“Comían, bebían, compraban y vendían...”

Cardenal Walter Kasper

Confía que conseguirá amplio consenso en el próximo Sínodo
Cardenal Kasper: "El Papa es un conservador inteligente"
Observa una apertura a un debate "abierto" sobre temas tabú en la Iglesia

Redacción, 13 de noviembre de 2014 a las 16:35

Sabe que el Evangelio no es como un objeto precioso detrás de una vitrina en un museo, sino que se debe transmitir de generación en generación: es un proceso

El Sínodo ordinario sobre la familia, que se llevará a cabo en octubre de 2015 para proseguir el trabajo del Sínodo extraordinario celebrado en octubre de este año en el Vaticano, al final llegará a un amplio consenso sobre todos los puntos. Están convencidos de ello los cardenales Walter Kasper y Francesco Coccopalmerio, presidente del Pontificio Consejo para los textos legislativos, quienes intervinieron en un encuentro que se llevó a cabo en Roma, en el centro Rusia Ecuménica, titulado "Con Papa Francisco a lo largo del recorrido sinodal sobre la familia".

Los cardenales trazaron un balance personal sobre el trabajo del Sínodo en el que ambos participaron.

«¿Cómo definir a Papa Francisco? Yo diría -explicó el cardenal alemán- que una buena definición para él es la de conservador inteligente. Conservadores, por lo demás, también eran Pablo VI y Juan XXIII, pero inteligente porque sabe que el Evangelio no es como un objeto precioso detrás de una vitrina en un museo, sino que se debe transmitir de generación en generación: es un proceso».

También Benedicto XVI, recordó el teólogo Kasper, «era muy abierto, un poco más que sus seguidores un poco menos inteligentes».

El teólogo alemán se dijo, pues, satisfecho sobre la discusión verdaderamente «libre» que hubo en el Sínodo.

«Esto -insistió- no daña a la Iglesia, que no es una institución totalitaria; estoy seguro de que al final tendremos un amplio consenso».

Papa en Santa Marta

"El Reino de Dios no es un espectáculo"
Papa: "El Reino de Dios está en las familias que llegan a fin de mes con medio euro"
"El Reino de Dios es humilde, como la semilla"

Ahí está el Reino de Dios, escondido, en esa santidad de la vida cotidiana, esa santidad de todos los días

(RV).- El Reino de Dios crece cada día gracias a quien lo testimonia sin hacer "rumor", rezando y viviendo con fe sus obligaciones familiares, en su trabajo o en su comunidad de pertenencia. Lo subrayó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.

En el silencio, tal vez de una casa donde "se llega a fin de mes sólo con medio euro", y sin embargo no se deja de rezar y de atender a los propios hijos y a los propios abuelos: es allí donde se encuentra el Reino de Dios. Lejos del clamor, porque el Reino de Dios "no llama la atención" tal como no la llama la semilla que se desarrolla debajo de la tierra.

El Papa Francisco inspiró su homilía en las palabras del pasaje del Evangelio de Lucas, donde a la pregunta de los discípulos, ‘¿cuándo vendrá el Reino de Dios?', Jesús responde: vendrá el día en que "les dirán: ‘Ahí está, o: ‘He aquí'; no se vayan". "El Reino de Dios - afirmó el Papa - no es un espectáculo. El espectáculo, tantas veces es la caricatura del Reino de Dios":

"¡El espectáculo! El Señor jamás dice que el Reino de Dios es un espectáculo. ¡Es una fiesta! Pero es diferente. Es fiesta, ciertamente, es bellísima. Una gran fiesta. Y el Cielo será una fiesta, pero no un espectáculo. Y nuestra debilidad humana prefiere el espectáculo".

Tantas veces, dijo el Papa, el espectáculo es una celebración - por ejemplo en las bodas - a las que se presenta gente que más que a recibir un Sacramento va "a hacer el espectáculo de la moda, del hacerse ver, de la vanidad". En cambio, prosiguió Francisco, "el Reino de Dios es silencioso, crece dentro. Lo hace crecer el Espíritu Santo con nuestra disponibilidad, en nuestra tierra, que nosotros debemos preparar". Después, añadió citando las palabras de Jesús, también para el Reino llegará el momento de la manifestación de la fuerza, pero será sólo al final de los tiempos:

"El día que hará rumor, lo hará como el rayo, chispeando, que se desliza de un lado al otro del cielo. Así será el Hijo de hombre en su día, el día que hará rumor. Y cando uno piensa en la perseverancia de tantos cristianos, que llevan adelante su familia - hombres, mujeres - que se ocupan de sus hijos, cuidan a los abuelos y llegan a fin de mes sólo con medio euro, pero rezan. Ahí está el Reino de Dios, escondido, en esa santidad de la vida cotidiana, esa santidad de todos los días. Porque el Reino de Dios no está lejos de nosotros, ¡está cerca! Ésta es una de sus características: cercanía de todos los días".

También cuando describe su venida en una manifestación de gloria y de poder - insistió el Papa al concluir - Jesús añade inmediatamente que "antes es necesario que Él sufra mucho y sea rechazado por esta generación". Lo que quiere decir - notó Francisco - "que también el sufrimiento, la cruz, la cruz cotidiana de la vida - la cruz del trabajo, de la familia, de llevar adelante bien las cosas - esta pequeña cruz cotidiana es parte del Reino de Dios".

Y terminó diciendo: pidamos al Señor la gracia "de cuidar el Reino de Dios que está dentro de nosotros" con "la oración, la adoración y el servicio de la caridad, silenciosamente":
"El Reino de Dios es humilde, como la semilla: humilde pero se vuelve grande, por la fuerza del Espíritu Santo. Debemos dejarlo crecer en nosotros, sin vanagloriarnos: dejar que el Espíritu venga, nos cambie el alma y nos lleve adelante en el silencio, en la paz, en la tranquilidad, en la cercanía a Dios, a los demás, en la adoración a Dios, sin espectáculos".

Evangelio según San Lucas 17,26-37. 

Jesús dijo a sus discípulos: "En los días del Hijo del hombre sucederá como en tiempos de Noé. La gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca y llegó el diluvio, que los hizo morir a todos. Sucederá como en tiempos de Lot: se comía y se bebía, se compraba y se vendía, se plantaba y se construía. Pero el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del cielo una lluvia de fuego y de azufre que los hizo morir a todos. Lo mismo sucederá el Día en que se manifieste el Hijo del hombre. En ese Día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, no baje a buscarlas. Igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará. Les aseguro que en esa noche, de dos hombres que estén comiendo juntos, uno será llevado y el otro dejado; de dos mujeres que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra dejada". Entonces le preguntaron: «¿Dónde sucederá esto, Señor?»
Jesús les respondió: "Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres". 

14 de noviembre 2014 Viernes XXXII 2Jn 4-9

¿Si tuviéramos que responder qué significa amar, contestaríais como nos dice, hoy, la segunda carta de Juan: «amar significa cumplir los mandamientos de Dios»? Señor, que siempre siga tu ley.

San Gregorio de Nisa (c.335-395), monje, obispo. Homilía sobre le Cantar de los Cantares

“Comían, bebían, compraban y vendían...”

El Señor hizo a sus discípulos muchas advertencias y recomendaciones para que su espíritu se liberara como del polvo todo lo que es terreno en la naturaleza y se elevara al deseo de las realidades sobrenaturales. Según una de estas advertencias, los que se vuelven hacia la vida de arriba tienen que ser más fuertes que el sueño y estar constantemente en vela...Hablo de aquel sopor suscitado en aquellos que se hunden en la mentira de la vida por los sueños ilusorios, como los honores, las riquezas, el poder, el fasto, la fascinación de los placeres, la ambición, la sed de disfrute, la vanidad de todo lo que la imaginación puede presentar a los hombres superficiales para correr locamente tras ello. Todas estas cosas se desvanecen con el tiempo efímero; son de la naturaleza del aparentar; apenas existen, desaparecen como las olas del mar...

Por esto, nuestro espíritu se desembaraza de estas representaciones e ilusiones gracias al Verbo que nos invita a sacudir de los ojos de nuestras almas este sopor profundo para no apartarnos de las realidades auténticas, apegándonos a lo que no tiene consistencia. Por esto nos propone la vigilancia, diciendo: “Tened ceñida la cintura, y las lámparas encendidas.” (Lc 12,35) Porque la luz que ilumina nuestros ojos, aparta el sueño y la cintura ceñida impide al cuerpo caer en el sopor... El que tiene ceñida la cintura por la temperancia vive en la luz de una conciencia pura. La confianza filial ilumina su vida como una lámpara... Si vivimos de este modo entraremos en una vida semejante a la de los ángeles.

San Esteban de Cuneo

Santos Nicolás Tavelic, Deodato Aribert, Esteban de Cúneo y Pedro de Narbone, presbíteros y mártires

En Jerusalén, santos Nicolás Tavelic, Deodato Aribert, Esteban de Cúneo y Pedro de Narbone, presbíteros de la Orden de los Hermanos Menores y mártires, que por predicar libremente en la plaza pública la religión cristiana a los sarracenos y confesar constantemente a Cristo como Hijo de Dios, fueron quemados vivos. Sacerdotes y mártires de la Primera Orden, canonizados por SS. Pablo VI el 21 de junio de 1970.

Nicolás Tavelic (1340-1391) es el primer croata canonizado. Su figura se destaca grandemente en el ambiente de su tiempo. Nació hacia 1340 en la ciudad dálmata de Sebenic. Siendo adolescente entró en la Orden de Hermanos Menores y ya sacerdote fue enviado como misionero a Bosnia, donde se prodigó por cerca de 12 años por la conversión de los Bogomiles, patarenos balcánicos, junto con Deodato de Rodez. Hacia 1384 ambos se dirigieron a Palestina, donde se juntaron con otros dos cohermanos, Pedro de Narbona y Esteban de Cuneo. Todos cuatro entregaron su vida como mártires de Cristo.

Nicolás y los tres cohermanos, permanecieron en Jerusalén en el convento de San Salvador, en estudio y oración. Después de larga meditación, Nicolás proyectó una empresa audaz. La empresa estaba en el espíritu de San Francisco, movido por el Espíritu Santo, por el celo de la fe y por el deseo del martirio. Se trataba de anunciar públicamente en Jerusalén ante los musulmanes principales la doctrina de Cristo. 

Deodato († 1391) nació en una ciudad francesa que en los textos originales latinos de la mayor parte de los autores es llamada “Ruticinium”, identificada con la actual ciudad de Rodez, sede episcopal. Todavía joven se hizo Hermano Menor y fue ordenado sacerdote en la provincia franciscana de Aquitania. 

En los años 1372‑1373, el vicario general Padre Bartolomé de la Verna había hecho un llamamiento para conseguir religiosos para una particular expedición misionera a Bosnia. Una bula de Gregorio XI del 22 de junio presentaba en aquel momento buenas perspectivas para el progreso en la verdadera fe de aquellas zonas devastadas por la herejía de los Bogomiles, una secta hereje de fuerte tinte maniqueo, que a los errores dogmáticos unía en sus principales representantes una rígida austeridad de vida. A Deodato de Rodez lo encontramos en este campo de actividad, en compañía de Nicolás Tavelic. Fue a Bosnia para responder al deseo del Vicario general y del Papa Gregorio XI, en las mismas circunstancias en que fue Nicolás de Tavelic. De este encuentro entre los dos santos nace una fraternal e íntima amistad, que los sostiene por doce largos años en medio de dificultades y fatigas comparables a las de los grandes misioneros de la Iglesia. Una relación pormenorizada, la “Sibenicensis” describe esta venturosa expedición apostólica de Bosnia junto con la relación de su martirio. Hacia 1384 ambos se trasladaron a Palestina, donde encontraron, como ya se dijo, a los otros dos cohermanos Pedro de Narbona y Esteban de Cuneo, con quienes compartieron las actividades apostólicas y la palma del martirio. 

Pedro de Narbona († 1391), de la provincia de los Hermanos Menores de Provenza, por varios años adhirió a la reforma surgida para una mejor observancia de la regla de San Francisco, reforma iniciada en 1368 en Umbría por el Beato Paoluccio Trinci. En poco tiempo se difundió en la Umbría, las Marcas, tanto que en 1373 contaba con una decena de eremitorios. Era un movimiento de fervor que tendía a renovar la forma primitiva de la vida franciscana, especialmente en el ideal de la pobreza y en el ejercicio de la piedad. Que Pedro de Narbona haya llegado de Francia meridional a los eremitorios umbros, es indicio del fervor religioso de su espíritu y esto proyecta una luz singular sobre toda su vida precedente a su permanencia en Jerusalén. 

Esteban († 1391) nació en Cuneo en el Piamonte y se hizo Hermano Menor en Génova, en la provincia religiosa de la Liguria. Durante ocho años trabajó activamente en Córcega, como miembro de la vicaría franciscana corsa. Podemos decir que de este modo hizo un buen noviciado apostólico. Pasó luego como misionero a Tierra Santa, donde el 14 de noviembre de 1391 selló con el martirio la predicación evangélica. Junto con los tres compañeros, quería demostrar que el islamismo no es la verdadera religión. Cristo Hombre‑Dios, no Mahoma, era el enviado de Dios para salvar a la humanidad.
 

El 11 de noviembre de 1391 después de intensa preparación los cuatro misioneros realizaron su proyecto. Salieron juntos del convento llevando cada uno un papel o pliego escrito en latín y en árabe. Se dirigieron a la mezquita, pero mientras querían entrar fueron impedidos. Interrogados por los musulmanes sobre qué buscaban, respondieron: “Queremos hablar con el Cadi para decirle cosas muy útiles y saludables para sus almas”. Les respondieron: “La casa del Cadi no es aquí, vengan con nosotros y se la mostraremos”. 

Cuando llegaron a su presencia, abrieron los papeles y los leyeron, explicándoselos y presentando con firmeza sus propias razones. Dijeron: “Señor Cadi y todos ustedes aquí presentes, les pedimos que escuchen nuestras palabras y pongan mucha atención a las mismas, porque todo lo que les vamos a decir es muy provechoso para ustedes, es verdadero, justo, libre de todo engaño y muy útil para el alma de todos aquellos que quieran ponerlo en práctica”. Luego hicieron una prolongada relación que ilustraba la verdad del mensaje evangélico de Cristo, el único en quien está la salvación y demostraron la falsedad de la ley de Mahoma. Se reunió una enorme turba de mahometanos, primero asombrados, luego irritados, finalmente hostiles. Nunca se habían oído ante una turba de musulmanes semejantes afirmaciones contra el Corán y contra el islamismo. Al oír este discurso pronunciado con fervor de espíritu por los cuatro Hermanos, el Cadí y todos los presentes se airaron grandemente. Comenzaron a llegar innumerables musulmanes. 

El Cadi entonces dirigió la palabra a los cuatro religiosos en estos términos: “¿Esto lo han dicho ustedes en pleno conocimiento y libertad, o en un momento de exaltación fanática, sin el control de la razón como tontos o locos? ¿Han sido enviados a hacer esto por el Papa de ustedes, o por algún rey cristiano?”. A tal pregunta los religiosos respondieron: “Nosotros hemos venido aquí enviados por Dios. Por tanto si ustedes no creen en Jesucristo y no se bautizan, no tendrán la vida eterna”. Fueron condenados a muerte y el 14 de noviembre de 1391 fueron asesinados, despedazados y quemados.

Y todos los hermanos, dondequiera que estén, recuerden que ellos se dieron y que cedieron sus cuerpos al Señor Jesucristo. Y por su amor deben exponerse a los enemigos, tanto visibles como invisibles; porque dice el Señor: El que pierda su alma por mi causa, la salvará (cf. Lc 9,24).» (Regla no bulada A, XVI).

fuente: «Franciscanos para cada día» Fr. G. Ferrini O.F.M.

Oremos
Dios todopoderoso y eterno, que diste a los santos mártires Nicolás Tavelic, Deodato de Rodez, Pedro Narbona y Esteban de Cuneo la valentía de aceptar la muerte por el nombre de Cristo: concede tambien tu fuerza a nuestra debilidad para que, a ejemplo de aquellos que no dudaron en morir por ti, nosotros sepamos también ser fuertes, confesando tu nombre con nuestras vidas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Venida del Reino de Dios

Lucas 17, 26-37. Tiempo Ordinario. No descuidemos lo más importante de nuestra vida que es ganarnos la eternidad.

Oración introductoria
Señor, dame la gracia de saber vivir de cara a la eternidad. Creo en Ti, eres mi compañía y mi fuerza. Creo que diariamente me buscas, pidiéndome que dependa más de Ti y no de las creaturas. Espero en Ti como el Único capaz de llenar mi deseo de amar y ser amado. Te amo en este momento con mi oración y mi deseo de ser fiel y generoso en lo que hoy quieras pedirme.

Petición
Señor, te pido tu gracia para ser dócil a tu voluntad, para poder abrirme a tu gracia, para ponerte siempre en el primer lugar en mi vida.

Meditación del Papa Francisco
En este recorrido hacia el fin de nuestro camino, de cada uno de nosotros y también de toda la humanidad, el Señor aconseja dos cosas, dos cosas que son diferentes, y son diferentes según cómo vivamos, porque es diferente vivir en el instante y vivir en el tiempo.
Y el cristiano es un hombre o una mujer que sabe vivir en el instante y sabe vivir en el tiempo. El instante es lo que tenemos en las manos ahora: pero este no es el tiempo, ¡pasa! Tal vez podemos sentirnos dueños del instante, pero el engaño es creernos dueños del tiempo: ¡el tiempo no es nuestro, el tiempo es de Dios! El instante está en nuestras manos y también en nuestra libertad sobre cómo tomarlo. Y aún más: nosotros podemos convertirnos en los soberanos del momento, pero solo hay un soberano del tiempo, un solo Señor, Jesucristo. (Cf. S.S. Francisco, 26 de noviembre de 2013, homilía en la capilla de Santa Marta).

Reflexión
En las profecías se suelen utilizar gran cantidad de símbolos y modos de hablar, aunque los detalles concretos sólo quedarán claros a medida en que vayan acaeciendo. La última venida del Señor será repentina, inesperada, muchos hombres estarán desprevenidos. Jesús ilustra esta verdad con ejemplos de la Historia Sagrada: como en los días de Noé y como en los de Lot, el juicio divino sobre los hombres vendrá de repente.

¿Cuándo? ¿Dónde? Son las preguntas que hacían los discípulos a Jesús sobre el Reino de los Cielos, y no se daban cuenta de su tozudez y superficialidad. ¿Qué más da cuándo o dónde? No sabemos ni la hora ni el lugar, ni tampoco lo necesitamos. Ellos se distraían con esa curiosidad tan humana, y descuidaban los acontecimientos importantes, lo que era el aviso, el mensaje que Cristo nos está comunicando sirviéndose de estas preguntas. Nos pasa a menudo a los hombres: nos perdemos entre tantos datos, detalles, circunstancias, y no nos damos cuenta de las grandes lecciones que se pasean por nuestras vidas. No somos capaces de profundizar e interiorizar. Cristo nos está exhortando a la vigilancia, a que no descuidemos lo más importante de nuestra vida, que es ganarnos la eterna. Las dificultades nos pueden preocupar o agobiar más o menos, pero de eso no depende nuestra felicidad, ¡y tampoco es lo más importante!

Debemos aprender a relativizar los asuntos terrenos de forma que no nos impidan ver el horizonte. Lo realmente importante es que seamos felices, que nos salvemos, que nos encontremos con Dios, y sólo eso debe sobresaltar nuestro corazón. Lo demás,... ¡no importa! O simplemente, importa menos.

Por esto Cristo nos dice que quien pretenda guardar su vida la perderá; y quien la pierda, la guardará, esto es, la engendrará, dará al alma la verdadera vida. Nos esta diciendo que quien haga de esta vida el valor fundamental, está cayendo en un gran error: pierde la vida eterna. Por el contrario, quien esté dispuesto a renunciar a las comodidades de este mundo, a perder lo terreno, lo material, a resistir hasta la muerte a los enemigos de Dios y del alma, en esa lucha ganará la eterna felicidad. Pues, ¿de qué me sirve ganar el mundo entero, si pierdo mi alma?

Propósito
Pedir continuamente a la Santísima Trinidad la gracia de la perseverancia final.

Diálogo con Cristo
Señor, aumenta mi deseo de vivir una relación cercana a Ti. Ordena todas mis actividades y relaciones de acuerdo a tu voluntad. «Todo aquello que quieres tú, Señor, lo quiero yo, precisamente porque lo quieres Tú, como Tú lo quieras y durante todo el tiempo que lo quieras» (Oración del Papa Clemente XI). El día que me llames no va importar quién sea o qué tenga, lo único que va contar es mi relación contigo, porque el único y verdadero tesoro es vivir siendo fiel a tu amor y no perder nunca tu amistad por el pecado. Todo lo demás es valioso en la medida en que me ayude a conservar y vivir en gracia.

Veremos a Dios
Pero, al asegurar esto, ¿sabemos lo que decimos? ¿sabemos lo que significa ver a Dios?...

¿Qué es lo que esperamos en la otra vida? Nosotros no tenemos la menor duda: ¡Veremos a Dios! Pero, al asegurar esto, ¿sabemos lo que nos decimos? ¿sabemos lo que significa ver a Dios?...

Llama mucho la atención en la Biblia el miedo que los judíos tenían de ver a Dios. Al sentir su presencia, se cubrían el rostro, porque podían morir con la vista del Señor. Así lo hace Moisés ante la zarza ardiendo: - Se cubrió el rostro, porque tenía miedo de mirar a Dios. Y el mismo Dios le dijo:

- No podrás ver mi rostro, porque nadie puede verme y seguir viviendo...

Y recordemos a Jacob, a quien se aparece Dios, y exclama después:- ¡He visto a Dios, y sin embargo no he muerto!... Por eso venía a veces la nube, que manifestaba que Dios estaba allí, pero al mismo tiempo ocultaba su presencia, como ocurrió en la inauguración del Templo de Salomón.

Y este miedo lo tuvieron incluso los apóstoles, en el mismo Evangelio. En el Tabor, apenas oyen la voz de Dios, escondido en la nube que aparece sobre el monte, caen aterrados y apegan el rostro al suelo, hasta que se acerca Jesús y les anima: - ¡No temáis!...

Así era la fe de Israel. Pero viene Jesús, y en su sermón programático de las bienaventuranzas proclama y promete: - ¡Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios!

La gente que oía a Jesús decir esto por primera vez, debió quedarse loca de alegría. -¿Cómo es posible eso de que vamos a ver a Dios, si a Dios no lo ha visto ni lo puede ver nadie? ¿Cómo es que ahora

Jesús, el Maestro de Nazaret, que hace estos prodigios y que enseña con esta autoridad, nos dice que vamos a ver al mismo Dios?...

Los humildes, los sencillos, los de conciencia recta, ven a Dios con una fe sin trabas ya en este mundo, y después contemplarán a Dios cara a cara, sin velos.

Como nos dice Pablo: - Ahora vemos como en espejo, después cara a cara.

Y completa Juan: - Aún no se ha manifestado lo que seremos, porque, cuando llegue, veremos a Dios tal como es él..

¿Medimos lo que esto significa?... Sin darnos cuenta, estamos contando un imposible. ¿Cómo una criatura puede ver al Dios invisible, al que es santísimo, al que supera todas las fuerzas humanas y las de los mismos ángeles? Sin embargo, lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Y esto es lo que Dios nos promete: que lo veremos tal como es: lo contemplaremos sin velos, cara a cara, en una dicha y en un gozo inenarrables, metidos en Él de tal manera que miraremos a Dios con los ojos del mismo Dios...

Esta es la gracia de las gracias. Todas las gracias que Dios nos hace van dirigidas a esta final: a verle a Él en la Gloria. Y, cuando lo veamos y poseamos, ya no desearemos nada más, porque se habrán colmado para siempre todos los anhelos del corazón.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos resume todo con estas palabras famosas de San Agustín:

- Allí descansaremos y veremos; veremos y amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá en el fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin?...

Todo esto es un sueño, el feliz sueño de los creyentes. Un sueño bendito, no producido por una droga alucinante, sino por la Palabra de Dios, que nos lo promete con toda su seriedad divina: - ¡Verán a Dios!... ¡Lo veremos cara a cara!... ¡Lo veremos tal como es Él!...

Esta llamada de Dios a su visión y a su gloria tiene su precio. No es una imposición, es una oferta. Es un regalo, pero condicionado. Dios nos crea y nos pone en este mundo con una dirección precisa. Nos coloca en el principio de la carretera, y nos dice: - ¡Adelante, y hasta el fin! No te desvíes. No te salgas de la autopista. En un cruce que se atraviese, no te vayas ni a derecha ni a izquierda...
El gran Catecismo de la Iglesia Católica nos repite lo que aprendimos de niños en el pequeño catecismo de nuestra parroquia: Que Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo. Esta es la carretera, la autopista real que conduce a Dios.

Lo conocemos y lo aceptamos con la fe.

Le servimos con nuestra adoración, nuestro culto y nuestra entrega a los hermanos que nos necesitan. Así le amamos con todo el corazón.
El ver a Dios será regalo y será premio. Dios se nos ofrece, pero nos exige esfuerzo. Requiere perseverancia hasta el fin. Por eso nos repite la Carta a los Hebreos:
- La perseverancia os es necesaria para alcanzar la promesa, todo eso que Dios nos ha ofrecido por nuestra fidelidad a su Palabra.
- ¡Oh Dios, Tú eres mi Dios! ―repetimos con el salmo―, mi alma está sedienta de ti... ¡Y cuándo llegaré, para ver el rostro de mi Dios!... Lo veremos sin morir, sino viviendo siempre, siempre...

El secreto de confesión

El secreto no pretende encubrir tramas, complots o misterios, sino proteger la intimidad de la persona

«El sistema del secreto que se da en el orden eclesial, como en cualquier otro orden jurídico, no pretende encubrir tramas, complots o misterios, como a veces ingenuamente la opinión pública cree o, más a menudo, es inducida a creer». El cardenal Mauro Piacenza, Penitenciario mayor de la Iglesia católica, explicó que el «objetivo del secreto, tanto sacramental como extra sacramental es proteger la intimidad de la persona, es decir, custodiar la presencia de Dios en lo íntimo del ser humano». Añadió el cardenal Piacenza que «grandes y saludables son los efectos que con el secreto y la reserva se desean proteger y custodiar para salvaguardar la fama y la reputación de alguien o respetar los derechos tanto de individuos como de grupos». (Artículo publicado por “L’Osservatore Romano” sobre el congreso que organizó la misma Penitenciaría Apostólica titulado “El sigilo confesional y la privacidad pastoral”. 12 noviembre 2014).

Breve explicación del secreto de confesión o sigilo sacramental. El sigilo sacramental es, en la Iglesia Católica, la obligación de no manifestar jamás lo sabido por confesión sacramental. El derecho natural lo supone y es de derecho divino, sin que la Iglesia tenga facultad para dispensar de él, ni aun muerto el penitente. Su inviolabilidad es tal, que en ningún caso imaginable, ni daño gravísimo que sobrevenga al confesor ni a toda la humanidad, podría infringirse, ni de palabra, ni por escrito, ni por señal, ni por reticencias. Ni el mismo confesor podría confesar su pecado revelando la confesión recibida y de no haber otro medio, no estaría obligado a la integridad material de su propia confesión. Dicha obligación comprende en primer término al confesor y después a todos aquellos que de algún modo se enterasen de la confesión, lícita o ilícitamente, ya oyéndola, ya leyendo apuntes de los pecados en orden a la confesión, ya sirviendo de intérprete y, si son varios, no pueden hablar de ello entre sí. Son materia directa del sigilo los pecados mortales en general y en particular, los veniales en particular (pues, en general, no hay hombre que no los tenga y, por tanto, no son materia de sigilo), su objeto, cómplices y circunstancias. Materia indirecta es todo aquello por donde se puede venir en conocimiento del pecado o del pecador y cuanto a éste pudiera causar confusión, sospecha o daño y por esto caen bajo sigilo la penitencia impuesta, indisposición del penitente, denegación de absolución, defectos naturales y morales, escrúpulos conocidos solo por la confesión y cuya revelación pueda molestar al penitente. Aun excluido el peligro de revelación, el Código de Derecho Canónico prohibe absolutamente a los confesores usar del conocimiento adquirido en la confesión con gravamen del penitente.

De ser violado, el sacerdote queda automáticamente excomulgado. A tanto llega la inviolabilidad del sigilo, que de negarse la absolución a un penitente por indispuesto, si se acerca públicamente a recibir la comunión de mano del mismo confesor, éste tiene que dársela. Ni al mismo penitente se puede hablar de sus pecados fuera de la confesión sin licencia suya, que no debe solicitarse sino en caso de excepcional necesidad, por no exponerle a la natural vergüenza, haciendo odiosa la confesión. Aparte de esto, el penitente puede autorizar al confesor para hacer uso del secreto sacramental, pero esa autorización debe ser expresa, no implícita ni interpretativa, ha de ser espontánea y libérrima, con causa legítima y en bien del mismo penitente. Todo lo sobredicho va en el supuesto de que el confesor no sepa las cosas por otro producto que la confesión y así lo haga constar.

Preguntas frecuentes sobre el tema:

- ¿Puede un sacerdote revelar algún secreto de confesión?
La Iglesia Católica declara que todo sacerdote que oye confesiones está obligado a guardar un secreto absoluto sobre los pecados que sus penitentes le han confesado, bajo penas muy severas. Tampoco puede hacer uso de los conocimientos que la confesión le da sobre la vida de los penitentes. El Código de Derecho Canónico, canon 983,1 dice: «El sigilo sacramental es inviolable; por lo cual está terminantemente prohibido al confesor descubrir al penitente, de palabra o de cualquier otro modo, y por ningún motivo».

- ¿No hay excepciones?
El secreto de confesión no admite excepción. Se llama "sigilo sacramental" y consiste en que todo lo que el penitente ha manifestado al sacerdote queda "sellado" por el sacramento.
Un sacerdote no puede hablar a nadie sobre lo que se le dice en confesión. Aun cuando él supiera la identidad del penitente y posteriormente se encontrara con él no puede comentarle nada de lo que le dijo en confesión, a menos que sea el mismo penitente quien primero lo comente. Entonces y sólo entonces, puede discutirlo sólo con él. De lo contrario debe permanecer en silencio.

- ¿Cómo se asegura este secreto?
Bajo ninguna circunstancia puede quebrantarse el “sigilo” de la confesión. De acuerdo a la ley canónica, la penalización para un sacerdote que viole este sigilo sería la excomunión automática (Derecho Canónico 983, 1388). El sigilo obliga por derecho natural (en virtud del cuasi contrato establecido entre el penitente y el confesor), por derecho divino (en el juicio de la confesión, establecido por Cristo, el penitente es el reo, acusador y único testigo; lo cual supone implícitamente la obligación estricta de guardar secreto) y por derecho eclesiástico (Código de Derecho Canónico, c. 983).

- ¿Y si revelando una confesión se pudiera evitar un mal?
El sigilo sacramental es inviolable; por tanto, es un crimen para un confesor el traicionar a un penitente ya sea de palabra o de cualquier otra forma o por cualquier motivo. No hay excepciones a esta ley, sin importar quién sea el penitente. Esto se aplica a todos los fieles —obispos, sacerdotes, religiosos y seglares—. El sigilo sacramental es protección de la confianza sagrada entre la persona que confiesa su pecado y Dios, y nada ni nadie puede romperlo.

- ¿Qué puede hacer entonces un sacerdote si alguien le confiesa un crimen?
Si bien el sacerdote no puede romper el sello de la confesión al revelar lo que se le ha dicho ni usar esta información en forma alguna, sí está en la posición —dentro del confesionario— de ayudar al penitente a enfrentar su propio pecado, llevándolo así a una verdadera contrición y esta contrición debería conducirlo a desear hacer lo correcto.

- ¿Las autoridades judiciales podrían obligar a un sacerdote a revelar un secreto de confesión?
En el Derecho de la Iglesia la cuestión está clara: el sigilo sacramental es inviolable. El confesor que viola el secreto de confesión incurre en excomunión automática. Esta rigurosa protección del sigilo sacramental implica también para el confesor la exención de la obligación de responder en juicio «respecto a todo lo que conoce por razón de su ministerio», y la incapacidad de ser testigo en relación con lo que conoce por confesión sacramental, aunque el penitente le releve del secreto «y le pida que lo manifieste», (cánones 1548 y 1550).

- ¿Aunque contando el secreto el sacerdote pudiera obtener algo bueno para alguien?
El sigilo sacramental no puede quebrantarse jamás bajo ningún pretexto, cualquiera que sea el daño privado o público que con ello se pudiera evitar o el bien que se pudiera promover.
Obliga incluso a soportar el martirio antes que quebrantarlo, como fue el caso de San Juan Nepomuceno. Aquí debe tenerse firme lo que afirmaba Santo Tomás: «lo que se sabe bajo confesión es como no sabido, porque no se sabe en cuanto hombre, sino en cuanto Dios», (In IV Sent., 21,3,1).

- ¿Y si otra persona oye o graba la confesión y la revela?
La Iglesia ha precisado que incurre también en excomunión quien capta mediante cualquier instrumento técnico, o divulga las palabras del confesor o del penitente, ya sea la confesión verdadera o fingida, propia o de un tercero.

- ¿Y en el caso de que el sacerdote no haya dado la absolución?
El sigilo obliga a guardar secreto absoluto de todo lo dicho en el sacramento de la confesión, aunque no se obtenga la absolución de los pecados o la confesión resulte inválida.

Fuentes: Código de Derecho Canónico, Catecismo de la Iglesia Católica, respuestas sobre el tema de Grace MacKinnon, especializada en Doctrina Católica, L’Osservatore Romano, L’Osservatore Romanoatican Insider.

PAXTV.ORG