Cuánto bien nos hace, como Simeón, tener al Señor “en brazos”
- 29 Diciembre 2018
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LA SUPERIORA Y COMUNIDAD DE MISIONERAS DE PAX VOBIS LE DESEA A USTED Y SU FAMILIA UNAS FIESTAS NAVIDEÑAS CON UNA BENDICION PARA EL AÑO NUEVO CON EL AMOR DE JESUS MARIA Y SAN JOSE PARA QUE EL CIELO DERRAME SOBRE USTEDES TODAS LAS GRACIAS Y PLENA SALUD DE ALMA Y CUERPO POR TODOS LOS QUE AMAN
FELICES FIESTAS DE NAVIDAD Y AÑO NUEVO
CON AMOR SISTER CECILIA Y COMUNIDAD DE PAX VOBIS
Memoria Litúrgica, 29 de diciembre
Obispo y mártir
Martirologio Romano: Santo Tomas Becket, obispo y mártir, que, por defender la justicia y la Iglesia, fue obligado a desterrarse de la sede Canterbury y de la misma Inglaterra, volviendo al cabo de seis años a su patria, donde padeció mucho hasta que fue asesinado en la catedral por los esbirros del rey Enrique II, emigrando a Cristo († 1170).
Etimológicamente: Tomás = gemelo, mellizo; viene del arameo.
Breve Biografía
Una de las más adivinadas elecciones del gran soberano inglés, Enrique II, fue la de su canciller en la persona de Tomás Becket. Había nacido en Londres en 1118 de padre normando, y fue ordenado archidiácono y colaborador del arzobispo de Cantorbery, Teobaldo. Como canciller del reino, Tomás se sentía perfectamente a sus anchas: tenía ambición, audacia, belleza y un destacado gusto por la magnificencia. Cuando era necesario sabía ser valiente, sobre todo cuando se trataba de defender los buenos derechos de su príncipe, de quien era íntimo amigo y compañero en los momentos de descanso y de diversión.
El arzobispo Teobaldo murió en 1161, y Enrique II, gracias al privilegio que le había concedido el Papa, pudo elegir a Tomás como sucesor para la sede primada de Cantorbery. Nadie, y mucho menos el rey, se imaginaba que un personaje tan “mencionado” se iba a transformar inmediatamente en un gran defensor de los derechos de la Iglesia y en un celoso pastor de almas. Pero Tomás le había advertido a su rey: “Señor, si Dios permite que yo sea arzobispo de Cantorbery, perderé la amistad de Vuestra Majestad”.
Ordenado sacerdote el 3 de junio de 1162 y consagrado obispo al día siguiente, Tomás Becket no tardó en enemistarse con el soberano. Las “Constituciones” de 1164 habían restablecido ciertos derechos abusivos del rey caídos en desuso. Por eso Tomás Becket no quiso reconocer las nuevas leyes y escapó a las iras del rey huyendo a Francia, en donde pasó seis años de destierro, llevando una vida ascética en un monasterio cisterciense.
Restablecida con el rey una paz formal, gracias a los consejos de moderación del Papa Alejandro III, con quien se encontró, Tomás pudo regresar a Cantorbery y fue recibido triunfalmente por los fieles, a quienes él saludó con estas palabras: “He regresado para morir entre ustedes”. Como primer acto desautorizó a los obispos que habían hecho pactos con el rey, aceptando las “Constituciones”, y esta vez el rey perdió la paciencia y se dejó escapar esta frase imprudente: “¿Quién me quitará de entre los pies a este cura intrigante?”.
Hubo quien se encargó de eso. Cuatro caballeros armados salieron para Cantorbery. Se le avisó al arzobispo, pero él permaneció en su puesto: “El miedo a la muerte no puede hacernos perder de vista la justicia”. Recibió a los sicarios del rey en la catedral, revestido con los ornamentos sagrados. Se dejó apuñalar sin oponer resistencia, murmurando: “Acepto la muerte por el nombre de Jesús y por la Iglesia”. Era el 23 de diciembre de 1170. Tres años después el Papa Alejandro III lo inscribió en la lista de los santos.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Cuántas veces nos ha pasado que nos encontramos a nosotros mismos quejándonos de que Dios no nos escucha, de que Dios no atiende nuestras plegarias? Vivimos inmersos en un mundo de lo inmediato, un mundo que nos empuja a creer que podemos obtener todo lo que queremos de manera instantánea, sin ningún esfuerzo o espera.
Con frecuencia nos estresamos o nos desesperamos cuando algo no sale del modo que queremos o en el momento deseado. ¿Alguna vez nos hemos estresado cuando la computadora no funciona tan rápido como quisiéramos? ¿Con qué frecuencia nos inquieta el no recibir una respuesta instantánea de un mensaje de WhatsApp que hemos enviado? Puede ser duro admitirlo, pero así es, vivimos agobiados por las cosas que no se nos conceden en el momento en que lo queremos.
Simeón había recibido una promesa de Dios, él vería al mesías antes de morir. Sin embargo, sus días estaban llegando a su final y parecía no haber indicio de la promesa divina. Sin embargo, Simeón era un hombre «justo y piadoso» y en él «moraba el Espíritu Santo»; Simeón era un hombre que sabía esperar y confiar en el Señor. Más de una vez se habría preguntado si aquella promesa se cumpliría; tal vez vaciló y tuvo sus caídas en algún momento, pero siempre supo renovar su amor y confianza en el Dios que nunca le había fallado.
Dios nunca falla, aunque parezca que se nos van los días, e incluso los años, sin una respuesta.Aunque parezca que no podemos esperar más por la solución a nuestros problemas, Dios siempre cumple con sus promesas. Pero nosotros debemos esperar confiadamente y estar abiertos. Qué error tan grande es el intentar buscar soluciones por nosotros mismos; muchas veces, por intentar resolver el problema, terminamos empeorándolo.
Sólo cuando nos ponemos en las manos de Dios y esperamos su respuesta es cuando, en verdad, podemos seguir adelante confiando en que vamos por el camino correcto y podremos «ir en paz, porque nuestros ojos han visto al Salvador.»
Cuánto bien nos hace, como Simeón, tener al Señor “en brazos”. No sólo en la cabeza y en el corazón, sino en las manos, en todo lo que hacemos: en la oración, en el trabajo, en la comida, al teléfono, en la escuela, con los pobres, en todas partes. Tener al Señor en las manos es el antídoto contra el misticismo aislado y el activismo desenfrenado, porque el encuentro real con Jesús endereza tanto al devoto sentimental como al frenético factótum. Vivir el encuentro con Jesús es también el remedio para la parálisis de la normalidad, es abrirse a la cotidiana agitación de la gracia. Dejarse encontrar por Jesús, ayudar a encontrar a Jesús: este es el secreto para mantener viva la llama de la vida espiritual. (Homilía de S.S. Francisco, 2 de febrero de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Rezar un misterio del rosario pidiéndole a María que nos conceda la gracia de sabernos hijos de Dios.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Reflexión para aumentar mi fe en Dios
La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela
Algunas personas llegan a pensar que la fe es como la esperanza. Cierto es que la persona que tiene fe tiene esperanza, pero no necesariamente es la esperanza. El catecismo de la Iglesia católica dice: CIC 166: “La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros”. Es decir, todos en la medida de alimentar nuestra fe y compartirla nos enriquecemos. Dice la carta a los romanos 10, 17: Así pues, la fe nace al oír el mensaje, y el mensaje viene de la palabra de Cristo.
La fe es un don de Dios, es decir, se debe pedir a Dios. La fe se debe separar de la superstición, que es en lo que algunos pueden caer por falta de conocimiento en la religión. La carta a los Hebreos 11, 1, dice: “Tener fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera; es estar convencidos de la realidad de cosas que no vemos”.
La fe se debe trabajar y en la medida que hay esfuerzo hay esperanza de alcanzar lo que se busca. Dentro del ámbito cristiano esperar algo ya no se reduce a cuestiones meramente egoístas, sino a beneficios para todos.
La madre Teresa de Calcuta dice: “del silencio nace la oración, de la oración nace la fe, de la fe nace el amor, del amor nace la entrega y de la entrega la paz”. Todo lleva un proceso, y para progresar en la fe hay que progresar en el silencio y en la oración y esto conllevará a más dones y virtudes que enriquecerán a la persona y por ende a los que le rodean.
La palabra fe viene del latín FIDES, y significa lealtad. De la misma palabra FIDES se desprende fiel y otras más. La lealtad se la debemos a Dios, en la medida que seamos fieles, es decir leales, podemos esperar como dice en la carta a los hebreos, aquellas cosas que ya hemos pedido, es decir tenemos esperanza en que Dios nos ayudará en lo que necesitamos y todo esto será para cumplir con la voluntad de Dios. Así como la Virgen maría que fue leal a lo que el Señor pedía pudo alcanzar la gloria que Dios Padre concede a todo obediente a su palabra. Los santos son santos por ser leales, por tener fe en que las promesas de Jesucristo se cumplirán en su momento, quizá no en el que pedimos nosotros pues Dios nos concede las cosas no cuando queremos, sino cuando ya estamos preparados.
Papa alienta a construir un mundo digno de los niños
En el día en el que la Iglesia celebra a los Santos Inocentes, los pequeños que murieron por orden del rey Herodes que quería matar a Jesús, el Papa Francisco alentó a acoger el amor de Dios y así construir un mundo digno de los niños de hoy y mañana.
“Acojamos en el Niño Jesús el amor de Dios y esforcémonos para hacer que nuestro mundo sea más humano, más digno de los niños de hoy y de mañana”, escribió el Santo Padre este viernes 28 de diciembre en su cuenta de Twitter.
En distintas ocasiones el Santo Padre ha expresado su cercanía y afecto por los niños. El pasado 16 de diciembre, en la víspera de su cumpleaños 82, el Pontífice recibió a quienes sirven en el dispensario pediátrico de Roma y en sus palabras a los médicos, los padres y los pequeños que son atendidos allí, explicó que los niños enseñan una importante lección a todos, también a él.
“Trabajar con los niños no es fácil, pero nos enseña mucho. A mí me enseña una cosa: que para entender la realidad de la vida, es necesario abajarse como nos abajamos para besar a un niño. Ellos nos enseñan esto. Los orgullosos, los soberbios no pueden entender la vida porque no son capaces de abajarse”, dijo el Santo Padre.
Unos días antes, el pasado 28 de noviembre, un pequeño con autismo interrumpió una de las catequesis de Francisco para ver a un guardia suizo.
Ese día, el Papa dijo que lo ocurrido le hizo pensar y se preguntó: “¿Soy también así de libre delante de Dios?”. “Cuando Jesús dice que tenemos que hacernos como niños, nos dice que tenemos que tener la libertad que tiene un niño delante de su padre. Creo nos predicó a todos este chico. Pidamos la gracia de que pueda hablar”, invitó.
El sentido del dolor
Tu vocación de cristiano no se fundamenta en un estado de ánimo, en algo sentimental y fugaz
Estás atravesando la noche oscura del alma. Todo te parece triste y sin apenas sentido. No hay consuelo y el corazón se siente tan herido que apenas late ya. Hablas de debilidad, de odio, de tristeza amarga, de rabia... Tu vida es tiniebla, un continuo alarido, un lastre de impotencia.
Si viviéramos sin Dios, solos en el universo, te daría la razón. Es todo una estupidez. ¡Tanto para nada! Pero tienes a Jesús a tu lado, mientras me lees ahora. Jesús, hijo de Dios, redentor del mundo. Te da la mano y nunca -ni en los momentos peores- te ha abandonado. NUNCA. Está ahí, contigo, a tu lado, dentro de ti, aunque no lo sientas.
Vamos a comenzar de nuevo. Esta Semana Santa vas a verlo todo de diferente forma. Porque vas a ser tú el crucificado. Tuyo va ser el dolor y tuyo va a ser el perdón, abrazado a Cristo, a Su Sangre bendita, tan pisoteada por las blasfemias de algunos. Es el momento de la Redención, del perdón absoluto. Todo lo pasado ya no significa nada. El Amor se crucifica por nosotros, por nuestra fidelidad. El dolor que fluye por tu alma tiene ya un sentido: el sentido de la santidad. Tu santidad y la santidad de los tuyos. Y la de tantas almas que te esperan, que se fijarán en ti a partir de esta Semana Santa.
Ya no te verán a ti, verán a Dios en tu sonrisa.
El amor de Dios no admite amarguras ni odios. Dios mismo sufrió lo indecible, murió y resucitó por ti. Vio tu dolor y quiso sufrirlo Él mismo, para que tengas esperanza y te sostenga exclusivamente tu fe en Su resurrección.
Alegra tu alma. Ya se acerca la hora DE LA ENTREGA DEFINITIVA. La de Jesús y la tuya. Y tus lágrimas irán cayendo al pie de la Cruz, y ese dolor tuyo florecerá en una alegría sin parangón, desconocida por completo. Será Cristo el que viva en ti ya para siempre.
Tu vocación de cristiano no se fundamenta en un estado de ánimo, en algo sentimental y fugaz. Es algo divino y permanente. Pero la santidad duele, cuesta, no acabamos de entenderla tantas veces. Mira el crucifijo, mira Su rostro, mira Su costado abierto. ¿Entiendes ahora? ¿¡Entiendes!? Tu vocación cristiana se fundamenta en la Cruz. Y poco a poco se hace la luz. Una Luz que brota del mismo centro del dolor.
Y tú, y yo, resucitaremos al gozo de la fe. Junto a María.