Mientras que el esposo este con ellos no pueden ayunar

Inés, Santa

Memoria Litúrgica, 21 de enero

Virgen y Mártir

Martirologio Romano: Memoria de santa Inés, virgen y mártir, que siendo aún adolescente, ofreció en Roma el supremo testimonio de la fe, consagrando con el martirio el título de la castidad. Obtuvo victoria sobre su edad y sobre el tirano, suscitó una gran admiración ante el pueblo y adquirió una mayor gloria ante el Señor. Hoy se celebra el día de su sepultura (s. III/IV).

Etimología: Inés = aquella que se mantiene pura, es de origen griego.

Breve Biografía


Hay muy buenos documentos sobre la existencia de esta mártir que vivió a comienzos del siglo IV y que fue martirizada a los doce años, durante la feroz persecución de Diocleciano.

Su popularidad y su devoción hacen pensar que no son improbables las leyendas que se nos han transmitido de boca en boca y también con escritos. Basado en una tradición griega, el Papa Dámaso habla del martirio de Santa Inés sobre una hoguera.
Pero parece más cierto lo que afirma el poeta Prudencio y toda la tradición latina, es decir, que la jovencita, después de haber sido expuesta a la ignominia de un lugar de mala fama por haberse negado a sacrificar a la diosa Vesta, fue decapitada.

Así comenta el hecho San Ambrosio, al que se le atribuye el himno en honor de Agnes heatae virginis: “¿En un cuerpo tan pequeño había lugar para más heridas? Las niñas de su edad no resisten la mirada airada de sus padres, y las hace llorar el piquete de una aguja: pero Inés ofrece todo su cuerpo al golpe de la espada que el verdugo descarga sobre ella”.

Alrededor de su imagen de pureza y de constancia en la fe, la leyenda ha tejido un acontecimiento que tiene el mismo origen de la historia de otras jóvenes mártires: Agata, Lucia, Cecilia, que también encuentran lugar en el Canon Romano de la Misa. Según la leyenda popular, fue el mismo hijo del prefecto de Roma el que atentó contra la pureza de Inés. Al ser rechazado, él la denunció como cristiana, y el prefecto Sinfronio la hizo exponer en una casa de mala vida por haberse negado a rendirle culto a la diosa Vesta. Pero Inés salió prodigiosamente intacta de esa difamante condena, porque el único hombre que se atrevió a acercarse a ella cayó muerto a sus pies.

Pero el prefecto no se rindió ante el prodigio y la condenó a muerte. Un antiguo rito perpetúa el recuerdo de este ejemplo heroico de pureza. En la mañana del 21 de enero se bendicen dos corderitos, que después ofrecen al Papa para que con su lana sean tejidos los palios destinados a los Arzobispos. La antiquísima ceremonia tiene lugar en la iglesia de Santa Inés, construida por Constantina, hija de Constantino, hacia el 345.

Amor a la ley o ley del amor

Santo Evangelio según San Marcos 2, 18-22. Lunes II del tiempo ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, gracias porque te hiciste un bebé pequeño e indefenso, para que yo confíe en Ti y te ame con ternura. María, madre mía y madre de Jesús, acompáñame en este tiempo de intimidad con el Señor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 2, 18-22

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

En este pasaje, más que decirnos cuándo ayunar y cuándo no, Jesús nos enseña a pasar del amor a la ley a la ley del amor. Esto lo hace en tres pasos: primero, nos da la alegría de vivir amando con Él. Luego, esa alegría nos renueva el corazón. Finalmente, con ese amor nos enseña a cargar la cruz a su lado. El primer paso es la alegría de vivir amando con Jesús. El Maestro vino a revelarnos que Dios es amor (1 Jn 4,8), y que este Dios-Amor es Padre y nos ama con una ternura infinita (Lc 15, 11-32). Por eso, ahora la ley de Dios se resume en un mandamiento nuevo: «ámense unos a otros como yo los he amado.» (Jn 13, 34-36) Ya no es un «no hagas esto, porque te harás daño,» sino un «ama, para que seas feliz, tú y tus hermanos.» De esta nueva ley, esta nueva manera de vivir la vida con y por Jesús, surge naturalmente el segundo paso: renovar nuestro corazón.

Su amor es el vino nuevo, que renueva y llena nuestro corazón de felicidad aun en medio del sufrimiento, pues sacia la sed más profunda de nuestro corazón: amar y ser amados. Lo principal, entonces, no es ayunar o no ayunar, sino amar como Jesús nos ha amado: viviendo para «servir y dar su vida como rescate por muchos». (Mt 20, 25-28) Pero ¿qué quiere decir Jesús con «dar la vida por muchos»? Nada menos que el tercer paso para pasar del amor a la ley a la ley del amor: su muerte en la cruz. En nuestro pasaje Jesús habla del momento en que «se les arrebatará el novio, y entonces ayunarán.» Llegará el momento de sufrir, como en toda vida humana. Pero ahora, vemos el sufrimiento como Jesús lo ve: una oportunidad de ofrecerse al Padre por nosotros: Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. (Jn 15,13).

Hoy Cristo nos invita a dejar atrás nuestro vino viejo, el vino infantil de cumplir reglas para recibir una recompensa. Hemos de pasar a saborear el vino fuerte y renovador de su amor crucificado. Amor redentor.

Amor en serio. Amor que no acaba en la cruz, pues mirad: ¡La tumba está vacía! Por la cruz se va a la luz. A la luz eterna, a la felicidad plena de resucitar con Jesús y ver que costó, pero fuimos plenos al vivir según su nueva ley. Entonces nos alegraremos de que, gracias al sufrimiento vivido con Él, nosotros y muchos de nuestros hermanos gozaremos para siempre en la casa del Padre.

Señor, gracias por invitarme a vivir con un corazón nuevo. Yo no puedo cambiarme. ¡Transfórmame Tú! Dame un corazón inflamado de amor, como el tuyo. Que te ame a Ti y a mis hermanos como Tú nos has amado. María, que le enseñaste a Jesús a amar, forma también mi corazón, para que sea como el suyo. Ayúdame a seguir tus huellas y perseverar en este camino de rosas y espinas. Guíame por la cruz hacia la luz eterna. Amén.

«Aquí está el valor de referir a la memoria la ley: no la ley fría, la que simplemente parece jurídica. Más bien, la ley del amor, la ley que el Señor ha insertado en nuestros corazones. En este sentido, hay que preguntarse si soy fiel a la ley, recuerdo la ley, ¿repito la ley? Porque a veces los cristianos, incluso los consagrados, tenemos dificultades para repetir los mandamientos: “Sí, sí, los recuerdo”, pero luego, en un momento dado, me equivoco, no recuerdo. Por lo tanto, memoria de la ley, la ley del amor, pero que es concreta.»

(Homilía de S.S. Francisco, 7 de junio de 2018, en santa Marta).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Señor Jesús, gracias por llamarme a conocerte y amarte, a ser tu amigo. Tú conoces mi corazón, conoces mis deseos profundos y mis miedos escondidos. Quiero darme una oportunidad, Señor. Llévame a tu casa, la Iglesia, y déjame experimentar tu amor en los sacramentos, en tu Palabra, en la comunidad. Libérame de todo lo que me impide acercarme a ti. Rompe mis cadenas, cura mis heridas, y sáname con el bálsamo de tu misericordia, quiero vivir la ley del amor. Transfórmame en un valiente apóstol de tu misericordia, que viva en la alegría de saberme hijo siempre amado del Padre. María, Virgen que te dejaste conquistar por el Señor y fuiste fiel a Él hasta el final, ruega por nosotros.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. 

Hoy trataré de estar alegre en todo momento sabiendo que Dios me ama.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Amar al enemigo

El amor al enemigo, es el signo del verdadero cristiano, es lo que debe distinguirlo de los demás. 

1.En el Evangelio de hoy, Jesús sigue enseñándonos sobre la nueva justicia. En ella se contrapone la ley judía a las exigencias cristianas. Hoy nos habla sobre el amor a los enemigos.

La ley judía exigía amar sólo al prójimo: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Significa amar al que está cerca, al que vive conmigo, al hermano, pariente, amigo.

En cambio, el judío no está obligado a amar al que se encuentra lejos de él - lejos interior o exteriormente. Sobre todo, no ha de amar al enemigo personal, al enemigo de su pueblo (p.ej. pueblos vecinos hostiles), al enemigo de Dios. Ésta es la ley judía.

2. Porque al cristiano se le exige mucho más que al judío. Jesús habla muy claro sobre ello, en el Evangelio de hoy: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”.

El amor al enemigo, es el signo del verdadero cristiano, es lo que debe distinguirlo de los demás. En eso tenemos que imitar a Dios-Padre: Él trata igual a buenos y malos, da sus dones a justos e injustos, no distingue entre santos y pecadores, porque todos son sus hijos queridos.

3. Parece que Jesús no conoce más que una ley, la ley del amor, y que saca de ella todas sus consecuencias, y hasta los últimos detalles. Este rigor del Señor, a algunos los entusiasma y a otros los llena de indignación.

Y a nosotros, ¿nos ha entusiasmado o nos ha indignado Jesús con sus exigencias? Esto sería, por lo menos, una señal de que las hemos entendido. Porque lo peor que podría sucedemos es escucharlas con unos oídos tan distraídos y tan habituados, que ni siquiera nos impresionaran.

Es grave escuchar la palabra de Dios y rechazarla. Pero, ¿qué decir de los que la aceptan, la aclaman litúrgicamente, y ni siquiera se dan cuenta de ella? Para los que no creen en Jesús, todavía queda una oportunidad: el futuro sigue abierto para ellos y pueden convertirse. Pero, ¿qué pasa con aquellos que se imaginan que creen y que, sin embargo, ni siquiera se les ocurre pensar que podrían y que deberían cambiar?

4. Las exigencias duras de Cristo son para nosotros palabras de salvación únicamente cuando empiezan por hacemos daño: ¡Amar a los enemigos, cuando resulta ya tan difícil amar realmente a los que nos aman! ¡Hacer el bien a los que nos odian, cuando nos cuesta ya tanto poner buena cara a los que nos hacen el bien!

¡Rezar por los que nos persiguen y calumnian, si apenas nos tomamos tiempo para rezar por los nuestros! En cuanto a presentar la otra mejilla y ofrecerle nuestra camisa al que ya nos ha quitado el saco, no será una exageración que ninguna persona con sentido común piensa practicar.

5. En una palabra: estos consejos del Señor atentan contra toda nuestra realidad humana. La ley de este mundo, después de más de 2000 años de cristianismo, sigue siendo el “ojo por ojo, diente por diente”. Parece que a la violencia sólo se puede responder con la violencia.

Pero la verdad es que así no se consigue nada. La espiral de la venganza, del odio y de la violencia se irá adelante indefinidamente. Hay que salir de este cerco. Hay que romper ese círculo vicioso de actos de violencia con un “hecho nuevo”. Hay que adoptar una actitud distinta de la del adversario.

6. Feliz el que sabe dar el primer paso para acercarse. Porque no hay nada mejor que, de repente, en un conflicto uno perdone al otro, abandone su posición, deje de devolver el golpe. No hay más que una salida: que uno de los dos tenga la idea prodigiosa de comenzar a amar al enemigo.
Cuando se recibe un bofetón en la mejilla y se devuelve otro, éste no es más que el eco del anterior. Pero si el que lo recibe no lo devuelve, sino que perdona, entonces hace aparecer sobre la tierra algo inesperado. Si tomamos a alguien su saco, podemos decir de antemano que nos negará la camisa. Pero si en lugar de negarla nos la da, entones quedaremos estupefactos, porque es una cosa totalmente nueva, imprevista.

Lo que se nos pide es hacer algo nuevo en nuestra vida, ser creadores en el amor, no dejarnos esclavizar por el pecado. Significa convertir el enemigo, el adversario en un hermano. Significa acercamos a él, hacerlo prójimo, amarlo como a sí mismo. Significa descubrir en el enemigo, como en cada hombre, a Jesucristo mismo.

7. Queridos hermanos, el cristianismo no es una religión fácil. Ser un cristiano auténtico exige sacrificio, heroísmo, renuncia al odio, al rencor y a la venganza...
Examinémonos, por eso:

• ¿Cuál es nuestra reacción a calumnias, ofensas e injusticias?
• ¿Reaccionamos con odio, rencor, venganza, resentimientos?
• ¿O logramos comprensión, aceptación, perdón y olvido? ¡Pensémoslo un momento!

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Explosión en México deja más 60 muertos

Obispos elevan oraciones

Este viernes los Obispos de México elevaron sus plegarias luego de la explosión de un ducto de combustible de la empresa Petróleos Mexicanos (Pemex) que dejó al menos 66 muertos y 76 heridos en el municipio de Tlahuelilpan, a unos 120 kilómetros de la capital.

La cifra de fallecidos fue confirmada en una rueda de prensa por el gobernador de Hidalgo, Omar Fayad.

“Ofrecemos todas nuestras plegarias y eucaristías, así como nuestra solidaridad con las familias de las víctimas, heridos y desaparecidos”, indicó el 18 de enero la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) a través de un comunicado.

La explosión ocurrió el viernes 18 en horas de la tarde luego de que un ducto fuera perforado por traficantes de combustible. Alrededor de la fuga se lanzaron cientos de personas con el objetivo de robar gasolina en pequeños contenedores.

“Las llamas estaban consumiendo todo lo que había alrededor y había personas fallecidas y quemadas. Hoy se enluta, y se enluta México, con la muerte de estas personas”, dijo Fayad

Luego de ocurrido el desastre, la zona fue asegurada por el Ejército mexicano. Previamente había sido imposible acordonar el lugar donde ocurrió la fuga debido a la cantidad de personas.

En su comunicado, los obispos mexicanos indicaron aprecian y alientan “la compañía y el consuelo” que el Obispo de Tula, Mons. Juan Pedro Juárez Meléndez. y sus sacerdotes, “están ofreciendo, en hospitales y capillas funerarias, a los familiares de todos los afectados por este accidente”.

“Hacemos nuestra la plegaria de Mons. Juárez Meléndez, que implora fervientemente en la casita de la Morenita, pues María no nos abandona y siempre está cerca de nosotros y nos dice una vez más: ¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre? Solo, en Jesucristo su Hijo, muerto y resucitado, Ella puede mostrarnos ante estos hechos, el camino de la esperanza, de la luz y del consuelo”, continuaron.

Los obispos también pidieron por el eterno descanso de los fallecidos, rogaron por salud de los heridos y suplicaron por los desaparecidos.

“Hacemos votos para que se tengan buenas noticias de ellos”, añadieron.

Por otro lado, este sábado 19 de enero en horas de la mañana, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, pidió a los ciudadanos a que abandonen la modalidad de robo de combustible conocida como “huachicoleo”.

Finalmente, indicó que las investigaciones sobre lo ocurrido estarán a cargo de la fiscalía de la nación.

¿Por qué la Iglesia dice que NO a tantas cosas?

Veamos el porqué esos NO es en los que se obstina nuestra Iglesia no deben avergonzarnos

Pregunta:

Fray Nelson, soy un joven que trata de vivir su fe y que a veces se siente confundido aunque no derribado. El otro día tuve una conversación con dos amigas. Y la verdad sentí que no tenía muchas respuestas aunque había otras cosas que sí podía decirles. El “disparo” que me apreció más difícil de responder fue lo que dijo una de ellas, más o menos hablando de memoria lo repito yo así: “¿Por qué la Iglesia siempre es diciendo que NO a todo? No a los gays, no al aborto, no a la eutanasia, no a la fecundación in vitro… ¿Cómo quieren llegar a nosotros los jóvenes con esa cantidad de negativismo?” Usted, ¿qué diría, fray? — G.B.M.


Respuesta:

Tal vez lo primero que hay que decir es que la mayor parte de la gente, y especialmente de la gente joven, depende de los grandes medios de comunicación para informarse.

Eso significa que su opinión sobre la Iglesia no proviene de la liturgia ni de la predicación ni de las grandes y buenas obras sino de lo que salga en las noticias de la televisión, en las películas de Netflix o en las redes sociales.

Y sucede que todas estas fuentes tienen elementos en común que hacen muy difícil lograr una visión equilibrada y completa sobre lo que es, enseña y hace la Iglesia.

Un ejemplo. En esta ciudad hay un hogar de ancianos desamparados que es sostenido y dirigido desde hace muchos años por unas religiosas. Todos los días, absolutamente todos los días, están llenos de obras de caridad hacia esas personas mayores. Muestras de ternura, paciencia, cuidado y generosidad suceden todos los días, por parte de esas religiosas y de sus colaboradores.

Cada una de esas obras buenas es un SÍ gigantesco. es un SÍ a la vida, a la compasión, al amor en su más pura expresión. ¿Se puede esperar que algo así salga, siquiera con una mínima frecuencia en las redes sociales? No saldrá. En cambio, un escándalo de un sacerdote da material para muchas semanas de fotos, reportajes, protestas y por supuesto… #hashtags.

Pero el corazón de la respuesta a tu pregunta es todavía más profundo. Detrás de lo que parece un NO muchas veces lo que hay es un inmenso SÍ. Se nota bien en el caso del aborto. Lo que parece un NO a la mujer que está siendo presionada para que aborte, o que quiere por sí misma abortar, es un SÍ gigantesco a la vida del que va a nacer. Por el contrario darle un SÍ fácil a la que va a abortar es pronunciar un NO que es sentencia de muerte para el bebé.

De modo que esos NO es en los que se obstina nuestra Iglesia no deben avergonzarnos. Es nuestra tarea ver cuántos SÍes están detrás de cada uno de esos NO. Decirle NO al sexo irresponsable y adúltero es decirle SÍ a la estabilidad y felicidad de la familia. Decirle NO a la eutanasia es decirle SÍ a la generosidad que debemos tener como sociedad y decirle SÍ al sentido y propósito que todo ha de tener en nuestra vida humana. Y así sucesivamente.

Convertido, pero no me confieso

Si conocemos el sacramento de la reconciliación, sabemos que es Cristo quien perdona, eso es lo que importa, el sacerdote únicamente es intermediario. Así que no importa que sea otro hombre, ni en qué condiciones se encuentre, en pecado o no.

Convertido, pero no me confieso

Razones para confesarse

Dios quiere que todos los hombres se salven, por lo tanto está pendiente de nosotros, llamándolos a la conversión constantemente. 

Nosotros somos los que no escuchamos el llamado, ya sea porque estamos pensando en nosotros mismos, ya sea porque estamos sumergidos en el ruido, tanto exterior como interior, nos cuesta mucho trabajo estar en silencio, lo cual dificulta poder escuchar a Dios. Pero, a pesar de ello, Él insiste y quizá, un día escuchamos, con la ayuda del Espíritu Santo, esa llamada que nos lleva a optar por un cambio radical de la vida.

A partir de ese momento, como el hijo pródigo de la parábola, comenzamos a deliberar en la conveniencia  de emprender el camino hacia la Casa del Padre. Después de mucha reflexión recordamos lo bien que nos encontrábamos a su lado, disfrutando de todos sus bienes, sobre su amor.

De los pretextos

Al fin nos decidimos a tomar el camino de vuelta. Mientras vamos de regreso, nos asalta la duda sobre si obtendremos el perdón, o no. Muchas veces sentimos que no somos merecedores  del perdón de Dios, nos invade la desesperanza, es decir, pecamos contra la virtud de la esperanza, tal como lo hizo Judas. 

Esta actitud negativa en los lleva en ocasiones a ver el Perdón como  algo imposible. Ya hemos dicho que Dios no se rinde, que quiere que todos gocemos  de su amistad, que alcancemos la vida eterna. Por consiguiente, nos va llevando de la mano durante el camino y con el fin de poder descubrir su misericordia, siempre y cuando tengamos la determinación de dejarnos llevar. Él siempre está dispuesto a perdonarnos cuando estamos arrepentidos. 

Ahora bien, resulta que ya estamos decididos a emprender la vuelta hacia la Casa del Padre, que ya nuestros temores sobre si seremos perdonados se nos han disipado.

Estamos convencidos de la misericordia del padre. Hacemos una recapitulación de nuestra vida y nos damos cuenta de que hemos fallado, que tenemos que corregir.

Nos encontramos verdaderamente arrepentidos, tenemos un verdadero dolor de corazón.

Puede ser que este dolor sea  perfecto o de contrición, es decir, el dolor que sentimos por haber ofendido a Dios que nos ama tanto y a quienes amamos sobre todas las cosas. También es imposible, que ese dolor de corazón sea imperfecto o de atrición, que es un impulso del espíritu Santo, es decir es igualmente un don de Dios, pero que nace, no del amor de Dios, sino de un rechazo al pecado o del miedo a la condenación eterna. 

No importa cuál sea el tipo de dolor, lo importante es que deseamos regresar a la Casa del Padre. Hasta aquí vamos muy bien, estamos convencidos de la misericordia de Dios, reconocemos la necesidad de la conversión, además estamos sinceramente arrepentidos. Quizás hasta estamos dispuestos hacer algún acto de reparación.

Ha llegado el gran momento de dar el paso definitivo para volver a la casa del padre. Acercarse al sacramento de la reconciliación para que todos los pecados no sean perdonados. En teoría todo está claro, se conoce  lo que hay que hacer. Pero, por algún motivo, surgen las complicaciones, para algunas personas dar ese paso resulta muy difícil, inclusive se declaran pases de darlo.

Habría que meditar profundamente sobre la propia conversión. Si verdaderamente deseo cambiar mi actitud de vida, ¿por qué no estoy dispuesto hacer todo, cueste lo que cueste para lograr la amistad perdida con Dios?  ¿Qué impedimento existe? ¿Y cómo lo voy a eliminar? ¿Estoy  dispuesta ayudarlo o lo eliminaré siempre y cuando no represente un esfuerzo demasiado duro para mí?

Las respuestas a estas preguntas pueden ser muy diferentes. Puede que falte humildad, que todavía esté muy presente la soberbia, pensando que soy bueno, pues no mato, no robo, voy a misa, etc. No se piensa en lo que nos dice el Evangelio, que no basta con ser bueno, hay que ser santos.

No vamos a negar que el confesar los pecados al sacerdote,  humanamente hablando nos cuesta mucho. Eso de hincarse ante otro ser humano y decirle todo lo malo que hay dentro de uno, no es agradable. 

Por ese motivo hay que crear y fomentar una actitud interior de humildad, dejando un lado todos los prejuicios humanos y pidiéndole misericordia de Dios. Recordemos la parábola del fariseo y el publicano.

El fariseo se consideraba superior a los demás, es decir, él ya estaba por encima de los otros, él si actuaba de maravilla, cumplía con todo, en otras palabras, era un soberbio. 

Por otro lado, el publicano se consideraba débil, indigno del amor de Dios, y le pedí a Dios que tuviera misericordia de él porque sabía que solamente él podía darle la gracia del perdón, era modelo de humildad.

Se puede pensar que el sacramento no es necesario, no se cree en él, se dice: yo me confieso con Dios directamente, no tengo necesidad de que nadie me perdone, o bien, yo tengo una línea directa con Dios, él y yo nos entendemos, para que me complicó metiendo a otra persona. Olvidando que Cristo instituyó este sacramento como el único medio para el perdón de los pecados de todos aquellos bautizados que hayan pecado después de haber recibido el bautismo.

Aunque se haga una oración perfecta de arrepentimiento, no sería suficiente porque Cristo entregó a los apóstoles y a sus sucesores el poder y la responsabilidad de juzgar la sinceridad del arrepentimiento y por tanto, la iglesia es la que tiene este poder, como cabeza visible de Cristo.

En otras ocasiones no se confía en el sacerdote, o se cuestiona su autoridad, o sencillamente, se le considera como un igual, y por lo tanto igual de pecador. 

Hay personas que piensan que ellas solas obtienen el perdón. Además, existe la posibilidad de que el confesor nos conozca y peor todavía, pues ¿qué va pensar de mí? A veces nuestra soberbia es tal, que hasta nos atrevemos a pensar, que nuestros pecados van hacer recordados eternamente por el confesor y por lo tanto, nuestra imagen va hacer dañada. Por lo tanto, es mejor no descubrirse, no sea que nos convirtamos en  personas vulnerables, es más conveniente que nadie se entere de todo lo malo que hemos hecho o pensado, o de aquello que pudiendo haber hecho y no hicimos.

Si conocemos el sacramento de la reconciliación, sabemos que es Cristo quien perdona, eso es lo que  importa, el sacerdote únicamente eso intermediario. Así que no importa que sea otro hombre, ni en qué condiciones se encuentre, en pecado o no.

Hay que saber que los sacerdotes pueden tener fallas humanas, pero eso es lo de menos, hay que buscar la reconciliación con Dios. Cristo dio el poder de perdonar los pecados a los apóstoles de sus sucesores, no se lo otorgó a cualquier persona, por buena o santa que fuese.

Con frecuencia escuchamos a alguien que nos dice que no se confiesa porque de niños tuvo una mala experiencia. Esta actitud resulta algo infantil ¡cuántas veces hemos tenido malas experiencias! Esto  no obsta para experimentarlas de nuevo. 

A veces pensamos que el pecado es tan grave que no nos atrevemos a confesarlo. Sin pensar que el sacerdote conoce nuestra debilidad y probablemente ha oído cosas mucho peores.

No importa qué tan grave sea nuestro pecado, no nos  debe dar vergüenza. El sacerdote es un hombre común y corriente, por lo tanto conoce perfectamente nuestra debilidad y no se va asustar. Un sacerdote se alegra por el pecador que se arrepiente y se entristece cuando una persona se niega a pedir perdón. 

Con todas estas disculpas o motivos, lo único que se logra es que Cristo, que quiere perdonarnos, no lo puede hacer. Sería bueno que reflexionáramos en la tristeza de Jesús al vernos tan alejados de Él.

Los motivos para no acercarse al sacramento de la reconciliación puede ser muchos, tantos como individuos hayan, pero éstos no van a cambiar el hecho de que si verdaderamente deseamos retornar a la Casa del Padre, hay que confesar los pecados.

Confesar los pecados mortales cometidos después del bautismo es condición indispensable para la salvación, excepción de cuando una persona muere después de haber hecho un acto de contrición perfecto, sin haber tenido la oportunidad  de confesarse.

De las motivaciones

Dios ama al hombre infinitamente. Pero para los hombres no es muy difícil ver este amor, porque tanto Dios, como su amor son invisibles y como el hombre es cuerpo y espíritu necesita de medios visibles para comunicarse. No basta con pensar yo quiero a mi hijo, hay que demostrarlo con un beso, con un te quiero. Por ello, Cristo instituyo los  sacramentos como signos visibles que manifiestan algo invisible, que es la gracia. Únicamente por medio de los sacramentos recibimos la gracia. ¿Cómo vamos a tener la certeza de haber sido perdonados, si no es a través del signo visible del sacramento de la reconciliación?

Sólo habiendo acudido a este sacramento, podemos tener la seguridad, que si cumplimos con los requisitos, hemos sido perdonados y hemos recibido la gracia santificante perdida por el pecado.

Ahora bien, lo más importante de este sacramento es que nos reconcilia con Dios y con la Iglesia. Dios, el que nos dio la vida, a quien le debemos todo lo que tenemos, de quien hemos estado apartados, ¿no se merece, ni siquiera un gesto de amor de nuestra parte?

No confesarse  sería como hacer todo un difícil viaje para regresar a la casa del padre y después de muchos esfuerzos, fatigas, dificultades, nos quedáramos en la puerta, sin poder comer del cordero, ni participar en la fiesta porque no haber dado el último paso.

Sería ilógico, pero eso exactamente es lo que sucede cuando nos negamos el sacramento de la confesión.  

Conclusión 

Cristo, que tanto nos amó hasta dar la vida por nosotros, quiso quedarse entre nosotros, no deseaba que nos quedásemos  solos. Para ello instituye el sacramento de la Eucaristía, el sacramento por excelencia, donde nos encontramos de la manera más íntima con él. Nos invita al banquete, pero para poder participar hay que estar libre de pecado.

Negándonos a la confesión, no nos podemos acudir al banquete, no podemos disfrutarlo. El despreciar la invitación, por el motivo que sea, significa quedarnos sin el alimento vital del alma.

Además, no hay relación más maravillosa de amor que la relación que se establece entre el hombre y Cristo en la eucaristía.

No valdría la pena quitar los prejuicios que tenemos y dar el último paso en nuestra conversión? Vivir en amistad con Dios, bien vale la pena. 

Sólo entonces viviremos en paz

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