Le vio y se compadeció de él
- 08 Octubre 2018
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San Hugo de Génova
De san Hugo, muy venerado en Génova (Italia), se cuenta un milagro que hace par con uno de Moisés: uno y otro han hecho salir agua de una roca; Moisés para dar de beber en el desierto al pueblo sediento, Hugo para que las lavanderas de un hospital pudieran lavar la blanquería de los enfermos pobres.
Hugo nació en Castellazzo Bormida (Alejandría de Italia) y vivió en Génova, entre los siglos XII y XIII. Fue capellán de la Orden religiosa y caballeresca de San Juan de Jerusalén, fundada un siglo antes para luchar contra los infieles musulmanes. En realidad los Caballeros habían sido expulsados por los musulmanes y obligados a abandonar el oriente, refugiándose en la isla de Rodas, primero, y luego en la de Malta. Es sabido que los Caballeros de Malta tienen su origen precisamente en esta migración de los antiguos combatientes cristianos.
Como capellán de la encomienda en Génova nunca ejerció las actividades de armas, sino que su combate se llevó a cabo en la caridad: se cuenta que sus oraciones salvaron del naufragio, frente a Génova, de una nave, o que en otra ocasión, al igual que Jesús, cambió el agua en vino durante un banquete. Pequeño de estatura, magro, con un cilicio en su carne, san Hugo era conocido y querido por los genoveses, a pesar de que su espíritu de mortificación y su gran modestia contrastaban con el espíritu soberbio del siglo, que afectaba incluso a los caballeros, casi siempre de origen aristiocrático, de los cuales era celoso capellán.
En Génova, a pocos pasos del puerto, todavía está la iglesia de San Giovanni di Pré, sobre la antigua iglesia en la que vivía el capellán de la Orden de caballería, y en la que san Hugo fue enterrado después de su muerte, hacia el 1233.
Hugo de Génova, Santo
Religioso, 8 de octubre
Religioso
Martirologio Romano: En Génova, de la provincia de Liguria, Italia, san Hugo, religioso, que, después de haber luchado largo tiempo en Tierra Santa, fue designado para regir la Encomienda de la Orden de San Juan de Jerusalén en esta ciudad, y se distinguió por su bondad y su caridad hacia los pobres (c. 1233).
Etimología: Hugo = aquel de inteligencia clara, viene del germano
Breve Biografía
Hugo Canefri es uno de los más destacados miembros de la Orden de Malta, a la que pertenecía, y particularmente venerado en Génova. Vino al mundo en Castellazzo Bormida, Alessandría, Italia. No existe unanimidad en la fecha; algunos la sitúan en 1148 y otros en 1168. Ésta última quizá sea la más verosímil toda vez que existe constancia de que ese año su ilustre familia participó en la fundación de Alessandría iniciada entonces. Su padre era Arnoldo Canefri. Su madre Valentina Fieschi era hija del conde Hugo di Lavagna, y hermana de Sinibaldo di Fieschi (pontífice Inocencio IV). El peso de su apellido era de gran envergadura. Su abuelo paterno había donado importantes sumas a la iglesia de S. Andrea di Gamondio. Además, tenía entre los suyos personas destacadas en los estamentos sociales, muy reputadas por su valía y alta responsabilidad tanto a nivel eclesiástico como civil, nada menos que condes, reyes, fundadores y santos... Aparte de ello, no se proporciona información sobre su infancia y adolescencia.
Los datos que se poseen se deben al arzobispo de Génova, Ottone Ghilini, paisano y contemporáneo suyo, que había pasado por las sedes de Alessandría y de Bobbio. Fue el papa Gregorio IX quien lo trasladó a Génova y al instruir el proceso canónico de Hugo, sintetizó por escrito su virtuosa vida, dando cuenta de sus milagros. Lo que se puede decir de él con más certeza arranca de la época en la que fue elegido caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén (Orden de Malta), aunque en esa época sus miembros eran conocidos como hospitalarios y sanjuanistas. Todo parece indicar que Hugo no debió ser ordenado sacerdote, pero sí vistió el conocido hábito que en su tiempo se distinguía por su color negro con una cruz blanca de ocho puntas en alusión a las ocho bienaventuranzas; el hábito cambió de color algunos años después de su fallecimiento.
Las cruzadas contra los infieles se hallaban entonces en su apogeo. Eran muchos los que se integraban en los ejércitos que partían para liberar Tierra Santa del dominio de los enemigos de la fe cristiana. Después de la conquista de Jerusalén por Godofredo de Bouillón en 1099, el hospicio (hubo varios y de distintas nacionalidades) construido junto al Santo Sepulcro para la atención de los peregrinos, que había sido dedicado a san Juan, fue donado por el califa de Egipto, Husyafer, al beato Gerardo de Tenque, fundador de la Orden de Malta. Tras esta primera Cruzada se convirtió no solo en el lugar donde iban a sanar sus heridas los caballeros cruzados que lucharon en combate, sino que fue el origen del nacimiento de la Orden puesta bajo el amparo del pontífice Pascual II, a petición de fray Gerardo. Cuando Hugo nació, el papa Calixto II ya le había concedido nuevos privilegios, y el Gran Maestre Gilbert d'Assailly, el quinto, gozaba de gran prestigio. Esta Orden de caballería estaba integrada por seculares y también por los caballeros que habían emitido votos y tenían como objetivo la tuitio fidei et obsequium pauperum (la defensa de la fe y la ayuda a los pobres, a los que sufren), dedicándose a las tareas de enfermería. Además, los capellanes, que eran «una tercera clase», se ocupaban del servicio divino.
Pues bien, Hugo fue uno de los ilustres combatientes en Tierra Santa. Participó en la tercera Cruzada junto a Conrado di Monferrato y al cónsul de Vercelli, Guala Bicchieri. Y al regresar de estas campañas, fue designado capellán de la Encomienda del hospital de san Giovanni di Pré, en Génova. Desde ese momento, la vida del santo, alejado de las armas, se centró en la oración y en el ejercicio de la caridad con los enfermos y marginados que acudían al hospital, además de los peregrinos que iban y venían de Tierra Santa. A los enfermos los asistió procurándoles consuelo humano, espiritual y económico. Cuando fallecían, les daba sepultura con sus propias manos. Pero uno de los rasgos representativos y más loados de su espiritualidad, junto a su amabilidad, modestia y piedad, fue su fe. Con ella era capaz, como dice el evangelio, de trasladar montañas.
Entre otros milagros que se le atribuyen se halla el acaecido un día de intensísimo calor. Hubo un problema con el suministro del agua, y las lavanderas del hospital se veían obligadas a recorrer un intrincado camino para proveerse de ella. Sus lamentos fueron escuchados por Hugo, quien se apresuró a atenderlas. Entonces le rogaron que pidiese a Dios un milagro, y él les recomendó que rezasen. Pero a las mujeres les faltaba fe, y pronto su lamento se tornó en exigencia: él era el único que podía arrebatar esa gracia; ellas estaban cansadas de tanto trabajo en medio del sofocante calor. No le agradó a Hugo su propuesta, pero en aras de la caridad hizo lo que le pedían, y después de orar y de realizar la señal de la cruz obtuvo de Dios el bien que solicitaban. También se le atribuye el rescate de una nave que se hallaba a punto de naufragar, logrado con su oración, y la mutación del agua en vino, que se produjo en un banquete, al modo que hizo Cristo en las bodas de Caná. Otros fenómenos místicos que se producían a veces mientras oraba o se hallaba en misa, momentos en los que podía entrar en éxtasis, fueron visibles para otras personas, entre ellas el arzobispo de Génova, Otto Fusco.
Hugo fue un penitente de vida austera (su lecho era una tabla situada en el sótano del centro hospitalario), que vivió entregado a la mortificación y al ayuno. Su muerte se produjo en Génova hacia el año 1233, un 8 de octubre. Sus restos fueron enterrados en la primitiva iglesia en la que residía, sobre la que se erigió la de San Giovanni di Pré donde hoy día continúan venerándose.
Santo Evangelio según San Lucas 10, 25-37. Lunes XXVII de Tiempo Ordinario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, concédeme ser un hermano para todos.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hace algunos años estaba haciendo un taller de oración, cuando nos explicaron la oración de intercesión nos dieron una tarea: orar a Dios durante una semana por una persona con la cual tuviéramos un problema. No tenía en ese momento un problema con alguien en particular, por lo tanto decidí rezar por alguien que no conocía, pero que con sólo escuchar su nombre me daba rabia. Allí estaba yo, orando por él, ofreciendo mi misa y mi rosario por su salud y bienestar. Me costó mucho, me costó hasta que terminó la semana pero lo logré. ¿Por qué? Porque era alguien que me necesitaba porque yo soy su prójimo.
El letrado le preguntó a Jesús:¿Quién es mi prójimo? Y la repuesta de Jesús es sencilla pero bastante interesante. Le responde por medio de la parábola del buen samaritano en donde lo importante no es saber quién es mi prójimo sino hacerme prójimo. El verdadero cristiano se hace prójimo de todos porque ama estar cercano a los demás: ama llevar el amor de Dios a todos. El cristiano siempre transmite la misericordia de Dios a todos, sin importar quienes sean, sin importar que cueste.
El sacerdote y el levita en la parábola pasaron por un lado del hombre mal herido porque no era nadie para ellos. Así nosotros nos encontraremos en la vida con personas que no pueden caminar por problemas materiales o espirituales, que pueden ser completos desconocidos o peor aun, personas a las que conservamos un odio pero ¿de quién soy prójimo? ¿Acaso soy prójimo de las personas que me agradan? Empecemos a cargar a todos, empecemos a llevar la misericordia de Dios a todas las personas.
Animémonos a superar la tentación de absolutizar determinados paradigmas culturales y dejarnos absorber por intereses personales. Ayudemos a los hombres de buena voluntad a dar mayor relieve a situaciones y acontecimientos que afectan a una parte importante de la humanidad, pero que ocupan un lugar muy marginal en el ámbito de la información a gran escala. No podemos desinteresarnos, y es preocupante cuando algunos cristianos se muestran indiferentes frente al necesitado. Más triste aún es la convicción de quienes consideran los propios bienes como signo de predilección divina, en vez de una llamada a servir con responsabilidad a la familia humana y a custodiar la creación.
El Señor, Buen Samaritano de la humanidad, nos interpelará sobre el amor al prójimo, cualquiera que sea. Preguntémonos entonces: ¿Qué podemos hacer juntos? Si es posible hacer un servicio, ¿por qué no proyectarlo y realizarlo juntos, comenzando por experimentar una fraternidad más intensa en el ejercicio de la caridad concreta?
(Discurso de S.S. Francisco, 21 de junio de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy encomendaré a una persona con la cual tengo un problema o le guardo rencor.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Pon manos a la obra para remediar las necesidades espirituales y corporales de tus hermanos.
Del santo Evangelio según san Lucas 10, 25-37
Se levantó un legista, y dijo para ponerle a prueba: «Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia vida eterna?» Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?» Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo». Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás». Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?» Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: "Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva." ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Vete y haz tú lo mismo».
Oración introductoria
Dios mío, todopoderoso y eterno, creo en Ti, espero en Ti, y busco a amarte con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente y con toda mis fuerzas, sirviendo a mis hermanos. Que esta oración me ayude a nunca ser indiferente ante las necesidades de los demás.
Petición
¡Jesucristo, transfórmame con tu gracia, para que ame como Tú me amas y así pueda ser un auténtico discípulo tuyo!
Meditación del Papa
¡No estáis y no estaréis solos! En estos días, en medio de tanta destrucción y tanto dolor, habéis visto y sentido que mucha gente se ha movido para expresaros cercanía, solidaridad, afecto; y esto a través de tantos signos y ayudas concretas. Mi presencia en medio de vosotros quiere ser uno de estos signos de amor y esperanza.
Mirando vuestras tierras he experimentado profunda conmoción ante tantas heridas, pero he visto también tantas manos que las quieren curar junto a vosotros; he visto que la vida comienza de nuevo, quiere volver a comenzar con fuerza y coraje, y esto es el signo más bello y luminoso.
Desde este lugar quisiera lanzar un fuerte llamamiento a las instituciones, a cada ciudadano a ser, aún en las dificultades del momento, como el buen samaritano del Evangelio que no pasa indiferente ante quien está en la necesidad, sino que, con amor, se inclina, socorre, permanece al lado, haciéndose cargo hasta el fondo de las necesidades del otro. La Iglesia está cercana a vosotros y os estará cercana con su oración y con la ayuda concreta de sus organizaciones, en particular de Caritas, que se empeñará también en la reconstrucción del tejido comunitario de las parroquias.(Benedicto XVI, 26 de junio de 2012).
Reflexión
Edith Zirer es una mujer judía que vive en las afueras de Jaifa. Cuenta cómo fue liberada del campo de concentración de Auschwitz cuando tenía 13 años de edad. Había pasado allí tres. "Era una gélida mañana de invierno de 1945, dos días después de la liberación -nos narra-. Llegué a una pequeña estación ferroviaria entre Czestochowa y Cracovia. Me eché en un rincón de una gran sala donde había docenas de prófugos, todavía con el traje a rayas de los campos de exterminio. Él me vio. Vino con una gran taza de té, la primera bebida caliente que probaba en varias semanas. Después me trajo un bocadillo de queso, hecho con un pan negro, exquisito. Yo no quería comer. Estaba demasiado cansada. Me obligó. Luego me dijo que tenía que caminar para poder subir al tren. Lo intenté, pero me caí al suelo. Entonces me tomó en sus brazos y me llevó durante mucho tiempo, kilómetros, a cuestas, mientras caía la nieve.
Recuerdo su chaqueta de color marrón y su voz tranquila que me contaba la muerte de sus padres, de su hermano, y me decía que también él sufría, pero que era necesario no dejarse vencer por el dolor y combatir para vivir con esperanza.
Su nombre se me quedó grabado para siempre en mi memoria: Karol Wojtyla. Quisiera hoy darle un "gracias" desde lo más profundo de mi corazón.
Hasta aquí este bellísimo y conmovedor testimonio de la vida real, contado por la misma protagonista. Tal vez también a ti te hubiese encantado haber conocido a este joven polaco que después fue nuestro querido Papa Juan Pablo II, como bien sabes. Toda su vida, desde que era seminarista, y luego sacerdote, obispo y Papa, fue una constante donación a los demás. A esta luz entendemos mejor su gran humanidad y delicadeza en el trato con todas las personas y su especial ternura para con los débiles y los enfermos. Él conoció muy de cerca el sufrimiento humano, lo vivió y experimentó en carne propia, y desde joven aprendió a compadecer al hermano doliente, sin importarle edad, raza, sexo, cultura o religión. ¡Esto es ser un buen samaritano! Ya lo veremos como santo, cuando el Papa Francisco lo canonice pronto.
En el Evangelio de hoy nos narra Jesús la bella parábola del buen samaritano. Un letrado se le acerca al Señor y le pregunta qué tiene que hacer para heredar la vida eterna. Y nuestro Señor no duda ni un segundo: cumple el primer mandamiento de la Ley. O sea, "ama a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo". Pero el letrado insiste y trata de justificarse. Entonces brota de los labios y del corazón de Jesús esta parábola tan humana y tan llena de misericordia.
Pero hay un dato muy interesante que conviene notar: el letrado le pregunta a Jesús quién es su prójimo. Y nuestro Señor, al concluir su narración, le pregunta al letrado: "¿Cuál de éstos tres se portó como prójimo?". Jesús da la vuelta a la tortilla y le cambia la pregunta: no basta con saber quién es nuestro prójimo, sino que tenemos que comportarnos como auténticos prójimos de los demás. "Prójimo" no es, pues, un concepto; ni es sólo el que está a nuestro lado. Para Jesús y para el cristiano adquiere una connotación moral profundamente antropológica –y, por tanto, de un fuerte carácter espiritual-: "prójimo" son todos los seres humanos, sin distinción alguna, y merecen todo nuestro respeto, nuestra consideración y lo más profundo de nuestro amor. Exactamente como hace el Papa. Lo contrario al egoísmo, a los intereses personales o a la satisfacción de las propias pasiones desordenadas.
O como la Madre Teresa de Calcuta. Y como hicieron tantos santos y fieles hijos de la Iglesia. Teresa de Calcuta solía repetir con frecuencia: "Nunca dejemos que alguien se acerque a nosotros y no se vaya mejor y más feliz. Lo más importante no es lo que damos, sino el AMOR que ponemos al dar. Halla tu tiempo para practicar la caridad. Es la llave del Paraíso".
El Papa Juan Pablo II, en su encíclica sobre el dolor humano, "Salvifici doloris", nos hace una reflexión profunda sobre el buen samaritano: "El samaritano –dice- demostró ser, de verdad, el "prójimo" de aquel infeliz que cayó en manos de los ladrones. "Prójimo" significa también el que cumple el mandamiento del amor al prójimo... No nos es lícito "pasar de largo" con indiferencia, sino que debemos -detenernos- al lado del que sufre. Buen samaritano, en efecto, es todo hombre que se detiene al lado del sufrimiento de otro hombre, cualquiera que sea. Y ese detenerse no significa curiosidad, sino disponibilidad. Ésta es como el abrirse de una cierta disposición interior del corazón, que tiene también su expresión emotiva" (Salv. Dol., n. 28).
"Buen samaritano es –continúa la encíclica- todo hombre sensible al dolor ajeno, el hombre que -se conmueve- por la desgracia del prójimo. Si Cristo, profundo conocedor del corazón humano, subraya esta compasión, quiere decir que es ésta es importante en todo nuestro comportamiento de frente al sufrimiento de los demás. Es necesario, por tanto, cultivar en nosotros esta sensibilidad del corazón, que testimonia la -compasión- hacia el que sufre".
Pero no basta con esto. Este saber comprender y sufrir con el que sufre; alegrarse con el que se alegra y llorar con el que llora; este "hacerse todo a todos" de san Pablo es "para salvarlos a todos" (I Cor 9, 22). El buen samaritano es el que tiene un corazón bueno, compasivo y misericordioso, el que se enternece ante el sufrimiento del otro. Pero, además, que hace todo lo posible por aliviarlo, no sólo compartiendo y "con-padeciendo" en sus dolores, sino también haciendo algo eficaz por remediarlos. Como hizo el samaritano de la parábola.
El buen samaritano por antonomasia es nuestro buen Jesús. Él "se compadecía y se enternecía de las muchedumbres porque andaban como ovejas que no tienen pastor" (Mt 9, 36) . Y enseguida ponía manos a la obra para remediar sus necesidades espirituales y corporales: las consolaba, les predicaba el amor del Padre; y también curaba sus enfermedades físicas y sanaba toda dolencia, multiplicaba los panes para darles de comer, a los ciegos les devolvía la vista, curaba a los leprosos, resucitaba a los muertos. Y, al final de su vida terrena, Él mismo quiso darnos su ser entero en la Eucaristía y en el Calvario, muriendo por nosotros para darnos vida eterna.
Propósito
Esto es ser buen samaritano. Y tú, ¿eres ya un buen samaritano? ¿te has detenido alguna vez a lo largo del camino de la vida para curar las heridas del que sufre en su cuerpo o en su alma? ¿quieres ser, a partir de hoy, un buen samaritano para tu prójimo? Ojalá que sí. ¡Haz esto y vivirás!
Diálogo con Cristo
Señor, aumenta mi fe para que te pueda ver en cada persona que conozco. Fortalece mi esperanza para que pueda confiar firmemente en que Tú me darás todo lo que necesito para amar. Incrementa mi caridad para que pueda experimentar la alegría que viene de dar sin esperar recibir. Ayúdame a hacer la experiencia de ser misionero de tu amor allí donde la Providencia me ha puesto, con humildad y valentía, sacando de la oración la fuerza de la caridad alegre y activa.
¿Por qué nos persignamos antes de leer el Evangelio en Misa?
En ese momento, expresamos que, el relato del Evangelio que estamos por escuchar, penetre nuestra mente y se aloje en nuestros labios
En Misa, luego de que se leen la primera y segunda lectura junto con el salmo, llega el momento de leer el Evangelio. El sacerdote cuando está frente al ambón, mientras signa el misal dice: “Lectura del Santo Evangelio según San…” y al mismo tiempo los fieles hacemos la señal de la Cruz sobre la frente, la boca y el pecho. ¿Por qué hacemos este gesto y cuál es su sentido?
La Instrucción General del Misal Romano establece:“Ya en el ambón, el sacerdote abre el libro y, con las manos juntas, dice: El Señor esté con ustedes; y el pueblo responde: Y con tu espíritu; y en seguida: Lectura del Santo Evangelio, signando con el pulgar el libro y a sí mismo en la frente, en la boca y en el pecho, lo cual hacen también todos los demás. El pueblo aclama diciendo: Gloria a Ti, Señor” (IGMR 134).
Este gesto que hacemos todos los fieles junto con el sacerdote, no debe ser pasado por alto ni visto como un simple rito que hay que seguir. En ese momento, cuando nos hacemos esas señales de la cruz, expresamos que, el relato del Evangelio que estamos por escuchar, penetre nuestra mente y se aloje en nuestros labios, para luego salir a compartirlo a los demás; y que al mismo tiempo, permanezca en nuestro corazón como un fuego que no se apaga.
A través de cada lectura que se lee en la celebración somos testigos de la historia del plan de la salvación que Dios ha trazado. Además de que en ellas, Él guarda un mensaje para todos nosotros, pero de especial modo en el santo Evangelio, Cristo mismo se hace vivo y presente.
Al compartir y escuchar juntos la Palabra de Dios, nos convierte en luz para iluminar a los demás. Por eso, debemos acogerla tanto en la mente como en el corazón, para una vez conocida y comprendida, salgamos a proclamarla, tarea de todo bautizado. Todo esto, siempre bajo la luz del Espíritu Santo, autor e inspiración de quienes la escribieron.
¿Qué pasa en tu corazón después de que escuchas la Palabra de Dios? Su lectura no puede dejarnos indiferentes, pues debe invitarnos a examinar cómo estamos llevando nuestra vida y cómo vivimos nuestra fe. Ya nos dice San Pablo: “Es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón” (Hb 4,12).
En cada lectura del Evangelio, Cristo toca la puerta de nuestro corazón, para habitar con nosotros y llenarnos totalmente, ábrele la puerta y hazlo partícipe de ti. Recuerda sus palabras: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20).
¿Quieres ser un buen padre? La Biblia te dice como
10 enseñanzas de la Biblia acerca de ser padres: una sabiduría práctica que no caduca
Ser padre nunca ha sido fácil, ni en el siglo XXI ni en la época en que se fueron escribiendo los libros de la Biblia. La Sagrada Escritura tiene mucho que decir sobre esta tarea para la que no prepara la escuela ni el mundo empresarial o laboral. En la web de formación para padres AllProdDad han seleccionado 10 versículosque pueden aplicarse en todas las épocas y en todas las familias.
1. Sé el primer maestro de tus hijos (Proverbios 22,6)
Es responsabilidad de los padres "formar al niño para que siga el buen camino". No es responsabilidad del Estado, la escuela ni el gobierno, sino de los padres.
2. Los padres han de dar ejemplo de cómo se vive bien (2ª Corintios 3,2-3)
La Escritura enseña que la forma en la que vivimos es como una "carta de Dios", una carta que leen nuestros hijos, cada día.
3. Aportad lo que necesita la familia (1ª Timoteo 5,8)
Incluso un padre de familia que está en paro o que apenas puede aportar dinero al hogar puede aportar su corazón y deseo. Solo con ser padre y estar al alcance se aporta más que con el alquiler o la comida. Los padres tienen el deber de proveer las necesidades materiales, pero incluso cuando económicamente es difícil, pueden y deben proveer mucho como padres.
4. Los buenos padres imparten disciplina a sus hijos (Proverbios 13,24)
El padre que ama a sus hijos "cuida de disciplinarlos", dice la Escritura. Eso también se relaciona con el liderazgo proactivo de los padres en el hogar.
5. Los padres pasan tiempo con sus hijos, y no es tiempo vacío (Deuteronomio 6, 6-9)
"Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa"... La Escritura pide a los padres implicarse en conversaciones profundas, corazón a corazón, que aporten sabiduría, y no solo datos. Es bueno planificar (con fecha, hora) "paseos para conversar" con los niños, de uno en uno. Es tiempo familiar que vale la pena.
6. Tener compasión es una característica paterna
Un padre tiene compasión por sus hijos, como apunta el Salmo 103,13: “así el Señor se apiada".
7. Dedica recursos a lo que dices valorar
En la carta del Apóstol Santiago (Santiago 1,22) leemos: "no os limitéis a escuchar la Palabra, ponedla por obra, no os engañéis a vosotros mismos".
8. No exasperéis a vuestros hijos (Efesios 6,4)
No exasperéis a los hijos, dice la Escritura, sino "más bien educadlos con la disciplina y enseñanza que viene del Señor". Lo que propone la Biblia es educarlos para que sean jóvenes de fe.
9. Los padres nunca se rinden en lo que toca a sus hijos
La historia del hijo pródigo (Lucas 15, 20-24) es la de un padre que nunca pierde la esperanza y está listo para recibir de nuevo a su hijo con los brazos abiertos. Educar, disciplinar, pedir que rindan cuentas... pero nunca rendirse.
10. Los padres rezan por sus hijos (1º de Crónicas, 29, 19)
"Señor, concédele a mi hijo Salomón un corazón íntegro para que pueda cumplir tus mandamientos, preceptos y leyes, poniéndolos todos en práctica", rezaba el Rey David. En AllProDad añaden: "los niños que saben sin duda alguna que sus padres rezan por ellos cada día tienen una sensación profunda de amor y seguridad".