En seguida recobró la vista y siguió a Jesús glorificando a Dios
- 19 Noviembre 2018
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Santa Matilde Hackeborn
Celebrado el 19 de noviembre
Santa Matilde, virgen
En el monasterio de Helfta, en Sajonia, santa Matilde, virgen, que fue mujer de exquisita doctrina y humildad, ilustrada con el don celeste de la contemplación mística.
Queridos hermanos y hermanas,
hoy quisiera hablaros de santa Matilde de Hackeborn, una de las grandes figuras del monasterio de Helfta, que vivió en el siglo XIII. Su hermana religiosa santa Gertrudis la Grande, en el VI libro de la obra Liber specialis gratiae (El libro de la gracia especial), en el que se narran las gracias especiales que Dios otorgó a santa Matilde, afirma así: “Lo que hemos escrito es bien poco en comparación con lo que hemos omitido. Únicamente para gloria de Dios y utilidad del prójimo publicamos estas cosas, porque nos parecería injusto mantener el silencio sobre tantas gracias que Matilde recibió de Dios no tanto para ella misma, en nuestro parecer, sino para nosotros y para los que vendrán después de nosotros” (Mechthild von Hackeborn, Liber specialis gratiae, VI, 1).
Esta obra fue redactada por santa Gertrudis y por otra hermana de Helfta y tiene una historia singular. Matilde, a la edad de cincuenta años, atravesaba una grave crisis espiritual, unida a sufrimientos físicos. En estas condiciones confió a dos hermanas amigas las gracias singulares con las que Dios la había guiado desde la infancia, pero no sabía que éstas lo anotaban todo. Cuando lo supo, se sintió profundamente angustiada y turbada. Pero el Señor la consoló, haciéndole comprender que cuanto se había escrito era para gloria de Dios y para bien del prójimo (cfr ibid., II,25; V,20). Así, esta obra es la fuente principal de la que obtener informaciones sobre la vida y la espiritualidad de nuestra Santa.
Con ella nos introducimos en la familia del Barón de Hackeborn, una de las más nobles, ricas y poderosas de Turingia, emparentada con el emperador Federico II, y entramos en el monasterio de Helfta en el periodo más glorioso de su historia. El Barón había ya dado al monasterio una hija, Gertrudis de Hackeborn (1231/1232 - 1291/1292), dotada de una destacada personalidad. Abadesa durante cuarenta años, capaz de dar una impronta peculiar a la espiritualidad del monasterio, llevándolo a un florecimiento extraordinario como centro de mística y de cultura, escuela de formación científica y teológica.
Gertrudis ofreció a las monjas una elevada instrucción intelectual, que les permitía cultivar una espiritualidad fundada en la Sagrada Escritura, en la Liturgia, en la tradición Patrística, en la Regla y espiritualidad cisterciense, con particular predilección por san Bernardo de Claraval y Guillermo de St-Thierry. Fue una verdadera maestra, ejemplar en todo, en la radicalidad evangélica y en el celo apostólico. Matilde, desde su juventud, acogió y gustó el clima espiritual y cultural creado por su hermana, ofreciendo después su impronta personal.
Matilde nació en 1241 o 1242 en el castillo de Helfta; es la tercera hija del Barón. A los siete años con su madre, visitó a su hermana Gertrudis en el monasterio de Rodersdorf. Quedó tan fascinada por ese ambiente que deseaba ardientemente formar parte de él. Entró como educanda y en 1258 se convirtió en monja del convento, que entre tanto se había transferido a Helfta, en la propiedad de los Hackeborn. Se distinguió por la humildad, fervor, amabilidad, limpieza e inocencia de vida, familiaridad e intensidad con que vivió su relación con Dios, la Virgen y los Santos. Estaba dotada de elevadas cualidades naturales y espirituales, como “la ciencia, la inteligencia, el conocimiento de las letras humanas, la voz de una suavidad maravillosa: todo la hacía adecuada para ser un verdadero tesoro para el monasterio bajo todos los aspectos” (Ibid., Proemio). Así, “el ruiseñor de Dios” – como se la llamaba – aún muy joven, se convirtió en directora de la escuela del monasterio, directora del coro, y maestra de novicias, servicios que llevó a cabo con talento e infatigable celo, no sólo en beneficio de las monjas, sino de todo el que deseara acudir a su sabiduría y bondad.
Iluminada por el don divino de la contemplación mística, Matilde compuso numerosas oraciones, Es maestra de fiel doctrina y de gran humildad, consejera, consoladora, guía en el discernimiento: “Ella – se lee – distribuía la doctrina con tanta abundancia que nunca se había visto en el monasterio, y tenemos, ¡ay! gran temor de que nunca vuelva a verse algo semejante. Las monjas se reunían a su alrededor para escuchar la palabra de Dios, como a un predicador. Era el refugio y la consoladora de todos, y tenía, como don singular de Dios, la gracia de revelar libremente los secretos del corazón de cada uno. Muchas personas, no sólo en el monasterio, sino también extraños, religiosos y seglares, llegados de lejos, atestiguaban que esta santa virgen les había liberado de sus penas y que nunca habían probado tanto consuelo como a su lado. Compuso además y enseñó tantas oraciones que si se reuniesen, superarían el volumen de un salterio” (Ibid., VI,1).
En 1261 llegó al convento una niña de cinco años de nombre Gertrudis: fue confiada a los cuidados de Matilde, con apenas veinte años, que la educa y la guía en la vida espiritual hasta hacer de ella no sólo su discípula excelente, sino su confidente. En 1271 o 1272 entra en el monasterio también Matilde de Magdeburgo. El lugar acogió así a cuatro grandes mujeres – dos Gertrudis y dos Matildes –, gloria del monaquismo germánico. En su larga vida transcurrida en el monasterio, Matilde sufrió continuos e intensos sufrimientos, a los que añadió las durísimas penitencias elegidas para la conversión de los pecadores. De este modo participó en la pasión del Señor hasta el final de su vida (cfr ibid., VI, 2). La oración y la contemplación fueron el humus vital de su existencia: las revelaciones, sus enseñanzas, su servicio al prójimo, su camino en la fe y en el amor tienen aquí su raíz y su contexto. En el primer libro de la obraLiber specialis gratiae, las redactoras recogen las confidencias de Matilde señaladas en las fiestas del Señor, de los santos y, de modo especial, de la Beata Virgen. Es impresionante la capacidad que esta santa tenía de vivir la Liturgia en sus varios componentes, incluso los más sencillos, llevándola a la vida monástica cotidiana. Algunas imágenes, expresiones, aplicaciones quizás están alejadas de nuestra sensibilidad, pero, si se considera la vida monástica y su tarea de maestra y directora de coro, se nota su singular capacidad de educadora y formadora, que ayuda a sus hermanas a vivir intensamente, partiendo de la Liturgia, cada momento de la vida monástica.
En la plegaria litúrgica Matilde dio particularmente relieve a las horas canónicas, a la celebración de la santa Misa, sobre todo a la santa Comunión. En ese momento a menudo se elevaba en éxtasis en una intimidad profunda con el Señor en su Corazón ardentísimo y dulcísimo, en un diálogo estupendo, en el que pedía iluminación interior, mientras intercedía de modo especial por su comunidad y por sus hermanas. En el centro están los misterios de Cristo hacia los cuales la Virgen María remite constantemente para caminar por el camino de la santidad: “Si deseas la verdadera santidad, estate cerca de mi Hijo; él es la santidad misma que lo santifica todo” (Ibid., I,40). En esta intimidad suya con Dios está presente el mundo entero, la Iglesia, los benefactores, los pecadores. Para ella Cielo y tierra se unen.
Sus visiones, sus enseñanzas, las circunstancias de su existencia se describen con expresiones que evocan el lenguaje litúrgico y bíblico. Se capta así su profundo conocimiento de la Sagrada Escritura, su pan cotidiano. Recurre continuamente a ella, sea valorando los textos bíblicos leídos en la liturgia, sea tomando símbolos, términos, paisajes, imágenes, personajes.
Su predilección era por el Evangelio: “Las palabras del Evangelio eran para ella un alimento maravilloso y suscitaban en su corazón sentimientos de tal dulzura que a menudo por el entusiasmo no podía terminar su lectura… El modo como leía esas palabras era tan ferviente que suscitaba la devoción en todos. Así también, cuando cantaba en el coro, estaba toda absorta en Dios, transportada por tal ardor que a veces manifestaba sus sentimientos con los gestos... Otras veces, elevada en éxtasis, no oía a las que la llamaban o la movían y a duras penas recuperaba el sentido de las cosas exteriores” (Ibid., VI, 1). En una de sus visiones, Jesús mismo le recomienda el Evangelio; abriéndole la herida de su dulcísimo Corazón, le dijo: “Considera cuán inmenso es mi amor: si quieres conocerlo bien, en ningún lugar lo encontrarás expresado más claramente que en el Evangelio. Nadie ha sentido nunca expresar sentimientos más fuertes y más tiernos que estos: Como mi Padre me ha amado, así os he amado yo (Jn. 15, 9)” (Ibid., I,22).
Queridos amigos, la oración personal y litúrgica, especialmente la Liturgia de las Horas y la Santa Misa son la raíz de la experiencia espiritual de santa Matilde de Hackeborn. Dejándose guiar por la Sagrada Escritura y nutrir por el Pan eucarístico, Ella recorrió un camino de íntima unión con el Señor, siempre en la plena fidelidad a la Iglesia. Esto es también para nosotros una fuerte invitación a intensificar nuestra amistad con el Señor, sobre todo a través de la oración cotidiana y la participación atenta, fiel y activa en la Santa Misa. La Liturgia es una gran escuela de espiritualidad.
La discípula Gertrudis describe con expresiones intensas los últimos momentos de la vida de santa Matilde de Hackeborn, durísimos, pero iluminados por la presencia de la Beatísima Trinidad, del Señor, de la Virgen, de todos los Santos, y también de su hermana de sangre Gertrudis. Cuando llegó la hora en que el Señor quiso llevarla con Él, ella le pidió poder vivir un poco más en el sufrimiento por la salvación de las almas, y Jesús se complació por este ulterior signo de amor.
Matilde tenía 58 años. Recorrió el último trecho del camino caracterizado por ocho años de graves enfermedades. Su obra y su fama de santidad se difundieron ampliamente. Llegada su hora, “el Dios de Majestad ... única suavidad del alma que le ama ... le cantó: Venite vos, benedicti Patris mei ... Venid, vosotros benditos de mi Padre, venid a recibir el reino ... y la asoció a su gloria” (Ibid., VI,8).
Santa Matilde de Hackeborn nos confía al Sagrado Corazón de Jesús y a la Virgen María. Invita a alabar al Hijo con el Corazón de la Madre y a alabar a María con el Corazón del Hijo: “¡Os saludo, oh Virgen veneradísima, en ese dulcísimo rocío, que del Corazón de la santísima Trinidad se difundió en vos; os saludo en la gloria y en el gozo con que ahora os alegráis eternamente, vos que con preferencia a todas las criaturas de la tierra y del cielo, fuisteis elegida antes aún de la creación del mundo! Amén” (Ibid., I, 45).
Santo Evangelio según San Lucas 18, 35-43. Lunes XXXIII de Tiempo Ordinario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, creo, pero aumenta mi fe.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Qué pasaría si estando por la calle de pronto vieras una multitud que atasca las avenidas; que toda la gente corre hacia el mismo lugar con cara de haber encontrado ese algo que desde siempre habían estado buscando? Muy probablemente te acercarías a la persona más cercana y le harías la pregunta obvia: ¿qué está pasando?
Acto seguido, la persona se acerca discretamente a ti y te susurra al oído: "es Jesús Nazareno".
Es decir, es Dios mismo el que pasa por aquí, es aquel al que le has pedido infinidad de cosas, es aquel que sabe lo más profundo de tu corazón, el que te ha redimido, el que te ha amado como nadie jamás lo hará y lo ha hecho.
Me imagino que te sumarías a la multitud con tal de siquiera poderle ver, aunque sea de lejos, y comenzarías a gritar, ¡Jesús¡, ¡Jesús!...
Evidentemente la historia podría ser diferente, sin embargo, es necesario recordar que Jesús está aquí. Es necesario recordar que Jesús se quiso quedar con nosotros en la Eucaristía. Así que -como el ciego- podemos de igual manera gritarle al Señor, teniendo la fe de que delante de nosotros está alguien que nos puede sanar, alguien que nos puede ayudar…alguien que nos ama y sabiendo que el Señor siempre está y nos dice en el silencio: Hijo, "¿qué quieres que haga por ti?"
El Hijo de Dios escuchó su grito: "¿Qué quieres que haga por ti?". El ciego le contestó: "Rabbunì, que recobre la vista!". Esta página del Evangelio hace visible lo que el salmo anunciaba como promesa. Bartimeo es un pobre que se encuentra privado de capacidades básicas, como son la de ver y trabajar. ¡Cuántas sendas conducen también hoy a formas de precariedad! La falta de medios básicos de subsistencia, la marginación cuando ya no se goza de la plena capacidad laboral, las diversas formas de esclavitud social, a pesar de los progresos realizados por la humanidad… Como Bartimeo, ¡cuántos pobres están hoy al borde del camino en busca de un sentido para su condición! ¡Cuántos se cuestionan sobre el porqué tuvieron que tocar el fondo de este abismo y sobre el modo de salir de él! Esperan que alguien se les acerque y les diga: "Ánimo. Levántate, que te llama".
(Mensaje de S.S. Francisco para la II Jornada Mundial de los pobres, noviembre de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Intentar hacer una visita al Santísimo, pidiéndole al Señor la gracia de reconocer su presencia en la Eucaristía.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Maestro, haz que pueda ver
La frase central del Evangelio que relata en encuentro de Bartimeo con Jesús, es sin duda ésta: “Anda, tu fe te ha salvado”. Porque lo más admirable de aquel ciego es su fe, su confianza inmensa. Él no creerá porque es curado, sino que es curado porque cree.
Seguramente ha oído hablar de Jesús y se ha enterado que va a pasar por aquel camino. Mientras pide limosna a los peregrinos que suben a Jerusalén, este pobre ciego pone toda su confianza en el que ha de venir: el Mesías.
Y cuando se da cuenta de que se acerca Jesús, se pone a gritarle con todas sus fuerzas. Le llama Hijo de David, que era el título con el que el pueblo designaba al Mesías prometido. De este Mesías se esperaba, entre otras promesas, que curara a los ciegos: de ahí la gran confianza de Bartimeo.
Y no se deja desanimar por los demás que le quieren hacer callar, porque sabe que ésta es su gran y tal vez única oportunidad. Grita con más fuerza. Y entonces Jesús le oye y lo manda llamar. Bartimeo, aumentada su confianza, se pone de unos saltos delante del Señor.
La pregunta de Jesús le ofrece la ocasión de expresar claramente cuál es su deseo y cuánta su confianza: pide y espera nada menos que el milagro de su curación. Y el Señor no decepciona su confianza devolviéndole la vista. Entonces Bartimeo da el paso siguiente que exige la fe auténtica en Cristo: le sigue por el camino.
Dios da su gracia a los que tienen fe y confianza. Una verdadera fe es la condición que Jesús exige siempre antes de realizar un milagro. Muchas veces en el Evangelio, el Señor rehusa los milagros que le piden. Es algo que experimentamos también nosotros: cuantas veces nuestras oraciones parecen estériles.
Incluso la Sma. Virgen, en las bodas de Caná, obtiene al principio una negativa: “Mi hora aún no ha llegado”. Pero María no se desanima como nosotros. Se queda esperando, con una confianza absoluta: “Haced lo que Él les diga”.
Jesús acaba escuchando siempre a los que insisten con una fe profunda, con una confianza total. Y así pasa también en el Evangelio de hoy: “Anda, tu fe te ha salvado”.
También nosotros deberíamos llegar a ser héroes de la confianza. Sin esta confianza hoy es imposible permanecer firme y victorioso, es imposible vencer el temor, la inseguridad, el descobijamiento. “Quien tiene confianza, lo posee todo”, solía decir el Padre José Kentenich, fundador del Movimiento Apostólico de Schoenstatt.
Debemos tener una confianza inquebrantable en el Padre Dios: en su poder de Padre, en su bondad de Padre, en su fidelidad de Padre.
Lo que el niño presupone de su papá, nosotros lo reconocemos en Dios, nuestro Padre. Todo cuanto Él prevé y realiza, es siempre expresión de su amor paternal. Por eso, si Dios está con nosotros, no podemos tener miedo. Es más fuerte siempre aquel que tiene a Dios por aliado.
Y entonces nos exhorta el Padre Kentenich: “Nuestra preocupación más grande debería ser, estar despreocupado en cada momento, no por negligencia, sino porque confiamos en Dios”.
Dios Padre también puede hacer duras exigencias a sus hijos. Pero siempre tenemos que estar convencidos de que Él nos ama, aún cuando no lo comprendemos. ¿Habrá un amor paternal mayor que aquel que asemeja a sus hijos con el Unigénito, pendiente en la cruz? Pero esto sólo lo hace con sus hijos predilectos.
Queridos hermanos, una confianza profunda en Dios, en todos los momentos de nuestra vida, no nos resultará fácil. Pero nuestra Madre en el cielo, la Sma. Virgen, nos guiará y nos ayudará en esto. En Ella confiamos filialmente.
Digámosle, por eso, todos juntos: “En tu poder y en tu bondad fundo mi vida; en ellos espero confiando como niño; Madre admirable, en Ti y en tu Hijo confío plenamente”.
¡Qué así sea! En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
¿Por qué se tocan las campanitas durante la Misa?
Este signo es muy característico, pero, ¿qué significa?
En cada celebración eucarística, cuando el sacerdote extiende sus manos sobre el pan y el vino, el acólito hace sonar la campanita y todos en la audiencia nos ponemos de rodillas. Asimismo, en cada elevación del Cuerpo y la Sangre de Cristo, se vuelven a escuchar las campanitas.Este signo es muy característico y, en lo personal, me gusta. Pero, ¿qué significa?
Antes del Concilio Vaticano II, la Misa se celebraba “mirando al oriente”, es decir, los fieles miraban al sacerdote de espaldas, quien en voz baja y en el idioma latín, dirigía la celebración. Esto ocasionaba que muchos asistentes se distrajeran y, por lo tanto, no comprendían lo que pasaba en cada momento de la celebración. De modo que las campanitas eran de mucha utilidad en el momento culmen de la consagración.
Cuando las campanitas se tocaban, era la señal para que cada quien tomara consciencia y prestara atención al milagro que estaba por suceder, Cristo mismo se hace presente en Cuerpo, Alma y Divinidad. Las campanitas, también se hacían oír durante la elevación de los dones y en las genuflexiones que el sacerdote realizaba.
Después del Concilio, el rito tridentino de la misa se modificó para quedar como lo conocemos ahora, denominado forma extraordinaria. Hoy, la eucaristía se celebra en la lengua de la región, con el sacerdote de cara a los fieles y en voz alta.
Que se hagan sonar las campanitas en el momento de la consagración, no es obligatorio y se deja a voluntad del ministro celebrante. La Instrucción General del Misal Romano en su numeral 150 refiere: “Un poco antes de la consagración, el ministro, si se cree conveniente, advierte a los fieles con un toque de campanilla. Puede también, según las costumbres de cada lugar, tocar la campanilla en cada elevación”.
Pero yo considero que su uso sigue siendo de mucha utilidad, puesto que, en la actualidad, la Misa resulta ser entendible y permite la participación activa, no falta aquella persona que en algunos momentos de la celebración se distraiga en otros pensamientos y pierda conciencia de los momentos importantes. Por lo que, en el momento de la plegaria eucarística, el sonido de las campanitas lo hará volver hacia el acontecimiento que se está celebrando en el altar.
Además, gracias a los signos visibles que contemplamos en la Misa, tales como los colores en las vestiduras de los sacerdotes, las imágenes, cantos, flores, velas, incienso o campanitas, es que podemos adentrarnos en la celebración de la que todos formamos parte y, de esa manera, ser conscientes de la importancia y el sentido de cada momento de la Eucaristía.
En consecuencia, el uso de las campanitas en la liturgia nos ayuda a recordar lo que estamos por vivir. Junto con todo el cielo y la Iglesia universal adoramos con gozo y piedad el sacrificio de aquel que se hace alimento para nosotros. Junto con el sonido de las campanitas elevamos nuestra alabanza al Señor, al Santo de los Santos.
En dinámica espera; XXXIII Domingo Ordinario
Para el discípulo cada instante es un momento de gracia y de presencia de Dios encarnada en la vida del hombre
Lecturas:
Daniel 12, 1-3: “Entonces se salvará el pueblo”
Salmo 15: “Enséñanos, Señor, el camino de la vida”
Hebreos 10, 11-14. 18: “Con una sola ofrenda Cristo hizo perfectos para siempre a los que ha santificado”
San Marcos 13, 24-32: “Congregará a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales”
“Es el fin del mundo”, explota desesperado Manuel junto con su esposa. Los acontecimientos que directa o indirectamente los han sacudido en los últimos días los tienen asustados. Los temblores, las lluvias torrenciales, la escasez de agua… todo ha venido a desestabilizar no sólo su economía sino su vida misma: “Nos estamos volviendo locos. No logramos reponernos de un desastre cuando ya se acerca el otro. No nos da tiempo ni de reponernos. Después aparece también la violencia, la inseguridad y tantos conflictos. Con mucha razón hay quienes afirman que ya está cercano el fin del mundo ¿Será cierto que terminaremos por destruir la tierra y que ya se acerca el momento final? ¿Qué les iremos a dejar a nuestros hijos? No quiero ni imaginarlo”. Termina diciendo.
Hablar del fin del mundo en nuestros días produce muy diferentes reacciones. Hay quienes adoptan una actitud catastrófica y terrorífica. Basándose en supuestas revelaciones o profecías, o bien ateniéndose a los datos que van arrojando los graves deterioros que el hombre causa a la naturaleza, se aventuran a predecir fechas cercanas y auguran situaciones insostenibles en la vida de nuestro planeta. En cambio a otros les da igual. Perciben su vida como un breve momento en un inimaginable devenir de la historia, no se preocupan ni de dónde vienen ni a dónde van, solamente les interesa el momento presente, vivirlo, disfrutarlo y no inquietarse por lo que vendrá después. Si ya de por sí la vida es difícil, ¿para qué cuestionarnos y preocuparnos por el mañana o, peor aún, por el futuro de la humanidad? Hay que vivir el momento presente sin angustias, es su afirmación. Ya en tiempos de Jesús y sus discípulos existía esta misma inquietud, aunque en otros términos y con otras expresiones, pero se cuestionaban seriamente por el mundo futuro y por la venida definitiva del Mesías.
El pasaje de San Marcos que leemos en este domingo es una parte de la respuesta que Jesús da a sus discípulos sobre los acontecimientos finales. Esa misma pregunta a todos nos inquieta, porque quisiéramos saber todo sobre la venida del Hijo del Hombre, o del encuentro definitivo con Dios. Quisiéramos que al menos se nos diera una señal para estar preparados. Pero Jesús no indica ni el día ni la hora, es más afirma: “Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre”. Y esto nos coloca en una actitud de espera frente a la sorprendente venida del Señor. No podemos angustiarnos con cada fecha que a uno u otro “inspirado” se le ocurre, pero tampoco podemos sentarnos con indiferencia a ver pasar el tiempo inútilmente. La respuesta de Jesús nos lleva primeramente a una actitud de atención a los signos de los tiempos. Las hojas de la higuera para el necio no tienen ningún sentido, para el sabio campesino implican el tiempo de ponerse a trabajar y a la búsqueda de instrumentos para aprovechar el tiempo propicio. Para el necio, la Palabra de Dios en la historia pasa desapercibida, para el discípulo cada instante es un momento de gracia y de presencia de Dios encarnada en la vida del hombre, que lo reta y lo alienta, que le descubre su amor y lo lanza en su seguimiento.
Lejos de la angustia, debemos responder a estas preguntas básicas. El reflexionar de dónde vengo y hacia dónde voy, qué hay en el más allá, nos debe suscitar una actitud de espera y de esperanza: de espera activa y dinámica, construyendo en compañía de Jesús; de esperanza viva, sabiendo que aquí y ahora se hace realidad la vida del Reino, que hay pequeños brotes que no pueden ser ahogados ni por la violencia ni por las tinieblas de la oscuridad. Pensar en nuestro encuentro definitivo con Dios despierta en nosotros el deseo de descubrir y acoger semillas y razones para esperar, y debemos recibir esas semillas, guardarlas en nuestro corazón y hacerlas fecundas. Cuando no se reconoce el propio origen ni se quiere tampoco mirar hacia nuestra meta final, se camina en la oscuridad, a tientas y dando tumbos. Se pierde la noción de nuestro peregrinar y se cae en sinsentidos y se aferra la persona a los bienes materiales y a las glorias del mundo. Se pierde el sentido de la dignidad humana tanto propia como la de los demás y todo se torna absurdo.
Hoy descubramos la grandeza de nuestro origen y la grandeza de nuestro fin. Si miramos de dónde venimos y a dónde vamos, si nos reconocemos como hijos e imagen de Dios y nos sentimos llamados a vivir participando de su misma vida, si estamos en búsqueda de una mayor identificación y participación divina, nuestro actuar de cada día se llenará de entusiasmo y esperanza a pesar de los nubarrones que turban y esconden esa semejanza con Dios. Cada acción nuestra tendrá el ideal trinitario y comunitario al cual debe tender la humanidad. Estaremos construyendo con nuestras pequeñas vidas, aparentemente insignificantes, la imagen de nuestro Dios Amor. Que hoy queden en nuestro corazón esas preguntas para responderlas en diálogo confidente con Dios: ¿Qué pienso de mis orígenes? ¿Qué pienso de mi final? ¿Cómo influyen en mi vida diaria?
Concédenos, Señor, tu sabiduría para descubrir la grandeza de nuestros orígenes y mirar con esperanza la felicidad verdadera a la cual estamos llamados, y así nos dispongamos a servirte con alegría a Ti y a nuestros hermanos mientras dura nuestro peregrinar. Amén.
¿Por qué se les dice benditas a las almas del purgatorio?
El purgatorio, un lugar que tiene una sola dirección: "hacia el cielo".
Santa Gertrudis la Grande es quizás mejor conocida por su devoción a las almas del purgatorio, y son muchos católicos quienes se preguntan por qué en una de sus oraciones más conocidas las cataloga de “benditas”.
“Padre eterno, yo te ofrezco la preciosísima sangre de tu Divino Hijo Jesús, en unión con las misas celebradas hoy día a través del mundo por todas las benditas ánimas del purgatorio, por todos los pecadores del mundo. Por los pecadores en la iglesia universal, por aquellos en propia casa y dentro de mi familia”, se lee en la oración mencionada.
El P. Joseph G. Hubbert, profesor en el departamento de estudios religiosos de la Universidad de Niágara, dijo en una entrevista concedida al National Catholic Register que en los tiempos de Santa Gertrudis (1256-1302) el purgatorio era considerado un lugar “bendito” porque permitía “un respiro del sufrimiento aquí en la tierra, un sufrimiento diferente al sufrimiento del purgatorio”.
El presbítero también señaló que con la muerte, el purgatorio representa un lugar que tiene una sola dirección: “hacia el cielo”.
En el artículo del Register, escrito por el columnista católico Kevin Di Camillo, se sostiene que esto “no quiere decir que el viaje a través del purgatorio sea fácil o sin dolor”.
“De hecho, aunque los Doctores de la Iglesia de San Agustín a San Gregorio el Grandetocaron el fuego purificador del purgatorio, a Santo Tomás de Aquino le recordó que el dolor más pequeño en el purgatorio es peor que el mayor sufrimiento en la tierra. Sin embargo, esta agonía es compensada por la ‘certeza de la salvación’”, indica el texto.
El autor del artículo concluyó que es esa “certitud de salvación” la que hace que las almas en el purgatorio sean almas “benditas”. “Aunque ciertamente también son almas ‘pobres’, en relación con las almas en el Cielo que están experimentando la visión beatífica”, añadió.