El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo»
- 12 Agosto 2018
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OMELLA PRESIDE EL AÑO JUBILAR EN EL CONVENTO DE LAS CLARISAS DE SORIA
Francisco, a las clarisas: "Sean un oasis de paz y alegría en nuestro mundo"
"Adorar que no es otra cosa que callar, contemplar en silencio, dejar que la mirada de Dios nos penetre"
Redacción, 11 de agosto de 2018 a las 15:13
Omella preside el Año Jubilar en el convento de las clarisas de SoriaOsma-Soria
Las HH. Clarisas de Soria han clausurado el Año Jubilar con motivo de los 75 años de Exposición permanente de Jesús Eucaristía en su Monasterio
(Rubén Tejedor, diócesis Osma-Soria).- "Siguiendo el ejemplo de Santa Clara de Asís y de la Venerable Clara de la Concepción [...] sean un oasis de paz y alegría en nuestro mundo y un ejemplo elocuente de los bienes eternos". Es el deseo del Papa Francisco a las HH. Clarisas de Soria que hoy han clausurado el Año Jubilar con motivo de los 75 años de Exposición permanente de Jesús Eucaristía en su Monasterio.
Francisco ha querido hacerse presente en el acto de clausura y cierre de la Puerta Santa por medio de un hermoso mensaje enviado a través del Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado del Vaticano, y leído al final de la celebración por el Obispo de Osma-Soria, Mons. Abilio Martínez Varea. Una ceremonia que arrancaba al mediodía y que ha estado presidida por el Arzobispo de Barcelona, el Cardenal Juan José Omella Omella; junto a él han concelebrado, entre otros, el prelado oxomense-soriano, los abades de Santa María de Huerta y Leyre así como medio centenar de presbíteros.
Los fieles de Soria abarrotaban las naves del templo, que lucía sus mejores galas, y recibían emocionados las palabras del Santo Padre que les impartía la Bendición Apostólica y se unía a la "acción de gracias al Señor por este tiempo de profundización en la fe y de búsqueda de un mayor acercamiento a los sacramentos, especialmente a la Reconciliación y a la Eucaristía".
El Arzobispo metropolitano de Barcelona, el Cardenal Juan José Omella Omella, presidirá la clausura del Año Jubilar concedido por el Papa Francisco a las HH. Clarisas de Soria.
2:08 - 7 ago. 2018
El Cardenal Omella clausurará el Año Jubilar concedido a las HH. Clarisas de Soria
La Diócesis se prepara para la clausura del Año Jubilar concedido por el Papa Francisco
En su homilía, el Cardenal Omella daba gracias "por tantas gracias derramadas a lo largo de estos 75 años a través de esa presencia silenciosa, pero real, del Señor en el corazón de esta hermosa ciudad de Soria" y definía la Eucaristía como un "impresionante milagro de amor por nosotros, por toda la humanidad". "Nos cuesta entender y aceptar esa humildad de Dios, esa pequeñez y fragilidad de verle presente en un trocito de paz, en la Eucaristía. Ante esa fragilidad y pequeñez no nos queda sino acoger, adorar y alabar. Y eso es lo que hacéis vosotras, Hermanas Clarisas, y eso es lo que hace la gente que viene a estar junto al Señor expuesto permanentemente", proclamaba el Cardenal de Barcelona.
Según Mons. Omella Omella, "ante esa inmensidad de amor de Dios presente en la Eucaristía no queda sino adorar. Adorar que no es otra cosa que callar, contemplar en silencio, dejar que la mirada de Dios nos penetre. Porque, como dice muy bien san Juan de la Cruz, «el mirar de Dios es amar». Y, en esa adoración, Dios va haciendo su trabajo y nos va transformando. Y sentimos, aunque no lo sepamos expresar con palabras, el consuelo de Dios, la paz de Dios, el gozo infinito de ser hijos de Dios. Y, por eso, el otro movimiento que brota de nuestro corazón es la alabanza, la acción de gracias, el canto jubiloso".
Y concluía: "Pidamos a Santa Clara que nos enseñe a mirar todo con ojos agradecidos porque todo es don, regalo de Dios, y que no perdamos el tiempo en criticar, refunfuñar y protestar o criticarlo todo. Y pidámosle también que no falten personas que sigan manteniendo esa hermosa actividad misionera que es la adoración permanente en el Monasterio. Que no falten en Soria centinelas en la noche del mundo sin luz que nos recuerden que la verdadera luz y el sentido de la vida se encuentran en Cristo, Pan vivo y verdadero, alimento de nuestras almas y verdadero fármaco de eternidad".
Al finalizar la Santa Misa, el Cardenal Omella ha rendido un sencillo homenaje a la Venerable Madre Clara de la Concepción, promotora de la Exposición permanente de la Eucaristía en el Monasterio de Soria, depositando un centro de flores ante su sepulcro que conserva su cuerpo incorrupto. Hecho esto, junto con el Obispo de Osma-Soria, ha cerrado la Puerta Santa que, hoy hace un año, abría Mons. Martínez Varea.
Mensaje del Papa. El Papa Francisco saluda con afecto a Vuestra Excelencia, como también al Señor Cardenal Juan José Omella Omella, Arzobispo de Barcelona, y a todos los sacerdotes, consagrados y demás pueblo fiel, que participan en la clausura del Año Jubilar del convento de Santo Domingo, de las Hermanas Pobres de Santa Clara, en Soria.
Así mismo, el Santo Padre se une a su acción de gracias al Señor por este tiempo de profundización en la fe y de búsqueda de un mayor acercamiento a los sacramentos, especialmente a la Reconciliación y a la Eucaristía, y los exhorta a que siguiendo el ejemplo de Santa Clara de Asís y de la Venerable Clara de la Concepción puedan avanzar en la senda de la santidad siendo un oasis de paz y alegría en nuestro mundo y un ejemplo elocuente de los bienes eternos. Con estos sentimientos, Su Santidad invoca sobre cuantos participan en esa solemne celebración la protección de Nuestra Señora del Espino, a la vez que les imparte de corazón la implorada Bendición Apostólica.
Cardenal Pietro Parolín
Secretario de Estado de Su Santidad
Atraídos por el Padre hacia Jesús
Según el relato de Juan, Jesús repite cada vez de manera más abierta que viene de Dios para ofrecer a todos un alimento que da vida eterna. La gente no puede seguir escuchando algo tan escandaloso sin reaccionar. Conocen a sus padres. ¿Cómo puede decir que viene de Dios?
A nadie nos puede sorprender su reacción. ¿Es razonable creer en Jesucristo? ¿Cómo podemos creer que en ese hombre concreto, nacido poco antes de morir Herodes el Grande y conocido por su actividad profética en la Galilea de los años treinta, se ha encarnado el Misterio insondable de Dios?
Jesús no responde a sus objeciones. Va directamente a la raíz de su incredulidad: «No sigáis murmurando». Es un error resistirse a la novedad radical de su persona obstinándose en pensar que ya saben todo acerca de su verdadera identidad. Les indicará el camino que pueden seguir.
Jesús presupone que nadie puede creer en él si no se siente atraído por su persona. Es cierto. Tal vez, desde nuestra cultura, lo entendemos hoy mejor. No nos resulta fácil creer en doctrinas o ideologías. La fe y la confianza se despiertan en nosotros cuando nos sentimos atraídos por alguien que nos hace bien y nos ayuda a vivir.
Pero Jesús les advierte de algo muy importante: «Nadie puede aceptarme si el Padre, que me ha enviado, no se lo concede». La atracción hacia Jesús la produce Dios mismo. El Padre que lo ha enviado al mundo despierta nuestro corazón para que nos acerquemos a Jesús con gozo y confianza, superando dudas y resistencias.
Por eso hemos de escuchar la voz de Dios en nuestro corazón y dejarnos conducir por él hacia Jesús. Dejarnos enseñar dócilmente por ese Padre, Creador de la vida y Amigo del ser humano: «Todo el que escucha al Padre y recibe su enseñanza me acepta a mí».
La afirmación de Jesús resulta revolucionaria para aquellos judíos. La tradición bíblica decía que el ser humano escucha en su corazón la llamada de Dios a cumplir fielmente la Ley. El profeta Jeremías había proclamado así la promesa de Dios: «Yo pondré mi Ley dentro de vosotros y la escribiré en vuestro corazón».
Las palabras de Jesús nos invitan a vivir una experiencia diferente. La conciencia no es solo el lugar recóndito y privilegiado en el que podemos escuchar la Ley de Dios. Si en lo íntimo de nuestro ser nos sentimos atraídos por lo bueno, lo hermoso, lo noble, lo que hace bien al ser humano, lo que construye un mundo mejor, fácilmente nos sentiremos invitados por Dios a sintonizar con Jesús.
José Antonio Pagola
Domingo 19 Tiempo ordinario - B (Juan 6,41-51)
12 de agosto 2018
¿ES RAZONABLE CREER EN JESUCRISTO?
Atraídos por el Padre hacia Jesús
Reflexión dominical de José Antonio Pagola
José Antonio Pagola, 09 de agosto de 2018 a las 09:21
Jesus camino
Si en lo íntimo de nuestro ser nos sentimos atraídos por lo bueno, lo hermoso, lo noble, lo que hace bien al ser humano, lo que construye un mundo mejor, fácilmente nos sentiremos invitados por Dios a sintonizar con Jesús
(José Antonio Pagola).- Según el relato de Juan, Jesús repite cada vez de manera más abierta que viene de Dios para ofrecer a todos un alimento que da vida eterna. La gente no puede seguir escuchando algo tan escandaloso sin reaccionar. Conocen a sus padres. ¿Cómo puede decir que viene de Dios?
A nadie nos puede sorprender su reacción.¿Es razonable creer en Jesucristo? ¿Cómo podemos creer que en ese hombre concreto, nacido poco antes de morir Herodes el Grande y conocido por su actividad profética en la Galilea de los años treinta, se ha encarnado el Misterio insondable de Dios?
Jesús no responde a sus objeciones. Va directamente a la raíz de su incredulidad: «No sigáis murmurando». Es un error resistirse a la novedad radical de su persona obstinándose en pensar que ya saben todo acerca de su verdadera identidad. Les indicará el camino que pueden seguir.
Jesús presupone que nadie puede creer en él si no se siente atraído por su persona. Es cierto. Tal vez, desde nuestra cultura, lo entendemos hoy mejor. No nos resulta fácil creer en doctrinas o ideologías.La fe y la confianza se despiertan en nosotros cuando nos sentimos atraídos por alguien que nos hace bien y nos ayuda a vivir.
Pero Jesús les advierte de algo muy importante: «Nadie puede aceptarme si el Padre, que me ha enviado, no se lo concede». La atracción hacia Jesús la produce Dios mismo. El Padre que lo ha enviado al mundo despierta nuestro corazón para que nos acerquemos a Jesús con gozo y confianza, superando dudas y resistencias.
Por eso hemos de escuchar la voz de Dios en nuestro corazón y dejarnos conducir por él hacia Jesús. Dejarnos enseñar dócilmente por ese Padre, Creador de la vida y Amigo del ser humano: «Todo el que escucha al Padre y recibe su enseñanza me acepta a mí». La afirmación de Jesús resulta revolucionaria para aquellos judíos. La tradición bíblica decía que el ser humano escucha en su corazón la llamada de Dios a cumplir fielmente la Ley. El profeta Jeremías había proclamado así la promesa de Dios: «Yo pondré mi Ley dentro de vosotros y la escribiré en vuestro corazón». Las palabras de Jesús nos invitan a vivir una experiencia diferente. La conciencia no es solo el lugar recóndito y privilegiado en el que podemos escuchar la Ley de Dios. Si en lo íntimo de nuestro ser nos sentimos atraídos por lo bueno, lo hermoso, lo noble, lo que hace bien al ser humano, lo que construye un mundo mejor, fácilmente nos sentiremos invitados por Dios a sintonizar con Jesús. José Antonio Pagola
XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, “B”
(1Re 19,4-8; Sal 33; Ef 4, 30-5,2; Jn 6, 41-51)
COMENTARIO
Un domingo más, la Liturgia de la Palabra nos ofrece en el Evangelio el discurso de Jesús, llamado del Pan de Vida. En un contexto de profecía se alude al pasaje en el que se describe a Elías, echado en el suelo, desesperanzado, en medio del desierto, sin ganas de vivir ni de continuar predicando contra corriente.
En el pasaje del Antiguo Testamento, aparece la figura del ángel consolador, quien se dirige al profeta de manera enérgica repitiendo la expresión: “Levántate y come”. Gracias a la obediencia al ángel del Señor, Elías va a superar la crisis existencial.
Si aplicamos el relato del libro de los Reyes a nuestras posibles circunstancias, es fácil que nos sintamos reflejados en el agotamiento, el cansancio y el desánimo que padece el profeta, y que este tiempo de verano y de intenso calor acreciente la desgana. Incluso en los días de vacaciones puede aflorar la fatiga acumulada y el miedo al retorno.
Si Elías se incorporó y prosiguió el camino en pleno desierto gracias a la comida y a la bebida que le ofreció el ángel, ¡cuánta mayor fuerza recibiremos si participamos del banquete de la Eucaristía, donde el Señor se nos da como alimento que sacia y fortalece!
No es indiferente que por tres veces diga Jesús: “Yo soy el pan”; dos veces, el “Pan bajado del cielo” y una vez: “el pan de vida”. Además, si sumamos las veces que aparece la palabra pan, encontramos que se alude de alguna manera a ella siete veces.
Esta repetición es muy significativa y refuerza el ofrecimiento que hace Jesús para alimentarnos y librarnos del tedio.
Cada vez que recuerdo el dato, que escuché directamente a un profesor de la NASA, de que algunos astronautas católicos habían pedido permiso para llevar la Eucaristía en la nave espacial, y así poder comulgar, me emociono. Ya no es el ángel quien sale al camino, como canta el salmista: “El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege.” Es el mismo Cristo quien nos promete el abastecimiento para no perecer en el camino.
Solo me queda tomar las palabras del salterio: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”. Después de haber hecho el Camino de Santiago durante 25 años, sé lo que significa un trago de agua a tiempo y un bocado de pan y el riesgo de que te dé un mareo si te deshidratas. Jesús se ofrece como comida y como bebida que sacia y fortalece.
Quiero compartir una experiencia del camino. Estaba en la fila de los que deseaban contemplar el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago, y de pronto me fijé en que el joven que estaba delante de mí llevaba un tatuaje en el pie con el texto: 1Cor XIII. Le dije, sorprendido: “¡Llevas una cita bíblica!” Y me respondió: “Si, el Amor no pasa nunca”. Y me despedía de él después de la visita deseándole: “Que sigas siempre enamorado”.
Santa Juana Francisca Chantal
Celebrado el 12 de agosto
Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal, viuda y fundadora
fecha: 12 de agosto
fecha en el calendario anterior: 21 de agosto
n.: 1572 - †: 1641 - país: Francia
canonización: B: Benedicto XIV 1751 - C: Clemente XIII 1767
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal, religiosa, que, primero madre de familia, educó piadosamente a los seis hijos que tuvo como fruto de su cristiano matrimonio y, muerto su esposo, bajo la dirección de san Francisco de Sales abrazó con decisión el camino de la perfección, dedicándose a las obras de caridad, en especial para con los pobres y enfermos, y dio inicio a la Orden de la Visitación, que dirigió también prudentemente. Su muerte tuvo lugar en Moulins, junto al río Aller, cercano a Nevers, en Francia, el día trece de diciembre.
El padre de santa Juana de Chantal era Benigno Frémiot, presidente del parlamento de Borgoña. El señor Frémiot había quedado viudo cuando sus hijos eran todavía pequeños, pero no ahorró ningún esfuerzo para educarlos en la práctica de la virtud y prepararlos para la vida. Juana, que recibió en la confirmación el nombre de Francisca, fue sin duda la que mejor supo aprovechar esa magnífica educación. Cuando la joven tenía veinte años, su padre, que la amaba tiernamente, la concedió en matrimonio al barón de Chantal, Cristóbal de Rabutin. El barón tenía veintisiete años, era oficial del ejército francés y contaba con un largo historial de victoriosos duelos; su madre descendía de la beata Humbelina. El matrimonio tuvo lugar en Dijon y Juana Francisca partió con su marido a Bourbilly. Desde la muerte de su madre, el barón no había llevado una vida muy ordenada, de suerte que la servidumbre de su casa se había acostumbrado a cierta falta de disciplina; en consecuencia, el primer cuidado de la flamante baronesa fue establecer el orden en su casa. Los tres primeros hijos del matrimonio murieron poco después de nacer; pero los jóvenes esposos tuvieron después un niño y tres niñas que vivieron. Por otra parte, poseían cuanto puede constituir la felicidad a los ojos del mundo y procuraban corresponder a tantas bendiciones del cielo. Cuando su marido se hallaba ausente, la baronesa se vestía en forma muy modesta y, si alguien le preguntase por qué, ella respondía: «Los ojos de aquél a quien quiero agradar están a cien leguas de aquí». Las palabras que san Francisco de Sales dijo más tarde sobre santa Juana Francisca podían aplicársele ya desde entonces: «La señora de Chantal es la mujer fuerte que Salomón no podía encontrar en Jerusalén».
Pero la felicidad de la familia sólo duró nueve años. En 1601, el barón de Chantal salió de cacería con su amigo, el señor D'Aulézy, quien accidentalmente le hirió en la parte superior del muslo. El barón sobrevivió nueve días, durante los cuales sufrió un verdadero martirio a manos de un cirujano muy torpe y recibió los últimos sacramentos con ejemplar resignación. La baronesa había vivido exclusivamente para su esposo, de modo que el lector puede suponer fácilmente su dolor al verse viuda a los veintiocho años. Durante cuatro meses estuvo sumida en el más profundo dolor, hasta que una carta de su padre le recordó sus obligaciones para con sus hijos. Para demostrar que había perdonado de corazón al señor D'Aulézy, la baronesa le prestó cuantos servicios pudo y fue madrina de uno de sus hijos. Por otra parte, redobló sus limosnas a los pobres y consagró su tiempo a la educación e instrucción de sus hijos. Juana pedía constantemente a Dios que le diese un guía verdaderamente santo, capaz de ayudarla a cumplir perfectamente su voluntad. Una vez, mientras repetía esta oración, vio súbitamente a un hombre cuyas facciones y modo de vestir reconocería más tarde, al encontrar en Dijon a san Francisco de Sales. En otra ocasión, se vio a sí misma en un bosquecillo, tratando en vano de encontrar una iglesia. Por aquel medio, Dios le dio a entender que el amor divino tenía que consumir la imperfección del amor propio que había en su corazón y que se vería obligada a enfrentarse con numerosas dificultades.
La futura santa fue a pasar el año del luto en Dijon, en casa de su padre. Más tarde, se transladó con sus hijos a Monthelon, cerca de Autun, donde habitaba su suegro, que tenía ya setenta y cinco años. Desde entonces, cambió su hermosa y querida casa de Bourbilly por un viejo castillo.
A pesar de que su suegro era un anciano vanidoso, orgulloso y extravagante, dominado por una ama de llaves insolente y de mala reputación, la noble dama no pronunció jamás una sola palabra de queja y se esforzó por mostrarse alegre y amable. En 1604, san Francisco de Sales fue a predicar la cuaresma a Dijon y Juana se transladó ahí con su suegro para oír al famoso predicador. Al punto reconoció en él al hombre que había vislumbrado en su visión y comprendió que era el director espiritual que tanto había pedido a Dios. San Francisco cenaba frecuentemente en casa del padre de Juana Francisca y ahí se ganó, poco a poco, la confianza de ésta. Ella deseaba abrirle su corazón, pero la retenía un voto que había hecho por consejo de un director espiritual indiscreto, de no abrir su conciencia a ningún otro sacerdote. Pero no por ello dejó de sacar gran provecho de la presencia del santo obispo, quien a su vez se sintió profundamente impresionado por la piedad de Juana Francisca. En cierta ocasión en que se había vestido más elegantemente que de ordinario, san Francisco de Sales le dijo: «¿Pensáis casaros de nuevo?» «De ninguna manera, Excelencia», replicó ella. «Entonces os aconsejo que no tentéis al diablo», le dijo el santo. Juana Francisca siguió el consejo.
Después de vencer sus escrúpulos sobre su voto indiscreto, la santa consiguió que Francisco de Sales aceptara dirigirla. Por consejo suyo, moderó un tanto sus devociones y ejercicios de piedad para poder cumplir con sus obligaciones mundanas én tanto que vivía con su padre o con su suegro. Lo hizo con tanto éxito, que alguien dijo de ella: «Esta dama es capaz de orar todo el día sin molestar a nadie». De acuerdo con una estricta regla de vida, consagrada la mayor parte de su tiempo a sus hijos, visitaba a los enfermos pobres de los alrededores y pasaba en vela noches enteras junto a los agonizantes. La bondad y mansedumbre de su carácter mostraban hasta qué punto había secundado las exigencias de la gracia, porque en su naturaleza firme y fuerte había cierta dureza y rigidez que sólo consiguió vencer del todo al cabo de largos años de oración, sufrimiento y paciente sumisión a la dirección espiritual. Tal fue la obra de san Francisco de Sales, a quien Juana Francisca iba a ver, de cuando en cuando, a Annecy, en Saboya, y con quien sostenía una nutrida correspondencia. El santo la moderó mucho en materia de mortificaciones corporales, recordándole que san Carlos Borromeo, «cuya libertad de espíritu tenía por base la verdadera caridad», no vacilaba en brindar con sus vecinos, y que san Ignacio de Loyola había comido tranquilamente carne los viernes por consejo de un médico, «en tanto que un hombre de espíritu estrecho hubiese discutido esa orden cuando menos durante tres días». San Francisco de Sales no permitía que su dirigida olvidase que estaba todavía en el mundo, que tenía un padre anciano y, sobre todo, que era madre; con frecuencia le hablaba de la educación de sus hijos y moderaba su tendencia a ser demasiado estricta con ellos. En esta forma, los hijos de Juana Francisca se beneficiaron de la dirección de san Francisco de Sales tanto como su madre.
Durante algún tiempo, la señora de Chantal se sintió inclinada a la vida conventual por varios motivos, entre los que se contaba la presencia de las carmelitas en Dijon. San Francisco de Sales, después de algún tiempo de consultar el asunto con Dios, le habló en 1607 de su proyecto de fundar la nueva Congregación de la Visitación. Santa Juana acogió gozosamente el proyecto; pero la edad de su padre, sus propias obligaciones de familia y la situación de los asuntos de su casa constituían, por el momento, obstáculos que la hacían sufrir. Juana Francisca respondió a su director que la educación de sus hijos exigía su presencia en el mundo, pero el santo le respondió que sus hijos ya no eran niños y que desde el claustro podría velar por ellos tal vez con más fruto, sobre todo si tomaba en cuenta que los dos mayores estaban ya en edad de «entrar en el mundo». En esa forma, lógica y serena, resolvió san Francisco de Sales todas las dificultades de la señora de Chantal. Antes de abandonar el mundo, Juana Francisca casó a su hija mayor con el barón de Thorens, hermano de san Francisco de Sales, y se llevó consigo al convento a sus dos hijas menores; la primera murió al poco tiempo, y la segunda se caso más tarde con el señor de Toulonjon. Celso Benigno, el hijo mayor, quedó al cuidado de su abuelo y de varios tutores. Después de despedirse de sus amistades, Juana fue a decir adiós a Celso Benigno. El joven, que había tratado en vano de apartarla de su resolución, se tendió por tierra ante el dintel de la puerta de la habitación para cerrarle la salida, pero la santa no se dejó vencer por la tentación de escoger la solución más fácil y pasó sobre el cuerpo de su hijo. Frente a la casa la esperaba su anciano padre. Juana Francisca se postró de rodillas y, llorando, le pidió su bendición. El anciano le impuso las manos y le dijo: «No puedo reprocharte lo que haces. Ve con mi bendición. Te ofrezco a Dios como Abraham le ofreció a Isaac, a quien amaba tanto como yo a ti. Ve a donde Dios te llama y sé feliz en Su casa. Ruega por mí». La santa inauguró el nuevo convento el domingo de la Santísima Trinidad de 1610, en una casa que san Francisco de Sales le había proporcionado, a orillas del lago de Annecy. Las primeras compañeras de Juana Francisca fueron María Favre, Carlota de Bréchard y una sirvienta llamada Ana Coste. Pronto ingresaron en el convento otras diez religiosas. Hasta ese momento, la congregación no tenía todavía nombre y la única idea clara que san Francisco de Sales poseía sobre su finalidad, era que debía servir de puerto de refugio a quienes no podían ingresar en otras congregaciones y que las religiosas no debían vivir en clausura para poder consagrarse con mayor facilidad a las obras de apostolado y caridad.
Naturalmente, la idea provocó fuerte oposición por parte de los espíritus estrechos e incapaces de aceptar algo nuevo. San Francisco de Sales acabó por modificar sus planes y aceptar la clausura para sus religiosas. A las reglas de San Agustín añadió unas constituciones admirables por su sabiduría y moderación, «no demasiado duras para los débiles y no demasiado suaves para los fuertes». Lo único que se negó a cambiar fue el nombre de "Congregación de la Visitación de Nuestra Señora", y santa Juana Francisca le exhortó a no hacer concesiones en ese punto. El santo quería que la humildad y la mansedumbre fuesen la base de la observancia. «Pero en la práctica -decía a sus religiosas- la humildad es la fuente de todas las otras virtudes; no pongáis límites a la humildad y haced de ella el principio de todas vuestras acciones». Para bien de santa Juana y de las hermanas más experimentadas, el santo obispo escribió el «Tratado del amor de Dios». Santa Juana progresó tanto en la virtud bajo la dirección de san Francisco de Sales, que éste le permitió que hiciese el voto de que, en todas las ocasiones, realizaría lo que juzgase más perfecto a los ojos de Dios. Inútil decir que la santa gobernó prudentemente su comunidad, inspirándose en el espíritu de su director.
La madre de Chantal tuvo que salir frecuentemente de Annecy, tanto para fundar nuevos conventos como para cumplir con sus obligaciones de familia. Un año después de la toma de hábito, se vio obligada a pasar tres meses en Dijon, con motivo de la muerte de su padre, para poner en orden sus asuntos. Sus parientes aprovecharon la ocasión para intentar hacerla volver al mundo. Una mujer imaginativa exclamó al verla: «¿Cómo podéis sepultaron en dos metros de tela basta? Deberíais hacer pedazos ese velo». San Francisco de Sales le escribió entonces las palabras decisivas: «Si os hubiéseis casado de nuevo con algún señor de Gascuña o de Bretaña, habríais tenido que abandonar a vuestra familia y nadie habría opuesto en ese caso la menor objeción ...» Después de la fundación de los conventos de Lyon, Moulins, Grénoble y Bourges, san Francisco de Sales, que estaba entonces en París, mandó llamar a la madre de Chantal para que fundase un convento en dicha ciudad. A pesar de las intrigas y la oposición, santa Juana Francisca consiguió fundarlo en 1619. Dios la sostuvo, le dio valor y la santa se ganó la admiración de sus más acerbos opositores con su paciencia y mansedumbre. Ella misma gobernó durante tres años el convento de París, bajo la dirección de san Vicente de Paul y ahí conoció a Angélica Arnauld, la abadesa de Port-Royal, quien no consiguió permiso de renunciar a su cargo e ingresar en la Congregación de la Visitación. En 1622, murió san Francisco de Sales y su muerte constituyó un rudo golpe para la madre de Chantal; pero su conformidad con la voluntad divina le ayudó a soportarlo con invencible paciencia. El santo fue sepultado en el convento de la Visitación de Annecy. En 1627, murió Celso Benigno en la isla de Ré, durante las batallas contra los ingleses y los hugonotes; el hijo de la santa, que no tenía sino treinta y un años, dejaba a su esposa viuda y con una hijita de un año, la que con el tiempo sería la célebre Madame de Sévigné. Santa Juana Francisca recibió la noticia con heroica fortaleza y ofreció su corazón a Dios, diciendo: «Destruye, corta y quema cuanto se oponga a tu santa voluntad».
El año siguiente, se desató una terrible peste, que asoló Francia, Saboya y el Piamonte, y diezmó varios conventos de la Visitación. Cuando la peste llegó a Annecy, la santa se negó a abandonar la ciudad, puso a la disposición del pueblo todos los recursos de su convento y espoleó a las autoridades a tomar medidas más eficaces para asistir a los enfermos. En 1632, murieron la viuda de Celso Benigno, Antonio de Toulonjon (el yerno de la santa, a quien ésta quería mucho) y el P. Miguel Favre, quien había sido el confesor de san Francisco y era muy amigo de las visitandinas. A estas pruebas se añadieron la angustia, la oscuridad y la sequedad espiritual, que en ciertos momentos eran casi insoportables, como lo prueban algunas cartas de Santa Juana Francisca. Dios permite con frecuencia que las almas que le son más queridas atraviesen por largos períodos de bruma, oscuridad y angustia; pero a través de ellos las lleva con mano segura a las fuentes de la felicidad y al centro de la luz. En los años de 1635 y 1636, la santa visitó todos los conventos de la Visitación, que eran ya sesenta y cinco, pues muchos de ellos no habían tenido aún el consuelo de conocerla. En 1641, fue a Francia para ver a Madame de Montmorency en una misión de caridad. Ese fue su último viaje. La reina Ana de Austria la convidó a París, donde la colmó de honores y distinciones, con gran confusión por parte de la homenajeada. Al regreso, cayó enferma en el convento de Moulins, donde murió el 13 de diciembre de 1641, a los sesenta y nueve años de edad. Su cuerpo fue transladado a Annecy y sepultado cerca del de san Francisco de Sales. La canonización de santa Juana Francisca tuvo lugar en 1767. San Vicente de Paul dijo de ella: «Era una mujer de gran fe y, sin embargo, tuvo tentaciones contra la fe toda su vida. Aunque aparentemente había alcanzado la paz y tranquilidad de espíritu de las almas virtuosas, sufría terribles pruebas interiores, de las que me habló varias veces. Se veía tan asediada de tentaciones abominables, que tenía que apartar los ojos de sí misma para no contemplar ese espectáculo insoportable. La vista de su propia alma la horrorizaba como si se tratase de una imagen del infierno. Pero en medio de tan grandes sufrimientos jamás perdió la serenidad ni cejó en la plena fidelidad que Dios le exigía. Por ello, la considero como una de las almas más santas que me haya sido dado encontrar sobre la tierra».
Aparte de los escritos y la correspondencia de la santa y de las cartas de san Francisco de Sales, las fuentes biográficas más importantes son las Mémoires de la Madre de Chaugy. Dicha obra constituye el primer volumen de la colección Sainte Chantal, sa vie et ses oeuvres (1874-1879, 8 vols.). Las cartas de san Francisco se hallan en la imponente edición de sus obras (20 vols.), publicada por las religiosas de la Visitación de Annecy; naturalmente, las cartas de san Francisco son muy importantes por la luz que arrojan sobre los orígenes de la Congregación de la Visitación. Además, la fundadora tuvo la suerte de encontrar en los tiempos modernos, un biógrafo ideal: la Histoire de Sainte Chantal et des origines de la Visitation de Mons. Bougaud resulta ser una de las obras maestras de la hagiografía.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
"SI NO NOS OPONEMOS AL MAL, LO ALIMENTAMOS (…) ES BUENO NO HACER EL MAL, PERO ES MALO NO HACER EL BIEN"
Francisco: "El cristiano no puede ser hipócrita, tiene que vivir de manera coherente"
El Papa despide a decenas de miles de jóvenes italianos en el Angelus de la plaza de San Pedro
Jesús Bastante, 12 de agosto de 2018 a las 12:19
"Si no nos oponemos al mal, lo alimentamos (…) Es bueno no hacer el mal, pero es malo no hacer el bien"RD
No es suficiente no odiar, es necesario perdonar; no es suficiente no guardar rencor, debemos orar por los enemigos; no es suficiente no ser causa de división, debemos traer paz donde no existe
(Jesús Bastante).- "Si no nos oponemos al mal, lo alimentamos (...) Es bueno no hacer el mal, pero es malo no hacer el bien". El Papa Francisco se despidió este mediodía de los más de 70.000 jóvenes italianos, que han peregrinado a la Ciudad Eterna como preparación del Sínodo de la Juventud de octubre.
Durante el Angelus, Francisco dejó claro que "el cristiano no puede ser hipócrita, tiene que vivir de manera coherente", renunciando al mal, lo que "significa decir no al pecado, a las tentaciones, a Satanás, a una cultura de la muerte", que no deja de ser "una huida de la realidad representada en el fraude, la mentira o el desprecio del otro".
Así, Bergoglio animó a "rechazar una conducta dominada por la división y la discordia", vicios que "envenenan el corazón y conducen a improperios contra Dios y el prójimo". Por eso, "no es suficiente no hacer el mal para ser un buen cristiano. Es necesario adherirse a la bondad de hcer el bien".
"Algunos dice: 'No lastimo a nadie, y me creo que soy un santo'. ¿Y el bien cuándo lo hacen?", se preguntó el Papa, que advirtió cómo "sus vidas fluyen en la apatía, la tibieza. Esta actitud es contraria el Evangelio y a la naturaleza de los jóvenes, que son apasionados, dinámicos y valientes"
"Recuerden esto: es bueno no hacer el mal, pero es malo no hacer el bien", subrayó Francisco, quien pidió a los jóvenes que "desempeñen el papel de liderazgo para un mundo mejor", porque "cada uno es culpable del bien que él podía hacer y lo que no hizo".
"No es suficiente no odiar, es necesario perdonar; no es suficiente no guardar rencor, debemos orar por los enemigos; no es suficiente no ser causa de división, debemos traer paz donde no existe; no es suficiente no hablar mal de los demás, debemos parar cuando escuchamos a alguien hablar mal", culminó el Papa, recordando que "si no nos oponemos al mal, lo alimentamos tácitamente. Es necesario intervenir donde el mal se propaga; porque el mal se extiende donde no hay cristianos atrevidos que se oponen con el bien".
El escándalo de un Pan; XIX Domingo Ordinario
Seguir a Jesús y creer en él, es tener vida eterna desde ahora. Él es el pan de esa vida.
Lecturas:
I Reyes 19, 4-8: “Con la fuerza de aquel alimento, caminó hasta el monte de Dios”.
Salmo 33: “Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor”.
Efesios 4, 30-5,2: “Vivan amando como Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros”.
San Juan 6, 41-51: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”
El hambre sigue vigente en nuestra patria. No bastan declaraciones para dar de comer, no bastan buenos deseos para saciar la necesidad. La vida y el pan son los primeros derechos de la persona. Un pan y un jarro de agua levantaron a Elías de su postración. El Pan vivo de dignidad, el Agua de justicia y de verdad, podrán levantar al más pobre de los pueblos. Hoy Cristo nos dice que Él es ese pan que da vida y que levanta en dignidad.
Cuando Cristo proclama: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”, suscita muchas controversias y la murmuración de los dirigentes del pueblo. No es lo que esperan de un Mesías y su propuesta de vida no coincide con las expectativas tan largamente esperadas. Que se presente ahora como el “pan” y que se diga “bajado del cielo” causa escándalo y para ellos no tiene explicación. Lo conocen desde su infancia, saben quiénes son sus padres y miran sólo su dimensión humana. No tiene ninguna relación con las promesas del Padre y con el proyecto de justicia revelado desde antiguo. Sin embargo, en esta autopresentación Jesús se nos manifiesta como la respuesta a las necesidades y esperanzas del ser humano y la única condición que impone es la fe.
Seguir a Jesús y creer en él, es tener vida eterna desde ahora. Jesús es el pan de esa vida, la alimenta con su testimonio, con su enseñanza y con la entrega de su existencia. San Juan utiliza esta figura del escándalo y del no poder ver más allá de la dimensión humana de Jesús, para dar a conocer la misión que encierra la persona y la obra del Maestro. La humanidad de Jesús se presenta como fuente de fe y como fuente de vida para su pueblo.
Nosotros hemos hecho consistir la felicidad y la vida digna en cosas externas, como si los bienes y las apariencias pudieran llenar y satisfacer nuestros deseos de eternidad e inmortalidad. Cristo se presenta como el pan, muy concreto, en una realidad que choca a sus paisanos; pero además, proclama que da vida eterna porque nos lanza a mirar más allá, en lo profundo del corazón. La humanidad de Jesús nos debe llevar a valorar el hambre y la sed concretas e históricas en el camino de la vida. No puede haber vida digna cuando se muere de hambre y se sufren las consecuencias y enfermedades de la pobreza y la miseria. Pero no podemos conformarnos con llenar el estómago y dejar vacío el espíritu. Jesús propone asumir el paso de la vida humana con un total compromiso. El alimento, que es indispensable para vivir, es utilizado como metáfora para hacer ver que más allá de la dimensión humana de cada persona hay otra dimensión que requiere también ser alimentada. El ser humano, llamado a trascenderse a sí mismo, tiene que esforzarse también continuamente para que su ciclo de vida no se quede sólo en lo material. Conocer a Jesús, creer en él, es asumir su misma propuesta de una vida digna e íntegra para cada hombre y para todos los hombres.
Creer en Jesús es asumirlo como el pan diario, partido y compartido. Seguirlo es creer que, roto, puede dar unidad e integración a toda persona. Ser su discípulo es creer que hecho migaja se convierte en banquete de pobres y mendigos. El escándalo del pan, que causa murmuración de los judíos, es este Jesús que nos dice que compartiendo se puede saciar el hambre de todos, que amando se puede construir un mundo de fraternidad y que estamos llamados a vivir una vida en plenitud. El escándalo del pan, propuesto por Jesús, es una fuerte recriminación a las situaciones de miseria y hambruna que viven nuestros hermanos mientras unos pocos se atiborran de manjares; es el grito angustioso de los pequeños triturados por un sistema injusto; es el silencio de quien ya no tiene ni ilusión ni esperanza en una vida digna. Hoy Jesús nos invita a creer en él y en la posibilidad de vivir conforme a su reino. La incredulidad es una tentación siempre presente y que empieza a echar raíces cuando organizamos nuestra existencia a espaldas de Dios. Cuando lo dejamos arrinconado y en silencio. No es que Dios no hable, es que llenos de ruido, ambiciones, posesiones y autosuficiencia, ahogamos su voz y no queremos percibir su presencia en medio de nosotros.
En este mundo de violencia y de muerte, se nos presenta hoy Jesús como la fuerza salvadora que puede darnos vida. La vida eterna que promete Jesús no podemos entenderla solamente como “para el cielo”, sino una vida iniciada desde aquí, por la que debemos luchar, y que no terminará con la muerte. Se trata de una vida en profundidad, de calidad nueva; una vida que no puede acabar por una enfermedad o un mal acontecimiento; una vida plena que va más allá de nosotros mismos, porque ya es una participación de la misma vida de Dios. Contemplemos por un momento nuestro pan y alimento diario, mirémoslo como lo miraría Jesús y pensemos a qué nos invita Jesús,¿podemos tragar el alimento sin acordarnos de nuestros hermanos? ¿Somos capaces de alimentarnos del mismo Pan de Vida y después dar la espalda a quien tiene necesidad? ¿Qué podemos hacer para construir en nuestros hogares, en nuestras parroquias, en nuestras comunidades, estructuras más justas que propicien que todos tengamos una mesa común y una vida digna?
Padre Bueno, que suscitas la fe y la esperanza en los corazones, haz arder los nuestros en una adhesión a tu Hijo, pan bajado del cielo, que nos lleve a fortalecer la vida verdadera y nos comprometa a compartir el banquete de tu Reino con todos nuestros hermanos. Amén.