"Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa"
- 18 Noviembre 2014
- 18 Noviembre 2014
- 18 Noviembre 2014
Gracias a todos por el P. JOSE ANTONIO PAGOLA
Por estos días se cumplen 34 años desde que comencé a escribir mi comentario semanal al evangelio de cada domingo. Primeramente, a través de la prensa y la radio de mi ciudad de San Sebastián (España). Luego, a través de internet por medio de la Red evangelizadora Buena Noticias. Siento que me ha llegado el momento de cerrar este ciclo, tan estimulante y enriquecedor para mí.
No me retiro de mi actividad evangelizadora ni de mi oficio de escritor, pero, a mi edad, necesito más tiempo y sosiego para poder trabajar con otro ritmo en proyectos que todavía puedo llevar adelante.
Mientras tenga fuerzas, quiero vivir mis últimos años contribuyendo al impulso de esa renovación de la Iglesia a la que nos está llamando el papa Francisco. En concreto, quiero seguir promoviendo de diversas maneras la conversión a Jesús, a su Evangelio y a su proyecto humanizador del reino de Dios.
Este será pues mi último envío. Sin embargo, también en el futuro seguiréis recibiendo, desde grupos de Jesus, comentarios míos de cada domingo, seleccionados de los muchos que he escrito. También los podréis encontrar en la Web buenanoticia.net. Por otra parte, sabed que una selección muy completa de mis comentarios están ya publicados en cuatro pequeños volúmenes: en español (Ed. PPC); en catalán (Ed. Claret); en italiano (Ed. Borla); en brasileiro (Ed. Vozes). Y se están publicando los primeros volúmenes en inglés y en euskara.
En estos momentos solo siento un agradecimiento grande a todos. En primer lugar, a la querida comunidad del Carmelo de Hondarribia, que con tanta entrega y generosidad os habéis encargado de enviar el comentario de cada semana, superando a veces no pocas dificultades. Luego, a los traductores/as que, con vuestro trabajo oculto y gratuito, habéis hecho posible la difusión del Evangelio en diferentes lenguas.
Quiero también agradecer a quienes a través de páginas Web, servicios y periódicos digitales, radios, revistas, multicopias...habéis hecho llegar mi comentario evangélico hasta los lugares más insospechados de la Tierra. Siento un agradecimiento especial a tantos cientos de personas que, desde vuestro ordenador personal lo habéis enviado a misioneros, a personas mayores o enfermas, a gentes alejadas...
Esta red evangelizadora que hemos formado entre todos a lo largo de estos años no debe romperse. Vamos a utilizar los comentarios que nos irán llegando o los textos que tenemos en nuestros ordenadores para seguir difundiendo cada semana la Buena Noticia de Jesús. No perdamos nunca la confianza en él. Jesús renovará nuestra fe y salvará a su Iglesia de esta crisis.
Evangelio según San Lucas 19,1-10.
Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí. Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: "Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa". Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Se ha ido a alojar en casa de un pecador". Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más". Y Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido".
Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897), carmelita descalza, doctora de la Iglesia
Carta 137.
"Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa"
Celina, ¡qué gran misterio es nuestra grandeza en Jesús! Ya ves todo lo que Jesús nos ha enseñado al hacernos subir al árbol simbólico del que te hablaba hace poco. Y ahora ¿qué ciencia va a enseñarnos? ¿No nos lo ha enseñado ya todo...? Escuchemos lo que él nos dice: «Bajad enseguida, porque hoy tengo que alojarme en vuestra casa». ¿Pero cómo...? Jesús nos dice que bajemos... ¿Adónde tenemos que bajar? Celina, tú lo sabes mejor que yo; sin embargo, déjame que te diga hasta dónde debemos ahora seguir a Jesús. Una vez, los judíos le preguntaron a nuestro divino Salvador: «Maestro, ¿dónde vives?», y él les respondió: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, yo no tengo donde reclinar la cabeza» (Jn 1,38; Mt 8,20). He ahí hasta dónde tenemos que bajar nosotras para poder servir de morada a Jesús: hacernos tan pobres, que no tengamos donde reposar la cabeza. Ya ves, querida Celina, lo que Jesús ha obrado en mi alma durante estos ejercicios... Ya entiendes que se trata del interior. (…)
Lo que Jesús desea es que lo recibamos en nuestros corazones. Estos, qué duda cabe, están ya vacíos de criaturas, pero yo siento que lamentablemente el mío no está totalmente vacío de mí misma, y por eso Jesús me manda bajar... Él, el Rey de reyes, se humilló de tal suerte, que su rostro estaba escondido y nadie lo reconocía... Pues yo también quiero esconder mi rostro, quiero que sólo mi amado pueda verlo, que sólo él pueda contar mis lágrimas..., que al menos en mi corazón sí que pueda reposar su cabeza querida y sentir que allí sí es conocido y comprendido...
18 de noviembre 2014 Martes XXXIII Ap 3, 1-6.14-22
Hay palabras que pueden ser muy perturbadora para un creyente. Fijémonos que les dice a la comunidad de Sardis: "Conozco tus obras. Sé que tu nombre significa que vives, pero de hecho estás muerto. Despierta y, antes de que se mueran, devuelve los que aún viven, porque veo que tus obras son insuficientes a los ojos de mi Dios ». Si miras tu comunidad y te miras a ti mismo, ¿qué es lo que puede hacer que te sueltes y vivas como un muerto? Señor, que mi vida se desvele con autenticidad.
Dedicación de las basílicas de San Pedro y San Pablo
Dedicación de las basílicas de San Pedro y San Pablo
La dedicación de las basílicas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. La primera de ellas fue edificada por el emperador Constantino sobre el sepulcro de san Pedro en la colina del Vaticano, y al deteriorarse por el paso de los años fue reconstruida con mayor amplitud y de nuevo consagrada en este mismo día de su aniversario. La otra, edificada por los emperadores Teodosio y Valentiniano en la vía Ostiense, después de quedar aniquilada por un lamentable incendio fue reedificada en su totalidad y dedicada el diez de diciembre. Con su común conmemoración se quiere significar, de algún modo, la fraternidad de los apóstoles y la unidad en Iglesia.
Durante el siglo III los cristianos comienzan a dar culto litúrgico a los mártires, sus hermanos en la fe, que amaron a Dios más que a su propia vida. El culto empieza en las mismas tumbas. La comunidad cristiana se reúne lo más cerca posible del sepulcro para conmemorar el aniversario del martirio. En estas reuniones se celebraba la santa misa y un testigo presencial relataba las vicisitudes del martirio o bien se leían las actas. No era raro ver en primera fila al hijo, al padre o a la esposa del glorioso mártir. La tumba de un mártir constituye una gloria local, y, visitada en un principio por parientes y amigos, acaba por convertirse en centro de peregrinación. En el siglo IV, cuando la Iglesia goza de paz después del azaroso período de persecuciones, se levantan bellas basílicas en honor de los mártires, procurando siempre que el altar central (el único que había entonces en las iglesias) se asiente encima del sepulcro, aunque para ello tengan que nivelar el terreno o inutilizar otras sepulturas. Desde la iglesia se podía descender por escaleras laterales hasta la cámara sepulcral o cripta, situada debajo del presbiterio, en donde estaba el cuerpo del mártir.
No se conservan las tumbas de los mártires de los dos primeros siglos por la sencilla razón de que aún no se les daba culto. Hay, empero, dos excepciones, y son la tumba de san Pedro, primer papa, y la de san Pablo, apóstol de los gentiles. Ambos fueron martirizados en Roma hacia el año 671, en distinta fecha, aunque la liturgia celebre su fiesta el mismo día 29 de junio. San Pedro fue crucificado, según tradición, y los cristianos le dieron sepultura en un cementerio público de la colina Vaticana, junto a la vía Aurelia, mientras que san Pablo murió decapitado (tuvieron con él esta deferencia por tratarse de un ciudadano romano), siendo enterrado en la vía Ostiense, muy cerca del Tíber. Tenían los dos mucha importancia en la fundación de la Iglesia romana para que los cristianos perdieran el recuerdo de sus tumbas. Efectivamente, hacia el año 200, el sacerdote romano Gayo, en una discusión con Próculo, representante de la secta montanista, le decía a éste: «Yo te puedo mostrar los restos de los apóstoles; pues, ya te dirijas al Vaticano, ya a la vía Ostiense, hallarás los trofeos de quienes fundaron aquella Iglesia» (Eusebio, Hist. Ecl., II, 25,7.).
Cesaron las persecuciones y Constantino subió al trono imperial. Por aquellos días gobernaba la Iglesia el papa san Silvestre. Su biógrafo, en el Liber Pontificalis, dice que el emperador construyó, a ruegos del Papa, la basílica sobre la tumba de san Pedro. La empresa no fue fácil, pues el sepulcro estaba en una pendiente bastante pronunciada de la colina. Tuvieron que levantar altos muros a un lado, ahondar el terreno en otro y nivelar el conjunto hasta obtener una gran plataforma.
El Papa la dedicó en el año 326 y, según se lee en el Breviario Romano2, erigió en ella un altar de piedra, al que ungió con el sagrado crisma, disponiendo además que, en adelante, tan sólo se consagraran altares de piedra. Era una basílica grandiosa, a cinco naves, con un pórtico en la entrada, y que perduró por toda la Edad Media. Debajo del altar, a unos metros de profundidad había la cripta con la tumba del apóstol, la cual fue recubierta con una masa de bronce y una cruz horizontal encima, toda ella de oro, de 150 libras de peso, debido a la munificencia de Constantino. La cripta era inaccesible, pero los peregrinos para confiarse al Santo se acercaban a la ventanilla de la confesión (una abertura que había en la parte delantera del altar), y desde allí, por un conducto interior, hacían descender lienzos y otros objetos que tocaran el sepulcro. Dichos objetos eran conservados como recuerdo y venerados a modo de reliquias. Así como la basílica de Letrán, edificada también por Constantino y dedicada en un principio al Salvador, era considerada como la catedral de Roma y fue residencia de los papas por toda la Edad Media, la de San Pedro venía a ser la catedral del mundo. En ella se reunían los fieles en las principales festividades del año litúrgico: Navidad, Epifanía, Pasión, Pascua, Ascensión y Pentecostés. El nuevo papa recibía la consagración en San Pedro y allí era sepultado al morir. En ella eran ordenados los presbíteros y diáconos romanos.
Constantino cuidó también de la edificación de la basílica de San Pablo sobre la tumba de éste apóstol en la vía Ostiense. Era un edificio más bien pequeño; por eso algunos años después, en tiempo del emperador Valentiniano, construyeron otra mucho mayor a cinco naves, de orientación contraria a la anterior, sin tocar, no obstante, el altar primitivo. Todavía se conservan hoy, en la mesa del altar, los agujeros por los que en otros tiempos se hacían descender los lienzos y los incensarios para fumigar el sepulcro.
Desde un principio, ambas basílicas ofrecen una historia parecida. Son los dos templos más visitados de Roma y se convierten en centros mundiales de peregrinación. Desde todas partes del orbe cristiano se iba a rendir homenaje a los Príncipes de los Apóstoles («ad limina apostolorum»). Era tal la concurrencia de peregrinos que el papa san Simplicio, en el siglo V, estableció en ambas basílicas un servicio permanente de sacerdotes para administrar el bautismo y la penitencia. Cuando Alarico sitió la ciudad de Roma en el año 410, prometió a los romanos que las tropas respetarían a quienes se refugiasen en las basílicas apostólicas. A propósito de esto nos cuenta san Jerónimo que la noble dama Marcela huyó de su palacio del Aventino y corrió a la basílica de San Pablo «para hallar allí su refugio o su sepultura». En invasiones posteriores, los romanos no tuvieron tanta suerte, y las basílicas apostólicas fueron saqueadas más de una vez. A fin de evitar tantos desastres, León IV, en el siglo IX, hizo amurallar la basílica vaticana y los edificios contiguos, creando la que en adelante se llamó Ciudad Leonina. Lo propio hizo luego el papa Juan VIII con la basílica de San Pablo. El nuevo recinto tomó el nombre de Joanópolis.
La confesión y el altar de San Pedro sufrieron diversas restauraciones en el decurso de los siglos. Al final de la Edad Media, la basílica vaticana, además de resultar pequeña, amenazaba ruina; por lo cual, el papa Nicolás V determinó la construcción de la actual. Tomaron parte en los trabajos los arquitectos más destacados de la época y los mejores artistas. La obra duró varios pontificados, hasta fue fue consagrada ppr el papa Urbano VIII en 18 de noviembre de 1626, exactamente a los trece siglos de haber sido erigida la anterior. La actual basílica tiene la forma de cruz latina con el altar en el centro de los brazos y en el mismo sitio que ocupaba el anterior, pero en un plano más elevado. Ocupa un espacio que rebasa los quince mil metros cuadrados. La longitud total, comprendiendo el pórtico, es de doscientos once metros y medio. La nave transversal tiene ciento cuarenta metros. La cúpula se eleva a ciento treinta y tres metros del suelo, con un diámetro de cuarenta y dos metros. No hay que decir que es la mayor iglesia del mundo. En las recientes excavaciones3 llevadas a cabo por indicación del papa Pío XII, se hallaron las capas superpuestas de las distintas restauraciones; de modo que las noticias que se tenían sobre la historia de la tumba han sido admirablemente confirmadas por los vestigios monumentales que han ido apareciendo en el decurso de las excavaciones. Debajo del altar actual apareció la confesión y el altar construido por Calixto II en el siglo XII. Debajo de éste había otro altar, el que edificó el papa San Gregorio el Magno hacia el año 600. Más abajo estaba la construcción sepulcral del tiempo de Constantino. Y, ahondando más, dieron con el primer revestimiento de la tumba, que, según la tradición, había sido hecha en tiempo del papa Anacleto, pero que el estudio atento de los materiales empleados ha puesto en claro que fue en tiempos del papa Aniceto, hacia el año 160. La equivocación de estos dos nombres en documentos posteriores es por demás comprensible. Finalmente, debajo de la memoria del papa Aniceto se halló una humilde fosa excavada en la tierra y recubierta con tejas (según costumbre) con los restos del apóstol.
La basílica de San Pablo, también a cinco naves separadas por veinticuatro columnas de mármol, enriquecida con mosaicos y por los famosos medallones de todos los papas, era considerada en la Edad Media como la basílica más bella de Roma. Pero, en 1823, un incendió la destruyó casi por completo. León XII ordenó la reconstrucción siguiendo el mismo plano y aprovechando lo que había salvado de la antigua, entre otras cosas, el famoso mosaico del arco triunfal del tiempo de Gala Placidia. La consagró el papa Pío IX el 10 de diciembre de 1854, con asistencia de muchos cardenales y obispos de todo el orbe que habían acudido a Roma para la proclamación del dogma de la Inmaculada, que tuvo lugar dos días antes. Se estableció, sin embargo, que el aniversario de la consagración continuase celebrándose el 18 de noviembre. De esta forma se ha respetado una vez más el interés de la sagrada liturgia en unir en un mismo día (29 de junio) la fiesta y la dedicación (18 de noviembre) de los dos apóstoles columnas de la Iglesia, tan dispares en su origen (el uno apóstol y el otro perseguidor), tan diversos en su apostolado (el uno representa la tradición y el otro la renovación), pero unidos ambos por el martirio bajo una misma persecución, y unidos, sobre todo, por el mismo amor ardiente y sincero a Jesús.
La misericordia es uno de los temas que aparece una y otra vez en mi oración. ¿Pero, que es realmente la misericordia? ¿Qué queremos decir cuando hablamos de un Dios misericordioso? ¿Soy también llamado a ser misericordioso con los demás? Creo que hay dos palabras que describen lo que significa la misericordia de Dios: perdón y transformación. El perdón: un Dios que perdona. El amor de Dios hacia nosotros es incondicional y esta es la base sobre la que hemos sido perdonados. No importa lo que hemos hecho ni el tiempo que hemos vivido como si Dios no existiera, Él viene a recibirnos con los brazos abiertos y amorosos. Cuando nos sentimos arrepentidos de nuestros pecados y reconocemos nuestra condición de pecadores, volvemos una y otra vez a Dios. En reconocerlo, estamos permitiendo un cambio radical en nosotros. Transformación: el perdón de Dios y el amor que siente por nosotros no es sólo una sensación cálida y difusa, como si hubieran borrado una pizarra tachadura. Dios nos invita a ser transformados por el perdón. Nos encomienda una tarea, la tarea no sólo de evitar el mal, sino de trabajar para vencer el mal haciendo el bien. Ese lograr que PAX HD llegue a muchos corazones.
DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO (A) 16 de noviembre de 2014
Prov 31, 10-13.19-20.30-31; 1Tes 5, 1-6; Mt 25, 14-30
En el evangelio de hoy ha sido proclamada la parábola de los talentos, una moneda muy apreciada en tiempos de Jesús. La parábola de Jesús empezaba así: "Un hombre que se iba fuera del país llama a sus administradores y confió sus bienes ". Este hombre que se va de viaje es una imagen del mismo Jesús quien, después que fundó la iglesia, dejó la tierra y se subió al cielo, dejando a los suyos, que son todos y cada uno de los cristianos, todos los suevos bienes: es decir, sacramentos, doctrina, sacerdocio, gracia, etc. Estos bienes (no sólo materiales sino también los espirituales, tanto naturales como sobrenaturales) representan los grandes dones que al hombre le hace Dios: cualidades del alma y del cuerpo, dignidades, riquezas, elocuencia, prestigio, todo lo que, en fin, podemos utilizar para la gloria de Dios y el bien de las almas. Hay personas de las que decimos que tienen talento. ¿Qué es tener talento? ¿Es ser listo? ¿Es tener poder? ¿Es tener fortuna, saber aprovechar las ocasiones? Nadie es un chapuza como persona, cada uno de nosotros, es una obra maestra de Dios. Por tanto, en todos hay talentos, en todos existe el don de Dios, el amor de Dios. Eso sí, todos somos diferentes. La Resurrección de Cristo ha dejado en nuestras almas el maravilloso tesoro de la gracia. Todos lo recibimos el día de nuestro Bautismo, cuando, sepultados en la Pasión del Señor, resucitamos con Él y fuimos bendecidos con el Don del Espíritu Santo. He aquí nuestro gran talento; y esa es nuestra gran responsabilidad: hacer rendir ese talento de la gracia.
Después, la parábola de hoy nos habla de cómo utilizar los dones que Dios nos regala. Y así, el Señor nos refiere la conducta de los sirvientes; dos de los que trabajaron con tanta inteligencia y constancia que dobla el capital recibido. Es un símbolo de los que cumplen fielmente sus deberes, cooperan con la gracia, se afanan en trabajar por Dios, por ellos y por sus cercanos. Por lo tanto, ante los dones de Dios lo primero que hay es saber recibirlos como una gracia y no como una carga. Pero la parábola también nos habla de un tercer siervo que es perezoso; no desperdicia el talento que ha recibido, se contenta en esconderlo en un lugar seguro para devolverlo al Señor, pero sin ganancia. Este conservan al perezoso puede representar a quienes reciben en vano la gracia del Señor, que no hacen el bien que podrían y deberían hacer, ni levantan el corazón de las cosas de la tierra. Aquí podríamos recuerda la exhortación de San Pablo a los corintios a no perder la gracia que hemos recibido. La gracia es reproductiva, no se puede ocultar, es un tesoro que hemos recibido para que lo regalemos a manos llenas, haciendo que fructifique. Y eso, una vez más, depende de nosotros, de nuestra acción, de nuestros recursos, de nuestra misericordia. Pero los talentos no son nuestros. Los talentos son prestados, son de Dios. Los hay que piensan que sus virtudes, o sus riquezas, o su suerte son suyas. Y por eso dicen: "yo no debo nada a nadie "," A mí nadie me ha regalado nada ". Pero la verdad es que todo es don de Dios. La buena esposa de Proverbios es todo lo contrario del empleado perezoso, infiel por asustadizo. Ella abre las manos a los pobres, alarga el brazo a los indigentes: estos son sus talentos, aquellos que están entre sus posibilidades, quizás tan pequeñas, pero siempre tan productivas.
La palabra de dios nos invita a estar preparados habiendo hecho que nuestros talentos se multipliquen, porque no sabemos cuándo llegará el día del Señor. Acudimos con sencillez a María, nuestra madre, para que Dios lleve a buen término en nosotros la buena obra que Él mismo ha comenzado.
Conversión de Zaqueo
Lucas 19, 1-10. Tiempo Ordinario. Cuando encontramos a Jesús en nuestra vida no podemos permanecer iguales.
Oración introductoria
Jesús, como Zaqueo quiero conocerte mejor, pero hay muchas cosas que me lo impiden y me distraen. Hoy vengo a esta oración dispuesto a encontrarme contigo. Mírame Señor, con ese amor con que miraste a Zaqueo, ven a mí, prometo no dejarte ir nunca más.
Petición
Señor, haz que venga hoy tu salvación a mi alma.
Meditación del Papa Francisco
Miremos a Zaqueo hoy en el árbol, ridículo, pero es un gesto de salvación, pero yo te digo a ti, si tú tienes un peso sobre tu consciencia, si tú tienes vergüenza de tantas cosas que has cometido, detente un poco, no te asustes, piensa que alguien te espera porque nunca ha dejado de acordarse de ti, de recordarte, y ese es tu padre Dios. Trépate, como ha hecho Zaqueo, sube sobre el árbol del deseo de ser transformado. Yo les aseguro que no serán desilusionados. Jesús, es misericordioso y nunca se cansa de perdonarnos. Así es Jesús. Queridos hermanos y hermanas, dejemos nosotros también que Jesús nos llame por nuestro nombre. En lo profundo de nuestro corazón escuchemos su voz que nos dice: 'Hoy tengo que quedarme en tu casa', yo quiero detenerme en tu casa, en tu corazón, o sea en tu vida. Recibámoslo con alegría. Él puede cambiarnos, puede transformar nuestro corazón de piedra en corazón de carne. Puede liberarnos del egoísmo y hacer de nuestra vida un don de amor. Jesús puede hacerlo, déjate mirar por Jesús. (S.S. Francisco, 3 de noviembre de 2013).
Reflexión
Zaqueo que era un hombre pecador se encuentra con Jesús. Pero este encuentro no sucede de manera fortuita, sino que nace de la curiosidad de este hombre, que seguramente admiraba a Jesús en secreto. Al pasar Jesús por Jericó había mucha gente reunida con la esperanza de ver cómo era ese profeta del que tanto se oía. Uno de ellos era Zaqueo, hombre de mala reputación, ya que se dedicaba a cobrar impuestos y además era muy rico. Su baja estatura le impedía ver a Jesús. Entonces corrió adelantándose para subirse a un árbol y desde ahí poder contemplar a Jesús en el momento en que pasara. Y al pasar Jesús miró hacia arriba y le dijo "Zaqueo, baja enseguida, pues hoy tengo que quedarme en tu casa". Él bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Y todo el pueblo murmuraba: "Se ha ido a casa de un rico pecador". Zaqueo dijo resueltamente a Jesús: "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres y a quien le haya exigido algo injustamente le devolveré cuatro veces más". Jesús le contestó: "Hoy ha entrado la salvación a esta casa, pues también este hombre es un hijo de Abraham. El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido"
Cuán transformante habrá sido el encuentro de Zaqueo con Jesucristo para que este hombre decidiera corregir el rumbo de su vida. Probablemente desde el momento en que Zaqueo con tanto interés buscó a Jesús, sabía que su modo de actuar no era el correcto y sabía que conocer a ese profeta le cambiaría la vida, aunque esto tuviera muchas consecuencias. Zaqueo al subir al árbol, vence el respeto humano. Pone los medios necesarios para un encuentro cara a cara con el Señor. No imaginó que Jesucristo le pediría hospedarse en su casa. Y bajó del árbol rápidamente y lo recibió con alegría.
Qué actitud tan hermosa la de Zaqueo, que conociendo sus pecados, acepta al Señor y atiende rápidamente a su petición. Todos los cristianos podemos imitar esta actitud de prontitud ante los reclamos del Señor y una prontitud alegre, porque no hay mayor motivo de felicidad y alegría que Jesús nos llame y lo hace todos los días. Zaqueo no podía seguir siendo el mismo después de conocer personalmente a Cristo. Decide restituir a toda persona que haya engañado. Y Cristo, que conoce el corazón de cada hombre, le da la buena noticia: "Hoy la salvación ha entrado a su casa".
Propósito
Imitar esta actitud de prontitud alegre de Zaqueo a lo que Jesús nos pide, porque no hay mayor motivo de felicidad y alegría que Jesús nos llame y lo hace todos los días.
Diálogo con Cristo
Señor Jesús, necesito este encuentro contigo en la oración. El ejemplo de Zaqueo me hace ver que quien te deja entrar en su vida, no pierde nada de lo que realmente hace la vida bella, buena y grande. Tu amistad abre las puertas de un horizonte inmenso. Ayúdame a hacer la misma experiencia y a no tener miedo de abrirte de par en par las puertas de mi corazón.
¡Qué grande es Nuestro Señor Jesucristo!
Durante su vida en la tierra, aunque era el Hijo de Dios, Cristo vivió en humildad, se hizo todo para todos a fin de salvarnos.
¡El próximo domingo celebramos la gran fiesta de Cristo Rey!
Jesucristo ha sido constituido el centro del universo. Todo fue creado por Él y para Él, todo se mantiene en Él, y Jesucristo será el único Soberano de todas las cosas en los siglos eternos. ¡Qué grande es Nuestro Señor Jesucristo, y qué orgullosos estamos nosotros de su gloria!
Durante su vida en la tierra, aunque era el Hijo de Dios, Jesucristo vivió en humildad, se hizo todo para todos a fin de salvarnos a todos, y sólo a partir de su resurrección aparece en todo el esplendor de su grandeza. Sin embargo, aún no se ha manifestado toda la gloria suya. Hemos de esperar al fin, cuando vuelva a dar la mano definitiva al mundo y a cerrar la historia de todas las cosas. Sólo entonces veremos sometidos a Jesucristo los seres todos del cielo y de la tierra, y celebraremos su Reino que no tendrá fin.
Todo esto es muy bonito. Todo esto, entusiasma. Pero, ¿nos damos cuenta de lo que nos exige?...
En la revolución mexicana, que cubrió de mártires nuestra América, un joven de veintitrés años abandona su magnífico puesto en el Banco Internacional de México y se enrola en las filas de los católicos que luchaban por defender la Religión perseguida. Una bala perdida le atraviesa las dos piernas, pierde el sentido, cae prisionero, y, recobrado el conocimiento, le pregunta el coronel:
- ¿De qué partido es usted?
- Soy un defensor de Cristo Rey.
- ¿Qué grado tiene?
- Capitán primero.
- ¿Se rinde?
- No, no me rindo.
- Deme su revolver.
- Tómelo, y máteme si quiere. Pero antes déjeme gritar: ¡Viva Cristo Rey!
El coronel disparó el arma, le destrozó al valiente muchacho la cabeza con las balas, y con aquellos disparos le abría las puertas del Cielo, el Reino glorioso de Jesucristo.
Como este joven mártir, nosotros, bien penetrados de la fe cristiana, miramos en Jesucristo al Soberano que dicta leyes, al Jefe que gobierna, al Juez que pedirá cuentas. Y nos rendimos ante Jesucristo.
Con la mentalidad democrática que rige nuestros pueblos, nos cuesta aceptar un jefe absoluto, al que llamamos dictador; no nos sometemos a nadie sino al pueblo soberano, como decimos; y jamás aceptaríamos una justicia que no se rigiera por las normas que nosotros mismos le hemos impuesto. Así es nuestra democracia, así pensamos, y esto es lo único que aceptamos.
Pero ante Jesucristo hemos de cambiar de parecer.
Jesucristo no es un dictador que oprima a nadie ni un hombre sin corazón. Es un Soberano lleno de amor que no busca sino nuestra salvación.
Pero el único legislador es Jesucristo, y no una asamblea constituyente, con diputados elegidos por nosotros. El único que manda es Jesucristo, porque es el Señor. El que tendrá la última palabra es Jesucristo, porque ha sido constituido Juez de vivos y muertos. Ante este Jesucristo nos jugamos la vida. Aceptar a Jesucristo es aceptar su Persona, su doctrina y sus mandatos. Por desgracia, no todos aceptan a Jesucristo de manara incondicional. Son muchos los que lo rechazan. No admiten a nadie que esté sobre sus cabezas. No quieren a ninguno que les venga a fastidiar la vida de placer a que se entregan... El orgullo y la sensualidad son los dos grandes enemigos de Cristo. Sin embargo, Jesucristo se ofrece y actúa como Salvador antes que ejercer sus poderes de Juez.
Ha dejado su Iglesia en el mundo como signo del Reino y encargada de llevar adelante el Reino de Dios hasta que Jesucristo vuelva. Y aquí, en la Iglesia y su Vicario el Papa, es donde tropiezan también muchos. Al aceptar a Jesucristo en su Persona y no en sus representantes ni en su Iglesia, vienen a rechazar al mismo Jesucristo, que dijo:- Id y enseñad... Con vosotros estoy... Quien os acoge a vosotros me acoge a mí, y quien a vosotros rechaza me rechaza a mi y al Padre que me envió.
Cuando nosotros hablamos así de Jesucristo y salimos con energía por sus derechos, podemos dar la sensación de que nosotros somos más rigurosos que el mismo Jesucristo. Pero esto es una equivocación completa. Jesucristo no es nada riguroso, porque es Rey de amor y Rey de paz.
Nuestra lengua puede subir un poco el tono, pero tampoco somos rigurosos. Lo que nos pasa es que nos duele, como le dolía a Pablo, el ver que hombres, hermanos nuestros, rehusan someterse a Jesucristo, porque con ello hasta pueden poner en peligro su salvación. Y este miedo nos hace cambiar un poquito la voz...
Nosotros, creyentes, no ponemos condiciones a Jesucristo. Que mande. Que pida. Que nos gobierne por su Iglesia. No nos pide que dejemos el puesto en el Banco ni que entreguemos la pistola al enemigo para que nos abra la cabeza. Pero nos pide el amor del corazón, y se lo damos entero. Nos pide la obediencia a su Iglesia, y no nos ponemos a discutir. Y así, tranquilos, esperamos su venida, y hasta le pedimos que la acelere, pues estamos impacientes de encontrarnos con Él: ¡Ven, Señor Jesús!... .
El Papa en Sta. Marta: 'No reducir la Iglesia a un microclima eclesiástico'
Fecha: 17 de Noviembre de 2014
El santo padre Francisco ha advertido en la homilía de Santa Marta de este lunes, que a veces sucede en la Iglesia, que "los cristianos son tentados a estar con Jesús sin querer estar con los pobres y los marginados" aislándose de un 'microclima eclesiástico' que no tiene nada de auténticamente eclesial.
La homilía se ha centrado en el pasaje del Evangelio, el del ciego de Jericó, que representa --ha recordado el Papa- la "primera clase de personas" que puebla la narración del evangelista Lucas: un hombre que no tenía nada pero que quería la salvación, quería ser curado, y por lo tanto grita más fuerte que el muro de la indiferencia que lo rodea hasta que vence su propósito y consigue llamar a la puerta del corazón de Jesús. Los discípulos pretendían callar al ciego para evitar disturbios y alejar 'al Señor de una periferia'.
Francisco lo ha explicado así: "Esta periferia no podía llegar al Señor, porque este círculo --pero con buena voluntad ¿eh?-- cerraba la puerta. Y esto sucede con frecuencia, entre nosotros creyentes: cuando hemos encontrado al Señor, sin que nosotros nos demos cuenta, se crea este microclima eclesiástico. No solo los sacerdotes, los obispos, también los fieles: 'Pero nosotros somos esos que están con el Señor'. Y de tanto mirar al Señor no miramos la necesidad del Señor: no miramos al Señor que tiene hambre, que tiene sed, que está en prisión, que está en el hospital. Ese Señor, en el marginado. Y este clima hace mucho mal".
Continuando con estas tentaciones, Francisco ha hablado del grupo que se siente "preelegido", que quiere conservar 'este pequeño mundo' alejando a quien 'moleste al Señor', incluidos los niños. De este modo, el Pontífice señala que "cuando en la Iglesia, los fieles, los ministros se convierten en un grupo así... no eclesial, sino 'eclesiástico', de privilegio de cercanía al Señor, tienen la tentación de olvidar el primer amor, ese amor tan bonito que todos hemos tenido cuando el Señor nos ha llamado, nos ha salvado, nos ha dicho: 'Pero yo te quiero mucho'. Esta es una tentación de los discípulos: olvidar el primer amor, es decir, olvidar también las periferias, donde yo estaba antes, aunque sintiera verguenza".
Francisco ha hablado de un tercer grupo: 'el pueblo sencillo', el que alaba a Dios por la sanación del ciego. A propósito, el Santo Padre ha preguntado "cuántas veces encontramos gente sencilla, tantas viejecitas que caminan y van, también con sacrificio, a rezar a la Virgen a un santuario". Éstas "no piden privilegios, piden gracia solamente", ha indicado. Este es el pueblo fiel, el que "sabe seguir al Señor, sin pedir ningún privilegio", capaz de "perder tiempo con el Señor", y sobre todo no olvidar a la "Iglesia marginada" de los niños, de los enfermos y de los encarcelados.
Para concluir la homilía de este lunes, el Obispo de Roma ha invitado a pedir al Señor la gracia de no alejarnos nunca de esta Iglesia. "No entremos nunca en este microclima de los discípulos eclesiásticos, privilegiados, que se alejan de la Iglesia de Dios, que sufre, que pide salvación, que pide fe, que pide la Palabra de Dios". Pidamos la gracia --ha concluido-- de ser pueblo fiel de Dios, sin pedir al Señor ningún privilegio, que nos alejan del pueblo de Dios.