Porque El no es un Dios de muertos, sino de vivientes

Estipendios de misas

Cuando los curas "se vuelven especuladores, el pueblo se escandaliza"
El Papa dice que es "escandaloso" cobrar en las iglesias por los sacramentos
"Que las iglesias jamás se conviertan en casas de negocios, la redención de Jesús es gratuita.
Hay dos cosas que el pueblo de Dios no puede perdonar: a un sacerdote apegado al dinero y a un sacerdote que maltrata a la gente

El Papa Francisco denunció hoy que algunas parroquias se conviertan en "casas de negocio" y hagan pagar por celebrar sacramentos como bautizos o bodas, durante su homilía en la misa matutina de la capilla de su residencia, la Casa de Santa Marta.

El Papa reflexionó hoy sobre la liturgia del día en que Jesús expulsó a los mercaderes del Templo, "porque habían transformado la casa de oración en una cueva de ladrones" y entonces denunció cómo también ahora los sacerdotes pueden causar escándalo con sus hábitos, con el comercio o la mundanidad.

"Cuántas veces entramos en una iglesia, aún hoy, y hemos visto la lista de los precios" para el bautismo, la bendición, las intenciones para la Misa. Y el pueblo se escandaliza", exclamó el papa.

Ante ello, Francisco contó cómo recién ordenado sacerdote conoció a una pareja de novios que quería casarse durante una ceremonia que incluyera la misa, pero el párroco se negaba porque decía que la celebración no podía durar más de 20 minutos porque se ocupaban dos turnos.

"¡Y para casarse con una misa tuvieron que pagar dos turnos!", y esto es "un pecado", denunció el papa.

El papa recomendó entonces a los fieles que cuando vean estas cosas "tengan el valor de decírselo a la cara al párroco".

"Hay dos cosas que el pueblo de Dios no puede perdonar: a un sacerdote apegado al dinero y a un sacerdote que maltrata a la gente", dijo el pontífice, quien agregó que es imposible perdonar cuando "La casa de Dios se convierte en una casa de negocios".

"Cuando los que están en el Templo - independientemente de que sean sacerdotes, laicos, secretarios que se ocupan de administrar la pastoral en el Templo - se vuelven especuladores, el pueblo se escandaliza. Y nosotros somos responsables de esto. También los laicos, ¡eh! Todos. Porque si yo veo que en mi parroquia se hace esto, debo tener el coraje de decírselo en la cara al párroco. Y la gente sufre por ese escándalo. Es curioso: el pueblo de Dios sabe perdonar a sus sacerdotes, cuando tienen una debilidad, resbalan sobre un pecado... sabe perdonar. Pero hay dos cosas que el pueblo de Dios no puede perdonar: a un sacerdote apegado al dinero y a un sacerdote que maltrata a la gente. ¡No es capaz de perdonar! Y el escándalo, cuando el Templo, la Casa de Dios, se vuelve una casa de negocios, como aquel matrimonio: se alquilaba la iglesia".

Jesús "no está enojado" - explicó el Papa - "es la Ira de Dios, es el celo por la Casa de Dios", porque no se puede servir a dos patrones: "o das culto a Dios vivo, o das culto al dinero, al dinero":

"Pero ¿por qué Jesús está contra el dinero? Porque la redención es gratuita; la gratuidad de Dios, Él viene a traernos la gratuidad total del amor de Dios. Y cuando la Iglesia o las iglesias se vuelven especuladoras, se dice que... ¡eh, no es tan gratuita la salvación!... Es por esto que Jesús toma el látigo para hacer este rito de purificación en el Templo. Hoy la Liturgia celebra la presentación de la Virgen en el Templo: desde muchachita... Una mujer sencilla, como Ana, en aquel momento, entra la Virgen. Que Ella nos enseñe a todos nosotros, a todos los párrocos, a todos aquellos que tienen responsabilidades pastorales, a mantener limpio el Templo, a recibir con amor a aquellos que vienen, como si cada uno de ellos fuera la Virgen".(RD/Agencias)


Evangelio según San Lucas 20,27-40. 


Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?". 


Jesús les respondió: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. 


Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él". 
Tomando la palabra, algunos escribas le dijeron: "Maestro, has hablado bien". Y ya no se atrevían a preguntarle nada.

San Justino (c.100-160), filósofo y mártir. Tratado sobre la Resurrección, 8

«No es Dios de muertos, sino de vivos»

El cuerpo es precioso a los ojos de Dios, es el preferido entre todas sus obras, así pues es normal que quiera salvarlo... ¿No sería absurdo que lo que creó con tanto mimo, que lo que el Creador considera como la cosa más preciosa de todo lo creado, quede reducido a nada?

    

Cuando un escultor o un pintor quieren que su obra permanezca a fin de que sirva para su gloria, la restaura cuando se ha estropeado. ¿Y Dios vería su bien, su obra, volver a la nada, dejar de existir? Nosotros llamaríamos «obrero de lo inútil» al que construyera una casa para derruirla seguidamente o para dejarla que se estropeara siendo así que podría volver a levantarla. De la misma manera ¿no acusaríamos a Dios de crear el cuerpo inútilmente? Pero no, el Inmortal no es así; ¡aquel que por su naturaleza es el Espíritu del universo no podría ser tan insensato!...En verdad, Dios ha llamado al cuerpo a renacer y le ha prometido la vida eterna.

    

Porque donde se anuncia la buena noticia de la salvación del hombre, ésta se refiere también al cuerpo. En efecto ¿qué es el hombre sino un ser viviente dotado de inteligencia, compuesto de alma y cuerpo? ¿El alma, ella sola, es el hombre? No, es tan sólo el alma de un hombre. ¿Se llamará «hombre» al cuerpo? No, se dice que es el cuerpo de un hombre. Si pues, ninguno de estos dos elementos él solo no es el hombre, es a la unión de los dos al que se llama «hombre».

Así pues, es a este hombre que Dios ha llamado a la vida y a la resurrección, y no tan solo a un parte del mismo sino al hombre entero, es decir al alma  al cuerpo. ¿No sería, pues, absurdo, siendo que existen los dos según y en la misma realidad, que uno se salve y el otro no?


Santa Cecilia de Via Apia

Santa Cecilia, virgen y mártir

Memoria de santa Cecilia, virgen y mártir, que, según la tradición, consiguió la doble palma por amor a Jesucristo en el cementerio de Calixto, en la vía Apia de Roma. El título de una iglesia en el Transtíber romano lleva desde antiguo su nombre.

Esta santa, tan a menudo glorificada en las bellas artes y en la poesía, es una de las mártires más veneradas de la antigüedad cristiana. La más antigua referencia histórica a santa Cecilia se encuentra en el «Martyrologio Jeronimiano»; y de él se deduce que su fiesta se celebraba en la iglesia romana en la cuarta centuria, aunque su nombre aparece en fechas diferentes en ese mismo martirologio. La fiesta de la santa mencionada el 22 de noviembre -día en el cual es celebrada en la actualidad-, fue la utilizada en el templo dedicada a ella del barrio del Trastévere, en Roma; por consiguiente, su origen probablemente se remonta a esta iglesia. Las primeras guías medievales (Itineraria) de los sepulcros de los mártires romanos, señalan su tumba en la Via Appia, al lado de la cripta de los obispos romanos del siglo tercero (De Rossi, Roma Sotterranea, I, 180-181). De Rossi localizó el sepulcro de Cecilia en las catacumbas de Calixto, en una cripta adjunta a la capilla de la cripta de los papas; un nicho vacío en una de las paredes, que una vez contuvo, probablemente, el sarcófago con los restos de la santa. Entre los frescos posteriores que adornan la pared del sepulcro, aparece dos veces la figura de una mujer ricamente vestida, y el Papa Urbano, quién tuvo una estrecha relación con la santa según las Actas del martirio, aparece una vez. El antiguo templo titular arriba mencionado, se construyó en el siglo cuarto y todavía se conserva en el Trastévere. Este templo estaba ciertamente dedicado en el siglo quinto a la santa enterrada en la Vía Appia; es mencionado en las firmas del Concilio romano de 499 como «titulus sanctæ Cæciliæ» (Mansi, Coll, Conc. VIII, 236).

Así como algunos otros antiguos templos cristianos de Roma fueron un regalo de los santos cuyos nombres llevan, puede deducirse que la iglesia romana debe este templo de santa Cecilia a la generosidad de la propia santa; en apoyo de este punto de vista es de notar que la propiedad bajo la cual está construida la parte más antigua de la verdadera catacumba de Calixto, probablemente perteneció, según las investigaciones de De Rossi, a la familia de santa Cecilia (Gens Cæcilia), y pasó a ser, por donación, propiedad de la iglesia romana. En el «Sacramentarium Leonianum», una colección de misas completada hacia el final del siglo quinto, se encuentren al menos cinco misas diferentes en honor de santa Cecilia, lo que testifica la gran veneración a la santa que la Iglesia romana tenía en ese momento.

Las «Actas del Martirio de Santa Cecilia» tienen su origen hacia la mitad del siglo quinto, y han sido transmitidas en numerosos manuscritos, así como traducidas al griego.

Fueron asimismo utilizadas en los prefacios de las misas del mencionado «Sacramentarium Leonianum». Ellas nos informan que Cecilia, una virgen de familia senatorial y cristiana desde su infancia, fue dada en matrimonio por sus padres a un noble joven pagano, Valeriano. Cuando, tras la celebración del matrimonio, la pareja se retira a la cámara nupcial, Cecilia cuenta a Valeriano que ella está comprometida con un ángel que celosamente guarda su cuerpo, por lo que Valeriano debe tener cuidado de no violar su virginidad. Valeriano desea ver al ángel, y Cecilia lo manda ir a la tercera piedra miliaria de la Via Appia, donde se encontrará con el obispo de Roma, Urbano.

Valeriano obedeció, fue bautizado por el papa y regresó a Cecilia hecho cristiano.

Entonces se apareció un ángel a los dos y los coronó con rosas y azucenas. Cuando Tiburcio, el hermano de Valeriano, se acercó a ellos, también fue ganado para Cristo.

Como celosos hijos de la Fe ambos hermanos distribuyeron ricas limosnas y enterraron los cuerpos de los confesores que habían muerto por Cristo. El prefecto, Turcio Almaquio, los condenó a muerte; el funcionario del prefecto, Máximo, fue designado para ejecutar la sentencia, se convirtió y sufrió el martirio con los dos hermanos. Sus restos fueron enterrados en una tumba por Cecilia. Ahora la propia Cecilia fue buscada por los funcionarios del prefecto. Después de una gloriosa profesión de fe, fue condenada a morir asfixiada en el baño de su propia casa. Pero, como permaneciera ilesa en el ardiente cuarto, el prefecto la hizo decapitar allí mismo.

El verdugo dejó caer su espada tres veces sin que se separara la cabeza del tronco, y huyó, dejando a la virgen bañada en su propia sangre. Vivió tres días más, hizo disposiciones en favor de los pobres y ordenó que, tras su muerte, su casa fuera dedicada como templo.

Urbano la enterró entre los obispos y los confesores, es decir, en la catacumba Calixtina.

El relato como tal carece de valor histórico; es una leyenda piadosa, como tantas otras recopiladas en los siglos quinto y sexto (y que recurren a los mismos moldes y recursos narrativos). Sin embargo la existencia misma de los mencionados mártires, es un hecho histórico fuera de toda duda razonable. La relación entre santa Cecilia y Valeriano, Tiburcio y Máximo, mencionados en las Actas, tienen quizá algún fundamento histórico. Estos tres santos fueron enterrados en las catacumbas de Pretextato en la Via Appia, donde sus tumbas se mencionan en las antiguas guías de peregrinos («Itineraria»).

No conocemos la fecha en que Cecilia sufrió el martirio, ni puede deducirse nada de la mención de Urbano; el autor de las Actas, sin autoridad alguna, simplemente introdujo el conocido nombre de este confesor (enterrado en la catacumba de Pretextato) a causa de la proximidad de su tumba a la de los otros mártires y lo identificó con la del Papa del mismo nombre. A su vez el autor del «Liber Pontificalis» usó las Actas para referenciar a Urbano. Las Actas no ofrecen ninguna otra indicación del tiempo del martirio. Venancio Fortunato (Miscellanea, 1, 20; 8,6) y Adón (Martirologio, 22 noviembre) sitúan el momento de la muerte de la santa en el reinado de Marco Aurelio y Cómodo (aproximadamente el 177), y De Rossi intenta demostrar este dato como el más seguro históricamente. En otras fuentes occidentales de la baja Edad Media y en el Synaxario griego, se sitúa en la persecución de Diocleciano (inicios del s. IV). P.A. Kirsch intentó fijarlo en el tiempo de Alejandro Severo (229-230); Aubé, en la persecución de Decio (249-250); Kellner, en el de Juliano el Apóstata (362). Ninguna de estas opiniones está suficientemente establecida, ni las Actas ni otras fuentes ofrecen la evidencia cronológica requerida. La única indicación temporal segura es la localización de la tumba en la catacumba de Calixto, en inmediata proximidad a la antiquísima cripta de los papas, en la fueron enterrados, probablemente, Urbano y, ciertamente, Ponciano y Antero. La parte más antigua de esta catacumba fecha todos estos eventos al final del siglo segundo; por consiguiente, desde ese momento hasta la mitad del siglo tercero es el período posible para el martirio de santa Cecilia.

Su iglesia en el barrio del Trastévere de Roma fue reconstruida por Pascual I (817-824), en cuya ocasión el papa deseó trasladar allí sus reliquias; al principio, sin embargo, no pudo encontrarlas y creyó que habían sido robadas por los lombardos. En una visión santa Cecilia lo exhorta a continuar la búsqueda porque había estado ya verdaderamente cerca de ella, es decir, de su tumba. Él entonces renovó la investigación y pronto el cuerpo de la mártir, cubierto con costosos adornos de oro y con su ropa empapada en sangre hasta los pies, fue encontrado en la catacumba de Pretextato. Debieron ser llevados allí desde la catacumba de Calixto para salvarlos de los primeros saqueos de los lombardos en las cercanías de Roma. Las reliquias de santa Cecilia, con las de Valeriano, Tiburcio y Máximo, y también las de los papas Urbano y Lucio, fueron exhumadas por el papa Pascual, y enterradas nuevamente, esta vez bajo el altar mayor de santa Cecilia en el Trastévere.

Los monjes de un convento fundado en el barrio por el mismo papa, fueron encargados de cantar el oficio diario en esta basílica. La veneración por la santa mártir continuó extendiendose y se le dedicaron numerosas iglesias. Durante la restauración del templo, en el año 1599, el cardenal Sfondrato examinó el altar mayor y encontró debajo el sarcófago con las reliquias que el papa Pascual había trasladado. Excavaciones de fines del siglo XIX, ejecutadas a instancias y a cargo del cardenal Rampolla, descubrieron restos de construcciones romanas, que habían permanecido accesibles.

Las representaciones más antiguas de santa Cecilia la muestran en la actitud usual de los mártires en el arte cristiano de los primeros siglos: o con la corona del martirio en su mano (por ejemplo en San Apolinar la Nueva, en Rávena, en un mosaico del siglo sexto) o en actitud de oración (por ejemplo las dos imágenes, de los siglos sexto y séptimo, de su cripta). En el ábside de su iglesia en el Trastévere todavía se conserva el mosaico hecho bajo el Papa Pascual, en el que es representada con ricos vestidos, como protectora del Papa. Los cuadros medievales de la santa son muy frecuentes; desde los siglos catorce y quince se le asigna un órgano musical como atributo, o se le representa como tocando el órgano, o más tarde otros instrumentos, lo que está relacionado con su carácter de Patrona de la música sacra, tal como fue proclamada por la Academia de Música de Roma en 1584. Sin embargo, la cuestión del patronazgo de la música constituye en sí mismo un debatido problema, y se trata extensamente en este escrito.

Oremos: Acoge con bondad nuestras súplicas, Señor, y, por intercesión de Santa Cecilia, dígnate escucharnos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

 

El Papa y la Curia

Permanecen las nueve congregaciones tradicionales
Una nueva Curia para la primavera de Francisco
Se unifican los Consejos pontificios en tres polos: Caridad y Justicia, Laicos y Medios de Comunicación
El último tramo de estos cambios lo conformará la reforma de la Pastor Bonus, la constitución que rige el gobierno de la Iglesia

El papa Francisco consultará en esa reunión a los prefectos de las congregaciones y a los presidentes de los consejos pontificios, que ya tendrían en su poder el proyecto de organigrama sobre el cual deben pronunciarse, dice el diario católico.

Esta consulta tendrá lugar poco antes de un nuevo "G8", como se llama a la reunión del Consejo de ocho Cardenales que asesoran al Papa en el gobierno de la Iglesia y en la reforma de la Curia, que tendrá lugar a comienzos de diciembre.

Según lo revelado por el corresponsal de La Croix en El Vaticano, las nueve congregaciones tradicionales (Doctrina de la Fe, Culto Divino, Causas de los Santos, etcétera) no sufrirán modificaciones, en cambio es muy probable que hay una fusión de los consejos pontificios para conformar tres grandes polos.
Uno, bajo el nombre "Caridad y Justicia" reuniría las funciones de 4 de los actuales consejos pontificios: Justicia y Paz, Cor Unum (Caritas), Pastoral de los migrantes y Pastoral de la Salud.

Un segundo polo agruparía a los consejos pontificios para los laicos y la familia.

El tercero, que al parecer no se debatirá el lunes sino más adelante, coordinaría todos losórganos de comunicación de la Santa Sede (Radio Vaticano, el Osservatore Romano, etcétera. Actualmente está en marcha un proceso de revisión de estos medios, por una comisión presidida por el ex presidente de la BBC, Chirs Patten, y que deberá formular sus propuestas en Pascua.

Estos cambios representarían una segunda etapa de reformas, luego de las que ya remodelaron los servicios económicos y financieros, que ahora están bajo la dirección del cardenal australiano George Pell, miembro del G8 vaticano.

El último tramo de estos cambios lo conformará la reforma de la Pastor Bonus, la constitución que rige el gobierno de la Iglesia y que debe ser reelaborada por el G8.

No es un Dios de muertos

Lucas 20, 27-40. Tiempo Ordinario. No buscar la felicidad en la tierra, tener los ojos puestos en la eternidad. 


Oración introductoria

Señor, Tú eres un Dios de vivos no de muertos, por eso te pido que me muestres en esta oración cómo puedo aprovechar cada minuto de mi vida para crecer espiritual y apostólicamente, camino seguro para alcanzar la santidad.


Petición


Dios mío, hazme poner toda mi esperanza y esfuerzo en alcanzar el cielo.


Meditación del Papa Francisco


La diferencia es que los demonios no tienen fe, porque tener fe no es tener un conocimiento, sino recibir el mensaje de Dios traído por Cristo. En el Evangelio se encuentran dos signos reveladores de quien sabe lo que se debe creer pero no tiene fe. El primer signo es la «casuística» representada por aquellos que preguntaban a Jesús si era lícito pagar las tasas o cuál de los siete hermanos del marido debía casarse con la mujer que había quedado viuda. El segundo signo es «la ideología».

Los cristianos que piensan la fe como un sistema de ideas, ideológico: también en el tiempo de Jesús los había. El apóstol Juan dice de ellos que son el anticristo, los ideólogos de la fe, de cualquier signo sean. En aquel tiempo había gnósticos, pero había muchos... Y así, estos que caen en la casuística o estos que caen en la ideología son cristianos que conocen la doctrina pero sin fe, como los demonios. (Cf. S.S. Francisco, 21 de febrero de 2014, homilía en la capilla de Santa Marta).

Reflexión


La resurrección era un tema controvertido entre los judíos. No había un dogma, por eso los saduceos no lo creían. Sin embargo, los fariseos estaban convencidos de esta doctrina. También San Pablo utilizará el argumento de la resurrección para poner a los fariseos de su parte cuando era juzgado por Ananías (Hechos de los apóstoles 23, 6-9).


Creer o no creer en la resurrección da lugar a dos estilos de vida. Los que buscan la felicidad sólo en esta tierra y los que tienen los ojos puestos en la eternidad.
Pero vamos a detenernos en el punto que origina la discusión: ¿habrá matrimonios en el cielo? Interesante pregunta. Ello nos lleva a profundizar en el fin último del matrimonio.
Cuando un hombre y una mujer se casan movidos por un amor auténtico buscan, sobre todo, hacer feliz a la otra persona y formar una familia.

Por eso no escatiman los detalles que pueden hacer la vida más agradable a la pareja: un beso, un regalo, una atención, unos momentos de diálogo íntimo...

Pero, si realmente quieren darle lo mejor a la persona amada deben buscar lo que realmente le hará feliz, lo que va a colmar plenamente su corazón. No se quedarán en lo pasajero de esta vida, sino que querrán darle el Bien Máximo, es decir, a Dios. Es el mejor regalo que pueden hacerse unos esposos: procurar por todos los medios que la otra persona tenga a Dios. Porque Dios es el Bien mismo y la fuente de toda felicidad.


Propósito


Buscar la felicidad en esta tierra y tener los ojos puestos en la eternidad.


Diálogo con Cristo 


Señor, no permitas que deje pasar mi tiempo de modo infructuoso. Si hoy terminase mi vida, ¿qué podría ofrecerte? Graba en mi alma la conciencia de que a medida que la vida avanza y la eternidad se acerca, sólo tu amor queda y todo lo demás se va a convertir en nada

María, la Virgen del amor

Ese gran amor de esposa, de madre, de amiga que se respiraba en torno suyo, estaba entretejido con mil y un detalles.


Entre los muchos títulos con los que nos referimos a María está el de Madre del Amor hermoso.

Es la Madre de Cristo, la Madre de Dios. Y Dios es amor. Dios quiso, sin duda, escogerse una Madre adornada especialmente de la cualidad o virtud que a Él lo define.

Por eso María debió vivir la virtud del amor, de la caridad en grado elevadísimo. Fue, ciertamente, uno de sus principales distintivos. Es más, Ella ha sido la única creatura capaz de un amor perfecto y puro, sin sombra de egoísmo o desorden. Porque sólo Ella ha sido inmaculada; y por eso sólo Ella ha sido capaz de amar a Dios, su Hijo, como Él merecía y quería ser amado.


Fue ese amor suyo un amor concreto y real. El amor no son palabras bonitas. Son obras. “El amor es el hecho mismo de amar”, dirá San Agustín.

La caridad no son buenos deseos. Es entrega desinteresada a los demás. Y eso es precisamente lo que encontramos en la vida de la Santísima Virgen: un amor auténtico, traducido en donación de sí a Dios y a los demás.


María irradiaba amor por los cuatro costados y a varios kilómetros a la redonda.La casa de la sagrada familia debía estar impregnada de caridad.

Como también su barrio, el pueblo entero e incluso gran parte de la comarca... Las hondas expansivas del amor, cuando es real, se difunden prodigiosamente con longitudes insospechadas. El amor de la Virgen en la casa de Nazaret, como en las otras donde vivió, haría que allí oliese de verdad a cielo. Ese gran amor de esposa, de madre, de amiga que se respiraba en torno suyo, estaba entretejido con mil y un detalles. Con qué sonrisa y ternura abriría la Santísima Virgen cada nuevo día de José y del niño con su puntual y acogedor “buenos días”; y de igual modo lo cerraría con un “buenas noches” cargado de solicitud y cariño.

Cuántas agradables sorpresas y regalos aguardaban al Niño Dios detrás de cada “feliz cumpleaños” seguido del beso y abrazo de su Madre. Cómo sabía Ella preparar los guisos que más le agradaban a José; y aquellos otros que le encantaban al niño Jesús. Qué bien se le daba a Ella eso de tener siempre limpia y arreglada la ropa de los dos hombres de la casa. Con cuánta atención y paciencia escucharía las peripecias infantiles que le contaba Jesús tras sus incansables aventuras con sus amigos; y también los éxitos e infortunios de la jornada carpintera de José. Cuántas veces se habrá apresurado María en terminar las labores de la casa para llevarle un refrigerio a su esposo y echarle una mano en el trabajo. Era el amor lo que transformaba en sublimes cada uno de esos actos aparentemente normales y banales. Donde hay amor lo más normal se hace extraordinario y no existe lo banal. En María ninguna caricia era superficial o mecánica, ningún abrazo cansado o distraído, ningún beso de repertorio, ninguna sonrisa postiza.

“En Ella -afirma San Bernardo- no hay nada de severo, nada de terrible; todo es dulzura”. Todo lo que hacía estaba impregnado de aquella viveza del amor que nunca se marchita. ¡Qué mujer tan encantadora la Virgen! ¡Qué madre tan cariñosa y solícita! ¡Qué ama de casa tan atenta y maravillosa!
No sería tampoco difícil encontrar a María en casa de alguna vecina. Hoy en la de una, más tarde o mañana en la de otra. Porque a la una le han llovido muchos huéspedes y la Virgen intuye que allí será bienvenida una ayudita en el servicio. Porque la otra está enferma en cama y, con cinco chiquillos sueltos, la casa necesita no una sino dos manos femeninas que pongan un poco de orden. Porque a la de más allá le llegó momento de dar a luz y la Virgen quería estarle cerca y hacerle más llevadero ese trance que para Ella, en su momento y por las circunstancias, fue bastante difícil. Y todo eso lo adivinaba e intuía Ella y se adelantaba a ofrecerse sin que nadie le dijera o pidiera nada.

¡Qué corazón tan atento el suyo!
En fin, que no era raro el día en que la Virgen prepararía y serviría no una sino dos o más comidas. No era usual que además de ordenar y limpiar en su casa, lo hiciese en alguna otra de la vecindad.

Como no era tampoco extraño comprobar que entre la ropa que Ella dejaba como nueva en el lavadero del pueblo, había prendas demás; y a veces muchas... Ni siquiera debió ser insólito sorprender a María consolando y aconsejando a una coterránea que había reñido con su esposo; o visitando y atendiendo, en las afueras de la aldea, a los indeseables leprosos; o dando limosna a los pobres, aun a costa de estrechar un poco más la ya apretada situación económica de su hogar. Todo eso lo aprendió y practicó María desde niña. La Virgen estaba habituada a preocuparse de las necesidades de los demás y a ofrecerse voluntariosa para remediarlas. Sólo así se comprende la presteza con la que salió de casa para visitar a su prima Isabel, apenas supo que estaba encinta e intuyó que necesitaba sus servicios y ayuda. Su exquisita sensibilidad estaba al servicio del amor. Da la impresión de que llegaba a sentir como en carne propia los aprietos y apuros de todos aquellos que convivían junto Ella. Por eso no es de extrañar que en la boda aquella de Caná, mientras colaboraba con el servicio, percibiera enseguida la angustia de los anfitriones porque se había terminado el vino. De inmediato puso su amor en acto para remediar la bochornosa situación. Ella sabía quién asistía también al banquete.

Tenía muy claro quién podía poner solución al asunto. Ni corta ni perezosa, pidió a Jesús, su Hijo, que hiciera un milagro. Y, aunque Él pareció resistirse al inicio, no pudo ante aquella mirada de ternura y cariño de su Madre. El amor de María precipitó la hora de Cristo. El amor de María no conoció límites y traspasó las fronteras de lo comprensible. Ella perdonó y olvidó las ofensas recibidas, aun teniendo (humanamente hablando) motivos más que suficientes para odiar y guardar rencor. Perdonó y olvidó la maldad y crueldad de Herodes que quiso dar muerte a su pequeñín. Perdonó y olvidó las malas lenguas que la maldecían y calumniaban a causa de su Hijo. Perdonó y olvidó a los íntimos del Maestro tras el abandono traidor la noche del prendimiento. Perdonó y olvidó, en sintonía con el corazón de Jesús, a los que el viernes Santo crucificaron al que era el fruto de sus entrañas. Y también hoy sigue perdonando y olvidando a todos los que pecando continuamos ultrajando a su divino Jesús. ¡Cuánto tenemos nosotros que imitar a nuestra Madre! Porque pensamos mucho más en nosotros mismos que en el vecino. A nosotros nos cuesta mucho estar atentos a las necesidades de los demás y echarles una mano para remediarlas. Nosotros no estamos siempre dispuestos a escuchar con paciencia a todo el que quiere decirnos algo. Nosotros distinguimos muy bien lo que “en justicia” nos toca hacer y lo que le toca al prójimo, y rara vez arrimamos el hombro para hacer más llevadera la carga de los que caminan a nuestro lado.

Nosotros en vez de amor, muchas veces irradiamos egoísmo. En vez de afecto y ternura traspiramos indiferencia y frialdad. En vez de comprensión y perdón, nuestros ojos y corazón despiden rencor y deseo de venganza. ¡Qué diferentes a veces de nuestra Madre del cielo! María, la Virgen del amor, puede llenar de ese amor verdadero nuestro corazón para que sea más semejante al suyo y al de su Hijo Jesucristo. Pidámoselo.

Cecilia,Santa


Mártir, 22 de noviembre Virgen y Mártir



Martirologio Romano: Memoria de santa Cecilia, virgen y mártir, que, según la tradición, consiguió la doble palma por amor a Jesucristo, en el cementerio de Calixto, en la vía Apia de Roma. El título de una iglesia en el Transtíber lleva desde antiguo su nombre (s. inc.).


La gran devoción popular hacia la virgen y mártir romana hizo que el nuevo calendario litúrgico conservara su memoria, a pesar de que faltan documentos históricos anteriores al siglo VI. Esta devoción y el mismo patrocinio de Santa Cecilia sobre la música sagrada se deben efectivamente al relato de su martirio, titulado Pasión, fechado después del año 486. En ella la fundadora del “título” de la basílica de Santa Cecilia en Trastévere es identificada con una santa homónima, enterrada en las catacumbas de San Calixto y que habría sufrido el martirio durante el imperio de Alejandro Severo, hacia el 230.


En la Liturgia de las Horas se lee: “El culto de Santa Cecilia, bajo cuyo nombre fue construida en Roma una basílica en el siglo V, se difundió ampliamente a causa del relato de su martirio, en el que es ensalzada como ejemplo perfectísimo de la mujer cristiana, que abrazó la virginidad y sufrió el martirio por amor a Cristo”.


Cecilia, noble y rica, iba todos los días a la Misa celebrada por el Papa Urbano en las catacumbas próximas a la Vía Apia, y una multitud de pobres la esperaban porque conocían su generosidad. En el día de su boda con Valeriano, mientras el órgano tocaba, ella cantaba en su corazón: “solamente para el Señor” (de este pasaje de su Pasión tuvo origen el patrocinio de Cecilia sobre la música sagrada); después, llegada la noche, la joven le dijo a Valeriano: “Ninguna mano profana puede tocarme, porque un ángel me protege. Si tú me respetas, él te amará, como me ama a mí”.


Al contrariado esposo no le quedó otro remedio que seguir el consejo de Cecilia, hacerse instruir y bautizar por el Papa Urbano y después compartir el mismo ideal de pureza de la esposa, recibiendo en recompensa su misma gloria: la palma del martirio, al que por gracia divina se asoció también el hermano de Valeriano, Tiburcio.


Aunque el relato del martirio parece fruto de una piadosa fantasía, históricamente es cierto que Valeriano y Tiburcio fueron mártires y que fueron enterrados en las catacumbas de Pretestato. Después del proceso, narrado con abundancia de detalles por el autor de la Pasión, Cecilia fue condenada a la decapitación, pero los tres poderosos golpes del verdugo no lograron cortarle la cabeza: esto se debió a que, según el relato, Cecilia había pedido al Señor la gracia de ver al Papa Urbano antes de morir.


En espera de esta visita, Cecilia pasó tres días en agonía, profesando su fe. No pudiendo decir ni una palabra, expresó con los dedos su credo en Dios uno y trino.

Francisco aboga por una Iglesia en acogida

El Papa denuncia la falta de acogida en algunos países y los problemas de integración
Francisco aboga por "erradicar las desigualdades, la injusticia y la opresión" contra los migrantes
"Nadie es inútil, está fuera de lugar o es para el descarte", asegura el Pontífice
Redacción, 22 de noviembre de 2014 a las 08:21
La migración sigue siendo una aspiración a la esperanza. Especialmente en las zonas subdesarrolladas del mundo, donde la falta de trabajo impide la creación de una vida digna para los individuos y sus familias

El Papa ha calificado el fenómeno migratorio como "un recordatorio de la necesidad deerradicar las desigualdades, la injusticia y la opresión", al tiempo que ha resaltado losbeneficios demográficos y económicos que reciben los países que acogen inmigrantesporque estos llenan "vacíos" a nivel "demográfico".

Con motivo del encuentro en el Vaticano con los participantes en el VII Congreso Mundial de la Pastoral de los Migrantes, el Pontífice ha explicado que la emigración "sigue siendo una aspiración a la esperanza de buscar un futuro mejor en otro lugar" y no debe verse sólo como un problema a resolver, sino como "la posibilidad real de la cooperación para el desarrollo" entre los países de donde salen y los que dan la bienvenida a los que llegan.

Francisco ha indicado que la persona que deja su país no es sólo una persona que contribuye al desarrollo económico, sino también un posible socio "en la construcción de un 'identidad más rica para las comunidades que los acogen"," estimular el desarrollo de sociedades inclusivas, creativas y respetuosas de la dignidad de todos".

En su discurso a los participantes en la conferencia patrocinada por el Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes sobre "Cooperación y desarrollo en el cuidado pastoral de los migrantes", el Papa ha denunciado el empobrecimiento de los países de origen de los migrantes que pierden sus "mejores mentes", además de la "fragilidad de niños y jóvenes que crecen sin uno o ambos padres con la consecuente ruptura familiar y de los matrimonios.

Asimismo ha explicado que "la migración sigue siendo una aspiración a la esperanza. Especialmente en las zonas subdesarrolladas del mundo, donde la falta de trabajo impide la creación de una vida digna para los individuos y sus familias, es un fuerte deseo de buscar un futuro mejor en otros lugares, incluso a riesgo de decepciones y fracasos, causada en gran parte por la crisis económica que, en diferentes grados, afecta a todos los países del mundo".

En este sentido, ha reafirmado el papel educativo, formativo, social y de asistencia de la Iglesia y de sus instituciones para ayudar a los migrantes y refugiados.

"La Iglesia --ha explicado--, además de ser una comunidad de fieles, reconoce a Jesucristo en el rostro del prójimo, es madre sin confines y sin fronteras. Es madre de todos y se esfuerza en alimentar la cultura de la acogida y la solidaridad, donde nadie se sienta inútil, fuera de lugar o descartado".

Por otro lado, ha hablado de la falta de acogida en algunos países y los problemas de integración al tiempo que ha señalado la importancia de los agentes pastorales para sostener y llevar adelante los procesos de integración.

"En las naciones que les acogen, de reflejo, vemos la dificultad de insertarlos en el tejido urbano, ya problemático, así como la de integración y de respeto de las convenciones sociales y culturales en los que se encuentran", ha indicado.

Estos son algunas de las palabras del Papa:

«La Iglesia, además de ser una comunidad de fieles que reconoce a Jesucristo en el rostro del prójimo, es madre sin confines y sin fronteras. Es madre de todos y se esfuerza en alimentar la cultura de la acogida y de la solidaridad, donde nadie es inútil, está fuera de lugar o es para el descarte. Lo recordaba en el Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado de este año: El fundamento de la dignidad de la persona no está en los criterios de eficiencia, de productividad, de clase social, de pertenencia a una etnia o grupo religioso, sino en el ser creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26-27) y, más aún, en el ser hijos de Dios; cada ser humano es hijo de Dios. ¡En él está impresa la imagen de Cristo!

Por lo tanto los migrantes, con su misma humanidad, aun antes de sus valores culturales, ensanchan el sentido de la fraternidad humana. Y, al mismo tiempo, su presencia es un llamado a la necesidad de desarraigar las desigualdades, las injusticias y los atropellos y abusos. De este modo, los migrantes pueden llegar a ser partners en la construcción de una identidad más rica para las comunidades que los hospedan, así como las personas que los reciben, estimulando el desarrollo de sociedades inclusivas, creativas y respetuosas de la dignidad de todos».

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