No temáis

Una clave para la felicidad: dejar que se haga la voluntad de Dios

Hemos de buscar, encontrar y realizar la voluntad de Dios de nuestra vida

Aún en las cosas que consideremos simples o pequeñas, tareas que podemos hacer en el hogar, en el trabajo, en los distintos caminos que transitemos o en los lugares que nos encontremos, siempre es importante pedir a Dios que su voluntad se haga en nosotros

La voluntad de Dios: clave para la felicidad

Jesús nos ofrece una de las claves más importante de nuestra vida para lograr la felicidad: ¡hacer la voluntad de Dios! Esto no es sencillo, por nuestra condición humana siempre queremos darnos riendas sueltas en todo y seguir nuestros propios deseos.

Para Jesús, los más cercanos a Él, son aquellos que realizan en sus vidas la voluntad de Dios, y la voluntad de Dios es que todos nos respetemos, nos ayudemos, nos amemos, nos valoremos y que no nos hagamos daño. Esto es un camino importante para la felicidad

Es importante proteger la familia, uno de los pilares fundamentales de la sociedad. Pero por encima de los vínculos familiares, tantas veces resquebrajados por intereses superficiales, hemos de buscar, encontrar y realizar la voluntad de Dios de nuestra vida.

Que se haga su voluntad

Una de las cosas que más nos preocupan en la vida cristiana, es saber cuándo responderá Dios a nuestras peticiones. ¿Cuándo responderá el señor? No lo sabemos, no lo sabremos, pero lo que sí sé es que prefiero que su voluntad se cumpla en mi vida y no la mía.

Cierra tus ojos allí donde estás, deja que Dios te abrace fuertemente, deja que Él te haga sentir lo importante que eres en su rebaño.

Oración de confianza

Padre celestial, gracias por amarme y por bendecirme cada día en mi proyecto hacia la felicidad.

Para Ti sólo tengo palabras de agradecimiento. Te entrego los pensamientos y acciones de este día, te suplico que me llenes de fuerzas para salir adelante.

Gracias, Dios mío, porque en medio de las dificultades, estoy seguro que extiendes tu mano para salvarme.

Tú actúas en mi vida en el momento que Tú consideras que es mejor para mi bienestar y sabes qué es lo que necesito.

No tengáis miedo

Santo Evangelio según San Lucas 12, 1-7. Viernes XXVIII de Tiempo Ordinario.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, te pido la fuerza necesaria para no tener miedo a ser santo.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Se agolpaban, se pisaban unos a otros, mientras Jesús empezaba a hablar a la muchedumbre… Se dirige a sus discípulos, a sus amigos, a nosotros para invitarnos a ser muy valientes; a luchar con todas nuestras fuerzas por la santidad.

Nos llama amigos, nos pide no tener miedo a los que matan el cuerpo, sino a los que matan el alma; puede sonar negativo el Evangelio, pero en el fondo nos presenta una oportunidad de decidirnos por Cristo y enamorarnos de Él.

Tomemos conciencia de que nuestra vida es una, que no hay nada oculto que no llegue a conocerse. Lo mejor que se puede conocer de nosotros es que amamos, seguimos a Cristo y luchamos por ser santos.

Pero en medio del torbellino, el cristiano no debe perder la esperanza, pensando en haber sido abandonado. Jesús nos tranquiliza diciendo: "Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados". Como diciendo que ninguno de los sufrimientos del hombre, ni siquiera los más pequeños y escondidos, son invisibles ante los ojos de Dios. Dios ve, y seguramente protege; y donará su recompensa. Efectivamente, en medio de nosotros hay alguien que es más fuerte que el mal, más fuerte que las mafias, que los entramados oscuros, que quien se lucra sobre la piel de los desesperados, que el que aplasta a los demás con prepotencia... Los cristianos entonces deben hacerse encontrar siempre "en el otro lado" del mundo, el elegido por Dios: no perseguidores, sino perseguidos; no arrogantes, sino dóciles; no vendedores de humo, sino sometidos a la verdad; no impostores, sino honestos.

(Audiencia de S.S. Francisco, 28 de junio de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy viviré mi vida cristiana con autenticidad, cuando se presente la ocasión contraria.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.,Amén.

¡Cristo, Rey nuestro! Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

No le tengas miedo a Dios

Nos asegura que nuestra vida es preciosa y que ni un pelo de nuestra cabeza se nos caerá sin su permiso. ¿De qué tener miedo?

Cristo aparece en el Evangelio como el gran exorcista del miedo. Se hace hombre para librarnos de él. Nos enseña con el ejemplo de su vida, luminosa y sin angustias. Nos asegura que nuestra vida es preciosa a los ojos del Padre y que ni un pelo de nuestra cabeza se nos caerá sin su permiso. ¿De qué tener miedo, entonces? ¿Del mundo? El lo ha vencido (Jn 16, 23). ¿A quiénes temer? ¿A los que matan, hieren, injurian o roban? Tranquilos: no tienen poder para más; al alma ningún daño le hacen (Mt 10, 28). ¿Al demonio? Cristo nos ha hecho fuertes para resistirle (1 Pe 5, 8) ¿Quizás al lujurioso o al déspota latente en cada uno de nosotros? Contamos con la fuerza de la gracia de Cristo, directamente proporcional a nuestra miseria (2 Cor 12, 10).

En el pasaje en el que camina sobre agua, Cristo avanza un paso más: tampoco debemos tenerle miedo a Dios.

Jesús se acercó caminando sobre las aguas a la barca de los discípulos. ¿Para darles un susto o con la intención de asombrarles? No. Se proponía solamente manifestarles su poder, la fuerza sobrenatural del Maestro al que estaban siguiendo.
Pero su milagro, en vez de suscitar una confianza ciega en el poderoso amigo, provoca los gritos de los aterrados apóstoles. Es un fantasma -decían temblando y corriendo seguramente al extremo de la barca-.

San Pedro es el único que domina su papel. Escucha la voz de Cristo: Soy yo, no temáis, comprende y aprovecha para proponerle un reto inaudito: caminar él también sobre las aguas. Y de lejos, traída por el fuerte viento, le llega claramente la inesperada respuesta: Ven.

Muy similar a aquella que todos los cristianos escuchamos en algunos momentos de nuestra vida. Después de haber conocido un poco a Cristo -aun entre brumas-, comenzamos a seguirle y, de repente, recibimos boquiabiertos la invitación de Cristo: Ven.
Ven: sé consecuente, sé fiel a esa fe que profesas.
Ven: el mundo está esperando tu testimonio de profesional cristiano.
Ven: tu hermano necesita tu ayuda, tu tiempo... tu dinero.
Ven: tus conocidos desean, aunque no te lo pidan, que les des razón de tu fe, de tu alegría.

Y la petición de Cristo sobrepasa, como en el caso de Pedro, nuestra capacidad. No vemos claramente la figura de Cristo. O dirigimos la mirada hacia otro sitio. El viento sopla. Las dificultades se agigantan... y estamos a punto de hundirnos o de regresar a la barca. Sentimos miedo de Cristo.

¡Miedo de Cristo! Sin atrevernos a confesarlo abiertamente, ¿cuántas veces no lo hemos sentido?
¡Miedo de Cristo! Esa sensación de quererse entregar pero sin abandonarse por temor al futuro...
¡Miedo de Cristo! Ese temor a afrontar con generosidad mi pequeña cruz de cada día.
¡Miedo de Cristo! Esa fuente de desazón y de intranquilidad porque, claro, el tiempo pasa, y ni realizo los planes de Dios ni llevo a cabo los míos.

¿Cómo se explica ese miedo de Dios? ¿Dónde puede estar nuestra vida y nuestro futuro más seguros que en sus manos? ¿Es que la Bondad anda maquinándonos el mal cuando nos pide algo? ¿Es que Él no es un Padre? ¿Por qué, entonces, le tememos? ¿De dónde proviene ese miedo?
Sólo hay una respuesta: de nosotros mismos. El miedo no es a Dios. Es a perdernos, a morir en el surco. Amamos mucho la piel como para desgarrarla toda en el seguimiento completo de Cristo.

Y Cristo no es fácil. Duro para los amigos de la vida cómoda y para quienes no entienden las duras paradojas del Evangelio: morir para vivir, perder la vida para ganarla, salir de sí mismo para encontrarse.
No todos lo entienden. Se requiere sencillez, apertura de espíritu y, como Pedro, pedir ayuda a Cristo.

Quiero confiar en Ti, Señor, para estar seguro de que en Ti encontraré la plenitud y felicidad que tanto anhelo. Deseo esperar en Ti, estar cierto de que en Ti hallaré la fuerza para llegar hasta el final del camino, a pesar de todas las dificultades. Aumenta mi confianza para que esté convencido de que Tú nunca me dejarás si yo no me aparto de Ti.

Desprender, aceptar y abandonar

Papa Francisco: El discípulo cristiano no debe tener miedo a la pobreza

Durante la Misa celebrada en Casa Santa Marta este jueves 18 de octubre, el Papa Francisco explicó las tres formas de pobreza a las que está llamado todo cristiano y recordó que “el discípulo no debe tener miedo a la pobreza, de hecho, debe ser pobre”.

La primera es el desprendimiento del dinero, la segunda es la aceptación de la persecución por causa de la fe, y la tercera es la del abandono.

Desprendimiento de las riquezas

Sobre la primera, el desprendimiento de toda riqueza, el Santo Padre señaló que desprenderse de las riquezas es “la condición para iniciar el camino del discipulado”. Ese desprendimiento de las riquezas requiere “un corazón pobre”.

Eso supone que “si en el trabajo apostólico se necesitan estructuras u organizaciones que parezcan signos de riqueza, usadlos bien, pero de manera desprendida”, pidió Francisco.

“Si quieres seguir al Señor, elige el camino de la pobreza, y si tienes riquezas porque el Señor te las ha dado, para servir a los demás, despégate de ellas en tu corazón”.

Aceptación de la persecución

El segundo signo de pobreza del cristiano es la aceptación de la persecución por la fe en Cristo. En el Evangelio Jesús no esconde la realidad a sus discípulos, y les dice que los envía “como corderos en medio de lobos”.

El Papa señaló que hoy la persecución a los cristianos está, lamentablemente, de actualidad. Es una realidad que deben afrontar muchos cristianos en todo el mundo.

Como ejemplo, el Pontífice contó cómo uno de los Obispos que está participando en el Sínodo sobre los jóvenes contó cómo en su país, donde los cristianos sufren estas persecuciones, un joven católico fue hecho preso por un grupo de personas fundamentalistas que odiaban a la Iglesia.

“Lo golpearon y luego lo arrojaron a una cisterna llena de fango. El joven se hundió en el fango hasta el cuello. Sus agresores le ofrecieron salvarle la vida si renunciaba a crista: ‘Por última vez, ¿renuncias a Jesucristo?’. Le dijeron. Pero él contestó: ‘¡No!’. Entonces lanzaron una gran piedra contra él y lo mataron”.

El Papa exclamó: “¡Esto no ha sucedido en los primeros siglos del cristianismo! ¡Esto sucedió hace dos meses! Es tan solo un ejemplo, pero, cuántos cristianos hoy sufren persecuciones físicas: ‘¡Este ha blasfemado! ¡A la horca!’”.

Pero luego, además de las persecuciones físicas, hay otro tipo de persecuciones, la de la calumnia. “La persecución de la calumnia, de las habladurías, y el cristiano se calla, tolera esta ‘pobreza’”.

“A veces es necesario defenderse para no dar escándalo. Las pequeñas persecuciones en los barrios, en la parroquia…, son pequeñas, pero son la prueba, la prueba de pobreza. Esa es la segunda prueba de pobreza que pide el Señor a sus discípulos: recibir humildemente las persecuciones, tolerar las persecuciones”.

El abandono

Por último, la tercera forma de pobreza es la de la soledad, el abandono. “Pienso en el hombre más grande de la humanidad, y este calificativo proviene de la boca de Jesús: Juan Bautista”, señaló el Papa. “El hombre más grande nacido de mujer”.

Juan Bautista fue “un gran predicador, la gente iba donde él para bautizarse. ¿Y cómo terminó? Solo, en la cárcel. Pensad cómo eran las celdas de aquella época, porque si las de hoy son como son, pensad en las de entonces”.

“Solo, olvidado, muerto por la debilidad de un rey, por el odio de una adultera, y por el capricho de una joven. Así terminó el hombre más grande de la Historia”, afirmó.

“Y sin necesidad de irse tan lejos, muchas veces, en las casas de reposo, donde hay tantos sacerdotes y religiosas que han dedicado sus vidas a la predicación, se sienten solos, solos con el Señor: nadie los recuerda”.

¿Por qué los católicos veneran reliquias?

Las reliquias no son mágicas. No contienen un poder propio, un poder separado de Dios

Una de las tradiciones más fascinantes y, tal vez, de las que más interrogantes genera en la Iglesia Católica, es por qué los católicos veneran las reliquias.

Para explicar la importancia de esta práctica, CNA –agencia en inglés del Grupo ACI– entrevistó al P. Carlos Martins, un custodio de reliquias y director del ministerio Tesoros de la Iglesia, que lleva los restos de varios santos a Estados Unidos para su veneración.

El sacerdote definió así las reliquias: “Son objetos físicos que tienen una asociación directa con los santos o con nuestro Señor”.

El P. Martins precisó que la palabra reliquia significa “fragmento” o “remanente de una cosa que fue, pero que ahora ya no es”.

Asimismo, explicó que las reliquias pueden ser de tres clases:

  1. Las de “primera clase” o también llamadas de primer grado, son “el cuerpo o los fragmentos del cuerpo de un santo, como carne o un hueso”.
  2. Las reliquias de “segunda clase” son “algo que le perteneció al santo como una camisa o un libro (o los fragmentos de esos objetos)”.
  3. Las de “tercera clase” que son “los objetos que el santo tocó o que han sido tocados por una reliquia de primera, segunda u otra de tercera clase”.

El presbítero aclaró que “cualquier parte del cuerpo del santo es sagrada y puede ser colocada en un relicario”. También los huesos, la carne, los cabellos y la sangre son considerados como reliquias.

Respecto a los orígenes de la veneración de las reliquias, el P. Martins indicó que se remonta al siglo II cuando los cristianos recuperaban los restos de los mártires, quienes habían sido discípulos fieles de Cristo.

El presbítero comentó que durante los primeros siglos también “era tradición construir un templo sobre la tumba de un santo”. Dio de ejemplo la basílica de San Pedro y la de San Pablo de Extramuros, en el Vaticano, donde la tumba de los santos está debajo del altar.

En ese sentido, destacó que con esta evidencia arquitectónica se puede confirmar la autenticidad de una reliquia, lo cual es “críticamente importante”.

Sobre el valor de las reliquias, indicó que la Biblia “enseña que Dios actúa a través de ellas, especialmente en los términos de sanación”. Indicó que algunos de estos sucesos se encuentran narrados en 2 Re 13, 20-21; Mt 9, 20-22; Hch 5, 15; Hch 5, 15; y Hch 19, 11-12.

Asimismo, aclaró que “las reliquias no son mágicas. No contienen un poder propio, un poder separado de Dios” y dijo que el Señor las utiliza como un medio para hacer sus milagros porque “quiere dirigir nuestra atención a los santos como ‘modelos e intercesores’”.

En cuanto a la forma en la que deben ser conservadas, el presbítero manifestó que “el mayor honor que puede concederle la Iglesia a una reliquia es colocarla dentro de un altar, donde se pueda celebrar la Misa”.

“Esta práctica data desde los primeros siglos de la Iglesia. De hecho, los sepulcros de los mártires eran los altares más valiosos para la liturgia. Otra alternativa es colocarlas en un nicho devocional donde la gente pueda venerarlas. Tales santuarios son importantes porque proporcionan a la gente una experiencia más profunda de la intimidad con el santo”, agregó.

Por otro lado, indicó que “la Iglesia no prohíbe que los laicos posean reliquias. Ellos pueden tenerlas en sus casas”.

Sin embargo, dijo que debido a los numerosos abusos perpetrados contra las reliquias –como la venta o el descuido– “la Iglesia ya no emitirá reliquias a los individuos, ni siquiera al clero”.

En cuanto a la devoción a las reliquias que se presentan en las ceremonias de beatificación y canonización, el P. Martins explicó que antes de que la persona sea beatificada, “la tumba es exhumada y los restos mortales son recuperados”. Estos pueden ser trasladados a una iglesia, capilla u oratorio.

Tras la beatificación, la Iglesia Católica “solo permite la devoción local. Es decir, la devoción en el país en que el individuo vivió y murió”.

“Cuando la Madre Teresa de Calcuta fue beatificada, solo en la India y en Albania, donde nació, se permitió su devoción. Por ejemplo, no se podía celebrar una Misa en su honor en Estados Unidos ni colocar sus reliquias en los altares de ese país”, destacó.

Luego de la canonización, la Iglesia ya permite “una devoción universal”.

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