Mujer, qué grande es tu fe!

Domingo de Guzmán, Santo

Memoria Litúrgica, 8 de agosto

Sacerdote y Fundador

Martirologio Romano: Memoria de santo Domingo, presbítero, que siendo canónigo de Osma se hizo humilde ministro de la predicación en los países agitados por la herejía albigense y vivió en voluntaria pobreza, hablando siempre con Dios o acerca de Dios. Deseoso de una nueva forma de propagar la fe, fundó la Orden de Predicadores, para renovar en la Iglesia la manera apostólica de vida, mandando a sus hermanos que se entregaran al servicio del prójimo con la oración, el estudio y el ministerio de la Palabra. Su muerte tuvo lugar en Bolonia, el día seis de agosto (1221).

Etimológícamente: Domingo = del Señor. Viene de la lengua latina.

Breve Biografía

Los Padres Dominicos están hoy de fiesta. Santo Domingo de Guzmán los fundó en el siglo XIII. Durante tantos años han hecho y siguen haciendo un gran bien a la Iglesia en todo el mundo.

El fundador de los Padres Dominicos, que son ahora 6,800 en 680 casas en el mundo, nació en Caleruega, España, en 1171. Su madre, Juana de Aza, era una mujer admirable en virtudes y ha sido declarada Beata. Lo educó en la más estricta formación religiosa.

A los 14 años se fue a vivir con un tío sacerdote en Palencia en cuya casa trabajaba y estudiaba. La gente decía que en edad era un jovencito pero que en seriedad parecía un anciano. Su goce especial era leer libros religiosos, y hacer caridad a los pobres.

Por aquel tiempo vino por la región una gran hambre y las gentes suplicaban alguna ayuda para sobrevivir. Domingo repartió en su casa todo lo que tenía y hasta el mobiliario. Luego, cuando ya no le quedaba nada más con qué ayudar a los hambrientos, vendió lo que más amaba y apreciaba, sus libros (que en ese tiempo eran copiados a mano y costosísimos y muy difíciles de conseguir) y con el precio de la venta ayudó a los menesterosos. A quienes lo criticaban por este desprendimiento, les decía: "No puede ser que Cristo sufra hambre en los pobres, mientras yo guarde en mi casa algo con lo cual podía socorrerlos".

En un viaje que hizo, acompañando a su obispo por el sur de Francia, se dio cuenta de que los herejes habían invadido regiones enteras y estaban haciendo un gran mal a las almas. Y el método que los misioneros católicos estaban empleando era totalmente inadecuado. Los predicadores llegaban en carruajes elegantes, con ayudantes y secretarios, y se hospedaban en los mejores hoteles, y su vida no era ciertamente un modelo de la mejor santidad. Y así de esa manera las conversiones de herejes que conseguían, eran mínimas. Domingo se propuso un modo de misionar totalmente diferente.

Vio que a las gentes les impresionaba que el misionero fuera pobre como el pueblo. Que viviera una vida de verdadero buen ejemplo en todo. Y que se dedicara con todas sus energías a enseñarles la verdadera religión. Se consiguió un grupo de compañeros y con una vida de total pobreza, y con una santidad de conducta impresionante, empezaron a evangelizar con grandes éxitos apostólicos.

Sus armas para convertir eran la oración, la paciencia, la penitencia, y muchas horas dedicadas a instruir a los ignorantes en religión. Cuando algunos católicos trataron de acabar con los herejes por medio de las armas, o de atemorizarlos para que se convirtieran, les dijo: "Es inútil tratar de convertir a la gente con la violencia. La oración hace más efecto que todas las armas guerreras. No crean que los oyentes se van a conmover y a volver mejores por que nos ven muy elegantemente vestidos. En cambio con la humildad sí se ganan los corazones".

Domingo llevaba ya diez años predicando al sur de Francia y convirtiendo herejes y enfervorizando católicos, y a su alrededor había reunido un grupo de predicadores que él mismo había ido organizando e instruyendo de la mejor manera posible. Entonces pensó en formar con ellos una comunidad de religiosos, y acompañado de su obispo consultó al Sumo Pontífice Inocencio III.

Al principio el Pontífice estaba dudoso de si conceder o no el permiso para fundar la nueva comunidad religiosa. Pero dicen que en un sueño vio que el edificio de la Iglesia estaba ladeándose y con peligro de venirse abajo y que llegaban dos hombres, Santo Domingo y San Francisco, y le ponían el hombro y lo volvían a levantar. Después de esa visión ya el Papa no tuvo dudas en que sí debía aprobar las ideas de nuestro santo.

Y cuentan las antiguas tradiciones que Santo Domingo vio en sueños que la ira de Dios iba a enviar castigos sobre el mundo, pero que la Virgen Santísima señalaba a dos hombres que con sus obras iban a interceder ante Dios y lo calmaban. El uno era Domingo y el otro era un desconocido, vestido casi como un pordiosero. Y al día siguiente estando orando en el templo vio llegar al que vestía como un mendigo, y era nada menos que San Francisco de Asís. Nuestro santo lo abrazó y le dijo: "Los dos tenemos que trabajar muy unidos, para conseguir el Reino de Dios". Y desde hace siglos ha existido la bella costumbre de que cada año, el día de la fiesta de San Francisco, los Padres dominicos van a los conventos de los franciscanos y celebran con ellos muy fraternalmente la fiesta, y el día de la fiesta de Santo Domingo, los padres franciscanos van a los conventos de los dominicos y hacen juntos una alegre celebración de buenos hermanos.

En agosto de 1216 fundó Santo Domingo su Comunidad de predicadores, con 16 compañeros que lo querían y le obedecían como al mejor de los padres. Ocho eran franceses, siete españoles y uno inglés. Los preparó de la mejor manera que le fue posible y los envió a predicar, y la nueva comunidad tuvo una bendición de Dios tan grande que a los pocos años ya los conventos de los dominicos eran más de setenta, y se hicieron famosos en las grandes universidades, especialmente en la de París y en la de Bolonia.

El gran fundador le dio a sus religiosos unas normas que les han hecho un bien inmenso por muchos siglos. Por ejemplo estas:

Primero contemplar, y después enseñar. O sea: antes dedicar mucho tiempo y muchos esfuerzos a estudiar y meditar las enseñanzas de Jesucristo y de su Iglesia, y después sí dedicarse a predicar con todo el entusiasmo posible.

Predicar siempre y en todas partes. Santo Domingo quiere que el oficio principalísimo de sus religiosos sea predicar, catequizar, tratar de propagar las enseñanzas católicas por todos los medios posibles. Y él mismo daba el ejemplo: donde quiera que llegaba empleaba la mayor parte de su tiempo en predicar y enseñar catecismo.

La experiencia le había demostrado que las almas se ganan con la caridad. Por eso todos los días pedía a Nuestro Señor la gracia de crecer en el amor hacia Dios y en la caridad hacia los demás y tener un gran deseo de salvar almas. Esto mismo recomendaba a sus discípulos que pidieran a Dios constantemente.

La misión de los dominicos, predicar para llevar almas a Cristo, encontró grandes dificultades pero la Virgen vino a su auxilio. Estando en Fangeaux una noche, en oración, tiene una revelación donde, según la tradición, la Virgen le revela el Rosario como arma poderosa para ganar almas. Esta tradición está respaldada por numerosos documentos pontificios.

Los santos han dominado su cuerpo con unas mortificaciones que en muchos casos son más para admirar que para imitar. Recordemos algunas de las que hacía este hombre de Dios.

Cada año hacía varias cuaresmas, o sea, pasaba varias temporadas de a 40 días ayunando a pan y agua.

Siempre dormía sobre duras tablas. Caminaba descalzo por caminos irisados de piedras y por senderos cubiertos de nieve. No se colocaba nada en la cabeza ni para defenderse del sol, ni para guarecerse contra los aguaceros.

Soportaba los más terribles insultos sin responder ni una sola palabra. Cuando llegaban de un viaje empapados por los terribles aguaceros mientras los demás se iban junto al fuego a calentarse un poco, el santo se iba al templo a rezar. Un día en que por venganza los enemigos los hicieron caminar descalzos por un camino con demasiadas piedrecitas afiladas, el santo exclamaba: "la próxima predicación tendrá grandes frutos, porque los hemos ganado con estos sufrimientos". Y así sucedió en verdad. Sufría de muchas enfermedades, pero sin embargo seguía predicando y enseñando catecismo sin cansarse ni demostrar desánimo.

Era el hombre de la alegría, y del buen humor. La gente lo veía siempre con rostro alegre, gozoso y amable. Sus compañeros decían: "De día nadie más comunicativo y alegre. De noche, nadie más dedicado a la oración y a la meditación". Pasaba noches enteras en oración.

Era de pocas palabras cuando se hablaba de temas mundanos, pero cuando había que hablar de Nuestro Señor y de temas religiosos entonces sí que charlaba con verdadero entusiasmo.

Sus libros favoritos eran el Evangelio de San Mateo y las Cartas de San Pablo. Siempre los llevaba consigo para leerlos día por día y prácticamente se los sabía de memoria. A sus discípulos les recomendaba que no pasaran ningún día sin leer alguna página del Nuevo Testamento o del Antiguo.

Los que trataron con él afirmaban que estaban seguros de que este santo conservó siempre la inocencia bautismal y que no cometió jamás un pecado grave.

Totalmente desgastado de tanto trabajar y sacrificarse por el Reino de Dios a principios de agosto del año 1221 se sintió falto de fuerzas, estando en Bolonia, la ciudad donde había vivido sus últimos años. Tuvieron que prestarle un colchón porque no tenía. Y el 6 de agosto de 1221, mientras le rezaban las oraciones por los agonizantes cuando le decían: "Que todos los ángeles y santos salgan a recibirte", dijo: "¡Qué hermoso, qué hermoso!" y expiró.

A los 13 años de haber muerto, el Sumo Pontífice Gregorio IX lo declaró santo y exclamó al proclamar el decreto de su canonización: "De la santidad de este hombre estoy tan seguro, como de la santidad de San Pedro y San Pablo".

¡Felicidades a quienes lleven este nombre y a los Dominicos y Dominicas!

“Hay silencios que hieren, pero hay palabras que curan”.

Comentario del día : Julián de Vézelay

“Mujer, qué grande es tu fe!”

Evangelio según San Mateo 15,21-28.

Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón.

Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio".

Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos".

Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel".

Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!".

Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros".

Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!".

Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!". Y en ese momento su hija quedó curada.

Cananea, la fe que vence a Dios

Parece que Dios muchas veces no nos escucha. Y es ahí cuando Dios está esperando ese último gesto de fe y confianza en su amor de Padre.

Encontramos el relato en Mt. 15, 21-28 y en Mc 7, 24-30.

Nos encontramos el ejemplo de una mujer anónima, llamada "La Cananea" por su origen, no por nombre propio. Nos va a enseñar cómo la fe es capaz de ganarle a Dios ese pulso que Dios le echa. Es un relato tan hermoso que parece casi un cuento de hadas. Sin embargo, aquella mujer se llevó en el corazón aquello que tanto quería: la curación de su hija.

"Ten piedad de mí, Señor. Mi hija está malamente endemoniada". Esta mujer parte de una realidad: nadie, a excepción de Dios, puede solucionarle eso que atormenta tanto su corazón, el tormento de su hija a manos del demonio. En nuestras vidas cuántas veces Dios no entra en nuestros cálculos humanos: son nuestras propias fuerzas, son los demás, es la esperanza en el progreso, es el psicólogo, las primeras puertas a las que llamamos. Cómo nos cuesta poder decir que aquella sencillez de Marta y María: "Señor, el que amas, está enfermo" Cómo nos cuesta ser niños ante Dios y decirle con esta mujer: "Ten piedad de mí".

Parece que Jesús no escucha aquel grito desgarrado, porque no le responde. Sin embargo, cómo le dolió a Cristo aquella súplica. Quiere poner a prueba la fe de aquella mujer para que su fe fuera más grande si cabía. Y son los discípulos quienes intervienen abogando en favor de ella, pero no por motivos profundos, sino para quitársela de encima, pues ya molestaba. Parece que Dios muchas veces no nos escucha, no nos oye. Nos llega a desesperar a veces el silencio de Dios. Es posible que hasta a veces pensemos que a Dios no le interesamos. Y es ahí justamente cuando Dios está esperando ese último gesto de entrega a él, de confianza en su amor de Padre.

Jesús responde a los discípulos, no a ella, que él no ha sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Es como un gesto de desprecio, de rechazo, como queriendo zanjar todo aquello de golpe. Pero ella insiste en su oración: "Señor, socórreme". Hay que ser humildes para aceptar a Dios. "Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos". Ante aquel grito de dolor, Cristo va a poner la última prueba. Le dice que no está bien quitarle el pan a los hijos para dárselo a los perritos. Es como un insulto. Hoy diríamos que Cristo ha pisoteado la dignidad humana de aquella persona. Pero Él sabe lo que está haciendo, y lo que está haciendo es purificar aquel corazón plenamente antes de hacer el gran milagro.

Por ello responde la mujer que también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores. Aquello doblega el corazón de Cristo que ya desde antes venía sufriendo junto con aquella mujer aquel dolor terrible que experimentaba por la enfermedad de su hija. Ya no puede más, y ante tanta humildad dice: "Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas". Y la hija quedó curada. La fe siempre lo puede todo hasta lo imposible. La fe y la humildad de una pobre mujer cananea habían doblegado el Corazón de Dios. "A los humildes Dios los bendice". ¡Cómo se llenaría de gozo el corazón de aquella mujer que ahora contemplaba a su hija curada! Diría: "Ha valido la pena pasar por esto mil veces", y tal vez no se daba cuenta del todo de que había sido su fe perseverante quien había ganado aquel duelo.

Nosotros los cristianos tenemos que aprender de esta mujer muchas cosas hermosas y bellas. A Dios se le vence con la fe, no con el orgullo. De Dios se obtiene todo no con el racionalismo, sino con la confianza. En Dios siempre encuentra uno acogida cuando se le acerca con humildad, no con auto-suficiencia. Por ello, estos ejercicios nos dan la oportunidad de revisar nuestra fe.

¿Es mi fe la primera actitud que define mi relación personal con Dios? O más bien, ¿la fe es el último recurso, cuando ya no cabe ninguna otra esperanza? A Dios le gusta que mi relación habitual, diaria, personal con Él se de siempre en el campo de la fe. Dios quiere que me fíe de Él, que tenga la suficiente confianza como para pedirle cosas de niño, que nunca ponga en duda su amor y su poder.

¿Es mi fe humilde? Parecería una contradicción porque la fe sin humildad no es tal. Pero conviene preguntarse si sé agarrarme de Dios incluso cuando no entiendo nada de nada, cuando no comprendo sus planes, cuando me resulta imposible ver su amor en algo que me ha sucedido. Entonces, tengo que hacerme pequeño y decirle a Dios: "No te entiendo, pero me fío de ti", como tuvo que hacer María al comprobar que duros er los planes de Dios sobre el modo y el cómo del Nacimiento de su Hijo, o al ignorar cómo se iba a resolver el tema de su embarazo con José, o al escuchar que una espada iba a atravesar su corazón por culpa de aquel niño que llevaba a presentar ante el Señor.

¿Es mi fe tan grande que, incluso no entendiendo nada de nada de los planes de Dios sobre mí o sobre los demás, pongo por delante siempre mi fe absoluta en Él? ¡Cómo nos gustaría escuchar de los labios del mismo Dios: "Qué grande es tu fe. Que se haga como quieres"! Hay que apostar en la vida por Dios y aceptar que Dios nos sobrepasa y nos supera. No somos nada a su lado. Todo lo que de Él venga será bienvenido. No dejemos nunca que el orgullo nos someta y dejemos de curarnos porque se nos hace humillante bañarnos en el río que nos ha aconsejado Dios cuando tenemos ríos tan bellos en nuestra tierra (2 Re 5, 1-15).

El Evangelio de la gracia, la Buena Nueva de Cristo, nos ha enseñado que la fe es fundamental en el cristiano. Incluso cuando uno ve el futuro y siente ansiedad, incluso cuando uno ve los problemas y siente impotencia, incluso cuando uno constata los graves problemas que afligen al mundo, al hombre, a la familia. No hay otra solución que la fe. Dios es más grande que todo eso. Dios es quien me garantiza mi alegría y mi salvación.

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El Presidente de la CECh, Mons. Santiago Silva, dijo que las palabras del Santo Padre “nos conforta hoy y nos reanima a continuar en este camino de corrección, de sanación y reparación, de reencuentro con nuestra misión de Iglesia Pueblo de Dios y con nuestra mirada fija en el Señor”.

Las medidas fueron elaboradas durante la 116ª Asamblea Plenaria Extraordinaria de la CECh en conjunto con vicarios pastorales, representantes de congregaciones religiosas, diáconos, laicos y trabajadores del Episcopado.

El objetivo del encuentro fue analizar las causas y raíces de la actual situación que vive la Iglesia en Chile, para luego definir algunos lineamientos a implementar en las diócesis del país.

Algunas de las medidas anunciadas por la CECH son la colaboración con las investigaciones que se realicen en la justicia penal y la publicación de toda investigación previa sobre presuntos abusos sexuales de menores.

También está la creación del Departamento de Prevención de Abusos, dependiente del Consejo Nacional de Prevención de Abusos, que tendrá la facultad de ejecutar acciones y recibir las denuncias de abusos conforme a la normativa canónica y la reposición de la lista con los nombres de los sacerdotes sentenciados civil y canónicamente por abusos de menores.

¿Vetar el Sacramento de la Confesión?

Leyes civiles que quieren prohibir este sacramento... eso suele llevar a persecuciones

Prohibir la confesión. Esta es la chocante propuesta que llega desde la India, presentada por la "Comisión Nacional para las Mujeres" que, en el informe escrito por su presidenta, Rekha Sharma, recomienda al ministerio del Interior que tome medidas para abolir lo que es definido como "una costumbre".

La petición avanzada por la comisión al poder central de Nueva Delhi está motivada por dos casos de crónica en los que son protagonistas dos religiosos que supuestamente habrían chantajeado psicológicamente a dos mujeres aprovechándose de su papel de confesores.

La supuesta incorrección de los dos sacerdotes corre el riesgo de ser utilizada como una maza ideológica contra la fe de casi veinte millones de personas.

El cardenal de Bombay: "Violaría la libertad religiosa"

Contra la propuesta de la agencia gubernamental se ha alzado la voz del cardenal Oswald Gracias, presidente de la Conferencia Episcopal del país. 

“Una medida como esta -ha dicho el arzobispo de Bombay-, sería una violación directa de nuestra libertad religiosa, garantizada por la constitución de la India".

También Mons. Soosa Pakiam, presidente del Consejo de los obispos de Kerala, el estado donde habrían tenido lugar los supuestos hechos criminales, ha dicho que la noticia de la petición enviada por Rekha Sharma ha sido un “golpe no sólo para la comunidad india, sino también para todos lo que defienden la libertad religiosa" y ha atacado a la comisión que ella preside por “abusar de sus poderes presentando una relación unilateral e irresponsable que tiene segundas intenciones”. El obispo indio se ha dirigido al secretario de la Comisión nacional para las minorías con el fin de plantear los temores de la Iglesia ante dicha situación. 

Australia: ¿ley para violar el secreto de confesión?

Las malas noticias que llegan de la India se unen a las recientes que llegan de un país occidental como Australia, donde la asamblea legislativa ha aprobado hace pocas semanas una ley que obliga a los sacerdotes a violar el secreto de confesión en los casos de abusos. Una medida que, además de ser profundamente irrespetuosa con la libertad religiosa, difícilmente podrá alcanzar el fin para que el que ha sido aprobada. De hecho, como se ha preguntado el arzobispo de Canberra y Goulburn, Christopher Prowse, “¿qué acosador sexual se confesará con un sacerdote si sabe que este puede denunciarle?".

La historia de la Iglesia está llena de sacerdotes que, con tal de no traicionar el sello sacramental de la confesión, no han tenido miedo de enfrentarse a la muerte. El ejemplo de mártires como San Mateo Correa Magallanes, torturado y asesinado porno haber querido revelar lo que le habían dicho en confesión algunos combatientes cristeros durante la revolución antieclesial de los años veinte en México, debe servir de ejemplo a todos los católicos del mundo para que rechacen las injerencias discriminatorias de comisiones estatales y órganos legislativos. La historia enseña que al poner en discusión la inviolabilidad de un secreto sacramental a golpe de leyes se acaba abriendo, inevitablemente, una fase de persecución contra la fe. Es paradójico, por tanto, que una medida que va en esta dirección sea aprobaba precisamente en Australia, un país en el que, a quien pide el visado de entrada, se le hace firmar una declaración de los valores nacionales en los que se incluye, bien visible, una mención acerca de la “libertad religiosa”. La confesión en el mundo contemporáneo

La ley australiana y la propuesta india demuestran como el de la reconciliación es, de todos los sacramentos, el más atacado. Con toda probabilidad la causa es que es el sacramento más difícilmente conciliable con el mundo contemporáneo, el más incomprensible para la mentalidad moderna.El hombre contemporáneo, inmerso en la “dictadura de la palabra”, de la que habla el cardenal Sarah en su libro La fuerza del silencio, parece haber perdido el sentido del pecado. Como decía Pío XII, precisamente en esto consiste el pecado más grande en la actualidad. Se ha debilitado, por no decir extinguido del todo, su percepción en la conciencia de los hombres. Los creyentes no son una excepción: es un riesgo recurrente la tentación de prescindir de la importancia de la culpa, de dejarse contagiar por el virus del relativismo que lleva al hombre a considerarse árbitro supremo de la propia conducta moral.

En un contexto como este, es inevitable que la confesión acabe siendo percibida como un anacronismo.Algunos estudios recientes, como el de Aldo Maria Valli titulado C'era una volta la confessione (Érase una vez la confesión), analizan y fotografían una situación de gran desafección en lo que atañe a este sacramento. Una crisis de la que fue muy consciente san Juan Pablo II el cual, comprendiendo su importancia, quiso dedicar a este tema un sínodo y una exhortación apostólica en 1984 (lea aquí en vatican.va lo que decía San Juan Pablo II al respecto).

El valor de la reconciliación

Y, sin embargo, es en la confesión donde se experimenta la misericordia de Dios, como ha subrayado el Papa Francisco. Durante su pontificado, el Papa Francisco ha insistido mucho en querer poner el sacramento de la confesión, de nuevo, en el centro de la vida de la Iglesia. Lo ha hecho con su magisterio (definiéndola una “curación para el alma y el corazón”

Tanto la Iglesia católica como la ortodoxa comparten la confesión, aunque para la segunda el sacramento no tiene ningún efecto expiatorio. Otra diferencia es el papel del confesor: a diferencia de los católicos, los ortodoxos tienen un padre espiritual, es decir, un sacerdote específico que puede ser considerado el instrumento con el que Dios ejerce la que es una verdadera “terapia del alma”. Lutero, en cambio, cuestionó el fundamento escritural de la penitencia y, con su doctrina de la justificación sólo por la fe, sostuvo que la salvación de las almas puede llegar sólo como don concedido “gratuitamente” por Dios, sin necesidad de confesiones o indulgencias, su blanco principal.

Las oposiciones del padre de la Reforma llevaron a la Iglesia católica a reaccionar en el Concilio de Trento con un decreto específico en defensa del sacramento de la penitencia, en el que se replicaba citando también los pasajes evangélicos en los que Cristo lo concedía a Pedro y a los Apóstoles. Los teólogos tridentinos confirmaron, por consiguiente, la centralidad de la confesión para la Iglesia, una exigencia especialmente relevante después de las tesis de Lutero.

Una etapa necesario en el camino

Quien hoy es llamado a emprender un camino de fe debe afrontar, precisamente, el desafío de adquirir de nuevo la conciencia del propio estado de pecado, de la necesidad de penitencia y del beneficio que puede venir de una absolución individual.

Por otra parte, el cardenal Carlo Maria Martini recordaba como “la conversión del corazón no es una realidad sencilla, puntual, sino que incluye etapas que no se pueden desatender o evitar según a uno le plazca”.

Y el sacramento de la reconciliación no es una etapa que una persona se puede permitir evitar, también porque la confesión no es en absoluto una constricción. Un concepto que Benedicto XVI expresó de manera magistral en un discurso sobre el tema dirigido, precisamente, a los sacerdotes penitenciarios en 2011: el “Papa teólogo” subrayó su valor pedagógico, tanto para el sacerdote como para el penitente. De hecho, quien absuelve tiene la posibilidad de “contemplar la acción de Dios misericordioso en la historia”. Quien se confiesa, en cambio, es educado “a la humildad del reconocimiento de la propia fragilidad y, al mismo tiempo, a la conciencia de la necesidad del perdón de Dios y a la confianza que la Gracia divina puede transformar la vida”.

"Los ídolos nos prometen libertad pero, en cambio, nos hacen sus esclavos", denunció Bergoglio, recordando el pasaje bíblico del becerro de oro, "el ídolo por excelencia". "El Pueblo de Israel estaba en el desierto, donde experimentaba una angustia vital, no tenía agua, ni alimento y esperaba a Moisés que había subido al monte para encontrar al Señor".

Pero Moisés tarda en bajar del monte, y el pueblo "se impacienta. Falta el líder, el jefe, el guía, y el pueblo quiere a un dios visible, con el que poderse identificar", recordó el Papa. "Crear una religión para sí para salir de la precariedad. Si Dios no se hace presente, hagamos un dios", lamentó.

Y construyeron un becerro de oro, "el símbolo de todos los deseos que dan la ilusión de la libertad, pero que esclavizan". De oro, "símbolo de la riqueza, el poder, el éxito, los grandes ídolos". "El pueblo quería certezas y se construyó un ídolo hecho a su medida y mudo, que no le exigiera salir de sus propias seguridades".

Un ídolo que "nace de la incapacidad de confiar en Dios, de decir que sí a Dios para que nos sostenga ante la debilidad, la incertidumbre y la precariedad", añadió el Papa, quien advirtió que "sin el primado de Dios, se cae fácilmente en la idolatría".

"Es una tentación que encontramos siempre en la Biblia", apuntó Francisco, quien insistió en que "a Dios no le costó tanto liberar al pueblo de Egipto. El gran trabajo de Dios fue sacar a Egipto, sacar la idolatría del corazón del pueblo. Y ahora, sigue trabajando para arrancarla de nuestro corazón".

Los cristianos, sin embargo, creemos en un dios que murió "frágil. Y por la puerta de la debilidad, entra la salvación de Dios. En Cristo, nuestra debilidad no es una maldición, sino la oportunidad del encuentro con otro", recalcó Bergoglio. "Esto nos permite aceptar la propia fragilidad y rechazar los ídolos de nuestro corazón", indicó.

"La idolatría nace de nuestra incapacidad de fiarnos de Dios, de reconocerlo como el Señor de nuestra vida, él único que nos puede dar la verdadera libertad. Jesucristo se hizo pobre por nosotros, abriendo la puerta de nuestra salvación, que pasa por aceptar nuestra fragilidad y rechazar los ídolos de nuestro corazón", concluyó.

Palabras en castellano del Papa:

Queridos hermanos:

Hoy continuamos la reflexión sobre el primer mandamiento del Decálogo, profundizando en la idolatría con la escena bíblica del becerro de oro, que representa el ídolo por excelencia.

El Pueblo de Israel estaba en el desierto, donde experimentaba una angustia vital, no tenía agua, ni alimento y esperaba a Moisés que había subido al monte para encontrar al Señor. El pueblo quería certezas y se construyó un ídolo hecho a su medida y mudo, que no le exigiera salir de sus propias seguridades.

Veían en la imagen del becerro un signo de fecundidad y de abundancia y a la vez de energía y fuerza, que se adaptaba perfectamente a sus necesidades. Además, lo fabricaron de oro, como símbolo de riqueza, éxito y poder, que son las tentaciones de siempre.
Los ídolos nos prometen libertad pero, en cambio, nos hacen sus esclavos. La idolatría nace de nuestra incapa

cidad de fiarnos de Dios, de reconocerlo como el Señor de nuestra vida, él único que nos puede dar la verdadera libertad. Jesucristo se hizo pobre por nosotros, abriendo la puerta de nuestra salvación, que pasa por aceptar nuestra fragilidad y rechazar los ídolos de nuestro corazón.
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Los animo a mirar a Cristo crucificado. Él nos revela el verdadero rostro de Dios y nos enseña que la debilidad no es una maldición, sino un lugar de encuentro con Dios Padre y su amor la fuente de nuestra fuerza y alegría. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.

cidad de fiarnos de Dios, de reconocerlo como el Señor de nuestra vida, él único que nos puede dar la verdadera libertad. Jesucristo se hizo pobre por nosotros, abriendo la puerta de nuestra salvación, que pasa por aceptar nuestra fragilidad y rechazar los ídolos de nuestro corazón.

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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Los animo a mirar a Cristo crucificado. Él nos revela el verdadero rostro de Dios y nos enseña que la debilidad no es una maldición, sino un lugar de encuentro con Dios Padre y su amor la fuente de nuestra fuerza y alegría. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias. 

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