Jesús, cargado de todos los pecados, derrotó al autor del pecado
- 15 Septiembre 2018
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La Cruz: Derrota y Victoria
Papa Francisco recuerda que Jesús se hizo un descartado para derrotar a Satanás
Durante la Misa celebrada en Casa Santa Marta este viernes 14 de septiembre, el Papa Francisco ha reflexionado sobre la paradoja de la Cruz, que es signo de derrota y de victoria al mismo tiempo.
“No tengamos miedo de contemplar la Cruz como un momento de derrota, de fracaso”, señaló el Santo Padre. “Pablo, cuando hace la reflexión sobre el misterio de Jesucristo, nos dice cosas fuertes. Nos dice que Jesús se vació a sí mismo, se aniquiló a sí mismo, se hizo pecado hasta el final, asumió todos nuestros pecados, todos los pecados del mundo: se convirtió en un descartado, en un condenado”.
“Pablo no tenía miedo de mostrar esta derrota y también esto puede iluminar un poco nuestros peores momentos, nuestros momentos de derrota. Pero también la Cruz es un signo de victoria para nosotros cristianos”.
Para explicar mejor esta paradoja de la Cruz, el Santo Padre recurrió al libro de los Números, en el que se narra el Éxodo del pueblo de Israel de Egipto a la Tierra Prometida, previo deambular por el desierto durante 40 años.
En ese contexto se produjo un suceso que el Papa definió como una profecía de la Cruz de Cristo. En un momento de desesperación, el pueblo de Israel comenzó a murmurar contra Moisés y contra Dios. Se produjo entonces una infestación de serpientes que mordieron a muchos israelitas.
Francisco recordó que, desde tiempos antiguos, la serpiente simboliza a Satanás, el Gran Acusador. Entonces Dios ordenó a Moisés hacer un báculo coronado por una serpiente de bronce para que todos los que habían sufrido la mordedura de las serpientes se curaran al mirarlas, ya que Dios dijo a Moisés que alzaría a la serpiente causante de la muerte para dar salvación.
Para el Pontífice se trata de “una profecía” que hace referencia directamente a la Cruz:“Jesús, cargado de todos los pecados, derrotó al autor del pecado, derrotó a la serpiente”.
“En aquel momento, Satanás quedó destruido para siempre. Ya no tiene fuerza. La Cruz, en aquel momento, se convirtió en signo de victoria”.
El Papa continuó: “Nuestra victoria es la Cruz de Jesús, victoria ante nuestro enemigo, la gran serpiente antigua, el Gran Acusador”. En la Cruz “hemos sido salvados en aquel recorrido que Jesús quiso hacer hasta lo más bajo, pero con la fuerza de la divinidad”.
Además, recordó las palabras de Jesús a Nicodemo: “Cuando sea alzado, atraeré a todos a mí”. Subrayó: “Jesús alzado y Satanás destruido. La Cruz de Jesús debe ser para nosotros la atracción: mírala, porque es la fuerza necesaria para ir adelante”.
“Aquella serpiente antigua que fue destruida, todavía grita, todavía amenaza. Como decían los padres de la iglesia, es un perro encadenado: no te acerques y no te morderá, pero si te acercas a acariciarlo porque la fascinación te lleva a él como si fuera un cachorrillo, prepárate: te destruirá”.
Por lo tanto, “la Cruz nos enseña que en la vida hay derrota y victoria. Debemos ser capaces de tolerar el fracaso, de llevar con paciencia los errores, y también nuestros pecados, porque Él ha pagado por nosotros”.
El Papa finalizó su homilía con esta petición: “Hoy sería bello que, en casa, con tranquilidad, dediquemos 5, 10, 15 minutos a ponernos delante del crucifijo, o de aquello que tengamos, o del rosario, y mirarlo: es nuestro signo de derrota que provoca las persecuciones, que nos destruye, y también es nuestro signo de victoria, porque en ella Dios ha vencido”.
Nuestra Señora de los Dolores
Memoria Litúrgica, 15 de septiembre
Memoria
Memoria de Nuestra Señora de los Dolores, que de pie junto a la cruz de Jesús, su Hijo, estuvo íntima y fielmente asociada a su pasión salvadora. Fue la nueva Eva, que por su admirable obediencia contribuyó a la vida, al contrario de lo que hizo la primera mujer, que por su desobediencia trajo la muerte.
Los Evangelios muestran a la Virgen Santísima presente, con inmenso amor y dolor de Madre, junto a la cruz en el momento de la muerte redentora de su Hijo, uniéndose a sus padecimientos y mereciendo por ello el título de Corredentora.
La representación pictórica e iconográfica de la Virgen Dolorosa mueve el corazón de los creyentes a justipreciar el valor de la redención y a descubrir mejor la malicia del pecado.
Bajo el título de la Virgen de la Soledad o de los Dolores se venera a María en muchos lugares.
Un poco de historia
Bajo el título de la Virgen de la Soledad o de los Dolores se venera a María en muchos lugares. La fiesta de nuestra Señora de los Dolores se celebra el 15 de septiembre y recordamos en ella los sufrimientos por los que pasó María a lo largo de su vida, por haber aceptado ser la Madre del Salvador.
Este día se acompaña a María en su experiencia de un muy profundo dolor, el dolor de una madre que ve a su amado Hijo incomprendido, acusado, abandonado por los temerosos apóstoles, flagelado por los soldados romanos, coronado con espinas, escupido, abofeteado, caminando descalzo debajo de un madero astilloso y muy pesado hacia el monte Calvario, donde finalmente presenció la agonía de su muerte en una cruz, clavado de pies y manos.
María saca su fortaleza de la oración y de la confianza en que la Voluntad de Dios es lo mejor para nosotros, aunque nosotros no la comprendamos.
Es Ella quien, con su compañía, su fortaleza y su fe, nos da fuerza en los momentos de dolor, en los sufrimientos diarios. Pidámosle la gracia de sufrir unidos a Jesucristo, en nuestro corazón, para así unir los sacrificios de nuestra vida a los de Ella y comprender que, en el dolor, somos más parecidos a Cristo y somos capaces de amarlo con mayor intensidad.
¿Que nos enseña la Virgen de los Dolores?
La imagen de la Virgen Dolorosa nos enseña a tener fortaleza ante los sufrimientos de la vida. Encontremos en Ella una compañía y una fuerza para dar sentido a los propios sufri-mientos.
Cuida tu fe:
Algunos te dirán que Dios no es bueno porque permite el dolor y el sufrimiento en las personas. El sufrimiento humano es parte de la naturaleza del hombre, es algo inevitable en la vida, y Jesús nos ha enseñado, con su propio sufrimiento, que el dolor tiene valor de salvación. Lo importante es el sentido que nosotros le demos.
Debemos ser fuertes ante el dolor y ofrecerlo a Dios por la salvación de las almas. De este modo podremos convertir el sufrimiento en sacrificio (sacrum-facere = hacer algo sagrado). Esto nos ayudará a amar más a Dios y, además, llevaremos a muchas almas al Cielo, uniendo nuestro sacrificio al de Cristo.
Oración:
María, tú que has pasado por un dolor tan grande y un sufrimiento tan profundo, ayúdanos a seguir tu ejemplo ante las dificultades de nuestra propia vida.
Si quieres saber más, visita la página de EWTN en la cual encontrarás hermosas meditaciones acerca del dolor y las oraciones tradicionales de esta fecha.
Virgen de los Dolores por Jesús Martí Ballester
Una espada te atravesará el alma
Santo Evangelio según San Lucas 2, 33-35. Memoria Liturgica. Nuestra Señora de los Dolores.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
María, hoy de modo especial, junto a Ti, quiero acompañarte en tu dolor al pie de la cruz.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hoy una espada atraviesa el alma de María, nuestra madre, de un modo especial; esta espada cambio la vida de María.
Pero ¿quién cambio la vida de María? Fue un niño, su Hijo; el mismo que ha cambiado la nuestra, el mismo que fue puesto para poner ruina a nuestra antigua vida y hacernos resurgir a otra nueva en la cruz.
Se ve en este evangelio la contradicción y el dilema que supone la entrada de Cristo en nuestras vidas, lo revoluciona todo; nos hace tomar conciencia de que dejar atravesar la espada del amor de Cristo en nuestras vidas es doloroso, incluso llega hasta el alma.
Entrado esta espada hasta lo más íntimo del corazón se desvela nuestro pensamiento, nuestro anhelo más profundo: Cristo. Ese mismo dolor, pensamiento y anhelo es el que tiene María y quiere que le ayudemos a llevar hoy.
El dolor indescriptible de la cruz traspasa el alma de María (cf. Lc 2,35), pero no la paraliza. Al contrario, como Madre del Señor comienza para ella un nuevo camino de entrega. En la cruz, Jesús se preocupa por la Iglesia y por la humanidad entera, y María está llamada a compartir esa misma preocupación. Los Hechos de los Apóstoles, al describir la gran efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, nos muestran que María comenzó su misión en la primera comunidad de la Iglesia. Una tarea que no se acaba nunca. (Mensaje para la XXVI Jornada del enfermo, 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy dejaré que Cristo entre en mi alma para poder acompañar, como María, a algún amigo, un familiar, un conocido que esté sufriendo y lo necesite.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cuánto admiramos a la Virgen Dolorosa por haber sufrido como sufrió, por haber amado como amó
El dolor, desde que entró el pecado en el mundo, se ha aficionado a nosotros. Es compañero inseparable de nuestro peregrinar por esta vida terrena. Antes o después aparece por el camino de nuestra existencia y se pone a nuestro lado. Tarde o temprano toca a nuestras puertas. Y no nos pide permiso para pasar. Entra y sale como si fuese uno más de casa.
El sufrimiento parece que se aficiona a algunas personas de un modo especial. La vida de la Santísima Virgen estuvo profundamente marcada por el dolor. Dios quiso probar a su Madre, nuestra Madre, en el crisol del sacrificio. Y la probó como a pocos. María padeció mucho. Pero fue capaz de hacerlo con entereza y con amor. Ella es para nosotros un precioso ejemplo también ante el dolor. Sí, Ella es la Virgen dolorosa.
Asomémonos de nuevo a la vida de María. Descubramos y repasemos algunos de sus padecimientos. Y sobre todo, apreciemos detrás de cada sufrimiento el amor que le permitió vivirlos como lo hizo.
El dolor ante las palabras de Simeón.
El anciano profeta no le predijo grandes alegrías y consuelos a nivel humano. Al contrario: “este niño será puesto como signo de contradicción, -le aseguró-. Y a ti una espada de dolor te atravesará el alma”.
María, a esas alturas, sabía de sobra que todo lo que se le dijese con relación a su Hijo iba muy en serio. Ya bastantes signos había tenido que admirar y no pocos acontecimientos asombrosos se habían verificado, como para tomarse a la ligera las palabras inspiradas del sabio Simeón.
Seguramente María tuvo esa sensación que nos asalta cuando se nos pronostica algo que nos va a costar horrores. Como cuando nos anuncian un sufrimiento, un dolor, una enfermedad terrible, o la muerte cercana... Algo similar debió sentir María ante semejantes presagios.
Pero en su corazón no acampó la desconfianza, el desasosiego, la desesperación. En lo profundo de su alma seguía reinando la paz y la confianza en Dios. Y en su interior volvería a resonar con fuerza y seguridad el fiat aquel lleno de amor de la anunciación.
Para nosotros Cristo mismo predijo no pocos males, dolores y sufrimientos. Cristo nos pidió como condición de su seguimiento el negarse a uno mismo y el tomar la propia cruz cada día. Nos prometió persecuciones por causa suya. Nos aseguró que seríamos objeto de todo género de mal por ser sus discípulos; que nos llevarían ante los tribunales; que nos insultarían y despreciarían; que nos darían muerte. ¡Qué importante es, ante estas exigencias, recordar el ejemplo de nuestra Madre! El verdadero cristiano, el buen hijo de María, no se amedrenta ni se echa atrás ante la cruz. Demuestra su amor acogiendo la voluntad de Dios con decisión y entereza, con amor.
El dolor ante la matanza de los inocentes por Herodes.
María debió sufrir mucho al enterarse de la barbarie perpetrada por el rey Herodes. La matanza de los inocentes. ¿Qué corazón con un mínimo de sensibilidad no sufriría ante esa monstruosidad? Ella también era madre. Y ¡qué Madre! ¡con qué corazón! ¡con qué sensibilidad! ¿Cómo no le iba a doler a María el asesinato de esos niños indefensos? Además, seguramente, María conocía a muchos de esos pequeñines. Conocía a sus madres... Sí, es muy diverso cuando te dicen que murieron X personas en un atentado en Medio Oriente, a cuando te comunican que han matado a uno o varios amigos y conocidos tuyos... Entonces la cosa cambia.
A lo mejor hasta María se sintió un poco culpable por lo ocurrido. Y eso agudizaría su dolor. Quizá comprendió que aún no había llegado el momento de ofrecer a su Jesús en rescate por aquellos pequeñines (Dios no lo dispuso así). Quizá también en la mente de María surgió la eterna pregunta: ¿por qué el mal, el sufrimiento, la muerte de los inocentes? Sabemos que en este caso la respuesta podría ser otra pregunta: ¿porqué la prepotencia, maldad y crueldad demoniaca de Herodes...?
Ciertamente rezaría por ellos y, sobre todo por sus inconsolables madres. Se unió a su sufrimiento, que no le era ajeno (eran quizá los primeros mártires de Cristo), e hizo así fecundo su propio padecer.
También nuestro corazón cristiano ha de mostrarse sensible al sufrimiento ajeno. Compadecerse. Socorrer. O al menos, consolar. Como alguien dijo -y con razón- “si podéis curar, curad; si no podéis curar, calmad; si no podéis calmar, consolad”. Siempre estaremos en grado de ofrecer un poco de consuelo y también de rezar por los que sufren.
El dolor de haber perdido al Niño.
¡Cómo sufre una madre cuando se le ha perdido su niño! Sufre angustiada por la incertidumbre. ¿Dónde estará? ¿cómo estará? ¿le habrá pasado algo? ¿estará en peligro? ¿le habrá atropellado un coche? ¿lo habrán raptado? ¿estará llorado desconsolado porque no nos encuentra? Todo eso pasaría por la mente de María. Y más cosas aún: ¿y si lo ha atrapado algún pariente de Herodes que lo buscaba para matarlo? Así son las madres y su amor por sus hijos...
Pues imaginemos a María. La más sensible de la madres, la más responsable, la más cuidadosa... Y resulta que no encuentra a su Hijo. Es motivo más que suficiente para angustiarla terriblemente. Aparte de que no era un hijo cualquiera. A María se le ha extraviado el Mesías. Se le ha perdido Dios... ¡Qué apuro el de María! ¡
Qué tres días de angustiosa incertidumbre, de verdadera congoja! ¿Habrá dormido María esos días? Seguro que no. Desde luego que no durmió. ¿Cómo va a dormir una madre que tiene perdido a su hijo? Pero sí rezó y mucho. Sí confió en Dios. Sí ofreció su sufrimiento con amor porque era Dios el que permitía esa situación.
No termina todo aquí. A todo esto siguió otro dolor, y quizá aún mayor que el anterior. La incompresible e inesperada respuesta de Jesús: “¿porqué me buscabais...?” ¡Qué efecto habrán causado esas palabras en el corazón de su Madre, María...!
Tratemos de meternos en el corazón de una madre o de un padre en esas circunstancias. Llevan tres días y tres noches buscando angustiados a su Hijo. Temiéndose lo peor. Y de repente, lo encuentran tan contento, sentadito en medio de la flor y nata intelectual de Jerusalén, dándoles unas lecciones de catecismo y de Sagrada Escritura... Y además, les responde de esa manera...
Es verdad, por una parte, sentirían un gran alivio: “¡ahí está! ¡está bien! ¡por fin lo hemos encontrado!” Pero, acto seguido, cuenta el evangelio, María tuvo la reacción normal de una madre: “Hijo, mío. ¿Por qué nos has hecho esto?” (se merecía una regañina, aunque fuera leve).Y por otra parte, asegura el evangelista que “ellos no comprendieron la respuesta que les dio”. El dolor de esa incomprensión calaría hondo en el alma de sus padres.
Y María, en vez de enfadarse con el crío (con perdón y todo respeto), no dijo nada. Lo sufrió todo en su corazón y lo llevó todo a la oración. Quién sabe si en la intimidad de su alma ya comenzaría a comprender que Cristo no iba a poder estar siempre con Ella. Que su misión requeriría un día la inevitable separación...
A veces en nuestra vida puede sucedernos algo parecido. De repente Cristo se nos esconde. “Desaparece”. Y entonces puede invadirnos la angustia y el desasosiego. Sí, a veces Dios nos prueba. Se nos pierde de vista. ¿Qué hacer entonces? Lo mismo que María. Buscarlo sin descanso. Sufrir con paciencia y confianza. Orar. Actuar nuestra fe y amor. Esperar la hora de Dios. Él no falla, volverá a aparecer.
Otras veces el problema es que nosotros olvidamos con quién deberíamos ir. Dejamos de lado a Cristo. Nos escondemos de El. Nos sorprendemos buscándonos sólo a nosotros mismos y nuestras cosillas. Y, claro, nos perdemos. Incluso nos atrevemos a echárselo en cara a Cristo, teniendo nosotros la culpa. Aquí la solución es otra. Hay que salir de sí mismo. Volver a buscar a Cristo. Volver a mirarlo y ponerse a amarlo de nuevo.
El dolor de la separación y la primera soledad.
Llegó el día. Después de pasar treinta años juntos. Treinta años de experiencias inolvidables, vividos en ese ambiente tan increíblemente divino y a la vez tan increíblemente humano de Nazaret. Treinta años de silencio, trabajo, oración, alegría, entrega mutua, amor. Treinta años de familia unida y maravillosa.
¡Qué momento aquel! ¡Lástima de video para volver a verlo enterito ahora...! Fue temprano. Muy de mañana. En el pueblo, dormido aún, nadie se enteró de lo que estaba ocurriendo. Pocas palabras. Abundantes e intensos sentimientos. “Adiós, Hijo. Adiós, madre...”
Todos hemos intuido lo que pasa por el corazón de una madre en una despedida así. Lo hemos visto quizá en los ojos de nuestra madre en alguna ocasión...
María volvió a casa con el corazón oprimiéndosele un poco a cada paso. Y al entrar, fue la primera vez que sintió que la casa estaba sola. Experimentó esa terrible sensación de saber que ya no se oirían en la casa otros pasos que suyos; que ningún objeto cambiaría de sitio, a menos que Ella misma lo moviese.
La soledad es una de las penas más profundas de los seres humanos, pues hemos nacido para vivir en compañía de los demás. ¡Qué dura fue la soledad de María, después de estar con quien estuvo y por tanto tiempo! Sí, la soledad de la Virgen comenzó mucho antes del Viernes Santo y duró mucho más...
María también supo vivir ese sufrimiento de la separación y de la soledad con amor, con fe, con serenidad interior. Adhiriéndose obediente a la voluntad de Dios.
Ofreciéndolo por ese Hijo suyo que comenzaba su vida pública y que tanto iba a necesitar del sostén de sus oraciones y sacrificios.
Necesitamos, como María, ser fuertes en la soledad y en las despedidas. Fuertes por el amor que hace llevadero todo sacrificio y renuncia. Fuertes por la fe y la confianza en Dios. Fuertes por la oración y el ofrecimiento.
El dolor del vía crucis y la pasión junto a su Hijo.
La tradición del viacrucis recoge una escena sobrecogedora: Jesús camino del calvario, con la cruz a cuestas, se encuentra con su Madre. ¡Qué momento tan extraordinariamente duro para una madre! ¿Lo habremos meditado y contemplado lo suficiente?
¡Que fortaleza interior la de María! ¡Qué temple el de su delicada alma de mujer fuerte! ¡Qué locura de amor la suya! Sabía de lo duro que sería seguir de cerca a su Jesús camino del calvario (eso hubiera quebrado el ánimo a muchas madres). Pero decide hacerlo. Y lo hace. Su amor era más fuerte que el miedo al dolor atroz que le producía presenciar la suerte ignominiosa de Jesús. Ella tenía conciencia de que había llegado el momento en el que la espada de dolor se hendiría despiadada en su corazón. Era contemplar la pasión y muerte de su propio Hijo. No se esconde para no verlo. Ahí estaba. Muy cerca y en pie.
Contemplemos por un instante ese encuentro entre Hijo y Madre. Ese cruzarse silencioso de miradas. Ese vaivén intensísimo de dolor y amor mutuo. Qué insondables sentimientos inundarían esos dos corazones igualmente insondables. Ambos salieron confirmados en el querer de Dios con una confianza en Él tan infinita y profunda como su mismo dolor.
Nuestra vida a veces también es un duro viacrucis. No suframos sin sentido, con mera resignación. Busquemos, por la cuesta de nuestro calvario, esa mirada amorosa y confortante de María, nuestra Madre. Ahí estará Ella siempre que queramos encontrarla. Ahí estará acompañándonos y dispuesta a consolarnos y a compartir nuestros padecimientos. Mirémosla. “La suave Madre -afirma Luis M. Grignion de Montfort- nos consuela, transforma nuestra tristeza en alegría y nos fortalece para llevar cruces aún más pesadas y amargas”.
María en la pasión y junto a la cruz de su Hijo se sintió crucificar con Él. Así describe Atilano Alaiz los sentimientos de la Madre ante el Hijo: “Los latigazos que se abatían chasqueando sobre el cuerpo del Hijo flagelado, flagelaban en el mismo instante el alma de la Madre; los clavos que penetraban cruelmente en los pies y en las manos del Hijo, atravesaban al mismo tiempo el corazón de la Madre; las espinas de la corona que se enterraban en las sienes del Hijo, se clavaban también agudamente en las entrañas de la Madre. Los salivazos, los sarcasmos, el vinagre y la hiel atormentaban simultáneamente al Hijo y a la Madre”.
El dolor de la muerte de su Hijo.
Terrible episodio. Una madre que ve morir a su Hijo. Que lo ve morir de esa manera. Que lo ve morir en esas circunstancias...
Nunca podremos ni remotamente sospechar lo que significó de dolor para su corazón de Madre el contemplar, en silencio, la pasión y muerte de su Hijo. Ella, su Madre. Ella, que sabía perfectamente quién era Él. Ella que humanamente habría querido anunciar a voz en grito la nefanda tragedia de aquel gesto deicida, en un intento de arrancar a su Hijo de la manos de sus verdugos. Ella, que en último término habría preferido suplantar a su Jesús... Ella tuvo que callar, y sufrir, y obedecer. Esa era la voluntad de Dios. Y con el corazón sangrante y desgarrado, de pie ante la cruz, María repitió una vez más, sin palabras, en la más pura de las obediencias, “hágase tu voluntad”.
¡Hasta dónde tuvo que llegar María en su amor de Madre! ¿De verdad no habrá amor más grande que el de dar la propia vida? Alguien se ha atrevido a decir que sí; que sí hay un amor más grande. Casi como corrigiendo al mismo Cristo, alguien ha osado afirmar que sí lo hay y ha escrito esto:
“... porque el padecer, el morir, no son la cumbre del amor, porque no son el colmo del sacrificio. El colmo del sacrificio está en ver morir a los seres amados. La más alta cumbre del amor, cuando, por ejemplo, se trata de una madre, no está en dar la propia vida a Jesucristo, sino en darle la vida del hijo. Lo que una mujer, una madre debe padecer en un caso semejante, jamás lengua humana podrá decirlo; compréndese únicamente que, para recompensar sacrificios tales, no será demasiado darles una dicha eterna, con sus hijos en sus brazos” (Mons. Bougaud).
Son una y la misma la cumbre del amor y la cumbre del dolor. Y en lo alto de esa cumbre, el ejemplo de nuestra Madre brilla ahora más luminoso aún. ¡Qué pequeños somos a su lado! ¿Qué son nuestras ridículas cruces frente a ese colmo de su sacrificio? ¡Qué raquítico es tantas veces nuestro amor ante esa cima de su amor! ¡Quién supiera amar así!
Dolor ante el descendimiento de la cruz y la sepultura de Jesús.
Otra escena conmovedora. Jesús muerto en los brazos de su Madre que lloraba su muerte. No cabe duda, aunque cueste creerlo. Está muerto. Él, que era el Hijo del Altísimo. Él, que era el Salvador de Israel. Él, cuyo reino no tendría fin. Él, que era la Vida. Él está muerto.
Dura prueba para la fe de María. Su Hijo, el destinatario de todas esas promesas, yace ahora cadáver en su regazo. En el alma de María se irguió una oscura borrasca que amenazaba apagar la llama de su fe aún palpitante. Pero su fe no se extinguió. Siguió encendida y luminosa.
¡Qué fuerte es María! Es la única que ha sostenido en sus brazos todo el peso de un Dios vivo y todo el peso de un Dios muerto (que era su Hijo). Hemos de pedirle a Ella que aumenta nuestra fe. Que la proteja para que no sucumba ante las tempestades que nos asaltan en la vida amenazando aniquilarla.
El dolor de una nueva soledad.
¡Qué días también aquellos antes de la resurrección! Su Hijo entonces no estaba perdido. Estaba muerto ¡Qué soledad tan diversa de aquella, tras la despedida de Nazaret, hacía tres años! Es la soledad tremenda que deja la muerte del último ser querido que quedada a nuestro lado.
Así la describía Lope de Vega con gran realismo: “Sin esposo, porque estaba José / de la muerte preso; / sin Padre, porque se esconde; / sin Hijo, porque está muerto; / sin luz, porque llora el sol; / sin voz, porque muere el Verbo; / sin alma, ausente la suya; / sin cuerpo, enterrado el cuerpo; / sin tierra, que todo es sangre; / sin aire, que todo es fuego; / sin fuego, que todo es agua; / sin agua, que todo es hielo...” Pero ni la fe, ni la confianza, ni el amor de María se vinieron abajo ante esa nueva manifestación incomprensible de la voluntad de Dios. Creyendo, confiando y amando Ella supo esperar la mayor alegría de su vida: recuperar a su Jesús para siempre tras la resurrección.
Aprendamos de María a llenar el vacío de la soledad que nos invade tras la muerte de nuestros seres queridos. Llenarlo con lo único que puede llenarlo: el amor, la fe y la esperanza de la vida futura.
Novena a Nuestra Señora de las Mercedes
Oraciones para cada día de la novena, la puedes hacer tantas veces desees, de manera especial los días previos a la festividad (15 al 23 de septiembre)
Por la señal de la Santa Cruz...
Señor mío, Jesucristo...
ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS
Soberana Virgen María, Reina de los Ángeles, Emperatriz de los cielos, elegida Madre de Dios, concebida en gracia, a quien rinden veneración todos los coros de los Ángeles y Santos del cielo. A Ti me acerco para rogarte que, puesto que bajaste del cielo a la tierra declarando que eres Madre de Merced y de las Misericordias, usa tu piedad con este humilde devoto tuyo. Y para más obligarte, Madre de pecadores, consuelo de los afligidos, socorro de todas las necesidades, me consagro una vez más a ti, como esclavo y servidor tuyo. Dirígeme, encamíname y ampárame, Señora y Madre mía, para que acierte a servirte y logre lo que en esta novena pido y deseo, si es del agrado de tu precioso Hijo Jesús, que vive y reina con Dios Padre, en unidad del Espíritu Santo, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén
Rezar a continuación la oración del día que corresponda:
DÍA PRIMERO
Señor, Dios Omnipotente y Misericordioso, que así para librar a tu pueblo escogido de la esclavitud de Egipto hablaste a Moisés en el monte Horeb, desde una zarza que ardía sin consumirse, así mismo hablaste en Barcelona al Patriarca San Pedro Nolasco para que rescatase a los cautivos cristianos, siendo la mensajera tu Santísima Madre, la Virgen María, que bajó del cielo y desde el primer instante de su vida fue como zarza milagrosa, pues jamás la tocó la llama de la culpa, ni perdió la hermosura de la gracia, ni su original pureza; te ruego que por la intercesión de la misma Santísima Madre tuya, no se abrase mi cuerpo en las llamas de la impureza, ni se manche mi alma con el pecado de la sensualidad, para que, a imitación de esta celestial Señora, exhale mi corazón fragancias de pureza.
Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.
DÍA SEGUNDO
Rey soberano, Padre de Misericordia y Dios de todo consuelo, que con la virtud de la vara de Moisés diste a conocer al Faraón la eficacia de tu Divino Poder, pues con ella fue quebrantada la dureza de aquel perverso corazón y consiguió la libertad tu pueblo escogido; humildemente te rogamos, por la intercesión de la virgen Santísima de la Merced, refrenes mis pasiones y ablandes la dureza de mi pobre corazón, para que, logrando con tu gracia quebrantar las cadenas de mis culpas, me vea libre de la esclavitud del pecado; y concediéndome la merced de tu caridad y justicia, me des también el don de la perseverancia final, para merecer y lograr la gloria eterna. Amén. Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.
Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.
DÍA TERCERO
Poderosísimo Señor y Padre compasivo que después de librarlos del cautiverio, diste a los israelitas una columna de esperanza y consuelo, pues durante el día, en forma de nube los defendía de los rayos y ardores del sol, y por la noche, en figura de fuego, les iluminaba para librarlos de todo riesgo y peligro; humildemente te suplico por mediación de María Santísima de la Merced, que consigamos vernos libres de los rigores de tu justicia y merezcamos, por tu piedad, el fuego del divino amor que abrase siempre nuestros corazones y sirva de luz que disipe las sombras de nuestra ignorancia para que no perdamos nunca el camino del cielo. Amén.
Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.
DÍA CUARTO
¡Dulcísimo Jesús, Dios infinito, hijo Unigénito de María!; pues manifestaste a los hombres que te es agradable el título de la Merced con que veneramos a tu Santísima Madre: haz, Señor, que experimentemos el Poder de este celestial nombre y singular devoción, y que la Reina del cielo y tierra nos defienda del enemigo infernal y de todas sus asechanzas y tentaciones, para que acertemos a servirte en esta vida y después podamos cantarte himnos de alabanza por toda la eternidad. Amén.
Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.
DÍA QUINTO
Clementísimo Señor, Padre amoroso y benignísimo creador nuestro, somos pecadores y por ellos merecedores de castigo en este mundo y en el otro, más por tu infinita misericordia, nos concedes un refugio seguro en la protección de tu Santísima Madre; continúa derramando sobre cuantos la veneramos como a Madre de Merced y Misericordia tus divinas bendiciones, para que, libres de los peligros de este mundo, lleguemos con su protección, al Puerto seguro de la Gloria. Amén.
Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.
DÍA SEXTO
Señor, Dios de la Misericordia, que por medio de la reina Esther libraste a los israelitas de la sentencia de muerte dictada por Asuero; te rogamos, piadoso dueño de nuestras almas, que por la intercesión de la Santísima Virgen María de la Merced, nos libres de la muerte del pecado, concediéndonos la libertad de los Hijos de Dios y vivir en gracia hasta que podamos gozar eternamente en la gloria. Amén.
Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.
DÍA SÉPTIMO
Eterno y Omnipotente Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que coronaste a la Santísima Virgen María de estrellas y la vestiste de Gloria y Majestad, dándole poder contra todos nuestro enemigos; te suplicamos con la mayor confianza, nos otorgues el favor de considerarnos como devotos y esclavos de tan esclarecida Señora, pues la invocamos como Madre de la Merced y Misericordia, para que así nos veamos libres de las asechanzas del enemigo infernal ahora y en la hora de nuestra muerte y podamos conseguir la Gloria eterna. Amén.
Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.
DÍA OCTAVO
Amantísimo Dios y piadoso Señor, que para librar del castigo de la muerte a tu siervo Nabal, dispusiste que bajara del monte la prudente Abigail, para postrarse ante el Rey David; te suplicamos rendidamente que por los ruegos de la hermosísima y prudente Virgen María de la Merced, tu Madre, que bajó del monte de la gloria a la ciudad de Barcelona para dar consuelo a todos los afligidos y libertad a los cautivos cristianos, nos libres de todo peligro de cuerpo y alma y nos concedas entrada segura en la gloria celestial. Amén.
Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.
DÍA NOVENO
Dios y Señor de todo el Universo, que compadecido de nuestras miserias te dignaste bajar a redimirnos de la esclavitud del pecado haciéndote hombre en las purísimas entrañas de María; te rogamos por ese infinito amor tuyo, que pues elegiste a la Virgen Madre tan pura y tan misericordiosa, hagas que ella derrame sobre todos tus devotos la lluvia de sus bondades, para que mereciendo subir pro la senda de las virtudes, logremos, por la intercesión de la virgen María de la Merced, gozar de la Bienaventuranza Eterna, adorándote en tus moradas celestiales, donde vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo, y eres Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Pídase la gracia que se desea obtener. Terminar con las oraciones finales para todos los días.
ORACIONES FINALES PARA TODOS LOS DÍAS
Salutaciones. Yo te venero con todo el corazón, Virgen Santísima de la Merced, sobre todos los Ángeles y Santos del Paraíso, como Hija del Eterno Padre y te consagro mi alma con todas sus potencias. Dios te salve, María...
Yo te venero con todo el corazón, Virgen Santísima de la Merced, sobre todos los Ángeles y Santos del Paraíso, como Madre de Dios Hijo y te consagro mi cuerpo con todos sus sentidos. Dios te salve, María...
Yo te venero con todo el corazón, Virgen Santísima de la Merced, sobre todos los Ángeles y Santos del Paraíso, como Esposa del Espíritu Santo y te consagro mi corazón con todos sus afectos, pidiéndote que me obtengas de la santísima trinidad todos los medios y gracias que necesito para mi salvación eterna. Dios te salve, María...
Oración. ¡Oh, Bendita Virgen María de la Merced! ¿Quién podrá darte las debidas gracias y alabanzas por la solicitud tan maternal con que siempre has atendido a todas las almas? ¿Qué alabanzas podrá tributarte el frágil mortal que no haya aprendido de ti, Madre mía?
Dígnate aceptar nuestras plegarias que con todo fervor te dirigimos para agradecerte tantos y tan grandes favores que hemos recibido de tu maternal bondad. Son pobres y desproporcionadas a tus beneficios, pero no pongas tus ojos en ellos, piensa más bien que somos tus hijos y que, como hijos muy amantes te las dirigimos. A recibirlas alcánzanos el perdón de nuestros pecados y redímenos del castigo por ellos tenemos merecido. Escucha propicia nuestras plegarias y haz que consigamos la dicha eterna.
Recibe nuestras ofrendas, accede a nuestras súplicas, disculpa nuestras faltas, pues eres la única esperanza de los pecadores. Por tu intercesión ante tu Hijo esperamos el perdón de nuestros pecados y en ti, oh Madre celestial, tenemos toda nuestra esperanza. Virgen excelsa de la Merced; socorre a los desgraciados, fortalece a los débiles, consuela a los tristes, ruega por nuestra Patria, intercede por el Papa, por los Obispos, por los Sacerdotes, por los presos y sus familias; que experimenten tu protección maternal todos cuantos se acerquen a ti con devoción y confianza. Está siempre dispuesta a escuchar las oraciones de los que acuden a tus plantas, de manera que vean siempre cumplidos sus deseos. Ruega sin cesar por todo el pueblo cristiano tú, oh Virgen dichosa, que mereciste llevar en tus entrañas purísimas al Redentor del mundo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
"EL ÚNICO 'POPULISMO CRISTIANO' ES ESCUCHAR Y SERVIR A LA GENTE, COMO LO HIZO DON PINO PUGLISI"
Francisco, a los mafiosos: "¡Dejen de pensar en ustedes mismos y en su dinero! ¡Conviértanse!"
"El mafioso no es cristiano porque blasfema con su vida el nombre de Dios-amor"
C.D., 15 de septiembre de 2018 a las 12:45
El Papa Francisco, en Palermo
No esperen que la Iglesia haga algo por ti, comienza ya. No esperes a la compañía, ¡empieza! No pienses en ti mismo, no huyas de tu responsabilidad, ¡elige el amor!
• El Papa pide "amor evangélico y solidaridad fraterna" frente al "subdesarrollo social" que sufre Sicilia
• Francisco, en la cuna del primer mártir de la mafia
(C.D.).- Conmovedora misa del Papa en Palermo en el 25 aniversario del martirio del Beato Pino Puglisi. Ocasión que Francisco ha dedicado a explicar, en su homilía, cuál es la lección de la vida de este valiente cura asesinado por la mafia: la de que el único "populismo cristiano", tal y como nos enseñó el mártir -"pobre entre los pobres de su tierra"- es "escuchar y servir a la gente, sin gritar, sin acusar y provocar disputas".
Algunas frases de la homilía del Papa
Hoy Dios nos habla de la victoria y la derrota... San Juan presenta la fe como "la victoria que conquistó al mundo" (1 Jn 5.4), mientras que el Evangelio cita la frase de Jesús: "El que ama su vida la pierde" (Jn 12.25)
Esta es la derrota: quien ama su vida la pierde. ¿Por qué?
Ciertamente, no porque tengas que odiar la vida: la vida debe ser amada y defendida, ¡es el primer regalo de Dios!
Lo que lleva a la derrota es amar la propia vida... Los que viven por su cuenta la pierden
Parecería lo contrario. Aquellos que viven para sí mismos, aquellos que tienen éxito, aquellos que satisfacen plenamente sus necesidades, parecen estar ganando a los ojos del mundo
La publicidad nos está golpeando con esta idea, pero Jesús no está de acuerdo y la rechaza
Según él, quien vive para sí mismo no solo pierde una cosa, sino toda la vida; mientras que los que se dan a sí mismos encuentran el sentido de la vida
Entonces hay que escoger: el amor o el egoísmo
El egoísta piensa en cuidar su vida y está apegado a las cosas, dinero, poder, placer. Entonces el diablo tiene puertas abiertas. [El egoista] cree que todo está bien, pero en realidad su corazón está anestesiado
De esta manera siempre termina mal: al final te quedas solo, con el vacío adentro
Pero podría decirme: darse a sí mismo, vivir para Dios y para los demás es un gran esfuerzo para nada, el mundo no funciona así: para salir adelante... se necesita dinero y poder
Pero es una gran ilusión: el dinero y el poder no liberan al hombre, lo hacen un esclavo
Dios no ejerce el poder para resolver nuestros males y los de nuestro mundo. Su camino es siempre el del amor humilde: solo el amor libera en el interior, da paz y alegría
Esta es la razón por la cual el verdadero poder, el poder según Dios, es el servicio. Y la voz más fuerte no es la de aquellos que gritan más, sino la oración. Y el mayor éxito no es la fama, sino el testimonio
Queridos hermanos y hermanas, hoy estamos llamados a elegir de qué lado estar: vivir por nosotros mismos o dar vida
Don Pino... no vivió para ser visto, no vivió apelando contra la mafia, ni se contentó con hacer nada malo, pero sembró el bien, mucho
Parecía la lógica de un perdedor, mientras que la lógica de la cartera parecía ganar
Pero el padre Pino tenía razón: la lógica del dios-dinero es la de un perdedor
Miremos adentro. [La lógica del dios-dinero] siempre empuja a querer: tengo una cosa e inmediatamente quiero otra, y luego otra, más y más, sin fin. Cuanto más tienes, más quieres: es una mala adicción
Quien se hincha con las cosas estalla
Por otro lado, aquellos que aman se encuentran y descubren cuán hermoso es ayudar y servir, encuentran alegría adentro y una sonrisa afuera, como lo fue para Don Pino
Veinticinco años atrás, como hoy, cuando murió en su cumpleaños, coronó su victoria con una sonrisa
El padre Pino estaba indefenso, pero su sonrisa transmitía la fuerza de Dios
Necesitamos muchos sacerdotes sonrientes, cristianos sonrientes, no porque se tomen las cosas a la ligera, sino porque son ricos solo en la alegría de Dios, porque creen en el amor y viven para servir
Dar vida es encontrar la alegría, porque hay más alegría en dar que en recibir
Entonces me gustaría preguntarte: ¿Quieres vivir así también? ¿Quieres dar tu vida, sin esperar a que otros den el primer paso? ¿Quieres hacer el bien sin esperar nada a cambio, sin esperar a que el mundo mejore? ¿Quieres arriesgarte por el Señor?
Don Pino sabía que estaba en peligro, pero sabía, ante todo, que el peligro real en la vida no es arriesgarse, es vivir en la comodidad
Dios nos libera de vivir a la baja, contentándonos con medias verdades. Dios nos libera de una vida pequeña
Líbranos de pensar que todo está bien si está bien conmigo. Libéranos de creer que tenemos razón si no hacemos nada para contrarrestar la injusticia. Libéranos de creer que somos buenos solo porque no hacemos nada malo
Señor, concédenos el deseo de hacer el bien; buscar la verdad que detesta la falsedad; elegir el sacrificio, no la pereza; amor, no odio; perdón, no venganza
El amor de Dios repudia toda violencia y ama a todos los hombres. Por lo tanto, la palabra odio debe ser borrada de la vida cristiana; por lo tanto, uno no puede creer en Dios y odiar a su hermano
No puedes creer en Dios y ser mafioso
Quien es un mafioso no vive como cristiano, porque blasfema con su vida el nombre de Dios-amor
Hoy necesitamos hombres de amor, no hombres de honor; de servicio, no de odio; caminar juntos, no perseguir el poder
Entonces a los mafiosos les digo: "¡Cambien! Dejen de pensar en ustedes mismos y en su dinero. ¡Conviértanse al verdadero Dios de Jesucristo!"
No puedes seguir a Jesús con ideas, debemos hacer algo. "Si todos hacen algo, se puede hacer mucho", repitió Don Pino
¿Cuántos de nosotros ponemos en práctica estas palabras? Hoy, ante él, nos preguntamos: "¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer por los demás, por la Iglesia?"
No esperen que la Iglesia haga algo por ti, comienza ya. No esperes a la compañía, ¡empieza! No pienses en ti mismo, no huyas de tu responsabilidad, ¡elige el amor!
Siente la vida de tu gente necesitada, escucha a tu gente. Este es el único populismo posible, el único "populismo cristiano": escuchar y servir a la gente, sin gritar, sin acusar y provocar disputas
Lo mismo hizo el padre Pino, pobre entre los pobres de su tierra
En su habitación, la silla donde estudiaba estaba rota. Pero la silla no era el centro de la vida, porque no estaba sentado a descansar, pero vivía en el camino hacia el amor. Aquí está la mentalidad ganadora. Aquí está la victoria de la fe, nacida del regalo diario del yo
"Nadie tiene mayor amor que este: dar su vida por sus amigos". Estas palabras de Jesús, escritas en la tumba de Don Puglisi, nos recuerdan a todos que dar la vida era el secreto de su victoria, el secreto de una vida hermosa
Hoy también, elijamos una vida hermosa