Los hijos son libres

San Juan Berchmans

Celebrado El 13 de Agosto

San Juan Berchmans, religioso

fecha: 13 de agosto
n.: 1599 - †: 1621 - país: Italia
canonización: B: Pío IX 28 may 1865 - C: León XIII 15 ene 1888
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

En Roma, san Juan Berchmans, religioso de la Orden de la Compañía de Jesús, que, amadísimo por todos por su sincera piedad, caridad auténtica y alegría constante, murió serenamente después de una breve enfermedad.

Es uno de los tres grandes santos jóvenes que florecieron en la Compañía de Jesús, junto a Luís Gonzaga y Estanislao de Kostka. Vino al mundo en Diest, Bélgica, el 13 de marzo de 1599. Juan, su padre, era un honrado zapatero y curtidor de pieles, propietario del taller «La luna grande». Su madre Isabel procedía de una influyente familia; era hija de un regidor y burgomaestre de la ciudad. Ambos se impusieron a la diferencia de clases y crearon un hogar bendecido con cinco vástagos; tres ofrendaron su vida a Dios. El primogénito Juan mostró precoces rasgos de piedad y una excelsa devoción a la Inmaculada. Quizá una misteriosa intuición acerca de la brevedad de su vida infundió en él este sentimiento: «Si no llego a santo mientras soy joven nunca llegaré a serlo». Acudía a misa al alborear el día ayudando al oficiante en cuantas celebraciones hubiera. Y si al regresar del colegio hallaba la puerta de su casa cerrada, aprovechaba para ir a rezar ante la Virgen. Su inocencia y candor le granjearon la simpatía de quienes le conocían. Valoraban su entrega y la diligencia que mostraba a sus 10 años de edad asistiendo a su madre paralítica tras una enfermedad. Sabían que hacía malabarismos para seguir sus estudios.

El P. Emmerich, canónigo premonstratense de la abadía de Tongerloo, le proporcionó una formación básica, y despertó en su corazón el anhelo de ser sacerdote. Feliz al poder vestir el traje talar, como usualmente hacían los pupilos de un eclesiástico, acrecentó su piedad y su oración. En la biblioteca devoraba la Biblia y las biografías de los santos. A los 14 años, su padre, cercado por graves problemas económicos, le propuso seguir su oficio, lo que suponía relegar por completo su preparación. Juan expuso su ideal con tal convicción, que logró vencer la disconformidad de su progenitor. Con la ayuda de dos tías religiosas beguinas entró al servicio del canónigo P. Froymont en Malinas.

Era el primer paso para obtener una beca; con su trabajo podría costeársela. La estancia junto al sacerdote no fue sencilla, aunque Juan tenía cualidades naturales para hacer las delicias de los que convivían a su lado. Dos de los tres niños que le asignaron para que les tutelase ingresaron a su tiempo en la Compañía de Jesús. La orden se había instalado en Malinas en 1611 y tres años más tarde inauguró un colegio. Juan ingresó en él para disgusto de Froymont, que acogió esta decisión con desagrado. También su padre, que había pensado en su brillante futuro, se resistió; no tenía intención de costear sus estudios.

En el colegio se afilió a la Congregación Mariana. Tras la lectura de la vida de Luís Gonzaga tuvo claro que quería ser jesuita. Además, le impactaba la posición de los religiosos ante la reforma luterana, tenía noticia de las cartas de Francisco Javier y de las gestas de los mártires ingleses. Envío a sus progenitores cartas verdaderamente edificantes, maduras y radicales defendiendo su vocación: «Me causa maravilla, en verdad que vosotros, que deberíais alabar al Señor […] me exhortéis a no escuchar a Dios Nuestro Señor y a diferir cinco o seis meses la ejecución de mi designio […].  He resuelto en mi corazón hallarme, dentro de catorce días entre mis hermanos, en la Santa Religión […] 'Os saludo y adiós', lo mismo que vosotros a mí, cuando entreguéis a este vuestro hijo al Señor Dios, quien me dio a vosotros». Su padre no claudicaba. Apoyaron a Juan el arzobispo y el P. Froymont.

La última palabra del Sr. Berchmans fue que aceptaba, pero mantuvo su negativa a correr con los gastos. La réplica del joven, una parecida a la del Poverello, fue que estaba dispuesto a despojarse de todas sus prendas, si era preciso, para cumplir su más ferviente anhelo.

En el noviciado que comenzó en 1616, marcado en su inicio por la prematura muerte de su madre, constataron su caridad, fidelidad y amor a la oración. Todo lo ejercitada con la persistente urgencia que guiaba su acontecer:«Quiero ser santo sin espera alguna. Seré fiel en las cosas pequeñas. Haré‚ cada cosa como si fuera la última de mi vida». Juan influyó en su padre, que a la muerte de su esposa se ordenó sacerdote y fue canónigo de Diest. Murió un día antes de que él emitiera sus votos, un hecho que le produjo gran consternación y contrariedad, ya que nadie le dio noticias del óbito; lo conoció porque le escribió para fijar la cita de despedida antes de partir a Roma en 1618. Llegó a la ciudad después de recorrer a pie 1.500 km., junto a su compañero Penneman. En el Colegio Romano su piedad y consciencia de la presencia de Dios, que le ayudaba a sobrenaturalizar las cosas, fue de alta y continua edificación para todos. Así lo atestiguaron sus formadores, el P. Piccolomini y el P. Massucci, quien decía que después de san Luís Gonzaga, al que trató, no había conocido a «un joven de vida más ejemplar, de conciencia más pura y de más alta perfección que a Juan».

Aprovechaba cualquier ocasión para santificarse. Superaba los pequeños escollos de la convivencia con paciencia y ternura, aunque humildemente reconocía cuánto le costaba: «Mi mayor penitencia, la vida común». 

Alegre, bondadoso, brillante desde el punto de vista intelectual, inocente, casto, servicial, con cualidades artísticas reconocidas para el teatro, fue como un ángel para la comunidad. Le guiaba su devoción por la Eucaristía y por María:«Si yo amo a María, estoy seguro de mi salvación y de mi perseverancia. También puedo obtener de Dios todo lo que deseo y soy casi omnipotente. No descansaré hasta haber conseguido un amor tierno hacia mi Madre». Murió tras una breve e inesperada afección pulmonar, influido por la canícula romana que le afectó gravemente, el 13 de agosto de 1621. Su confesión final fue: «no haber quebrantado nunca, en mi vida religiosa, regla alguna ni orden de mis superiores, a sabiendas, y advertidamente, y el no haber cometido nunca un pecado venial». Pío IX lo beatificó el 28 de mayo de 1865. León XIII lo canonizó el 15 de enero de 1888.

San Ambrosio (c. 340-397)

obispo de Milán y doctor de la Iglesia

Carta a  35, 6.13; PL 16, 1078 (trad. breviario, miércoles V ordinario)

«Los hijos son libres»

[Dice el Apóstol] que la misma creación entera está en expectación de esa manifestación gloriosa de los hijos de Dios (Rm 8,19), ya que las criaturas todas están ahora sometidas al desorden, a pesar suyo, pero conservando la esperanza, ya que esperan de Cristo la gracia de su ayuda para quedar ellas a su vez libres de la esclavitud de la corrupción, para tomar parte en la libertad que con la gloria han de recibir los hijos de Dios; de este modo, cuando se ponga de manifiesto la gloria de los hijos de Dios, será una misma realidad la libertad de las criaturas y la de los hijos de Dios. Mas ahora, mientras esta manifestación no es todavía un hecho, la creación entera gime en la expectación de la gloria de nuestra adopción y redención (v. 22) […]. Está claro que los que gimen anhelando la adopción filial lo hacen porque poseen las primicias del Espíritu; y esta adopción filial consiste en la redención del cuerpo entero, cuando el que posee las primicias del Espíritu, como hijo adoptivo de Dios, verá cara a cara el bien divino y eterno; porque ahora la Iglesia del Señor posee ya la adopción filial, puesto que el Espíritu clama: «¡Abba!» (Padre) (v. 15), como dice la carta a los Gálatas. Pero esta adopción será perfecta cuando resucitarán, dotados de incorrupción, de honor y de gloria, todos aquellos que hayan merecido contemplar la faz de Dios; entonces la condición humana habrá alcanzado la redención en su sentido pleno. Por esto, el Apóstol afirma, lleno de confianza, que en esperanza fuimos salvados (v. 24). La esperanza, en efecto, es causa de salvación, como lo es también la fe, de la cual se dice en el evangelio: Tu fe te ha salvado. (Mc 5,34).

Dios premia el esfuerzo, no simplemente hace milagros

Santo Evangelio según San Mateo 17, 22-27. Lunes XIX de Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Permíteme acercarme a Ti, Señor, no pensando en un Dios lejano, sino en un Padre en el que me puedo abandonar con la confianza de un niño.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Mateo 17, 22-27

En aquel tiempo, se hallaba Jesús con sus discípulos en Galilea y les dijo: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo van a matar, pero al tercer día va a resucitar". Al oír esto, los discípulos se llenaron de tristeza.

Cuando llegaron a Cafarnaúm, se acercaron a Pedro los recaudadores del impuesto para el templo y le dijeron: "¿Acaso tu maestro no paga el impuesto?" Él les respondió: "Si lo paga".

Al entrar Pedro en la casa, Jesús se adelantó a preguntarle: "¿Qué te parece, Simón? ¿A quiénes les cobran impuestos los reyes de la tierra, a los hijos o a los extraños?" Pedro le respondió: "A los extraños". Entonces Jesús le dijo: "Por lo tanto, los hijos están exentos. Pero para no darles motivo de escándalo, ve al lago y echa el anzuelo, saca el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda. Tómala y paga por mí y por ti".

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

El mundo de hoy busca las soluciones a todas las cosas de un modo simple, sin problemas, como queriendo que todo nos caiga del cielo. Cierto es que se exige justicia en cada momento, no nos conformamos con las cosas mínimas a las que todo el mundo tiende, buscamos realmente lo mejor para nosotros mismos. Y si en nuestro corazón hay un deseo de vivir un cierto tipo de justicia, ¿por qué parece que Tú, Señor mío, no vez lo que nos es de provecho?

La verdad está en que me he formado una idea errónea de justicia, y como yo, la mayoría de las personas. El pecado ha provocado que el egoísmo y la ambición crezcan en nosotros, que lo que busquemos sea el dinero fácil, el poder aprovecharnos de los demás, sin que nadie lo haga con nosotros; incluso te metemos a Ti en nuestros líos, te queremos hacer deudor de las creaturas ingratas que creaste, que antes de agradecer, te seguimos pidiendo y pidiendo, y nos encaprichamos si no nos das las cosas.

Sin embargo, no nos damos cuenta que nos das el anzuelo, el arado, el libro, la máquina de escribir… pero claro, en vez de agradecer, pedimos el dinero; en lugar de buscar ayudar a los demás, de construir una sociedad mejor, pedimos el beneficio personal solamente.

Señor, enséñame a ser generoso, a saber qué he de pedir, a pedir con humildad y confianza, y a agradecer, una vez que te he pedido, aquello que me has dado para crecer en el amor a Ti y a los demás.

Pedir el pan cotidiano es decir también: "Padre, ayúdame a llevar una vida más sencilla". La vida se ha vuelto muy complicada. Diría que hoy para muchos está como "drogada": se corre de la mañana a la tarde, entre miles de llamadas y mensajes, incapaces de detenernos ante los rostros, inmersos en una complejidad que nos hace frágiles y en una velocidad que fomenta la ansiedad. Se requiere una elección de vida sobria, libre de lastres superfluos. Una elección contracorriente. […]Elijamos la sencillez, la sencillez del pan para volver a encontrar la valentía del silencio y de la oración, fermentos de una vida verdaderamente humana. Elijamos a las personas antes que a las cosas, para que surjan relaciones personales, no virtuales.

(Homilía de S.S. Francisco, 21 de junio de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

En un momento del día, preferiblemente en una visita a la iglesia, saber agradecer a Dios por cuanto me da con un padre nuestro y una oración espontánea.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

El tributo del templo

Cristo nos invita a dar todo de nuestra parte, para no quedarnos a media

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Cuando Dios me llama a caminar por su sendero, es hermoso contemplar con cuánto amor me quiere en Él. Me ha preparado una senda para mí,, un camino rico en luchas, en esfuerzos, en temores, derrotas, triunfos; un camino que en definitiva, no debo nunca olvidarlo, es mi felicidad. No la meta solamente, no ciertos momentos simplemente, sino cada paso, cada instante, hasta aquellos que se van mientras duermo.

Si Dios me mostrara, sin embargo, lo que habría de vivir, los dolores por sufrir, las indecisiones, las incertidumbres y tantas cosas por las cuales padecer, quizá temería andarlo y no en pocas ocasiones lo abandonaría. Pensaría que me faltan las fuerzas, y que tal designio, tal cruz, en realidad, no es para mí. Y no obstante Dios no se detiene en ofrecerme el camino para amarle y para amar a los demás, a imitación de Cristo.

Tú, Señor, no te detuviste ni siquiera al contemplar el monte en que vendrías a ser crucificado. Tu mirada no se hallaba en la muerte, sino en la redención. Y aunque temías la tortura, los escarnios de la gente, tu amor «encandilaba» los dolores por los que pasarías. Si alguna vez las dudas te asechaban, te bastaba contemplar a tus discípulos, contemplar a cada alma y mirarla con amor. Así era tu corazón y nada lo detenía para continuar con su misión.

Señor, si yo tengo miedos, hoy quiero ponerlos nuevamente en Ti. Quizá no desaparecerán, pero al menos están en tus manos. Quiero acoger mi vida, mi realidad presente como una ocasión invaluable para agradarte. Hazme entender con la fe, que incluso entre las espinas de la vida hay frutos bellos que jamás se marchitarán. Más aún: que incluso los momentos que serían «dignos» de olvidar, pueden convertirse, con tu gracia, en enseñanzas y experiencias para engrandecer el corazón y caminar hacia la eternidad. Hoy pongo en tus manos mi corazón, para caminar mi vida como Tú.

Reflexión

Si nos pusiéramos a contar los sueños irrealizados, los proyectos personales sin concluir, las ideas que no han tomado forma, llenaríamos muchas cajas.

El joven que no concluye sus estudios, la chica que no se decide a formar un hogar, el empresario que no se atreve con un negocio, el profesor que no se actualiza, son ejemplos de personas que no llegan a realizarse en sus vidas.

Y tú, ¿quieres conseguir el ideal que te has propuesto en la vida? ¿estás dispuesto a pagar el impuesto que supone el sacrificio de luchar hasta lograr el objetivo?

Gracias a Dios, hay muchos hombres y mujeres que lo han conseguido antes que nosotros. Inventores como Bell, científicos como Pasteur, santos como San Javier, pagaron en su vida con el dinero justo, la moneda precisa.

Cristo nos invita a dar lo necesario de nuestra parte, para no quedarnos a medias, entre sueños e ilusiones, sino que nos ofrece el camino de su cruz, que es el sacrificio, para llevar nuestro ideal de vida hasta el fin.

Un consejo para hacer que la oración venza el tedio

¿Cómo no consagrar, por encima de todo, unos minutos al día a abrir nuestro corazón a quien más nos ama?

¿Amas tu rato de oración o no lo haces? ¿Cuál es tu experiencia? Monseñor Charles Pope, sacerdote de la diócesis de Washington y uno de los creadores de opinión más influyentes del catolicismo estadounidense, aborda en su último post un problema muy común para numerosos creyentes: las dificultades en la oración.

Puedes seguir sus consideraciones escuchando el himno que él mismo propone en el artículo, el célebreSweet hour of prayer [La dulce hora de la oración], basado en un poema del pastor William Walford (1772-1850) al que puso música el compositor inglés William Bradbury (1816-1868), alcanzando un éxito muy rápido en ámbitos evangélicos y adventistas. Éste es:

"¿Qué piensas de la oración?", comienza preguntándonos: "¿Es una cosa más que 'tienes que hacer' entre otras muchas cosas de tu lista? ¿O es un momento en el que 'dejas de hacer' cosas? ¿Una obligación que lamentas o un descanso que disfrutas?".

La respuesta va implícita en la pregunta, y es la sustancia de su reflexión, en la que quiere ayudarnos a afrontar los problemas más habituales a la hora de rezar:aburrimiento, distracción, monotonía...

La dureza ya es la oración

Y es que hay que reconocer con honestidad que rezar es "duro", dice: "Encontrarse con Dios en el silencio y sin verle es algo extraño, chocante, desafiante" para el carácter sensorial de nuestra naturaleza. Por eso se usan iconos o imágenes, libros de oraciones, o se acude al Santísimo Sacramento: "Pero, en última instancia, los ojos de la carne no pueden ver, solo pueden hacerlo los ojos del corazón, los ojos de la fe. Y esto no solo es difícil, sino que resulta odioso para nuestra carne (nuestra naturaleza pecadora), que quiere ver y oír en su lenguaje".

Como a todos los sacerdotes, a Charles Pope muchos fieles le transmiten su dificultad para rezar. En este artículo ofrece interesantes consideraciones para superarla.

Monseñor Pope propone un consejo a quienes le dicen que rezar es duro: "¡Ésa es entonces tu oración! Dile a Dios que te aburres soberanamente cuando rezas.

Dile que harías cualquier otra cosa antes que rezarle. Dile que cuando te llega la hora de rezar, o cuando algún sacerdote chiflado te recuerda que tienes que rezar, tu corazón se hunde y lo postergas una y otra vez. Dile a Dios que odias rezar... ¿y sabes lo que estarás haciendo cuando le digas todo esto? ¡Estarás rezando!"

Sinceridad ante todo

Algunos le responden que no pueden hablarle a Dios así. "¿Y por qué no?, les contesto", argumenta: "Dios ya sabes que eso es lo que sientes. Es una tontería sentarte delante de Dios con una máscara a través de la cual Él puede verte. Cinco minutos de oración sincera valen más que dos horas de oración retórica sobre temas que no nos dicen nada. Reza con honestidad: háblale a Dios de lo que te pasa realmente".

Pope cita como ejemplo el libro de los Salmos, la oración bíblica por excelencia: "Fíjate en qué sencillos son. Cualquier emoción, cualquier experiencia forma parte del almacén de sus oraciones: alegría, serenidad, victoria, agradecimiento, petición, ira (¡incluso ira contra Dios!), rabia, venganza, desencanto, pérdida, dolor, miedo, desesperación". 

Hay salmos, recuerda, que incluso hablan de hacer daño o matar a nuestros enemigos, pero es que "esos son sentimientos que tenemos de vez en cuando y Dios quiere que le hablemos de ellos. Si los salmos son una guía de oración (y lo son), entonces es queDios quiere que le hablemos de todo, incluso de las cosas más oscuras y pecaminosas. Rezar es hablar con Dios. Pero tiene que ser una conversación honesta".

El descanso del día

"Y algo empieza a suceder cuando realmente somos honestos en la oración: poco a poco, se hace más importante para nosotros e incluso empieza a gustarnos un poco", explica: "Poco a poco la oración se convierte no tanto en una cosa más que hacer, como en el descanso de todo lo que hacemos. Un momento para descansar, respirar, suspirar, para sentirnos refrescados por el sencillo acto de ser sinceros con Alguien que nos ama y en cuyo amor estamos creciendo... Es la libertad de ser sinceros, de descansar de llevar máscaras, de ser aliviados de la ansiedad sobre lo que los demás piensan o esperan de nosotros. Es un aliento de verdad, un descanso ante las exigencias contradictorias de nuestro engañoso mundo".

Monseñor Pope propone precisamente guiarnos por los salmos para facilitar las cosas, sobre todo al empezar. Escoger uno y leerlo lentamente: "Pronto, y con el paso de las semanas y los años, te sorprenderás hablando por tu cuenta con la misma honestidad del salterio".

¿Por qué cambiamos de Evangelio?

¿Por qué no seguimos leyendo el evangelio de San Marcos que es el evangelio del ciclo B?

En este artículo comentaremos la importancia del capítulo sexto del evangelio de San Juan y reflexionaremos sobre varios signos que aparecen en el pasaje.

A partir del domingo XVII de Tiempo Ordinario (20 de julio de 2018) y durante todo el mes de agosto leeremos el capítulo sexto del evangelio de San Juan. Para quienes ponen atención debe haber surgido la pregunta de por qué no seguimos leyendo el evangelio de San Marcos que es el evangelio del ciclo B, y este año es ciclo B.

El evangelio se San Marcos es el más corto de todos, tiene solamente dieciséis capítulos, por este motivo aquí, a la mitad del tiempo ordinario, habiendo llegado en las narraciones del evangelio de San Marcos a la narración de la primera multiplicación de los panes (cfr. Mc 6,30-43), que emplearía un solo domingo, se nos lleva a todo el capítulo sexto de San Juan, que abarca cinco domingos y que narra precisamente la multiplicación de los panes, pero después se alarga con un discurso sobre la Eucaristía y una discusión final con los seguidores, muchos de los cuales abandonan a Jesús a partir de este momento.

Pues bien, dentro del Evangelio de San Juan el capítulo sexto corresponde a la Segunda Pascua dentro del ministerio del Señor. Según San Juan, el ministerio del Señor abarcó tres fiestas pascuales, como esta era una vez al año, podemos pensar que duró tres años. Por lo tanto, estamos en el inicio del segundo año de ministerio. Jesús ya había realizado muchos signos y mucha predicación en el entorno de Galilea y en particular en torno al Lago de Galilea. Para iniciar este pasaje, el evangelista habla que Jesús se fue al otro lado del mar de Galilea, esto nos recuerda el paso al otro lado del mar en el Éxodo. Jesús es el nuevo Moisés a quien sigue el pueblo. Más allá del mar el pueblo necesita ser alimentado. La pregunta de Jesús a Felipe es capciosa: “¿Dónde conseguiremos…?” Por este motivo recibe una respuesta incorrecta: “ni doscientos denarios de pan alcanzarían para alimentar a todos estos…”. Es claro, la riqueza de este mundo nunca ha saciado al pueblo. La necesidad siempre nos rebasa. Entonces viene la reacción correcta, al presentarle a Jesús lo poco que se tiene. “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces…” El autor de la comida es Dios providente, al poner los pocos recursos en las manos de Jesús resultará que serán suficientes y hasta sobrarán doce canastos. Jesús alimenta a los miembros del pueblo del Antiguo Testamento, el alimento alcanzará para otro pueblo, esto significan los doce canastos sobrantes, se trata de la comunidad cristiana. Con todos estos signos, sin embargo, Jesús no logró que las personas comprendieran de lo que se trataba y por ello tuvo que retirarse a los montes ante el intento de nombrarlo rey por la fuerza. Esta incomprensión será el estrato de fondo que marcará las dos posturas a lo largo del discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, pues mientras las personas esperaban del Señor bienes materiales, Él solamente había querido darles una señal de que es el Pan de la Vida.

El escándalo de un Pan; XIX Domingo Ordinario

Seguir a Jesús y creer en él, es tener vida eterna desde ahora. Él es el pan de esa vida.

Por: Mons. Enrique Díaz; Obispo de la Diósecis de Irapuato | Fuente: Catholic Net 

Lecturas:

I Reyes 19, 4-8: “Con la fuerza de aquel alimento, caminó hasta el monte de Dios”.
Salmo 33: “Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor”.
Efesios 4, 30-5,2: “Vivan amando como Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros”.
San Juan 6, 41-51: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”

El hambre sigue vigente en nuestra patria. No bastan declaraciones para dar de comer, no bastan buenos deseos para saciar la necesidad. La vida y el pan son los primeros derechos de la persona. Un pan y un jarro de agua levantaron a Elías de su postración. El Pan vivo de dignidad, el Agua de justicia y de verdad, podrán levantar al más pobre de los pueblos. Hoy Cristo nos dice que Él es ese pan que da vida y que levanta en dignidad.

Cuando Cristo proclama: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”, suscita muchas controversias y la murmuración de los dirigentes del pueblo. No es lo que esperan de un Mesías y su propuesta de vida no coincide con las expectativas tan largamente esperadas. Que se presente ahora como el “pan” y que se diga “bajado del cielo” causa escándalo y para ellos no tiene explicación. Lo conocen desde su infancia, saben quiénes son sus padres y miran sólo su dimensión humana. No tiene ninguna relación con las promesas del Padre y con el proyecto de justicia revelado desde antiguo. Sin embargo, en esta autopresentación Jesús se nos manifiesta como la respuesta a las necesidades y esperanzas del ser humano y la única condición que impone es la fe.

Seguir a Jesús y creer en él, es tener vida eterna desde ahora. Jesús es el pan de esa vida, la alimenta con su testimonio, con su enseñanza y con la entrega de su existencia. San Juan utiliza esta figura del escándalo y del no poder ver más allá de la dimensión humana de Jesús, para dar a conocer la misión que encierra la persona y la obra del Maestro. La humanidad de Jesús se presenta como fuente de fe y como fuente de vida para su pueblo.

Nosotros hemos hecho consistir la felicidad y la vida digna en cosas externas, como si los bienes y las apariencias pudieran llenar y satisfacer nuestros deseos de eternidad e inmortalidad. Cristo se presenta como el pan, muy concreto, en una realidad que choca a sus paisanos; pero además, proclama que da vida eterna porque nos lanza a mirar más allá, en lo profundo del corazón. La humanidad de Jesús nos debe llevar a valorar el hambre y la sed concretas e históricas en el camino de la vida. No puede haber vida digna cuando se muere de hambre y se sufren las consecuencias y enfermedades de la pobreza y la miseria. Pero no podemos conformarnos con llenar el estómago y dejar vacío el espíritu. Jesús propone asumir el paso de la vida humana con un total compromiso. El alimento, que es indispensable para vivir, es utilizado como metáfora para hacer ver que más allá de la dimensión humana de cada persona hay otra dimensión que requiere también ser alimentada. El ser humano, llamado a trascenderse a sí mismo, tiene que esforzarse también continuamente para que su ciclo de vida no se quede sólo en lo material. Conocer a Jesús, creer en él, es asumir su misma propuesta de una vida digna e íntegra para cada hombre y para todos los hombres.

Creer en Jesús es asumirlo como el pan diario, partido y compartido. Seguirlo es creer que, roto, puede dar unidad e integración a toda persona. Ser su discípulo es creer que hecho migaja se convierte en banquete de pobres y mendigos. El escándalo del pan, que causa murmuración de los judíos, es este Jesús que nos dice que compartiendo se puede saciar el hambre de todos, que amando se puede construir un mundo de fraternidad y que estamos llamados a vivir  una vida en plenitud. El escándalo del pan, propuesto por Jesús, es una fuerte recriminación a las situaciones de miseria y hambruna que viven nuestros hermanos mientras unos pocos se atiborran de manjares; es el grito angustioso de los pequeños triturados por un sistema injusto; es el silencio de quien ya no tiene ni ilusión ni esperanza en una vida digna. Hoy Jesús nos invita a creer en él y en la posibilidad de vivir conforme a su reino. La incredulidad es una tentación siempre presente y que empieza a echar raíces cuando organizamos nuestra existencia a espaldas de Dios. Cuando lo dejamos arrinconado y en silencio. No es que Dios no hable, es que llenos de ruido, ambiciones, posesiones y autosuficiencia, ahogamos su voz y no queremos percibir su presencia en medio de nosotros.

En este mundo de violencia y de muerte, se nos presenta hoy Jesús como la fuerza salvadora que puede darnos vida. La vida eterna que promete Jesús no podemos entenderla solamente como “para el cielo”, sino una vida iniciada desde aquí, por la que debemos luchar, y que no terminará con la muerte. Se trata de una vida en profundidad, de calidad nueva; una vida que no puede acabar por una enfermedad o un mal acontecimiento; una vida plena que va más allá de nosotros mismos, porque ya es una participación de la misma vida de Dios. Contemplemos por un momento nuestro pan y alimento diario, mirémoslo como lo miraría Jesús y pensemos a qué nos invita Jesús,¿podemos tragar el alimento sin acordarnos de nuestros hermanos? ¿Somos capaces de alimentarnos del mismo Pan de Vida y después dar la espalda a quien tiene necesidad? ¿Qué podemos hacer para construir en nuestros hogares, en nuestras parroquias, en nuestras comunidades, estructuras más justas que propicien que todos tengamos una mesa común y una vida digna?

Padre Bueno, que suscitas la fe y la esperanza en los corazones, haz arder los nuestros en una adhesión a tu Hijo, pan bajado del cielo, que nos lleve a fortalecer la vida verdadera y nos comprometa a compartir el banquete de tu Reino con todos nuestros hermanos. Amén.

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