Me levantaré, volveré a mi padre
- 23 Marzo 2019
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Obispo, 23 de marzo
Obispo de Lima
Martirologio Romano: Santo Toribio de Mogrovejo, obispo de Lima, que siendo laico, de origen español y licenciado en leyes, fue elegido para esta sede y se dirigió a América donde, inflamado en celo apostólico, visitó a pie varias veces la extensa diócesis, proveyó a la grey a él encomendada, fustigó en sínodos los abusos y los escándalos en el clero, defendió con valentía la Iglesia, catequizó y convirtió a los pueblos nativos, hasta que finalmente en Saña, del Perú, descansó en el Señor († 1606).
Etimológicamente: Toribio = Aquella persona dinámica y ruidosa, es de origen griego. Fecha de canonizacion: 10 de diciembre de 1726 por el Papa BenedIcto XIII.
Breve Biografía
En 1594, durante su tercera “visita” diocesana, escribiéndole al rey de España Felipe II, san Toribio Alfonso de Mogrovejo hacía un pequeño balance de su vida: 15.000 kilómetros recorridos y 60.000 confirmaciones administradas (Toribio no podía saber que entre ellos había tres santos: Rosa de Lima, Francisco Solano y Martín de Porres). La situación de América Latina sería muy distinta de la actual si sus sucesores y todos los cristianos hubieran tenido el mismo impulso y la misma coherencia de quien fue llamado “apóstol del Perú y nuevo Ambrosio” y a quien Benedicto XIV comparó con San Carlos Borromeo.
Toribio nació en España hacia el año 1538 de una noble familia; estudió en Valladolid, Salamanca y Santiago de Compostela, en donde obtuvo la licencia en derecho. Fue nombrado inquisidor en Granada. Gracias a la relación que cultivaba con Felipe II fue nombrado por Gregorio XIII, arzobispo de Lima, con jurisdicción sobre las diócesis de Cuzco, Cartagena, Popayán, Asunción, Caracas, Bogotá, Santiago, Concepción, Córdoba, Trujillo y Arequipa: de norte a sur eran más de 5.000 kilómetros, y el territorio tenia más de 6 millones de kilómetros cuadrados. Después de haber sido consagrado obispo en agosto de 1580, partió inmediatamente para América, a donde llegó en la primavera de 1581.
Durante 25 años vivió exclusivamente al servicio del pueblo de Dios. Decía: “¡El tiempo es nuestro único bien y tendremos que dar estricta cuenta de él!”. Fue un verdadero organizador de la Iglesia en América, cuya actividad abarcó también diez sínodos diocesanos y tres provinciales.
También fundó el primer seminario de América; intervino con energía contra los derechos particulares de los religiosos, a quienes estimuló para que aceptaran las parroquias más incómodas y pobres; casi duplicó el número de las “Doctrinas” o parroquias, que pasaron de 150 a más de 250.
Al final de su vida, Toribio recibió el viático en una capillita india, el 23 de marzo de 1606, un Jueves santo, y ahí expiró.
El regreso
Santo Evangelio según San Lucas 15, 1-3.11-32. Sábado II de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, ayúdame a reflejar tu amor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-3.11-32
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera. Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’ Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’. Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete. El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar. Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’. El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Conozco el caso de un joven que hizo el esfuerzo de ir a la Santa Misa, digo esfuerzo porque hacía muchos años que no iba. Cuando entró a la iglesia muchas de las personas presentes se asustaron. Él era un poco diverso, por lo que fue razonable la reacción de las personas. El joven solamente quería ir a misa, pero se sintió rechazado.
El mundo está lleno de pecadores y publicanos que están necesitados del abrazo misericordioso del Padre que los espera con amor. Pero algunas ocasiones, nosotros nos comportamos como los fariseos, nos quejamos de que Dios esté con ellos, nos quejamos de que un joven vestido de negro entre a una iglesia, porque para nosotros no es buen cristiano, la iglesia no es su lugar.
Pero nuestro Señor nos enseña que todo hijo puede regresar a su casa, que todo hombre es un invitado para estar con Jesús, ya sea pecador, ya sea publicano, ya sea fariseo. Dios vino para estar con nosotros.
Una muchacha saludó al joven al final de la misa; ese saludo hizo que él regresara a otra misa, y se sintiera acogido. Y pronto ella se convirtió en un vehículo para que conociera más al Padre de la misericordia y ahora ese joven les escribe esta meditación. Todos podemos tener el perdón de Dios.
Recibamos a todos los que quieran entrar a la casa del Padre; seamos reflejo del deseo de nuestro Señor, porque muchos necesitan del amor de Dios, aunque muchos no lo sabíamos.
«Hermanos: Ustedes son parte de la familia, ustedes tienen mucho para compartir, ayúdennos a saber cuál es la mejor manera para estar y acompañar el proceso de transformación que, como familia, todos necesitamos. Una sociedad se enferma cuando no es capaz de hacer fiesta por la transformación de sus hijos, una comunidad se enferma cuando vive de la murmuración aplastante, condenatoria e insensible, el chisme. Una sociedad es fecunda cuando logra generar dinámicas capaces de incluir e integrar, de hacerse cargo y luchar para crear oportunidades y alternativas que den nuevas posibilidades a sus hijos, cuando se ocupa en crear futuro con comunidad, educación y trabajo. Esa comunidad es sana. Y si bien puede experimentar la impotencia de no saber el cómo, no se rinde y lo vuelve a intentar. Y todos tenemos que ayudarnos para aprender, en comunidad, a encontrar estos caminos, a intentarlo de nuevo y a intentarlo de nuevo.» (Homilía de S.S. Francisco, 25 de enero de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. Pedir por los que están separados de Dios.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cómo actuaba Jesús ante el pecado y los pecadores
Jesús se acerca al pecador, pero no admite la falta cometida, invita siempre al pecador a la conversión.
Si para alguien ha venido Jesucristo ha sido para los pecadores, para todos nosotros que sentimos los arañazos de nuestra naturaleza humana, herida por el pecado original. Canta la liturgia de la Vigilia Pascual: "¡Feliz la culpa, que nos mereció tan noble y tan gran Redentor!". Jesucristo, sí, odió el pecado, pero buscó y amó con gran misericordia al pecador, porque vino a salvar lo que estaba perdido. Nadie debe sentirse excluido de su Corazón misericordioso.
Jesucristo vino a salvar a los pecadores. Esa fue la misión encomendada por el Padre desde el momento de la Encarnación. El eje central de su vida fue la lucha contra el mal radical, el pecado, que es lo único que nos aleja de Dios y nos impide la comunión con Él. Nadie mejor que Jesús ha comprendido la maldad del pecado en cuanto ofensa a la grandeza y al amor de Dios.
Jesús y los pecadores.
¿Cuál es la postura de Jesús ante el mal moral, ante el pecado y ante los pecadores?
Jesús-pecado: he aquí dos palabras opuestas, contradictorias. Más opuestas que lo blanco y lo negro, que la paz y la violencia, que la vida y la muerte. El pecado es el reverso de la idea de Dios. Dios es la fuerza; el pecado es, no otra fuerza, sino la debilidad. Dios es la unidad, el pecado es la dispersión. Dios es la alianza, el pecado es la ruptura. Dios es la profundidad, el pecado la frivolidad. Dios lo eterno, el pecado la venta a lo provisional y fugitivo.
Y, sin embargo, el pecado es algo fundamental en la vida de Jesús. Probablemente no se hubiera hecho hombre de no ser por el pecado, pues la lucha contra el mal, que obstaculiza la llegada del Reino, constituyó una tarera centra en su vida terrena. Jesús no tuvo pecado alguno. Y, sin embargo, nadie como él entendió la gravedad del pecado, porque al ser Hijo del Padre podía medir lo que es una ofensa a su amor.
Por eso, conozcamos cuál fue la postura de Jesús ante el pecado y los pecadores, saber qué entendió por pecado, cuáles valoraba como más graves y peligrosos, cómo trataba de hacer salir de él a cuantos pecadores encontraba en su camino.
Comencemos por decir que en el mundo bíblico el pecado no fue nunca la violación de un tabú, como era típico de las tribus primitivas. La predicación de los profetas conducirá a los judíos hacia una visión del pecado como algo que vicia radicalmente la personalidad humana, ya que implica una desobediencia, una insubordinación en la que intervienen inteligencia y voluntad del hombre, contra el mismo Dios personal y no contra un simple fatum abstracto.
Las mismas palabras hebreas y griegas con las que la Biblica designa el pecado acentúan este carácter voluntario y personal. En hebreo es la palabra hatá que significa "no alcanzar una meta, no conseguir lo que se busca, no llegar a cierta medida, pisar en falso", y, en sentido moral, "ofender, faltar a una norma ética, infringir determinados derechos, desviarse del camino recto". La versión de los setenta suele traducir ese hatá hebreo por amartía, amartano que también significan "fallar el blanco o ser privado de algo".
Esta idea de ruptura es acentuada por los profetas que ven siempre el pecado como la negativa a obedecer una orden o seguir una llamada. En Amós es la ingratitud; en Isaías, el orgullo; en Jeremías, la falsedad oculta en el corazón; en Ezequiel, la rebelión declarada. En todos los casos la ruptura de un vínculo, la violación de una alianza, la traición de una amistad. Cada vez que uno peca repite la experiencia de Adán, ocultándose de Dios.
Por todo esto se explica que Dios tome tan dramáticamente el pecado, no como una simple ley violada, sino como una amistad traicionada, un amor falseado. Por eso en la redacción del decálogo se pone en boca de Yavé esta terrible denominación de los transgresores: aquellos que me odian, mientras que llama a los que cumplen los mandamientos los que me aman (cf Ex 20, 5-6).
¿Qué significaba el pecado en tiempos de Jesús?
Para la comunidad de monjes de Qumram, que escapaban al desierto, el mundo estaba podrido; por eso se pasaban todo el día con bautismos, abluciones y oraciones de purificación. Los fariseos se creían los separados, los puros...el resto es pecador.
Para Jesús no es que todo sea pecado y sólo pecado. Sus metas son positivas y luminosas, pero sabe muy bien que al hombre no le basta el querer para salvarse. Sabe que ha venido para salvar al hombre del pecado. Pero invita a la conversión: sin ella no se podrá entrar en el reino de Dios (cf Mt 3, 2; Mc 1, 15). Este es un Reino que sólo puede construirse después de haber destruido los edificios del mal y de haber retirado sus escombros. Casi se diría que Jesús exagera su interés por los pecadores, cuando afirma con atrevida paradoja que ha venido a llamar, no a los justos, sino a los pecadores (Mt 9, 12), cuando se presenta como médico que sólo se preocupa por las almas enfermas (cf Mc 2, 17). Su interés será tal que será acusado de andar con publicanos y pecadores (cf Mt 9, 12) y de mezclarse con mujeres que han llevado vida escandalosa (cf Lc 7, 36-42). Él mismo resumirá el sentido de su vida en la Última Cena declarando que su sangre será derramada en remisión de los pecados (cf Mt 26, 27) y, tras su muerte, pedirá a sus apóstoles que continúen su obra predicando la penitencia para la remisión de los pecados a todas las gentes (cf Lc 24, 44-48).
Para Jesús, ¿qué significaba, pues, el pecado?
No era sólo la trasgresión literal de una ley, como era para los escribas y fariseos, que se quedaban en lo secundario y olvidaban lo principal (cf Mt 23, 23-24). Para Jesús el pecado nace del interior del hombre (cf Mt 15, 10-20); por eso, es necesaria la circuncisión del corazón de la que habló Jeremías (4, 4). Para Jesús el pecado es una esclavitud con la que el hombre cae en poder de Satán (cf Lc 22, 3); sabe que el mismo Satanás busca a sus elegidos para cribarlos como el trigo (cf Lc 22, 31). Para Jesús, bajo el pecado hay siempre una falsa valoración de las cosas, pues el corazón humano se deja arrastrar de lo inmediato y de las satisfacciones sensibles. (72) Así, pues, el pecado para Jesús es un desamor a Dios, un desprecio a los demás; es decir, es una ofensa a Dios y al prójimo.
¿Cuáles son los más grandes pecados para Jesús?
El primero de éstos es la hipocresía religiosa, especialmente cuando formas o apariencias religiosas se usan para cubrir otros tipo de intereses humanos (cf Mt 23), pero pisotean la justicia, la misericordia y la lealtad.
Otro pecado muy grave es el desprecio a su mensaje o a su invitación (cf. Lc 14, 15-24).
Quienes oyeron su mensaje y no lo cumplen serán juzgados más severamente (cf Mt 10, 15; 21, 31).
El escándalo a los pequeños es de especial importancia (cf Mt 18, 6-7; Lc 17, 1-3).
El pecado de soberbia (cf. Lc 18, 9-14).
El pecado de ingratitud (cf. Lc 17, 11-19).
El pecado de apego a las cosas materiales (cf. Mt 19, 16-26)
Todos los pecados que se oponen al amor al prójimo son graves para Jesús: "Id, malditos, al fuego eterno, porque tuve hambre y no me disteis de comer..." (Mt 25, 41-46).
No sólo los pecados de acción son graves; también los de omisión. Bastará recordar la parábola de los talentos en la que uno de los siervos es condenado a las tinieblas exteriores sólo por no haber hecho fructificar su denario (cf Mt 25, 30).
No es que Jesús no condenara los pecados de idolatría, blasfemia o adulterio; pero como los doctores de la ley lo repetían a todas horas, Jesús quiso poner énfasis en otros pecados que no se tomaban en serio. Incluso pedía la pureza del corazón, de pensamiento y de deseo (cf. Mt 5, 27-29).
¿Y el pecado imperdonable? Se trata de la blasfemia contra el Espíritu Santo (cf Mt 12, 30-32). Maximiliano García Cordero dice que ese pecado contra el E.S. "No es un pecado concreto, como trasgresión de un precepto divino determinado, sino una actitud permanente de desafío a la gracia divina"; ese cerrarse a Dios, ese rechazo de su obra y su mensaje hace imposible el arrepentimiento y, con ello, el perdón de Dios.
Jesús y los pecadores
¿Cómo trata Jesús a los pecadores? Jesús distingue perfectamente pecado y pecador. Con el pecado, Jesús es exigente e intransigente. Con el pecador, tierno y misericordioso. En todo pecador ve a un hijo de Dios que se ha descarriado. Sus palabras se ablandan; su tono de voz se suaviza; corre él a perdonar antes de que el pecador dé signos evidentes de arrepentimiento.
¿Qué hizo Jesús con los pecadores? Dedicación especial (cf Lc 4, 18-19; 7, 22-23; Mt 15, 24; 9, 35-36; Mc 2, 17), sean ricos (publicanos) o pobres. Se dedica a ellos con gestos muy significativos: come con ellos. Comer con alguien era signo de comunión mutua. Él come con ellos para acercarlos al banquete de Dios. Jesús ama primero al pecador y después le invita a la conversión.
Jesús aclara su postura con tres razones:
Todos los hombres pecan: luego a todos se debe acoger (cf Jn 8, 7).
Él es la encarnación de la misericordia de Dios.
Y Dios es el Dios de todos (cf Mt 5, 45).
Los pecadores necesitan ser acogidos para salvarlos (cf Lc 19, 10).
Pero la actitud de Jesús ante los pecadores esconde mucho más:
Todos han de reconocerse pecadores para que Él pueda acercarse y traerles la salvación (cf Mt 9, 13).
No tiene resentimiento contra los poderosos, discriminándoles, sino interés por los necesitados; así se ha de entender la tendencia a preocuparse más por los necesitados.
Jesús se acerca al pecador, pero no admite la falta cometida. Reconoce que los pecados no deben aceptarse (cf Jn 8, 11); por eso invita siempre al pecador a la conversión.
Jesús, pues, no prefiere a unos hombres sobre otros: Él ha venido a buscar lo que estaba perdido. Su objetivo es el hombre para salvarlo, sea quien sea (cf Lc 7, 50).
El culmen de la postura de Jesús ante los pecadores es su muerte (cf Mt 26, 28; Lc 23, 34). Este punto se profundizará más adelante.
Aunque Jesús buscó siempre con amor a los pecadores, y aunque muchos se abrieron a sus rayos salvadores...no siempre triunfará el amor de Jesús. Fracasó con muchos, porque se cerraron a su amor, a su perdón. Tenemos el caso de Judas, de los fariseos. Fracasaría con su ciudad querida de Jerusalén: "Al acercarse y ver la ciudad, lloró sobre ella y dijo: ¡Si al menos en este día comprendieras lo que lleva a la paz!..." (Lc 19, 41-44).
Cuando leemos algunas palabras duras de Jesús, como, por ejemplo, "Si tu mano o tu pie es para ti una piedra de tropiezo, córtatelo o arrójalo lejos de ti..." (Mt 18, 8), nos hacen reflexionar sobre algo muy serio: la posibilidad del fracaso total, definitivo e irreversible, llamado infierno. Si Jesús es duro, y predica la conversión, es porque quiere evitarnos este terrible fracaso. El infierno es la verdadera amenaza del hombre, que destruye alma y cuerpo (cf Mt 10, 28). Jesús, es verdad, no es un Dios de infierno en ristre, ni un neurótico del averno, pero no deja de mirar con terror esa horrorosa posibilidad con la que el hombre se enfrenta. Cree en el infierno y nos engañaría si no nos advirtiera ese espantoso riesgo. Por eso, claramente dice que quien no haga suya la vida que Él trae y no cumpla los mandamientos y muera sin arrepentirse les espera el más total y radical de los fracasos. Un fracaso, cuyo centro es la lejanía eterna de Dios por haberlo rechazado; un cataclismo ontológico para quien, habiendo sido amado por Dios hasta el punto de llamarlo hijo suyo en Cristo, rechaza obstinadamente a ese amor y con ellos su plena realización.
Dejemos claro una cosa. Jesús no es el condenador, sino el libertador. Él vino a traer la luz y no sólo a anatematizar la oscuridad. Por eso no le gusta que los hombres vivan obsesionados por si se salvarán o por cuántos se salvarán. Pero sí quiere que vivan dedicados a salvarse, que es el único negocio importante, urgente y personal; si perdemos este negocio, hemos perdido todo. Además nos invita siempre a la esperanza, nos pone todos los medios para esa total realización humana soñada y querida por Dios, que es la salvación eterna. Si se trata de ganar un pleito, o un juicio o conseguir un empleo o hacer un negocio temporal... se mueve cielo y tierra, se hacen mil diligencias y se trabaja hasta altas horas de la noche. Y para alcanzar la vida eterna y salvar el alma, ¿qué hacemos? Hay quienes viven como si la muerte, el juicio, el infierno y el cielo fueran fábulas o cuentos, y no verdades eternas reveladas por Dios y que debemos creer.
La palabra que resume la actitud de Jesús ante los pecadores es misericordia. Para el mundo grecolatino, antes de la venida de Cristo, la misericordia era un defecto y una enfermedad del alma. El filósofo Séneca, por ejemplo, dice que la misericordia es un vicio propio de viejas y mujerzuelas. Esta enfermedad, concluye Séneca, no recae sobre el hombre sabio(73) Tuvo que venir Cristo del cielo para gritarnos que la misericordia es el más sublime gesto de caridad...Es más, que la misericordia tiene un nombre: Jesucristo. Dios al encarnarse se hizo misericordia y perdón.
Nosotros ante el pecado y los pecadores
Sería bueno que repasemos un poco lo que es el pecado y cuáles son los pecados, para que cada día lo desterremos de nuestra vida, pues el pecado ha sido, es y será la mayor desgracia que nos puede acontecer en la vida.
El pecado existe. Es una realidad que brota del corazón del hombre, por instigación de Satanás que se sirve de sus engaños y de nuestras pasiones desordenadas. No es un error humano, una distracción o una fragilidad. Es, más bien, la negación de toda dependencia, la obstinación en quedarme en mí mismo, decidir por mí mismo. Es la decisión de procurarme por mí mismo la propia felicidad, de realizarme sin interferencias, y consecuentemente el rechazo de instaurar con Dios y con los demás una relación de amor. El pecado es egoísmo exagerado. Es preferirse a sí mismo, anteponerse a sí mismo a Dios y a los demás. Es trastocar el orden puesto por Dios y poner otros ídolos, otros intereses, a uno mismo en el puesto de Dios.
Todos hemos pecado, menos Jesús y su Madre Santísima.
¿Cuáles son los pecados?
Está el pecado original que cometieron nuestros primeros padres, Adán y Eva. Adán, como jefe de toda la humanidad, transmite a cada uno de los hombres este pecado, en cuanto padre de la humanidad, y como tal, lo contraemos todos sus descendientes.
Está el pecado actual o personal: es aquel cometido voluntariamente por quien ha llegado al uso de razón. Tal pecado se puede cometer de cuatro maneras: con el pensamiento, con las palabras, con las obras, con las omisiones. Y todo esto puede ser contra Dios, contra el prójimo o contra nosotros mismos. Este pecado personal puede ser, a su vez: mortal o venial.
El pecado mortal es una desobediencia a la ley de Dios en materia grave, cometida con plena advertencia de la mente y deliberado consentimiento de la voluntad. ¿Qué materia sería grave? Negar o dudar de la existencia de Dios; negar una verdad de fe definida por la Iglesia; blasfemar de Dios, la Virgen, los Santos; no participar de la misa sin algún motivo grave; tratar en modo gravemente ofensivo a los propios padres o superiores; matar a una persona o herirla gravemente; procurar directamente el aborto; cometer actos impuros consciente y deliberadamente; impedir la concepción con métodos artificiales; robar objetos de mucho valor; calumniar; cultivar y consentir pensamientos y deseos impuros; cumplir graves omisiones en el cumplimiento del propio deber; recibir un sacramento en pecado mortal; emborracharse o drograrse en forma grave; callar en confesión, por vergüenza, un pecado grave; causar escándalo al prójimo con acciones o actitudes graves .
¿Cuáles son los efectos que produce en el alma el pecado mortal? Mata la vida de gracia en el alma, es decir, rompe la relación vital con Dios; separa a Dios del alma; nos hace perder todos los méritos de cosas buenas que estemos haciendo; hace al alma digna del infierno; se nos cierran las puertas del cielo.
¿Cómo se perdona este pecado mortal? Con una buena confesión; o con un acto de contrición perfecta, unido al propósito de una confesión. El pecado venial es una desobediencia a la ley divina en materia leve; o también en materia grave, pero sin pleno conocimiento y consentimiento. ¿Qué efectos produce el pecado venial? Entibia el amor de Dios, me enfría la relación con Él; priva al alma de muchas gracias que hubiera recibido de Dios si no hubiese pecado; nos dispone al pecado grave; hace al alma digna de penas temporales que hay que expiar o en esta vida o en el purgatorio.
El pecado venial se borra con el arrepentimiento, con buenas obras (oraciones, misas, comunión, limosnas, obras de misericordia).
Los pecados capitales son siete, y se llaman capitales porque son cabecillas de otros pecados. Son éstos: Soberbia: es una exagerada estima de sí mismo y de las propias cosas y cualidades, acompañada de desprecio hacia los otros. Avaricia: es un deseo desmesurado de dinero y de haberes. Lujuria: es un desordenado apetito y uso del placer sexual. Ira: es un impulso desordenado a reaccionar contra alguno o contra algo que fue ocasión de sufrimiento o contrariedad. Pereza: Es una falta de voluntad en el cumplimiento del propio deber y un desordenado uso del descanso. Envidia: es un sentimiento de tristeza o dolor del bien del prójimo, considerado como mal propio. Gula: es la búsqueda excesiva del placer que se encuentra en el uso de los alimentos y bebidas.
Están, también, los pecados que claman al cielo: homicidio voluntario, pecado impuro contra naturaleza (homosexualidad), opresión de los pobres, no dar la paga justa a los obreros.
Finalmente, está el pecado contra el E.S.: desesperar de la salvación, presumir de salvarse sin mérito, luchar contra la verdad conocida, envidia de la gracia ajena, obstinación en los pecados, impenitencia final a la hora de la muerte.
CONCLUSIÓN
De todo lo que hemos visto concluimos lo siguiente:
Debemos odiar el pecado, desterrarlo de nuestra vida, luchar contra todo tipo de mal que tengamos en nuestro corazón.
Debemos renunciar al pecado, denunciarlo desde todos los púlpitos, con energía y respeto, y anunciar la Buena Nueva de la gracia.
Pero debemos rezar por los pecadores, comprenderlos, no juzgarlos, tratar de ayudarlos para que vuelvan a Dios y a las fuentas de la misericordia de Dios. Nunca condenarlos.
No nos alejemos de la casa de Dios Padre. En la casa de Dios Padre encontramos la luz, el calor, la seguridad, alegría y el amor...Fuera de la casa de Dios Padre encontramos oscuridad, frialdad, inseguridad, indiferencia de los demás, tristeza. Y si no, preguntémosle a ese hijo pródigo del evangelio (cf. Lc 15, 11ss). Y cuando tengamos la desgracia de alejarnos, aún hay posibilidad de volver, arrepentirse y abrazar a Dios, que desde siempre ha dejado la puerta de su corazón abierta a todos.
(72) Baste recordar aquí la parábola del hijo pródigo (Lc 15) o la de los invitados descorteses (Lc 14, 15-24).
(73) Cfr. Séneca, De Clementia, 2, 4-5
La familia cristiana, como don y tarea
Redescubrir el papel de la familia como escuela de solidaridad y de auténtica vida cristiana
Hoy se ve necesario explicar mejor los fundamentos de la familia cristiana. Y es así, expone el documento de trabajo para el próximo sínodo, por el ambiente individualista de la cultura dominante que no es capaz de valorar el darse a los otros, la caridad. La solidaridad y la caridad están en la esencia del proyecto humano –de la propia naturaleza del hombre– y cristiano.
La familia cristiana, construida sobre el amor, es el primer ámbito donde se ejercita y se aprende el darse a los que en ella conviven. Pero para realizarlo así, y dado el clima individualista que nos rodea, precisa de una formación que le ayude a vivirlo día a día, y a descubrir su papel como escuela de solidaridad y de auténtica vida cristiana.
Hay que explicarlo mejor también por las dificultades actuales para comprender la ley natural como fundamento de la fe familia. No se trata tanto –matiza– de defender un concepto abstracto, sino más bien la necesaria relación que el Evangelio establece con lo humano en todas sus expresiones históricas y culturales.
El orden de la creación
1. Para desarrollar esa propuesta ante todo se nos invita a ser conscientes de las actuales dificultades a la hora de explicar la ley natural. Una dificultad surge cuando se considera que no todos están de acuerdo en qué sea lo “natural”. A menudo se identifica con lo meramente “espontáneo”, lo que brota del sentimiento y la emotividad. También hoy se asiste frecuentemente a la interpretación de la libertad y de la felicidad en clave subjetivista, que sería lo único válido para fundamentar los “derechos humanos”. Por otra parte una visión tradicional de la “ley natural” parece “desmentida” por la investigación científica (la evolución, la biología y las neurociencias). Incluso, según la “ideología de género” la sexualidad de cada individuo dependería de los condicionamientos y necesidades sociales, y no tanto de la biología o de la naturaleza. Todo ello estaría llevando a poner en duda la firmeza del compromiso matrimonial “para siempre”. Además algunas costumbres de ciertas culturas consideran la poligamia o el repudio de la mujer como algo “natural”. Por no hablar del sinfín de situaciones anómalas e “irregulares” respecto al matrimonio “natural” que abundan en nuestra cultura.
En suma, según esta lectura, no existiría lo “natural” como referencia común. Sin embargo, al menos por lo que se refiere a los cristianos, la experiencia es que “la ley natural es universalmente aceptada ‘de hecho’ por los fieles, aunque no se vea la necesidad de justificarla teóricamente” (n. 26). En resumen, hay quienes objetan que la ley natural no sirve para explicar la moral sexual de la Iglesia. Existe de hecho una contestación práctica de la ley natural sobre la unión entre hombre y mujer, apoyada sobre todo en el subjetivismo y el individualismo.
<b>Atención al lenguaje, combatir el individualismo.
2. ¿Qué hacer ante estas dificultades? La respuesta del documento preparatorio sinodal comienza por atender al lenguaje. Se sugiere, ante todo, que al expresar lo que es el matrimonio y la familia, se dé mayor importancia al lenguaje bíblico (que habla del “orden de la creación”), con sus formas narrativas, y al lenguaje simbólico tal como el que utiliza la liturgia. Y que se preste particular atención al mundo juvenil.
Como marco de conjunto, se propone que se presente a la familia en el contexto de la vocación de la persona en Cristo. Los cristianos compartimos la convicción de que la familia es el ambiente natural de crecimiento y escuela de humanidad, amor y esperanza para la humanidad. Y lo es en cuanto que a través de ella Cristo revela el misterio y la vocación del hombre. Al mismo tiempo, hoy la familia se encuentra muchas veces en situaciones difíciles y complejas que requieren una mirada compasiva y comprensiva. “Esta mirada es lo que permite a la Iglesia acompañar a las familias como son en la realidad y a partir de aquí anunciar el Evangelio de la familia según sus necesidades específicas” (n. 31)
Entre esas situaciones y desafíos – como una primera “herida” de la familia en la sociedad actual– está el intento de su privatización; es decir, de recluirla como en un recinto cerrado y para el bien de sólo sus propios miembros, ocultando o impidiendo que la familia eduque para servir al bien común. Es, por tanto, necesario, combatir el individualismo en su versión “familiar”. Esto implica preguntarse cómo estimular la participación de la familia en la sociedad (y, antes, cómo educar la vida de familia dentro de la familia misma). Y se traduce en las relaciones entre familia y trabajo, familia y educación, familia y salud, familia y derecho (comenzando por la defensa de la vida humana desde su concepción).
<b>Algunas propuestas formativas</b>
3. Algunas propuestas formativas. Como se ve, no se trata solamente de defender la familia como institución “natural”, sino de mostrar la belleza del proyecto cristiano sobre el matrimonio y la familia, que lleva a plenitud el amor humano entre varón y mujer y los abre a un horizonte universal. He aquí algunas propuestas.
a) La referencia primera a la Trinidad. Dios es en sí mismo como una familia, comunión de Personas que viven eternamente en unidad perfecta. Y el matrimonio es la imagen de Dios entre nosotros, porque en el matrimonio “Dios hace de los dos esposos una sola existencia” (Francisco, Audiencia general, 2-IV-2014).
b) La familia de Nazaret como modelo y ejemplo para la familia cristiana, puesto que “la familia es el lugar ordinario y cotidiano del encuentro con Cristo” (n. 36). La unión con Cristo, por parte de los miembros de la familia, es garantía para salir adelante también ante las dificultades, con paciencia y comprensión. “Hacer familia”, sobre todo para un cristiano, es un don y una tarea diaria.
c) La educación del amor. La familia puede definirse como “signo eficaz de la existencia del amor de Dios”, como “santuario del amor y de la vida” y “primera escuela de humanidad”. En la familia debe acontecer la primera experiencia del amor, que es lo opuesto a la soledad. Y esto, no solo para los hijos, sino para todos los miembros de la familia. La familia es así lugar privilegiado para el desarrollo integral de las personas, tanto desde el punto de vista humano como cristiano.
d) El papel de los padres se considera, en esto, fundamental: su testimonio de fidelidad en la igual dignidad y en la complementariedad de sus diferencias, su testimonio de fe cristiana, de oración –oración personal y familiar, lectura de la Biblia, bendición de la mesa, rezo del rosario, etc., y de sacramentos –especialmente la confesión y la Eucaristía dominical– y un estilo de vida coherente con esa fe. He ahí los pilares seguros sobre los que se puede construir el espacio y el tiempo que necesita la educación cristiana de los hijos. En todo esto se señala la importancia de la parroquia que debería ser “familia de familias” sobre todo para la vida sacramental.
e) El “deseo de familia” que tienen muchos jóvenes es un verdadero signo de los tiempos que hay que acoger. Muchos de ellos perciben el valor de un vínculo estable y duradero, de un amor fiel e indisoluble que apoye el crecimiento humano y espiritual.
f) El acompañamiento de las familias, con misericordia y ternura, por parte de otras familias, de las parroquias, de los movimientos y asociaciones. Acompañamiento especialmente necesario ante las situaciones difíciles (crisis de diversos tipos, violencia, abandono, etc.).
g) La “formación constante y sistemática sobre el matrimonio como vocación, sobre el redescubrimiento del ser padres (paternidad y maternidad) como un don”. Además de la preparación inmediata de las parejas para el matrimonio, esto precisa “una formación más constante y articulada: bíblica, teológica, espiritual, pero también humana y existencial” (n. 49). Se recogen buenas experiencias en la línea de que los padres participen en las catequesis que se dan a sus hijos; que se aprovechen las fiestas litúrgicas como la Navidad y la fiesta de la Sagrada Familia para esta formación; y que se proteja, también desde el punto de vista civil, el domingo como día del Señor y de las familias.
Cabe apreciar que el mayor interés de estas propuestas no es simplemente el de un conjunto de ideas que se les habrían ocurrido a un grupo de expertos. Ante todo consiste en un hecho: arrancan de la vida de cristianos que, conscientes de su misión e ilusionados con su tarea de iluminar y vivificar la sociedad en la que viven, toman nota de lo que está pasando, y presentan sus experiencias, reflexiones y propuestas para ayudar a los matrimonios y a las familias cristianas.
Papa Francisco expresa pésame a Irak por naufragio en Mosul
El Papa expresó "su solidaridad orante por los que lloran" la pérdida de sus seres queridos y encomendó a los fallecidos "a la misericordia del Todopoderoso"
El Papa Francisco expresó su solidaridad y aseguró sus oraciones por las víctimas del naufragio de un ferri en el río Tigris en Mosul (Irak) que causó la muerte de casi 100 personas.
En un telegrama enviado a las autoridades eclesiásticas y civiles locales, el Secretario de Estado Vaticano, Cardenal Pietro Parolin, aseguró que el Santo Padre “se entristeció profundamente” al conocer la noticia de esta tragedia ocurrida el jueves 21 de marzo.
Por ello, el Pontífice expresó “su solidaridad orante por los que lloran” la pérdida de sus seres queridos y encomendó a los fallecidos “a la misericordia del Todopoderoso” además de rezar por las autoridades locales y el personal de emergencia”.
El Santo Padre impartió también su bendición a toda la nación iraquí para que reciban “curación, fuerza y consuelo”.
Según informó la prensa local, el naufragio ocurrió en el norte de Mosul cerca de una zona recreativa. La embarcación transportaba alrededor de 170 personas, de los cuales la mayoría no sabían nadar. Los pasajeros se dirigían a la isla de Umm Rabaen para celebrar la fiesta del Newroz, el año nuevo kurdo.