Por primera vez, comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho
- 21 Febrero 2019
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Pedro Damián, Santo
Memoria Litúrgica, 21 de febrero
Cardenal y Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de san Pedro Damián, cardenal obispo de Ostia y doctor de la Iglesia. Habiendo entrado en el eremo de Fonte Avellana, promovió denodadamente la vida religiosa y en los tiempos difíciles de la reforma de la Iglesia trabajó para que los monjes se dedicasen a la santidad de la contemplación, los clérigos a la integridad de vida y para que el pueblo mantuviese la comunión con la Sede Apostólica. Falleció el día veintidós de febrero en Favencia, de la Romagna (1072).
Fecha de canonización: En el año 1828 por el Papa León XII.
Breve Biografía
San Pedro Damián fue un hombre austero y rígido que Dios envió a la Iglesia Católica en un tiempo en el que la relajación de costumbres era muy grande y se necesitaban predicadores que tuvieran el valor de corregir los vicios con sus palabras y con sus buenos ejemplos. Nació en Ravena (Italia) el año 1007.
Quedó huérfano muy pequeñito y un hermano suyo lo humilló terriblemente y lo dedicó a cuidar cerdos y lo trataba como al más vil de los esclavos. Pero de pronto un sacerdote, el Padre Damián, se compadeció de él y se lo llevó a la ciudad y le costeó los estudios. En honor a su protector, en adelante nuestro santo se llamó siempre Pedro Damián.
El antiguo cuidador de cerdos resultó tener una inteligencia privilegiada y obtuvo las mejores calificaciones en los estudios y a los 25 años ya era profesor de universidad. Pero no se sentía satisfecho de vivir en un ambiente tan mundano y corrompido, y dispuso hacerse religioso.
Estaba meditando cómo entrarse a un convento, cuando recibió la visita de dos monjes benedictinos, de la comunidad fundada por el austero San Romualdo, y al oírles narrar lo seriamente que en su convento se vivía la vida religiosa, se fue con ellos. Y pronto resultó ser el más exacto cumplidor de los severísimos reglamentos de su convento.
Pedro, para lograr dominar sus pasiones sensuales, se colocó debajo de su camisa correas con espinas (cilicio, se llama esa penitencia) y se daba azotes, y se dedicó a ayunar a pan y agua. Pero sucedió que su cuerpo, que no estaba acostumbrado a tan duras penitencias, empezó a debilitarse y le llegó el insomnio, y pasaba las noches sin dormir, y le afectó una debilidad general que no le dejaba hacer nada. Entonces comprendió que las penitencias no deben ser tan exageradas, y que la mejor penitencia es tener paciencia con las penas que Dios permite que nos lleguen, y que una muy buena penitencia es dedicarse a cumplir exactamente los deberes de cada día y a estudiar y trabajar con todo empeño.
Esta experiencia personal le fue de gran utilidad después al dirigir espiritualmente a otros, pues a muchos les fue enseñando que en vez de hacer enfermar al cuerpo con penitencias exageradas, lo que hay que hacer es hacerlo trabajar fuertemente en favor del reino de Dios y de la salvación de las almas.
En sus años de monje, Pedro Damián aprovechó aquel ambiente de silencio y soledad para dedicarse a estudiar muy profundamente la Sagrada Biblia y los escritos de los santos antiguos. Esto le servirá después enormemente para redactar sus propios libros y sus cartas que se hicieron famosas por la gran sabiduría con la que fueron compuestas.
En los ratos en que no estaba rezando o estudiando, se dedicaba a labores de carpintería, y con los pequeños muebles que construía ayudaba a la economía del convento.
Al morir el superior del convento, los monjes nombraron como su abad a Pedro Damián. Este se oponía porque se creía indigno pero entre todos lo lograron convencer de que debía aceptar. Era el más humilde de todos, y pedía perdón en público por cualquier falta que cometía. Y su superiorato produjo tan buenos resultados que de su convento se formaron otros cinco conventos, y dos de sus dirigidos fueron declarados santos por el Sumo Pontífice (Santo Domingo Loricato y San Juan de Lodi. Este último escribió la vida de San Pedro Damián).
Muchísimas personas pedían la dirección espiritual de San Pedro Damián. A cuatro Sumos Pontífices les dirigió cartas muy serias recomendándoles que hicieran todo lo posible para que la relajación y las malas costumbres no se apoderaran de la Iglesia y de los sacerdotes. Criticaba fuertemente a los que son muy amigos de pasear mucho, pues decía que el que mucho pasea, muy difícilmente llega a la santidad.
A un obispo que en vez de dedicarse a enseñar catecismo y a preparar sermones pasaba las tardes jugando ajedrez, le puso como penitencia rezar tres veces todos los salmos de la Biblia (que son 150), lavarles los pies a doce pobres y regalarles a cada uno una moneda de oro. La penitencia era fuerte, pero el obispo se dio cuenta de que sí se la merecía, y la cumplió y se enmendó.
Los dos peores vicios de la Iglesia en aquellos años mil, eran la impureza y la simonía. Muchos sacerdotes eran descuidados en cumplir su celibato, o sea ese juramento solemne que han hecho de esforzarse por ser puros, y además la simonía era muy frecuente en todas partes. Y contra estos dos defectos se propuso luchar Pedro Damián.
Varios Sumos Pontífices, sabiendo la gran sabiduría y la admirable santidad del Padre Pedro Damián, le confiaron misiones delicadísimas. El Papa Esteban IX lo nombró Cardenal y Obispo de Ostia (que es el puerto de Roma). El humilde sacerdote no quería aceptar estos cargos, pero el Papa lo amenazó con graves castigos si no lo aceptaba. Y allí, con esos oficios, obró con admirable prudencia. Porque al que es obediente consigue victorias.
Resultó que el joven emperador Enrique IV quería divorciarse, y su arzobispo, por temor, se lo iba a permitir. Entonces el Papa envió a Pedro Damián a Alemania, el cual reunió a todos los obispos alemanes, y valientemente, delante de ellos le pidió al emperador que no fuera a dar ese mal ejemplo tan dañoso a todos sus súbditos, y Enrique desistió de su idea de divorciarse.
Sus sermones eran escuchados con mucha emoción y sabiduría, y sus libros eran leídos con gran provecho espiritual. Así, por ejemplo, uno que se llama "Libro Gomorriano", en contra de las costumbres de su tiempo. (Gomorriano, en recuerdo de Gomorra, una de las cinco ciudades que Dios destruyó con una lluvia de fuego porque allí se cometían muchos pecados de impureza). A los Pontífices y a muchos personajes les dirigió frecuentes cartas pidiéndoles que trataran de acabar con la Simonía, o sea con aquel vicio que consiste en llegar a los altos puestos de la Iglesia comprando el cargo con dinero (y no mereciéndolo con el buen comportamiento). Este vicio tomó el nombre de Simón el Mago, un tipo que le propuso a San Pedro apóstol que le vendiera el poder de hacer milagros. En aquel siglo del año mil era muy frecuente que un hombre nada santo llegara a ser sacerdote y hasta obispo, porque compraba su nombramiento dando mucho dinero a los que lo elegían para ese cargo. Y esto traía terribles males a la Iglesia Católica porque llegaban a altos puestos unos hombres totalmente indignos que no iban a hacer nada bien sino mucho mal. Afortunadamente, el Papa que fue nombrado al año siguiente de la muerte de San Pedro Damián, y que era su gran amigo, el Papa Gregorio VII, se propuso luchar fuertemente contra ese vicio y tratar de acabarlo.
La gente decía: el Padre Damián es fuerte en el hablar, pero es santo en el obrar, y eso hace que le hagamos caso con gusto a sus llamadas de atención.
Lo que más le agradaba era retirarse a la soledad a rezar y a meditar. Y sentía una santa envidia por los religiosos que tienen todo su tiempo para dedicarse a la oración y a la meditación. Otra labor que le agradaba muchísimo era el ayudar a los pobres. Todo el dinero que le llegaba lo repartía entre la gente más necesitada. Era mortificadísimo en comer y dormir, pero sumamente generosos en repartir limosnas y ayudas a cuantos más podía.
El Sumo Pontífice lo envió a Ravena a tratar de lograr que esa ciudad hiciera las paces con el Papa. Lo consiguió, y al volver de su importante misión, al llegar al convento sintió una gran fiebre y murió santamente. Era el 21 de febrero del año 1072. Inmediatamente la gente empezó a considerarlo como un gran santo y a conseguir favores de Dios por su intercesión.
El Papa León XII lo canonizó (1823) y, por los elocuentes sermones que compuso y por los libros tan sabios que escribió, lo declaró Doctor de la Iglesia (1828) .
San Pedro Damián: consíguenos de Dios la gracia de que nuestros sacerdotes y obispos sean verdaderamente santos y sepan cumplir fielmente su celibato.
Santo Evangelio según San Marcos 8, 27-33. Jueves VI del tiempo ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, haz mi corazón sencillo y humilde como el tuyo. Concédeme las gracias que necesito para confiar en Ti y dejarte guiarme.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 8, 27-33
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Los discípulos llamaban a Jesús maestro. Sus enemigos también lo llamaban así (Lc20,21). Jesús es el Maestro que nos enseña quién es Dios y quiénes somos nosotros.
¿Cuántas veces nos vemos en situaciones en las cuales no sabemos qué hacer, o qué decir, o qué pensar? Nos pasa como a la gente de la que acabamos de oír en el Evangelio. Tenemos opiniones sobre Jesús, sobre los demás, sobre muchas cosas. Pero en realidad, a veces no conocemos la verdad. Por eso pedimos: Señor, sé nuestro maestro. Tú dijiste «Yo soy el camino, la verdad y la vida.» (Jn 14,6) Como a san Pedro, enséñanos quién eres. Como a los discípulos, muéstranos el camino de la felicidad, que es el camino del amor hasta la cruz.
A veces es duro estar en la escuela de Jesús. Dice el Evangelio que Él hablaba de su Pasión a los discípulos, y que «se lo explicaba con toda claridad.» Como leímos, a san Pedro le costó aceptar la cruz. Incluso a Jesús mismo le daba miedo morir (Mt 26, 36-39). Como a Él, a nosotros nos cuesta seguir la escuela del amor hasta la cruz. Pero Jesús nos enseña, con su ejemplo, que el camino de la plenitud es el camino del amor que se entrega siempre, en las buenas y también cuando duele. La cruz de Jesús es la prueba de su amor hasta el fin por nosotros: «la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores» (Rm 5,8).
Señor, sé nuestro maestro. Queremos ser tus discípulos. Tú te entregas en cada instante, en cada Misa y en cada confesión. Concédenos aprender de Ti a amar al Padre sobre todas las cosas, y a nuestros hermanos como a nosotros mismos.
«La Biblia y la historia de la Iglesia nos enseñan que muchas veces, incluso los elegidos, andando en el camino, empiezan a pensar, a creerse y a comportarse como dueños de la salvación y no como beneficiarios, como controladores de los misterios de Dios y no como humildes distribuidores, como aduaneros de Dios y no como servidores del rebaño que se les ha confiado. Muchas veces ?por un celo excesivo y mal orientado? en lugar de seguir a Dios nos ponemos delante de él, como Pedro, que criticó al Maestro y mereció el reproche más severo que Cristo nunca dirigió a una persona: “¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!” (Mc 8,33).»
(Discurso de S.S. Francisco, 21 de diciembre de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
En un rato de oración reflexionaré quién es Jesús para mí.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Quien ama a la Iglesia sabe perdonar, dice el Papa Francisco
"quien ama a la Iglesia sabe perdonar, porque sabe que él mismo es pecador y necesita el perdón de Dios"
El Papa Francisco aseguró que “quien ama a la Iglesia sabe perdonar, porque sabe que él mismo es pecador y necesita el perdón de Dios” porque “no se puede vivir toda una vida acusando a la Iglesia”. Así lo dijo a fieles de la diócesis italiana de Benevento, tierra natal del Padre Pío.
Esta audiencia, en la que participaron 2.500 peregrinos, se realizó en la Basílica de San Pedro antes de que el Santo Padre presidiera la tradicional audiencia general de los miércoles llevada a cabo en el Aula Pablo VI del Vaticano.
El motivo de la peregrinación fue devolver la visita que el Papa Francisco realizó a Pietrelcina el 17 de marzo de 2018 por el 50º aniversario de la muerte de San Pio y centenario de las apariciones de los estigmas. Acerca de esa visita papal, el Pontífice renovó “su vivo agradecimiento por la calurosa acogida” que recibió y aseguró que “no olvida ese día” y que la visita “permanece en su corazón”.
En esta línea, el Papa invitó a los fieles de Benevento que “el recuerdo de aquel evento, cargado de significado eclesial y espiritual, reviva en todos el deseo de profundizar la vida de fe, siguiendo las enseñanzas de su ilustre y santo paisano Padre Pío”.
Sobre San Pio, el Santo Padre dijo que se distinguió por tener una “firme fe en Dios, firme esperanza en las realidades celestiales, generosa dedicación a la gente, fidelidad a la Iglesia, que siempre ha amado con todos sus problemas y sus adversidades”.
“Él amó la Iglesia, con tantos problemas que tiene la Iglesia, con tantas adversidades, con tantos pecadores. Porque la Iglesia es santa, es la esposa de Cristo, pero nosotros, los hijos de la Iglesia somos todos pecadores, ¡y algunos grandes! pero él amaba a la Iglesia tal como era, no la destruyó con la lengua, ya que está de moda hacerlo ahora”, afirmó el Papa.
De este modo, el Pontífice aseguró que “el que ama a la Iglesia sabe cómo perdonar, porque sabe que él mismo es un pecador y necesita el perdón de Dios. Sabe cómo arreglar las cosas, porque el Señor quiere arreglar las cosas bien pero siempre con perdón: no podemos vivir una vida entera acusando, acusando, acusando a la Iglesia”, dijo.
El acusador es el demonio
En este sentido, el Santo Padre preguntó: “¿De quién es el oficio de acusador? ¿Quién es aquel que la Biblia llama el gran acusador? Y respondió que “el demonio y los que pasan la vida acusando, acusando, acusando, son: no diré hijos, porque el diablo no tiene ninguno, sino amigos, primos y familiares del diablo”.
“Y no, esto no va, debemos señalar los defectos a corregir, pero en el momento en que se señalan los defectos, se denuncian los defectos, se ama a la Iglesia. Sin amor, eso es del diablo. Ambas cosas tenía San Padre Pío, amaba a la Iglesia con todos sus problemas y sus adversidades, con los pecados de sus hijos. No olviden eso”, invitó.
Por ello, el Papa los animó a “comprender y acoger siempre más el amor de Dios, fuente y motivo de nuestra verdadera alegría” y aseguró que “estamos llamados a donar este amor que cambia la vida, sobre todo a las personas más débiles y necesitadas. Cada uno de nosotros, difundiendo la caridad divina, contribuye a un mundo más justo y solidario”.
“Siguiendo el ejemplo del Padre Pío, por favor, no se cansen de confiar en Cristo y de anunciar su bondad y misericordia con el testimonio de su vida. Esto es lo que los hombres y mujeres en nuestro tiempo esperan de los discípulos del Señor. Testimonio”, afirmó el Papa.
Al finalizar, el Santo Padre invitó a recordar el consejo de San Francisco a sus discípulos “Vayan, den testimonio, no son necesarias las palabras” y explicó que “a veces se debe hablar pero se debe comenzar con el testimonio, vivan como cristianos, testimoniando que el amor es más bello del odio, que la amistad es más bella de la enemistad, que la fraternidad entre todos nosotros es más bella que la guerra”, concluyó.
Ser católico siempre y en todo momento, no solamente los domingos
La conversión personal es cuestión de un instante, pero la santidad a la que estamos llamados es tarea que nos ocupa toda la vida
Es cierto que vivimos en un mundo globalizado, en donde a veces es difícil encontrar unos espacios de tiempo en los que podamos encontrar calma y tranquilidad.
También es cierto que los avances tecnológicos junto con el dinamismo que trae consigo la vida misma han transformado, de alguna forma, nuestra manera de actuar e incluso nos atreveríamos a decir que nuestra forma de pensar, pues evidentemente estamos sometidos a ese vaivén que, en mayor o menor medida, agita nuestro entorno.
No obstante, para quienes libre y conscientemente hemos abrazado la fe en Cristo Jesús, tenemos que esforzarnos por gozar en todo momento y lugar del beneficio de su paz.
Necesitamos abrazar esa paz para ponderar y meditar las cosas que nos acaecen en lo más hondo de nuestro corazón, mirando a Santa María, la madre de Dios, como hijos pequeños y tan necesitados que buscan su auxilio y su protección, por ser ella el modelo más excelso de la gracia.
Por experiencia sabemos sobradamente que la conversión personal es cuestión de un instante, pero la santidad a la que estamos llamados es tarea que nos ocupa toda la vida.
Así las cosas, debemos emplearnos a fondo con todos los medios y en todas las jornadas de nuestra existencia para dar cumplimiento a este mandato evangélico:
"Sean, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre Dios que está en los cielos es perfecto" (Mt. 5, 48)
Dado que de él se desprende que nuestro obrar debe ser autentico, de una pieza, sin doblez, coherente con nuestras creencias y convicciones, sin temer al qué dirán, e incluso remando contra corriente si fuera necesario.
Tengamos en cuenta que el Evangelio (que es palabra de Dios) y la doctrina que nos proporciona el Magisterio de la Santa Madre Iglesia son la savia que nutre nuestra vida espiritual, la cual va inseparablemente unida a nuestra vida humanamente cotidiana, sea en el trabajo, en la familia, en el ocio adecuado y, cómo no, en la vida de piedad.
Desde esta perspectiva, como católicos responsables que un día decidimos voluntariamente seguir a Cristo, no podemos conformarnos con una entrega minimalista y rutinaria, un tanto superficial, como quienes quieren cubrir su expediente justificando así el contenido de sus actos.
A tal efecto, sabido es que la vida espiritual es como un plano inclinado en el que o se avanza o irremediablemente se desciende, y a veces hasta tal punto que el alma se enfría tanto que deja de amar.
Por tal motivo, en la lucha ascética no sirven las medias tintas, ni los razonamientos vagos, ni las especulaciones baratas.
Desde que nacimos a la vida de la gracia por medio del bautismo, nos jugamos mucho en esta efímera vida terrenal llena de oportunidades para merecer día a día y a cada instante los bienes necesarios para alcanzar el cielo.
Nuestra misión y nuestro compromiso consisten en identificarnos con Cristo, ser otros Cristos, los mismos Cristos, una laboriosa y heroica tarea a la que todos estamos llamados sin excepción.
Y para amar a Cristo no hay otro camino que tratarle para llegar a conocerle, y de esta forma cobijarle en nuestro interior para que presida nuestro obrar. Por ello tenemos la oportunidad de participar de los medios que pone a nuestro alcance la Iglesia como remedio para nuestra salvación eterna.
Con todo, debemos ser almas de oración continua, en medio del trabajo, hablando con nuestras amistades, al lado de nuestra familia, haciendo de la vida cotidiana aparentemente sin brillo una sinfonía espiritual exultante.
Desde hace dos mil años Jesús nos espera en el Sagrario, para contarle nuestras cosas, lo que va y lo que no funciona. También nos espera en la Eucaristía, para que comulguemos frecuentemente y mantener el latido contemplativo saludable.
Asimismo lo encontramos en el sacramento de la reconciliación, pidiéndole perdón por nuestras faltas, animados por su infinita misericordia.
Por consiguiente, no podemos seguir a Jesús unos instantes únicamente los domingos, quizá buscando la misa más corta y orquestada para que nos sea más "amena", sin caer en la cuenta de que el Sacrificio del Altar es el centro y razón de nuestra vida cristiana.
Y porque Jesucristo habita en nosotros le debemos la más alta consideración, pues sin Él nada podemos hacer.
Meditemos por un instante cuántos minutos dedicamos al día en leer el Evangelio, en leer algún libro de lectura espiritual, en leer documentos provenientes del Vaticano, o en estar informados de las últimas noticias acerca del Santo Padre. Examinemos también cuánto tiempo empleamos en nuestro apostolado, o en hacer obras de caridad.
No podemos excusarnos diciendo que no tenemos tiempo, aunque esa sea la verdad, porque el Señor sí que tuvo tiempo para redimirnos en la Cruz, obedeciendo en todo al Padre.
Seamos consecuentes al sabernos hijos de Dios, pues Él se desvela por todos nosotros en quienes desde la eternidad piensa el momento justo en que debemos aparecer en escena.
Nuestra gratitud por todo lo que recibimos y por aquello que no poseemos, debe reflejarse permanentemente a lo largo de nuestro recorrido, y una forma tangible de llevarlo a cabo, no solamente los domingos, es demostrando que somos verdaderos hijos de un mismo Padre en cada momento de nuestras vidas.
Para alcanzar la paz, se debe buscar la justicia con coherencia de vida.
Paz, se escucha mucho esta palabra, es pronunciada desde las iglesias, lo pronuncian los políticos y la gente del campo, pero la pregunta es: ¿Entendemos lo que es la paz?
Hemos visto que hay otra virtud junto a la paz, en muchos eslóganes la encontramos. Es la virtud de la justicia, pues incluso en la misma Biblia aparecen de la mano: “justicia y paz se abrazan” (Salmo 85,11). ¿Por qué van de la mano? Vemos a lo largo de la Sagrada Escritura cómo el hombre justo va luchando por alcanzar la paz y vemos que siempre Dios le responde cómo puede alcanzarla. Dios dice que tiene que existir la coherencia de vida para que se pueda vivir en paz y por lo tanto que exista su equivalente: justicia. Pero volvemos a la misma pregunta ¿por qué?
Las respuestas a estos interrogantes las podemos ir contestando con lo que vamos viviendo en la actualidad en la sociedad, considerando que al igual que el significado del amor, hemos desvirtuado también el significado de la palabra paz. Hoy en día los medios de comunicación ponen el concepto de paz como la persona o sociedad que “no se mete con nadie”; “quien vive su vida y deja vivir”. Puede haber algo de verdad en esto, pero son sumamente peligrosas estas frases, si las aplicamos mal en este mundo totalmente relativizado.
Si lo vemos bajo la concepción de este mundo es sumamente peligroso pues podemos caer en el error de decir que: “si no nos metemos con Dios, estaremos en paz con Él” y hoy no es extraño escuchar: “no voy a la Iglesia pero estoy en paz con Dios y eso me basta porque me siento tranquilo”. Hoy en día, hay que tener mucho cuidado pues el mundo relativiza todo, con tal de que las personas no se acuerden de Dios.
Dios mismo en la Sagrada Escritura nos dice que para que haya paz tiene que haber coherencia de vida y para ser coherentes tiene que existir la justicia en nuestra vida. Aquí respondemos el porqué la justicia va de la mano con la paz, pues si vivimos como realmente tenemos que vivir, hacemos lo que tenemos que hacer y si somos justos con nuestro prójimo, habrá paz.
Hay que trabajar por alcanzar la paz, pero para eso hay que luchar contra corriente. Si nos dejamos llevar por la corriente no significa que haya paz, sino que nos dirigimos hacia una enorme caída. Los que han alcanzado la paz a través de la historia han sido las personas que han luchado contra corriente, los que buscan ser “sal de la tierra” y brillar con todo su potencial en este mundo nublado de tinieblas.
“Dichoso el hombre que trabaja por la paz”. El hombre que posee este tesoro de la paz busca transmitirlo a los demás. Ese fue el caso de Juan Pablo II, un hombre que vivía la paz y buscaba transmitirla a los demás. Era el principal precursor de la paz y trabajaba por llevar justicia a todas las naciones y por eso fue un exitoso emisario de estas virtudes.
“Sean artesanos de la Paz”. Debemos trabajarla con mucho amor y cariño y no en serie pues no podemos generar la paz en serie, tiene que ser construida con nuestras manos, manos que Dios ha querido que sean para llevar paz y no la guerra, que lleven la rama del olivo y no la de un cuchillo. Trabajemos en la paz desde nuestro entorno, transmitamos la paz con nuestra sonrisa, pidámosle la gracia a Dios que: “donde haya odio lleve yo amor”. Veremos cómo todo cambia si empezamos a llevar paz y si somos justos con los demás, en especial con Dios. Esto no es nada extraordinario sino ser lo que se tiene que ser y “darle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
DUROS TESTIMONIOS Y CRUDOS RELATOS EN EL VIDEO DE INICIO DE LA REUNIÓN ANTI-ABUSOS
El horror de una mujer violada por un cura: "Estuve embarazada tres veces, él me hizo abortar tres veces"
"Tenía miedo de él. Y cada vez que me negaba a tener relaciones con él, me pegaba. Él me golpeaba"
Hernán Reyes Alcaide, 21 de febrero de 2019 a las 12:44
Duros testimonios y crudos relatos en el video de inicio de la cumbre anti-abusoOsservatore Romano
Yo les pido por favor, que colaboren con la justicia, que tengan especial cuidado con las víctimas. No podemos seguir con este crimen, de encubrir esta lacra
- El Papa, en la apertura de la cumbre antipederastia: "Escuchemos el grito de los pequeños que piden Justicia"
- Tagle admite que la Iglesia "cubrió el escándalo para proteger a los abusadores"
- Monseñor Scicluna: "Daremos nuestras vidas" por las víctimas de abusos
(Hernán Reyes Alcaide, corresponsal en el Vaticano).- La cumbre anti-abusos de cuatro días que inició hoy en el Vaticano tuvo en su sesión inicial un video con testimonios de cinco víctimas de abusos que, desde todo el mundo, reconocieron el "dolor" por los abusos, denunciaron a un religioso que obligó a hacer tres abortos a una abusada, y con dureza lanzaron: "Se han convertido en algunos casos en los asesinos de las almas", plantearon. El primer testimonio divulgado frente al papa Francisco y los 190 participantes fue el de un hombre latinoamericano que reconoció que "las secuelas son obvias, en todo tipo de aspectos, y quedan para la vida". "Lo primero que hicieron fue tratarme de mentiroso, darme la espalda y decir que yo y otros, eramos enemigos de la Iglesia", lamentó el hombre abusado, al contar la reacción de la Iglesia frente a su caso. "A las víctimas hay que creerles, respetarlas, cuidarlas y repararlos. Hay que reparar a las víctimas, hay que estar con ellos, hay que creerles, hay que acompañarlos", reclamó. "Ustedes, son los doctores de las almas, y sin embargo, con excepciones, se han convertido en algunos casos, en los asesinos de los almas, en los asesinos de la fe. Que contradicción más espantosa", les dijo a los obispos y cardenales presentes.
"Yo les pido por favor, que colaboren con la justicia, que tengan especial cuidado con las víctimas. No podemos seguir con este crimen, de encubrir esta lacra de los abusos sexuales en la Iglesia", les reclamó.
Some of the victims’ testimonies that bishops and religious superiors listened to this morning at the #VaticanSummit on abuse #PBC2019
El segundo testimonio fue el de una mujer africana, que recordó que desde que tenía quince años mantenía relaciones sexuales con un sacerdote.
"Esto duró trece años seguidos. Estuve embarazada tres veces, él me hizo abortar tres veces. Simplemente porque él no quería un preservativo ni un método anticonceptivo", denunció.
"Tenía miedo de él. Y cada vez que me negaba a tener relaciones con él, me pegaba. Él me golpeaba. Y como yo dependía totalmente de él económicamente, sufrí todas sus humillaciones", lamentó.
"Él me daba todo lo que yo quería cuando yo aceptaba las relaciones sexuales. De lo contrario, me golpeaba"; planteó, ante la mirada de 114 presidentes de conferencias episcopales y otros 80 religiosos de alto cargo a nivel global.
El tercer testimonio fue el de un hombre de Europa del Este, que pidió a los miembros del clero "que escuchen a estas personas, que aprendan a escuchar a las personas que hablan".
Luego un hombre de Estados Unidos reconoció el "dolor" que aún siente ante un abuso.
"Todavía tengo dolor. Mis padres todavía llevan el dolor por la disfunción, la traición, la manipulación que este hombre malo, que era nuestro sacerdote católico en ese entonces, nos hizo a mi familia y a mí. Así que eso es lo que más me ha herido y lo que llevo conmigo hoy", lamentó.
"He sido acosado sexualmente durante mucho tiempo, más de cien veces, y este acoso sexual me ha creado traumas y recuerdos a lo largo de mi vida", admitió a la cámara el quinto testimonio, de un hombre asiático.
"Es difícil vivir la vida, es difícil estar con gente, conectarse con la gente. Si quieren salvar a la Iglesia, tenemos que actuar juntos y hacer que los perpetradores se den por vencidos", pidió.
Pedimos al Espíritu Santo que nos apoye en estos días y que nos ayude a transformar este mal en una oportunidad para la conciencia y la purificación. #PBC2019