Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre
- 29 Noviembre 2018
- 29 Noviembre 2018
- 29 Noviembre 2018
V. POBREZA ESPIRITUAL Y LIBERTAD
- LA NECESIDAD DE SER
Una de las necesidades más imperiosas en el hombre es la de su identidad (En el plano psicológico y espiritual la necesidad más profunda del hombre es el amor: amar y ser amado. A esta necesidad de amor, de comunión, aparecen inevitablemente ligadas otras necesidades fundamentales: la de la verdad (para amar hay que conocer) y la de la identidad (para amar hay que ser). A estas tres necesidades fundamentales les corresponden las tres facultades espirituales que distingue la teología tradicional: la voluntad, la inteligencia y la memoria. Las virtudes teologales permiten encontrar en la relación con Dios la satisfacción última de estas necesidades: la fe posibilita el acceso a la verdad, la esperanza ayuda a hallar en Dios la seguridad y la identidad, y la caridad nos hace vivir en comunión de amor con Dios y con el prójimo.): tenemos necesidad de saber quiénes somos, de existir a nuestros propios ojos y a los de los demás. Todos vivimos una «falta de ser», una falta extremadamente profunda. Tan arraigado está este deseo de identidad, que puede conducir a aberraciones: algo que constatamos especialmente hoy en día en hombres y mujeres (jóvenes la mayoría) que son capaces de presentar la apariencia más inverosímil por el simple hecho de existir ante ellos mismos y ante los demás según unos modelos propuestos por el ambiente cultural o los criterios de una moda cambiante con los que se identifican. Los medios de comunicación son el vehículo que difunde este aluvión de modelos: el joven y dinámico ejecutivo, el futbolista de la selección, la top-model, o el amo del barrio...
En un plano muy superficial, con frecuencia esta necesidad tiende a saciarse con el tener, con la posesión de bienes materiales o con determinado estilo exterior de vida: me identifico con mis bienes, mi aspecto físico, mi moto y mi yate... Se produce entonces una terrible confusión al pretender colmar la necesidad de ser con el tener. Las cosas pueden hacer ilusión durante algún tiempo, pero ésta no durará mucho: los sinsabores llegarán enseguida... ¡Cuántas personas han acabado dándose cuenta de que sólo se interesaban por ellas a causa de su dinero, y no de ellas mismas! Y, tras haber vivido algún tiempo como los «reyes de la fiesta», de repente se encuentran devueltos a una terrible soledad.
En un plano algo más elevado, se busca satisfacer la necesidad de ser a través de la adquisición y el ejercicio de ciertos talentos (deportivos, artísticos o intelectuales). Aunque a primera vista parece un medio mejor que el anterior, hay que estar atentos al peligro de confundir el ser con el hacer, identificando a la persona con el conjunto de sus talentos o aptitudes. Porque ¿somos solamente eso? ¿Y si pierdo mis facultades? ¿Si soy el mejor futbolista del mundo y acabo en una silla de ruedas? ¿Si me conozco al dedillo toda la literatura francesa y pierdo la memoria a raíz de un accidente? ¿Qué seré yo entonces ... ?
Claro está que la tendencia a constituirse un ser sobre la base del hacer cuenta con un aspecto positivo en la construcción de la persona, que se desarrolla mediante el ejercicio de sus diferentes capacidades. Es normal y bueno que alguien se descubra capaz de hacer tal cosa o tal otra y ponga en marcha todo su potencial para así saber quién es, para adquirir confianza en sí mismo y experimentar la alegría de exprimir los talentos que se le han confiado. La educación y la pedagogía se basan en buena medida sobre esta tendencia, y así debe ser.
Pero no podemos identificar a la persona con la suma de sus aptitudes: es mucho más que eso. No se puede juzgar a alguien solamente por sus facultades; cada persona posee un valor y una dignidad únicas, independientes de su «saber hacer». Y, si no se percibe así, existe el grave peligro de, frente a un fracaso, caer en una profunda «crisis existencial»; o de mantener respecto a los demás una actitud de menosprecio cuando nos topemos con sus limitaciones o con su falta de capacidad. Todo ello puede malograr las relaciones entre personas e impedirles acceder a esa gratuidad de la que hemos hablado en el capítulo anterior y que es propia del amor. ¿Qué lugar queda para los pobres o los discapacitados en un mundo en el que la persona sólo existe en función de su eficacia, o del bien visible que está en situación de producir?
- ORGULLO Y POBREZA ESPIRITUAL
A este propósito, considero interesante dedicar unas reflexiones a la problemática del orgullo. Todos nacemos con una profunda herida que vivimos con una falta: la falta de ser; e intentamos llenar este vacío por compensación, lo que lleva a cualquier ser humano a constituirse una identidad compensatoria que variará en unos y otros según la forma que adopte la herida. Así es como nos fabricamos un «ego», diferente del auténtico «ser», de modo similar a como se infla un globo. Este «yo» artificial posee ciertas características propias: por ser artificial, requiere un gran gasto de energía para sostenerse; y, como es frágil, necesita ser defendido. El orgullo y la dureza siempre van unidos.
Los límites de este globo, lejos de ser flexibles, se mantienen vigilados por «tumos de guardia» que protegen esta identidad ficticia: ¡y ay de quien la discuta o la amenace!; ¡ay de quien la ponga en cuestión o entorpezca la expansión de nuestro yo!, pues se convertirá en objeto de sus violentas o agresivas reacciones. Cuando el Evangelio dice que debemos «morir a nosotros mismos», en realidad alude a la muerte de ese «ego» -ese yo fabricado artificialmente- para que pueda aparecer el «ser» auténtico regalado por Dios.
Evidentemente, esta misma problemática la encontramos también en el terreno de la vida espiritual, donde la búsqueda de identidad es ---como en cualquier otro terreno - extremadamente activa.
La tendencia a construir un «yo» en el plano de la vida espiritual puede considerarse normal y positiva: constituye un resorte del crecimiento humano y espiritual; una motivación para progresar, adquirir dones y talentos e imitar este o aquel modelo que nos atrae y con el que nos identificamos en mayor o menor medida. Desear ser alguien en el terreno religioso -alguien como San Francisco de Asís, o como la Madre Teresa- puede constituir el inicio de un camino de santidad o la respuesta a la vocación. Desde luego, siempre es mejor ambicionar «ser alguien» de acuerdo con los valores evangélicos que «destacar» entre granujas...
Pero se trata de una problemática peligrosa si no se supera. Buscamos cómo realizarnos según determinadas virtudes o cualidades espirituales; lo cual significa que, de modo inconsciente, nos identificamos con el bien que somos capaces de hacer. Evidentemente, hacer el bien (rezar, ayunar, entregarse al servicio del prójimo, ser apostólico, tener tal carisma, etc.) es algo bueno. Pero resulta extraordinariamente peligroso identificarnos con el bien espiritual del que somos capaces.
Porque esa identidad, a pesar de ser superior a la identidad con las riquezas materiales o con los talentos humanos, no es menos frágil o artificial que éstas: llegará el día en que tal o cual virtud sufra un descalabro, o en que se nos quite esta o aquella cualidad espiritual en la que destacábamos. ¿Cómo recibiremos estos golpes si nos identificamos con nuestros logros espirituales? He conocido a más de un religioso entregado en cuerpo y alma al apostolado o a cualquier otra buena causa que, el día en que la enfermedad o un superior lo apartan de ella, sufre una profunda crisis, hasta el punto de no saber quién es.
Esta identificación de uno mismo con el bien que es capaz de hacer conduce al orgullo espiritual: de forma más o menos consciente, nos consideramos el origen o el autor de ese bien; y, en lugar de reconocer la verdad, es decir, que todo el bien de que somos capaces de llevar a cabo es un don gratuito de Dios, nos lo atribuimos a nosotros. El bien que hagamos no es de nuestra propiedad, sino un estímulo que Dios nos concede. ¿Qué tienes tú que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?', nos recuerda San Pablo. El orgullo nos empuja a juzgar a quienes no hacen ese bien del que nos envanecemos, o a impacientarnos con los que nos impiden llevar a cabo nuestro proyecto; etc.
Orgullo, dureza, desprecio del prójimo; y también temor y desaliento: he aquí los resultados inevitables de la confusión entre el yo y mis talentos; y los fracasos serán mal asumidos, porque en lugar de aceptarlos como los incidentes lógicos, e incluso provechosos, del camino, los viviremos dramáticamente como un ataque contra nuestro ser, como una amenaza a nuestra identidad. De ahí también el excesivo temor al fracaso.
Así pues, tenemos que afirmar de modo rotundo que el hombre es más que el bien que está en condiciones de hacer: es hijo de Dios -haga o no haga el bien, e incluso siendo incapaz de hacerlo- y siempre será hijo de Dios, porque los dones y la llamada de Dios son irrevocables. Nuestro Padre del cielo no nos quiere por el bien que hacemos: nos ama gratuitamente, por nosotros mismos, porque nos ha adoptado para siempre com hijos suyos. Esta verdad que descubrir es la gran apuesta de la frecuente «crisis de los cincuenta»: después de pasar años volcados en el activismo, a los cincuenta nos encontramos con un gran vacío interior, pues hemos vivido en el «hacer», olvidando proveemos de los medios para acoger nuestra verdadera e inalienable identidad: la de un hijo de Dios amado no por lo que hace, sino por lo que es
Así se comprende el inmenso valor de la virtud contraria al orgullo: la humildad o pobreza espiritual, que pone nuestro yo a salvo de cuanto pudiera suponer un peligro. Si nuestro tesoro está en Dios, nadie nos lo podrá arrebatar. La humildad es la verdad: yo soy el que soy; no una estructura artificial, frágil y siempre amenazada, sino lo que soy a los ojos de Dios: un niño pobre que no posee nada, un niño que todo lo recibe, pero infinitamente amado y totalmente libre; un niño que no tiene miedo a nada, ni nada que perder, porque ya lo posee todo por adelantado del amor gratuito y benevolente del Padre, que un día le dijo estas palabras definitivas: Todo lo mío es tuyo.
Nuestra verdadera identidad, mucho más profunda que el tener o que el hacer, -e incluso que las virtudes morales y las cualidades espirituales, es la que vamos descubriendo poco a poco viviendo bajo la mirada de Dios; la que nadie, ni ningún acontecimiento, ni ninguna caída, ni ningún fracaso podrán arrancarnos nunca. Nuestro tesoro no es de esos que devoran la polilla y el orín6: nuestro tesoro está en el cielo, es decir, entre las manos de Dios. No depende de las circunstancias, ni de lo que tenemos o dejamos de tener, ni --en cierto modo- tampoco de lo que hagamos o no, de nuestros éxitos y nuestros fracasos: sólo depende de Dios, de su benevolencia y su bondad inmutables. Nuestra identidad, nuestro «ser» tiene otro origen distinto de nuestros actos, y mucho más profundo: el amor creador de Dios que nos ha hecho, a su imagen y nos ha destinado a vivir siempre con El, que es el amor que no puede volverse atrás.
A este respecto me gustaría citar un hermoso pasaje de una ensayista contemporánea que ya hemos mencionado antes. «El amor es lo que queda cuando ya no queda nada más. En lo más hondo de nosotros, todos lo recordamos cuando -más allá de nuestros fracasos, de nuestras separaciones, de las palabras a las que sobrevivimos- desde la oscuridad de la noche se eleva, como un canto apenas audible, la seguridad de que, por encima de los desastres de nuestras biografías, más allá incluso de la alegría, de la pena, del nacimiento, de la muerte, existe un espacio que nadie amenaza, que nadie ha amenazado nunca y que no corre ningún peligro de ser destruido: un espacio intacto que es el del amor que ha creado nuestro ser»
Todo esto no quiere decir que el modo en que nos conduzcamos sea indiferente: en la medida de lo posible, hay que hacer el bien y evitar el mal, pues el pecado nos hiere a nosotros y a los demás, y sus estragos son costosos y lentos de reparar; lo que significa es que no tenemos derecho a confundir a alguien con el mal que comete (lo cual supondría acorralar a esa persona y perder toda esperanza respecto a ella), ni a identificar a nadie (y menos aún a uno mismo) con el bien que haga.
- LAS PRUEBAS ESPIRITUALES
Estas últimas reflexiones arrojan luces interesantes sobre la pedagogía divina empleada con cada uno de nosotros y acerca del significado de las pruebas en la vida interior.
En mi opinión, las pruebas que se pueden atravesar en la vida cristiana --esas «purificaciones» en el lenguaje de la mística- no poseen otro sentido que el de obrar la destrucción de cuanto hay de artificial o de «construido» en nuestra personalidad, de modo que pueda emerger nuestro ser auténtico y sepamos lo que somos para Dios. Las noches espirituales son -podríamos decir- empobrecimientos en ocasiones muy rudos, que eliminan radicalmente en el creyente toda posibilidad de apoyarse en sí mismo, en sus conocimientos (humanos o espirituales), en sus talentos y capacidades e incluso en sus virtudes. Y, sin embargo, son empobrecimientos beneficiosos porque le ayudan a poner su identidad allí donde realmente está. En la noche espiritual el hombre se descubre absolutamente pobre e incapaz de cualquier bien y cualquier amor, y capaz de todos los pecados que existen en el mundo. Una experiencia muy dolorosa cuando, por ejemplo, una persona que ama al Señor atraviesa una fase durante la cual no detecta en sí misma ni el más mínimo átomo de fervor, pero si un profundo disgusto por las cosas espirituales. Haber entregado la vida a Dios y verse incapaz hasta del más insignificante movimiento hacia Él constituye un terrible sufrimiento, pues lo que parece haberse perdido es el significado mismo de la vida. En las pruebas de este tipo la persona no pierde el amor a Dios, pues su ser continúa profundamente orientado a El, pero sí el sentimiento amoroso. Aunque el amor existe, se percibe como sufrimiento: el sufrimiento de sentirse incapaz de amar, o el de no amar lo suficiente...
El fruto de esta prueba, sin embargo, es éste: impedir al hombre toda posibilidad de apoyarse en el bien de que es capaz para que la misericordia divina se convierta en el único fundamento de su vida. Se trata de una auténtica revolución interior: hacer que no nos apoyemos en nuestro amor a Dios, sino exclusivamente en el amor que Dios nos tiene. En una ocasión, un sacerdote me dijo en confesión: cuando ya no creas en lo que tú puedes hacer por Dios, continúa creyendo en lo que Dios puede hacer por ti.
Porque, de modo progresivo y paralelamente al terrible empobrecimiento que experimenta quien está pasando esta prueba y no se desalienta, sino que espera en el Señor, comienza a percatarse de algo que hasta ese momento sólo era para él una piadosa expresión, convertida ahora en experiencia de vida: Dios no me ama a causa del bien de que soy capaz, o del amor que le tengo, sino que me ama de manera absolutamente incondicional, en virtud de Él mismo, de Su misericordia y de Su ternura infinita; en virtud de su sola Paternidad con respecto a mí.
Esta experiencia provoca en la vida cristiana un vuelco fundamental que supone una inmensa gracia: el cimiento de mi relación con Dios.
San Saturnino de Toulouse, obispo y mártir
En Toulouse, de la Galia Narbonense, conmemoración de san Saturnino, obispo y mártir, que, según la tradición, en tiempo del mismo Decio fue detenido por los paganos en el Capitolio de esta ciudad, y arrastrado por las escaleras desde lo alto del edificio, hasta que, destrozados la cabeza y el cuerpo, entregó su alma a Cristo.
El santo de las canciones infantiles, san Serenín, es también el que da su nombre a una de las iglesias románicas más hermosas del mundo, Saint-Sernin de Toulouse o Tolosa del Languedoc, ciudad de la que fue el primer obispo.
La tradición le supone griego, nacido en Patras, pero naturalmente es un disparate creer que le bautizó san Juan Bautista, que fue discípulo de los apóstoles y que era uno de los que asistieron a la Santa Cena (hubo ciertos hagiógrafos no muy respetuosos con la cronología) Lo que sí es posible es que a comienzos del siglo III el Papa san Fabián le enviase a la Galia.
De su vida se sabe muy poco, pero se cree que misionó en su amplio territorio a ambos lados del Pirineo y que mandó a su discípulo Honesto para evangelizar Pamplona; también se cree que el propio san Saturnino visitó la capital Navarra y que fue maestro del san Fermín pamplonés.
Más seguras parecen las referencias a su muerte, en la época de la persecución de Decio: los sacerdotes paganos de Tolosa le atribuyeron el mutismo de sus ídolos, que habían dejado de emitir oráculos, y cuando el obispo pasaba cerca del templo de Júpiter la muchedumbre se apoderó de él y le ató a un toro que iba a ser inmolado. El animal echó a correr arrastrando al mártir.
En torno a sus reliquias se construyó primero una abadía y luego la basílica actual, que visitaban todos los peregrinos de Santiago, y así fue como su culto se extendió por España y todo el norte de Francia.
Saturnino de Toulouse, Santo
Obispo y Mártir, 29 de noviembre
Obispo y Mártir
Martirologio Romano: En Toulouse, de la Galia Narbonense, conmemoración de san Saturnino, obispo y mártir, que, según la tradición, en tiempo del mismo Decio fue detenido por los paganos en el Capitolio de esta ciudad, y arrastrado por las escaleras desde lo alto del edificio, hasta que, destrozados la cabeza y el cuerpo, entregó su alma a Cristo († c. 250).
Breve Biografía
La ciudad de Toulouse, en el Languedoc francés, muestra con orgullo su magnífica e impresionante catedral —joya del románico— de Saint-Sernin. Tiene cinco naves, vasto crucero y un coro deambulatorio con capillas radiadas.
San Saturnino —nuestro conocido y tantas veces cantado Sanserenín de las canciones y juegos infantiles— fue el primer obispo de esta parte de la Iglesia.
No se conoce nada anterior a su muerte. Todo lo que nos ha llegado es producto del deseo de ejemplarizar rellenando con la imaginación y la fantasía lo que la historia no es capaz de decir. A partir de unos relatos probables se suman otros y otros más que lo van adornando como descendiente de familia romana — el nombre es diminutivo del dios romano Saturno— culta, adinerada, noble e incluso regia hasta llegar a las afirmaciones de Cesareo de Arlés que, nada respetuoso con la cronología, lo presenta candorosamente como oriundo de Oriente, uno más de los discípulos del Señor, bautizado por Juan Bautista, presente en la última Cena y en Pentecostés. Ciertamente es el comienzo de la literatura legendaria.
Lo que consta es que la figura está enmarcada en el siglo III, en tiempos de la dominación romana, después de haberse publicado, en el año 250, los edictos persecutorios de Decio, cuando la zona geográfica de Tolosa cuenta con una pequeña comunidad cristiana pastoreada por el obispo Saturnino que por no caer en idolatría, quemando incienso a los dioses, sufre el martirio de una manera suficientemente cruel para que el hecho trascienda los límites locales y la figura del mártir comience a recibir culto en el interior de las Galias, en la ribera mediterránea y pase también los Pirineos hacia España.
En tiempos posteriores, facilita la extensión de esta devoción el hecho de que el reino visigodo se prolongue hasta España lo que conlleva el transporte de datos culturales; también el peregrinaje desde toda Europa a la tumba el Apóstol Santiago en Compostela hace que los andariegos regresen expandiendo hacia el continente la devoción saturniniana, al ser Tolosa un punto de referencia clásico en las peregrinaciones, y con ello los peregrinos entran en contacto con las reliquias del mártir.
El martirologio romano hace su relación escueta en estos términos: "En Tolosa, en tiempo de Decio, San Saturnino, obispo, fue detenido por los paganos en el Capitolio de esta villa y arrojado desde lo alto de las gradas. Así, rota su cabeza, esparcido el cerebro, magullado el cuerpo, entregó su digna alma a Cristo".
Los relatos siguientes lo presentan atado con cuerdas a un toro que estaba dispuesto para ser sacrificado y que lo arrastra hasta dejarlo muerto y destrozado. Dos valientes cristianas —Les Saintes-Puelles— recogen su cuerpo y lo entierran cerca de la ruta de Aquitania.
El obispo Hilario hizo construir sobre la tumba de su antecesor una pequeña basílica que reformó san Exuperio en el siglo V y que destruyeron los sarracenos en el 711. Edificada lentamente durante el siglo XI, la consagró en papa Urbano II el año 1096 para que, en el 1258, el obispo Raimundo de Falgar depositara en su coro los restos de san Saturnino.
Santo Evangelio según San Lucas 21, 20-28. Jueves XXXIV de Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, enséñame a ser libre para caminar en santidad.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El Evangelio del día te invita a confiar en Dios en los momentos difíciles. Muchas veces parece que todo está perdido y es ahí cuando la desesperación comienza a ganar terreno al implantar temor y desconfianza; basta que recordemos aquella frase que dice: "después de la tormenta viene la calma".Ciertamente vemos que el mundo convulsiona y que ya no hay remedio ante la inminente destrucción del planeta, de la familia - núcleo de toda sociedad -, de los valores morales, de la razón - cuántos países vemos que en vez de ayudar a las personas no las aceptan; asimismo, crean leyes que les reconocen sus desviaciones como legales, etc.-; en definitiva, vemos un mundo que no tiene remedio y que va camino a su propia destrucción …
Pero a pesar de lo mal que pinta el panorama, Jesús asegura que la liberación está cerca.Libres seremos pronto de enarbolar las banderas de la Verdad, del Amor, de la Paz y la Justicia; libres para caminar en santidad; libres para alcanzar la felicidad en plenitud.
Que san José y la Virgen María te guíen en este valle de lágrimas para que, junto a ellos, alcances la libertad que Dios promete.
El Evangelio, que en tiempo de pruebas da fuerza y alma a la lucha por la liberación, en el tiempo de la libertad es luz para el viaje diario de las personas, familias, sociedades y es la sal que da sabor a la vida ordinaria y la preserva de la corrupción de la mediocridad y de los egoísmos.
(S.S. Francisco, 26 de septiembre de 2018)
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Procuraré expresarme con benedicencia.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Mientras más difícil, más confía en Dios
Pruebas difíciles que Dios y el tiempo se encargó de remediar
Tenemos muchos años de casados . En todos este tiempo hemos sido bendecidos con ratos felices y con ratos difíciles. Los momentos felices han sido muchos, pero los más felices, para los dos, han sido los nacimientos de nuestros siete hijos. Desde un inicio nosotros nos comprometimos a dejar que Dios planificara nuestro matrimonio (nunca nos imaginamos que lo fuera a hacer del modo que lo hizo, ya lo verá). Durante los dos primeros años, nos sentimos fracasados al ver que pasaban los meses y no venían los niños, incluso empezamos a considerar la posibilidad de adoptar uno. Ahora que miramos para atrás, eso nos parece simpático, al mismo tiempo que agradecemos a Dios nuestros siete hijos. El nacimiento de cada uno de ellos ha sido diferente y cada uno de ellos con su única personalidad, han traído muchas bendiciones para nuestra familia.
Algunos de los momentos de mayor paz y gozo son cuando vamos a misa y vemos a nuestras ya hijas casadas o a nuestros hijos adolescentes participar en la liturgia, o simplemente cuando rezamos juntos en familia, o festejamos algún logro de nuestros hijos.
Durante nuestro matrimonio hemos disfrutado muchos ratos de felicidad como pareja. No hemos tenido la oportunidad de irnos a unas largas vacaciones o de viajar en yate, aunque sí nos hubiera gustado. Sin embargo, hemos considerado muy importante el salir juntos una vez a la semana. A veces, salimos sólo salido a beber una Coca-Cola o a tomar un helado. No hemos sido fieles siempre al respecto pero es un propósito extremadamente útil cuando sube la tensión y el estrés.
En nuestro matrimonio también hemos sufrido muchas pruebas. Cada una de ellas nos ha provocado usar la fe en Dios y en cada uno. A veces, al crecer nuestra fe, parecía aumentar también la severidad de las pruebas.
Nuestra primera prueba fue poco después de nuestro tercer aniversario. Mi marido se puso enfermo en octubre de 1970. Hospitalizado por más de seis semanas, no sabíamos aún qué clase de enfermedad tenía. Estuvimos sin recibir su sueldo y él tenía que recibir tratamiento médico a 130 Kms. de donde trabajábamos y vivíamos. Tuve que abandonar la casa que habíamos alquilado y me fui a vivir con mis papás para ahorrar dinero y obtener ayuda para nuestra hija de cuatro meses. La semana antes de Navidad, un examen reveló que mi marido no tenía cáncer, cosa que habíamos temido. Tenía en una condición llamada “sarcoidosis”, la cual era tratable y se podía curar.
Durante los años siguientes vinieron, lo que podríamos llamar, “pruebas matrimoniales”. Nacieron otro hijo y otra hija. También tuvimos nuestros discrepancias y pleitos, unos más graves que otros, y algunos pusieron nuestro matrimonio a prueba de fuego. Durante este período experimentamos un profundo crecimiento espiritual, seguido por la decisión, en mi caso, de dedicarme más al hogar.
En 1982 tuve un aborto natural. En marzo, me di cuenta de que estaba embarazada con nuestro cuarto hijo. En abril lo perdí, un hecho dolorosísimo para mi marido y para mí. Esto probó nuestra fe en la Providencia de Dios para con nuestras necesidades. Al preguntarle a Dios, su respuesta fue simplemente: “Confía en mí”.
En junio, el socio de negocios de mi marido canceló el seguro de salud de la compañía, debido a problemas financieros. Antes de que pudiéramos obtener otro seguro, me di cuenta de que estaba embarazada una vez más. Un día mientras rezaba a Dios acerca de nuestros problemas con los gastos médicos, oí que Dios me susurraba al corazón: “Yo soy el dueño del ganado de mil colinas; confía en Mí, yo me encargo”. En septiembre, saltamos de gozo al saber que íbamos a tener gemelos. Pareció como si Dios hubiera restituido la vida que creíamos haber perdido. Cuando di a luz a los gemelos en marzo de 1983, un bienhechor anónimo pagó la factura médica y hubo suficiente dinero para pagar toda la factura del hospital. Para nuestro consuelo, además eran dos hijos muy sanos.
El año 1984 nos encontró esperando nuestro sexto hijo, otra vez sin seguro, y con pruebas adicionales. En agosto de 1983 a mi marido y su socio les encomendaron un contrato fuera del estado para renovar una iglesia bastante grande. Yo cuidé de nuestros tres hijos mayores y de los gemelos de tres meses sin mi marido, pues solía irse los lunes por la mañana hasta la tarde del viernes, todas las semanas desde agosto del ‘83 hasta enero del ‘84. Al comenzar el nuevo año, mi marido y su socio fueron al consejo de la parroquia para pedirles más tiempo y más dinero debido a varios problemas con el trabajo y a la inflación que en aquel entonces aquejaba a toda la nación. El consejo rechazó su petición y les llevaron a juicio, por lo que la compañía quebró. Empezamos febrero del ‘84 sin sueldo y con el jaleo de encontrar un abogado de finanzas para cerrar el negocio. En marzo, de nuevo embarazada. Mi marido se pasó el resto del año en paro. Y, como siempre, Dios fue fiel, y cuando nuestro hijo nació en noviembre, una vez más apareció el dinero para pagar al doctor y al hospital. Mi marido encontró un trabajo el mes siguiente.
Sin embargo, lo que parecía el comienzo, lleno de esperanza, de un nuevo año –1985- , terminó siendo una prueba mayor, muy dura, para los dos. El nuevo trabajo de mi marido consistía en vender diversos productos en una zona que comprendía varios estados. Después de cinco meses de duro trabajo y mucho esfuerzo, se dio cuenta de que con ese nuevo puesto no podía mantener a la familia y regresó a trabajar en el campo de la enseñanza. Yo sabía que él había hecho esta decisión en la oración, pero de todas maneras yo la recibí con un gran dolor en mi corazón. Dándome cuenta del sueldo que íbamos a recibir, temí que yo también tendría que dedicarme a enseñar otra vez. Durante los dos meses siguientes recé, con lágrimas en los ojos, al seguir escuchando un mensaje al que me rebelaba. Finalmente, una tarde fui con el Señor con un corazón agobiado, y oré por cuatro horas, pidiéndole que me mostrara sus caminos. Por medio de unos pasajes de la Sagrada Escritura me guió, me habló amablemente pero al mismo tiempo firmemente, y ya no dudé más de Su Voluntad.
La decisión que mi esposo y yo escuchamos en nuestra oración fue dolorosa, pero después vino otro sufrimiento mucho más grande, que opacó por completo esa decisión. Pasado un mes, al comenzar el nuevo año escolar, nos enteramos que nuestra hija mayor –una joven de quince años, muy guapa e inteligente, estudiante con matrícula de honor, a punto de comenzar su segundo año de Secundaria- estaba embarazada. Nuestro mundo y el suyo quedaron de pies a cabeza.
En los meses siguientes parecía que aquella situación nos aplastaba más de lo que podíamos aguantar: el reajuste al tener que volver al trabajo, un salario mínimo, aprietos económicos, y una hija embarazada… Pero Dios usa todo para el bien, tal y como Él nos prometió.
Rezamos juntos para pedir fortaleza y luz, para descubrir el lado positivo de todos estos “dolores de cabeza”. Dios respondió fielmente.
En la clase de nuestra hija otra joven quedó embarazada. Ella era una estudiante muy famosa y muy activa. Algunas de sus amigas más cercanas propusieron llevarla a una clínica para abortar a otra ciudad, a unas dos horas de distancia. Como nuestra hija también estaba embarazada, el grupo le confió su plan. Nuestra hija llevó desde nuestra casa unas revistas y folletos ‘pro-vida’, para compartirlas con sus amigas de la escuela. Al final, cambiaron de parecer cinco de las seis chicas que habían organizado el viaje, salvando así la vida del niño (y tal vez de los que pudieran venir en el futuro).
Llegó el momento, y dimos la bienvenida a nuestra nieta, y orientamos lo mejor que pudimos a nuestra hija en medio de sus luchas, en su doble papel de estudiante y de mamá, bajo nuestro techo y guía. Nosotros le ofrecimos nuestro apoyo y nuestra compresión en sus problemas, pues su novio, desbordado por el embarazo y la paternidad, prefirió dedicarse a otros intereses. Festejamos la graduación de nuestra hija, la tercera en una clase de 150, y además fue aceptada en una universidad vecina con una beca completa. En su último año de universidad, empezó a salir otra vez con el padre de su hija, quien había recapacitado sobre la jerarquía de sus intereses y afectos. Se casaron justo antes de su graduación de la universidad, y ahora tienen otra hija, una niña preciosa.
Unos meses después del nacimiento de nuestra nieta, nos dimos cuenta de que íbamos a tener nuestro séptimo hijo. Con su nacimiento en noviembre del ’87, teníamos ya cinco hijos en casa por debajo de los 5 años de edad. En menos de cinco años, Dios había bendecido nuestro hogar con una nueva vida cada 18 ó 19 meses. No es que los ocho niños llegaran a casa en el tiempo más oportuno o más fácil. Ésta ha sido la mayor lección de fe que Dios nos ha enseñado: entregarle nuestras vidas y confiar en Su plan sobre nosotros.
Nuestros bebés y nuestra nieta trajeron enorme gozo y esperanza a la familia en medio de todas las tormentas que tuvimos que aplacar. Nuestros muchos hijos han sido una bendición para nosotros. Nos hemos alegrado tanto en los pequeños éxitos como en los grandes. Por ejemplo, dos de nuestras hijas obtuvieron matrícula de honor en preparatoria y en la universidad. Algunos de nuestros hijos parecen seguir su mismo ejemplo aunque no todos…; pero incluso esto, nos ha enseñado a saber descubrir en ellos otros talentos y cualidades que Dios les ha regalado. El hecho de tener una familia numerosa ha sido como un llamado a esforzarnos para hacer de nuestro hogar una comunidad cristiana, amándonos, compartiéndolo todo, interesándonos los unos por los otros, perdonándonos.
Dios nos ha proveído en nuestras necesidades a lo largo de todos estos años, algunas veces de forma milagrosa. Todo esto ha enseñado a nuestros hijos la importancia de la fe en Él.
Durante estos últimos años hemos vivido muchas alegrías junto a nuestros hijos. Pero también hemos tenido más preocupaciones. Nuestras niñas ya han crecido y ya son unas mujeres. Ambas terminaron universidad y ahora están ya casadas. Sin embargo, nuestros cinco hijos, con siete años de diferencia entre el mayor y el más joven, es otro cantar. Es decir, van entrando uno detrás del otro en esos años difíciles de la adolescencia. Nuevas pruebas les llegan a diario y nosotros les estamos cercanos en esta edad, donde necesitan tanto coraje para mantenerse firmes ante tantos peligros del mundo de hoy. La misión de guiarles que como padres tenemos es un nuevo reto cada día. Es una responsabilidad “genial”. Dios nos ha demostrado una y otra vez su amor y su fidelidad. Y sabemos que Él es la fuente de nuestra fuerza.
No es todo. Además, nuestras problemas financieros se han prolongado a lo largo de todos estos años. Recientemente, mi marido empezó un nuevo negocio y ha reducido nuestras entradas y afectado nuestras deudas. Pero es un negocio en el que nuestros hijos han podido colaborar y han podido aprender a trabajar con ética y con responsabilidad. Dios, quien ha sido tan fiel dándonos nuestro “pan de cada día”, seguirá siendo fiel, también en esta situación.
Durante estos 30 años, hemos tenido reproches mutuos como pareja. Diferencias personales de estilo de vida, del trabajo y de gustos personales a menudo nos tentaron a seguir nuestros caminos egoístas. Hemos experimentado fuertes divergencias, y tenido diferentes puntos de vista. Llegamos incluso a considerar la separación o el divorcio. Sin embargo, ambos hemos creído y creemos firmemente en los votos que hicimos delante de Dios hace 30 años –ese compromiso de mantenernos unidos, uno junto al otro, en la prosperidad y en la adversidad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte nos separe…-. Durante cada prueba, gracias de Dios, siempre hemos encontrado el modo de reconciliarnos; claro que no ha sido fácil.
En un mundo “mentalidado por el microhondas”, donde todos quieren “¡todo, ya, ahora mismo!”, la fidelidad a los votos matrimoniales es a veces muy duro, requiere mucho tiempo. Es doloroso afrontar cada prueba. No obstante, ambos creemos que los votos que hicimos delante de Dios son sagrados y Él nos llama a LUCHAR para mantener unido nuestro matrimonio. Esto requiere ser creativos, dedicar tiempo para estar juntos, buscar y encontrar nuevas soluciones.
Una última cosa. Nos hicimos promesa: “nunca irnos a dormir en camas separadas, no importa cuán enfadados estemos el uno con el otro”. La hemos mantenido fielmente. Hoy creemos que el “no haber dormido en camas separadas aunque estuviéramos enfadados” nos ha ayudado a “no haber dormido en otras camas” cuando sentíamos la tentación…
Gracias solamente a la ayuda de Dios y a su poder, podemos celebrar estos 30 años de matrimonio juntos.
Reflexión:
“En el reino del amor –decía Fulton F. Sheen- no hay llanura que valga; siempre se sube o se baja”. Y subiendo y bajando… esta formidable pareja ha pasado estos 30 años, pero siempre “en el reino del amor”. Abundantes dificultades, discusiones, aprietos económicos, enredos familiares, reproches mutuos, preocupaciones, trabas, luchas, súplicas, pruebas en la fe,… pero, ¡siempre en la misma cama! ¡Qué hermoso!
Me ha gustado uno de sus trucos: salir juntos. Es verdad que no siempre es posible por 999 razones (los niños, el trabajo, la enfermedad, la lluvia, etc.). Pero tampoco es imposible encontrar 1 entre 1000 para salir juntos al campo, salir juntos al cine, salir juntos a cenar, salir juntos, dándose la mano. Pascal acertó: “El corazón tiene razones que la razón no conoce”.
“El roce provoca el amor”, ¿te acuerdas? No basta amar a alguien, hay que demostrárselo. No dejes pasar un sólo día sin haber plantado una semilla de amor. No pasará mucho tiempo, y te verás rodeado de un paraíso terrenal.
Pero recuerda que en todo jardín siempre hay una serpiente: el egoísmo…
¿Son compatibles el karma y la fe católica?
Mons. Robert Barron, Obispo Auxiliar de Los Ángeles, ofrece una clara explicación
El Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Los Ángeles en Estados Unidos, Mons. Robert Barron, explicó las razones por las cuales el “karma” no es compatible con la fe católica ya que niega algunas verdades esenciales de la fe cristiana.
En su blog, Word on Fire, Mons. Barron explicó que el “karma” es un elemento de las religiones orientales, como el hinduismo y el budismo, que considera que “por una ley espiritual cósmica, somos castigados o recompensados según nuestras actividades morales”.
“Si hacemos cosas malas, vamos a sufrir, en esta vida o en la que vendrá. Y si hacemos cosas buenas, seremos recompensados aquí o en el más allá. El karma no necesariamente es inmediato, a diferencia de la ley de gravedad”, pero “a la larga la gente es recompensada o castigada según sus méritos. Y esto satisface nuestro sentido de equidad y justicia”, indicó.
En cambio, prosiguió el Prelado, la Iglesia Católica enseña que “todas las personas son pecadoras y por lo tanto merecen un castigo, pero Dios, en una muestra de generosidad, les da lo que no merecen”.
Para explicar en qué consiste esta “gracia” otorgada por Dios, Mons. Barron puso como ejemplo la parábola del Hijo Pródigo. Esta cuenta la historia de un hijo que malgastó su herencia en una vida libertina y cuando regresa arrepentido a la casa de su padre, este lo perdona, lo recibe con alegría y hace un festín en su honor con el mejor ternero.
Mons. Barron afirmó que Dios otorga su gracia como “un regalo”, pero cuando la persona la guarda de forma egoísta este don “se convierte en cenizas”. En cambio, “cuando entregas esa gracia, esta se renueva en ti”.
“Si la gracia asombrosa ha salvado a un desgraciado como yo, tengo que ser un vehículo de gracia para cada alma perdida que me rodea”, destacó el Prelado.
El Obispo Auxiliar de Los Ángeles indicó que en la Biblia hay dos pasajes que demuestran cómo Dios concede a oportunidad de redención a todos los pecadores sin excluir a nadie, a diferencia del karma.
El Prelado señaló que a pesar de que la Biblia señala que Israel es “el pueblo elegido”, en Is 56, 6-7 se lee que “a los hijos de una tierra extranjera que se han unido al Señor para servirlo, para amar el nombre del Señor y para ser sus servidores, a todos los que observen el sábado sin profanarlo y se mantengan firmes en mi alianza, yo los conduciré hasta mi santa Montaña y los colmaré de alegría en mi Casa de oración”.
Indicó que en Mt 15,21-28 una mujer cananea busca a Jesús para pedirle que libere a su hija de un demonio, pero él se niega diciéndole que solo ha venido a apacentar las ovejas de la casa de Israel. Incluso le dice “No está bien que se tome la comida de los hijos y se la tiren a los perros”. Pero ella le responde “Por favor Señor, hasta los perros comen de las sobras que caen de la mesa de los hijos”.
Jesús se sorprende por su fe y le concede lo que ella pidió. Al respecto, Mons. Barron explicó que “la mesa de la gracia fue puesta para los hijos de Israel, pero la comida de esa mesa no estaba destinada solo para los israelitas sino para todos los que vinieran. Israel fue escogido, sí, pero para el bien del mundo”.
En ese sentido, Mons. Barron manifestó que es una gracia de Dios que “no estemos viviendo bajo la dispensación del karma ¿Quién de nosotros sería capaz de soportar los fuertes vientos de la justicia pura?”.
“Los devotos de una religión de gracia tenemos que saber que el don no es solo para nosotros, más bien la generosidad de Dios está destinada a despertar en nosotros una generosidad semejante”, expresó.