María, permanecía sentada a los pies del Señor escuchando su palabra

7 consejos para permanecer en la búsqueda de la santidad

Sean santos… como es santo él que los ha llamado (1 Pe 1, 15)

Estoy segura de que has escuchado por lo menos una vez en tu vida la palabra -santidad-, pues este artículo tiene como objetivo recordarte que estás llamado a alcanzarla, sí, tú con todas tus características, mira que no te lo digo yo: “Sean santos… como es santo él que los ha llamado” 1 Pe 1, 15 y nadie está excluido de esta buena nueva.

Si te has topado hoy con esta lectura, aprovecha para hacer un pequeño alto y examinar cómo va tu camino hacia la santidad, entendida como la búsqueda de nuestra plenitud de ser cristianos. Este artículo es para tí, sin importar si vas iniciando en este camino, o ya llevas muchos años. Tal vez, como nos suele suceder, la habías dejado como olvidada, si es tu caso, déjame te digo que tengas ánimo, a veces pasa, pasa que las actividades diarias, la rutina, el trabajo, la escuela, las prisas, el ocio, las personas o las emociones como el desánimo nos distraen pero, no has pensado que es justamente en esto, las situaciones (hasta las más adversas) y actividades más cotidianas de nuestras vidas donde se encuentra el secreto para alcanzar nuestra meta y ser santos.

Déjame te cuento una historia, la de Santa Mónica

Santa Mónica vivió entre el año 332 y 387 en África del norte y Roma, se casó con un hombre llamado Patricio, un hombre trabajador, pero con un genio terrible y además era mujeriego.

Patricio no creía en Dios, tras 30 años de matrimonio, y después de ver y experimentar la paciencia, la caridad y oraciones de su esposa, Patricio busca el bautismo antes de su muerte y también su madre (suegra de Santa Mónica) se hace bautizar con él.

Juntos tuvieron 3 hijos, el mayor, Agustín le daba grandes tristezas y preocupaciones principalmente porque le vio alejarse de Dios hasta unirse a una secta. Imagina la angustia de una madre católica al ver a su hijo alejarse de quien ella sabía era el perdón y la felicidad.

Santa Mónica oraba, ofrecía sacrificios y pedía a otros que intercedieran por Agustín y así lo hizo por años y años sin perder la esperanza, aunque su hijo no diera señales de conversión.

Finalmente, el año de su muerte logró ver a su hijo “mientras volvía a la casa del Padre”, su alegría fue completa, su Fe, su lágrimas y oraciones habían dado fruto en su hijo el gran San Agustín.

Como puedes ver a pesar de la distancia en tiempo y espacio que puedas pensar que hay entre ella y nosotros, su vida enfrentó dificultades muy similares a las nuestras, ¿Quién no tiene dificultades familiares, divisiones o peleas en casa? o ha sufrido por la salud espiritual o física alguien, ansiando que conociera a Dios como nosotros lo hemos comenzado a conocer, o tal vez te has visto en la situación en la que después de orar en repetidas ocasiones te preguntas si Dios te irá a responder o si acaso te está escuchando.

Como una amiga y desde la experiencia te digo, no desistas, Dios actúa en tu vida.

He aquí estos 7 consejos que a ejemplo de esta gran Santa podemos seguir para ser cada vez más plenos y acercarnos a nuestra meta, la santidad:

1. Persevera:

En hacer crecer tu amistad con Dios, por medio de la lectura de la Biblia, asistir a misa, la oración y en el amor y cuidado de los demás. Tal vez en ocasiones te sientas sin ganas, o te falte el tiempo, en esos momentos hazlo de todos modos pues tal vez sea cuando más lo necesites. Dios te acompaña y te ayudara.

2. Asómbrate:

“Déjense sorprender por Dios” es la frase que el papa Francisco continúa repitiendo “Dios se manifiesta con sorpresas”, en las pequeñas y grandes cosas de la vida, en tu rutina, en el trabajo, la escuela. En un mundo sobrecargado de tecnología e información corremos el peligro de vivir sin verle, sin fijarnos, sin parar y respirar, voltear al cielo admirarnos de lo que ahí hay, ver a nuestros niños; hijos, sobrinos, alumnos y sorprendernos de su ternura e inocencia, o ver a nuestros amigos y dejar que Dios nos sorprenda con la alegría, en nuestras familias, papás, hermanos, abuelos, sorprendernos del amor incondicional que a pesar de todo Dios nos da a través de ellos. Nos sorprende actuando aun en aquello que parece imposible. ¡¡¡No pierdas la fe!!!

3. No dejes de orar:

Una vez escuché a un canta autor católico decir: cuando oramos lo que más nos sorprende no es que Dios nos responda, sino ver que ¡¡Dios nos escuchó!! Y es que a veces oramos convencidos de que Dios no nos escuchara, a ejemplo de Santa Mónica, oremos sin desanimarnos, bien consiente de que el Dios que le escucho a ella es el Dios que me escucha a mí. Ora por ti y ora también por otros.

4. No te dejes abatir por lo que pasa:

Nos despertamos con noticias difíciles sobre el mundo en la televisión, después de camino a nuestras actividades escuchamos en la radio malas noticias ahora locales, para después encontrar crisis en el trabajo y/o la casa. Pero un cristiano no pierde la alegría ni la fe, sabe muy bien en quien ha puesto su confianza, y es que no podemos vivir como quien no cree en Dios, mira cómo esta gran santa conservó siempre la certeza de que Dios lo pondría todo en su lugar y a todos en su corazón.

5. Confía:

Como un niño…descansa sabiendo que todo está en manos de Dios, “Reza, espera y no te preocupes” decía el Padre Pío. Por supuesto que como diría la sabiduría popular “a Dios rogando y con el mazo dando” o como San Agustín hijo de nuestra Santa diría mejor “Ora como si todo dependiera de Dios. Trabaja como si todo dependiera de ti”. Nuestra vida sería mucho más plena si confiáramos en que Dios nos sostiene.

6. Agradece:

Como el Leproso que volvió a Jesús después de sanado, recuerda agradecer a Dios siempre y por todo.

7. Da testimonio:

El mundo, necesita de tu vida. Así como Santa Mónica impactó en la vida de su esposo e hijo con su ejemplo, paciencia y amor, tu y yo podemos en el día a día con nuestra amabilidad al conducir, nuestra plática, honestidad y buenas obras, ser luz para otros.

Te invito a ponerlos en práctica y verás cómo tu vida se va transformando y a ejemplo de Santa Mónica puedas impactar en la vida de tus más queridos y cercanos, vale la pena el esfuerzo.

San Dionisio de Paris

Celebrado el 9 de octubre

San Dionisio de París y compañeros, mártires

Santos Dionisio, obispo, y compañeros, mártires. Según la tradición, Dionisio, enviado por el Romano Pontífice a la Galia, fue el primer obispo de París, y allí, junto con el presbítero Rústico y el diácono Eleuterio, padecieron todos en las afueras de la ciudad,

San Gregorio de Tours, que escribió en el siglo VI, cuenta que san Dionisio de París nació en Italia. El año 250 fue enviado con otros obispos misioneros a las Galias, donde sufrió el martirio. El Hieronymianum menciona a san Dionisio el 9 de octubre, junto con los santos Rústico y Eleuterio. Ciertos autores posteriores afirman que Rústico y Eleuterio eran respectivamente el sacerdote y el diácono de san Dionisio, que se establecieron con él en Lutetia Parisiorum e introdujeron el Evangelio en la isla del Sena. Debido a las numerosas conversiones que obraban con su predicación, fueron arrestados; al cabo de largo tiempo de prisión, los tres murieron decapitados. Los cuerpos de los mártires fueron arrojados al Sena, pero los cristianos consiguieron rescatarlos y les dieron honrosa sepultura. Más tarde se construyó sobre su sepulcro una capilla, junto a la cual se erigió la gran abadía de Saint-Denis.

Dicha abadía fue fundada por el rey Dagoberto I, quien murió el año 638. Probablemente un siglo más tarde, empezó a introducirse la identificación de san Dionisio Areopagita con el obispo de París o, por lo menos, la idea de que san Dionisio de París había sido enviado por el papa Clemente I en el primer siglo. Pero tal idea no se popularizó sino hasta la época de Hilduino, abad de Saint-Denis. El año 827, el emperador Miguel II regaló al emperador de Occidente, Luis el Piadoso, la copia de unos escritos que se atribuían a san Dionisio Areopagita. Por desgracia, dichos escritos llegaron a la abadía de Saint-Denis precisamente la víspera de la fiesta del santo. Hilduino los tradujo al latín y, algunos años más tarde, cuando el rey le pidió una biografía de san Dionisio de París, el abad escribió un libro que llegó a convencer a la cristiandad de que el obispo de París y el Areopagita eran una sola persona. En su obra titulada «Areopagitica», el abad Hilduino empleó muchos materiales falsos o de poco valor, y resulta difícil creer que haya procedido así de buena fe. La biografía que escribió es un tejido de fábulas.

El Areopagita va a Roma, donde el Papa San Clemente I le recibe personalmente y le envía a evangelizar París. Los habitantes de París intentan en vano darle muerte, arrojándole a las fieras, echándole al fuego y crucificándole, hasta que por fin, Dionisio muere decapitado en Montmartre, junto con Rústico y Eleuterio. El cuerpo decapitado de San Diniosio, guiado por un ángel, caminó, tres kilómetros, desde Montmartre hasta la abadía que lleva su nombre, portando en las manos su propia cabeza y rodeado de coros de ángeles; por ello fue sepultado en Saint-Denis.

El culto de san Dionisio fue muy popular en la Edad Media. Ya en el siglo VI, Venancio Fortunato le reconocía como el patrono de París ("Carmina", VIII, 3, 159) y el pueblo le considera como el protector de Francia, además de ser uno de los «Catorce santos auxiliadores». El elogio del martirologio actual no descarta que haya sido enviado a París por el Sumo Pontífice -como afirma el relato tradicional-, pero evita dar nombres, ya que no se sabe con certeza los años en que vivió.

En Acta Sanctorum, oct., vol. IV, hay un largo artículo sobre san Dionisio. El relato más antiguo del martirio se atribuía erróneamente a Venancio Fortunato; B. Krusch, Monumenta Germaniae Historica, Auctores Antiq., vol. IV, pte. 2, pp. 101-105, hizo una edición crítica de dicho relato, en el que no se identifica a san Dionisio con el Areopagita, pero se dice que fue enviado a París por san Clemente I.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

¿Marta o María?

Santo Evangelio según San Lucas 10, 38-42. Martes XXVII de Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Ven, Señor, a mi corazón, te invito a quedarte conmigo todo este día para que pueda conocerte y amarte cada día más.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

La vida cotidiana puede ser como un tren de alta velocidad; no nos paramos a ver los pequeños detalles, las pequeñas estaciones. Al final del día terminamos con un cansancio tan grande que, en nuestra estación final, en la noche, sólo queremos dormir porque sabemos que tenemos que volver a correr el día siguiente.

Todos llevamos una Marta y una María en el interior.

A veces Marta, la inquieta, puede dominar más en los atareos, en las prisas, pero hay que sacar a María también. María escuchaba y contemplaba al Señor. Ésa es la mejor parte que no le será quitada. Hagamos en este día de nuestro corazón como la casa de Betania. Acojamos a Jesús a pesar de la prisa y el ruido, detengamos nuestra mirada en la belleza del paisaje que nos ofrecen las estaciones de nuestro tren. Servir y contemplar es uno de los binomios que deben motivar nuestra vida como cristianos y apóstoles.

Nuestra parte contemplativa alimenta nuestra parte evangelizadora. Mientras María ora, Marta labora. No podemos desligar la oración de la evangelización porque la primera constituye la fuerza y el alimento de toda obra. Después de haber estado estos minutos en contacto con la Palabra, nuestra actitud, de cara a la vida, debe contener el entusiasmo de quien ama y se siente amado por Cristo. La caridad con nuestros hermanos más cercanos, aunque nos cueste el trato con alguno que otro, es el fruto de esta experiencia. Pidamos a Dios la gracia para poder ser coherentes y consecuentes con esta forma de vivir nuestra vocación cristiana.

Cuánto bien nos hace, como Simeón, tener al Señor "en brazos".

No sólo en la cabeza y en el corazón, sino en las manos, en todo lo que hacemos: en la oración, en el trabajo, en la comida, al teléfono, en la escuela, con los pobres, en todas partes. Tener al Señor en las manos es el antídoto contra el misticismo aislado y el activismo desenfrenado, porque el encuentro real con Jesús endereza tanto al devoto sentimental como al frenético factótum. Vivir el encuentro con Jesús es también el remedio para la parálisis de la normalidad, es abrirse a la cotidiana agitación de la gracia. Dejarse encontrar por Jesús, ayudar a encontrar a Jesús: este es el secreto para mantener viva la llama de la vida espiritual. Es la manera de escapar a una vida asfixiada, dominada por los lamentos, la amargura y las inevitables decepciones.

(Homilía de S.S. Francisco, 2 de febrero de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Trataré de evitar toda prisa y reparar en la caridad que puedo obrar con mis más cercanos.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

¿Quién elige la mejor parte?

La mejor parte: la de la oración, la de la contemplación de Jesús

Por: S.S. Francisco

Orar significa abrir la puerta al Señor a fin de que pueda hacer algo para reorganizar nuestras cosas. El sacerdote que hace su deber, pero no abre la puerta al Señor, se arriesga a convertirse sólo en un «profesional». El Papa Francisco, en la misa que celebró el martes 8 de octubre, se detuvo en el valor de la oración: no la de «papagayo», sino la que se «hace con el corazón» que lleva a «mirar al Señor, a escuchar al Señor, a pedir al Señor».

La reflexión se desarrolló a partir de las lecturas de la liturgia, tomadas del libro de Jonás (3, 1-10) y del Evangelio de Lucas (10, 38-42). En particular, haciendo referencia al pasaje evangélico, el Pontífice propuso como modelo a seguir la actitud de María, una de las dos mujeres que habían acogido a Jesús en su casa. María, en efecto, se detiene a escuchar y a contemplar al Señor, mientras que Marta, su hermana, continúa ocupándose de los quehaceres de la casa.

«La palabra del Señor -expresó el Papa- es clara: María ha elegido la mejor parte, la de la oración, la de la contemplación de Jesús. A los ojos de su hermana era perder tiempo». María se detiene a mirar al Señor como una niña maravillada, «en lugar de trabajar como hacía ella».

La actitud de María es la justa porque -explicó el Pontífice- ella «escuchaba al Señor y oraba con su corazón». He aquí qué «quiere decirnos el Señor. La primera tarea en la vida es ésta: la oración. Pero no la oración de las palabras como los papagayos, sino la oración del corazón», a través de la cual es posible «mirar al Señor, escuchar al Señor, pedir al Señor. Y nosotros sabemos que la oración hace milagros».

Lo mismo enseña el episodio narrado en el libro de Jonás: un «testarudo», le definió el Santo Padre, porque «no quería hacer lo que el Señor le pedía». Sólo después de que el Señor le salvó del vientre de la ballena -recordó el Pontífice- Jonás se decidió: «Señor, haré lo que dices. Y fue por las calles de Nínive» anunciando su profecía: la ciudad sería destruida por Dios si los ciudadanos no mejoraban su modo de vivir. Jonás «era un profeta “profesional” -precisó el Obispo de Roma- y decía: en cuarenta días Nínive será destruida. Lo decía seriamente, con fuerza. Y los ciudadanos de Nínive se atemorizaron y empezaron a orar con las palabras, con el corazón, con el cuerpo. La oración hizo el milagro».

También en este relato -afirmó el Papa Francisco- «se ve lo que Jesús le dice a Marta: María ha elegido la mejor parte. La oración hace milagros, ante los problemas» que hay en el mundo. Pero existen también aquellos a quienes el Papa definió «pesimistas». Estas personas «dicen: nada se puede cambiar, la vida es así. Me hace pensar en una canción triste de mi tierra que dice: dejémoslo. Abajo en el horno nos encontraremos todos».

Ciertamente es una visión un «poco pesimista de la vida» -apuntó- que nos lleva a preguntarnos: «¿Para qué orar? Déjalo, la vida es así. Vayamos adelante. Hagamos lo que podamos». Y esta actitud tuvo Marta -aclaró el Pontífice-, quien «hacía cosas, pero no oraba». Y después está el comportamiento de los otros, como ese «testarudo Jonás». Estos son «los justicieros». Jonás «iba y profetizaba; pero en su corazón decía: se lo merecen, se lo merecen, se lo han buscado. Él profetizaba, pero no oraba, no pedía al Señor perdón por ellos, sólo les apaleaba». Estos -subrayó el Santo Padre- «se creen justos». Pero al final, como sucedió con Jonás, se revelan unos egoístas.

Jonás, por ejemplo -siguió el Papa-, cuando Dios salvó al pueblo de Nínive, «se disgustó con el Señor: pero tú siempre eres así, ¡siempre perdonas!». Y «también nosotros -comentó-, cuando no oramos, lo que hacemos es cerrar la puerta al Señor» de forma que «Él no puede hacer nada. En cambio la oración ante un problema, una situación difícil, una calamidad, es abrir la puerta al Señor para que venga»: Él, de hecho, sabe «reorganizar las cosas».

En conclusión el Papa Francisco exhortó a pensar en María, la hermana de Marta, que «eligió la mejor parte y nos hace ver el camino, cómo se abre la puerta al Señor», al rey de Nínive «que no era un santo», a todo el pueblo: «Hacían cosas feas. Pero cuando oraron, ayunaron y abrieron la puerta al Señor, el Señor hizo el milagro del perdón. Y pensemos en Jonás que no oraba, huía de Dios siempre. Profetizaba, era tal vez un buen “profesional”, podemos decir hoy un buen sacerdote que hacía sus tareas, pero jamás abría la puerta al Señor con la oración. Pidamos al Señor que nos ayude a elegir siempre la mejor parte».

¿Estás abierto a las sorpresas de Dios?

El Papa invita a ser cristianos sin miedo a mancharse las manos para ayudar a los demás

Durante la Misa celebrada este lunes 8 de octubre en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco se sirvió de la parábola del Buen Samaritano para invitar a ser “cristianos sin miedo a mancharse las manos y las ropas cuando se acercan al prójimo”.

El Pontífice puso de relieve cómo únicamente el samaritano, considerado un pecador, se detuvo a socorrer al hombre agredido y abandonado malherido en el camino y al que ignoraron hombres considerados virtuosos, como un sacerdote y un levita.

El samaritano “no miró el reloj, no pensó en la sangre del herido. Se acercó a él, se bajó de su cabalgadura y le curó las heridas con aceite y vino. Se manchó las manos, se manchó las ropas de sangre. Después lo cargó en su cabalgadura y lo llevó a un albergue”.

“Y no sólo no lo dejó en el albergue diciendo: ‘Aquí lo dejo, llamad al médico que yo ya he cumplido y me voy’. No. Se preocupó por él. No era un funcionario, era un hombre con el corazón abierto”.

Así, el Santo Padre exhortó a abrir de verdad el corazón a las sorpresas de Dios: “¿Eres cristiano?”. “¿Estás abierto a las sorpresas de Dios? ¿O eres un cristiano funcionario, cerrado?”. A estas preguntas, señaló Francisco, se puede contestar con condescendencia propia del “cristiano funcionario”: “Sí, soy cristiano. Voy los domingos a Misa, trato de hacer el bien. Comulgo, me confieso una vez al año…”.

Sin embargo, así es como actúan los “cristianos funcionarios”, advirtió el Papa, “aquellos que no están abiertos a las sorpresas de Dios, aquellos que saben mucho de Dios, pero no salen a encontrarse con Él. Aquellos que nunca han experimentado el estupor ante el testimonio, son capaces de dar testimonio”, advirtió.

Por ello, exhortó a los laicos y a los pastores a preguntarse si tienen el corazón abierto a las sorpresas de Dios, “a aquello que Dios te da cada día”.

“Cada uno de nosotros es el hombre herido y abandonado, y el Samaritano es Jesús, que nos ha curado las heridas, que se ha acercado a nosotros y nos ha curado. Él ha pagado por nosotros”, concluyó.

¿Por qué casarse por la Iglesia Católica?

Hay que entender que el matrimonio no es solamente una institución humana y social, sino que es parte del Plan de Dios

He sido testigo de muchas parejas católicas que por ignorancia o desinterés deciden casarse únicamente ante una autoridad civil, sin considerar la unión también por la Iglesia. Lo que provoca muchas consecuencias en el camino espiritual.

Y es que casarse por la Iglesia es justamente obtener la validez y bendición del Dios junto con toda la comunidad católica que es testigo. Pero ¿cuándo un matrimonio es válido antes los ojos de la Iglesia? El Código de Derecho Canónico en su canon 1108 nos dice: “Solamente son válidos aquellos matrimonios que se contraen ante el Ordinario del lugar o el párroco, o un sacerdote o diácono delegado por uno de ellos para que asistan, y ante dos testigos, de acuerdo con las reglas establecidas en los cánones que siguen”.   

Asimismo, el artículo 1630 del Catecismo de la Iglesia Católica nos habla de un elemento que es indispensable dentro de esta unión, el consentimiento mutuo que debe ser expresado“El sacerdote (o el diácono) que asiste a la celebración del matrimonio, recibe el consentimiento de los esposos en nombre de la Iglesia y da la bendición de la Iglesia. La presencia del ministro de la Iglesia (y también de los testigos) expresa visiblemente que el Matrimonio es una realidad eclesial”.  Siendo ésta la forma eclesiástica para que un matrimonio sea declarado válido.

Ahora bien, ¿Por qué es importante casarse por la Iglesia? El Catecismo de la Iglesia Católica en el número 1631 nos enumera los beneficios de hacerlo:

1.- El matrimonio sacramental es un acto litúrgico. Por tanto, es conveniente que sea celebrado en la liturgia pública de la Iglesia. Es decir, que al celebrar este sacramento instituido por el mismo Cristo, es Él mismo quien través de sus ministros lo preside y lo hace posible. Todo de acuerdo a los ritos establecidos para que se lleve a cabo. Haciendo testigos a todos los que acompañan a la feliz pareja.

2.- El matrimonio introduce en un ordo eclesial, crea derechos y deberes en la Iglesia entre los esposos y para con los hijos. Al celebrar la unión dentro de la Iglesia, la pareja que ahora se convierten en una sola carne y pasa a formar parte de la familia de Cristo, contraen también obligaciones y derechos entre sí mismos y con sus hijos.

3.- Por ser el matrimonio un estado de vida en la Iglesia, es preciso que exista certeza sobre él (de ahí la obligación de tener testigos). El papel de los testigos es importante, pues ellos harán constar la unión de la pareja, dar fe que la boda sí se llevó a cabo.

4.- El carácter público del consentimiento protege el “Sí” una vez dado y ayuda a permanecer fiel a él. Aquí debemos entender que la Iglesia será un soporte importante para el nuevo matrimonio, quien los ayudará a ser fieles ante los compromisos que se han jurado frente a Dios.

Por lo que, si una pareja sólo se casa por lo civil y omite hacerlo por la Iglesia, su matrimonio no será válido ante Dios, aunque el Estado así lo considere. Deben saber que viven en una situación irregular y, por lo tanto, no pueden ser admitidos en la participación de la Sagrada Comunión, pues entre ellos no hay sacramento de unión. Así lo afirma el canon 1055 § 2 del Código de Derecho Canónico al decir: “Por tanto, entre bautizados, no puede haber contrato matrimonial válido que no sea por eso mismo sacramento”.

Hay que entender que el matrimonio no es solamente una institución humana y social, sino que es parte del Plan de Dios desde que concibió al hombre y a la mujer. El que las parejas se casen por la Iglesia no se trata de un mero capricho de algunos, sino que este acto eleva la seriedad y grandeza que tiene el matrimonio para Dios mismo.

PAXTV.ORG