¿Ustedes me conocen y saben de dónde soy?"

7 Llaves para abrir la puerta de la felicidad

7 elementos básicos que nos darán guía y luz en el sendero que deseamos emprender

Cada persona a lo largo de su vida, está en búsqueda de la felicidad y el camino no deberá ser otro que dar pasos certeros hacia la perfección misma de su ser. Pero no es fácil decidir o aconsejar a otro con respecto al qué hacer o el cómo proceder en diversas circunstancias de la vida. Sin embargo, es vital poder tener presente 7 elementos básicos que nos darán guía y luz en el sendero que deseamos emprender, ojalá siempre, con la confianza de que será lo mejor para cada uno de nosotros.

1. Optimismo.
Esta virtud nos lleva por el camino de la aclaración de nuestra visión ya que permite ver la vida de un tono agradable, interesante, encantadora. Ser optimista conlleva a ver los problemas como oportunidades; a enfrentar las situaciones con la convicción que todo va a mejorar y que todo tiene una razón de ser. Muchas veces no nos explicamos el porqué de las cosas y nos cuesta comprender cuando se presentan adversidades o cuando no logramos lo que tenemos planeado. Sí es preciso revisar qué tanto interés ponemos en lo que hacemos pero comprendiendo que algunas veces, lo presupuestado toma otro rumbo. El optimismo nos ayuda también a estar confiados y tranquilos, a vivir la vida con los pies en la tierra, a construir día a día preparados para cuando nuestro piso sea inestable. Su enemigo, el pesimismo. 

2. Perseverancia. 
Otro aspecto relevante y no menos importante es la virtud de la perseverancia. Esta nos da la fortaleza y tenacidad para enfrentar todo lo que se nos presente sin perder la perspectiva. Nos ayuda a reconfortarnos y a emprender el camino sin desfallecer.

Es necesaria al igual que la constancia, la persistencia, la paciencia y el empeño. Para alcanzar grandes metas, es importante cuidar los pequeños detalles que unidos forman una cadena resistente de actitudes necesarias para sobrellevar cualquier tormenta. Su enemigo, el desinterés.

3. Amor. 
El motor primordial del barco de nuestra vida indudablemente es el amor, porque sin este hermoso sentimiento difícilmente disfrutaríamos de la trayectoria en el viaje hermoso que emprendemos. El amor nos orienta hacia el perdón, estado que facilita la paz y armonía con nosotros mismos y los demás. El amor también nos conduce hacia la pasión y deseo de tomar las riendas de nuestros actos, logrando la plenitud en cada instante. Amamos la vida cuando la disfrutamos; amamos a los demás, cuando los reconocemos y valoramos; amamos la naturaleza, cuando la cuidamos; nos amamos a nosotros mismos, cuando nos respetamos. Su enemigo, el odio.

4. Aceptación. 
Conocerse a sí mismo permite establecer limitaciones y fortalezas. Las primeras para trabajarlas y superarlas; las segundas, para aprovecharlas y potenciarlas. Cuando nos conocemos nos permitimos ampliar márgenes de acción, participando en lo que nos gusta, expresando las ideas y pensamientos con mayor seguridad, construyendo proyectos en donde nos sentimos fuertes. Para ello es necesario ser amigos de nosotros mismos y evitar juzgarnos tan duramente. A veces, nos señalamos y no nos permitimos equivocarnos o desconocemos hasta dónde podemos llegar. Abandonamos las metas sin ni siquiera intentar avanzar por el temor a caer. Aceptarnos significa identificarnos con cualidades, habilidades, capacidades y también, con debilidades. No somos perfectos pero la búsqueda de esa perfección y los alcances pausados, nos ayudarán a llegar a la felicidad. Su enemigo, el desprecio.

5. Fe. 
«La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por Él (cfr.Mt 16, 17). Para dar la respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios» (Catecismo, 153). No basta la razón para abrazar la verdad revelada; es necesario el don de la fe. Siendo la fe el alimento esencial para creer en Dios y en todo lo que nos ha sido revelado, esta es una de las llaves más importantes para abrir la puerta hacia la felicidad, pues con esta virtud, todo se hace más llevadero y toma un significado sobrenatural. Cuando vivimos una vida llena de fe, logramos comprender nuestra misión y nos damos al servicio de los demás; buscaremos constantemente el hacer el bien; el alcanzar la plenitud máxima en cada una de las acciones emprendidas con un sentido trascendental, buscando dejar huella positiva en la humanidad. Su enemigo, la desesperanza.

6. Agradecimiento. 
Si piensas ser feliz, deberás ser agradecido. Nada más gratificante que el ser gratos con los demás. La vida misma nos retribuye a través de tantas maravillas: el amanecer, el despertar, el respirar, el caminar, el poder ver y escuchar. Además de la compañía de los seres amados, el trabajo, el servir a los demás, el adquirir bienes logrados por la tenacidad y el compromiso laboral. Dios nos da tantos regalos que a veces por la cotidianeidad, los vamos dejando a un lado y pensamos que debemos recibirlos porque es un derecho. Pero lo cierto es que si viviésemos la gratitud como acto voluntario, disfrutaríamos más de cada instante. Su enemigo, el egoísmo. 

7. Alegría. 
“La alegría de un hombre de Dios, de una mujer de Dios, ha de ser desbordante: serena, contagiosa, con gancho...; en pocas palabras, ha de ser tan sobrenatural, tan pegadiza y tan natural, que arrastre a otros por los caminos cristianos” (San Josemaría Escrivá de Balaguer – Camino, punto 60). La alegría es el paso a paso para llegar a la felicidad; es el punto a punto para bordar; es el nudo para amarrar la soga; es la gota a gota de la lluvia fresca que cae. Sin esta virtud, difícilmente estaríamos encantados de vivir. La alegría es el sabor de helado preferido. Cuando hacemos bien las cosas cara a Dios, simplemente sonreímos y nos sentimos alegres, y porqué no… felices. Su enemigo, la amargura.
No debemos usar todas las llaves a la vez. Sin embargo, sería gratificante que siempre estuviera abierta esta puerta pues seríamos más felices y por ende, regaríamos felicidad por doquier. Basta solamente que intentemos abrirla con tacto, dedicación y compromiso, sintiéndonos involucrados también en la búsqueda de la felicidad de los demás, en especial porque vivimos acompañados y lo que hagamos mal o dejemos de hacer, perjudicará también a los que nos rodean.

Vicente Ferrer, Santo

Memoria Litúrgica, 5 de abril

Presbítero

Martirologio Romano: San Vicente Ferrer, presbítero de la Orden de Predicadores, de origen español, que recorrió incansablemente ciudades y caminos de Occidente en favor de la paz y la unidad de la Iglesia, predicando a pueblos innumerables el Evangelio de la penitencia y la venida del Señor, hasta que en Vannes, lugar de Bretaña Menor, entregó su espíritu a Dios. ( 1419)

Fecha de canonización: 3 de junio de 1455 por el Papa Calixto III.

Breve Biografía
"Bebe el agua del maestro Vicente" se dice todavía en España para recomendar el silencio. La expresión se refiere a un sabio consejo que el dominico san Vicente Ferrer dio a una mujer que le preguntaba qué podía hacer para congeniar con el malhumorado marido. "Tome este frasco de agua -contestó el santo- y cuando tu esposo regrese del trabajo, tómate un sorbo y mántenlo en la boca el mayor tiempo posible". Era el mejor modo de hacer que la mujer tuviera la boca cerrada y no contestara al marido.

La anécdota hace ver la humana simpatía de este hombre, acérrimo fustigador de las costumbres, que le mereció de sus contemporáneos el título de "ángel del Apocalipsis", porque en sus sermones acostumbraba amenazar con flagelos y tribulaciones.

Vicente nació en Valencia, España, el 23 de enero de 1350. Hijo de un prestigioso notario, tuvo cinco hermanos. Junto a sus devotos padres experimentó el amor a Cristo y a María desde su más tierna infancia. Ellos le incitaron a realizar alguna penitencia todos los viernes en memoria de la Pasión, y otro tanto hacía los sábados en honor a la Virgen. Estas prácticas las mantuvo vivas hasta el fin de sus días.

Su inclinación a socorrer a los pobres se manifestó en esta temprana edad. En conjunto, su biografía aparece engarzada con las virtudes que le adornaron y numerosos prodigios celestiales con los que fue favorecido. Su trayectoria espiritual discurrió por senderos penitenciales. Y de hecho, no se libró de tentaciones que intentaron perturbar sus altos anhelos. Como el diablo siempre se halla al acecho de la "presa" que puede perder si, como era su caso, se trata de alguien seducido por el amor de Dios, se alió con su aspecto para tratar de inducirle al mal. Porque el muchacho era bien parecido y suscitaba pasiones en algunas mujeres. Dos de dudosa vida se propusieron conquistarle sin éxito y atentaron contra su fama sembrando calumnias.

Las cotas que Vicente se había impuesto no tenían fronteras. Aunaba inteligencia y virtud, todo lo cual no pasó desapercibido para los dominicos que se ocuparon de su formación. Éstos, diezmados por la temible peste negra, pero sobre todo conmovidos por el ejemplo del aplicado joven, no dejaron escapar esta gran vocación que acogieron gozosos en la comunidad. El santo profesó en 1370. Después, satisfactoriamente cursó estudios de filosofía y teología, que culminaron con un doctorado en esta última disciplina obtenido con la máxima calificación. A partir de entonces se dedicó a ejercer la docencia en las universidades de Valencia, Barcelona y Lérida.

Cinco años más tarde fue ordenado sacerdote. El germen del Cisma de Occidente, que ya estaba larvado, no tardaría en saltar a la palestra. Cuando lo hizo, en el año 1378, Vicente sufrió por la gravísima divergencia y confusión creada entre los partidarios de Avignon y los de Roma. Él se había decantado por Benedicto XIII, a quien consideró legítimo pontífice; estaba bajo su amparo en Avignon. Pero este conflicto eclesial le afectó tan seriamente que peligró su vida. Entonces, una locución divina que se produjo el 3 de octubre de 1398 le rescató de una eventual muerte, diciéndole: "¡Vicente! Levántate y vete a predicar". Esta manifestación sobrenatural fue un poderoso resorte que modificó el rumbo de su existencia.

Una de sus grandes inquietudes fue restituir la unidad de la Iglesia. Y si primeramente reconoció al sucesor de Pedro en Benedicto XIII, quien se propuso concederle la dignidad episcopal y la cardenalicia, honores que Vicente rechazó, después mostró inequívoco apoyo al pontífice de Roma. Su intervención en el conflicto propició que altos mandatarios europeos, comenzando por los que estaban al frente de la Corona de Aragón, prestasen fidelidad al legítimo papa. En 1417, un año después de que Vicente culminara su particular campaña, era elegido Martín V.

Contó con un excelente recurso: su gran oratoria. Un poderoso imán para las muchedumbres. Además de su lengua nativa, dominaba el latín y tenía nociones de hebreo. Pero esto hubiera sido insuficiente para haberse hecho entender en las distintas naciones en las que su predicación floreció sino fuera por el hecho prodigioso de que los fieles comprendían perfectamente lo que decía porque le oían en su propia lengua.

El objetivo de Vicente era la conversión de los pecadores. Durante treinta años evangelizó incansablemente por el norte de España, Italia y Suiza, así como en el sur de Francia, siempre en lugares abiertos para acoger a millares de personas, con grandes frutos espirituales. Se cuentan por decenas de miles los musulmanes que convirtió.

Sus sermones se prolongaban durante varias horas seguidas, pero nadie daba muestras de cansancio. Tenía la capacidad de mantener la atención en el auditorio con el tono y modulaciones de su voz. Pero, sobre todo, con la pasión que ponía en lo que decía. Huyendo de lenguajes artificiosos y recargados, supo traslucir a Dios. ¿Cómo? Orando.

Es la clave de todos los santos. Antes de predicar se retiraba durante varias horas. Y la gracia se derramaba a raudales. Cada persona se sentía particularmente interpelada e invitada a vivir el amor a Dios. Las conversiones eran públicas, y los penitentes no se avergonzaban de reconocer sus pecados ante la concurrencia. Muchos sacerdotes le acompañaban para poder confesarlos a todos. Alabanzas, lágrimas de arrepentimientos, rezos…, eran el broche de oro de cada una de sus intervenciones.

Tenía autoridad moral porque su vida era sencilla y austera. Era íntegro, auténtico. Ayunaba, dormía en el suelo, y se trasladaba a pie para ir a las ciudades. Solo al final de sus días, como enfermó de una pierna, recorría los lugares en un humilde jumento. Tanta bondad resumida en su persona conmovía de tal modo a la gente que, enardecida por sus palabras, intentaban robarle trozos de su hábito a modo de reliquia. Para evitar males mayores, unos hombres se ocupaban de darle escolta.

Algunos lo denominaron "ángel del Apocalipsis" ya que solía recordar los pasajes del texto evangélico donde se advierte de lo que espera a los impenitentes. Por donde pasaba erradicaba vicios sociales y personales. Él se sabía pecador, y repetía: "Mi cuerpo y mi alma no son sino una pura llaga de pecados. Todo en mí tiene la fetidez de mis culpas". Ya envejecido, débil y lleno de enfermedades, le ayudaban a subir al lugar donde debía impartir el sermón. Entonces se transformaba. Y la gente volvía a ver en él al hombre vital y entusiasta que conocieron y se contagiaban de su ardor apostólico.

Murió en Vannes, Francia, predicando, como había vivido, el 5 de abril de 1419, Miércoles de Ceniza. Tras de sí dejaba también muchos milagros. Fue canonizado por Calixto III el 3 de junio de 1455.
 

ORACIÓN
¡Amantísimo Padre y Protector mío,
San Vicente Ferrer!
Alcánzame una fe viva y sincera
para valorar debidamente las cosas divinas,
rectitud y pureza de costumbres
como la que tú predicabas,
y caridad ardiente para amar a Dios
y al prójimo.
Tú, que nunca dejaste sin consuelo
a los que confían en ti,
no me olvides en mis tribulaciones.
Dame la salud del alma
y la salud del cuerpo.
Remedia todos mis males.
Y dame la perseverancia en el bien
para que pueda acompañarte
en la gloria por toda la eternidad. Amén.

Tres Padrenuestros a San Vicente Ferrer pidiendo por las necesidades de todos sus devotos.

¿Hasta dónde estoy dispuesto a amar?

Santo Evangelio según San Juan 7, 1-2. 10. 25-30. Viernes IV de Cuaresma

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, prepara mi corazón para vivir contigo más de cerca esta Cuaresma, y que tu entrega hasta el extremo por mí, renueve mi amor por Ti.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 7, 1-2. 10. 25-30

En aquel tiempo, Jesús recorría Galilea, pues no quería andar por Judea, porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba ya la fiesta de los judíos, llamada de los Campamentos.

Cuando los parientes de Jesús habían llegado ya a Jerusalén para la fiesta, llegó también él, pero sin que la gente se diera cuenta, como incógnito. Algunos, que eran de Jerusalén, se decían: “¿No es éste al que quieren matar? Miren cómo habla libremente y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que es el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde viene éste; en cambio, cuando llegue el Mesías, nadie sabrá de dónde viene”.

Jesús, por su parte, mientras enseñaba en el templo, exclamó: “Con que me conocen a mí y saben de dónde vengo… Pues bien, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; y a él ustedes no lo conocen. Pero yo sí lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado”. Trataron entonces de capturarlo, pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

«Aún no ha llegado su hora», son las palabras finales de este pasaje evangélico y quizás una de las ideas más profundas presentes en todo el Evangelio de Juan.

Al inicio vemos cómo Jesús sube a Jerusalén a escondidas, sin embargo, una vez estando allá, se puso a anunciar el Reino de Dios con toda libertad, aun sabiendo que lo querían matar. Los judíos querían eliminarlo y hubiera sido más fácil tenderle una trampa, invitarlo a un banquete y envenenarlo, o bien acusarlo de hereje, azuzar al populacho y apedrearlo como le sucedió a san Esteban.

A pesar de todo, nadie se atrevió a ponerle una mano encima, ¿por qué? La respuesta se encuentra más adelante en Jn 13,1: «La víspera de la fiesta de la Pascua, como Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo». Jesús se entrega a sí mismo por amor a los suyos, por nosotros, y debía hacerlo en su hora, en el momento justo.

Jesús no era un simple iluminado que andaba predicando paz y amor, tampoco una especie de mago que sanaba gente con sus artes; Él es la verdad, y la verdad incómoda a quien busca hacerse un Dios a su medida. Los que supuestamente estaban cerca de Dios (los sacerdotes, los escribas y fariseos) vivían su propia verdad y no la verdad de Dios, tenían su conciencia domesticada con su propia avaricia, egoísmo, rechazo de los demás, con un corazón endurecido. Por eso querían eliminar a Jesús, ésa es siempre la vía más rápida aún hoy, pero a la vez, rechazar este amor infinito nos va dejando un vacío de iguales proporciones.

Pidamos al Señor que en esta Cuaresma toque nuestro corazón y podamos vivir según la verdad con un corazón renovado. Recibamos a Jesús como se merece, Él en su hora nos amó hasta el extremo, ¿hasta qué extremo estoy dispuesto a amarle a Él?

«Cumplir con alegría obras de caridad hacia los que sufren en el cuerpo y en el espíritu es el modo más auténtico de vivir el Evangelio, es el fundamento necesario para que nuestras comunidades crezcan en la fraternidad y en la acogida recíproca. Quiero ver a Jesús, pero verlo desde dentro. Entra en sus llagas y contempla ese amor en su corazón por ti, por ti, por ti, por mí, por todos. Que la Virgen María, que ha tenido siempre la mirada del corazón fija en su Hijo, desde el pesebre de Belén hasta la cruz en el Calvario, nos ayude a encontrarlo y conocerlo, así como Él quiere, para que podamos vivir iluminados por Él y llevar al mundo frutos de justicia y de paz.»

(Ángelus de S.S. Francisco, 18 de marzo de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama. 

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Haré un examen de conciencia a profundidad para discernir si mi relación con Dios es una relación «domesticada» o si verdaderamente busco su voluntad en mi vida.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

La cruz y el amor

¿Qué significa tomar la cruz cada día, como condición para seguir a Jesucristo?

Si consideramos superficialmente y a la luz humana “las condiciones que Jesús pone a quien decide ser su discípulo: “Si alguno quiere venir en pos de mí - Él dice -, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc 9, 23)” (14-II-2001, n.2), parecería que el sufrimiento es una condición para ser buen cristiano. En cambio la lógica divina es muy diversa de la humana. ¿Cómo ve Dios la relación entre lo bueno y lo malo, entre la felicidad y el sufrimiento, entre la cruz y la resurrección? ¿Qué significa tomar la cruz cada día, como condición para seguir a Jesucristo?

Debe quedar muy claro que “con esta expresión Jesús no pone como centro de su doctrina la mortificación y la renuncia. Ni se refiere, como cosa prioritaria, al deber de soportar con paciencia las pequeñas o grandes tribulaciones diarias; menos aún, pretende ser una exaltación del dolor como medio para agradar a Dios” (n. 5).

Se entiende fácilmente que Dios no goza con el dolor ajeno; si así fuera, no sería un Dios bueno sino un sádico. También parece claro que el centro de la doctrina de Cristo no es el dolor sino el mandamiento del amor.

En cambio, el cristiano entiende que tomar la cruz significa “soportar con paciencia las pequeñas o grandes tribulaciones diarias”. Pero, precisa el Papa, esto no es lo prioritario en el cristianismo.

Veamos si un ejemplo nos ayuda a entender mejor el significado de la cruz. Un señor se quejaba del dolor y el cansancio que le ocasionaba su cruz. “¿Qué puedo hacer, se preguntaba, para no cansarme tanto?”. Reflexionó brevemente y se dijo: “ya sé, cortaré un pedazo de la cruz y, de ese modo, no será tan pesada”. Tomó la sierra y prescindió de la parte inferior de la cruz. Ahora era más ligera y se podía llevar mejor. Pasado un tiempo, se le hizo otra vez pesada la cruz. “¿Y si le corto otro pedazo?”, se preguntó. Nuevamente aserró la cruz. Y así, tres, cuatro, cinco veces. La cruz cada vez era más fácil de llevar y soportar. Llegó a las inmediaciones del cielo a donde muchas otras personas se acercaban cargando con su cruz. Vio que el paraíso estaba rodeado de un río. Las personas se aproximaban, tendían cada uno su cruz sobre la corriente y, haciendo un puente con ella, pasaban a la otra orilla, alcanzando el cielo. El buen señor miró su cruz muy recortada,excesivamente recortada, tanto que no llegaba a la otra orilla y no pudo atravesar el río.

El ejemplo nos ayuda a entender que la cruz es el medio, la condición necesaria para obtener la salvación. Pero debemos precisar más. ¿Qué significa que la cruz sea condición necesaria para la salvación? Otro ejemplo nos puede ayudar.

Imagínate una persona que desea adquirir un coche usado pero no tiene dinero y no sabe manejar. El vendedor le ofrece la oportunidad de trabajar en su jardín durante un año como pago del coche. Para usarlo se requieren dos condiciones por parte del comprador: trabajar un año en el jardín y aprender a manejar. Pero fíjate que las dos condiciones son muy diversas. La primera es una verdadera condición que pone el vendedor: “si no trabajas en mi jardín no te doy el coche”. En cambio la segunda no es una condición, sino una necesidad exigida por la misma naturaleza del coche: para usar un coche es necesario saber manejar. Tanto es así, que si le regalaran el coche, ahí se quedaría sin usarse mientras no aprenda a manejar.

De modo parecido, la cruz no es una condición que me pone Dios. Él no me dice: “si quieres entrar al cielo tienes que cargar durante unos años con la cruz”. No. Dios me regala el cielo. Ahí está, pero al cielo no se puede entrar si no se sabe manejar la cruz. El Santo Padre lo expresa de otro modo: “No se puede hablar de cruz sin considerar el amor de Dios por nosotros, el hecho que Dios nos quiere colmar de sus bienes”.

En efecto, “el cristiano no busca el sufrimiento en sí mismo, sino el amor”. El amor matrimonial y el amor a los hijos nos pueden ayudar a entender este punto. Un esposo no se sacrifica primero y después ama al cónyuge, por el contrario es el amor lo que mueve a renunciar al propio gusto y a aceptar el modo de ser del amado. Una madre no sufre primero las incomodidades del embarazo y del parto, se levanta en la noche a dar de comer al bebé y una vez superadas estos sufrimientos comienza a amar. Es el amor de madre lo que mueve a sobrellevar las molestias, más aún las molestias no son tales sino algo propio, una característica del amor materno. No se da primero el sacrificio para después amar. Porque amo y quiero el bien del amado estoy dispuesto a renunciar al propio bien. Esto es la cruz.

En consecuencia, sólo el que ama a Dios y desea entregarse a Él, toma la cruz como lo más normal del amor. En cambio, el que ve la cruz como una condición para amar a Dios, no le queda más remedio que “soportar con paciencia las pequeñas o grandes tribulaciones diarias”.

¿Es verdad que Jesús resucitó?

6 acontecimientos que lo demuestra.

Es de los acontecimientos más importantes (sino el más) de la historia universal y que da origen a toda la cultura occidental, pues con su existencia, la influencia y cosmovisión judía avanza por occidente llegando incluso hasta América. Hablamos de la Resurrección de Jesús.

Yo nací en una familia católica y en un país católico, por lo que durante los primeros años de mi infancia, acepté a ciegas este asunto de la Resurrección de Jesús en cuerpo y alma y todo lo que ocurrió luego de ella, incluyendo apariciones, milagros y mensajes finales. Ya en mi juventud, se me hizo más difícil aceptar el cuento (y me imagino que a alguno de ustedes les habrá pasado lo mismo) pues mis únicos argumentos eran mi “fe” que por cierto era muy frágil y algunos datos bíblicos que siguen teniendo olor a fantasía y leyenda.

Pero tranquilos, la idea es poder ir un paso más allá del “lo creo por fe”, pues la fe en Dios tiene su argumento, no es solo ciega, sino que se sustenta, dentro muchas otras cosas, en evidencias históricas (mínimos) y testimonios de personas que complementan los relatos de los evangelistas.

Entonces, vamos a revisar algunos acontecimientos desde los últimos momentos de Jesús hasta su ascensión. Verás que tienes más razones para creer.

1. Fue realmente sepultado

José de Arimatea, el hombre bueno y justo del que habla el evangelista San Juan y quien según San Mateo era rico y que pagó por la sepultura de Jesús al bajarlo de la Cruz, era un reconocido personaje en Jerusalén, miembro del consejo y quien se atrevió a pedir el cuerpo de Jesús a Pilato. Mencionarlo no deja de ser un dato importante, pues al ser alguien conocido por todos, de ser mentira la historia, habría sido fácilmente desmentida, pero no; los cuatro evangelistas lo mencionan. Visto así, sería un escándalo que uno de los fariseos se preocupara por pagar por una sepultura digna para Jesús, tanto porque es una ofensa para los perseguidores de Jesús, como al mismo tiempo una bofetada para sus seguidores más cercanos, quienes tampoco hicieron mucho. Este dato, nos ayuda a mirar la veracidad de los hechos y del relato bíblico.

2. La tumba realmente estaba vacía

Sabemos que los miembros del consejo estaban preocupados porque los seguidores de Jesús podrían robar su cuerpo luego hablar de la Resurrección por lo que se preocuparon de pedirle a Pilato que pusiera guardias en la entrada. Siendo así, en el momento era sencillo desmentir el testimonio de los apóstoles, pues al decir que Jesús había resucitado, bastaba con ir a la tumba y verla custodiada y cerrada, haciendo que la historia se cayera a pedazos, pero no. El testimonio luego de la Resurrección de Jesús no se puede contradecir pues realmente, la tumba estaba vacía.

3. La masiva aparición del Resucitado

San Pablo se juega la vida en la primera carta a los Corintios y da como evidencia de la resurrección datos estadísticos que dicen así: 

«Se apareció a Pedro y luego a los Doce, después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron»(1 Cor 15, 5-6). 

Un testimonio así de masivo descarta cualquier hipótesis de alucinación y de hecho, tales apariciones fueron las que convirtieron y llenaron de valor los corazones de los primeros cristianos que se atrevieron a fundar la Iglesia primitiva a pesar de la persecución. De hecho, este aspecto es clave para creer en la Resurrección, pues si no, ¿por qué un grupo de personas derrotadas y con su líder asesinado pública y cruelmente habrían querido masificar un mensaje que les costaría la vida a ellos también? La respuesta es sencilla: porque la resurrección fue un hecho real.

4. Sus apariciones, motivo de conversión

Gracias al libro de los Hechos de los Apóstoles, que es algo así como la continuación del Evangelio de San Lucas, sabemos que Jesús estuvo cuarenta días apareciéndose a sus discípulos hasta que luego ascendió a los cielos. Estas apariciones son el sustento que impulsó a los primeros discípulos. Nada más imagina que hoy en día nosotros nos jugamos la vida por Jesús y no se nos ha aparecido resucitado, ¡Cuánto más sería si lo viéramos en persona!

En ese período de tiempo, se registran varias apariciones, las que se repiten en algunos Evangelios, dándole aún más veracidad a ellas porque los autores no se contradicen.

  • Aparición a María Magdalena: Mateo 28, 9-10; Marcos 16, 9; Juan 20, 11-18.
  • Aparición a los once discípulos: Marcos 16, 14; Lucas 24, 36-53; 1 Corintios 15, 5.
  • Peregrinos de Emaús: Marcos 16, 12;  Lucas 24, 13-32.
  • A Pedro en solitario: Lucas 24, 34; 1 Corintios 15, 5.
  • Aparición a los discípulos sin Tomás: Juan 20, 19-23.
  • A los once incluido Tomás: Juan 20, 24-29.
  • A orillas del Lago Tiberíades a los discípulos: Juan 21, 1-23.
  • A Santiago el menor: 1 Corintios 15, 7.
  • Aparición a los once en Galilea: Mateo 28, 16-20.
  • Una última aparición en Jerusalén terminando en Betania: Lucas 24, 36-50; Hechos 1, 4-11.

5. Testimonios desinteresados

Era de esperarse el que los primeros cristianos hubiesen intentado argumentar la Resurrección dando testimonios creíbles, de gente reconocida y llenos de detalles; después de todo la idea era despejar las dudas y convencer a los incrédulos. Pero no, el primer testimonio de la Resurrección es el de María Magdalena y la otra María, dos mujeres. Para la sociedad judía y helénica, no podría haber algo de menor peso que el testimonio de dos mujeres, sobre todo relatando algo sobre lo cual no hay más testigos que ellas. No obstante los autores sagrados comienzan a hablar del Resucitado mencionando la experiencia de las mujeres.

6. María, testigo privilegiado de la Resurrección

Es un poco contradictorio que ningún autor bíblico haya narrado ninguna aparición de Jesús a su Madre, pero es comprensible, pues haberlo descrito, no habría dado peso al argumento. El testimonio de una madre, hasta hoy en día, es un testimonio cargado al amor y la poca objetividad, aun conociendo los méritos de Santa María. Sabemos de ella que Jesús encargó su cuidado a San Juan antes de morir y también sabemos que estaba en el Cenáculo junto a los apóstoles el día de Pentecostés. Es decir, el silencioso camino pascual de nuestra Madre Celestial, fue el de siempre, en silencio, caminando en fe y por sobre todo perseverando.

Ella, testigo de la Resurrección desde mucho antes que todos, desde la Anunciación, cuando el ángel del Señor la visita para pedirle ser la Madre del Salvador. Luego, con las palabras proféticas de Simeón, donde le adelantaba que una espada atravesará su corazón, convierten a la Virgen María en la primera en esperar la resurrección.

«No es una ideología, no es un sistema filosófico, sino es un camino de fe que parte de un advenimiento, testimoniado por los primeros discípulos de Jesús» (Papa

Francisco. Catequesis sobre la Resurrección, 19 de abril 2017).

¿Cómo puedo escuchar que Dios me habla en la oración?

Dios es una persona real y que está interesado apasionadamente interesado- en nuestras vidas, nuestra amistad, nuestra cercanía

La frase «conversación con Dios» describe muy bien la oración cristiana. Cristo ha revelado que Dios es una persona real y que está interesado –apasionadamente interesado- en nuestras vidas, nuestra amistad, nuestra cercanía. Para los cristianos, entonces, la oración, como lo explicó el Papa Benedicto XVI cuando visitó Yonkers, Nueva York en el 2007, es una expresión de nuestra «relación personal con Dios». Y esa relación, continuó diciendo el Santo Padre, «es lo que más importa».

Parámetros de la fe

Cuando oramos, Dios nos habla. Antes que nada, necesitamos recordar que nuestra relación con Dios se basa en la fe. Esta virtud nos da acceso a un conocimiento que va mas allá de lo que podemos percibir con nuestros sentidos. Por la fe, por ejemplo, sabemos que Cristo está realmente presente en la Eucaristía, a pesar de que nuestros sentidos sólo perciban las especies del pan y del vino. Cada vez que un cristiano ora, la oración tiene lugar dentro de este ámbito de la fe.

Cuando me dirijo a Dios en la oración vocal, sé que me está escuchando, aunque no sienta su presencia con mis sentidos o mis emociones. Cuando lo alabo, le pregunto cosas, lo adoro, le doy gracias, le pido perdón...en todas estas expresiones de oración, por la fe (no necesariamente por mis sentidos o mis sentimientos) sé que Dios está escuchando, se interesa y se preocupa. Si tratamos de entender la oración cristiana fuera de esta atmósfera de fe, no vamos a llegar a ninguna parte.

Teniendo esto en mente, echemos un vistazo a las tres formas en que Dios nos habla en la oración.

El don del consuelo.

En primer lugar, Dios puede hablarnos cuando nos otorga lo que los escritores espirituales llaman consuelo. A través de él, toca el alma y le permite ser consolada y fortalecida con la sensación de percibir su amor, su presencia, su bondad, su poder y su belleza.

Este consuelo puede fluir directamente del significado de las palabras de una oración vocal. Por ejemplo, cuando rezo la famosa oración del beato Cardenal Newman «Guíame, luz amable», Dios puede aumentar mi esperanza y mi confianza, simplemente porque el significado de las palabras, nutren y revitalizan mi conciencia del poder y la bondad de Dios.

El consuelo también puede fluir desde la reflexión y la meditación en la que nos involucramos cuando hacemos oración mental. Al leer y reflexionar lentamente, la parábola del hijo pródigo, por ejemplo, puedo sentir que mi alma se conforta con la imagen del padre abrazando al hermano menor arrepentido. Esa imagen del amor de Dios viene a mi mente y me da una renovada conciencia de la misericordia y la bondad de Dios. ¡Dios es tan misericordioso!, me digo a mí mismo y siento la calidez de su misericordia en mi corazón. Esa imagen y esas ideas son mías en tanto surgen en mi mente, pero son de Dios en la medida que surgieron en respuesta a mi reflexión de la revelación de Dios, dentro de una atmósfera de fe.

O, en otra ocasión, puedo meditar el mismo pasaje bíblico y ser trasladado a una profunda experiencia de dolor por mis propios pecados: en la rebelión ingrata del hijo pródigo, veo una imagen de mis propios pecados y rebeliones y siento repulsión por esto. Una vez más, la idea de la fealdad del pecado, y el dolor por mis pecados personales son mis propias ideas y sentimientos, pero son una respuesta a la acción de Dios en mi mente en la medida en que Él va guiando mi ojo mental para que perciba ciertos aspectos de su verdad mientras lo escucho hablar a través de su Palabra revelada en la Biblia.

En cualquiera de estos casos, mi alma vuelve a ser tocada y por tanto nutrida y consolada por la verdad de quién es Dios para mí y quién soy yo para Él –es verdad que Dios le habla a mi alma. Pero la distinción entre el hablar de Dios y mis propias ideas no es tan clara como a veces nos gustaría que fuera. Él realmente habla a través de las ideas que me llegan a medida que, en la oración, yo vuelco mi atención hacia Él; habla dentro de mí a través de las palabras que surgen en mi corazón cuando contemplo su Palabra.

Nutriendo los dones del Espíritu Santo.

En segundo lugar, Dios puede respondernos en la oración incrementando los dones del Espíritu Santo en nuestra alma: sabiduría, ciencia, entendimiento, piedad, temor de Dios, fortaleza y consejo. Cada uno de estos dones nutre nuestros músculos espirituales, por así decirlo, y juntos, desarrollan nuestras facultades espirituales haciendo más fácil descubrir, apreciar y querer la voluntad de Dios en nuestra vida, y llevarla a cabo. En pocas palabras, los dones mejoran nuestra capacidad para creer, esperar y amar a Dios y a nuestro prójimo. Entonces, cuando estoy dirigiéndome a Dios en la oración vocal o tratando de conocerlo más profundamente a través de la oración mental, o adorándolo a través de la oración litúrgica, la gracia de Dios toca mi alma, nutriéndola mediante el aumento de la potencia de estos dones del Espíritu Santo.

Dado que estos dones son espirituales y no materiales, y que la gracia de Dios es espiritual, no siempre sentiré que Dios me nutre. Puedo pasar 15 minutos leyendo y reflexionando sobre la parábola del Buen Pastor sin tener ideas o sentimientos consoladores; mi oración se siente seca. Pero eso no quiere decir que la gracia de Dios no esté nutriendo mi alma y que no se estén fortaleciendo dentro de mí los dones del Espíritu Santo.

Cuando tomo vitaminas (o me alimento con brócoli) no siento que mis músculos estén creciendo, pero sé que esas vitaminas están permitiendo el crecimiento. De igual manera, cuando rezamos, sabemos que estamos entrando en contacto con la gracia de Dios, con un Dios que nos ama y nos está haciendo santos. Cuando no experimento el consuelo, puedo estar seguro que, como quiera, Dios está trabajando en mi alma, fortaleciéndola con sus dones por medio de las vitaminas espirituales que mi alma toma cada vez que, lleno de fe, entro en contacto con Él. Pero esto lo sé sólo por la fe porque Dios, al nutrirnos espiritualmente, no siempre envía consuelos sensibles. Es por esto que el crecimiento espiritual depende de manera tan significativa de nuestra perseverancia en la oración, independientemente de si sentimos o no los consuelos.

Inspiraciones directas.

En tercer lugar, Dios puede hablar a nuestra alma a través de palabras, ideas o inspiraciones que reconocemos claramente como venidas de Él. Personalmente, tengo un vívido recuerdo de la primera vez que el pensamiento del sacerdocio me vino a la mente. Ni siquiera era católico y nadie me había dicho que debería ser sacerdote. Y, sin embargo, a raíz de una poderosa experiencia espiritual, el pensamiento simplemente apareció en mi mente, completamente formado con claridad convincente. Yo sabía, sin lugar a duda, que la idea había venido directamente de Dios y que Él me hablaba dándome una inspiración.

La mayoría de nosotros, aunque sean pocas veces, hemos tenido algunas experiencias como ésta, cuando sabíamos que Dios nos estaba diciendo algo específico, aun cuando sólo escucháramos las palabras en nuestro corazón y no con nuestros oídos físicos. Dios puede hablarnos de esta manera incluso cuando no estemos en oración, pero una vida de oración madura hará nuestras almas más sensibles a estas inspiraciones directas y creará más espacio para que, si así lo desea, Dios nos hable directamente más seguido.

Jesús nos aseguró que cualquier esfuerzo que hagamos por orar traerá la gracia a nuestras almas, ya sea que lo sintamos o no: « Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá .» (Mateo 7, 7-8). Pero al mismo tiempo, tenemos siempre que recordar que debemos vivir toda nuestra vida, incluyendo nuestra vida de oración, a la luz de nuestra fe, y no sólo de acuerdo con lo que percibimos o sentimos. Tal como san Pablo dijo de manera tan poderosa: «Caminamos en la fe, no en la visión...» (2 Corintios 5,7).

Cortesía de nuestros aliados y amigos: La Oración.

Recomendamos:

Cuando rezas...¿Dios te escucha?: Debo llegar a mi oración abierto a que Dios me diga aquello que Él quiere decirme... y no predispuesto a querer escuchar sólo lo que a mí me interesa.

Parece que Dios no escucha mi plegaria: Será que no somos perseverantes en la plegaria o no pedimos como debemos.

¿Qué hacer cuando Dios calla?: Aunque Dios calle y permanezca oculto, en el fondo del corazón percibimos su presencia, quien nos ama no nos abandona.

Hablar con Dios cara a cara

El Papa Francisco invitó a los cristianos en la Misa celebrada este jueves 4 de abril en Casa Santa Marta

El Papa Francisco animó a “hablar a Dios cara a cara” cuando se le quiere pedir algo, para lo cual hace falta valentía y fe. En la Misa celebrada este jueves 4 de abril en Casa Santa Marta, a la que acudió el Presidente de la República Italiana, Sergio Mattarella, el Santo Padre recordó que en la Biblia hay muchos ejemplos de personas que se dirigen a Dios con valentía “y obtienen lo que quieren”.

Se refirió, en concreto, a Moisés, que convence a Dios para que no desate su ira contra el pueblo de Israel cuando los sorprende adorando un becerro de oro. También citó el caso de Ana, la madre de Samuel, que reza con insistencia en silencio para tener un hijo. Se refirió también a la mujer cananea que pide a Jesús que sane a Jesús, y cuando el Señor le recuerda que ha sido enviado al pueblo de Israel, ella insiste y consigue lo que pedía.

“En ocasiones, cuando uno ve cómo esta gente lucha con el Señor para obtener algo, uno piensa que lo hacen como si actuasen con mano de hierro con Dios, para obtener lo que piden”. Pero en realidad, explicó el Papa, lo hacen por su fe en el Señor.

Aseguró que “hace falta valentía para rezar así. Y, en cambio, nosotros muchas veces somos tibios. Alguno nos dice: ‘Pero reza porque tengo este problema, o aquel otro…’. Sí, sí, digo dos Padre Nuestro, dos Ave María y me olvido… No, la oración del ‘papagayo’ no sirve. La verdadera oración es esta: con el Señor, y cuando yo debo interceder, debo hacerlo así, con valentía”.

“La gente, en el hablar popular, usa una expresión que a mí me dice mucho, cuando quiere conseguir algo: ‘Ce la metto tutta’ (una expresión italiana equivalente a la española ‘poner toda la carne en el asador’)”. Es decir, “la valentía de ir adelante. Sin embargo, puede ocurrir que lleguen las dudas: ‘Yo hago esto, pero, ¿cómo sé que el Señor me escucha?’”. La respuesta del Papa es muy clara: “Tenemos una certeza: Jesús. Él es el gran intercesor”

Francisco recordó que Jesús, ascendido al cielo, intercede ante el Padre por la humanidad. “Cuando ya rezo, ya sea con la persuasión, con el regateo, tartamudeando o discutiendo con el Señor, Él toma mi oración y la presenta al Padre. Y Jesús no necesita hablar delante del Padre: le hace ver la herida. El Padre ve la herida y concede la gracia”.

“Cuando rezamos, pensemos que lo hacemos con Jesús. Cuando hacemos la oración de intercesión con esa valentía, lo hacemos con Jesús: Jesús es nuestra fortaleza, Jesús es nuestra seguridad que en este momento intercede por nosotros”.

El Papa concluyó su homilía pidiendo “que el Señor nos dé la gracia de avanzar en este camino, de aprender a interceder. Y cuando alguno nos pida que recemos, no lo hagamos con dos oraciones, no hagámoslo en serio, en presencia de Jesús, con Jesús, que intercede por todos nosotros delante del Padre”.

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