido ser rey, héroe y apóstol. Su culto se extendió por la Europa central, el sur de Alemania y el norte de Ita1ia. Se santificó con bondades rectas, con gobierno firme y con deseos evangelizadores a pesar de la buena dosis de barbarie propia de la época; quizá una mirada anacrónica desde el siglo XX le negara el honor de los altares, pero a cada cual le toca santificarse en su propio mundo, poniendo a disposición de Dios y de los hombres lo mejor de su voluntad. Y en el caso de Oswaldo aún no se habían inventado las monarquías democráticas.

HOY SE CUMPLEN 40 AÑOS DEL FALLECIMIENTO DEL PAPA MONTINI
El testamento de Pablo VI: "Que el Concilio se lleve a término"

"Deseo que mis funerales sean de la máxima simplicidad y no quiero tumba especial, ni monumento alguno"

L'Osservatore Romano, 06 de agosto de 2018 a las 10:45

Pablo VIAgencias

Estoy con vosotros en la única fe, en la misma caridad, en el empeño apostólico común, en el servicio solidario del Evangelio, para edificación de la Iglesia de Cristo y salvación de toda la humanidad

(L'Osservatore Romano).- Publicamos la traducción castellana del testamento de Pablo VI: ha sido elaborada cuidadosamente, respetando la puntuación y grafía usadas por el Papa en su manuscrito.El documento consta de un primer texto de diez páginas escrito en Roma el 30 de junio de 1965; a este texto el Santo Padre añadió luego dos anexos, uno en 1972 y otro en 1973. El primero lo redactó en Castelgandolfo y en él está consignada incluso la hora, además de la fecha; son dos páginas. El segundo consta de pocas líneas en una sola página. Así, resultan en total 13 páginas.

Algunas notas para mi testamento

In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen. 1 - Fijo la mirada en el misterio de la muerte y de lo que a ésta sigue en la luz de Cristo, el único que la esclarece; y por tanto, con confianza humilde y serena. Percibo la verdad que para mí se ha proyectado siempre desde este misterio sobre la vida presente, y bendigo al vencedor de la muerte por haber disipado sus tinieblas y descubierto su luz.

Por ello, ante la muerte y la separación total y definitiva de la vida presente, siento el deber de celebrar el don, la fortuna, la belleza el destino de esta misma existencia fugaz: Señor, Te doy gracias porque me has llamado a la vida, y más aun todavía, porque haciéndome cristiano me has regenerado y destinado a la plenitud de la vida. Asimismo siento el deber de dar gracias y bendecir a quien fue para mí transmisor de los dones de la vida que me has concedido Tú, Señor: los que me han traído a la vida (¡sean benditos mis Padres, tan dignos!), los que me han educado, amado, hecho bien, ayudado, rodeado de buenos ejemplos, de cuidados, afectos, confianza, bondad, cortesía, amistad, fidelidad, respeto. Contemplo lleno de agradecimiento las relaciones naturales y espirituales que han dado origen, ayuda, consuelo y significado a mi humilde existencia: ¡Cuántos dones, cuántas cosas hermosas y elevadas, cuánta esperanza he recibido yo en este mundo!Ahora que la jornada llega al crepúsculo y todo termina y se desvanece esta estupenda y dramática escena temporal y terrena, ¿cómo agradecerte, Señor, después del don de la vida natural, el don muy superior de la fe y de la gracia, en el que únicamente se refugia al final mi ser? ¿Cómo celebrar dignamente tu bondad, Señor, porque apenas entrado en este mundo, fui insertado en el mundo inefable de la Iglesia católica? Y ¿cómo, por haber sido llamado e iniciado en el Sacerdocio de Cristo? Y ¿cómo, por haber tenido el gozo y la misión de servir a las almas, a los hermanos, a los jóvenes, a los pobres, al pueblo de Dios, y haber tenido el honor inmerecido de ser ministro de la santa Iglesia, en Roma sobre todo, al lado del Papa, después en Milán como arzobispo en la cátedra, demasiado alta para mí y venerabilísima, de los santos Ambrosio y Carlos, y finalmente en ésta de San Pedro, suprema y tremenda y santísima? In aeternum Domini misericordias cantabo.

https://w2.vatican.va/content/paul-vi/it/speeches/1978/august/documents/hf_p-vi_spe_19780810_testamento-paolo-vi.html …

2:33 - 6 ago. 2018

Reciban mi saludo y bendición todas las personas que he encontrado en mi peregrinación terrena; los que fueron colaboradores míos, consejeros y amigos, y ¡tantos lo han sido, y tan buenos y generosos y queridos! ¡Benditos sean los que recibieron mi ministerio y fueron hijos y hermanos míos en nuestro Señor!

A vosotros, Lodovico y Francesco, hermanos de sangre y de espíritu, y a vosotros los seres tan queridos todos de mi casa, que no me habéis pedido nada, ni habéis recibido ningún favor terreno de mí, y que siempre me habéis dado ejemplo de virtudes humanas y cristianas, que me habéis comprendido con tanta discreción y cordialidad y, sobre todo, me habéis ayudado a buscar en la vida presente el camino hacia la futura, a vosotros va mi paz y mi bendición.

El pensamiento se vuelve hacia atrás y se extiende alrededor; y sé bien que no sería cumplida esta despedida, si no me acordase de pedir perdón a cuantos haya podido ofender, o no servir, o no amar bastante; e igualmente si no me acordara del perdón que algunos puedan desear de mí.

La paz del Señor sea con nosotros.

Y siento que la Iglesia me rodea: oh, Iglesia santa, una y católica y apostólica, recibe mi supremo acto de amor con mi bendición y saludo.

A ti, Roma, diócesis de San Pedro y del Vicario de Cristo, tan querida de este último siervo de los siervos de Dios, mi bendición más paternal y más plena, para que Tú, Urbe del Orbe, tengas siempre presente tu misteriosa vocación y sepas responder con virtudes humanas y con fe cristiana a tu misión espiritual y universal, todo a lo largo de la historia del mundo.

Y a Vosotros todos, venerables Hermanos en el Episcopado, mi saludo más cordial y reverente; estoy con vosotros en la única fe, en la misma caridad, en el empeño apostólico común, en el servicio solidario del Evangelio, para edificación de la Iglesia de Cristo y salvación de toda la humanidad. A todos los Sacerdotes, los Religiosos y las Religiosas, los Alumnos de nuestros Seminarios, los Católicos fieles y militantes, los jóvenes, los que sufren, los pobres, los que buscan la verdad y la justicia: a todos, la bendición del Papa, que muere.

Pablo VI, con Romero: ambos serán canonizados a la vez

Y también, con particular reverencia y agradecimiento a los Señores Cardenales y a toda la Curia romana: ante vosotros, que me rodeáis más de cerca, profeso solemnemente nuestra Fe, declaro nuestra Esperanza, celebro la Caridad que no muere, aceptando humildemente de la divina voluntad la muerte que me esté destinada, invocando la gran misericordia del Señor, implorando la intercesión clemente de María santísima, de los Ángeles y de los Santos, y encomendando mi alma a la oración de los buenos.

2 - Nombro heredero universal a la Santa Sede: me obligan a ello el deber, la gratitud y el amor, salvo las disposiciones que abajo se indican.

3 - Sea ejecutor testamentario mi Secretario privado. El tendrá a bien aconsejarse de la Secretaría de Estado y se atendrá a las normas jurídicas vigentes y a las buenas costumbres eclesiásticas.

4 - En cuanto a las cosas de este mundo: me propongo morir pobre y simplificar así todo.

Por lo que se refiere a los bienes muebles e inmuebles de mi propiedad personal, que aún pudieran quedar de proveniencia familiar, dispongan de ellos libremente mis Hermanos Lodovico y Francesco; les ruego que apliquen algún sufragio por mi alma y por las de nuestros Difuntos. Den algunas limosnas a personas necesitadas y para obras buenas. Guarden para sí y den a quien lo merezca o lo desee algún recuerdo de las cosas, o de los objetos religiosos, o de los libros de mi propiedad particular. Destruyan las notas, cuadernos, correspondencia y escritos míos personales.

De las demás cosas que se puedan decir mías personales: disponga, como ejecutor testamentario, mi Secretario privado, guardando para sí y entregando a las personas más amigas algún pequeño objeto como recuerdo. Agradeceré que se destruyan los manuscritos y notas de mi puño y letra; y que de la correspondencia recibida, de carácter espiritual y reservado, se queme todo lo que no estaba destinado al conocimiento de los demás. En el caso de que el ejecutor testamentario no pueda realizar esto, tenga a bien hacerlo la Secretaría de Estado.

5 - Ruego vivamente que se celebren sufragios y se den limosnas generosas, dentro de lo posible.

Respecto a los funerales: sean devotos y sencillos. (Se suprima el catafalco que se usa para las exequias pontificias, sustituyéndolo por algo humilde y decoroso).

La tumba: desearía que fuera en la tierra misma, con una señal modesta, que indique el lugar e invite a piedad cristiana. No quiero monumento ninguno.

6 - Y respecto a lo que más importa, despidiéndome de la escena de este mundo y yendo al encuentro del juicio y de la misericordia de Dios: debería decir tantas cosas, muchas. Sobre la situación de la Iglesia; que escuche las palabras que le hemos dedicado con tanto afán y amor. Sobre el Concilio: se lleve a término felizmente y trátese de cumplir con fidelidad sus prescripciones. Sobre el ecumenismo: continúese la tarea de acercamiento a los Hermanos separados, con mucha comprensión, mucha paciencia y gran amor; pero sin desviarse de la auténtica doctrina católica. Sobre el mundo: no se piense que se le ayuda adoptando sus criterios, su estilo y sus gustos, sino procurando conocerlo, amándolo y sirviéndolo.

Cierro los ojos sobre esta tierra doliente, dramática y magnífica, implorando una vez más sobre ella la Bondad divina. De nuevo bendigo a todos. Especialmente a Roma, Milán y Brescia. Y una bendición y un saludo especial para Tierra santa, la Tierra de Jesús, adonde fui como peregrino de fe y de paz. Y a la Iglesia, a la queridísima Iglesia católica, a la humanidad entera, mi bendición apostólica.

Finalmente: In manus Tuas, Domine, commendo spiritum meum. Ego: Paulus P.P. VI - Roma, junto a San- Pecho, 30 de junio de 1965, año III de nuestro Pontificado.

(Notas complementarias a mi testamento)

In manos tuas, Domine, commendo spiritum meum. -
Magnificat anima mea Dominum. Maria! 
Credo. Spero. Amo. In Pax Christi.

Doy las gracias a cuantos me han hecho bien. Pido perdón a cuantos yo no haya hecho bien. A todos doy yo la paz en el Señor.

Saludo a mi queridísimo Hermano Lodovico y a todos mis familiares, parientes, amigos y a cuantos han recibido mi ministerio. Gracias a todos los colaboradores, particularmente a la Secretaría de Estado.

Bendigo con especial caridad a Brescia, Milán, Roma, a toda la Iglesia. Quam dilecta tabernacula tua, Domine!

Todo lo mío para la Santa Sede.

Se encargue mi Secretario particular, el querido Don Pasquale Macchi, de que se celebren algunos sufragios y se hagan algunas obras de beneficencia, y que de entre los libros y objetos de mi pertenencia se reserve para él y dé a las personas queridas algún recuerdo.

No deseo ninguna tumba especial.

Algunas oraciones para que Dios tenga misericordia de mí.

In Te, Domine, speravi. Amen, alleluia. A todos mi bendición, in nomine Domine.

Paulus PP. VI -

Castel Gandolfo, 16 de septiembre de 1972, hora 7.30.

Anexo a mis disposiciones testamentarias

Deseo que mis funerales sean de la máxima simplicidad y no quiero tumba especial, ni monumento alguno. Algunos sufragios (obras de beneficencia y oraciones).

Paulus PP. VI -

14 julio 1973

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