Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo
- 06 Octubre 2018
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San Bruno de Colonia
Celebrado El 6 De Octubre De
San Bruno, abad y fundador
San Bruno, presbítero, el cual, oriundo de Colonia, ciudad de Lotaringia, enseñó ciencias eclesiásticas en la Galia, aunque después, deseando llevar vida solitaria, con algunos discípulos se instaló en el apartado valle de Cartuja, en los Alpes, donde dio origen a una Orden que conjuga la soledad de los eremitas con la vida común de los cenobitas. Llamado por el papa Urbano II a Roma, para que le ayudase en las necesidades de la Iglesia, pasó los últimos años de su vida como eremita en el cenobio de La Torre, en Calabria, en la actual Italia.
El sabio y devoto cardenal Bona, hablando de los monjes cartujos, cuya orden fue fundada por san Bruno, los llama «el gran milagro del mundo: viven en el mundo como si estuviesen fuera de él; son ángeles en la tierra, como Juan Bautista en el desierto, y constituyen el mayor ornamento de la Iglesia; se elevan al cielo como águilas, y su instituto religioso está por encima de todos los otros». El fundador de esa orden extraordinaria había nacido en el seno de una familia distinguida, hacia el año 1030, en Colonia. Partió de su ciudad natal cuando era todavía joven, para proseguir sus estudios en la escuela catedralicia de Reims. Cuando volvió a Colonia, recibió la ordenación sacerdotal y se le confirió una canonjía en la colegiata de San Cuniberto (aunque es posible que haya gozado de la canonjía desde antes de partir a Reims). El año 1056, fue invitado a enseñar gramática y teología en su antigua escuela. El hecho de que haya sido escogido para puestos tan importantes cuando no tenía sino veintisiete años, demuestra que era un hombre extraordinario, pero no revela los caminos que Dios le tenía reservados para convertirse en lumbrera de la Iglesia. Bruno se ocupó de enseñar «a los clérigos más avanzados y versados en las ciencias, no a los principiantes». Su principal empeño consistía en llevar a sus discípulos a Dios y en enseñarles a respetar y amar la ley divina. Muchos de ellos llegaron a ser eminentes filósofos y teólogos, honraron a su maestro con sus talentos y habilidades y extendieron su fama hasta los más apartados rincones. Uno de ellos, Eudes de Chátillon, que ciñó la tiara pontificia con el nombre de Urbano II y fue beatificado.
San Bruno fue profesor en la escuela de Reims donde mantuvo, durante dieciocho años, un alto nivel en los estudios. Después, fue nombrado canciller de la diócesis por el arzobispo Manasés, quien era un personaje absolutamente indigno de su alto cargo. Bruno tuvo pronto ocasión de conocer la mala vida de su protector. El legado papal, Hugo de Saint Dié, citó a juicio a Manasés ante el concilio de Autun, en 1076; pero el arzobispo se negó a presentarse y fue suspendido en el ejercicio de sus funciones. San Bruno, el preboste de la diócesis (llamado también Manasés) y un canónigo de Reims, llamado Poncio, acusaron al arzobispo ante el concilio. La actitud de san Bruno fue tan prudente y reservada, que impresionó al legado, el cual, escribiendo al Papa, alabó la virtud y prudencia de nuestro santo. El arzobispo de Reims, furioso contra los tres canónigos que le habían acusado, mandó saquear y destruir sus casas y vendió sus beneficios eclesiásticos. Los tres canónigos se refugiaron en el castillo de Ebles de Roucy; allí permanecieron hasta que el arzobispo simoníaco, engañando a san Gregorio VII (cosa que no era fácil), consiguió ser restituido al gobierno de su diócesis. San Bruno se trasladó entonces a Colonia. Por aquel tiempo, había decidido ya abandonar todo cargo eclesiástico, según lo había comunicado en una carta a Rodolfo, preboste de Reims.
Durante una conversación que habían tenido san Bruno, Rodolfo y otro canónigo en el jardín del castillo de Ebles de Roucy, discutieron acerca de la vanidad y falsedad de las ambiciones mundanas y de los goces de la vida eterna. Los tres habían quedado muy impresionados por aquella conversación y habían prometido abandonar el mundo. Sin embargo, difirieron la ejecución de sus planes hasta que el canónigo volviese a Roma, a donde tenía que viajar. Pero éste no regresó, Rodolfo flaqueó en su resolución y volvió a establecerse en Reims. Bruno fue el único que perseveró en su propósito de abrazar la vida religiosa, a pesar de que todo le sonreía, ya que poseía abundantes riquezas y gozaba de gran favor entre los personajes de importancia. Si se hubiese quedado en el mundo, habría sido pronto elegido arzobispo de Reims. En vez de ello, renunció a su beneficio eclesiástico y a todas sus riquezas y convenció a algunos amigos para que se retirasen con él a la soledad. Al principio se pusieron bajo la dirección de san Roberto, abad de Molesmes (quien colaboró más tarde en la fundación del Císter), y se establecieron en Séche-Fontaine, cerca de Molesmes. Durante su estancia allí, Bruno, deseoso de mayor virtud y perfección, se puso a reflexionar y a consultar con sus compañeros acerca de lo que debían hacer para ello. Después de hacer mucha penitencia y oración para conocer la voluntad de Dios, Bruno comprendió que el sitio no se prestaba para sus propósitos y acudió a san Hugo, obispo de Grenoble, que era un hombre de Dios y podía ayudarle a conocer su voluntad. Por otra parte, Bruno estaba al tanto de que en los alrededores de Grenoble había muchos bosques solitarios en los que podría encontrar la paz que deseaba. Seis de sus primeros compañeros partieron a Grenoble con él; entre ellos se contaba Landuino, quien había de sucederle en el gobierno de la Gran Cartuja.
Llegaron a Grenoble a mediados de 1084. Inmediatamente se entrevistaron con san Hugo para pedirle que les designase un sitio en el que pudiesen entregarse al servicio de Dios, lejos del mundo y sosteniéndose del trabajo de sus manos. Hugo los recibió con los brazos abiertos, ya que, según se cuenta, había visto antes en sueños a los siete forasteros, en tanto que el mismo Dios construía una iglesia en el bosque de Chartreuse, y siete estrellas brillaban en el cielo como para indicarle el camino. El obispo de Grenoble abrazó fraternalmente a los peregrinos y les designó el desierto de Chartreuse para que viviesen y les prometió toda la ayuda que necesitasen para establecerse. Pero, a fin de mantenerlos alerta en las dificultades y para que supiesen perfectamente a qué atenerse, les previno que el sitio era de difícil acceso a causa de las abruptas montañas y de la nieve que lo cubrían la mayor parte del año. San Bruno aceptó el ofrecimiento con gran gozo, y san Hugo les concedió todos los derechos que poseía sobre ese bosque y los puso en relación con el abad de Chaise-Dieu, en la Auvernia. Bruno y sus compañeros empezaron por construir un oratorio y una serie de celdas a cierta distancia unas de otras, exactamente como en las antiguas «lauras» de Palestina. Tal fue el origen de la orden de los cartujos, que tomó su nombre del desierto de Chartreuse.
San Hugo prohibió a las mujeres el acceso al paraje en que se habían establecido Bruno y sus compañeros, así como la caza, la pesca y la cría de ganado en la región. Al principio, los monjes vivían por pares en las celdas, pero poco después cada uno tuvo la suya propia, y sólo se reunían en la iglesia para el canto de los maitines y las vísperas; el resto del oficio lo rezaban en privado. Unicamente en las grandes fiestas comían dos veces al día; en esas ocasiones, se reunían en el refectorio, pero de ordinario cada uno comía en su celda, como los ermitaños. En todo reinaba la mayor pobreza; por ejemplo, el único objeto de plata que había en la iglesia era el cáliz. El tiempo se repartía entre el trabajo y la oración. Una de las principales ocupaciones de los monjes consistía en copiar libros, con lo que se ganaban el sustento. La única dependencia verdaderamente rica del monasterio era la biblioteca. La tierra era poco fértil y el clima muy inclemente, de suerte que se prestaba poco para la siembra; en cambio, la cría de ganado prosperaba. El beato Pedro el Venerable, abad de Cluny, escribía unos veinticinco años después de la muerte de san Bruno: «Su vestido era más pobre que el del resto de los monjes y tan corto y delgado que se estremecía uno al verlo. Llevaban camisas de pelo sobre el cuerpo y ayunaban casi constantemente. Sólo comían pan negro; jamás probaban la carne, ni siquiera cuando estaban enfermos; nunca pescaban pero comían pescado cuando alguien se lo daba de limosna ... Pasaban el tiempo en la oración, la lectura y el trabajo; su principal labor consistía en copiar libros. Sólo celebraban la misa los domingos y días de fiesta». Tal era la vida que llevaban, por más que no tenían reglas escritas, pero se inspiraban en la regla de san Benito, en los puntos en que ésta era compatible con la vida eremítica. San Bruno acostumbró a sus discípulos a observar fielmente el modo de vida que les había prescrito. En 1127, el quinto prior de la Cartuja, llamado Guigues, puso por escrito los usos y costumbres. Guigues hizo muchas modificaciones, y sus «Consuetudines» son hoy todavía el libro esencial. Los cartujos constituyen la única de las órdenes antiguas que nunca ha sido reformada y que no ha tenido necesidad de reforma, gracias a su absoluto aislamiento del mundo y al celo que han puesto siempre los superiores y visitadores en no abrir la puerta a las mitigaciones y dispensas: «Cartusa nunquam reformata quia nunquam deformata». La Iglesia considera la vida de los cartujos como el modelo perfecto del estado de contemplación y penitencia. Sin embargo, cuando san Bruno se estableció en Chartreuse, no tenía la menor intención de fundar una orden religiosa. Si sus monjes se extendieron, seis años más tarde, por el Delfinado, ello se debió, además de la voluntad de Dios, a una invitación que se les formuló, y lo menos que puede decirse es que san Bruno no tenía el menor deseo de aceptar esa invitación inesperada.
San Hugo concibió una admiración tan grande por san Bruno, que le tomó por director espiritual. A pesar de las dificultades del viaje desde Grenoble a la Cartuja, acostumbraba ir allá de cuando en cuando para conversar con san Bruno y aprovechar en la vida espiritual con su consejo y ejemplo. Pero la fama del fundador se extendió más allá de Grenoble y llegó a oídos de su antiguo discípulo, Eudes de Chátillon, quien, al ceñir la tiara pontificia, había tomado el nombre de Urbano II. Cuando oyó hablar de la santa vida que llevaba su maestro y, convencido de que era un hombre de ciencia y prudencia excepcionales, el Pontífice le mandó llamar a Roma para que le ayudase con sus consejos en el gobierno de la Iglesia. Difícilmente podía haberse presentado al santo una ocasión más amarga de mostrar su obediencia y hacer un sacrificio muy costoso. A pesar de ello, partió de la Cartuja a principios del año 1090, después de nombrar a Landuino prior del monasterio. La partida de Bruno produjo una pena enorme a sus discípulos, y varios de ellos abandonaron el monasterio. Los demás le siguieron a Roma; pero Bruno los convenció de que volviesen a la Cartuja, de la que se habían encargado durante su ausencia los monjes de Chaise-Dieu.
San Bruno obtuvo permiso para establecerse en las ruinas de las termas de Diocleciano, de donde el Papa podía llamarle fácilmente cuando lo necesitaba. Es imposible determinar con certeza la importancia del papel de san Bruno en el gobierno de la Iglesia. Algunas de las disposiciones que se le atribuían antiguamente, fueron en realidad obra de su homónimo, san Bruno de Segni; pero está fuera de duda que nuestro santo colaboró en la preparación de varios sínodos organizados por Urbano II para reformar al clero. Por otra parte, el espíritu contemplativo del fundador de la Cartuja le llevaba naturalmente a trabajar sin ruido. El Papa intentó hacerle arzobispo de Reggio, pero el santo supo defenderse con tanta habilidad y supo dar al Pontífice tales argumentos para que le dejase retornar a la soledad, que Urbano II acabó por concederle permiso de retirarse a la Calabria; sin embargo, no le dejó volver a la Cartuja para tenerle siempre a mano. El conde Rogelio, hermano de Roberto Guiscardo, regaló al santo el hermoso y fértil valle de La Torre, en la diócesis de Squillace. Allí se estableció san Bruno con algunos discípulos que se había ganado en Roma. Imposible describir el fervor y el gozo que el fundador de la Cartuja experimentó al volver a la soledad. Escribió por entonces una carta muy cariñosa a su amigo Rodolfo de Reims para invitarle a reunirse con él, recordando amigablemente la promesa que le había hecho y describiéndole en términos amables y entusiastas los gozos y deleites que él y sus compañeros hallaban en ese género de vida. La carta demuestra ampliamente que san Bruno no era un hombre melancólico y severo. La alegría, que corre siempre pareja con la verdadera virtud, es particularmente necesaria a las almas que viven en la soledad, ya que nada hay para ella tan pernicioso como la tristeza y la tendencia exagerada a la introspección.
En 1099, Landuino, el prior de la Cartuja, fue a Calabria a consultar con san Bruno ciertos puntos del instituto que había fundado, pues los monjes no querían apartarse un ápice del espíritu del fundador. Bruno les escribió entonces una carta llena de ternura y de espiritualidad, donde les daba instrucciones acerca de la vida eremítica, resolvía todas sus dificultades, les consolaba de lo que habían tenido que sufrir y les alentaba a la perseverancia. En sus dos ermitas de Calabria, llamadas Santa María y San Esteban, Bruno supo inspirar el espíritu de la Cartuja. En la cuestión material, recibió generosa ayuda del conde Rogelio, con quien llegó a unirle una estrecha amistad. El santo solía visitar al conde y su familia en Mileto, con ocasión de algún bautismo u otra celebración familiar; por su parte Rogelio acostumbraba ir a pasar algunas temporadas en La Torre. Bruno y el conde murieron con tres meses de diferencia. En cierta ocasión en que Rogelio había puesto sitio a Capua, se salvó de la traición de uno de sus oficiales gracias a que san Bruno le previno en sueños. Cuando el conde comprobó la traición, condenó a muerte al oficial, pero san Bruno obtuvo el perdón para él.
A fines de septiembre de 1101, San Bruno contrajo su última enfermedad. Al sentir que se aproximaba la muerte, mandó llamar a todos los monjes e hizo una confesión pública y una profesión de fe. Sus discípulos se encargaron de transmitir a la posteridad dicha profesión. El santo expiró el domingo 6 de octubre de 1101. Los monjes de La Torre enviaron un relato de su muerte a las principales iglesias y monasterios de Italia, Francia, Alemania, Inglaterra e Irlanda, pues era entonces costumbre pedir oraciones por las almas de los que habían fallecido. Ese documento, junto con los «elogia» escritos por los ciento setenta y ocho que recibieron el relato de su muerte, es uno de los más completos y valiosos que existen. San Bruno no ha sido nunca canonizado formalmente, pues los cartujos rehuyen todas las manifestaciones públicas. Sin embargo, en 1514 obtuvieron del papa León X el permiso de celebrar la fiesta de su fundador, y Clemente X la extendió a toda la Iglesia de Occidente en 1674. El santo es particularmente popular en Calabria, y el culto que se le tributa refleja en cierto modo el doble aspecto activo y contemplativo de su vida.
La Vita antiquior (Acta Sanctorum, oct., vol. III) no fue ciertamente escrita antes del siglo XIII. Pero basta leer la autobiografía de Guiberto de Nogent, la vida de san Hugo de Grenoble escrita por Guigues y las crónicas y cartas de la época (entre las que se cuentan dos del propio san Bruno), para obtener un vívido retrato del fundador de la Cartuja. Dichos materiales han sido aprovechados para el artículo de Acta Sanctorum y para el que le dedica Dom Le Couteulx en sus Annales Ordinis Cartusiensis, vol. I. En el web cartujo (en el apartado «textos» del menú de la izquierda) se encontrarán algunos textos de y sobre san Bruno, incluyendo la profesión de fe y la carta a Rodolfo de Reims a las que hace referencia el texto del Butler.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Te doy gracias. Padre
Santo Evangelio según San Lucas 10, 17-24. Sábado XXVI de Tiempo Ordinario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, hoy te quiero dar las gracias por prometernos que nuestros nombres estarán inscritos en el cielo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según Lucas 10, 17-24
En aquel tiempo, los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría y le dijeron a Jesús: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre".
Él les contestó: "Vi a Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes les he dado poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada les podrá hacer daño. Pero no se alegren de que los demonios se les sometan. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo".
En aquella misma hora, Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo y exclamó: "¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien! Todo me lo ha entregado mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar".
Volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: "Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven. Porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron".
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El Evangelio de hoy nos muestra la gratitud de Jesús hacia su Padre; te doy gracias, Padre. La gratitud viene de tener un corazón lleno de alegría, pero no de cualquier alegría que ofrece el mundo, sino la alegría del Espíritu Santo; aquella que nos prometió Jesús en el cielo.
Al rezar con este Evangelio se nos recuerda el motivo por el cual seremos totalmente felices; el que nuestros nombres estén inscritos en el cielo; esto es lo que agradecemos a Dios.
El hecho de conocer a Jesús es maravilloso; cambia nuestras vidas, pues hemos creído en Él sin haberlo visto. Justo es esto lo que nos llena el corazón, el alma y la mente de alegría y gratitud.
Y viendo esto preguntémonos: ¿cómo es mi fe? ¿Es una fe alegre o una fe siempre igual, una fe "plana"? ¿Tengo un sentido de asombro cuando veo las obras del Señor, cuando escucho hablar de cosas de la evangelización o de la vida de un santo, o cuando veo a tanta gente buena: ¿siento la gracia dentro, o nada se mueve en mi corazón? ¿Sé sentir las consolaciones del espíritu o estoy cerrado a ello? Preguntémonos cada uno de nosotros en un examen de conciencia: ¿cómo es mi fe? ¿Es alegre? ¿Está abierta a las sorpresas de Dios? Porque Dios es el Dios de las sorpresas: ¿he "probado" en el alma aquel sentido de estupor que hace la presencia de Dios, ese sentido de gratitud? Pensemos en estas palabras, que son estados de ánimo de la fe: alegría, sentido de asombro, sentido de sorpresa y gratitud. Que la Virgen Santa nos ayude a comprender que en cada persona humana está la impronta de Dios, fuente de la vida. (Homilía de S.S. Francisco, 24 de junio de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Al final la gratitud verdadera nos lleva a comprometernos en serio, es bueno que hoy expresemos gratitud a una persona conocida, preferentemente no sólo con palabras, sino con un gesto de amistad.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino! Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Las gracias siempre a Dios
Acordémonos en cada momento de dar gracias a nuestro Padre, siempre hay cosas por las cuales debemos agradecer
Analizando la carta Apostólica de Juan Pablo II “Mane Domiscum Domine” en el año de la Eucaristía expresa algo muy trascendental en el mundo de hoy día, dice “En nuestra cultura secularizada se respira el olvido de Dios y se cultiva la vana autosuficiencia del hombre”.Que palabras tan llenas de profundidad y realidad, y es así mayormente , hoy día el hombre o se olvida de Dios o se acuerda de Él solamente en los momentos de angustia. Las gracias se las damos casi siempre a otras personas, incluso a nosotros mismos. ¡Que mal agradecido somos! Debemos estar agradecido por todo, Dios nos ama tanto que desde la Creación del mundo nos adorno el Cielo de estrellas y aves, de mares y peces y le dio al hombre todo lo que se mueve y tiene vida (Gen 9,3). Por eso acordémonos en cada momento de darle las gracias a nuestro Padre, porque tenemos los brazos abiertos cuando hay muchos que los tienen mutilados, cuando nuestros ojos pueden ver y hay quienes no pueden ver luz, cuando nuestra vos canta cuando hay tantos que enmudecen, cuando nuestras manos trabajan cuando hay quienes mendigan, cuando sonreímos cuando hay quienes odian, cuando vivimos cuando hay quienes agonizan, es decir hay infinidad de cosas por la cual debemos dar las gracias.
Les quiero contar una parábola del encuentro de Pedro el Apóstol de Jesús y un alma que recién llegaba al cielo. “Un alma recién llegada al cielo se encontró con San Pedro, el Santo lo llevo en un recorrido por cielo, ambos caminaron paso a paso hasta llegar a talleres grandes, llenos con ángeles, San Pedro se detuvo en una sección y le dijo al alma “Este es la sección de recibo, aquí todas las peticiones hechas a Dios mediante la oración son recibidas”. Él alma miró la sección y vio que estaba terriblemente ocupada con muchos ángeles clasificando peticiones escritas que llegan de todo el mundo. Siguieron caminando hasta que llegaron a la siguiente sección y San Pedro le dijo que era la sección de empaque y entrega en donde las gracias y bendiciones que la gente pide son empacadas y enviadas a las personas que las solicitaron. El alma vio cuan ocupado estaban los ángeles en esta sección. Finalmente en la esquina mas lejana se detuvieron en la ultima sección, para sorpresa del alma, solo un ángel permanecía en ella, ocioso haciendo poca cosa, era la sección de agradecimiento, sin embargo el alma le Pregunto a San Pedro ¿como es que hay tan poco trabajo aquí? San Pedro le respondió “Después que las personas reciben las bendiciones que pidieron, muy pocas envían su agradecimiento”.
¿Cómo uno le agradece las bendiciones a Dios? Pregunto el alma y San Pedro le dijo “Es simple solo tienes que decir, gracias Señor”.
¿Qué es la Iglesia? 4 conceptos que todo católico debe conocer
Conceptos importantes que te ayudarán a responder a esta pregunta de una manera clara y sencilla
Algunas veces, durante actividades pastorales o de catequesis, me han preguntado «¿Qué es la Iglesia?».Cuando a uno le hacen esta clase de preguntas generalmente hay dos opciones, responder de una manera larga y tediosa o más bien sencilla. Depende del público al que te dirijas y de sus conocimientos o experiencias previas.
Hoy quiero explicar algunos conceptos importantes que te ayudarán a responder a esta pregunta de una manera clara y sencilla. Empecemos por entender cuál es el significado de la palabra «Iglesia».
¿Qué significa la palabra Iglesia?
La Iglesia (en griego: Ekklésia: Asamblea de personas), es el Pueblo de Dios reunidos en torno a Él. Cristo comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia (Evangelio), llevando el Reino de Dios a la tierra. El inicio de la Iglesia brotó del corazón traspasado de Cristo, muerto en la cruz en el monte Gólgota.
La Iglesia, de una manera análoga a Jesús, posee una dimensión humana (organización interna, procesos, composición de la Curia) y Divina (dimensión espiritual, la presencia del Espíritu Santo que guía, etc).
Como dimensión humana, fue organizada por el mismo Cristo. Pedro fue constituido primado de los apóstoles y cabeza visible de toda la Iglesia: «Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt, 16,18). Como leemos en las Escrituras, el mismo Jesús constituyó a los apóstoles y a sus sucesores los obispos, que junto al sucesor de Pedro, gobiernan a la Iglesia.
La cita de San Pablo a los Colosenses nos ayuda a comprender de una manera gráfica, el significado de la Iglesia como cuerpo, «Cristo es también la Cabeza del cuerpo, que es la Iglesia».
El cuerpo místico de la Iglesia lo conforman todos aquellos que han recibido el Sacramento del Bautismo. A lo largo de la vida, todo cristiano, está llamado a responder a la vocación que Dios llama, puede ser al matrimonio o a cualquier otra vocación perteneciente a la familia de la vida consagrada (sacerdocio, religioso, consagrado).
Estas son las cuatro propiedades de la Iglesia que todo católico debe tener presente.
1. La Iglesia es una
Comparte la misma fe, la celebración de los sacramentos, y contiene la sucesión de los apóstoles (obispos). Cada obispo es sucesor ininterrumpido de uno de los apóstoles.
2. La Iglesia es santa
El Hijo de Dios funda a la Iglesia, porque posee los sacramentos como medios plenos de la salvación de los hombres, y como finalidad, ya que canoniza a personas que han vivido durante su vida, las virtudes de fe siguiendo los caminos del Nuestro Señor Jesús.
3. La Iglesia es católica
Significa universal, porque ha sido enviada por Cristo a toda la humanidad para que se salve. La Iglesia es católica en doble sentido, pues posee en plenitud los medios de salvación (los sacramentos), y porque fue enviada por Cristo para la salvación de todos los hombres, sin importar, raza, cultura, o edad.
4. La Iglesia es apostólica
Fue fundada sobre las columnas de los apóstoles, «Llamó a los que Él quiso y vinieron donde Él. Instituyó Doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar» (Mc 3, 13-14). Los Apóstoles al ser testigos de la resurrección del Señor, confiaron el depósito de la Fe (depositum fidei) contenido en las Sagradas Escrituras y la Sagrada Tradición a toda la Iglesia.
Los sucesores de los Apóstoles, los obispos, tienen el deber de guardar, interpretar y transmitir en unión con el sucesor de Pedro, la Revelación Divina (escrita y oral).
Espero que estos elementos te ayuden a entender un poco mejor, el gran misterio que representa la Iglesia. Nosotros somos miembros de la ella y pertenecientes al Pueblo de Dios. Sigamos caminando con Jesús y de la mano de María, Madre de la Iglesia.
Sor Lucía, vidente de Fátima, nos da 7 razones para rezar el Santo Rosario todos los días
Las razones las detalló en el libro "Llamadas del Mensaje de Fátima"
Ha comenzado el mes de octubre, dedicado al rezo del Santo Rosario, oración mariana por excelencia, que Nuestra Señora, en sus apariciones, ha pedido se rece a diario. Pero ¿Por qué es tan importante esta oración?
La Sierva de Dios, Sor María Lucía de Jesús y del Corazón Inmaculado -Lucía Dos Santos-, una de las tres videntes de Fátima -quien falleció el 13 de febrero de 2005- en el libro "Llamadas del Mensaje de Fátima" habla de lo importante del rezo diario de la oración mariana "para obtener la paz para el mundo y el final de la guerra", que alentó la Virgen desde su primer mensaje.
En el libro, la vidente también da 7 razones para rezar el Rosario todos los días:
Es una oración para todos, que se adapta a las posibilidades de cada quien
La Sierva de Dios escribe que "rezar el Rosario es algo que todos pueden hacer, ricos y pobres, sabios e ignorantes, grandes y pequeños", en común, en privado, en cualquier lugar y en diferentes momentos del día.
El Rosario es la oración más agradable de hacer luego de la Misa
Sor Lucía señala que el Rosario "es la oración más agradable que podemos ofrecer a Dios y las más ventajosa para nuestras propias almas" luego de la Misa, sobre todo por las oraciones que contiene y los misterios que se meditan. Razón de ello sería la tanta insistencia con que Nuestra Señora pide esta oración.
También ayuda a recibir mejor la Eucaristía
La vidente considera en su libro que rezar el Santo Rosario es "una forma de prepararse para participar mejor en la Eucaristía". Igualmente, es acción de gracias tras recibir el Cuerpo de Cristo.
Pone en contacto con Dios
Escribe que el Rosario es la oración que más nos pone "en contacto familiar con Dios, como el hijo acude a su padre para agradecerle por los regalos que ha recibido, para hablar con él sobre preocupaciones especiales, para recibir su guía, su ayuda, su apoyo y su bendición".
Contribuye a cumplir los ofrecimientos diarios
Para Sor Lucía es necesario que cada quien responda a cada inquietud siendo conscientes de cada cuenta del Rosario: "necesitamos contar, para tener una idea clara y vívida de lo que estamos haciendo, y para saber positivamente si hemos completado o no lo que habíamos planeado ofrecer a Dios cada día, para perseverar y mejorar en nosotros mismos nuestra fe, esperanza y caridad".
Evita que la persona caiga en el materialismo
La religiosa es contundente al afirmar que quienes "dejan de decir el Rosario y no van a Misa diaria, no tienen nada que los sustente, y terminan por perderse en el materialismo de la vida terrenal".
Preserva las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad
La Sierva de Dios sostiene que "Dios y Nuestra Señora saben mejor que nadie lo que es más apropiado para nosotros y lo que más necesitamos. Además, el Rosario será un medio poderoso para ayudarnos a preservar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad".
¿Cómo motivar a niños a rezar el Rosario?
¿Qué estrategias usó nuestra Sra. de Fátima para lograr que esos tres niños rezaran el Rosario cada día con devoción?
A lo largo de los años he intentado animar a mis hijos a rezar el Rosario con una mezcla de éxitos y fracasos, y por tanto admiro a las madres que me dicen que rezan el Rosario todas las noches en familia y también la labor de la Armada Blanca. Uno podría pensar que quizá es demasiado pedir a niños pequeños rezar el Rosario todos los días, pero eso es precisamente lo que hizo la Santísima Virgen María cuando se apareció a tres pastorcillos en Fátima. Cuando empezaron sus apariciones el 13 de mayo de 1917, Lucía tenía 10 años, Francisco 8 años, y Jacinta solo 7 años y no se pasaban todo el día en la iglesia.
¿Qué estrategias usó nuestra Sra. de Fátima para lograr que esos tres niños rezaran el Rosario cada día con devoción?
1) Dar ejemplo de cómo rezar, hasta antes de mencionar el Rosario.
Antes de las apariciones de la Virgen, Dios mandó al Ángel de Portugal para decirles a los niños: “¡Orad conmigo!”. Les dio ejemplo y les enseñó simples oraciones, asegurándoles: “Los Corazones de Jesús y María están atentos a la voz de vuestras súplicas”. Cuando les encontró no rezando al aparecerse a ellos la segunda vez, les exhortó: “¿Qué estáis haciendo? ¡Rezad! ¡Rezad mucho!” y les reveló: “Los corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia”. En su 3ª. aparición, les demuestra la Presencia del Señor en el Santísimo Sacramento, postrándose ante Él. Ya les demuestra la necesidad de la oración y la actitud que deberían de tener, como podemos hacer los padres con nuestros hijos desde su infancia.
2) Insistir amablemente.
En cada una de sus seis apariciones en Fátima, la Santísima Virgen María repite su petición de que los pastorcillos recen el Rosario todos los días y que continúen a hacerlo. Si la Virgen María no se contentó con decirlo una vez, no deberíamos de desanimarnos si hemos de insistir con cariño una y otra vez para que nuestros hijos tomen la costumbre de rezar el Rosario todos los días.
3) Demostrar que nos importa.
La Virgen se mostró a veces triste, apelando a la compasión de los pastorcillos. Explica Lucía: “Delante de la palma de la mano derecha de nuestra Señora estaba un corazón rodeado de espinas que parecían clavarse en él. Entendimos que era el Corazón Inmaculado de María, ultrajado por los pecados de la humanidad, y que quería reparación.” (2ª. Aparición Virgen) Añade también que en su última aparición a los pastorcillos, la Ssma. Virgen María “tomando aspecto más triste dijo: -‘Que no se ofenda más a Dios Nuestro Señor, que ya es muy ofendido.” Si de verdad nos importa la oración, los niños se darán cuenta de ello.
4) Recordarles la necesidad de reparación para evitar el infierno.
A veces podríamos pensar que hablar sobre el infierno y sobre los pecados podría asustar demasiado a los niños, pero la Santísima Virgen María no se anduvo con rodeos y hasta les mostró una visión del infierno en su tercera aparición, pidiéndoles: “Cuando recéis el rosario, decid después de cada misterio: ‘Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al cielo, especialmente las más necesitadas’”. En su cuarta aparición insistió: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque muchas almas van al infierno por no tener quien se sacrifique y rece por ellas". Si la más tierna de las Madres no les evitó a los pastorcillos pensar en el infierno, tampoco deberíamos de tener miedo de hacerlo con nuestros hijos, por su bien.
5) Recordarles que el esfuerzo será premiado.
La Virgen motivó a los pastorcillos también revelándoles lo que podrían obtener rezando el Rosario. En su primera aparición dijo que Francisco iría al Cielo, “pero tiene que rezar antes muchos rosarios” y les animó a todos: “Rezad el rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra". Dio el mismo fin en su tercera aparición, añadiendo además que se rezara para impedir mayores castigos. En sus cuartas y quintas apariciones prometió hasta la cura física de algunos enfermos. Les alentó con recompensa inmediata, apareciéndose su segunda y tercera vez tras el rezo del Rosario. Para que no se desanimaran, les aseguró: “Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará” (3ª. Aparición).
La Iglesia Católica anima de la misma forma a los fieles, concediendo indulgencia plenaria al rezo del Rosario en la iglesia o en familia, según el “Manual de Indulgencias de la Penitenciaría Apostólica” (1986) bajo las condiciones usuales indicadas en las“Normas sobre las indulgencias” [Si no se cumplen las condiciones, la indulgencia es parcial]:
“1. Basta el rezo de sólo una tercera parte del rosario: pero las cinco decenas deben rezarse seguidas.
2. A la oración vocal hay que añadir la piadosa meditación de los misterios.
3. En el rezo público, los misterios deben enriquecerse de acuerdo con la costumbre admitida en cada lugar; en el rezo privado, basta con que el fiel cristiano junte a la oración vocal la meditación de los misterios. (48)”
De esta forma concreta los fieles están asegurados de que sus oraciones hacen una gran diferencia a sí mismos o a las almas en el Purgatorio (a quienes se les puede aplicar las indulgencias obtenidas). El mismo Señor concedió a la Iglesia por medio de sus apóstoles este poder como administradora de gracia: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Juan 20, 23). Confiemos, pues, en los consejos de la Virgen María de rezar el Rosario todos los días y también en el poder de su intercesión ante el Señor.