La semilla es la palabra de Dios

¿Qué puedo hacer para fortalecer mi fe?

6 consejos prácticos para fortalecer mi fe cuando siento que flaquea



En nuestro camino de vida es común encontrarnos con momentos en los que la fe flaquea. Momentos en los que todo parece ir bien y cuando menos lo pensamos, renacen las dudas. Cuando esto suceda debemos buscar los medios para afrontar el sentimiento de pérdida o confusión y poner manos a la obra.

Estos son algunos consejos que pueden ayudarnos a fortalecer nuestra fe y regresar a ella.

1. Busca respuestas a tus dudas

Muchos nos hemos encontrado con dudas, pequeñas o grandes. Acerca de aquello en lo que creemos, y no tiene nada de malo, al contrario, es totalmente natural. Hay que verlo como una oportunidad para fortalecer nuestra convicción de fe.

Lo importante aquí, no es el hecho de hacerse preguntas, sino de buscar respuestas y saber donde hacer la búsqueda, pues no todos los sitios web o libros tienen la mejor respuesta. Te recomiendo buscar en el Catecismo de la Iglesia como primera medida, también puedes acercarte a un sacerdote o guía espiritual para que te ayude a aclarar el panorama o acudir al testimonio de diversos santos.

2. Pide a Dios que aumente tu fe

Suena un poco obvio, pero en ocasiones olvidamos acudir a Dios en estos momentos, lo dejamos de lado. En los evangelios encontramos una bella aclamación dirigida a Él: ¡Señor, creo pero aumenta mi fe! (Mc 9, 14-29), es una expresión confiada en que el Señor, en su infinito amor, va a escuchar nuestro clamor y acrecentará nuestra fe.


No es tan sencillo como parece, pero Dios nunca falla. Podremos estar atravesando por duras pruebas, pero Él no nos olvida. Busca un momento del día para dedicarle estas palabras, sincerar tu corazón, reconocerte débil y pedirle ayuda. Perseverar en la oración, aunque parezca complicado, es un aspecto que no podemos dejar de lado.


3. Realiza un examen de conciencia

En aquellos momentos en que tambalea la fe, es fundamental hacer una evaluación decómo estamos viviendo. Es necesario saber si este decaimiento espiritual se debe a alguna situación de pecado en que hayamos caído. Además, es necesario, acercarnos a la confesión conscientes de que por medio de ella, recibimos la gracia para ser cada vez más fieles al Señor.

Erróneamente se cree que realizar un examen de conciencia, se trata de ponernos en el banquillo de los acusados, pero en realidad, esta es una excelente herramienta que nos sirve como reflejo de lo que somos en determinado momento.

4. Vive la caridad

No hay mayor alegría en el corazón del hombre que la de poder demostrar su amor a los demás por medio del servicio. Te recomiendo acercarte a un centro de salud o una fundación y donar un tiempo de voluntariado,  visitar a un enfermo de tu comunidad, ayudar a alguien que esté pasando hambre, acompañar a quien se encuentra solo.

Estas son solo algunas formas de entregarnos a otros y una poderosa arma contra la desesperanza o la desilusión.

5. Busca dirección espiritual

Te recuerdo que no podemos caminar solos, es necesario que haya alguien que nos acompañe, aliente y corrija en el camino. Buscar dirección espiritual te ayudará a encontrar la luz del Espíritu Santo, refugiarse en él nos servirá de bastón en el proceso de fe y conversión.

Si estás pasando por un momento de crisis de fe, una experiencia de dolor o culpa, o incluso un momento de acción de gracias a Dios, un encuentro con tu director espiritual es totalmente enriquecedor, sentirás cómo es el mismo Señor quien te acoge, escucha y aconseja.

6. Recuerda aquellos momentos en que tu fe ha sido más firme

Es bueno recordar y volver a vivir esos momentos que han permitido que tu fe crezca y se haga más fuerte, pues en ellos encontrarás las pautas para recuperarte en este bello camino hacia Jesús. Es importantísimo que nunca olvides, que no estás solo, sino que tanto la fuerza del Espíritu como la compañía y apoyo de tus hermanos en la fe, están contigo.

Repite diariamente en tu oración personal: ¡Señor, creo pero aumenta mi fe! No temamos pedirle con urgencia a Dios que nos socorra. La fe es una gracia, una gracia que transforma nuestras vidas y la forma en que vemos el mundo. Como gracia que es, es necesario pedírsela a Dios continuamente.

¿Por qué no dejamos de pecar?

No hago lo que quiero y hago las cosas que detesto (Rm 7, 15)


Cuando hemos ofendido o lastimado a alguien que queremos, al ser conscientes del daño que ocasionamos, seguramente que no nos quedarán ganas de volverlo a hacer. Incluso, hasta buscamos la forma de reparar el daño y así demostrar cuánto es que nos pesó cometer tal acción. Así también, debería ser nuestra actitud cada que acudimos al sacramento de la confesión y, el sacerdote, al darnos la absolución, nos impone una penitencia.

De hecho, después de que nos hemos confesado, decimos el acto de contrición que dice así: “Dios mío, me arrepiento de todo corazón de todo lo malo que he hecho y de lo bueno que he dejado de hacer; porque pecando te he ofendido a ti, que eres el sumo bien y digno de ser amado sobre todas las cosas. Propongo firmemente, con tu gracia, cumplir la penitencia, nunca más pecar y evitar las ocasiones de pecado.  Amén”.

Dentro de esa oración me llama la atención cuando decimos: Propongo firmemente, […] nunca más pecar y evitar las ocasiones de pecado”. ¿Es posible dejar de pecar? Y, si no, entonces ¿Por qué lo decimos?

En definitiva, por nuestra debilidad humana es imposible dejar de pecar. Sabemos que volveremos a hacerlo y todo por consecuencia del pecado original y por nuestra fragilidad. San Pablo era consciente de esto, cuando dijo: “Sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy hombre de carne y vendido al pecado. No entiendo mis propios actos: no hago lo que quiero y hago las cosas que detesto” (Rm 7, 14-15).

Por más que lo queramos, no dejaremos de pecar, pues siempre volveremos a caer, aunque esto no deberá ser una excusa para no luchar ni esforzarnos por ser mejores. Por lo tanto, cuando expresamos en el acto de contrición “nunca más pecar”, no damos por hecho que así pasará, pues nadie puede tener esa certeza, ya que, como seres humanos, somos débiles y presa fácil del pecado.

Pero cuidado, no por ser propensos al pecado significa que debamos decir: “Para qué me esfuerzo en no pecar, si al fin y al cabo, seguiré cayendo más veces”. No caigamos en ese extremo, ya que esa actitud de indiferencia sólo nos aleja del verdadero arrepentimiento y del dolor por haber pecado; es como si nos anestesiaran y no sentimos nada por haber pecado. Y es muy triste saber que hay muchos católicos que piensan así y que no se acercan a la confesión.

Cuando hemos pecado, debería pasarnos como cuando hemos ofendido a un ser querido. A quien nos duele ver sufrir por nuestra ofensa, y por ello, nos esforzamos lo más posible para no volverlo a hacer. Así también, con el pecado debemos desear no volverlo a cometer, porque nos duele saber el daño que cometimos.

Hay que estar decididos a no volver a pecar, aún a sabiendas de que podemos cometerlo otra vez. Y para lograrlo debemos evitar las ocasiones que sabes que te pueden hacer caer en el pecado. Algunos de los medios concretos con los que contamos para alejarnos del pecado son: la oración sincera a Dios, fortalecer nuestra voluntad y, por último, como dice aquella frase: “evita la ocasión y evitarás el pecado”.

El Santo Cura de Ars decía: “Piensan que no tiene sentido recibir la absolución hoy, sabiendo que mañana cometerán nuevamente los mismos pecados. Pero Dios mismo olvida en ese momento los pecados de mañana, para darles su gracia hoy”.

San Ignacio de Santhià

Celebrado El 22 De Septiembre De

San Ignacio de Santhià Belvisotti, religioso presbítero

En Turín, en la región del Piamonte, san Ignacio de Santhià (Lorenzo Mauricio) Belvisotti, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, asiduo en atender a penitentes y en ayudar a enfermos.

Nació en Santhia’, diócesis de Vercelli, Piamonte, el 5 de junio de 1686, hijo de Pier Paolo Belvisotti y María Isabel Balocco. En el bautismo le impusieron el nombre de Lorenzo Mauricio, que luego, al hacerse religioso, cambió por el de Ignacio.

Desde su niñez quedó huérfano de padre y fue educado cristianamente bajo la guía de un piadoso sacerdote. Pronto se distinguió por la integridad de costumbres, por su aprovechamiento en los estudios y por la predilección en el servicio litúrgico como seminarista de la colegiata.

Ordenado sacerdote fue nombrado canónigo de la iglesia colegiata de Santhia’. También le fue ofrecido el oficio de párroco, pero él, contra el parecer de sus parientes, que se prometían para él una brillante carrera eclesiástica, renunció. Poco después, anhelando mayor perfección, dijo adiós a todas las cosas terrenas venciendo toda clase de dificultades, ingresó en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, donde en 1717 emitió sus votos religiosos.
 
Durante 25 años fue confesor asiduo y muy buscado por personas de toda clase, pasaba muchas horas del día en la dirección espiritual y abría a los pecadores los caminos misteriosos de la bondad de Dios. Fue maestro de novicios en el convento del Monte de Turín, haciéndose modelo de todas las virtudes, supo dirigir a los jóvenes franciscanos hacia la perfección seráfica.

En 1743 estalló la guerra y él se distinguió ejemplarmente en la asistencia a los soldados hospitalizados, y en aquel período borrascoso supo ser consuelo y ayuda para cuantos recurrían a él. El resto de su vida lo pasó en la enseñanza del catecismo a los niños y a los adultos con una competencia, diligencia y aprovechamiento realmente singulares. Hizo cursos de ejercicios espirituales especialmente a religiosos, a quienes con la palabra y con el ejemplo supo llevar a la más alta espiritualidad cristiana y franciscana. De él nos quedan las “Meditaciones para un curso de ejercicios espirituales”, que fueron impresas en Roma por primera vez en 1912. A los 84 años, agotado por el intenso trabajo apostólico desempeñado con sencillez y humildad, deseaba retornar a Dios y el 22 de septiembre de 1770 su alma voló de la tierra al cielo.

Fue beatificado por Pablo VI en 1968 y canonizado en 2002 por Juan Pablo II.


Diversos tipos de tierra… ¿Cuál soy yo?

Santo Evangelio según San Lucas 8, 4-15. Sábado XXIV de Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, haz fértil mí tierra para dar mucho fruto con la semilla de tu Palabra.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Lucas 8, 4-15

En aquel tiempo, mucha gente se había reunido alrededor de Jesús, y al ir pasando por los pueblos, otros más se le unían. Entonces les dijo esta parábola:

"Salió un sembrador a sembrar su semilla. Al ir sembrando, unos granos cayeron en el camino, la gente los pisó y los pájaros se los comieron. Otros cayeron en terreno pedregoso, y al brotar, se secaron por falta de humedad. Otros cayeron entre espinos, y al crecer éstos, los ahogaron. Los demás cayeron en tierra buena, crecieron y produjeron el ciento por uno". Dicho esto, exclamó: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!".

Entonces le preguntaron los discípulos: "¿Qué significa esta parábola?". Y él les respondió: "A ustedes se les ha concedido conocer claramente los secretos del Reino de Dios; en cambio, a los demás, sólo en parábolas para que viendo no vean y oyendo no entiendan.

La parábola significa esto: la semilla es la palabra de Dios. Lo que cayó en el camino representa a los que escuchan la palabra, pero luego viene el diablo y se la lleva de sus corazones, para que no crean ni se salven. Lo que cayó en terreno pedregoso representa a los que, al escuchar la palabra, la reciben con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba, fallan. Lo que cayó entre espinos representa a los que escuchan la palabra, pero con los afanes, riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no dan fruto. Lo que cayó en tierra buena representa a los que escuchan la palabra, la conservan en un corazón bueno y bien dispuesto, y dan fruto por su constancia".

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

El Evangelio que meditamos hoy no necesita una explicación porque Jesús predicaba de forma tan sencilla, que quería que todos entendiéramos lo que había en su corazón. La semilla para todos es igual, ya sabemos también los diferentes tipos de tierra en que nos podemos convertir. Obviamente nadie quiere identificarse con el terreno pedregoso, o los zarzales, pero debido a nuestra naturaleza débil y pecadora, también podemos ser como estos tipos de tierra.
En primer lugar, no basta recibir la Palabra de Dios con alegría, sino que, como hizo María, debemos guardarla, no en la memoria, sino en lo más profundo de nuestro ser y actuar evangélicamente. Esto significa tener presente a Cristo en cada acontecimiento de nuestra vida cómo actuaría Él en cada momento. El ir transformando nuestra vida en Cristo es el fruto más precioso que podemos ofrecer al Padre, y la perseverancia de la cual nos habla el Señor, es la perseverancia en la fe y la santidad a la que estamos llamados.

En segundo lugar, reconocemos que no siempre es fácil vivir de acuerdo al Evangelio pero, por eso mismo, nuestro camino hacia dar el fruto que permanece no lo podemos vivir en soledad. Los primeros cristianos lo entendieron muy bien al buscar siempre el apoyo de la comunidad, de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Cuando nos percatamos que nuestra tierra se está volviendo árida, nuestros hermanos, y Cristo mismo en los sacramentos, vienen a revitalizarnos.
Por último, los secretos del Reino nos son revelados por Cristo, Él quiere amar, sanar, predicar y caminar a través de nosotros como lo hizo en Jerusalén. ¡Señor ven a reinar a mi corazón!
Él es la fuerza divina que cambia, que cambia el mundo. La Secuencia nos lo ha recordado: el Espíritu es "descanso de nuestro esfuerzo, gozo que enjuga las lágrimas"; y lo pedimos de esta manera: "Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas". Él entra en las situaciones y las transforma, cambia los corazones y cambia los acontecimientos. Cambia los corazones. Jesús dijo a sus Apóstoles: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo […] y seréis mis testigos".
(Homilía de S.S. Francisco, 20 de mayo de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Pondré más atención a las lecturas y a la homilía, en la próxima celebración de la Eucaristía en que participe.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Qué tipo de tierra eres tú?

Se nos reconocerá por las obras. No dejes de responder a esta pregunta que te dirige Cristo hoy. 


Mateo 13, 1-23

"

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Acudió tanta gente, que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas: Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó, y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento: otros, sesenta: otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga. Se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron: -¿Por qué les hablas en parábolas? Él les contestó: -A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: "Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”. Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron". Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumba enseguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero los preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta.



Reflexión



“Salió el sembrador a sembrar...”



Se cuenta que un cierto día un hombre recién convertido a la fe católica iba caminando a toda prisa, mirando por todas partes, como buscando algo. Se acercó a un anciano que estaba sentado al borde del camino y le preguntó: – “Por favor, señor, ¿ha visto pasar por aquí a algún cristiano?” El anciano, encogiéndose de hombros, le contestó: – “Depende del tipo de cristiano que ande buscando”. –“Perdone –dijo contrariado el hombre–, pero yo soy nuevo en esto y no conozco los tipos de cristianos que hay. Sólo conozco a Jesús”. Y el anciano añadió: –“Pues sí amigo; hay de muchos tipos y los hay para todos los gustos: hay cristianos por tradición, cristianos por cumplimiento y cristianos por costumbre; cristianos por superstición, por rutina, por obligación, por conveniencia; y también hay cristianos auténticos...”



–¡Los auténticos! ¡Esos son los que yo busco! ¡Los de verdad!”-exclamó el hombre emocionado.



– “¡Vaya! –dijo el anciano con voz grave–. Esos son los más difíciles de ver. Hace ya mucho tiempo que pasó uno de esos por aquí, y precisamente me preguntó lo mismo que usted”.



–“¿Cómo podré reconocerle?” –le preguntó.



Y el anciano contestó tranquilamente: –“No se preocupe amigo. No tendrá dificultad en reconocerle. Un cristiano de verdad no pasa desapercibido en este mundo de sabios y engreídos. Lo reconocerá por sus obras. Allí donde van, siempre dejan una huella”.



Tal vez esta sencilla historia nos puede ayudar a comprender lo que nos dice hoy nuestro Señor en el Evangelio del día de hoy. Jesús comienza el discurso de las parábolas con la del sembrador: “Salió el sembrador a sembrar...” –nos cuenta– y al sembrar parte de la semilla cayó junto al camino; otra parte cayó en terreno pedregoso; otra cayó entre espinas; y el resto cayó en tierra buena...”. Y nos narra qué sucedió con cada tipo de semilla: una no fructificó porque se la comieron los pájaros; otra se secó; a otra la ahogaron las espinas; y la sembrada en tierra buena dio una cosecha abundante.



Hasta aquí la parábola. La hemos escuchado tantas veces que tal vez ya no nos impresiona. Sabemos también cuál es su significado porque el mismo Cristo nos la explica enseguida, a petición de sus apóstoles: Cristo es el sembrador, la semilla es la Palabra de Dios, y el terreno somos cada uno de nosotros. Y aquí viene lo más importante de todo: Si el Sembrador sembró la semilla a voleo, con gran generosidad en todas direcciones, ¿por qué sólo una cuarta parte produjo buena cosecha y el resto se echó a perder? ¿por qué no frutificaron todas las semillas, si eran de óptima calidad?



Es en este momento cuando tenemos que aplicarnos el “cuentito”; aquí –como solemos decir– “tiene que caernos el veinte” a cada uno en particular. Cristo no nos está contando una historia simpática de la vida agrícola de Palestina por afán cultural o para divertirnos. Con esta imagen quiere interpelar a cada una de nuestras conciencias: La semilla da frutos sólo si cae en tierra buena. Y el fruto será tanto más abundante cuanto mejor sea el terreno en donde caiga. La semilla de la Palabra de Dios sólo es fecunda allí donde encuentra un alma bien dispuesta y unas condiciones espirituales adecuadas. Dios siembra todos los días a manos llenas en tu alma su gracia divina. ¿Cuántos frutos está dando esta semilla en tu vida?



Pero aún hay más. Esa semilla no sólo representa la Palabra de Dios, sino todos los dones que Dios nuestro Señor te regala a diario, con tanta abundancia y generosidad: el don de la vida, la familia –unos padres, unos hijos, unos hermanos y familiares tan extraordinarios–, el vestido, el alimento, la educación, las vacaciones que ahora estás disfrutando... Esa semilla son también todos los regalos espirituales que Él te concede gratuitamente: el don infinito de la fe, los sacramentos, la redención, la Eucaristía, la Iglesia. Y si Dios está sembrando tanto en ti, ¿cuánto le correspondes tú? ¿cuántos frutos estás produciendo: al ciento por ciento? Dicho de otra manera: ¿Qué tipo de tierra eres tú? ¿Qué clase de cristiano eres: cristiano por conveniencia, por tradición, superficial, de nombre nada más? ¿o cristiano de verdad, convencido, demostrado con tus obras y comportamientos? Si no te preocupas de ir a tu Misa dominical o casi nunca haces oración, o si no te interesa recibir los sacramentos y formarte en la fe católica, es que eres un cristiano rutinario, “del montón”, y eres de los que reciben la semilla junto al camino. No penetra en tu alma porque la tierra está endurecida por la indiferencia. Si eres una persona que sí se preocupa por formarse en su fe y se interesa por las cosas de Dios y de la religión; si quieres un colegio católico para tus hijos y de vez en cuando vas a reuniones de espiritualidad o a asistes a algunos retiros, pero eres inconstante; y si desistes de tus propósitos iniciales apenas te surge un plan más “divertido” o menos exigente, es que eres el terreno pedregoso. La Palabra de Dios brota en tu corazón, pero no echa raíces, y cuando sale el sol –una dificultad cualquiera–, tu semilla se seca.


O tal vez seas una persona de buena voluntad, –como solemos decir– un “buen cristiano” (y solemos llamar “buen” cristiano a aquel que “cumple” con los requisitos elementales de su fe, que no mata ni roba, que es “buena gente”, pero se abstiene de hacer el bien a los demás). Su fe es acomodaticia y poco exigente; y, además –nos dice Cristo– se deja arrastrar por los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan en él la Palabra de Dios. En el fondo, aunque es un “buenazo”, es todavía muy materialista y está demasiado absorbido por las vanidades, los lujos, las comodidades, las cosas superfluas, y así Dios no entra hasta el fondo del alma. Éste es el tercer tipo de tierra: el espinoso.


O, finalmente, podemos ser una tierra buena. O sea, cristianos convencidos, de los que tratan de vivir con coherencia su fe, que se esfuerzan de verdad por dar testimonio público de su ser cristiano –aunque también tienen debilidades y defectos, pues nadie es perfecto en esta tierra–; que buscan ayudar a los demás y ser apóstoles en su medio ambiente; que oran, que procuran vivir cada día más cerca a Dios a través de la gracia santificante y los sacramentos; que se esfuerzan por crecer en su fe y aman de veras a Jesucristo, a la Iglesia, al Papa, a la Santísima Virgen, y luchan para que otros también lo sean. Ése es un cristiano auténtico, que produce una buena cosecha: frutos al ciento por ciento, al sesenta o treinta por ciento. Si somos de éstos, no será difícil que nos reconozcan, porque un cristiano de verdad no pasa desapercibido en este mundo. Allí donde van, siempre dejan una huella. “Por sus frutos los conoceréis” – nos dijo Cristo–. Se nos reconocerá por las obras. No dejes de responder a esta pregunta que te dirige Cristo hoy: ¿Qué tipo de tierra eres tú? ¡Ojalá que de esta última!


7 verdades sobre el exorcismo y los exorcistas

Estos puntos puedan brindar un poco de luz en cuanto a lo que de exorcismos y exorcistas se refiere


Es muy frecuente hoy en día que al encender la televisión o al mirar la cartelera de cine, nos encontremos con que gran cantidad de las historias que se cuentan tienen como protagonista al demonio. Las opiniones al respecto son diversas: hay quienes creen que todo aquello no es más que fruto del pensamientos del siglo pasado que la industria de Hollywood aprovecha para llenar sus salas; también están aquellos que tienen una postura de indiferencia, por lo que si el demonio existe o no es algo que no les quita el sueño; también hay quienes se obsesionan con el diablo y lo ven hasta en la sopa; y finalmente, están aquellos que sí creen en su existencia. Dentro de todos estos grupos de personas, nosotros nos encontramos en el último, es decir, creemos que el demonio existe y su accionar en este mundo es constante.

«Revestíos con toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las insidias del diablo. Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales» (Ef 6, 11-12).

Creer en Dios pero no creer en el diablo es no creerle a Dios, ya que Él mismo nos advierte de su existencia en reiteradas oportunidades, en las Sagradas Escrituras. Sin embargo, su accionar no siempre es tan evidente, ya que el diablo puede disfrazarse de ángel de luz, presentándonos algo malo como si fuera bueno. Por algo se le llama «el padre de la mentira». Pero cuando ocurren posesiones, los exorcistas a través de un rito determinado, contando con las debidas licencias para ejercerlo y actuando bajo la autoridad de Jesucristo, expulsan a los espíritus impuros de una persona.

Cuando me puse a investigar acerca de este tema, no pensé que podía llegar a ser tan complejo y extenso. Por ello, no intento que este post sea un tratado de demonología, que de hecho existen varios y muy buenos, sino que pretendo que los siguientes puntos puedan brindar un poco de luz en cuanto a lo que de exorcismos y exorcistas se refiere.

1. Los exorcistas no son super héroes, ni tienen super poderes

El exorcista no tiene ningún poder sobre el demonio, el poder lo tiene Dios.Mediante el rito que realiza el sacerdote, con el poder de Cristo, se expulsa al demonio. Los sacerdotes no hacen más que seguir el mandato dado por Jesús a sus discípulos: «Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia» (Mt 10, 1).

2. No todos los sacerdotes están autorizados a realizar exorcismos

En los exorcismos simples o menores, también llamados oraciones de liberación, se invoca al Espíritu Santo, pidiendo la liberación de las personas de la influencia de Satanás, como se hace en el bautismo, por ejemplo, donde el rito contempla una oración de exorcismo. Este tipo de exorcismos puede realizarlo cualquier sacerdote.Sin embargo, en el caso de los exorcismos solemnes o mayores, el Código de Derecho Canónico establece que éstos solo pueden «ser realizados por un obispo o sacerdote “piadoso, docto, prudente y con integridad de vida”, que cuente con una licencia particular y expresa de un obispo», quien puede otorgar al sacerdote un permiso para cada caso, o hacerlo, formalmente, con la venia de la Santa Sede. Aquellos que reciban este ministerio, además, deben tomar cursos de formación que se imparten en instituciones de la Santa Sede.

Los laicos no pueden realizar exorcismos, pero pueden acompañar a los sacerdotes durante los mismos, si éstos lo consideran oportuno, y también pueden prepararse para el ministerio de la liberación, bajo la dirección de un sacerdote.

3. El exorcismo es un sacramental, no un sacramento

Según el Catecismo de la Iglesia Católica los sacramentales son los «signos sagrados instituidos por la Iglesia, cuyo fin es preparar a los hombres para recibir el fruto de los sacramentos y santificar las diversas circunstancias de la vida» (número 1677), dentro de los cuales se encuentran los exorcismos, junto con las bendiciones y las consagraciones como los más importantes.

4. No todos los casos que parecen posesiones lo son

Los exorcistas, mediante un examen cuidadoso y de extrema prudencia, deben distinguir entre la verdadera posesión diabólica y los males psiquiátricos, cuyo cuidado pertenece a la ciencia médica, aunque pueden darse ambos a la vez. Por tanto, según el Catecismo (número 1673): «es importante, asegurarse, antes de celebrar el exorcismo, de que se trata de la presencia del Maligno y no de una enfermedad»

5. Los exorcismos reales tienen poco o nada que ver con los que nos muestran las películas de Hollywood

Diversos exorcistas popularmente reconocidos aseguran que la mayoría de las personas creen que en un rito de exorcismo el demonio saldrá volando por una ventana o que todo poseso actúa como puede verse en la película “El exorcista.” El demonio, al ser un ser superior, tiene la capacidad de hacer todo aquello que podamos imaginar, pero, generalmente, los posesos no actúan como estamos acostumbrados a ver en el cine. Incluso existen casos que pueden durar años, hasta que una persona quede totalmente librada del demonio.

6. Aunque la persona se encuentre poseída, puede estar en gracia de Dios

La razón y la voluntad de las personas posesas actúan independientemente de lo que ocurre con ellas en los procesos de exorcismos. Dependiendo del caso, habrá ocasiones en las que éstas puedan acercarse a los sacramentos o no, pero en un exorcismo lo que se intenta hacer es expulsar a Satanás del cuerpo de la persona, y no de su alma que puede permanecer en gracia.

7. Dios siempre tiene la última palabra

La acción del maligno en este mundo, por más espanto que pueda causarnos, nunca será mayor que la acción de Dios en nuestras vidas. Si así no fuera, el demonio no se escandalizaría con tan solo escuchar pronunciar el nombre de Jesús. Con su sacrificio en la Cruz, Él ha vencido para siempre al pecado y a la muerte. Creámosle, entonces, cuando nos dice: «En el mundo tendrán tribulaciones, pero ¡ánimo!, yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33).

Novena a Santa Teresita del Niño Jesús

Oraciones para cada día de la novena, la puedes hacer tantas veces desees, de manera especial los días previos a la festividad (22 al 30 de septiembre)



ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
¡Santa Teresita! Vengo a tus plantas lleno de confianza a pedirte favores. La cruz de la vida me pesa mucho, y no encuentro más que espinas entre sus brazos. ¡Florecita de Jesús! envía sobre mi alma una lluvia de flores de gracia y de virtud para que pueda subir el Calvario de la vida embriagado en sus perfumes. Mándame una sonrisa de tus labios de cielo y una mirada de tus hermosos ojos... Que valen más tus caricias que todas las alegrías que el mundo encierra. ¡Dios mío! Por intercesión de Santa Teresita dadme fuerza para cumplir exactamente con mi deber, y concededme la gracia que en esta novena le pido. Amén.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
Jaculatoria. ¡Oh santita sin igual! Enséñanos el "caminito" de tu infancia espiritual.
Oración. ¡Gloriosa santita mía! Espero confiadamente me alcanzarás de Dios la gracia especial que en esta novena te pido. Yo en cambio, prometo imitar, con todas mis fuerzas, tus heroicos ejemplos, y apropiarme de las páginas de tu vida encantadora para que tenga la dicha de gozar de Dios en tu compañía en la patria de los santos. En tanto, quiero, cual tu, oh Florecita de Jesús, "deshojar" en la tierra las flores de mis caricias a los pies del Amor de los Amores y cantar a lo divino tus encantadoras armonías:

"Por solo tus amores,

Jesús mi bien amado,

En ti mi vida puse,

mi gloria y porvenir;

Y ya que para el mundo

soy una flor marchita,

No tengo más anhelo

que amándote, morir…"

DÍA PRIMERO
Oración. ¡Florecita de Jesús! Por aquel volcán de amores que inflamó tu corazón, cuyos divinos ardimientos fueron el dulce martirio que consumió tu vida "con ansias de amores inflamada", haz que también yo, ¡oh santa Teresita! a solo Dios entregue totalmente mi corazón con todas sus esperanzas y con todos sus ensueños, para que le transforme y le resucite y le salve. Amén.
Petición. Tres Avemarías, jaculatoria y oración final de todos los días.
DÍA SEGUNDO
Oración. ¡Florecita de Jesús! Por los perfumes de santidad que exhalaste durante tu vida, escondida cual humilde violeta en el jardín del Carmelo, haz que pueda también mi alma, libre de los malos olores del pecado, agradar a Dios con el suave olor de las virtudes cristianas. Amén.
Petición. Tres Avemarías, jaculatoria y oración final de todos los días.
DÍA TERCERO
Oración. ¡Florecita de Jesús! Por los pasos de inocencia y de candor que diste en la florida senda de tu caminito, que fue camino de infancia espiritual, haz que los pasos de mi vida no corran por los derroteros de la perdición; sino que, pasito a paso, suba la senda -cuesta arriba- que conduce a la gloria. Amén.
Petición. Tres Avemarías, jaculatoria y oración final de todos los días.
DÍA CUARTO
Oración. ¡Florecita de Jesús! Por la celestial pureza que adornó tu corazón cual los lirios a los valles y la "nieve" a las alturas alcánzame, azucena del Carmelo, la pureza en pensamientos, palabras y obras. Defiéndeme en la tentación, y cubre con las azucenas de tu pureza la fealdad de éste pobre corazón mío inquieto y apasionado. Amén.
Petición. Tres Avemarías, jaculatoria y oración final de todos los días.
DÍA QUINTO
Oración. ¡Florecita de Jesús! Por el empeño grande que pusiste en "pasar por la Tierra haciendo bien", y en esparcir en los corazones el amor y la esperanza, haz que también yo pase mi vida sembrando bondades para recibir allá arriba el galardón seguro del ciento por uno con la vida perdurable y feliz. Amén.
Petición. Tres Avemarías, jaculatoria y oración final de todos los días.
DÍA SEXTO
Oración. ¡Florecita de Jesús! Por aquella continua tendencia de "empequeñecerse" que fue el tema de tu santa vida, haz sepa también yo ser un "alma tan pequeñita" que encuentre la verdadera grandeza en los brazos del sacrificio y de la Cruz; y aprenda a ser grande en lo pequeño y amar la humildad... la "pequeñez", para entrar más fácilmente por las puertas de la gloria al gozo eterno. Amén.
Petición. Tres Avemarías, jaculatoria y oración final de todos los días.
DÍA SÉPTIMO
Oración. ¡Florecita de Jesús! Por aquel martirio tan continuado que sufrió tu espíritu en la incesante negación de la naturaleza, haz que aprenda a negar mis caprichos y veleidades y a pagar, cual tú, los desprecios del prójimo con una sonrisa heroica y celestial. Amén.
Petición. Tres Avemarías, jaculatoria y oración final de todos los días.
DÍA OCTAVO
Oración. ¡Florecita de Jesús! Por la paciencia admirable con que supiste disimular y sufrir las enfermedades que en la Cruz te pusieron, ¡oh! que pueda yo también, santita mía, llevar si no con alegría, a lo menos en conformidad con la voluntad de Dios los achaques y miserias de este cuerpo de barro para que un día resulte embellecido en la gloria. Amén.
Petición. Tres Avemarías, jaculatoria y oración final de todos los días.
DÍA NOVENO
Oración. ¡Florecita de Jesús! Por el heroico valor con que apuraste el cáliz hasta las "heces" en el trance amargo de tu agonía; y por la dulce calma con que esperaste la fría llamada de la muerte, pueda yo también cerrar los ojos a esta vida mortal repitiendo las hermosas palabras que al morir pronunciaste: "Oh... ¡Le amo!.. . ¡Dios mío... os...amo!". Amén. Petición. Tres Avemarías, jaculatoria y oración final de todos los días.



Oración de invocación al Espíritu Santo

Les invitamos a dedicarle unos minutos al Espíritu Consolador




Por: Don Ángel Moreno de Buenafuente | Fuente: http://www.la-oracion.com 




A pocos días de haber celebrado la FIESTA DEL ESPÍRITU SANTO Don Ángel Moreno nos ofrece su tradicional meditación en forma de una HERMOSA INVOCACIÓN al Paráclito.

Les invitamos a dedicarle unos minutos al Espíritu Consolador el día de hoy y mañana y a recitar esta hermosa
 
Espíritu Santo:


Son muchos los nombres con los que te invoca la Iglesia, y nos cuesta comprender algunos de ellos. Eres el Abogado, el Consejero, el Defensor, el Paráclito, el Huésped del alma, el Amor divino, el Consolador.
Quiero acogerme a tu acción más íntima, a la que obras en el corazón, en el hondón del alma, con tus mociones consoladoras, las que además de conceder alivio en la prueba, indican el camino por el que seguir hacia la meta que tenemos como horizonte, Dios mismo.

Quizá sea por los acontecimientos sociales, que nos golpean constantemente, por las catástrofes naturales, y sobre todo por las que provocamos los humanos, especuladores de la pobreza y de la indigencia de los más débiles, por lo que nos entristecemos.

Quizá sea por los movimientos extremistas, reaccionarios, usurpadores del bien, de la verdad, de la bondad, de la paz, de la convivencia, imponiendo violentamente una forma de pensamiento totalitario, por lo que nos entra el miedo.

Quizá sea por el sufrimiento de tantas familias, de hogares rotos, de niños sin referentes entrañables, motivo de tanta soledad en el corazón humano, por lo que se nos nubla la mirada y perdemos la alegría.

Ven, Espíritu Santo


Espíritu Santo Consolador, ven con tu fuerza y con tu poder, que sin herir ni violentar, ofreces en la conciencia el susurro de lo que es bueno y mejor, para bien de cada persona y de la comunidad humana.
Ven, sobre todo, a lo más íntimo de nuestro ser, donde se experimenta la turbación, el sinsentido, la desesperanza, la tristeza, el desánimo, el dolor y las lágrimas secretas. ¡Son tantos los que lloran sin que los mire nadie! ¡Son tantos los heridos de la vida que se creen incurables! ¡Son tantos los que piensan que no tiene remedio su dolencia!

Ven, Espíritu Santo, Consolador, hazte luz para quienes todo lo ven oscuro; amor, para quienes se creen o están solos; fuerza, para quienes perciben la debilidad física y también en su espíritu. Tú eres el mejor Abogado, defiéndenos de nosotros mismos, de nuestras melancolías y desesperanzas

Tú nos sostienes


¡Cómo revive el ánimo cuando Tú, Espíritu Santo, nos consuelas, nos alientas, e infundes en el corazón el hálito de vida y nos dejas oír tu insinuación confortadora!

Somos testigos de quienes se derrumban ante el dolor, pero también de quienes en la prueba no se arredran y son capaces de alentar a otros de manera magnánima, gracias a que Tú los sostienes. ¡Cómo ayuda el testimonio valiente de los mártires, la fuerza de los que superan las razones de venganza, o los motivos de hundimiento del ánimo, ante la quiebra y la pérdida de seres queridos!


¡Ven, Espíritu Santo, Consolador! Sé Tú nuestro compañero de camino en estos tiempos tan recios, y haznos mediación de tu misericordia consoladora.

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