Pasando vio a Mateo… y le dijo… ‘Sígueme’

Macario el Grande, Santo

Abad, 19 de enero

Abad

Martirologio Romano: Conmemoración de san Macario el Grande, presbítero y abad del monasterio de Scete, en Egipto, que, considerándose muerto al mundo, vivía sólo para Dios, enseñándolo así a sus monjes (c. 390).

Etimología: Macario = Aquel que ha encontrado la felicidad, es de origen griego.

NOTA: En la actualidad el Martirologio lo recuerda el 19 de enero, en el calendario anterior se lo celebraba el 16 de febrero

Breve Biografía


Este santo nació en Egipto por el año 300. Pasó su niñez como pastor, y en las soledades del campo adquirió el gusto por la oración y por la meditación y el silencio.

Una mujer atrevida le inventó la calumnia de que el niño que iba a tener era hijo de Macario, el cual, según decía ella, la había obligado a pecar. La gente enardecida arrastró al pobre joven por las calles. Pero él le pidió al Señor en su oración que hiciera saber a todos la verdad, y sucedió que tal mujer empezó a sentir terribles dolores y no podía dar a luz, hasta que al fin contó a sus vecinos quién era el verdadero papá del niño. Entonces la gente se convenció de la inocencia de Macario y cambió su antiguo odio por una gran admiración a su humildad y a su paciencia.

Para huir de los peligros del mundo, Macario se fue a vivir en un desierto de Egipto, dedicándose a la oración, a la meditación y a la penitencia, y allí estuvo 60 años y fueron muchos los que se le fueron juntando para recibir de él la dirección espiritual y aprender los métodos para llegar a la santidad.

El obispo de Egipto ordenó de sacerdote a Macario para que pudiera celebrarles la misa a sus numerosos discípulos. Después fue necesario ordenar de sacerdotes a cuatro de sus alumnos para atender las cuatro iglesias que se fueron construyendo allí cerca donde él vivía, para los centenares de cristianos que se habían ido a seguir su ejemplo de oración, penitencia y meditación en el desierto.

Macario quería cumplir aquella exigencia de Jesús: "Si alguno quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo", y se dedicó a mortificar sus pasiones y sus apetitos. Estaba convencido de que nadie será puro y casto si no les niega de vez en cuando a sus sentidos algo de lo que estos piden y desean. Deseaba dominar sus pasiones y dirigir rectamente sus sentidos. Sentía la necesidad de vencer sus malas inclinaciones, y notó que el mejor modo para obtener esto era la mortificación y la penitencia. Como su carne luchaba contra su espíritu, se propuso por medio del espíritu dominar las pasiones de la carne. A quienes le preguntaban por qué trataba tan duramente a su cuerpo, les respondía: "Ataco al que ataca mi alma". Y si a alguno le parecían demasiadas sus mortificaciones le decía: "Si supieras las recompensas que se consiguen mortificando las pasiones del cuerpo, nunca te parecerían demasiadas las mortificaciones que se hacen para conservar la virtud".

En aquellos desiertos, con 40 grados de temperatura y un viento espantosamente caliente y seco, no tomaba agua ni ninguna otra bebida durante el día. En un viaje al verlo torturado por la sed, un discípulo le llevó un vaso de agua, pero el santo le dijo: "Prefiero calmar la sed, descansando un poco debajo de una palmera", y no tomó nada. Y a uno de sus seguidores les dijo un día: "En estos últimos 20 años jamás he dado a mis sentidos todo lo que querían. Siempre los he privado de algo de lo que más deseaban".

Dominaba su lengua y no decía sino palabras absolutamente necesarias. A sus discípulos les recomendaba mucho que como penitencia guardaran el mayor silencio posible. Y les aconsejaba que en la oración no emplearan tantas palabras. Que le dijeran a Nuestro Señor: "Dios mío, concédeme las gracias que Tú sabes que necesito". Y que repitiera aquella oración del salmo: "Dios mío, ven en mi auxilio, Señor date prisa en socorrerme".

Admirable era el modo como moderaba su genio y su carácter, de manera que la gente quedaba muy edificada al verlo siempre alegre, de buen genio y que no se impacientara por más que lo ofendieran o lo humillaran.

A un joven que le pedía consejos de cómo librarse de la preocupación del qué dirán los demás, lo mandó a un cementerio a que les dijera un montón de frases duras a los muertos. Cuando volvió le preguntó Macario: Qué te respondieron los muertos? NO me respondieron nada, le dijo el joven. ¡Entonces ahora vas y les dices toda clase de elogios y alabanzas! El muchacho se fue e hizo lo que el santo le había mandado, y éste volvió a preguntarle: ¿Qué te respondieron los muertos? ¡Padre, nada me respondieron! "Pues mira", le dijo el hombre de Dios: "Tú tienes que ser como los muertos: ni entristecerte porque te critican y te insultan, ni enorgullecerte porque te alaban y te felicitan. Porque tú eres solamente lo que eres ante Dios, y nada más ni nada menos".

A uno que le preguntaba qué debía hacer para no dejarse derrotar por las tentaciones impuras le dijo: "Trabaje más, coma menos, y no les conceda a sus sentidos y a sus pasiones el gusto al placer inmediato. Quien no se mortifica en lo lícito, tampoco se mortificará en lo ilícito". El otro practicó estos consejos y conservó la castidad.

Macario le pidió a Dios que le dijera a qué grado de santidad había llegado ya, y Nuestro Señor le dijo que todavía no había llegado a ser como la de dos señoras casadas que vivían en la ciudad más cercana. El santo se fue a visitarlas y a preguntarles qué medios empleaban para santificarse, y ellas le dijeron que los métodos que empleaban eran los siguientes: dominar la lengua, no diciendo palabras inútiles o dañosas. Ser humildes, soportando con paciencia las humillaciones que recibían y la pobreza y los oficios sencillos que tenían que hacer. Ser siempre amables y muy pacientes, especialmente con sus maridos que eran muy malgeniudos, y con los hijos rebeldes y los vecinos ásperos y poco caritativos. Y como medio muy especial le dijeron que se esmeraban por vivir todo el día en comunicación con Dios, ofreciéndole al Señor todo lo que hacían, sufrían y decían, todo para mayor gloria de Dios y salvación de las almas.

Los herejes arrianos que negaban que Jesucristo es Dios, desterraron a Macario y sus monjes a una isla donde la gente no creía en Dios. Pero allí el santo se dedicó a predicar y a enseñar la religión, y pronto los paganos que habitaban en aquellas tierras se convirtieron y se hicieron cristianos.

Cuando los herejes arrianos fueron vencidos, Macario pudo volver a su monasterio del desierto. Y sintiendo que ya iba a morir, pues tenía 90 años, llamó a los monjes para despedirse de ellos. Al ver que todos lloraban, les dijo: "Mis buenos hermanos: lloremos, lloremos mucho, pero lloremos por nuestros pecados y por los pecados del mundo entero. Esas sí son lágrimas que aprovechan para la salvación".

Jesús dijo: "Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados (Mt. 5). Dichosos los que lloran y se afligen por sus propios pecados. Dichosos los que lloran por las ofensas que los pecadores le hacen a Dios. Lloremos arrepentidos en esta vida, para que no tengamos que ir a llorar a los tormentos eternos". Y murió luego muy santamente. Llevaba 60 años rezando, ayunando, haciendo penitencia, meditando y enseñando, en el desierto.

Oración
San Macario, santo penitente:
consíguenos de Dios la gracia de hacer penitencia por nuestros pecados en esta vida, para no tener que ir a pagarlos en los castigos de la eternidad.
Amén

Sígueme

Santo Evangelio según San Marcos 2, 13-17. Sábado I del tiempo ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Sígueme. ¿A dónde, Señor?, ¿cuál es tu camino?, ¿cuál es la meta?, ¿cómo será? Nada de esto importa, lo único que me interesa es saber que voy contigo, a donde Tú quieras.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 2, 13-17

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Cuando pregunto a las familias: «¿Cree usted que Dios sigue llamando a los jóvenes a una vida religiosa?» Las respuestas que más risa me dan son: «muy poco» o «no a mi hijo». Sin embargo, me quedo reflexionando de verdad en cómo es que Cristo nos llama.

La llamada que Cristo hace no se queda en el cajón, olvidada; no podemos decir que es Él quien nos obliga a responder, y mucho menos nos extorsiona para responder. Él quiere nuestra respuesta libre, pero respuesta a una llamada que nos hace a todos: «Sígueme.»

«¿Entonces todos tenemos que entrar en el convento o en el seminario?» No necesariamente. La respuesta a la vocación es muchísimo más grande que decir «me voy de cura».

Es una respuesta al día a día, al amor de Cristo que se desborda y nos pide que sepamos corresponder con Él. Es cuando ese «sígueme» se lo dice a un joven a punto de casarse para que se pregunte: «¿Estoy siguiendo a Cristo?», o que una chica en la universidad diga: «¿Estoy siguiendo a Cristo?», o que una madre muy dedicada a su trabajo y a sus hijos diga: «¿Estoy siguiendo a Cristo?» O que yo, con mis cualidades, mis defectos, mis triunfos, mis fracasos… sepa levantar la mirada y decir: «¿Estoy siguiendo a Cristo?»

«Las mujeres del Evangelio tomaron parte, ahora la invitación va dirigida una vez más a ustedes y a mí: invitación a romper las rutinas, renovar nuestra vida, nuestras opciones y nuestra existencia. Una invitación que va dirigida allí donde estamos, en lo que hacemos y en lo que somos; con la «cuota de poder» que poseemos. ¿Queremos tomar parte de este anuncio de vida o seguiremos enmudecidos ante los acontecimientos? ¡No está aquí ha resucitado! Y te espera en Galilea, te invita a volver al tiempo y al lugar del primer amor y decirte: No tengas miedo, sígueme.»

(Homilía de S.S. Francisco, 31 de marzo de 2018).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado... o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dedicar cinco minutos en silencio, en una iglesia de preferencia, y preguntarme si he seguido hasta ahora a Cristo.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Dejándolo todo, lo siguieron

¿También de nosotros se podrá decir: “dejándolo todo, lo siguieron”?

I Corintios 3, 18-23: “Todo es de ustedes, ustedes son de Cristo, y Cristo es de Dios”

Salmo 23: “El Señor bendice al hombre justo”

San Lucas 5, 1-11: “Dejándolo todo, lo siguieron”

San Lucas nos manifiesta cómo Jesús provoca un verdadero impacto entre las gentes sencillas de Galilea. Sorpresa y curiosidad serían el primer paso, esperanza y entusiasmo brotarían enseguida.

No es difícil acercarse a Jesús porque habla al aire libre, abiertamente, se agolpan las multitudes y Jesús no duda en subir a una de las barcas para desde ahí proclamar su Evangelio. La mayor parte de los que se mueven tras Jesús son gentes sencillas, humildes, pobres y no siempre la curiosidad o la admiración se traducen en una adhesión más profunda y duradera. Muchos escuchan su mensaje, disfrutan sus palabras, admiran sus curaciones pero se resisten a un compromiso más serio.

En un determinado momento, Jesús elige de entre estos discípulos a un grupo especial de doce que forman el círculo más íntimo en torno a Él. Son con quienes comparte más su tiempo, quienes lo acompañan y asumen una responsabilidad mayor. La mayoría de ellos no tienen una personalidad relevante de por sí, sino que se mueven a su sombra. ¿Cómo fue el llamado? Quizás de una manera paulatina, pero hoy San Lucas nos deja entrever que es un llamado decisivo, que trastoca toda la vida, que exige un cambio de postura y de actividad.

Pedro y sus compañeros serían pescadores que viven al día, ganando el sustento con el esfuerzo y la ganancia de su pesca… y lo tienen que dejar todo.

Quizás alguien argumente que Pedro y sus compañeros tendrían poco que dejar, poco que perder, pero ese poco era toda su vida y es trastocada por el mensaje de Jesús. Dejar sus redes cuando son pobres y miserables parecería fácil, pero es dejar la vida que hasta ese momento habían llevado y cambiar de perspectiva toda su actividad. Hoy también Jesús sigue impactando e invitando a todos a seguirlo.

Tenemos que dejar las redes que nos atrapan y nos impiden ser libres. Serán redes pobres y miserables pero con capacidad de esclavizarnos e inmovilizarnos. Dejar redes, cambiar mentalidad, mirar no sólo peces y economía, descubrir dignidad de personas e hijos de Dios… es la invitación que nos hace Jesús. ¿También de nosotros se podrá decir: “dejándolo todo, lo siguieron”?

Papa Francisco reza por las víctimas del atentado en Bogotá

Papa Francisco sintió "profundo pesar" por las víctimas y envió su bendición apostólica a todo el pueblo de Colombia

El Papa Francisco expresó su cercanía a las víctimas del atentado terrorista ocurrido ayer 17 de enero en Bogotá (Colombia) y condenó una vez más “la violencia ciega”.

Ayer un terrorista estrelló un automóvil cargado de explosivos en la Escuela de Cadetes General Santander, en el sur de la capital, dejando hasta el momento 21 muertos y decenas de heridos.

Desde el palacio presidencial, el fiscal Néstor Humberto Martínez, el director de la Policía Nacional Óscar Atehortúa y el ministro de Defensa Guillermo Botero informaron que la guerrilla del ELN está implicada directamente en el atentado ya que el autor del mismo, José Aldemar Rojas Rodríguez, desde hace más de 25 años era miembro del grupo armado.

En un telegrama dirigido al Arzobispo de Bogotá, Cardenal Rubén Salazar Gómez, el Secretario de Estado Vaticano, Cardenal Pietro Parolin, dijo que el Papa Francisco sintió “profundo pesar” por las víctimas y envió su bendición apostólica a todo el pueblo de Colombia.

“Ante la noticia del cruel atentado terrorista que ha sembrado de dolor y muerte la ciudad de Bogotá, el Papa Francisco expresa su más profundo pesar por las víctimas que han perdido la vida en una acción tan inhumana”, dijo.

El Santo Padre “ofrece sufragios por su eterno descanso” y en estos momentos “de conmoción y tristeza, quiere hacer llegar también su apoyo y cercanía a los numerosos heridos, a sus familias y a toda la sociedad colombiana”.

El Pontífice “condena una vez más la violencia ciega, que es una ofensa gravísima al Creador, y eleva su oración al Señor para que ayude a perseverar en la construcción de la concordia y la paz en ese país y en el mundo entero”.

Por ello, el Papa invocó “sobre todas las víctimas, sus familiares y el querido pueblo de Colombia, la Bendición Apostólica”.

Por su parte, los obispos de Colombia manifestaron su “hondo dolor por el tráfico y cruel atentado terrorista” ocurrido en las instalaciones de la Escuela de Policía General Santander en Bogotá.

En un comunicado emitido ayer, el Presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana y Arzobispo de Villavicencio, Mons. Óscar Urbina Ortega, afirmó su condena a cualquier tipo de violencia. “No podemos permitir que el terrorismo o cualquier forma de violencia sigan acabando con la vida de los colombianos y haciendo crecer el miedo y la incertidumbre”, afirmó.

Asimismo, Mons. Urbina animó a “oponer con decisión y valentía a este atentado demencial, a todo asesinato y a todo acto de violencia, que solo engendran más muerte y destrucción”.

“Es momento de fortalecer la voluntad, el compromiso y la unidad de todos, gobierno y sociedad civil, para derrotar la violencia y encaminarnos con renovada firmeza hacia la reconciliación y la paz”, subrayó Mons. Urbina.

El Prelado aseguró oraciones “por quienes han perdido la vida en este atentado y por la recuperación de los heridos”, cercanía espiritual “a los seres queridos de todos ellos” y su solidaridad y apoyo “a las Instituciones del Estado, al Presidente de la República y a su gobierno, a la Fuerza Pública y, en particular, a la Policía Nacional”.

Por último, los obispos colombianos invitaron en su misiva a “intensificar las plegarias para alcanzar de Dios, Señor de la vida, el don de la paz”. “Supliquemos con confianza que los colombianos encontremos y sigamos el camino que conduce a la reconciliación”, pidieron.

Todos lo llamamos padre

La invocación de Dios con el nombre de Padre constituye uno de los fenómenos originarios de la historia de las religiones, de forma que la divinidad es considerada 

Todos lo llamamos padre

Características de la paternidad divina

Nuestro Credo comienza con la frase: Creo en Dios, Padre, todopoderoso, que resume la sustancia del mensaje Jesucristo: la llegada del reino de Dios, que él mismo llamó "Su padre" y al que no se enseñó y  permitió  invocar como nuestro Padre.

La invocación de Dios con el nombre de Padre constituye uno de los fenómenos originarios de la historia de las religiones, de forma que la divinidad es considerada "padre de los dioses y de los hombres". Consideración ésta de la que se hace eco el Catecismo de la Iglesia Católica.

El concepto de padre, presenta a "dios" como origen y principio de unidad del universo. El padre es el origen del que depende la propia existencia (Zeus-Júpiter, el padre de los adioses y hombre). Más profundamente el Antiguo Testamento habla de Dios Padre del Dios de Abraham.... No por genealogía natural sino por elección histórica.

Esta paternidad indica que:

Dios es origen primero y único de todo: es Creador.

Es autoridad trascendente.

Trasciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni es mujer, es Dios. En Él no hay lugar para la diferencia de los sexos. Nadie es Padre como lo es Dios, trasciende la paternidad maternidad humana.

La paternidad de Dios se concibe  como la acción salvadora realizada en la historia y que da origen al pueblo, como su pueblo.

La idea de la elección presupone que Dios en el señor de todo, el padre que lo creó todo y que por eso es el fundamento y dueño de todo.

Hay una semilla de lo que será el Padre  de Jesucristo: Si mi Padre y  mi Madre me abandonaran, Yavhé me recogerá.

El Nuevo  Testamento  es la culminación de la antigua al designar a Dios como Padre en palabras del mismo Jesús.

Es Padre en sentido nuevo: no sólo en cuanto Creador, es eternamente Padre en relación a su Hijo único, que recíprocamente solo es Hijo  en relación a su Padre.

Lo llama así porque alude al núcleo de la anuncio de Cristo y de toda su conducta: el mensaje de la llegada del reino de Dios, que tiene su origen en Dios y que es pura gracia y misericordia. En la parábola del hijo pródigo la salvación está en el retorno al padre.

Es Jesús que nos revela a Dios como padre en relación a él como hijo y al espíritu. Nos descubre la Trinidad divina. Y es Jesús el que nos faculta a llamarle también padre. 

El trato de Jesús es realmente familiar, "Abba" de intimidad personal. Escandaloso en boca de los judíos.

El padre es el origen y el fin de la obra redentora de Cristo. Es el origen el contenido de la revelación y el hijo es el revelador del padre porque él ve al padre. 

Con el término padre, en continuidad con Antiguo  Testamento, designa a Dios como un ser personal que actúa y habla libremente en la historia y entró en la alianza con los hombres: tiene un rostro personal concreto, tiene un nombre y puede ser llamado por su nombre. Por eso todos, los cercanos y los lejanos le llamamos Padre,  pues somos hechura de sus manos y objeto de su Providencia y a todos  por igual nos acoge en su regazo con la ternura de un padre para con sus hijos.

Conclusión

Designar a Dios con el nombre de "Padre", indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad que indica más expresivamente la inmanencia de Dios.

¡Por Cristo, con Él y en Él! ¿quién debe decir esas palabras en Misa?

La manera de celebrar la misa no sale de lo que a cada quien se le ocurra. Hay unos criterios básicos que son necesarios cumplirlos a cabalidad.

Tal vez has participado de alguna Santa Misa en la que has presenciado que la comunidad, espontáneamente, y cuando se termina la Plegaria eucarística, se une en oración al Sacerdote celebrante y pronuncian las palabras "Por Cristo, con Él y en Él, a Ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén"

En otros casos, ha sido el Sacerdote mismo quien anima a la comunidad a DECIR JUNTOS esa Doxología; pero realmente, ¿quién debe decir estas palabras? ¿Únicamente el Sacerdote? ¿La comunidad y el sacerdote?

Para responder a esta pregunta, nos dirigimos a una respuesta dada por Fray Nelson Medina, Sacerdote predicador de la Orden de los Dominicos, en la que explica el uso correcto de esta Doxología durante la celebración de la Santa Misa

Forma correcta de celebrar Misa

La manera de celebrar la misa no sale de lo que a cada sacerdote se le ocurra. Hay unos criterios básicos que son necesarios porque ni el sacerdote ni ninguna comunidad particular pueden considerarse "dueños" de la Misa.

La "manera de celebrar" la indican los misales que se usan en las parroquias e iglesias a través de un documento que se llama la "Instrucción general del Misal Romano," usualmente abreviado IGMR, que todos puede consultar haciendo Clic aquí

El numero 151 de la IGMR dice textualmente:

"Después de la consagración, habiendo dicho el sacerdote: Este es el Sacramento de nuestra fe, el pueblo dice la aclamación, empleando una de las fórmulas determinadas. Al final de la Plegaria Eucarística, el sacerdote, toma la patena con la Hostia y el cáliz, los eleva simultáneamente y pronuncia la doxologíaél solo: Por Cristo, con Él y en Él. Al fin el pueblo aclama: Amén. En seguida, el sacerdote coloca la patena y el cáliz sobre el corporal"

No hay entonces margen de duda: esas palabras ha de decirlas solamente el Sacerdote.

Alguien puede estar en desacuerdo y aducir algunas razones sobre por qué las cosas deberían ser de otro modo. Pero podemos imaginar lo que sucede si cada uno pretende imponer lo que considera que debería hacerse.

Y no hay que imaginar mucho: ya esos caprichos los vimos en los años inmediatamente posteriores al Concilio Vaticano II, incluyendo el caso de sacerdotes que creían que la misa "debería" celebrarse con tortillas de maíz.

Como no hay necesidad de volver a esos tiempos y a esas discusiones, lo mejor es que todos comprendamos que la liturgia es un bien público de nuestra fe y que merece amor, cudiado y respeto.

PAXTV.ORG