El hombre no vive solamente de pan
- 10 Marzo 2019
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Macario de Jerusalén, Santo
Obispo, 10 de marzo
Martirologio Romano: Conmemoración de san Macario, obispo de Jerusalén, que con sus exhortaciones logró que los Santos Lugares fueran restaurados y enriquecidos con basílicas por el emperador Constantino el Grande y por su madre, santa Elena. († c.335)
Breve Biografía
La fecha en la que Macario fue consagrado Obispo se encuentra en la versión de San Jerónimo de las “Crónicas” de Eusebio.
Su muerte debe haber acaecido antes del Concilio de Tiro, en el año 335, en el que su sucesor, Máximo, fue aparentemente uno de los obispos participantes.
Macario fue uno de los obispos a quienes San Alejandro de Alejandría escribiera previniéndolos contra Ario.
El vigor de su oposición a la nueva herejía se evidencia en la manera abusiva en la que Ario se refiere a él en su carta a Eusebio de Nicomedia.
Asistió al Concilio de Nicea, y vale mencionar aquí dos conjeturas relacionadas con el papel que desempeñó en dicho concilio. La primera es que hubo un forcejeo entre él y su obispo metropolitano Eusebio de Cesarea, en cuanto a los derechos de sus respectivas sedes. El séptimo canon del concilio (“Debido a que la costumbre y la tradición antigua muestran que el obispo de Elia [Jerusalén] debe ser honrado y debe tener precedencia; sin que esto perjudique, sin embargo, la dignidad que corresponde al obispo de la Metrópolis”), por su vaguedad sugiere que fue el resultado de una prolongada batalla.
La segunda conjetura es que Macario, junto con Eustaquio de Antioquía, tuvo mucho que ver con la redacción del Credo adoptado finalmente por el Concilio de Nicea.
Para mayores datos sobre la base de esta conjetura (expresiones que aparecen en el Credo y que recuerdan las de Jerusalén y Antioquía) el lector puede consultar a Hort, "Two Dissertations", etc., 58 sqq.; Harnack, "Dogmengesch.", II (3a edición), 231; Kattenbusch, "Das Apost. Symbol." (Ver el índice del volumen II.).
De las conjeturas podemos pasar a la ficción. En la “Historia del Concilio de Nicea” atribuida a Gelasio de Cícico hay varias discusiones imaginarias entre los Padres del Concilio y los filósofos al servicio de Ario.
En una de esas discusiones, en donde Macario actúa como vocero de los obispos, éste defiende el Descendimiento a los infiernos.
Este hecho, consecuencia de la incertidumbre de si el Descenso a los infiernos se encontraba en el Credo de Jerusalén, es interesante, sobre todo si se tiene en cuenta que, en otros aspectos, el lenguaje de Macario aparece más conforme al del Credo.
El nombre de Macario ocupa el primer lugar los de los obispos de Palestina que suscribieron el Concilio de Nicea; el de Eusebio aparece en quinto lugar. San Atanasio, en su encíclica a los obispos de Egipto y Libia, incluye el nombre de Macario (quien había muerto ya hacía mucho tiempo) entre los de los obispos reconocidos por su ortodoxia.
San Teofano en su "Cronografía" indica que Constantino, al finalizar el concilio de Nicea, ordenó a Macario buscar los sitios de la Resurrección y de la Pasión y la Verdadera Cruz.
Es muy probable que esto haya sido así, ya que las excavaciones comenzaron muy poco tiempo después del concilio y se realizaron, aparentemente, bajo la superintendencia de Macario.
El gran montículo y las bases de piedra coronadas por el templo de Venus, que se habían construido sobre el Santo Sepulcro en la época de Adriano, se demolieron y “cuando de inmediato apareció la superficie original del suelo, contrario a todas las expectativas, se descubrió el Santo Monumento de la Resurrección de nuestro Salvador”.
Al oír la noticia, Constantino escribió a Macario dándole órdenes y detalladas para la construcción de una Iglesia en ese lugar.
Más tarde escribió otra carta “A Macario y a los demás Obispos de Palestina” ordenando la construcción de una Iglesia en Mambré, que también había sido profanada por un templo pagano. Eusebio, tal vez pensando en su dignidad como Obispo Metropolitano, aunque relata lo antes descrito, se refiere a la carta como “dirigida a mí”.
También se construyeron iglesias en los lugares e la Natividad y la Ascensión.
¿Qué es una prueba? ¿Qué es la tentación? ¿Cuáles son las actitudes del cristiano ante ellas?
La vida del hombre sobre la tierra es milicia. Y el cristiano, como «buen soldado de Cristo Jesús», ha de librar «el buen combate». San Agustín dice que «la vida de los santos ha consistido en esta lucha continua; y en esta guerra tendrás que luchar tú hasta que mueras»
Demonio, carne y mundo son los enemigos del hombre: los tres obran en coalición permanente, y ellos son los que lo inducen al pecado y a la perdición temporal y eterna. El Evangelio de Cristo lo enseña con toda claridad y lo mismo los Apóstoles (Ef 2,1-3 et passim). El peor de los tres enemigos es el demonio, «príncipe de este mundo» (Jn 12,31), «dios de este mundo» (2Cor 4,4); y «quien comete pecado ése es del diablo» (1Jn 3,8), es decir, está más o menos cautivo de él, bajo su influjo.
«Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros pecados, nos dio vida por Cristo –por gracia habéis sido salvados–, y nos resucitó y nos sentó en los cielos por Cristo Jesús, a fin de mostrar a los siglos venideros la excelsa riqueza de su gracia, por su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús. Pues por gracia habéis sido salvados por la fe. Y esto no os viene de vosotros, es don de Dios» (Ef 2,4-8).
Así es la vida del hombre en la tierra, y el hecho de que hoy estas cosas apenas se prediquen no cambia en nada la verdad de la realidad. Demonio, carne y mundo son los enemigos del hombre, y los tres han de ser vencidos con Cristo Salvador.
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Pruebas y tentaciones
–Pruebas (tentatio probationis). –Como las virtudes crecen por actos intensos, y como la persona no suele hacerlos como no se vea apremiada por la situación difícil, por eso Dios permite en su providencia ciertas pruebas que afectan al hombre –enfermedades, riquezas, desengaños, pobrezas, etc.–, dando su gracia para que la dificultad que ha permitido sea ocasión de crecimiento espiritual (Rm 8,28).
De este modo, en una prueba, durante una enfermedad, por ejemplo, la persona puede con la gracia del Salvador crecer en paciencia y esperanza más en un mes de enfermedad que en diez años de salud.
Dios nos pone a prueba para acrisolar nuestro corazón (Dt 13,3; Prov 17,3; 1Pe 4,12-13). Y con la prueba, da su gracia: «Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que dispondrá con la tentación el modo de poderla resistir con éxito» (1Cor 10,13). Por eso, «tened por sumo gozo veros rodeados de diversas tentaciones, considerando que la prueba de vuestra fe engendra paciencia» (Sant 1,2-3). Y merece el premio prometido: «Bienaventurado el varón que soporta la tentación, porque, probado, recibirá la corona de la vida que Dios prometió a los que le aman» (1,12). En este sentido, toda la vida del hombre, que incluye por supuesto las consecuencias de los pecados propios y ajenos, es una serie continua de pruebas dispuestas por Dios providente para purificarlo, santificarlo y conducirlo al cielo.
–Tentaciones (tentatio seductionis). –Por la misma razón, Dios permite que el hombre sufra tentaciones, estos es, inducciones al mal que proceden del Demonio, del mundo y de la propia carne –y al decir «la carne», en sentido bíblico, decimos la propia naturaleza humana, caída en cuerpo y alma. Estos son los tres enemigos que hostilizan al hombre, según enseña Jesús, por ejemplo, en la parábola del sembrador. Denuncia la acción del Demonio: «viene el Maligno y le arrebata lo que se había sembrado en su corazón». Alude a la carne: «no tiene raíces en sí mismo, sino que es voluble»; y es que «el espíritu está pronto, pero la carne es flaca». Indica en fin el influjo del mundo: «los cuidados del siglo y la seducción de las riquezas» (Mt 13,1-8.18-23; 26,41). Los cristianos, pues, como dice el concilio de Trento, estamos en «lucha con la carne, con el mundo y con el diablo» (Dz 1541).
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El proceso de la tentación nos es bien conocido, pues ya desde el principio de la revelación la Biblia nos describe sus fases, tipificadas en el pecado de nuestros primeros padres (Gén 3,1-13):
La tentación parte de Demonio, y se inicia como una sugestión primera, aparentemente inocua («la serpiente, el más astuto de los animales», pregunta a la mujer: «¿cómo es que Dios os ha dicho “no comáis de ninguno de los árboles del jardín?”»). Tal sugestión, claramente envenenada por la mentira, debería ser desechada al instante. Pero el hombre entra en diálogo, también inocente en apariencia, con la tentación: sólo se trata de dejar la verdad en su sitio (Eva responde: «podemos comer del fruto de los árboles del jardín, pero del fruto del árbol que está en el medio del jardín, ha dicho Dios “no comáis de él, ni lo toquéis, bajo pena de muerte”»).
Viene entonces ya la tentación descarada y punzante («no, no moriréis. Es que Dios sabe que el día que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal»). He aquí la fascinación de la felicidad, de la autonomía, la gozosa independencia del hombre, a la que se une la propiaatración del fruto del árbol (la mujer ve «que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría»). Es el momento terrible y misterioso del consentimiento del mal, de la desobediencia a Dios (Eva «tomó de su fruto y comió»). Pero en seguida, tras el pecado, viene el escándalo, inexorablemente, como la sombra sigue al cuerpo, surgiendo así una nefasta solidaridad en el mal («y dio también a su marido, que igualmente comió»).
Así llega el hombre a la vergüenza inherente al pecado («entonces se les abrieron los ojos y se dieron cuenta que estaban desnudos», desnudos ante todo del hábitode la gracia divina; y «el hombre y la mujer se escondieron de Yavé Dios por entre los árboles del jardín»). Los hombres se separan así de Dios, pierden la relación amistosa que tenían con Él. Y esa separación entraña la des-solidarización entre ellos mismos, las acusaciones mutuas y las excusas («la mujer que me diste por compañera me dio de él y comí», «la serpiente me engañó y comí»). Ésta es la sutil gradualidad de la tentación: el hombre puede hundirse en la muerte del pecado con extrema suavidad.
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La lucha contra las tentaciones
La vida del hombre sobre la tierra es milicia (Job 7,1). Y el cristiano, como «buen soldado de Cristo Jesús» (2Tim 2,3), ha de librar «el buen combate» (1Tim 1,18). San Agustín dice que «la vida de los santos ha consistido en esta lucha continua; y en esta guerra tendrás que luchar tú hasta que muereas» (Sermón 151,7).
–Los enemigos son el Demonio, la carne y el mundo,como ya vimos. Evagrio Póntico(+399), el monje sabio del desierto, señala ocho principales pensamientos malos (logismoi) y deseos pecaminosos: gula, lujuria, avaricia, tristeza, ira, acedía, vanagloria y soberbia (Practicós 6-33; De octo spiritibus malitiæ). Y su enseñanza se hace clásica. También Santo Tomás (+1274) la acepta con alguna variante, y señala siete pecados o vicios capitales: soberbia o vana gloria, envidia, ira, avaricia, lujuria, gula y pereza o acedía (STh I-II,84). Estos pecados son como principios o cabezas de todos los demás («capitale a capite dicitur», 84,3). La avaricia (avidez desordenada de riquezas) y la soberbia (afán desordenado de la propia excelencia) son especialmente peligrosos: la avaricia, avidez de criaturas, y la soberbia están en la raíz de todo pecado (1Tim 6,10; I-II,84,1-2).
–Las actitudes del cristiano en su lucha contra el pecado están igualmente bien definidas. Ante todo
–la confianza en la gracia de Cristo Salvador: «todo lo puedo en aquel que me conforta» (Flp 4,13). «Tengo siempre presente al Señor; con Él a mi derecha no vacilaré» (Sal 15,8).
«Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo» (22,4). Fuera toda ansiedad, pues Cristo nos asiste y nos guarda con su gracia.
San Agustín: «El diablo está encadenado para que no haga todo el mal que puede, todo el que fuera su deseo hacer. Se le permite tentar solamente en la medida en que pueda servir para nuestro aprovechamiento» (In Psalmos 63,1). Luchamos con toda confianza y con
–la humildad, pues Dios «resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes» (Sant 4,6; 1Pe 5,5). Nadie se fíe de su propia fuerza, y «el que cree estar de pie, mire no caiga» (1Cor 10,12). A veces Dios permite que un defecto –el mal genio, por ejemplo– humille a un cristiano muchos años, por más que haga para superarlo. Sólo cuando el cristiano, humillado, reconoce su impotencia, llega a la perfecta humildad, y es entonces cuando Dios le da su gracia para superar ese pecado con toda facilidad. Ya no hay peligro de que el cristiano considere no como un don esa gracia, sino como fruto de sus propias fuerzas.
Los soberbios se exponen, sin causa, a ocasiones próximas de pecado, y caen en él: «El que ama el peligro caerá en él» (Eclo 3,27). Para excusar su pecado hipócritamente se reconocen débiles («es que no puedo evitarlo», «con ese ambiente es imposible»); pero en cambio para adentrarse en la situación pecaminosa se creen fuertes («todo es puro para los puros», Tit 1,15; «a mí esas cosas no me hacen daño»). ¿En qué quedamos?… Algunos, incluso, parecen sentirse autorizados por su propia vocación secular para someterse a una cierta tentación en la que con frecuencia sucumbe («todos van, yo no quiero ser raro, no tengo vocación de monje»). Es como si se creyeran autorizados para pecar. Al fondo de todo esto, obviamente, está «el padre de la mentira» (Jn 8,44).
–Las armas principales del cristiano en la lucha contra la tentación son aquellas que le hacen participar de la fuerza de Cristo Salvador. Hemos de vencer las tentaciones con las mismas armas que empleó Jesús al sufrirlas y vencerlas en el desierto (Mt 4,1-11). La oración, el ayuno (Mc 9,29) y la Palabra divina, nos harán poderosos como Él para confundir y ahuyentar al Demonio, que como león rugiente busca a quién devorar (1Pe 5,8-9). «Vigilad y orad, para que no caigáis en la tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt 26,41).
«Reforzaos en el Señor y en el vigor de su fuerza. Revestíos la armadura de Diospara que podáis resistir a las acechanzas del diablo: pues vuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que hay en los espacios cósmicos. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo y manteneros en pie después de haber superado todas las pruebas. Estad, pues, alerta, ceñida la cintura con la verdad, revestidos con la coraza de la justicia, y con los pies calzados de celo para anunciar el evangelio de la paz; embrazando en todo momento el escudo de la fe, con que podáis hacer inútiles las flechas incendiarias del Maligno. Tomad el casco de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios, con toda oración y súplica, rezando en toda ocasión con el Espíritu, y para ello velando con toda perseverancia y súplica por todos los santos» (Ef 6,10-18).
Muy equivocados van quienes pretenden vencer la tentación apoyándose sobre todo en medios naturales –técnicas de respiración, concentración y relajación, regímenes dietéticos, dinámicas de grupo, métodos y posturas corporales, etc.–. Todo eso puede tener una cierta eficacia benéfica. Pero quienes ahí quieren hacer fuerza parecen olvidar que «el pecado mora en nosotros», que «no hay en nosotros, esto es, en nuestra carne, cosa buena» (Rm 7,17-18), y, sobre todo, que no es tanta nuestra lucha contra la carne, sino contra los espíritus del mal (Ef 6,12). Son como niños que salieran a enfrentar la artillería enemiga armados con un tirachinas. Por el contrario, los cristianos, «aunque vivimos ciertamente en la carne, no combatimos según la carne; porque las armas de nuestra lucha no son carnales, sino poderosas por Dios para derribar fortalezas» (2Cor 10,3-4).
–Las tácticas convenientes para vencer las tentaciones también nos han sido reveladas.
-La tentación hay que combatirla desde el principio, desde que se insinúa. Hay que apagar la chispa del fuego inmediatamente, antes de que haga un incendio. Hay que aplastar la cabeza de la Serpiente tentadora en cuanto asoma, al punto, sin entrar en diálogo, sin darle ninguna opción.
-debe ser vencida por las buenas o por las malas. Si puede vencerse por las buenas, bendito sea Dios: «si tu ojo es puro, tu cuerpo entero estará iluminado» (Mt 6,22). Y si han de vencersepor las malas, Dios sea bendito: «si tu ojo te escandaliza, sácatelo y arrójalo de ti» (5,29). Pero si por principio se excluyen ciertas medidas radicales que a veces son necesarias –cambiar de domicilio, dejar de ver a alguien, renunciar a un ascenso–, estamos perdidos: el diablo nos vence.
-No hemos de dramatizar los despojamientos que fueran precisos para vencer la tentación, ya que si la renuncia que sea nos guarda más unidos a Dios, fuente de todo bien, siempre serán una nada.
San Agustín: «Me retenían unas bagatelas de bagatelas y vanidades de vanidades, antiguas amigas mías; y me tiraban del vestido de la carne, y me decían por lo bajo: “¿nos dejas?”, y “¿desde este momento no estaremos contigo por siempre jamás?”, y “¿desde ahora nunca más te será lícito esto y aquello?”; “¿qué, piensas tú que podrás vivir sin estas cosas?”» (Confesiones VIII, 11,26). San Juan de la Cruz: «Todas las criaturas en este sentidonada son, y las aficiones de ellas menos que nada podemos decir que son, pues son impedimento y privación de la transformación en Dios» (1 Subida 4,3).
-Manifestar al director espiritual los propios combates, ya desde antiguo, sobre todo en medios monásticos, se conoció que era un medio especialmente humilde y eficaz para vencer la tentación y el pecado al que nos lleva.
Hablando de los antiguos monjes, decía Casiano (+435): «Se enseña a los principiantes a no esconder, por falsa vergüenza, ninguno de los pensamientos que les roen el corazón, sino a manifestarlos al anciano [maestro espiritual] desde su mismo nacimiento; y, para juzgar esos pensamientos, se les enseña a no fiarse de su propia opinión personal, sino a creer malo o bueno lo que el anciano, después de examinarlo, declarare como tal. De este modo el astuto enemigo ya no puede embaucar al principiante aprovechándose de su inexperiencia e ignorancia» (Instituta 4,9).
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Muchos errores ha habido y hay en la lucha contra las tentaciones, es decir, contra el pecado
Algunos, como Lutero y Bayo (Dz 1950) confunden concupiscencia y pecado, sin saber que no hay pecado en sentir la inclinación al mal, sino en con-sentir en ella. Y no todos los católicos quedan exentos de ese grave error. En el sacramento de la penitencia comprobamos los confesores que no rara vez los penitentes se acusan de haber tenido tentaciones en las que no han caído, como si sólo el haberlas tenido fuera pecado.
Otros, al verse tentados, ceden la voluntad, alegando su debilidad congénita o que «todos lo hacen». Incluso algunos, en actitud que recuerda el luteranismo primitivo o el quietismo, creen que no se debe resistir activamente contra la tentación (Errores de Molinos 1687: Dz 2237ss).
Pero es mayor la corrupción de quienes, ante la tentación, ceden también el intelecto, autorizándose a ver lo malo como bueno (2Tim 3,1-9; 4,3-4; Tit 1,10-16) o, al menos, excusando el pecado como algo sin importancia y en cierto modo inevitable. Mala es la flaqueza de la voluntad, pero en cierto modo aún es peor la corrupción del entendimiento. El hombre queda entonces sujeto del todo al padre de la mentira, cuando no sólo le cede su voluntad en la tentación, sino cuando permite incluso que su entendimiento, rechazando la verdad, quede cautivo de sus mentiras. Según esto, puede llegarse a considerar ciertas situaciones de pecado mortal –por ejemplo, el adulterio–, como «un regalo del cielo» (Cardenal Kasper), como «un desarrollo, como un acercamiento personal a Dios» (Arzobispo Agrelo) (305).
El Beato Raimundo de Capua, O.P. (+1399), director espiritual de Santa Catalina de Siena (+1380), escribió su biografía, la llamada Legenda maior. Y en una ocasión refiere lo que la Santa le dijo a propósito de una visión que había tenido del purgatorio. «“Me sorprendió de un modo especial la manera en que son castigados los que pecan en el estado matrimonial, no respetándolo como es su deber y buscando las satisfacciones de la concupiscencia”. Le pregunté entonces por qué aquel pecado, que no era más grave que los demás, era castigado más severamente. Respondió: “Porque a ese pecado no le dan importancia, y por consiguiente no sienten dolor por él como por los demás y, por tanto, caen en él más frecuentemente y con más facilidad”» (Legenda 215).
Y no faltan quienes consideran el pecado como una experiencia enriquecedora. Sin el pecado, argumentan, la persona humana no podría llegar a conocerse bien y a experimentar del todo la misericordia de Dios. Por otra parte, toda experiencia, incluso la culpable, implica una dilatación positiva de la personalidad.
Según este enorme error, la personalidad de los santos conversos sería más rica que la de los santos que con la gracia divina mantuvieron la inocencia. Habría que pensar, según esto, que las personalidades de Jesús o de María, al no haber conocido el pecado, serían en algo incompletas. Gran mentira: 1.- El pecador habitual no ve frecuentemente su pecado, ni se considera culpable, porque está plenamente connaturalizado con él. Por ejemplo, el rico gravemente injusto de la parábola no conoce ni reconoce su pecado: no mira al pobre Lázaro con mala conciencia, entre otras cosas porque no lo mira, aunque esté tirado en la puerta de su propia casa. 2.-Nadie conoce el pecado tanto como los santos. Los pecadores, conocen algo de él, en la medida en que se reconocen culpables, se convierten y se alejan de él. Pero en la medida en que siguen pecando, son los que menos saben del pecado: «no saben lo que hacen» (Lc 23,34; cf. Rm 7,15; 1 Tim 1,13).
Vivir la fe en un mundo difícil
Debemos enseniar a permanecer lucidos y coherentes en la fe, a afirmar la identidad cristiana y catolica, a dar testimonio de Dios, a ser Testigos de Cristo.
La "fe del carbonero", que es aquella del que cree a ciegas, no sirve para una persona educada. Debemos educar nuestra fe tal como educamos el resto de nuestros conocimientos. Debemos conocer la voz del Buen Pastor, guiados por Él y a la luz de la doctrina de la Iglesia, para no equivocarnos siguiendo el llamado de extraños.
Dichos extraños abundan en este mundo, cuya globalización negativa se convierte en "dictadura ideológica" a través de diversas instituciones internacionales que:
1. Atacan el núcleo fundamental de la sociedad: LA FAMILIA.
2. Condicionan su ayuda "humanitaria" a los países pobres mediante programas de control de natalidad.
3. Presentan en los medios de comunicación, reiterada y permanentemente, propagando tanto normas insidiosas como formas de vida inmorales e inhumanas.
4. Propugnan una religión que fomenta lo fácil, lo que gusta, lo que conviene, aquello que no se rige por normas morales, marginando así "lo difícil y lo exigente".
5. Invitan a un progreso desbordante de tecnología, especialmente comunicaciones, transformando al hombre en "homo-videns", en cuya vida rigen las imágenes más que los conceptos o los principios.
6. Somete al hombre a una esclavitud de la imaginación, sin Ética , sin moral, y que destruye conceptos con el consecuente desborde en el campo médico.
7. Los sectores marginados de la sociedad se sienten inútiles y buscan las soluciones a la desesperanza en la droga y en el alcoholismo, al ver como mientras el hombre llega a la luna, en nuestro planeta crecen los montones de basura.
8. Proponen vivir en un "supermercado" cuya moral y Ética se eligen por el envase, con una frivolidad consciente, en que lo trivial tiene secuestra a la libertad, eligiendo el hombre lo inmediato y lo ruidoso.
9. Hacen perder los puntos de referencia y con ello aparece el estrés.
10. Proclaman parcialmente los derechos que exaltan el individualismo y el igualitarismo. Su resultado es la "cultura de la muerte", que no menciona los "deberes del hombre" perdiéndose por tanto, el sentido de lo humano.
11. Hace que el miedo se apodere de la sociedad y no se quieran enfrentar las verdades.
Todo lo cual conduce a un "neo-paganismo", a un secularismo progresivo. El nuevo dios es la comodidad y el placer, se destierra todo lo difícil. Se produce un distanciamiento de las raíces cristianas, el vagabundeo espiritual, la búsqueda sin anclaje que mezcla verdades.
Abunda la soberbia, enfermedad siempre presente en el hombre, que es un poder nefasto y destructivo, cuyo resultado es el endiosamiento que da como fruto la mentira y el eclipse de la razón.
Perdernos así la sensibilidad para percibir las realidades de los demás, endurecemos nuestro corazón y nos olvidamos de Dios.
Dios nos creó sin necesitarnos y lo hizo por amor. Por esto, debemos estar conscientes que no le soy indiferente. Yo soy una persona única e irrepetible, dotada de talentos y con una misión concreta que debo llevar a cabo en el tiempo que me ha sido dado. Es decir, si no cumplo con dicha misión, queda un vacío que nadie más puede llenar. Esta es mi gran responsabilidad y reconocerla es signo de madurez cristiana.
Por todo lo anterior y como contrapeso a esta avalancha que se nos viene encima, debemos crecer en la escucha de Dios, redescubrir el valor de la oración, vencer la pereza y la mediocridad y adquirir un fuerte compromiso de caridad con las personas más necesitadas, a través de quienes servimos a Cristo.
En este mundo tan difícil que nos toca vivir, debemos educar ayudando a los cristianos a ser "luz" y "sal".
Asimismo, debemos enseñar a permanecer lúcidos y coherentes en la fe, a afirmar la identidad cristiana y católica, a dar testimonio de Dios, a ser "Testigos de Cristo".
La oración, los sacramentos frecuentes, el estudio de la doctrina de la Iglesia, nos hace cada vez más grande en nuestra Fe, y a la vez nos hace más pequeños, más humildes, más caritativos, requisito indispensable para "pasar por la puerta pequeña" hecha para los niños en la cual caben sólo los más grandes a los ojos del Padre, aquellos que "son capaces de imitar al Hijo".
Comentario dominical: 10 de marzo de 2019
PRIMERA SEMANA DE CUARESMA – C
Lo primero que nos llama la atención en este relato es lo que nos dice el mismo texto: ”Jesús, lleno del Espíritu Santo fue llevado al desierto”. Jesús está lleno del Espíritu, lleno de Dios. Con la fuerza del Espíritu Jesús va a vencer las tentaciones allá donde su pueblo había sucumbido.(Num. 14,32). Jesús nos va a decir que las tentaciones no son malas, lo malo es creer que vamos a poder vencer las tentaciones con una vida vacía de Espíritu, vacía de Dios. El Tentador es fuerte, ejerce un gran poder de seducción. Sólo lo puede vencer otro más fuerte que él. Jesús es más fuerte que el fuerte. San Pablo lo experimentó cuando dijo: “todo lo puedo en aquel que me conforta” (Fil. 4,13).
LECTURAS DEL DÍA: Dt. 26,4-10; Ro. 10,8-13; Lc. 4, 1-13.
COMENTARIO-REFLEXIÓN
No cabe duda de que las tentaciones son un atentado contra la auténtica libertad del hombre. No somos libres del consumismo, ni del afán de triunfar, ni menos de la obsesión por el poder. Sólo Jesús, venciendo estas tentaciones, nos abre el camino de la libertad y, por consiguiente, de la verdadera felicidad, aunque nos resistamos a aceptarla. Lo decía muy bien Dostoievsky en el gran Inquisidor:” Quieres ir por el mundo con las manos vacías, predicando una libertad que los hombres…no pueden soportar; una libertad que atemoriza, pues no hay ni ha habido jamás nada más intolerable para el hombre y la sociedad que el ser libres”.
PRIMERA TENTACIÓN: La del hombre que se resiste a ser el hombre que Dios quiso que fuera. El hombre de todos los tiempos quiere vivir de pan, de pan solo y nada más. Se conforma con tener satisfechas todas sus necesidades materiales, la de sus instintos, como los animales. Es la sociedad de consumo, la del culto al cuerpo, la sociedad del bienestar. No le interesa el bien-ser. Está a gusto en la inmanencia, en el más acá, en el pasarlo bien sin preocuparse de más. Jesús, venciendo esta tentación, le dice que hay en el hombre algo que supera al hombre.
Le dice que existe otro tipo de “pan”.
Jesús no se conforma con que el hombre recorte sus capacidades, estreche sus horizontes, se corte las alas que Dios le dio para volar por la inmensidad de los cielos, en vuelo vertical. En el salmo 8, el hombre contempla las maravillas de la creación y, tal vez en una noche serena, llena de estrellas, él mismo se hace esta pregunta: ¿Qué es el hombre? Ya por el hecho de preguntar está dando la respuesta. Los seres inanimados no pueden hacer preguntas. Los animales, tampoco. Sólo el hombre puede preguntar por tanta belleza, por tanta grandeza, y quedar anonadado y sin respuesta. La pregunta quedó abierta. La respuesta la dio Pilato cuando dijo: ”He ahí el hombre”. El hombre auténtico, el hombre perfecto, el hombre libre, el modelo y paradigma del hombre. Sólo el hombre que siga a Jesús podrá llegar a una vida en plenitud.
SEGUNDA TENTACIÓN. La del hombre que busca el poder por encima de todo. En las otras dos tentaciones el demonio usa la lógica y se apoya en la Palabra de Dios, aunque mal interpretada. En esta pierde la lógica. ¿Quién es él para ofrecer los reinos del mundo? ¿Dónde ha adquirido el derecho de propiedad? Sin embargo conoce bien el corazón humano y sabe la fuerza que ejerce el poder sobre las personas. Lo vemos en los políticos que, cuando tocan poder, hacen lo posible e imposible para mantenerse. El pueblo puede sufrir, puede pasar hambre, puede emigrar a otros pueblos. !No importa!. Lo que importa es gastar el presupuesto en defenderse y mantenerse en el poder. En nuestro mundo todos desean tener más, llegar más alto, acumular más influencia y poder, nadar en el éxito y alcanzar mayores cotas de popularidad. También la Iglesia debe pedir perdón por el abuso de poder. El Papa Francisco habla constantemente contra los “carreristas”, los que buscan medrar y hacer carrera con lo religioso. No sea así entre vosotros. Quienes hemos decidido seguir a Jesús hemos de aprender a poner los pies allí donde el Maestro ha pisado primero. Y su huella es la del servicio, la disponibilidad, la acogida incondicional. El que vino a servir y no a ser servido nos ha mostrado el camino para darle la vuelta a la realidad. También para hacer emerger un nuevo modelo de Iglesia que ofrezca esperanza al mundo porque propone, con más frescura, un modo alternativo de vivir. Más auténtico, más creíble, más audaz.
TERCERA TENTACIÓN.: La del hombre que quiere vivir de privilegios. Jesús pudo aprovecharse del privilegio de ser Hijo de Dios. Se podía tirar del pináculo del Templo sin hacerse daño porque estaba escrito: “te sostendrá en sus manos para que tu pie no tropiece en la piedra”. (Salmo 91,12). Pero Jesús no quiso jugar con ventaja, ni vivir de privilegios. Pasó por la vida “como uno más, como uno de tantos” (Fil.2,7). La gran tentación humana es pretender ser más, sobresalir, buscar influencias. Esto que aparece en el mundo civil, también se da en el mundo eclesiástico. El Papa Francisco constantemente nos está hablando del pecado de “clericalismo”. «Solo una Iglesia liberada del poder y del dinero, libre de triunfalismos y clericalismos testimonia de manera creíble que Cristo libera al hombre. Y quien, por su amor, aprende a renunciar a las cosas que pasan, abraza este gran tesoro: la libertad. No se queda enredado en sus apegos, que cada vez le piden algo más, pero nunca dan paz, y siente que el corazón se expande, sin inquietudes, disponible para Dios y para los hermanos». (Discurso del 5 de mayo de 2018)) Jesús rechazó con fuerza un mesianismo “triunfalista”.
Precisamente el evangelista Lucas ha cambiado el orden de las tentaciones y ha puesto ésta al final, probablemente para terminar en Jerusalén, según su esquema teológico. Desde un punto de vista práctico, está muy bien que el Mesías auténtico termine en una Cruz. Sólo desde la cima del amor sacrificado y desinteresado, ejercerá su poder. “Cuando yo haya sido elevado en alto, atraeré a todos hacia mí” (Jn. 12,32).
PREGUNTAS
1ª Yo, ¿de qué vivo? ¿de solo pan? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Me siento contento con lo que hago?
2ª ¿Tengo poder? ¿Lo empleo para mí o para servir a los demás?
3ª ¿Me gusta vivir de privilegios? ¿O me encanta una vida sencilla, humilde, disfrutando de las pequeñas cosas de la vida?
ORACIÓN
ESTE EVANGELIO, EN VERSO, SUENA ASÍ:
Todos vivimos flotando
en un ambiente muy tenso:
La sociedad de consumo
es un “mar” con alto riesgo.
Nos ofrece rebanadas
de “pan” de placeres bellos:
de banquetes, bailes, drogas,
regalos de culto al cuerpo.
Presenta unos escenarios
donde “el poder” es el dueño:
Éxito, prestigio, fama,
se pagan a cualquier precio.
Hace de la “religión”
un objeto de comercio.
Incita a comprar a Dios
con la magia de los rezos…
También Jesús, Dios y hombre,
fue tentado en el desierto,
pero se mantuvo fiel
a los valores del Reino.
Fue la “Palabra de Dios”
su “pan” fuerte, su alimento.
Su “poder” fue “dar la vida”.
su “religión”, la del “Siervo”.
Señor, que aprendamos todos
las lecciones del Maestro.
Las tentaciones se vencen
con la luz de su Evangelio.
Rezo Del Ángelus ©Vatican Media
Ángelus : “Con el diablo no se dialoga, solo se le responde con la Palabra de Dios”
Desea a todos que la cuaresma sea “rica en frutos”
MARZO 10, 2019 13:38 RAQUEL ANILLOANGELUS Y REGINA CAELI
(ZENIT – 10 marzo 2019).- El Papa Francisco presidió la oración del Ángelus este domingo 17 de febrero de 2019, desde la ventana del despacho del Palacio Apostólico Vaticano, que da a la Plaza de San Pedro.
En este primer domingo de cuaresma el papa nos dice “con el diablo no se dialoga, solo se le responde con la Palabra de Dios” y nos invita a que sea un tiempo que “dé fruto”.
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este primer domingo de Cuaresma (cf. Lc 4, 1-13) narra la experiencia de las tentaciones de Jesús en el desierto. Después de ayunar por cuarenta días, Jesús es tentado tres veces por el diablo. Primero lo invita a convertir una piedra en pan (v. 3); luego le muestra los reinos de la tierra desde arriba y promete convertirse en un mesías poderoso y glorioso (v. 5-6); finalmente, lo lleva al punto más alto del templo en Jerusalén y lo invita a que se arroje, a manifestar su poder divino de una manera espectacular (v. 9-11).
Las tres tentaciones indican tres caminos que el mundo siempre propone prometiendo grandes éxitos: la avidez de posesión, tener, tener y tener, la gloria humana y la instrumentalización de Dios. Son tres caminos que nos harán perder.
La primera, el camino de la avidez de posesión. Esta es siempre la lógica insidiosa del diablo. Comienza con la necesidad natural y legítima de alimentarse, de vivir, de realizarse, de ser feliz, para empujarnos a creer que todo esto es posible sin Dios, incluso contra Él. Pero Jesús se opone diciendo: “Está escrito:” No solo de pan vivirá el hombre” (v. 4). Al recordar el largo viaje del pueblo elegido a través del desierto, Jesús afirma que quiere abandonarse con plena confianza a la providencia del Padre, que siempre cuida de sus hijos.
Segunda tentación: el camino de la gloria humana. El diablo dice: “Si tu te arrodillas delante de mi, todo será tuyo” (v. 7). Uno puede perder toda dignidad personal, dejarse corromper por los ídolos del dinero, del éxito y el poder, solo para alcanzar la propia autoafirmación. Y uno se complace en la emoción de una alegría vacía que pronto se desvanece y esto nos lleva a ser los pavos, la vanidad y esto se desvanece. Por eso Jesús responde: “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto” (v. 8).
Tercera tentación: instrumentalizar a Dios para su propio beneficio. Al diablo que, invocando las Escrituras, lo invita a buscar de Dios un milagro sorprendente, Jesús nuevamente se opone a la firme decisión de permanecer humilde y confiado ante el Padre: “Se ha dicho:” No tentarás al Señor tu Dios ” (v. 12). Y así Jesús rechaza la tentación, tal vez más sutil: la de querer “poner a Dios de nuestro lado”, pidiéndole gracias que realmente sirvan para satisfacer nuestro orgullo. Estos son los caminos que se nos presentan, con la ilusión de poder alcanzar de esta manera el éxito y la felicidad. Pero, en realidad, son completamente ajenos a la manera de actuar de Dios; más bien, de hecho, nos separan de Él, porque son obra de Satanás. Jesús, enfrentando estas pruebas en primera persona, supera tres veces la tentación para adherirse completamente al proyecto del Padre. Y nos muestra los remedios: la vida interior, la fe en Dios, la certeza de su amor. La certeza que Dios nos ama, que es Padre y con esta certeza venceremos toda tentación. Pero hay algo sobre la cual quisiera llamar la atención, interesante, Jesús en el responder al tentador no entra en diálogo, sino que responde a los desafíos solamente con la Palabra de Dios. Esto nos enseña que con el Diablo no se dialoga, no se debe dialogar, solamente se le responde con la Palabra de Dios.
Por lo tanto, aprovechemos la Cuaresma, como un momento privilegiado para purificarnos, para experimentar la presencia consoladora de Dios en nuestras vidas. La intercesión materna de la Virgen María, ícono de la fidelidad a Dios, nos sostiene en nuestro camino, ayudándonos siempre a rechazar el mal y a acoger el bien.
MARZO 10, 2019 13:38 ANGELUS Y REGINA CAELI