Que cada día tome su cruz y me siga
- 07 Marzo 2019
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Perpetua y Felicidad, Santas
Memoria Litúrgica, 7 de marzo
Mártires en Cartago
Martirologio Romano: Memoria de las santas mártires Perpetua y Felicidad, que bajo el emperador Septimio Severo fueron detenidas en Cartago junto con otros adolescentes catecúmenos. Perpetua, matrona de unos veinte años, era madre de un niño de pecho, y Felicidad, su sierva, estaba entonces embarazada, por lo cual, según las leyes no podía ser martirizada hasta que diese a luz, y al llegar el momento, en medio de los dolores del parto se alegraba de ser expuesta a las fieras, y de la cárcel las dos pasaron al anfiteatro con rostro alegre, como si fueran hacia el cielo († 203).
Patronazgo: de las madres, de las madres embarazadas que dan a luz en condiciones difíciles (Felicidad), de las madres lactantes (Perpetua)
Etimológicamente: Perpetua = Aquella que siempre ayuda a los demás, es de origen latino.
Etimológicamente: Felicidad = Aquella a quien la suerte le acompaña, es de origen latino.
Breve Biografía
Vibia Perpetua, una joven madre de 22 años, escribió en prisión el diario de su arresto, de las visitas que recibía, de las visiones y de los sueños, y siguió escribiendo hasta la víspera del suplicio. “Nos echaron a la cárcel –escribe– y quedé consternada, porque nunca me había encontrado en lugar tan oscuro. Apretujados, nos sentíamos sofocar por el calor, pues los soldados no tenían ninguna consideración con nosotros”. Perpetua era una mujer de familia noble y había nacido en Cartago; con ella fueron encarcelados Saturnino, Revocato, Secóndulo y Felicidad, que era una joven esclava de la familia de Perpetua, todos catecúmenos.
A los cinco se unió su catequista Saturno y, gracias a él, todos pudieron recibir el bautismo antes de ser echados a las fieras y decapitados en el circo de Cartago, el 7 de marzo del año 203. Felicidad estaba para dar a luz a su hijo y rezaba para que el parto llegara pronto para poder unirse a sus compañeros de martirio. Y así sucedió, el niño nació dos días antes de la fecha establecida para el inhumano espectáculo en el circo: fue un parto muy doloroso, y cuando un soldado comenzó a burlarse: “¿Cómo te lamentarás entonces cuando te estén destrozando las fieras?” Felicidad replicó llena de fe y de dignidad: “¡Ahora soy yo quien sufro; en cambio, lo que voy a padecer no lo padeceré yo, sino que lo sufrirá Jesús por mí!”.
Ser cristianos en esa época de fe y de sangre constituía un riesgo cotidiano: el riesgo de terminar en un circo, como pasto para las fieras y ante la morbosa curiosidad de la muchedumbre. Perpetua tenía un hijito de pocos meses.
Su padre, que era pagano, le suplicaba, se humillaba, le recordaba sus deberes para con la tierna criatura. Bastaba una palabra de abjuración y ella regresaría a casa. Pero Perpetua, llorando, repetía: “No puedo, soy cristiana”.
Los escritos de Perpetua formaron un libro que se llama Pasión de Perpetua y Felicidad, que después completó otra mano, tal vez la de Tertuliano, que narró cómo las dos mujeres fueron echadas a una vaca brava que las corneó bárbaramente antes de ser decapitadas. La frescura de esas páginas ha llenado de admiración y conmoción a enteras generaciones. Precisamente los hermanos en la fe fueron quienes pidieron a Perpetua que escribiera esos apuntes para dejar a todos los cristianos por escrito un testimonio de edificación.
Nuestras santas son representadas normalmente en la arena, embestidas por una vaca, algunas veces abrazándose para darse fuezas y en otras dándose el beso de la paz, estas representaciones han sido mal interpretadas en la actualidad por algunos colectivos con opiniones sesgadas sobre la amistad, con intención explícita de hacerlas símbolo de algo que no fueron: amantes.
Oración
Señor y Dios nuestro,
las santas mártires Perpetua y Felicidad,
movidas por tu amor,
vencieron los tormentos y la muerte
y superaron la furia del perseguidor,
concédenos, por su intercesión,
crecer siempre en ese mismo amor divino.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
que contigo y el Espíritu Santo vive y reina en unidad,
y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Toma tu cruz de cada día y sígueme
Santo Evangelio según San Lucas 9, 22-25. Jueves después de Ceniza
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Padre mío, en este día quiero ponerme en tus manos y confiar en Ti. Que no dude nunca que eres un padre bueno, que me amas y que sólo buscas mi bien.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 9, 22-25
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Te invito que al leer y reflexionar este pasaje no pienses: «ah, otra reflexión, otra vez este Evangelio», sino más bien, que te des cuenta de que Jesús te está hablando y te dice: «la vida no es fácil, pero aquí estoy Yo para ayudarte.»
Te hablo a ti, que puedes estar cansado e incluso harto de cargar tu cruz. Sé que no es fácil, que implica cansancio, dolor, sufrimiento; sé que a veces caerás y que te costará levantarte, pero recuerda que María, tu Madre, está siempre a tu lado. Recuerda que hay uno o varios cirineos que te ayudarán a cargar la cruz y habrá personas, como la Verónica, que limpiarán, no sólo tu rostro sino tu alma.
Si te preguntas: ¿por qué yo? ¿por qué me pasa todo esto a mí? Quiero que creas y sepas que todo esto es porque Jesús confía en ti y Él sabe que tú puedes superar esto, tomado siempre de su mano. Como dice Jesús: «Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará».
«Siempre, también hoy, está la tentación de querer seguir a un Cristo sin cruz, es más, de enseñar a Dios el camino justo, como Pedro: “No, no Señor, esto no, no sucederá nunca”. Pero Jesús nos recuerda que su vía es la vía del amor, y no existe el verdadero amor sin sacrificio de sí mismo. Estamos llamados a no dejarnos absorber por la visión de este mundo, sino a ser cada vez más conscientes de la necesidad y de la fatiga para nosotros cristianos de caminar siempre a contracorriente y cuesta arriba. Jesús completa su propuesta con palabras que expresan una gran sabiduría siempre válida, porque desafían la mentalidad y los comportamientos egocéntricos.
Él exhorta: “Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará”. En esta paradoja está contenida la regla de oro que Dios ha inscrito en la naturaleza humana creada en Cristo: la regla de que solo el amor da sentido y felicidad a la vida. Gastar los talentos propios, las energías y el propio tiempo solo para cuidarse, custodiarse y realizarse a sí mismos conduce en realidad a perderse, o sea, a una experiencia triste y estéril. En cambio, vivamos para el Señor y asentemos nuestra vida sobre su amor, como hizo Jesús.»
(Ángelus de S.S. Francisco, 3 de septiembre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Cuando viste la cruz, Jesús, no viste tu instrumento de tortura, sino el instrumento de mi salvación. Tú que la abrazaste, la besaste y la cargaste, has que yo, indigno amigo tuyo, cargue con mi cruz de cada día y la lleve hasta llegar contigo al Calvario, y la ame como Tú, Señor, la has amado.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Aceptaré con alegría las contrariedades o cambios de planes que me sucedan hoy.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Es difícil renunciar a sí mismo y cargar la cruz
Cuando Cristo nos pide renuncia, en realidad nos está invitando a vivir plenamente la vida.
No sé si a usted le ocurre lo mismo que a mí. Algunas expresiones del Evangelio me han sido difíciles de entender, cuanto más de vivirlas.
Una de ellas es la que el Santo Padre ha propuesto a los jóvenes: “En esta ocasión, deseo invitarles a reflexionar sobre las condiciones que Jesús pone a quien decide ser su discípulo: Si alguno quiere venir en pos de mí – Él dice -, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc 9, 23).
De las tres condiciones que Cristo pone (renunciar a sí mismo, tomar la cruz y seguirle), la primera me ha creado más dificultades de comprensión.
Parecería que Jesucristo y el mismo Papa no saben mucho de psicología y sociología humana, pues “el hombre tiene arraigado en el profundo de su ser la tendencia a pensar en sí mismo, a poner la propia persona en el centro de los intereses y a ponerse como medida de todo”. ¿Cómo, entonces, se les ocurre pedir al hombre, y más aún al joven, que renuncie a sí mismo, a su vida, a sus planes?
En realidad, “Jesús no pide que se renuncie a vivir, sino que se acoja una novedad y una plenitud de vida que sólo Él puede dar”. He aquí el elemento que nos hace entender las palabras evangélicas. En realidad no se nos pide renunciar sino todo lo contrario. Se nos pide y recomienda acoger, y en concreto, acoger toda la grandeza de Dios.
Quizá un ejemplo nos ayude a entender este juego verbal entre renunciar y acoger. Cuando unos recién casados me piden bendecir su hogar me muestran, una por una, las dependencias de la casa: el comedor, la cocina -- ¡para que no se le queme la comida!, suelen comentar los maridos --, la sala de estar, la habitación del matrimonio -- me da mucho gusto cuando la preside un crucifijo o una imagen de la Virgen -- y la habitación de los niños. Ésta ordinariamente, como todavía no han llegado los bebés, está llena de todos los regalos de boda. No falta el comentario de la esposa que se excusa porque todavía no ha tenido tiempo de revisar todos los presentes recibidos.
Pero, he aquí que llega la cigüeña y es necesario preparar la habitación para el bebé. ¿Qué se hace? ¿Se renuncia a los regalos? ¡Ni mucho menos! El deseo de acoger al primer hijo, plenitud del amor y de la vida de los nuevos esposos, les mueve a buscar lugares en el hogar dónde colocar los regalos de modo ordenado.
El modo de actuar de los primerizos papás es algo parecido a lo que Cristo nos pide. Como la alegría del primer bebé ordena las cosas del hogar, así cuando “el seguimiento del Señor se convierte en el valor supremo, entonces todos los otros valores reciben de aquel su justa colocación e importancia”.
”Renunciar a sí mismo - dice el Papa - significa renunciar al propio proyecto, con frecuencia limitado y mezquino, para acoger el de Dios”. Pero debemos entenderlo correctamente. Renunciar a sí mismo no es un rechazo de la propia persona y de las buenas cosas que en nosotros hay, sino acoger a Dios en plenitud y con su luz, no con la nuestra, ordenar todos los elementos de nuestra vida.
Ante nuestros proyectos limitados y mezquinos, como los llama el Santo Padre, se encuentra la plenitud del proyecto de Dios. ¿En qué consiste esta plenitud? En primer lugar, ante el limitado plan humano del tener y poseer bienes, Dios nos ofrece la plenitud de ser un bien para los demás. En realidad, el Señor no quiere que rechacemos los bienes, por el contrario desea que nosotros nos convirtamos en un bien y usemos de lo material en la medida que nos ayude a ser ese bien para los demás. “La vida verdadera se expresa en el don de sí mismo”.
A la autolimitación del hombre que “valora las cosas de acuerdo al propio interés”, se nos propone la apertura a la plenitud de los intereses de Dios. Se nos invita a obrar con plena libertad aceptando los planes de Dios, que siempre serán mejores que los nuestros. No se nos quita la capacidad de decidir. Por el contrario, se nos ofrece la oportunidad de que nuestra libertad escoja en cada momento lo mejor para nosotros, que es la voluntad de Dios.
Por último, a la actitud humana de “cerrarse en sí mismo”, permaneciendo aislado y sólo, se nos propone el vivir “en comunión con Dios y con los hermanos”. No se nos pide dejar de ser nosotros mismos. Más bien, se nos invita a valorar lo que somos, hasta el punto de considerarnos dignos para Dios y para los demás.
En resumen, cuando Jesucristo nos pide renuncia, en realidad nos está invitando a vivir plenamente la vida.
¿Por qué la Semana Santa cambia de fecha cada año?
El Año litúrgico se fija a partir del ciclo lunar, es decir, no se ciñe estrictamente al año calendario
El Año litúrgico no se ciñe estrictamente al año calendario, sino que varía de acuerdo con el ciclo lunar.
Cuenta la historia, que la noche en la que el pueblo judío salió de Egipto, había luna llena y eso les permitió prescindir de las lámparas para que no les descubrieran los soldados del faraón.
Los judíos celebran este acontecimiento cada año en la pascua judía o "Pesaj", que siempre concuerda con una noche de luna llena, en recuerdo de los israelitas que huyeron de Egipto pasando por el Mar Rojo.
Podemos estar seguros, por lo tanto, de que el primer Jueves Santo de la historia, cuando Jesús celebraba la Pascua judía con su discípulos, era una noche de luna llena.
Por eso, la Iglesia fija el Jueves Santo en la luna llena que se presenta entre el mes de marzo y abril y tomando esta fecha como centro del Año litúrgico, las demás fechas se mueven en relación a esta y hay algunas fiestas que varían de fecha una o dos semanas.
Las fiestas que cambian año con año, son:
· Miércoles de Ceniza
· Semana Santa
· La Ascensión del Señor
· Pentecostés
· Fiesta de Cristo Rey
También hay fiestas litúrgicas que nunca cambian de fecha, como por ejemplo:
· Navidad
· Epifanía
· Candelaria
· Fiesta de San Pedro y San Pablo
· La Asunción de la Virgen
· Fiesta de todos los santos
Los 3 grandes enemigos del Alma: Mundo, Demonio y Carne
Las Escrituras nos enseñan que no debemos amar al mundo, a no satisfacer los deseos de la carne y a luchar contra el demonio
Debemos tener algo muy claro en nuestra vida, si queremos seguir los mandatos del Señor. Debemos estar preparados y saber que los enemigos del alma son tres: Mundo, Demonio y Carne. Éstos nos llevan a desobedecer a Dios.
1.- Mundo:
Se lo vence aprendiendo a valorar las cosas como las valoran Dios y los santos, no como lo hace la gente sin fe que tiene un modo de pensar completamente materializado, restándole importancia a Dios y a sus mandamientos.
Esto es a lo que llamamos secularismo, es decir, obrar de acuerdo a las costumbres, modas o ideas de la gente sin fe, sin moral y sin Dios, organizando la vida como si Él no existiera dándole importancia solamente a lo que le guste a nuestro cuerpo, al orgullo, o a la avaricia.
La escala de valores para Dios es la siguiente:
Amar a Dios y cumplir sus mandamientos
Amar al prójimo y tratarlo como deseamos que nos traten a nosotros
Perfeccionarse a si mismo lo más posible
En contraposición a esta pirámide, la escala de valores del mundo es:
Tener mucho dinero e idolatrarlo
Darle al cuerpo todos los gustos que quiera
Querer obtener muchos honores, mucha fama y muy altos puestos
Obviamente seguir la escala de valores de Dios nos dan paz en esta vida y premio eterno en el cielo, mientras que la del mundo sólo trae angustias, miedos, preocupaciones y el peligro de condenarse eternamente.
2.- Demonio:
¿Quién es el demonio? El demonio es un ángel creado por Dios en el cielo, que por haberse rebelado contra el mismo Dios, le precipitó en los infiernos con otros muchos compañeros de su maldad, que llamamos demonios.
El Diablo acosa, acusa, tienta, engaña y miente en su lucha contra el cristiano. El trabaja a través de sus aliados, el mundo y la carne. El Diablo usa el mundo y la carne para causar el mayor daño al pueblo de Dios, para entorpecer el progreso de lo correcto, para acobardar a los cristianos, parar la proclamación del evangelio y debilitar la ofensiva del cristiano para favorecer el Reino de Dios.
La única forma de vencerlo es con oración, con fe, con sacrificios y rechazando todo lo malo. Pero sobre todo al demonio se le vence con la humildad. Como él es tan soberbio, huye de los humildes.
3.- Carne:
La forma de vencerla es no dando consentimiento a las tentaciones impuras que produce nuestro cuerpo. No es pecado tener tentaciones, el pecado radica en consentirlas. Dios las permite para darnos ocasión de aumentar nuestros méritos y premio en el cielo al luchar contra ellas para demostrarle a Dios que lo amamos a Él antes que nada.
Dios colocó cierto placer en las cosas para el disfrute de los seres humanos, como placer el comer para no morir de hambre, en el dormir para que el cuerpo descanse, y placer en el sexo, para que podamos procrear. El placer es solamente un estímulo, no es el fin, el problema está en que perseguimos es estímulo en las cosas y no el fin.
Decía San Agustin “yo no le tengo tanto miedo al demonio, al mundo le tengo más miedo, pero nuestro peor enemigo es nuestra propia Carne”.
Para no caer en la tentación la Iglesia nos recomienda confesarse, comulgar, asistir a la Santa Misa, evitar las ocasiones de pecar, evitar las amistades peligrosas, pensar en el Juicio y la Eternidad que nos esperan, y hacer sacrificios.
Venciendo a nuestros enemigos
Los santos despreciaban el mundo y le vencían considerándole que estaba rematadamente loco. En el mundo se dice que los listos, los inteligentes, los que son felices, son los que han sabido hacerse ricos y ahora disfrutan de fama, de riquezas y de placeres. En cambio, Jesucristo, sabiduría eterna, dijo todo lo contrario: “Felices los pobres, los perseguidos, los que sufren, los que lloran”. (Evangelio de San Mateo, 5,3-11).
Las escrituras nos enseñan que no debemos amar al mundo y que no debemos debemos satisfacer los deseos de la carne. Las escrituras también nos enseñan como luchar contra el Demonio. Si nos ponemos de pie y resistimos al Demonio, él se alejará de nosotros. El Diablo tiembla cuando oramos. El es vencido cuando citamos o leemos un pasaje de la escritura, porque Cristo se hace presente de inmediato.
No temamos. Si Dios con nosotros, ¿quién contra nosotros?
El Papa asegura que Dios nos sorprende siempre (video)
"Gracias a Él después de la noche del Viernes Santo hay un amanecer de resurrección capaz de iluminar con esperanza al mundo entero"
Durante la Audiencia General de este 6 de marzo, Miércoles de Ceniza, el Papa Francisco aseguró que “Dios nos precede siempre, Dios nos sorprende siempre” y señaló que “gracias a Él después de la noche del Viernes Santo hay un amanecer de resurrección capaz de iluminar con esperanza al mundo entero”.
El Santo Padre continuó con su serie de catequesis sobre la oración del Padre Nuestro en la que explicó la invocación “venga tu Reino” y animó a los miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro a donar esta invocación a quienes sufren.
“Regalémosla a las personas que están derrotadas y dobladas por la vida, a los que han saboreado más odio que amor, a quienes han vivido días inútiles sin haber entendido nunca el por qué. Donémosla a quienes han luchado por la justicia, a todos los mártires de la historia, a quienes han llegado a la conclusión de que han luchado por nada y que en este mundo domina siempre el mal”, alentó el Papa.
El Pontífice explicó que en la oración del Padre Nuestro después de haber rezado para que sea santificado su nombre “el creyente expresa el deseo de acelerar la venida de su Reino” y destacó que este deseo surge “desde el corazón mismo de Cristo, quien comenzó su predicación en Galilea proclamando: ‘el tiempo está completo y el reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en el Evangelio’”.
Anuncio de conversión
En esta línea, el Papa explicó que estas palabras de Jesús narradas en el Evangelio de San Marcos “no son una amenaza, al contrario, son un feliz anuncio, un mensaje de alegría” y remarcó que “Jesús no quiere presionar a las personas para que se conviertan sembrando el miedo del juicio inminente de Dios o el sentimiento de culpa por el mal cometido”.
En cambio, el Santo Padre destacó que Jesús predica “la Buena Noticia de la salvación, y a partir de ella, llama a convertirse” por lo que afirmó que cada uno está invitado a creer en el Evangelio, en la “señoría de Dios que se ha hecho cercana a sus hijos”.
Por otro lado, el Pontífice explicó algunos de los múltiples signos positivos de este Reino. En primer lugar, recordó el ministerio de Jesús en el cual “cuidó de los enfermos, del cuerpo y del espíritu, de aquellos que vivían exclusión social, por ejemplo, los leprosos, los pecadores mirados con desprecio por todos” y citó el Evangelio de San Mateo en donde Jesús mismo indica estos signos: “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres el Evangelio”.
Por ello, el Papa destacó que Jesús ya vino “pero el mundo está todavía marcado por el pecado, poblado por tanta gente que sufre, por personas que no se reconcilian y no perdonan, por guerras y por tantas formas de explotación” situaciones que demuestran que aún “tantos hombres y mujeres viven todavía con el corazón cerrado” y explicó que la invocación “venga tu Reino” es como decir: “Padre te necesitamos, Jesús te necesitamos, te necesitamos en todas partes y para siempre para que Tú seas Señor entre nosotros”.
Además, el Santo Padre señaló que en ocasiones podemos preguntarnos por qué este Reino se realiza tan lentamente por lo que recordó la parábola que dice que el Reino de Dios es similar a un campo donde crecen juntos el buen trigo y la cizaña: “el peor error sería intervenir inmediatamente extirpando del mundo las que nos parecen malas hierbas. Dios no es como nosotros, Dios tiene paciencia. No es con violencia que el Reino se instaura en el mundo: su estilo de propagación es la mansedumbre”, dijo.
De este modo, animó a invocar con insistencia “venga tu Reino” que significa “ven Señor Jesús” y aseguró que “el Señor viene, en su modo todos los días, tengamos confianza en esto”, concluyó.