En la Iglesia Cristo nos llama a la conversión
- 19 Septiembre 2018
- 19 Septiembre 2018
- 19 Septiembre 2018
7 consejos para un papá cristiano
Como hombres cristianos, tenemos el deber moral de cuidar y amar a nuestros hijos
Por: Sebastian Campos | Fuente: catholic-link
Actualmente el rol de nosotros, los padres (varones), ha tomado un protagonismo nunca visto en generaciones pasadas. Por lo mismo, se espera mucho más de nosotros y lamentablemente las expectativas no siempre están a la altura de la realidad. Como hombres cristianos, tenemos el deber moral de cuidar y amar a nuestras familias, y con particular atención y ternura a nuestros hijos, pero además está en nuestras manos el que ellos comprendan cómo es el “amor de Padre”, pues esa experiencia de filiación en la familia al mismo tiempo será la base para aprender a recibir el amor de Dios Padre.
Desgraciadamente, no salimos muy bien parados a la hora de ser evaluados; y como esto de ser padres presentes en la crianza y el cuidado de los hijos es algo nuevo –nuestros propios padres no nos prepararon para ello– para muchos es difícil encontrar referentes de paternidad para aprender cómo hacer las cosas.
Un estudio realizado el 2014, habla de lo insatisfechos que están los hijos con el rol de sus padres, cuando se les preguntó sobre la cantidad de tiempo que les dedican, la ayuda y apoyo a la madre, el apoyo emocional del padre a los hijos, educación ética y moral entregada a los hijos. La verdad es que el gráfico ayuda a comprender la importancia del tema, pues al parecer los padres se sienten muy bien con lo que hacen, pero un tercio de los hijos creen que su desempeño no es satisfactorio.
Yo no soy un experto en el tema, pues soy papá desde hace pocos años, pero al menos de mis errores y de los errores de mi propio padre he aprendido bastante. Entonces, para acompañarnos y animarnos entre nosotros y para poder animar a otros padres que quieren hacer las cosas bien, pero no siempre les resulta, es que te compartimos algunos puntos que creemos son importantes a la hora de proponernos el ser padres como Dios manda.
1. Calidad y cantidad, ambas son importantes
Durante un tiempo, muchos se excusaban detrás de la frase: «Calidad es mejor que cantidad». Esta es una verdad a medias y cuando se trata de la educación de nuestros hijos y nuestra presencia como padres, ambas cosas son importantes. De hecho el estar presentes implica pasar tiempo con ellos, invertir nuestros días libres, nuestras horas de descanso. En el Libro del Deuteronomio hay un pasaje que, pasando medio desapercibido, nos habla de estar al tanto de nuestros hijos, acompañarlos y formarlos en todo momento y lugar: «Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en casa y cuando vas de viaje, al acostarte y al levantarte» (Dt 6, 6-7).
2. Descubrir cuáles son tus roles
El que la mujer haya ingresado al mundo del trabajo ha equiparado la cancha al momento de asumir responsabilidades en casa, sobre todo en la crianza y las labores domésticas. Pero el que ambos esposos tengan igualdad de responsabilidades, no es lo mismo que tengan que hacer las mismas cosas. Hombres y mujeres somos diferentes y esas características que nos distinguen son necesarias para nuestros hijos, por lo tanto es importante descubrir “de qué estoy a cargo yo”; no solamente pensando en aquello que me queda más cómodo o me sale natural, sino pensando en el bienestar de los más pequeños y en que realmente puedo cumplir aquello a lo que me estoy comprometiendo. Es común que los padres distribuyan las funciones. Reflexiona sobre eso, quizás seguir el patrón cultural histórico según el cual la madre es quien mima y cuida con ternura y el padre es quien impone la disciplina, administra los permisos y habla fuerte en la mesa, no es tan buena idea hoy en día.
3. Ponte en los zapatos de mamá
A los varones nos toca mirar desde la vereda del frente muchas cosas en la crianza de nuestros hijos, en donde ellos y sus madres son cómplices absolutos. Ponte el uniforme actitudinal de mamá en algunos momentos, permítete ser sensible, emotivo, no tan racional ni moral, permítete mimar e incluso malcriar un poco. Tampoco decimos que las madres sean malas con los hijos, pero esa relación cercana está basada también en un amor tierno y delicado que muchas veces los hombres no somos capaces de lograr. Definitivamente hay cosas que no nos van a resultar del todo bien, pues las mujeres tienen cualidades innatas para hablar, aconsejar en problemas sentimentales, ayudar en las tareas y manualidades del colegio y cosas así, pero nosotros, dentro de nuestra aparente torpeza, también tenemos mucho qué hacer.Nuestra misma masculinidad, el ser varones, sin que lo queramos, educa en el respeto, la caballerosidad, el cuidado del más débil y en la autoridad.
4. Es buena idea repartir las tareas
Por experiencia personal, creo que no es muy bueno dejar a uno de los padres “a cargo de”, pues la tarea, cualquiera que sea, se vuelve rutinaria y con el paso del tiempo una pesada obligación. Es sano, en cuanto a las labores y cuidados de la casa, el ponerse de acuerdo e ir alternando. En mi casa, el planchado es mío, no porque me guste, sino porque mis camisas son algo importante. El aseo de las cosas delicadas es de mi esposa, pues siempre que yo lo hago me quedan manchas o imperfecciones que simplemente yo no veo. Pero en todo lo demás vamos intercambiando semana a semana; hay días en que cocina uno y otros días, el otro; el aseo de la casa; el escoger la ropa que usará el pequeño; el lavar, secar, planchar, guardar la ropa de todos, y así. Es saludable conversar eso, así no solo evitarás incómodas peleas domésticas, sino que tu amor por la casa será un testimonio que quedará grabado en el corazón de tus hijos.
5. Ser la cabeza de la iglesia doméstica
La Iglesia nos invita a que nuestro hogar y familia conformen una iglesia doméstica, en donde se celebra la fe, donde se habla de Dios, en donde se ora juntos. Históricamente el rol de la transmisión de la fe ha descansado sobre los hombros femeninos. Seguro que muchos recuerdan con ternura a sus madres o abuelas rezando junto a ustedes en sus camas; enseñándoles oraciones de pequeños, acompañándolos con santitos e imágenes religiosas cuando estuvieron enfermos. Pero como varones, tenemos la responsabilidad de hacer de esa experiencia de Iglesia doméstica, algo sostenido en el tiempo, no solo presente en la primera infancia.
El Catecismo nos enseña que: «Por la gracia del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus hijos(…) La forma de vida en la familia puede alimentar las disposiciones afectivas que, durante toda la vida, serán auténticos cimientos y apoyos de una fe viva» (CEC 2225).
6. Hablar fuerte cuando es necesario, pero también ser dulce y delicado cuando lo amerita
Los padres tienen el rol histórico de ser quienes “roncan” en casa. Madres e hijos se ponen de acuerdo para ir a hablar con papá al momento de conseguir un permiso para salir, dinero u otra cosa que los hijos quieran, y los padres son quienes deciden. Esto tiene un fundamento cultural que viene desde tiempos bíblicos y está muy bien que sea así, pues nuestras características naturales ayudan a ello.
«El que ama a su hijo lo corrige sin cesar… el que enseña a su hijo, sacará provecho de él» (Si 30, 1-2). Pero también en la misma Biblia se nos enseña a no pasar de largo, sino a tratar a nuestros hijos con cuidado y que nuestra disciplina sea un acto de amor y no de imponer un régimen del terror. Aquí es donde se convierte en buena idea ser dulces y delicados;escuchar con atención sus solicitudes y ser flexibles con ellos, tal como lo es Dios Padre con nosotros. «Padres, no irriten a sus hijos; al contrario, edúquenlos, corrigiéndolos y aconsejándolos, según el espíritu del Señor» (Ef. 6, 4).
7. En lo posible, ser un modelo de vida
Me dolía mucho cuando le pedía a mi papá dinero para comprar alguna golosina y me decía que no había, pero a los minutos lo veía fumar. Yo vi eso y estoy seguro que muchos de nosotros crecimos con algunos ejemplos parecidos y que seguimos imitando. Tampoco se trata de someter a juicio a nuestros padres, sino a mirarnos a nosotros mismos para que estemos conscientes de nuestros actos, reconociendo que se graban en el corazón de nuestros hijos. La forma en la que somos cariñosos con nuestras esposas, la alegría con la que realizamos las tareas de la casa, la forma en la que hablamos de los demás, cómo enfrentamos las exigencias del trabajo, cómo vivimos nuestra fe y relación con Dios, y por supuesto cómo es nuestra relación con nuestros hijos; todo eso va modelándolos, todo lo que hacemos es una referencia para ellos, cala hondo y probablemente ellos mismos vayan a repetirlo en cierta medida con sus propios hijos. Ahí radica la importancia de intentar vivir conforme a lo que decimos, que no es otra cosa que vivir como cristianos; no por aparentar hipócritamente, sino por amor a Dios y a ellos.
Mirar nuestra paternidad como un regalo de Dios, en donde nos permite amar como Él nos ama a nosotros, con amor paternal, este es un misterio que no se descifra como un enigma, sino que hay que introducirse en él a paso lento, pero curiosos, con ojos y corazón abierto.
Estas ideas son solo eso, hay muchas más que tú mismo puedes ir descubriendo, pero lo importante, más allá de aplicar esto como una regla inamovible, es que vayas aprendiendo de la mano de Dios cómo vivir esta vocación a la que hemos sido llamados al cuidado de nuestra familia, en especial de nuestros hijos.
¿Y si ya no soy virgen? ¿Puedo recuperar lo que he perdido?
La pérdida de la virginidad tiene que ver con tu pasado. Vivir la castidad tiene que ver con tu presente y tu futuro.
Aunque hayas perdido la virginidad, ¡sí puedes volver a empezar!
Dios siempre te dará un nuevo inicio, una nueva oportunidad.
Cuando a las jóvenes que acuden a mí les he hablado de la castidad, de la importancia de esperar hasta el matrimonio, de lo importante que es reconocerse valiosa y esperar por la persona correcta, muchas veces me han mirado con cara incrédula. Algunas me han dicho:
“Doctora, qué bonito ese cuento de hadas, pero no es para mí. Mi mamá creía lo mismo que usted, se casó virgen y una vez que se casó, mi papá se transformó y la trataba pésimo. ¿De qué le valió a ella llegar virgen al matrimonio? Así que yo tengo que probar para que no me pase lo mismo”.
Otras me dicen:
“Yo creía lo mismo que usted, traté de cuidarme, de mantener los límites, pero un día tuve un tremendo problema en mi casa, llamé llorando a mi novio porque necesitaba verlo, me sentía sola, no sabía qué hacer. Nos juntamos, me abrazó, comenzó a hacerme cariño y la verdad es que comenzó muy suave y sutilmente y poco a poco me fue haciendo cariños cada vez más profundos. Yo lograba darme cuenta que estábamos pasando barreras, pero estaba tan mal y necesitaba tanto sentirme protegida, que no tuve la fuerza para decirle que no, y finalmente las cosas pasaron. Siento que algo se rompió en mí, y que ya no tengo cómo volver atrás. Con mi novio no tengo cómo frenar. Hemos roto y vuelto por lo menos unas tres veces, no logro superarlo y siento que ya no es lo mismo que antes, pero tampoco sé cómo solucionarlo”.
Entonces, ¿cómo hablarles de castidad a jóvenes que se encuentran con una sexualidad herida y desordenada, que ya han roto todos los límites y no pueden salir de una situación de dependencia?
Este es un duro y doloroso proceso de REHABILITACIÓN, y como todo proceso de rehabilitación el primer paso es reconocer que estoy en un hoyo, que no tengo cómo salir de él sola y que si sigo con la misma actitud, el hoyo va a ser cada vez más profundo.
Este reconocimiento o “abrir los ojos”, aunque doloroso, es vital porque nos permite ponernos en contacto con esa fuerza escondida del espíritu que cada uno de nosotros posee y que despierta un sentido de lucha que hasta entonces desconocíamos.
Habiendo dado este paso, es imprescindible encontrar personas que nos ayuden, amigas verdaderas que nos animen -digo amigas, porque si buscas ese apoyo en amigos, lo más probable es que te termines enredando en una nueva relación que tampoco te va a ayudar-, padres o profesionales de quienes necesitamos escuchar frases como:
“Yo creo en ti, yo sé que puedes, ánimo, no te voy a dejar.”
Necesitamos escucharlas porque cuando nuestra identidad está herida ya no somos capaces de creer en nosotras mismas.
Ahora bien, encontrar estas personas a veces puede ser difícil, sobre todo si estamos insertos en un ambiente donde todos parecieran estar en la misma, donde no hay personas que tengan el ideal de la castidad como camino a seguir, donde las parejas rotas abundan, y donde una vez más fidelidad y amor eterno parecieran ser palabras de lindas películas, pero no de la vida real. ¿Dónde encontrarlas, cómo buscarlas, si quiero hacer un cambio en mi vida, pero siento que no tengo el apoyo de nadie? Ante esta dificultad no te desanimes, búscalas, porque aunque pocas existen, y cuando las buscas verdaderamente verás cómo Dios las pone en tu camino.
En este punto del proceso, viene quizá el paso más importante de todos. Reconocer que necesitamos una ayuda que va más allá de nuestras fuerzas o de las fuerzas y del aliento que nos pueden dar verdaderas amistades: ¡necesitamos reconocer que necesitamos la ayuda de Dios!
Con motivo del pasaje del Buen Pastor, aquel que va en busca de la oveja perdida y herida, una joven una vez me dijo:
“En una oportunidad me sentí ovejita herida, que no podía seguir el ritmo del rebaño, sentía que el Pastor no se había dado cuenta que yo me quedaba atrás, y que poco a poco se alejaba. Antes de perderlo totalmente de vista, me puse a balar con todas mis fuerzas, a hacer “Beeeeeee” hasta que logré captar la atención del Pastor, entonces el Pastor al escucharme, se detuvo, se devolvió y me sacó de las ramas de las cuales yo no podía salir y como no tenía fuerzas, con infinito amor me cargó. Detuvo el rebaño y esperó hasta que yo recuperara mis fuerzas para poder seguir.”
Este caso nos enseña que cuando reconocemos nuestra debilidad, nuestra sexualidad herida, nuestra dependencia del cariño físico y de cobijo, es imposible que Dios no nos escuche y venga en nuestra ayuda cuando acudimos a Él. Pero lo importante es quehay que pedírsela con insistencia, con fuerza, desde lo más profundo del corazón, como lo hizo Pedro cuando se hundía en las aguas violentas y agitadas: “¡Sálvame, Señor!”
Cuando Dios escucha este clamor, una de las primeras cosas que le dice a nuestro corazón es:
“Tú eres una perla preciosa, finalmente te encontré. Yo no me quedo mirando tu pecado, tus errores, tu pasado, ¡yo miro tu corazón! Tu corazón es tan bello y tan increíblemente delicado que volvería a dar mi vida completa con tal de defenderte y de que estés a salvo. Hasta ahora, nadie ha sabido apreciar tu valor, pero si tú aceptas, Yo te hago esta promesa: prometo resguardarte y cuidarte, prometo devolverte esa dignidad que perdiste, que entregaste a quien no debías en un momento de fragilidad o que te fue robada. Tú eres mi princesa, la niña de mis ojos, la luz de mi corazón, y ahora que finalmente te he vuelto a encontrar, no voy a permitir que nadie te vuelva a robar, pero para eso, necesito que tú me digas que SÍ. Yo quiero hacer esto contigo porque me moriría de dolor si volvieran a usarte como si fueras una perla de plástico, de las que venden en la cuneta.”
Y ahora la pregunta se vuelve personal: ¿Estás dispuesta a aceptar esta propuesta de Dios? ¿Estás dispuesta a decirle Sí? Dios es un eterno presente, para Él no hay tiempo, por lo tanto en este minuto que estás leyendo estas líneas, Dios realmente te lo está preguntando. Él necesita de TU respuesta para poder actuar.
Ahora detente un momento, no sigas leyendo y piensa qué le quieres decir a Dios, y díselo en este mismo instante.
Estoy absolutamente convencida de que si aceptaste esta promesa, poco a poco Dios te irá limpiando, puliendo y transformando en esa hermosa perla que eres, para que puedas brillar con gran intensidad. Pero tienes que entender que esto no ocurre de la noche a la mañana, que el proceso de sanación y rehabilitación es lento, que a veces te vas a sentir incomprendida y sola, pero si pasas por esos momentos, ¡sigue adelante y no te detengas! Esto ocurre porque todo cambio de vida implica dejar nuestras antiguas comodidades, nuestras seguridades, muchas veces amistades que no ayudan, pero definitivamente puedo decirte que ¡¡¡VALE LA PENA Y VALE LA VIDA!!!
La pérdida de la virginidad tiene que ver con tu pasado
Vivir la castidad tiene que ver con tu presente y tu futuro
Ntra. Sra de la Salette
Celebrado el 19 de septiembre
El 19 de septiembre de 1846, apareció la Santísima Virgen, sobre la montaña de La Salette, (Francia), a dos jóvenes pastorcitos, Melania Calvat y Maximino Giraud. Primeramente les confió un mensaje público; después a Maximino sólo, un secreto; luego a Melania un mensaje que podría publicar en 1858.
El Llamamiento a los Apóstoles de los Ultimos Tiempos forma parte del Secreto confiado a Melania:
"Dirijo un llamamiento apremiante a la tierra;
llamo a los verdaderos discípulos de Dios que vive y reina en los cielos;
llamo a los verdaderos imitadores de Cristo hecho hombre;
llamo a Mis hijos, a Mis verdaderos devotos,
los que se hayan entregado a Mí
para que Yo los conduzca a Mi Divino Hijo,
los que llevo por decir así en Mis brazos,
los que han vivido según Mi espíritu;
en fin llamo a los Apóstoles de los Ultimos Tiempos
los fieles discípulos de Jesucristo que han vivido
en el desprecio del mundo y de sí
mismo en la pobreza y la humildad,
en el desprecio y en el silencio,
en la oración y en la mortificación,
en la castidad y en la unión con Dios,
en el sufrimiento y desconocidos del mundo.
Es hora de que salgan y vengan a alumbrar la tierra."
"Id y mostraos como Mis hijos queridos. Estoy con vosotros y en vosotros, siempre que vuestra fe sea la luz que os alumbre en esos días de desgracia. Que vuestro celo os haga como los hambrientos por la gloria y honor de Jesucristo. Combatid, hijos de luz, vosotros pequeño número que lo véis, porque he aquí el tiempo de los tiempos, el fin de los fines."
Así habló la Madre de Dios y mientras escuchaba, contemplaba Melania, en una visión profética la vida y las obras venideras de los hijos y de las hijas de la Orden de la Madre de Dios, religiosos misioneros, religiosas misioneras y discípulos laicos, esparcidos por todas partes del mundo. Los religiosos y religiosas harán los votos; los discípulos laicos, la consagración a la Santísima Virgen. Melania veía también a varias religiosas llegar a unirse con esta Orden y las otras por su relación recobrar su espíritu primitivo.
Por mandato del Papa León XIII, presentó Melania esta regla al examen de la Sagrada Congregación de Obispos y Religiosos la cuál dio su aprobación el 27 de mayo de 1879. Al mismo tiempo fueron aprobadas las constituciones que Melania había compuesto para la Orden de la Madre de Dios a petición de León XIII, según su visión profética de 1846.
Melania falleció en olor de santidad el 14 de diciembre de 1904, a la edad de 73 años.
San Juan Pablo II (1920-2005)
papa
Carta encíclica "Dives in Misericordia", § 13 - Copyright © Libreria Editrice Vaticana
En la Iglesia Cristo nos llama a la conversión
La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia—el atributo más estupendo del Creador y del Redentor—y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora. En este ámbito tiene un gran significado la meditación constante de la palabra de Dios, y sobre todo la participación consciente y madura en la Eucaristía y en el sacramento de la penitencia o reconciliación. La Eucaristía nos acerca siempre a aquel amor que es más fuerte que la muerte (Ct 8,6): en efecto, «cada vez que comemos de este pan o bebemos de este cáliz », no sólo anunciamos la muerte del Redentor, sino que además proclamamos su resurrección, mientras esperamos su venida en la gloria (Cfr. 1 Cor 11, 26; aclamación en el «Misal Romano»). El mismo rito eucarístico, celebrado en memoria de quien en su misión mesiánica nos ha revelado al Padre, por medio de la palabra y de la cruz, atestigua el amor inagotable, en virtud del cual desea siempre El unirse e identificarse con nosotros, saliendo al encuentro de todos los corazones humanos. Es el sacramento de la penitencia o reconciliación el que allana el camino (Lc 3,3; Is 40,3) a cada uno, incluso cuando se siente bajo el peso de grandes culpas. En este sacramento cada hombre puede experimentar de manera singular la misericordia, es decir, el amor que es más fuerte que el pecado.
Un católico se parece a Cristo
Santo Evangelio según San Lucas 7, 31-35. Miércoles XXIV de Tiempo Ordinario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús mío, dame la gracia de parecer más a Ti, de ser un auténtico cristiano.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El Evangelio de hoy nos lanza una invitación, más aún, un reto: parecernos a Cristo. Él mismo lo dice, ¿con quién compararé esta generación de hombres? ¿A quién se parecen? La respuesta no es fácil, pues el Evangelio, Cristo y el ser católico es para valientes. Hagámonos la pregunta, ¿me parezco a Cristo? ¿O me parezco cada vez más al espíritu del mundo?
La posible respuesta es la relación de autenticidad que existe en mi vida entre quién soy y lo que hago, pues mi identidad de católico no se borra nunca; la puedo opacar y dejar de lado, pero siempre mi conciencia puede reclamarme: Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis.
Optar por Cristo, parecernos a Él no es fácil, pero sin duda nos hará ser felices, plenos, santos.
Esta es la ortodoxia de esta gente que cierra el corazón a las novedades de Dios, al Espíritu Santo. Esta gente no sabe discernir las señales de los tiempos. Quieren una Iglesia, querían eso, una sinagoga, una Iglesia cerrada rígida, no abierta a las novedades de Dios. El otro comportamiento, el de los discípulos, de los apóstoles, es un comportamiento de libertad, la libertad de los hijos de Dios. Tienen resistencias al inicio. Pero esto no solo es humano, es una garantía de que no se dejen engañar por cualquier cosa y después con la oración y el discernimiento encuentran el camino. Porque siempre habrá resistencias al Espíritu Santo, siempre, hasta el fin del mundo
(Homilía de S.S. Francisco, 24 de abril de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy, para parecernos más a Cristo, imitemos una actitud o una reacción que Él mismo tendría con aquel que más nos cueste tratar en el día a día.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino! Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Y tú, ¿a quién te quieres parecer?
Hoy, mañana y siempre, tienes que parecerte a El. Como Jesús, ¡sé héroe en el amor!
Y tú, ¿a quién te quieres parecer? ¿Acaso a ese cantante popular, o a algún jugador de fútbol afamado, o a esos personajes que se ven en las publicidades disfrutando en fiestas con gente sonriente y copas en sus manos? Me dirás que no, que te sientes cómodo pareciéndote a nadie en particular. Sin embargo, ¿qué comportamientos imitas, que cosas buscas con esfuerzo y anhelo?
Quizás la manera más efectiva de comprender a quien queremos parecernos consiste en descubrir aquellas cosas que nos incomodan, que nos hacen sentirnos cómo fuera de lugar. Por ejemplo, cuando nos ponemos en la necesidad de decir algo o emitir una opinión que contradice lo que se considera normal, ante quienes nos rodean. En esos momentos pensamos que quizás los demás van a rebatir nuestras opiniones, ¿y entonces que haremos? ¿Nos atreveremos a presentar ideas que no son vistas en televisión, calificadas como lo bueno y deseable? ¿Toleraremos el ser rechazados y mirados como quizás fuera de época y hasta un poco intolerantes?
También podemos meditar en aquellas actitudes que tomamos y generan, de inmediato, la visión de que somos modernos y acoplados a las tendencias más recientes. Allí no hay ningún problema, nos movemos como pez en el agua, podemos dialogar y ser vistos con aceptación y hasta con algo de envidia, si es que además podemos presumir un poco de cultura, conocimientos, o hasta lucir exitosos y ganadores.
La cuestión es saber que el heroísmo consiste en ser capaces de enfrentar la incomprensión y el rechazo, si es que de defender cosas buenas se trata. Las más de las veces, deberás vencer la descalificación y ese rubor que se asomará a tus mejillas cuando tus palabras sean silenciosamente calificadas de ridículas. Quizás no se te diga la palabra, pero la mirada será más clara que un torrente de risotadas o de comentarios con sorna y abierto tono de burla.
Es que, acaso, ¿quieres imitar a Aquel que caminaba por las calles serpenteantes de Jerusalén cubierto de Sangre, escupido, insultado, arrastrando a duras penas un pedazo de Madera que le lastimaba el hombro? Ese Hombre debajo del Madero, ¡es Dios! Eso sí que es difícil, imitar al más maravilloso Hombre que jamás pisara esta tierra. Y sin embargo, El no proyectaba una imagen de ganador, de exitoso, ni llevaba en Su Mano una copa de champagne. Todo lo contrario, resistía toda la incomprensión que el mundo es capaz de presentar.
Día a día se nos presentan oportunidades de imitar a Aquel que nos invita a dar testimonio de fortaleza, a diferenciarnos de un mundo que a cada instante derrapa hacia profundidades in imaginadas apenas algunas décadas atrás. Por supuesto que nos sentimos cómodos en el refugio cobarde de dejar que el mundo nos hierva en esa sopa que son los medios de comunicación modernos. En esa postura amorfa de mirar para donde soplan los vientos de la sociedad, y soplar con todas las ganas en esa misma dirección para, simplemente, ser aceptados y valorados.
El heroísmo de estos tiempos es el salirse de esa sopa con un grito, con una exclamación que proclama a los cuatro vientos: ¡a mi no me pondrán en su bolsa de gatos! Somos, por algo, discípulos del que enfrentó a absolutamente todo el que se puso delante Suyo con un corazón contaminado de errores, malas intenciones y materialismos diversos. Y lo hizo con Amor, con todo el Amor del que un Dios hecho Criatura es capaz.
No, no podemos buscar el disfraz de "normales" como forma de transitar de modo confortable una vida que fue hecha para el heroísmo. Jesús, nuestro Manso Jesús, nos llama una vez más a ser valientes testigos de Su Amor, de Su Justicia. Nada ni nadie puede torcer nuestro destino de Reino, porque el paso por este torbellino que llamamos vida no puede terminar en una pregunta sin respuesta: "Y tú, ¿qué hiciste con la única oportunidad que te di, la de demostrarme con valor y constancia de cuanto eres capaz, a la luz de Mi Palabra?"
Hoy, mañana y siempre, tienes que parecerte a El, porque es aquí y ahora cuando se define si el reloj de tu historia particular marca horas gloriosas, u horas de conformidad y silencios cómplices. Como Jesús, ¡sé héroe en el amor!
Oraciones para cada día de la novena, la puedes hacer tantas veces desees, de manera especial los días previos a la festividad (18 al 26 de septiembre)
Oración preparatoria para todos los días
Dios todopoderoso y eterno, que llenaste de caridad el corazón de san Vicente de Paúl, escucha nuestra oración y danos tu amor. A ejemplo suyo, haznos descubrir y servir a Jesucristo, tu Hijo, en nuestros hermanos pobres y desdichados. Que en su escuela aprendamos a amarte a Ti con el sudor de nuestro rostro y la fuerza de nuestros brazos. Por sus oraciones, libra nuestras almas del odio y del egoísmo; haz que todos recordemos que un día seremos juzgados sobre el amor. Oh Dios, que quieres la salvación de todos, danos los sacerdotes, las religiosas y los apóstoles seglares que tanto necesitamos. Que sean entre nosotros los primeros testigos de tu amor. Virgen de los pobres y Reina de la Paz, obtén para nuestro mundo dividido y angustiado, el amor y la paz. ASÍ SEA.
ORACIÓN FINAL
Terminar cada día con los gozos:
GOZOS
HIMNO A SAN VICENTE
(Melodía del "Quis novus caelis")
¿Qué nuevo triunfo cantan hoy, los cielos?
¿Qué nuevo aplauso los santos tributan?
¡La luz del Clero, el Padre de los Pobres
brilla en la Gloria!
R/. Ayúdanos, San Vicente,
a renovarnos en el Evangelio.
Obras ingentes loan tus proezas
y el Amor ciñe de laurel tu frente;
cuanto le diste al Pobre con largueza
te vuelve el Cielo.
Los sacerdotes, siendo tú su Guía,
llevan al Pobre la verdad de Cristo:
la madre Iglesia vive y canoniza
tu Magisterio.
Pero te honran de manera insigne
vírgenes castas que, a la vez, son Madres:
los Pobres gozan, bajo tu mirada,
de su ternura.
Como aliviaste el dolor del mísero,
oye hoy, benigno, el clamor del Pueblo:
todos los pobres, juntos te proclaman
Padre y Amigo.
Demos hoy, todos, gloria al Padre Eterno
y al Hijo Ungido Salvador del hombre
y al Amor mismo, Llama de Dios vivo
que arde en Vicente. Amén.
DÍA PRIMERO
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Las máximas evangélicas
¿Cuáles son estas máximas? Hay un gran número de ellas en el Nuevo Testamento, pero las principales y fundamentales son las que se detallan en el sermón que tuvo nuestro Señor en la montaña, que comienza: «Bienaventurados los pobres de espíritu» (Mt 5, 3).
Pongamos por ejemplo ésta, que es de las fundamentales: «Id y tened con vuestro prójimo, el mismo trato con que os gustaría ser tratados» (Mt 7,12). Esta máxima es la base de la moral, y sobre este principio se pueden regular todas las acciones de la justicia secular. Y como toda conclusión que se saca de uno o varios principios tiene que mostrar con seguridad lo que ordenan para la práctica de la virtud, o lo que prohíben para la huida del vicio, así también de estas máximas evangélicas se sacan consecuencias ciertas que llevan, según los designios de nuestro Señor, no sólo a huir del mal y a seguir el bien, sino también a procurar la mayor gloria de Dios, su Padre, y a adquirir la perfección cristiana.
Para tener una mayor inteligencia de estas máximas y distinguir mejor las que obligan de las que no obligan, es conveniente añadir que hay algunas que obligan a su observancia, como éstas: «Guardaos de toda avaricia» (Lc 12,15), «Haced penitencia» (Mt 4,17), porque son mandamientos absolutos. Otras no obligan más que a la disposición de recibirlas en caso necesario, cuando se le propongan y éste tenga poder para cumplirlas, como ésta: «Haced bien a los que os odian» (Mt 5,44). Hay otras que son puramente consejos, como por ejemplo: «Vended todo lo que poseéis y dadlo en limosna» (Lc 12,33), porque nuestro Señor no obliga a nadie a vender todos sus bienes para dárselos a los pobres; esto es sólo para una mayor perfección.
Finalmente, hay otras que son también puros consejos evangélicos, pero que sin embargo obligan a veces a observarlos por haberse convertido en preceptos; esto sucede cuando se ha hecho voto de guardarlos, haciendo voto de pobreza, castidad y obediencia, ya que los consejos evangélicos se refieren y se reducen a estas tres virtudes, pues no hay ninguno que no tenga que ver con la pobreza, con la castidad o con la obediencia. (Cf. Op. cit., n. 690 y 691).
Oración final. Señor, Dios nuestro, que pusiste como fermento del mundo la fuerza del Evangelio, concede a cuantos has llamado a vivir en medio de los afanes temporales que, encendidos de espíritu cristiano, se entreguen de tal modo a su tarea en el mundo, que con ella construyan y proclamen tu Reino. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Terminar con los gozos o himno a San Vicente.
DÍA SEGUNDO
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Las máximas del mundo
El abrazar las máximas del Evangelio compromete a huir de las máximas del mundo, ya que son opuestas a las del Evangelio; para huir de ellas, hay que saber cuáles son, qué es lo que se entiende por estas máximas del mundo y ver cómo se oponen a las de Jesucristo y en qué las contradicen.
En primer lugar, las máximas de nuestro Señor dicen: «Bienaventurados los pobres» (Mt 5, 36); y las del mundo: "Bienaventurados los ricos". Aquellas dicen que hay que ser mansos y afables; éstas, que hay que ser duros y hacerse temer. Nuestro Señor dice que la aflicción es buena: «Bienaventurados los que lloran»; los mundanos, por el contrario: "Bienaventurados los que se divierten y se entregan a los placeres".
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed, los que están sedientos de justicia»; el mundo se burla de esto y dice: "Bienaventurados los que trabajan por sus ventajas temporales, por hacerse grandes".
«Bendecid a los que os maldicen» (Lc 6, 28), dice el Señor; y el mundo dice que no hay que tolerar las injurias: "al que se hace oveja, se lo comen los lobos"; que hay que mantener la reputación a cualquier precio, y que más vale perder la vida que el honor.
Y esto basta para conocer cuál es la doctrina del mundo y qué es lo que pretende. Por consiguiente, al comprometernos a seguir la doctrina de Jesucristo, que es infalible, nos obligamos al mismo tiempo a ir contra la doctrina del mundo, que es un abuso. (Cf. Op. cit., nn. 692-694).
Oración final. Oh Dios, que has llamado a todos los hombres a cooperar en el plan inmenso de la creación, haz que en el esfuerzo común por construir un mundo nuevo, más justo y más fraterno, se consiga que todo hombre encuentre el puesto que su dignidad pide, para que realice plenamente su vocación y contribuya al progreso de todos los demás hombres, según la Buena Nueva que nos predicó tu Hijo, Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Terminar con los gozos o himno a San Vicente.
DÍA TERCERO
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Motivos para observar las máximas evangélicas
Los motivos se deben derivar de la santidad, de la naturaleza y de la utilidad de estas máximas. Vamos a verlo.
¿Qué es la santidad? Es el desprendimiento y la separación de las cosas de la tierra, y al mismo tiempo el amor a Dios y la unión con su divina voluntad. En esto me parece a mí que consiste la santidad.
¿Y qué es lo que nos aparta más de la tierra y nos une tanto al cielo sino las máximas evangélicas? Todas ellas pretenden separarnos de los bienes, placeres, honores, sensualidades y propias satisfacciones; todas tienden a ello; ese es su fin. Por eso, decir que una persona se mantiene en la observancia de las máximas evangélicas, es decir que está en la santidad; decir que una persona las practica, es decir que tiene la santidad, porque la santidad, como acabamos de anotar, consiste en el rompimiento del afecto a las cosas terrenas y en la unión con Dios; de forma que es inconcebible que una persona observe las máximas evangélicas y no se vea despegada de la tierra y unida al cielo.
El segundo motivo que se saca de las máximas evangélicas, es su utilidad. Las personas que las practican, ¿qué es lo que hacen? Se apartan de tres poderosos enemigos: la pasión de tener bienes, de tener placeres y de tener libertad. Ese es, hermanos míos, el espíritu del mundo que hoy reina con tanto imperio, que puede decirse que todo el afán de los hombres del siglo consiste en poseer bienes y placeres y en hacer su propia voluntad. Eso es lo que se busca, tras eso corren. Se imaginan que la felicidad de este mundo está en amontonar riquezas, en gozar y en vivir a su antojo.
Pero, ¡ay!, ¿quién no ve todo lo contrario y quién ignora que el que se deja gobernar por sus pasiones se convierte en esclavo de las mismas?
Una persona que se queda ahí, esto es, que no logra hacerse dueño de sus pasiones, puede y debe creerse hija del diablo. Por el contrario, los que se alejan del afecto a los bienes de la tierra, del ansia de placeres y de su propia voluntad, se convierten en hijos de Dios y gozan de una perfecta libertad, porque la libertad sólo se encuentra en el amor de Dios. Esas personas, hermanos míos, son libres, carecen de leyes, vuelan libres por doquier, sin poder detenerse, sin ser nunca esclavas del demonio ni de sus placeres. ¡Bendita libertad la de los hijos de Dios!. (Cf. Op. cit., nn. 990-991).
Oración final. ¡Oh Salvador, Señor, Dios nuestro! Tú trajiste del cielo a la tierra esta doctrina, la recomendaste a los hombres y la enseñaste a los apóstoles, a quienes les dijiste que esta doctrina es como la base del cristianismo y que todo lo que no se cimente en ella estará cimentado sobre arena: llénanos de este espíritu, dispon nuestros corazones a recibirlo. Amén.
Terminar con los gozos o himno a San Vicente.
DÍA CUARTO
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La sencillez, una máxima evangélica
¡Qué agradable a Dios es la sencillez! La Escritura dice que se deleita tratando con los más sencillos, con los sencillos de corazón, que proceden con toda sencillez y bondad (Pr 3, 32). ¿Queréis encontrar a Dios? Está con los sencillos.
Otra cosa que nos anima maravillosamente a la sencillez son aquellas palabras de nuestro Señor: «Te doy las gracias, Padre mío, porque la doctrina que yo he aprendido de tu divina majestad y que he esparcido entre los hombres, sólo es conocida por los sencillos y permites que no la entiendan los prudentes de este mundo; tú les has ocultado, si no las palabras, al menos su espíritu».
La sencillez en general equivale a la verdad, o a la pureza de intención: a la verdad, en cuanto que hace que nuestro pensamiento sea conforme con las palabras y con los otros signos que nos sirven de expresión; a la pureza de intención, en cuanto que hace que todos nuestros actos de virtud tiendan rectamente hacia Dios.
Pero cuando se toma la sencillez por una virtud especial y propiamente dicha, comprende no sólo la pureza y la verdad, sino también esa propiedad que tiene de apartar de nuestras palabras y acciones toda falsía, doblez y astucia.
La sencillez que se refiere a las palabras consiste en decir las cosas como las sentimos en el corazón, como las pensamos. Todo lo que no es esto, es doblez, apariencia, falsía, que son contrarias a la virtud de que estamos hablando, la cual quiere que se digan las cosas como son, sin dar muchas vueltas, hablando ingenuamente y sin malicia, y además con la pura intención de agradar a Dios.
En cuanto a la otra parte de la sencillez que se refiere a las acciones, consiste en obrar normalmente, con rectitud y siempre teniendo a Dios ante los ojos, en los negocios, en los cargos y en los ejercicios de piedad, excluyendo toda clase de hipocresía, de artificios y de vanas pretensiones.
Esta sencillez en las acciones no existe en aquellas personas que, por respeto humano, desean aparentar lo que no son; lo mismo que tampoco son simples o sencillos sus trajes. También va contra esta virtud tener unas habitaciones bien amuebladas, adornadas de imágenes, de cuadros, de muebles superfluos, tener un montón de libros para presumir, complacerse en cosas vanas e inútiles, en la abundancia de las necesarias cuando una basta, predicar con elegancia, con un estilo hinchado, y finalmente buscar en nuestros ejercicios otra finalidad distinta de Dios; todo esto va contra la sencillez cristiana en las acciones. (cf. Op. cit., nn. 769, 770, 774, 775, 778, 779).
Oración final. Oh benignísimo Jesús, tú viniste al mundo a enseñarnos la sencillez, para destruir el vicio contrario y educarnos con prudencia divina, para destruir la del mundo. Concédenos, Señor, una parte de esas virtudes que tú tuviste en un grado eminente. Llénanos a cada uno de nosotros de ese deseo de ser sencillos y hacernos prudentes con la prudencia cristiana. Amén.
Terminar con los gozos o himno a San Vicente.
DÍA QUINTO
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La virtud de la indiferencia
Un santo dice que la indiferencia es el grado más alto de la perfección, la suma de todas las virtudes y la ruina de los vicios. Necesariamente tiene que participar la indiferencia de la naturaleza del amor perfecto, ya que es una actividad amorosa que inclina el corazón a todo lo que es mejor y destruye todo lo que impide llegar a él.
Digamos en qué consiste. Hay que distinguirla en dos partes: primero, la acción de indiferencia; y segundo, el estado de indiferencia. La acción indiferente es una acción moral voluntaria que no es ni buena ni mala. Ejemplos: Existe la obligación de alimentarse; por eso comemos. Esa acción no se sitúa entre las acciones virtuosas. Mala tampoco es, con tal que no se estropee la acción por algún exceso o por alguna prohibición. Pasearse, estar sentado o en pie, pasar por un camino o por otro, son cosas de suyo indiferentes, que no son de ningún mérito, pero tampoco son dignas de reprensión, a no ser que haya alguna circunstancia mala. Eso es la "acción indiferente".
En cuanto al estado de indiferencia, es un estado, en que se encuentra una virtud por la que el hombre se despega de las criaturas para unirse al Creador.
Lo propio de la indiferencia es quitarnos todo resentimiento y todo deseo, despegarnos de nosotros mismos y de toda criatura; tal es su oficio, tal es la dicha que nos proporciona, con tal que sea activa, que trabaje. ¿Y cómo? Hay que procurar conocerse; hay que decirse: «¡Ea, alma mía!, ¿cuáles son tus afectos? ¿a qué nos agarramos? ¿qué hay en nosotros que nos tenga cautivos? ¿Gozamos de la libertad de los hijos de Dios o estamos atados a los bienes, a los caprichos, a los honores?». Examinarse para descubrir nuestras ataduras, para romperlas. Realmente, hermanos, la eficacia de la oración debe tender a conocer bien nuestras inclinaciones y apegos, decidirnos a luchar contra ellas y enmendarnos, y luego a ejecutar bien lo que hemos resuelto.
En primer lugar estudiarse; y cuando uno se sienta apegado a algo, esforzarse en desprenderse de eso y en hacerse libre por medio de resoluciones y de actos contrarios. (cf. Op. cit., nn. 878-881).
Oración final. ¡Salvador nuestro! Concédenos la gracia de la indiferencia para estar a las órdenes de tu Padre, que nos tiende su mano y nos salva. Despéganos de todo y que, como una bestia nos dé lo mismo un carro que otro, pertenecer a un amo rico o pobre, habitar en la patria o en el extranjero. Amén.
Terminar con los gozos o himno a San Vicente.
DÍA SEXTO
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Sobre el buen uso de las calumnias
He dicho que las calumnias y las persecuciones son gracias con que Dios bendice a los que le sirven con fidelidad. Veamos, pues, cómo hemos de portarnos cuando se nos calumnie y persiga, e incluso cuando se emplee la fuerza contra nosotros.
En primer lugar, hemos de disponernos de buena gana a recibir este bien de la desgracia del mundo mediante un fiel uso de las ocasiones que Dios nos presente todos los días, los choques, las palabras molestas, las contradicciones y murmuraciones; hay que empezar el aprendizaje por las cosas menos molestas, para prepararse a sostener otros ataques más importantes y duros; porque, ¿hay alguna probabilidad de que permanezca firme y esté dispuesta a sostener embates más fuertes una persona que se inquieta, se desanima o pierde la paciencia por cosas más ligeras?
Entremos, hermanos míos, en nuestro interior y veamos cómo nos aprovechamos de las ocasiones diarias que nos ofrece su divina providencia. Si entonces somos cobardes, ¿cómo podremos soportar con paciencia los grandes sufrimientos? Si no podemos ahora soportar una palabra dura y una mirada desdeñosa, ¿cómo recibiremos con rostro sereno, o incluso con alegría, las calumnias, los oprobios y las persecuciones?
Por consiguiente, hermanos míos, ejercitémonos en ello y corrijamos nuestra sensibilidad en las pequeñas contrariedades, para que Dios nos conceda la gracia de ser firmes y alegres en las mayores y más molestas.
En segundo lugar, cuando lleguen las calumnias y las persecuciones, hay que cerrar la boca para que no se nos escape ninguna palabra de maldición, de impaciencia o de recriminación contra los que nos calumnian y persiguen. ¿No es justo que nos callemos, si es Dios el que envía esas visitas? ¿No es razonable que aceptemos esa cruz con sumisión, si esa es su voluntad? ¿No hemos de alabarlo y de darle gracias por las persecuciones que sufrimos, ya que las permite para nuestra santificación?
En tercer lugar, no basta con cerrar la boca a toda palabra de impaciencia, y de queja contra los que nos persiguen y calumnian; ni siquiera hemos de defendernos, ni de viva voz, ni por escrito.
«¡Cómo!, dirá alguno, ¿No está permitido justificarse y aclarar las cosas ante los que la calumnia ha prevenido contra nosotros?». No, hermanos míos; yo no puedo decir más que lo que nos indica el espíritu del Evangelio: ¡paciencia y silencio!; esos son los elementos de la religión cristiana; hay que seguirlos.
Pero, esto será para condenarnos a nosotros mismos; nuestro silencio será una confesión tácita, y entonces ya no será posible conseguir ningún fruto con la gente. Estamos engañados, hermanos míos, si basamos el éxito de nuestros humildes trabajos en la estima del mundo; sería algo así como abrazar una sombra y dejar el cuerpo. La estima y la reputación de que hablamos no es más que el esplendor que brota de una vida buena y santa; su base y su apoyo es la virtud, que nunca podrán arrebatarnos ni las calumnias, ni las persecuciones, si permanecemos fieles a Dios y hacemos buen uso de ellas. (cf. Op. cit., nn. 956a, 962b, 963-965a, 967).
Oración final. ¡Oh Salvador de nuestras almas, que nos has llamado al seguimiento de tus máximas y a la imitación de tu vida humilde y despreciada! Pon en nosotros las disposiciones necesarias para sufrir, de la manera que tú deseas, las persecuciones que tengas a bien enviarnos.
Afírmanos en ese estado bienaventurado que has prometido a las personas afligidas y perseguidas. Haz que nos mantengamos firmes en la persecución, sin huir ni doblegarnos ante los ataques del mundo. Te lo pedimos por el mérito de tus sufrimientos. Amén.
Terminar con los gozos o himno a San Vicente.
DÍA SÉPTIMO
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La virtud de la uniformidad
La uniformidad es un estado o una virtud, o las dos cosas a la vez. La uniformidad, considerada en un individuo, es una virtud que lo hace obrar en conformidad con su condición; y considerada en la comunidad, es un estado que, uniendo a todos los individuos, forma de los diversos miembros un solo cuerpo vivo con sus operaciones propias. Por consiguiente, los misioneros son unánimes si no tienen más que un solo espíritu que los anime; y son uniformes si no tienen más que un alma que tiene las mismas facultades en cada uno de ellos.
¿Qué entiende usted por facultades? Yo entiendo el entendimiento, la voluntad y la memoria, que son las facultades o potencias del alma, y que tienen que ser semejantes en cada uno de nosotros; de forma que, propiamente hablando, tener uniformidad es tener un mismo juicio y una misma voluntad en las cosas de nuestra vocación.
Pues bien: en esta relación o semejanza que tenemos mediante esta unión, hay que distinguir entre las actitudes naturales del cuerpo y las acciones morales; pues en las actitudes del cuerpo es difícil que haya unanimidad: nunca hay dos rostros iguales, ni tampoco son iguales el caminar, el hablar y los gestos de dos personas.
Pero, en cuanto a las acciones morales sí que tiene que haber unanimidad, ya que las virtudes que las producen radican en el alma y todos nosotros no somos más que una sola alma y, por consiguiente, hemos de tener un mismo juicio, una misma voluntad y unas mismas operaciones.
Es verdad que, a propósito de las ciencias es casi imposible que todos se parezcan; pero respecto al fin de nuestra vocación, que es tender a la perfección, trabajar por la instrucción de los pueblos y el progreso de los eclesiásticos, hemos de convenir en el mismo juicio, tenemos que juzgar de la misma manera y hacernos semejantes en la práctica.
Quizás los extremos nos ayuden a conocer mejor este estado del que estamos hablando. Un extremo de la unanimidad es la división y la separación; uno tira de un lado y otro de otro; cada uno hace como le parece. El otro extremo consiste en dejarse llevar por el abandono, por el humor y las acciones desordenadas del prójimo.
¿Cuáles son los motivos que tenemos para conservar y aumentar esta uniformidad? Encontramos muchos en la sagrada Escritura: «Para que con un mismo corazón y una misma boca honréis a Dios Padre» (Rm 15,6). En la carta a los Filipenses (2, 2): «Colmad mi gozo, no teniendo más que un mismo corazón y los mismos sentimientos para conservar la caridad». Tened el mismo sentir, nos dice; haced todo lo que podáis por tener los mismos afectos, por juzgar lo mismo de las cosas, por estar de acuerdo, por no disputar jamás; cuando uno exponga su parecer, que los otros lo suscriban y apoyen, juzgándolo mejor que el suyo propio.
Otro pasaje dice: unánimes collaborantes; trabajad todos unánimemente. No debemos estar unidos sólo en cuanto a los sentimientos interiores, sino, además, en las obras exteriores, ocupándonos todos en ellas según nuestras obligaciones; y como todos los cristianos tienen que colaborar en todo lo referente al cristianismo, también nosotros hemos de cooperar en todos los trabajos de la Misión conformándonos en el orden y en la manera.
Otra razón que tenemos para practicar la uniformidad es que el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso llevar una vida común para conformarse a los hombres, y así atraerlos mejor a su Padre, y se hizo todo para todos, mucho mejor que san Pablo, para ganarlos a todos.
Basta esta razón para convencernos, pero os indicaré además una que nos toca muy de cerca: que la uniformidad engendra la unión en la compañía, que es el cemento que nos une, la belleza que nos hace amables y [así] podamos arrastrar a los demás.
Por el contrario, si quitáis de entre nosotros esa uniformidad que produce la semejanza, quitáis de allí el amor. Donde hay espíritus que se singularizan, allí hay almas divididas. Los que se singularizan en el vestir, o en el comer, o en las demás necesidades comunes, resultan molestos a los que siguen la comunidad. ¤ (Cf. Op.cit., nn. 904-905, 906a, 907-909a, 912a, 913-914).
Oración final. Te pedimos, Dios nuestro, que nos hagas a todos, lo mismo que a los primeros cristianos, un solo corazón y una sola alma. Concédenos la gracia de que no tengamos dos corazones ni dos almas, sino un solo corazón y una sola alma, que informen y uniformen a toda la comunidad; quítanos nuestros corazones particulares y nuestras almas particulares que se apartan de la unidad; quítanos nuestro obrar particular, cuando no esté en conformidad con el obrar común.
Terminar con los gozos o himno a San Vicente.
DÍA OCTAVO
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Sobre la necesidad de soportar a los demás
Después de haber hablado varios de la compañía, el padre Vicente concluyó diciendo que había quedado muy edificado por lo que acababan de decir los que habían hablado sobre este tema. Se ha dicho muy bien que esta paciencia es en una congregación algo así como los nervios en el cuerpo humano.
En efecto, donde no se soportan los individuos de una casa o de una comunidad, ¿verdad que sólo se aprecia un gran desorden?. Nuestro Señor supo soportar a san Pedro, a pesar de haber cometido aquel pecado tan infame de renegar de su Maestro. Y a san Pablo, ¿no lo soportó también nuestro Señor? ¿Se encontrará en alguna parte a un hombre que sea perfecto y sin defecto alguno, y al que no tengan que soportar los demás? ¿Se encontrará en alguna parte algún superior que carezca de defectos, y al que nunca tengan necesidad de soportar sus súbditos? ¡Ojalá hubiera alguno! Pero me atreveré a decir más: el hombre está hecho de tal manera que muchas veces no tiene más remedio que soportarse a sí mismo, ya que es cierto que esta virtud de saber soportar es necesaria a todos los hombres, incluso para ejercerla con uno mismo, a quien a veces cuesta tanto soportar.
¿En qué hemos de soportar a nuestros hermanos? En todas las cosas: soportar su mal humor, su manera de obrar, de actuar, etc., que no nos gusta, que nos desagrada. Hay personas de tan mal carácter que todo les disgusta y que no pueden soportar la más mínima cosa que vaya en contra de su humor o de su capricho.
El bienaventurado obispo de Ginebra decía que le había sido más fácil sujetarse a la voluntad de cien personas que sujetar a una sola de ellas a la propia voluntad. (Cf. Op. cit., nn. 552-554).
Oración final. Salvador nuestro: ¿te veremos practicar la mansedumbre tan incomparablemente con los criminales, sin hacernos mansos nosotros? ¿No nos sentiremos impresionados por los ejemplos y enseñanzas que encontramos en tu escuela?
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, haznos en esto semejantes a ti. Amén.
Terminar con los gozos o himno a San Vicente.
DÍA NOVENO
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Sobre la caridad con el prójimo
Esta caridad es de obligación; es un precepto divino que abarca otros. Todos saben que en el amor de Dios y del prójimo están comprendidos toda la ley y los profetas. Todo se condensa en ellos; todo se dirige ahí; y este amor tiene tanta fuerza y primacía que el que lo posee cumple las leyes de Dios, ya que todas se refieren a este amor, y este amor es el que nos hace hacer todo lo que Dios pide de nosotros. Pues bien, esto no se refiere únicamente al amor a Dios, sino a la caridad con el prójimo; esto es tan grande que el entendimiento humano no lo puede comprender; es menester que nos eleven las luces de lo alto para hacernos ver la altura y la profundidad, la anchura y la excelencia de este amor.
¿Cuál es su primer acto? ¿Qué produce en el corazón que está animado por ella? ¿Qué es lo que sale de él, y lo que no sale del corazón de un hombre que esta privado de ese amor y no tiene más que movimientos animales? Hacer a los demás lo que razonablemente querríamos que nos hicieran a nosotros; en esto consiste el quid (la clave) de la caridad.
¿Es verdad que yo le hago al prójimo lo que deseo de él? ¡Es un examen muy serio el que tenemos que hacer! Pero, ¿cuántos misioneros hay que tengan al menos esta disposición interior?
¡Dios mío! ¿Donde están? Se encontrarán muchos como yo que no se preocupan de dar a los demás lo que les gustaría recibir de ellos; y si no existe este afecto, no hay caridad; pues la caridad hace que le hagamos al prójimo el bien que con justicia se puede esperar de un amigo fiel.
El que tiene este afecto y este cariño al prójimo, ¿podrá hablar mal de él? ¿podrá hacer algo que le disguste? Si tiene estos sentimientos en el corazón, ¿podrá ver a su hermano y a su amigo sin demostrarle su amor?
De la abundancia del corazón habla la boca; de ordinario, las acciones exteriores son un testimonio de lo interior; los que tienen verdadera caridad por dentro, la demuestran por fuera. Es propio del fuego iluminar y calentar, y es propio del amor respetar y complacer a la persona amada.
¡Hemos sentido alguna vez cierta falta de estima y de afecto a algunas personas? ¿No nos hemos entretenido más o menos en pensar a veces contra ellas? Si es así, es que no tenemos esa caridad que expulsa los primeros sentimientos de menosprecio y la semilla de la antipatía; pues, si tuviéramos esa divina virtud, que es una participación del Sol de justicia, disiparía esos vahos de nuestra corrupción y nos haría ver lo que hay de bueno y de hermoso en nuestro prójimo, para honrarlo y quererlo.
El segundo acto de la caridad consiste en no contradecir a nadie. Estamos juntos; se habla de algo bueno; uno dice lo que le parece y otro le replica indiscretamente: «No es así; usted no me lo sabría demostrar». Hacer esto es herir al que contradecimos; si él no es humilde, querrá sostener su opinión, y ya está la discusión que acabará matando la caridad.
No ganaré nunca a mi hermano contradiciéndole, sino aceptando buenamente en nuestro Señor lo que él propone; quizás tenga razón, y yo no; él quiere contribuir a mantener una conversación amable, y yo me empeño en convertirla en disputa; lo que dice, lo dice en un sentido que, si yo lo supiese, lo aprobaría.
¡Fuera, pues la contradicción que divide los corazones! Evitémosla como una fiebre que quita la razón, como una peste que lleva consigo la desolación, como un demonio que destruye las más santas congregaciones; elevémonos a Dios con frecuencia, y sobre todo cuando tengamos ocasión de entrar en los sentimientos del otro, para que nos conceda la gracia de obrar así, en vez de contradecirles y entristecerlos; ellos dicen buenamente lo que piensan, aceptemos también nosotros buenamente lo que dicen. (Cf. Op. cit., nn. 928, 933b, 935b, 938).
Oración final. ¡Oh Salvador, que viniste a traernos esta ley de amar al prójimo como a sí mismo, que tan perfectamente la practicaste entre los hombres, no sólo a su manera, sino de una manera incomparable! Sé tú, Señor, nuestro agradecimiento por habernos llamado a este estado de vida de estar continuamente amando al prójimo. Amén.
Terminar con los gozos o himno a San Vicente.
"SERVIR A LOS POBRES NO ES COMUNISMO, ES EVANGELIO", DICE A UNOS JÓVENES FRANCESES
Francisco: "El sexo es un regalo de Dios"
El Papa invita a los chicos a "estar siempre en camino (...), el mensaje cristiano no puede ser transmitido en un sillón"
Jesús Bastante, 19 de septiembre de 2018 a las 08:35
"Servir a los pobres no es comunismo, es Evangelio", dice a unos jóvenes franceses Vatican News
Si no sales a la calle, no podrás transmitirlo. Jesús estuvo en camino tres años. Parecía que vivía en la calle
(Jesús Bastante/Vatican News).- "El sexo, la sexualidad, es un regalo de Dios. Sin tabúes". El Papa Francisco habló sin tapujos de sexo, compromiso y ayuda a los más necesitados durante un diálogo con jóvenes cristianos de Grenoble, que tuvo lugar el pasado lunes pero que hasta ahora no se ha hecho público.En la conversación, Bergoglio y varios chicos y chicas tocaron muchos temas: de los males que afligen a la Iglesia a la cercanía a los pobres, pasando por la sexualidad y el compromiso de los cristianos en la sociedad. Sobre el sexo, el Papa recalcó que se trata de "un regalo que Dios nos da", y que tiene "dos propósitos: amar y generar vida. Es una pasión, es amor apasionado y te lleva a dar tu vida por el otro para siempre". Por ello, es necesario "darlo en cuerpo y alma". "El hombre, y también la mujer, dejarán a su padre y a su madre y se unirán y se convertirán en una sola carne: esta es la grandeza de la sexualidad. Y así tienen que hablar de la sexualidad", subrayó Francisco.
En otro orden de cosas, el Papa planteó la importancia del testimonio frente a las palabras sin experiencia. Así, invitó a los jóvenes que quieran transmitir la fe a "no decir, no hablar, sino escuchar y hacer, caminando siempre por las vías de la cercanía con el prójimo"
Este es el marco del mensaje cristiano: "Escuchar, hacer y después decir y hablar", señaló Francisco, incluso a aquellos que -como preguntó Mathieu, de 16 años, al Pontífice- "critican a la Iglesia, la señalan con el dedo, estigmatizándola por la homosexualidad y la pedofilia".
A su vez, animó a "estar siempre en camino", pues "el mensaje cristiano no puede ser transmitido en un sillón". "Si no sales a la calle, no podrás transmitirlo. Jesús estuvo en camino tres años. Parecía que vivía en la calle", añadió el Papa.
"Servir a los pobres no es comunismo, sino Evangelio", recalcó Francisco, quien animó a los jóvenes a "ponerse a su servicio, sin menospreciarlos, sino inclinándose hacia ellos, porque cuando se toca la 'enfermedad' de un pobre, se tocan las heridas de Cristo y se logra vivir concretamente la caridad".
Por otro lado, el Papa animó a los jóvenes a ser "custodios de sus hermanos", no vivir aislados sino hacer comunidades, "a ser un cuerpo que se ayuda a sí mismo en el camino, dispuesto a ensuciarse las manos".
En este punto, Francisco advirtió a los chicos y chicas de dos "enemigos feos" del compromiso cristiano: el egoísmo, es decir, "mirar sólo las cosas propias"; y la corrupción, "tanto la material que te ataca con el dinero, como la del corazón, que corta todos los ideales y encierra tus sueños".
Finalmente, y cuestionado sobre la disminución de los cristianos en Europa y el papel que ocupa la Iglesia en el mundo de hoy, Bergoglio sólo dio una receta: "Seguir siempre a Cristo, tanto cuanto la Iglesia florece como cuando está en crisis".
"La Iglesia -concluyó- ha salido adelante impulsada siempre por los santos; no por grandes organizaciones, grandes partidos políticos ni grandes instituciones. Son los santos los abren el camino delante de nosotros".
"HONRAR A LOS PADRES CONDUCE A UNA LARGA Y FELIZ VIDA"
Francisco: "No insultéis nunca a vuestros padres. Os han dado la vida"
Pone a Juan Pablo II o a Santa Josefina Bakhita como ejemplos de niños 'desgraciados' que llegaron a la luz
José Manuel Vidal, 19 de septiembre de 2018 a las 09:47
El Papa saluda a un abanderado en la audiencia
Honrar significa reconocer y dar importancia a los padres a través de acciones concretas, que manifiestan afecto y cuidado
(José M. Vidal).- "Honrar a los padres conduce a una larga y feliz vida". Con esta máxima como divisa, el Papa Francisco explicó, en su catequesis de la audiencia de los míercoles, el cuarto mandamiento. Consciente de que la infancia es la patria de la vida, aseguró que eso no condiciona inexorablemente. Como demuestran las vidas de Juan Pablo II, San Camilo o Santa Josefina Bakhita, con infancias desgraciadas y vidas luminosas. Por último, instó a "no insultar jamás a los padres, que nos dieron la vida".
Lectura de San Pablo a los Efesios: "Hijos, honrad a vuestros padres en el Señor. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento, para que seas feliz...Y vosotros, padres, no exasperéis a vuestros hijos..."
Algunas frases de la catequesis del Papa
"En el pasaje se habla del honor debido a los padres. ¿Qué es el honor?"
"El término hebreo indica la gloria, el valor, al pie de la letra 'el peso', la consistencia de una realidad"
"Significa reconocer la realidad de Dios"
"Se expresa con los ritos, pero ssignifica, pues, reconocer su importancia con actos concretos, que exprtesan dedicación, afecto y cuidado"
"Honrar a los padres conduce a una larga y feliz vida"
"Las ciencias humanas lo confirmaron: que la impronta de la infancia signa toda la vida"
"Nuestra infancia es como una marca indeleble y se expresa en los gustos y en las formas de ser"
"El cuarto mandamiento dice más. No habla de la bondad de los padres, no exige que madre y padre sean perfectos"
"Dice algo extraordinario y liberador. Aunque no todos los padres sean buenos y no todas las infancias sean serenas, todos los hijos pueden ser felices, porque alcanzar una vida plena depende de nuestro recon ocimiento hacia los que nos han dado la vida"
"Muchos santos y muchísimos cristianos, tras una infancia dolorosa, vivieron una vida luminosa"
"Pensemos en San Camillo de Lellis; en santa Josefina Bakhita, crecida en una horrible esclavitud, en el beato Carlo Gnocchi, huérfano y pobre; o en el mismo San Juan Pablo II, que perdió a su madre a tierna edad"
"Nuestras heridas comienzan a aser potencialidades, cuando por la gracia descubrimos que el auténtico enigma no es el porqué, sino el porquién me pasó esto.
"Entonces podemos comenzar a honrar a nuestros padres con libertad de hijos adultos y conmisericordiosa acogida de sus límites"
"Honrar a los padres, que nos han dado la vida"
"Si te alejaste de tus padres, haz un esfuerzo y vuelve, vuelve a ellos. Quizás sean viejo...Te han dado la vida. Y, entre nosotros, hay la costumbre de decir palabrotas... Nunca insultéis a los padres. Nunca se insulta al padre y a la madre. Tomad esta decisión: De hoy en adelante nunca insultaré a la madre o el padre. No deben ser insultados. Nos dieron la vida"
Texto completo del saludo en español
Queridos hermanos:
Reflexionamos hoy sobre el cuarto mandamiento de la ley de Dios: «Honra a tu padre y a tu madre, [...] para que se prolonguen tus días y seas feliz en el país que Dios te da».
Honrar significa reconocer y dar importancia a los padres a través de acciones concretas, que manifiestan afecto y cuidado; y esto tiene como efecto una vida larga y feliz. La felicidad que promete el mandamiento no se encuentra vinculada a los méritos de los padres, sino en el reconocimiento y el respeto hacia quienes nos han traído al mundo.
Esta sabiduría milenaria evidencia la importancia del ambiente familiar en los primeros años de vida, que repercute en la posterior forma de ser y comportarnos. Podemos pensar en tantos jóvenes que, después de haber vivido una infancia difícil y dolorosa, se han reconciliado, a través de Cristo, con la vida y han sido un ejemplo luminoso para muchos otros. Los enigmas y los porqués de nuestra vida se iluminan descubriendo la presencia del Señor a nuestro lado. En Él, honramos a nuestros padres con la libertad de hijos adultos y los acogemos con misericordia y amor.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica; en particular saludo a los participantes en el curso de rectores de Seminarios Mayores diocesanos, al grupo de la Pastoral de la Carretera de la Conferencia Episcopal Española, y a los catequistas de la Diócesis de Nogales, en México.
Los animo a reavivar en ustedes la gracia del bautismo que nos hace renacer de lo alto y ser hijos de Dios. Con esta consciencia, los invito a mostrar su cariño a sus padres, a través de signos concretos de ternura y afecto, y también con la oración.
Que Dios los bendiga. Muchas gracias.