Ser el ángel de alguien
- 02 Octubre 2018
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¿Cómo relacionarme con mi Ángel de la Guarda?
Recordemos que ellos fueron colocados a nuestros lado para librarnos del infierno y llevarnos al Cielo
Ya sabemos cual es la misión de los ángeles de la guarda: conducirnos al Cielo y a la salvación -eterna. Pero, ¿cómo nos relacionamos concretamente con ellos, en el día a día?
Ante que nada, nuestros ángeles son nuestros amigos. No existen secretos entre nosotros. Ellos saben todo lo que hacemos y -al contrario de los demonios que no ven a Dios cara a cara- saben también lo que pensamos, cuando Dios se los comunica.
Lo mínimo a hacer con relación a ellos es saludarlos e invocarlos constantemente durante el día, recordando también a los ángeles de otras personas. Al saludar a alguna persona es interesante crear el hábito de saludar también a su santo ángel. Eso, además de ayudar al relacionamiento con ella, nos hace honrar una persona santa, que está al lado de ella y, al mismo tiempo, al lado de Dios.
En las Sagradas Escrituras, el ángel Rafael se ofrece para acompañar al joven Tobías en viaje: "Le Preguntó Tobías: "Conoces el camino que va para a Media? El respondió: "Sin duda. Pues estuve allá algunas veces y tengo experiencia y conozco todos los caminos" [1]
Los ángeles conocen las cosas mucho mejor que nosotros. Por eso, también podemos pedir consejos a ellos, siempre que pasamos por dificultades y peligros. Su auxilio es importante especialmente delante de las tentaciones, al final, ellos fueron colocados a nuestros lado para librarnos del infierno y llevarnos al Cielo.
De los santos también aprendemos lecciones valiosas para actuar con nuestros ángeles de la guarda.
El papa San Juan XXIII, por ejemplo, cuando tenía que resolver algún problema difícil durante su trabajo en la nunciatura de Paris, apostaba a la "diplomacia de los ángeles": mandaba a su santo ángel a conversar con los ángeles de sus interlocutores, para que ellos ayudasen a solucionar cualquier cuestión.
El padre Pío de Pietralcina insistía bastante con sus dirigidos espirituales, para que enviasen a el sus ángeles de la guarda, delante de cualquier necesidad. Era frecuente que el santo no duerma a la noche atendiendo a los pedidos que sus hijos espirituales le presentaban por medio de sus ángeles.
Santa Teresita del Niño Jesús, en su poesía: "A mi Ángel de la Guarda", escribía:
"Tú que los espacios cruzas
más rápido que el relámpago,
vuela por mí muchas veces
al lado de los que amo.
Seca el llanto de tus ojos
con la pluma de tu ala,
y cántales al oído
cuán bueno es nuestro Jesús.
¡Oh, diles que el sufrimiento
tiene también sus encantos!
Y luego, murmúrales
quedo, muy quedo, mi nombre...." [2]
Vale recordar también que no sólo las personas poseen ángeles de la guarda, como también instituciones, parróquias, diócesis, ciudades y países. Cuando San Juan María Vianney entró en Ars, impregnado de la consciencia sobrenatural, no dejó de saludar al ángel de aquella parroquia, juntamente con los ángeles de todos los parroquianos. San Francisco de Sales, en carta a un Obispo, recomendó que él invocase al ángel de su diócesis. Y en Portugal, hay una fiesta para el ángel del país, el mismo que apareció a los partorcitos de Fátima.
Importa, por fin, principalmente, imitar a los ángeles de la guarda, buscando ser como ángeles para las otras personas y haciendo de todo para que ellas lleguen al Cielo, donde un día, contemplaremos todos juntos, la faz de Dios.
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NOTAS:
[1] Tb 5, 5-6
[2] Santa Teresita del Niño Jesús, A mi Ángel de la Guarda.
Cada persona tiene un ángel custodio, 2 de octubre
Nuestros Guardaespaldas Celestiales
¿Quiénes son los ángeles custodios?
Dios ha asignado a cada hombre un ángel para protegerle y facilitarle el camino de la salvación mientras está en este mundo. Afirma a este respecto San Jerónimo: “Grande es la dignidad de las almas cuando cada una de ellas, desde el momento de nacer, tiene un ángel destinado para su custodia”.
En el antiguo testamento se puede observar cómo Dios se sirve de sus ángeles para proteger a los hombres de la acción del demonio, para ayudar al justo o librarlo del peligro, como cuando Elías fue alimentado por un ángel (1 Reyes 19, 5.)
En el nuevo testamento también se pueden observar muchos sucesos y ejemplos en los que se ve la misión de los ángeles: el mensaje a José para que huyera a Egipto, la liberación de Pedro en la cárcel, los ángeles que sirvieron a Jesús después de las tentaciones en el desierto.
La misión de los ángeles custodios es acompañar a cada hombre en el camino por la vida, cuidarlo en la tierra de los peligros de alma y cuerpo, protegerlo del mal y guiarlo en el difícil camino para llegar al Cielo. Se puede decir que es un compañero de viaje que siempre está al lado de cada hombre, en las buenas y en las malas.
No se separa de él ni un solo momento. Está con él mientras trabaja, mientras descansa, cuando se divierte, cuando reza, cuando le pide ayuda y cuando no se la pide. No se aparta de él ni siquiera cuando pierde la gracia de Dios por el pecado. Le prestará auxilio para enfrentarse con mejor ánimo a las dificultades de la vida diaria y a las tentaciones que se presentan en la vida.
Muchas veces se piensa en el ángel de la guarda como algo infantil, pero no debía ser así, pues si pensamos que la persona crece y que con este crecimiento se tendrá que enfrentar a una vida con mayores dificultades y tentaciones, el ángel custodio resulta de gran ayuda.
Para que la relación de la persona con el ángel custodio sea eficaz, necesita hablar con él, llamarle, tratarlo como el amigo que es. Así podrá convertirse en un fiel y poderoso aliado nuestro. Debemos confiar en nuestro ángel de la guarda y pedirle ayuda, pues además de que él nos guía y nos protege, está cerquísima de Dios y le puede decir directamente lo que queremos o necesitamos. Recordemos que los ángeles no pueden conocer nuestros pensamientos y deseos íntimos si nosotros no se los hacemos saber de alguna manera, ya que sólo Dios conoce exactamente lo que hay dentro de nuestro corazón. Los ángeles sólo pueden conocer lo que queremos intuyéndolo por nuestras obras, palabras, gestos, etc.
También se les pueden pedir favores especiales a los ángeles de la guarda de otras personas para que las protejan de determinado peligro o las guíen en una situación difícil.
El culto a los ángeles de la guarda comenzó en la península Ibérica y después se propagó a otros países. Existe un libro acerca de esta devoción en Barcelona con fecha de 1494.
Cuida tu fe
Actualmente se habla mucho de los ángeles: se encuentran libros de todo tipo que tratan este tema; se venden “angelitos” de oro, plata o cuarzo; las personas se los cuelgan al cuello y comentan su importancia y sus nombres. Hay que tener cuidado al comprar estos materiales, pues muchas veces dan a los ángeles atribuciones que no le corresponden y los elevan a un lugar de semi-dioses, los convierten en “amuletos” que hacen caer en la idolatría, o crean confusiones entre las inspiraciones del Espíritu Santo y los consejos de los ángeles.
Es verdad que los ángeles son muy importantes en la Iglesia y en la vida de todo católico, pero son criaturas de Dios, por lo que no se les puede igualar a Dios ni adorarlos como si fueran dioses. No son lo único que nos puede acercar a Dios ni podemos reducir toda la enseñanza de la Iglesia a éstos. No hay que olvidar los mandamientos de Dios, los mandamientos de la Iglesia, los sacramentos, la oración, y otros medios que nos ayudan a vivir cerca de Dios.
Necesitamos renovar nuestro trato afectuoso y sencillo con nuestro ángel de la guarda que está a nuestro lado y nos ayuda de mil modos.
Muchos tienen la costumbre de hablar con su ángel de la guarda. Le piden ayuda para resolver un problema familiar, para encontrar un estacionamiento, para no ser engañados en las compras, para dar un consejo acertado a un amigo, para consolar a los abuelos, a los padres o a los hijos.
Otros tienen al ángel de la guarda un poco olvidado. Quizá escucharon, de niños, que existe, que nos cuida, que nos ayuda en las mil aventuras de la vida. Recordarán, tal vez, haber visto el dibujo de un niño que camina, cogido de la mano, junto a un ángel grande y bello. Pero desde hace tiempo tienen al ángel “aparcado”, en el baúl de los recuerdos.
De grandes es normal que hablemos a los niños de su ángel de la guarda. Nos sería de provecho pensar también en nuestro ángel que está a nuestro lado y nos ayuda de mil modos.
Es verdad: Dios es el centro de nuestro amor, y a veces no tenemos mucho tiempo para pensar en los espíritus angélicos. Podemos, sin embargo, ver a nuestro ángel de la guarda no como una “devoción privada” ni como un residuo de la niñez, sino como un regalo del mismo Dios, que ha querido hacernos partícipes, ya en la tierra, de la compañía de una creatura celeste que contempla ese rostro del Padre que tanto anhelamos.
Necesitamos renovar nuestro trato afectuoso y sencillo, como el de los niños que poseen el Reino de los cielos (cf. Mt 19,14), con el propio ángel de la guarda. Para darle las gracias por su ayuda constante, por su protección, por su cariño. Para sentirnos, a través de él, más cerca de Dios. Para recordar que cada uno de nosotros tiene un alma preciosa, magnífica, infinitamente amada, invitada a llegar un día al cielo, al lugar donde el Amor y la Armonía lo son todo para todos. Para pedirle ayuda en un momento de prueba o ante las mil aventuras de la vida.
Necesitamos repetir, o aprender de cero, esa oración que la Iglesia, desde hace siglos, nos ha enseñado para dirigirnos a nuestro ángel de la guarda:
Ángel del Señor, que eres mi custodio, puesto que la Providencia soberana me encomendó a ti,
ilumíname, guárdame, rígeme y gobiérname en este día. Amén
Si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos (Mt 18, 3)
“Cómo me gustaría volver a ser niño”, a menudo escuchamos frases como esta u otras perecidas, que ponen al descubierto la nostalgia por revivir aquellos días gloriosos de infancia que los adultos hemos dejado atrás.
¿Pero qué tienen los niños cuyo estilo de vida es tan codiciado? ¿Por qué muchas personas nos extrañamos a nosotros mismos en esa etapa? ¿Qué hace que un gran número de adultos recurran a sus recuerdos infantiles cuando se les pregunta en qué etapa de su vida han sido más felices?
Quizás tengamos que considerar algunos elementos comunes que enmarcan la niñez en general: confianza, seguridad, espontaneidad, dependencia, alegría… Todos ellos factores que poco a poco van desapareciendo o disminuyendo en la medida que crecemos y vamos adquiriendo nuevas responsabilidades.
Y no es que esté mal, es el camino obligado, hasta cierto punto. Pero en algún momento de nuestra vida nos volvemos tan dependientes de nuestras propias fuerzas y decisiones, que olvidamos que siempre seremos dependientes de Alguien, Aquel sin cuya voluntad nada sucedería, ni siquiera nuestra propia vida: Dios el creador de todo.
El que nos ha llamado a la vida y nos ha dado las capacidades para realizarnos como personas y perfeccionar el mundo, se ha manifestado como nuestro Padre. Esto nos sitúa en la condición de hijos. Y un hijo se sabe amado, protegido, seguro, confiado…, cuando sabe que lo asiste su Padre; que puede contar con Él en todo; que sin importar las veces que no acierte en sus decisiones estará respaldado por el amor incondicional de quien le dio la vida. Este es nuestro Padre Dios.
Cuando volvemos a descubrir que Dios es nuestro Padre -quizás en algún momento de nuestra infancia lo supimos, pero no como lo comprendíamos como ahora-, con todo lo que esto conlleva, entonces reaparece en nosotros aquella alegría, espontaneidad y confianza que experimentamos cuando éramos niños, pero ahora con otras expresiones y manifestaciones. Obviamente nuestras funciones ahora son distintas, nuestro estilo de vida es el de un adulto, pero podemos vivir la infancia espiritual, aquella por la cual muchos hermanos nuestros se han santificado y han alcanzado la gloria.
Un ejemplo elocuente de infancia espiritual, tal vez el más destacado, es del de Teresa de Lisieux o santa Teresita del Niño Jesús (1873-1897). Su vida y obras merecen estudio aparte. Baste decir aquí, que la infancia espiritualidad es el “sello” que marcó su vida, su itinerario de santificación, así lo deja ver su nombre de profesión religiosa “del niño Jesús”.
Y si queremos entender, concretamente, en qué consiste la infancia espiritual, la santa de Liseux nos dirá que se trata de permanecer como niños delante de Dios, es decir “reconocer su nada, esperarlo todo del buen Dios, como un niño pequeño lo espera todo de su padre, es no inquietarse de nada, no buscar fortuna”. En otro momento dirá: “Ser pequeño, es también no atribuirse a sí mismo las virtudes que uno practica, creyéndose capaz de alguna cosa, antes bien reconocer que el buen Dios pone este tesoro de la virtud en la mano de su pequeño hijo para que se sirva de él cuando lo necesite; pero siempre es el tesoro del buen Dios” [1].
Ciertamente, las palabras de santa Teresita, encuentran poca acogida en una época como la nuestra, en que la sociedad se rige por la competencia, el poder, el dinero, la fama y toda clase de seguridades materiales. Sin embargo, solamente apoyados en la confianza de hijos pequeños de Dios, abandonándonos en Él, podremos recuperar la alegría tan añorada de nuestros días de infancia. De hecho, gran parte de nuestra felicidad se basaba en que éramos dependientes de nuestros padres o de los adultos responsables de nosotros. Pues bien, volver a ser niños delante de Dio, no es otra cosa que volver a confiar en nuestro padre Dios y sabernos dependientes Él. Después de todo, Jesús nos lo advierte como un requisito para entrar al Reino de los cielos:
Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos (Mt 18,3-4).
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños
Santo Evangelio según San Mateo 18, 1-5. 10. Festividad de los Santos Ángeles Custodios.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias, Señor, por amarme, por considerarme tan valioso que me has confiado al cuidado de uno de tus ángeles. Acrecienta mi fe y mi confianza para escuchar y ser dócil a las directrices de mi ángel custodio.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
La Iglesia siempre ha enseñado que cada hombre está confiado a la protección y guía de un ángel custodio (CIC 336). A veces nos puede llegar a parecer que es un cuento de niños, pues nosotros, en la mayoría de los casos, nos olvidamos de ellos. Sin embargo, Jesús mismo nos recuerda que esto es verdad y que velan con especial interés de los pequeños y sencillos.
Su principal tarea es velar por nuestro bienestar espiritual y ayudarnos a llegar justamente a donde queremos: contemplar el rostro de Dios. Aun así, alguien se puede preguntar: «y entonces,¿qué pasó con el ángel custodio de tal persona, porque era muy mala?» Pues en realidad, el hecho de tener un ángel custodio no nos quita la libertad y esto lo vemos en muchas otras cosas, por ejemplo, podemos encontrar letreros o incluso personas que nos digan que no debemos pisar el pasto y, sin embargo, lo podemos hacer de igual manera.
El ángel custodio es como un amigo que nos quiere ayudar a superar todas las dificultades, pero si nosotros no lo dejamos, él nos respeta. Por eso preguntémonos: ¿me dejo guiar por mi ángel de la guarda? ¿O ni siquiera me doy cuenta que tengo uno?
Dios no nos abandona nunca: cada vez que lo necesitemos vendrá un ángel suyo a levantarnos y a infundirnos consolación. “Ángeles” alguna vez con un rostro y un corazón humano, porque los santos de Dios están siempre aquí, escondidos en medio de nosotros. Esto es difícil de entender e incluso de imaginar, pero los santos están presentes en nuestra vida. Y cuando alguno invoca a un santo o a una santa, es precisamente porque está cerca de nosotros.
(Homilía de S.S. Francisco, 21 de junio de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Antes de dormir, rezaré alguna oración al ángel de la guarda.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Sirve de algo rezar por los difuntos?
Desde los comienzos del cristianismo la oración por los difuntos ha sido una costumbre que no se ha interrumpido nunca
Antiguo Testamento
Y, porque consideró que aquellos que se han dormido en Dios tienen gran gracia en ellos. Es, por lo tanto, un pensamiento sagrado y saludable orar por los muertos, que ellos pueden ser librados de los pecados” (2 Mac. 12,43-46).
En los tiempos de los Macabeos los líderes del pueblo de Dios no tenían dudas en afirmar la eficiencia de las oraciones ofrecidas por los muertos para que aquellos que habían partido de ésta vida encuentren el perdón por sus pecados y esperanza de resurrección eterna.
Nuevo Testamento
Hay varios pasajes en el Nuevo Testamento que apuntan a un proceso de purificación después de la muerte.
Es por esto que Jesucristo declara (Mt. 12,32) “Y quien hable una palabra contra el Hijo del Hombre, será perdonado: pero aquel que hable una palabra contra el Espíritu Santo, no será perdonado ni en este mundo ni en el que vendrá”.
De acuerdo con San Isidoro de Sevilla (Deord. creatur., c. XIV, n. 6) estas palabras prueban que en la próxima vida “algunos pecados serán perdonados y purgados por cierto fuego purificador“.
San Agustín también argumenta, “que a algunos pecadores no se les perdonarán sus faltas ya sea en este mundo o en el próximo no se podría decir con verdad a no ser que hubieran otros (pecadores) a quienes, aunque no se les perdone en esta vida, son perdonados en el mundo por venir.” (De Civ. Dei, XXI, XXIV).
San Gregorio Magno (Dial., IV, XXXIX) hace la misma interpretación; San Beda (comentario sobre este texto) y San Bernardo (Sermo LXVI en Cantic., n.11) también lo entienden así.
Un nuevo argumento es dado por San Pablo en 1 Cor. 3,11-15: “Un día se verá el trabajo de cada uno. Se hará público en el día del juicio, cuando todo sea probado por el fuego. El fuego, pues, probará la obra de cada uno. [14] Si lo que has construido resiste al fuego, serás premiado. [15] Pero si la obra se convierte en cenizas, el obrero tendrá que pagar. Se salvará, pero no sin pasar por el fuego.”
Este pasaje es visto por muchos de los Padres y teólogos como evidencia de la existencia de un estado intermedio en el cual el alma purificada será salvada.
Tradición
El testimonio de la Tradición. es universal y constante. Llega hasta nosotros por un triple camino:
1) la costumbre de orar por los difuntos privadamente y en los actos litúrgicos;
2) las alusiones explícitas en los escritos patrísticos a la existencia y naturaleza de las penas del purgatorio;
3) los testimonios arqueológicos, como epitafios e inscripciones funerarias en los que se muestra la fe en una purificación ultraterrena.
Esta doctrina de que muchos que han muerto aún están en un lugar de purificación y que las oraciones valen para ayudar a los muertos es parte de la tradición cristiana más antigua.
Tertuliano (155-225) en “De corona militis” menciona las oraciones para los muertos como una orden apostólica y en “De Monogamia” (cap. X, P. L., II, col. 912) aconseja a una viuda “orar por el alma de su esposo, rogando por el descanso y participación en la primera resurrección”; además, le ordena “hacer sacrificios por él en el aniversario de su defunción,” y la acusó de infidelidad si ella se negaba a socorrer su alma.
Del siglo II se conservan ya testimonios explícitos de las oraciones por los difuntos. Del siglo III hay testimonios que muestran que es común la costumbre de rezar en la Misa por ellos.
San Cirilo de Jerusalén (313-387) explica que el sacrificio de la Misa es propiciatorio y que «ofrecemos a Cristo inmolado por nuestros pecados deseando hacer propicia laclemencia divina a favor de los vivos y los difuntos» (Catequesis Mistagógicas 5,9: PG 33,1116-1117).
San Epifanio estima herética la afirmación de Aerio según el cual era inútil la oración por los difuntos (Panarión, 75,8: PG 42,513).
Refiriéndose a la liturgia, comenta San Juan Crisóstomo (344-407): «Pensamos en procurarles algún alivio del modo que podamos… ¿Cómo? Haciendo oración por ellos y pidiendo a otros que también oren... Porque no sin razón fueron establecidas por los apóstoles mismos estas leyes; digo el que en medio de los venerados misterios se haga memoria de los que murieron… Bien sabían ellos que de esto sacan los difuntos gran provecho y utilidad…» (In Epist. ad Philippenses Hom., 3,4: PG 62,203).
Y San Agustín (354-430): «Durante el tiempo que media entre la muerte del hombre y la resurrección final, las almas quedan retenidas en lugares recónditos, según es digna cada una de reposo o de castigo, conforme a lo que hubiere merecido cuando vivía en la carne. Y no se puede negar que las almas de los difuntos reciben alivio por la piedad de sus parientes vivos, cuando por ellas se ofrece el sacrificio del Mediador o cuando se hacen limosnas en la Iglesia» (Enquiridión, 109-110: PL 40,283).
Escribe San Efrén (306-373) en su testamento: “En el trigésimo de mi muerte acordáos de mí, hermanos, en las oraciones. Los muertos reciben ayuda por las oraciones hechas por los vivos” (Testamentum).
Entre los testimonios arqueológicos, se encuentra el conocido epitafio de Abercio. En este epitafio leemos: “Estas cosas dicté directamente yo, Abercio, cuando tenía claramente sesenta y dos años de edad. Viendo y comprendiendo, reza por Abercio”. Abercio era un cristiano, probablemente obispo de Ierápoli, en Asia menor, que antes de morir compuso de propia mano su epitafio, es decir la inscripción para su tumba. Se puede fácilmente comprender cómo la Iglesia primitiva, la Iglesia de los primeros siglos, creía en el Purgatorio y en la necesidad de rezar por las almas de los difuntos.
«Ofrecer el sacrificio por el descanso de los difuntos -escribía San Isidoro de Sevilla (560-636)- … es una costumbre observada en el mundo entero. Por esto creemos que se trata de una costumbre enseñada por los mismos Apóstoles. En efecto, la Iglesia católica la observa en todas partes; y si ella no creyera que se les perdonan los pecados a los fieles difuntos, no haría limosnas por sus almas, ni ofrecería por ellas el sacrificio a Dios» (De ecclesiasticis officiis, 1,18,11: PL 83,757).
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BIBL.: S. TOMÁS DE APUINO, Suma teológica, Suppl. q71 ; (textos tomados de In IV Sent., d21, ql, al-8); íD, Summa contra Gentes, IV,91; iD, Contra errores graecorum, 32; fa, De rationibus lidei, c9; íD, Compendium theologiae, cl81; R. BELARMINO, De Ecclesia quae est in purgatorio, en Opera Omnia, II, Nápoles 1877, 351414; F. SUÁREZ, De poenitentia, disp. 45-48, 53; A. MICHEL, Purgatoire, en DTC 13,1163-1326; íD, Los misterios del más allá, San Sebastián 1954; H. LECLERCQ, Purgatoire, en DACL, XIV (II), 1978-1981 ; CH. JOURNET, Le purgatoire, Lieja 1932; M. JUGIE, Le purgatoire et les rnoyens de 1’éviter, París 1940; A. Royo MARíN, Teología de la salvación, Madrid 1956, 399-473; A. PIOLANTI, De Noaissimis el sanctorum communione, Roma 1960, 74-96; M. SCHMAUS, Teología Dogmática, t. VII: Los novísimos, Madrid 1964, 490-508; C. Pozo, Teología del más allá, Madrid 1968, 240-255.
¿Qué es la tibieza espiritual?
7 actitudes y un divertido video que te la explica
Cuando la vida se pone desabrida, todo se vuelve rutinario, comienzas el lunes esperando que llegue rápido el viernes, empiezas tu oración mirando el reloj para ver cuánto falta para terminar, miras el teléfono mientras estás en misa a ver si algo entretenido ha pasado afuera y revisas tus notificaciones sin cesar. Y así, una lista casi infinita de cosas que nos van pasando en la medida en que vamos perdiendo temperatura espiritual y nos vamos volviendo tibios, como zombies. Como si estuviéramos vivos, pero realmente no.
Nuestros amigos de Catholic Stuff han preparado un video muy ilustrativo sobre esta realidad espiritual, pero antes de seguir: ¿Qué es la tibieza espiritual?
Ellos mismos la definen como: «Dejar de hacer con amor las cosas pequeñas de cada día» y nosotros agregamos que es: «una carencia del fervor en el amor». Es decir, al comienzo se amaba, pero ese amor ha decaído.
Esta enfermedad espiritual es altamente contagiosa, casi como las epidemias zombie de las películas, y es probable que ni siquiera te enteres que estás siendo contagiado, por eso queremos prevenirte y darte algunas ideas para que reconozcas y animes a aquellos que están junto a ti y ayudes en el rescate.
Estos zombies espirituales experimentan algunos síntomas que progresivamente se van haciendo más evidentes y tal como aparece en el video, puedes verlos también en tu vida:
1. La dejadez espiritual:Ya todo da igual y aquella esperanza que te motivaba a luchar desaparece y es reemplazada por el conformismo, la resignación y la satisfacción con cualquier cosa insignificante, como por ejemplo quedarte mirando una notificación en tu teléfono porque se ve más entretenido en vez de ayudar a un amigo, tal como lo vimos en el video.
2. El rechazo hacia todo lo que suponga un sacrificio o esfuerzo: Como levantarse temprano (y por lo tanto dormir menos), animarse por la lucha espiritual, invertir tiempo en oración y buscar la santidad por nombrar algunas. Eso mismo trae como consecuencia rechazo a las cosas de Dios, pues aunque Dios nos ama y quiere lo mejor para nosotros, eso implica un esfuerzo y trabajo por nuestra parte. Ese esfuerzo que los zombies espirituales no están dispuestos a hacer.
3. Buscar el entretenimiento pasajero:Todo lo espiritual lo encuentran aburrido, rezar, ir a misa, adoraciones y todo lo que tiene que ver con la fe les aburre, en cambio jugar Play Station, ver televisión, incluso dormir se les hace más atractivo.
4. La santidad desaparece del mapa: Pues lo ven como algo lejano, para otro tipo de gente, como algo inalcanzable y por lo tanto, algo por lo que no vale la pena luchar.
5. La mala preparación para ir a la Eucaristía: Asistiendo sin preparar el corazón, sin conciencia de lo que se está celebrando, viviéndola a medias y de forma rutinaria. Te podrás dar cuenta cuando al salir de misa le preguntas a alguno de los zombies: ¿cuál era el Evangelio que se leyó?
6. Confesarse rutinariamente: Incluso haciendo una especie de «trato» para aceptar deliberadamente los pecados veniales. Algo así como: «bueno, si no es tan malo, y al final de cuentas todo el mundo lo hace. Y si nadie se da cuenta… ¿qué más da?»
7. Cumplir mis deberes negligentemente o en definitiva, no cumplirlos:Acostumbrándome a no hacer las cosas bien, aceptando el error como algo normal, justificando la mediocridad y las cosas a medias, tibias.
Pero, ¡tranquilidad!, si conoces a alguien que esté infectado por esta epidemia Zombie espiritual o si tu mismo estás en esta situación, nuestros amigos de Catholic Stuff nos revelan la cura: Jesús mismo nos ayuda a recuperar el fervor perdido. Pero para que esto ocurra, es necesario querer salir de la tibieza, dar la pelea, ofrecer el corazón y considerar la santidad un ideal a alcanzar.
Y tú, ¿has experimentado la tibieza espiritual y tienes algunos amigos zombies alrededor tuyo? y si es así, ¿cómo te has dado cuenta que te has vuelto tibio?