San Matías, testigo de la resurrección, escogido por Dios

Matías, Santo

Fiesta litúrgica, 14 de mayo

Apóstol

Martirologio Romano: Fiesta de san Matías, Apóstol, que siguió al Señor Jesús desde el bautismo de Juan hasta el día en que Cristo subió a los cielos y, por esta razón, después de la Ascensión del Señor fue puesto por los apóstoles en el lugar que había ocupado Judas, el traidor, para que, formando parte del grupo de los Doce, fuese testigo de la Resurrección. ( s. I)

Etimológicamente: Matías = “don de Dios”. Viene de la lengua hebrea.

Breve Biografía

Clemente de Alejandría, basándose en la tradición, afirma que San Matías fue uno de los 72 discípulos que el Señor envió a predicar durante su ministerio. Los hechos de los Apóstoles afirman que Matías acompañó al Salvador, desde el Bautismo hasta la Ascensión.

Cuando San Pedro decidió proceder a la elección de un nuevo Apóstol para reemplazar a Judas, los candidatos fueron José, llamado Bernabé y Matías. Finalmente, la elección cayó sobre Matías, quien pasó a formar parte del grupo de los doce.

El Espíritu Santo descendió sobre él en Pentecostés y Matías se entregó a su misión.

Clemente de Alejandría afirma que se distinguió por la insistencia con que predicaba la necesidad de mortificar la carne para dominar la sensualidad. Esta lección la había aprendido del mismo Jesucristo.

Según la tradición, predicó primero en Judea y luego en otros países. Los griegos sostienen que evangelizó la Capadocia y las costas del Mar Caspio, que sufrió persecuciones de parte de los pueblos bárbaros donde misionó y obtuvo finalmente la corona del martirio en Cólquida.

Los "Menaia" griegos sostienen que fue crucificado. Se dice que su cuerpo estuvo mucho tiempo en Jerusalén y que Santa Elena lo transladó a Roma.


Este es el apóstol No. 13 (El 14 es San Pablo). Es un apóstol "póstumo" (Se llama póstumo al que aparece después de la muerte de otro). Matías fue elegido "apóstol" por los otros 11, después de la muerte y Ascensión de Jesús, para reemplazar a Judas Iscariote que se ahorcó. La S. Biblia narra de la siguiente manera su elección:

"Después de la Ascensión de Jesús, Pedro dijo a los demás discípulos: Hermanos, en Judas se cumplió lo que de él se había anunciado en la Sagrada Escritura: con el precio de su maldad se compró un campo. Se ahorcó, cayó de cabeza, se reventó por medio y se derramaron todas sus entrañas. El campo comprado con sus 30 monedas se llamó Haceldama, que significa: "Campo de sangre". El salmo 69 dice: "su puesto queda sin quién lo ocupe, y su habitación queda sin quién la habite", y el salmo 109 ordena: "Que otro reciba su cargo".

"Conviene entonces que elijamos a uno que reemplace a Judas. Y el elegido debe ser de los que estuvieron con nosotros todo el tiempo en que el Señor convivió con nosotros, desde que fue bautizado por Juan Bautista hasta que resucitó y subió a los cielos".

Los discípulos presentaron dos candidatos: José, hijo de Sabas y Matías. Entonces oraron diciendo: "Señor, tú que conoces los corazones de todos, muéstranos a cual de estos dos eliges como apóstol, en reemplazo de Judas".

Echaron suertes y la suerte cayó en Matías y fue admitido desde ese día en el número de los doce apóstoles (Hechos de los Apóstoles, capítulo 1).

San Matías se puede llamar un "apóstol gris", que no brilló de manera especial, sino que fue como tantos de nosotros, un discípulo del montón, como una hormiga en un hormiguero. Y a muchos nos anima que haya santos así porque esa va a ser nuestra santidad: la santidad de la gentecita común y corriente. Y de estos santos está lleno el cielo: San Chofer de camión y Santa Costurera. San Cargador de bultos y Santa Lavandera de ropa. San Colocador de ladrillos y Santa Vendedora de Almacén, San Empleado y Santa Secretaria, etc. Esto democratiza mucho la santidad, porque ella ya no es para personajes brillantes solamente, sino para nosotros los del montón, con tal de que cumplamos bien cada día nuestros propios deberes y siempre por amor de Dios y con mucho amor a Dios.

San Clemente y San Jerónimo dicen que San Matías había sido uno de los 72 discípulos que Jesús mandó una vez a misionar, de dos en dos. Una antigua tradición cuenta que murió crucificado. Lo pintan con una cruz de madera en su mano y los carpinteros le tienen especial devoción.

Dios está entre nosotros y en nosotros

Santo Evangelio según San Juan 15, 9-17. San Matías, apóstol

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, te entrego este momento de mi vida y revélame, cada vez más, el amor que cada día me entregas.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Lectura del santo Evangelio según san Juan 15, 9-17

En aquel tiempo, Jesús dijo sus discípulos: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permaneced en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena.

Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre.

No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¡El mismo amor de Dios! Jesús tiene para nosotros el mismo amor con el que es amado por el Padre. Lo único que vale la pena es permanecer en este amor guardando los mandamientos, viviendo en ellos y de ellos, asemejándose, incluso en esto, al mismo Jesús. Nuestra alegría es permanecer en el Señor. Es una relación completamente nueva con Dios, la que trajo y ofreció Jesús.

El mandamiento del amor recíproco («amaos los unos a los otros») no es sólo horizontal, porque se refiere también a la relación con el Señor («como yo os he amado»). Él mismo es el cumplimiento total del mandamiento, porque dio su vida, como un acto de sacrificio, de ofrenda, por nosotros, sus amigos. El amigo no es menos que el hermano, sino más, si es posible, porque indica una predilección dentro de la fraternidad común de los discípulos. Y son los amigos los que asumen y ponen en práctica el mandamiento del amor.

Hay un ciclo entre el Amor de Dios y el permanecer en este Amor a través de la observancia de los mandamientos. Estos, sin embargo, en su multiplicidad y variedad, se reúnen en el que Jesús llama «suyo»: «Que os améis unos a otros como yo os he amado». Cada mandamiento es el camino del amor. Y el pecado es siempre una experiencia de ausencia o de renuncia al Amor.

Invitándonos a vivir en la plenitud de su alegría, Jesús se presenta como el que está lleno de ella. Una verdadera desproporción con respecto a nuestra condición habitual, a causa de nuestros pecados. Para merecer y conservar el don, es necesario, en primer lugar, recordar que es, precisamente, un don de Dios. Cada uno recibe el don, sea cual sea su persona o su historia.

Es el gran pasaje de Dios en medio de la humanidad. La fe cristiana no es el ascenso religioso de la humanidad hacia Dios, sino la humillación del Dios de Israel que, en el Hijo Jesús, desciende a nuestra humanidad hasta la muerte. Dios se entregó completamente -literalmente se puso en nuestras manos- en la persona de Jesús. Dios está entre nosotros y en nosotros.

«Y Jesús funda la Iglesia con aires de una amistad, como un acto de amor, como un gesto de compasión por nuestra condición frágil y limitada. Y al encarnarse, Jesucristo abraza nuestra humanidad, abraza a nuestro “yo”, a veces egoísta, tantas veces temeroso, para regalarnos su fuerza y mostrarnos que no estamos solos en el camino de la vida, que tenemos un amigo que nos acompaña. Gracias a ello, cada vez que decimos “yo” podemos decir “nosotros”, es decir, somos comunidad con Él. Tenemos un “amigo” que nos sostiene, nos invita a proponer misioneramente esa misma amistad a todos los demás y así dilatar la experiencia de “Iglesia”.»

(Discurso de S.S. Francisco, 4 de marzo de 2019).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Intentar responder con amor a las dificultades de mi vida, con el mismo amor que Cristo se me entrega a diario.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro ¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.
 En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Dios camina con nosotros

Y esto la Iglesia Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, son compañeros de camino, hacen la historia con nosotros.

Por: SS Francisco |

"Vamos alegres a la casa del Señor",

El sacramento no es un rito mágico, sino el encuentro con Jesús que nos espera. Jesús nos espera siempre, esta es la humildad de Dios.

En la historia del Pueblo de Dios, hay "buenos momentos que dan alegría", y también momentos malos "de dolor, de martirio, de pecado"

Y sea en los momentos malos, como en los buenos tiempos, una cosa es siempre la misma: ¡el Señor está allí, nunca abandona a su pueblo! Porque el Señor, aquel día del pecado, del primer pecado, ha tomado una decisión, hizo una elección: hacer historia con su pueblo. Y Dios, que no tiene historia, porque es eterno, ha querido hacer historia, caminar cerca de su pueblo. Pero más aún: convertirse en uno de nosotros, y como uno de nosotros, caminar con nosotros, en Jesús. Y esto nos habla de la humildad de Dios.

He aquí, pues, que la grandeza de Dios, es su humildad: Ha querido caminar con su pueblo. Y cuando su pueblo se alejaba de Él por el pecado, con la idolatría", Él estaba allí" esperando. Y también Jesús, viene con esta actitud de humildad.

Él quiere caminar con el pueblo de Dios, caminar con los pecadores; incluso caminar con los soberbios. El Señor, dijo, ha hecho mucho para ayudar a estos corazones soberbios de los fariseos.

Dios siempre está listo.

Dios está a nuestro lado.

Dios camina con nosotros, es humilde, siempre nos espera. Jesús siempre nos espera. Esta es la humildad de Dios. Y la Iglesia canta con alegría esta humildad de Dios que nos acompaña, como lo hacemos con el Salmo: Vamos alegres a la casa del Señor

Vamos con alegría porque Él nos acompaña, Él está con nosotros. Y el Señor Jesús, incluso en nuestra vida personal nos acompaña: con los sacramentos. El sacramento no es un ritual de magia: se trata de un encuentro con Jesucristo, nos encontramos con el Señor. Es Él quien está al lado de nosotros y nos acompaña".

Jesús se hace "compañero de camino". También el Espíritu Santo, nos acompaña y nos enseña todo lo que no sabemos, en el corazón y nos recuerda todo lo que Jesús nos enseñó. Y así nos hace sentir la belleza del buen camino.

Y esto la Iglesia Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, son compañeros de camino, hacen la historia con nosotros.
lo celebra con gran alegría, incluso en la Eucaristía, donde se canta el amor tan grande de Dios que ha querido ser humilde, que ha querido ser compañero de viaje de todos nosotros, que ha querido también Él hacerse historia con nosotros.

Y si Él entró en nuestra Historia, entremos también nosotros un poco en la historia de Dios, o por lo menos pidámosle la gracia de dejar escribir nuestra historia por Él: que Él escriba nuestra historia. Es algo seguro.

El Apóstol San Matías

San Matías debió de ser un discípulo de la primera hora

Como se lee en los Hechos de los apóstoles, después de la Ascensión, los discípulos de Jesús, guiados por el Espíritu Santo, eligieron a Matías para que ocupara el puesto de Judas y quedara completo el número de los Doce Apóstoles. Años después, según la tradición, evangelizó Etiopía, donde sufrió martirio. Sus reliquias fueron llevadas a Tréveris, ciudad de la que es patrono. Discípulo de Jesucristo que, por la traición de Judas Iscariote (v.), entró, a la muerte de éste, a formar parte delcolegio apostólico.

Nombre y elección

Su nombre significa regalo de Yahwéh, lo mismo que el de Matatías (1 Mach 2,1) y Mateo (v.). Todos ellos derivan de una dicción hebrea a la que se añade la forma apocopada del nombre de Yahwéh, resultando Mattityanu (Matatías), que a su vez se abrevia de dos maneras: Mattay (Mateo) y Mattiyctn (Matías). El entronque filológico y el significado de los dos últimos nombres ocasionó confusión entre los varios individuos de este nombre.

Aparece San Matías en el Nuevo Testamento cuando entró en el grupo de los Doce (Act 1,21-26).

Según los requisitos exigidos en este texto San Matías debió de ser un discípulo de la primera hora y, en términos generales, seguir, en compañía de los Doce, las incidencias de la vida y ministerio de Jesús, de cuyos hechos y doctrinas debía dar testimonio; lo cual da cierta verosimilitud a la noticia de Eusebio (Hist. Ecl., 1,12.3: PG 20,117) sobre la posibilidad de que San Matías fuese uno de los «Setenta» (Le 10,1). Tal vez fue testigo de la Resurrección de Jesús, y pudo presenciar alguna aparición del mismo.

A la muerte de Jesús, y a los pocos días de la Ascensión, S. Pedro reunido con la comunidad cristiana (unas 120 almas) en Jerusalén explicó que, según estaba previsto en las Escrituras (Ps 69,26), uno de los Apóstoles había prevaricado (Act 1,17.25), y que, según el Ps 109,8, otro había de reemplazarle; por tanto, se imponía una elección. Se propusieron dos nombres: «José, por sobrenombre Barsaba, llamado Justo, y Matías». Se pronunció una oración dirigida al Señor para que manifestase su voluntad acerca de elección del nuevo Apóstol, lo mismo que antaño con la de los Doce primeros (Me 3,13-19, par.), y se dejó al procedimiento de las suertes, corriente ya en el Antiguo Testamento (cfr. los 7,14.16; 14,2; lo 1,7), la manifestación de dicha voluntad. Ésta fue que la vacante de Judas la cubriese San Matías.

¿Por qué «era necesario» nombrar uno para el puesto de judas? Cuando Santiago el Mayor (v.) murió hacia el a. 44 (Act 12,2) no se nombró otro en su lugar, niS. Pablo (v.) fue nunca considerado su sustituto. Los «Doce Apóstoles» (v.) elegidos por Jesús lo son para el presente y para el futuro, cuando «juzguen (como nuevos «doce» patriarcas) las doce tribus de Israel» (Mt 19,28; Lc 22,31); y por su número ellos expresan una plenitud que, en este caso, representa la plenitud del Pueblo de Dios.

Por la primera razón, Santiago al morir no dejó ninguna vacante, no terminó su apostolado; mientras que la traición de Judas y su muerte sin arrepentimiento eficaz fueron interpretadas como una deserción, un «apartarse» (parabáinein; Act 1,25), un «dejar su lugar desierto» (Act 1,20); la necesidad de un nuevo Apóstol nacía no de la muerte de Judas sino de su deserción. Por la segunda razón, era necesario completar el número de «doce».

Actividad de San Matías

Existen tradiciones, a veces contradictorias, acerca del resto de su vida. Nicéforo Calixto (Hist. Ecl., 11,40: PG 145,865) refiere lo siguiente: «Matías, que rellenó la docena, atracó en Etiopía primeramente, y después… de haber llevado las multitudes a Cristo, con ánimo valeroso, recibió la corona del martirio» (cfr. Clemente de Alejandría, Stromata, IV,9.71: PG 8,1281). Otras leyendas se encuentran en los Actos de Andrés y Matías.

Se le atribuyen tres escritos apocrifos: a) un Evangelio de Matías al que se refiere Orígenes: «corre también el evangelio según Tomás y el según Matías» (Hom. in Lucam, I: PG 13,1803). Un testimonio de Eusebio (Híst. Ecl., 111,25.6: PG 28,269) alude al mismo y algunos entienden que habla también de sus actos; b) las Tradiciones de Matías, de las que Clemente Alejandrino cita tres sentencias (Stromata, 11,9.45: PG 8,981; 4.26: PG 8,1132; VII,13.82: PG 9,513; cfr. ib. IV,6.35: PG 8,1248 lo que se dice de Zaqueo o «Matías»). Estos dos escritos tal vez proceden de la primera mitad del s. II; c) Clemente de Alejandría (Stromata, VII,17.108: PG 9,552) e Hipólito Romano (Refutación, VII,20.1: PG (Orígenes) 16 (3 parte) 3.302) hablan de «palabras secretas» que San Matías recibió del Salvador y comunicó a Basílides y otros gnósticos del s. II.

La investigación no llega a establecer hasta qué punto estos tres escritos son una sola o diversas obras, ni si es San Matías o Mateo el «escritor» del Libro de Tomás con sus «secretas palabras» proveniente de Nag Hamadi (cfr. J. Doresse, Les livres secrétes des gnostiques d’Égypte, París 1958). En los Acta Apostolorum ApocrypÍta, 11,1,65-116, editados por M. Bonnet en Leipzig 1891-98 (reimp. 1959), figura en griego Los Actos de Andrés y Matías en el país de los antropófagos (¿obra del s. VI?)

Se dice que las reliquias de San Matías fueron, por encargo de S. Elena, llevadas a Tréveris, ciudad de la que es Patrón, y donde se venera su tumba en la abadía dedicada al Santo. También hay reliquias en Roma (Santa María Mayor) y en Padua (Santa Justina). Es también Patrón de los carniceros y de los arquitectos. En otros tiempos fue popular en diversas zonas de Alernania. Su fiesta se celebra en la Iglesia latina el 14 de mayo; en la griega, el 9 de agosto.

5 hermosas razones por las cuales la enfermedad es un medio de santificación

Desde las distintas enfermedades, nos hacemos uno con un Cristo doliente, compartimos los distintos dolores que Él cargó, y sentimos cómo Él los vuelve a cargar con nosotros

Cuando una enfermedad toca la puerta, la mayoría de las veces uno se cuestiona el por qué. Con salud uno podría ofrecer muchísimo más a Dios, pensamos, ¿por qué permitir esto que no entendemos y que, según la gravedad que vivimos, nos supera? 

El sufrimiento de Cristo no fue exclusivo de la Cruz. Durante su paso por la tierra, Jesús debió experimentar distintos dolores, para cargarlos por nosotros y, hoy día, poder decirnos con entera realidad: “De verdad, sé por lo que estás pasando”. ¿Cuánto le habrá dolido, más que los clavos, la traición del amigo? ¿Cuánto la muerte de su padre nutricio San José? ¿No lloró amargamente por la muerte de Lázaro? ¿No se conmovía al ver los dolores, al ver la muerte? Tuvo hambre, sintió cansancio, encarnó un dolor cruel e inimaginable. “Claro, pero ¡Él es Dios!”, decimos, olvidándonos de que Cristo fue perfecto hombre, por tanto, experimentó perfectamente el dolor, tanto el físico como el moral. Y, además de cargar Su dolor, cargó el de toda la humanidad.

Desde las distintas enfermedades, nos hacemos uno con un Cristo doliente, compartimos los distintos dolores que Él cargó, y sentimos cómo Él los vuelve a cargar con nosotros. De esta manera, también descubrimos que podemos, desde lo que nos toque, ser corredentores con Él. Por eso los enfermos son los tesoros de la Iglesia.

-Niño. -Enfermo. -Al escribir estas palabras, ¿no sientes la tentación de ponerlas con mayúscula? Es que, para un alma enamorada, los niños y los enfermos son Él, escribió San Josemaría Escrivá.

Pero la aceptación de la Cruz no es un analgésico. Es darle un sentido. Un sentido divino, una mirada sobrenatural, que es lo único que trae paz a quien se encuentra inquieto y sufriendo.

1. Santificarse desde la enfermedad

Cuando uno experimenta sus propios límites, también se suma un nuevo sufrimiento:¿cómo puedo hacerme santo en estas circunstancias, cuando es tan poco lo que puedo hacer? El apostolado está aparentemente ausente, el trabajo es práctica o enteramente nulo, en muchas oportunidades hasta la oración, que debería ser un sostén en el momento difícil, se torna árida. Surge una dolorosa pregunta: ¿Qué puede querer el Señor, entonces, si es tan poco lo que tengo? Y la respuesta es exigente: todo. El Señor sabe que es poco lo que podemos darle, pero ese “poco” hay que entregarle por entero. Y confiar en que, siendo dóciles a Su Voluntad, le agradamos, haciendo eso que podemos hacer y que a nosotros nos resulta insípido.

La Madre Teresa – cuyos escritos me fueron de mucha ayuda, tantas veces –, bajo un semblante de paz y alegría, abrigó durante casi toda su vida y hasta el momento de su muerte un profundo dolor. En un momento de gran sufrimiento, escribió a su director espiritual: «Mi corazón, mi alma y mi cuerpo solo pertenecen a Dios – Él ha tirado, como despreciada, a la hija de Su Amor. – Y para esto, Padre, he hecho este propósito en este retiro: Estar a Su disposición. Dejar que haga conmigo todo lo que Él quiera, como quiera, tanto tiempo como quiera». En los momentos críticos, podemos repetir con ella: «Señor, te doy todo, mi corazón (desgarrado), mi alma (atormentada) y cuerpo (roto), todos envueltos en este dolor, que no pueden hacer gran cosa, humanamente hablando, limitados como ya ves, pero, aun así, tuyos». Y nos haremos santos desde ese abandono.

Sabemos que la santidad es el crecimiento en virtudes por amor a Dios. ¡Y cuántas virtudes se pueden practicar! El abandono, la confianza ciega, la paciencia… y, por sobre todo, una grandísima humildad.

Humildad para reconocer que no podemos hacer nada, que necesitamos pedir ayuda, que dependemos de otros, que no podemos hacer las cosas como nos gustaría hacerlas, entre otras situaciones similares. ¿Parece poco esto? Recordemos que son las virtudes que adornaron a la Santísima Virgen.

2. El trabajo de los enfermos

Ante el molesto e insensato sentimiento de inutilidad, hay que aprender que lo que esté en nuestras posibilidades, poco o mucho, se hace todo. Quizás algunos, al atravesar cierta enfermedad, no pueda continuar con el trabajo que realizaba anteriormente. Eso no significa que no pueda convertir esta nueva circunstancia en un “trabajo”. Por ejemplo, manteniendo acomodada la pieza en la que se encuentra, o realizando trabajos manuales, o intelectuales, todo según las limitaciones y las capacidades.

Quizás para alguno todo lo anterior sea imposible. En ese caso, el “trabajo” es, simplemente, ser un buen enfermo. Realizar apostolado. Santificar a los demás.

3. ¿Cómo santificar a los demás?

La propia Cruz es una oportunidad para que también los demás crezcan en virtudes, para que aprendan el verdadero significado de la caridad, en toda su amplitud.

Quienes se dedican al cuidado de un enfermo descubren que compasión no es “tener pena de”, sino ponerse en su lugar, entender qué necesitan –cuidados físicos, o compañía, o un momento de soledad –, viviendo una obra de misericordia y creciendo en santidad.

A veces uno puede sentir vergüenza por pedir ayuda, o culpa al pensar en el tiempo que se le dedica. Entonces es momento de pensar: “Este o esta me ayuda, pero yo también le estoy ayudando”. La Cruz compartida es más ligera. Cristo también tuvo un Sireneo, y no espera que carguemos solos el peso de las crucecitas que nos manda. No, para eso, Él nos ayuda, y también nos envía la ayuda de aquellos que nos quieren.

4. Apostolado de los enfermos

Cuando se quiebra la salud, muchas veces uno se da cuenta de que no puede, aunque quiera, realizar los mismos apostolados que anteriormente vivía. ¿Es que acaso estos están reservados para unos pocos, escogidos por sus “mejores” cualidades físicas o psíquicas?

Respondo con una historia breve. Durante el crecimiento de su labor apostólica, la Madre Teresa se encontró con Jacqueline de Decker, enfermera y trabajadora social belga que deseaba entrar a las Misioneras de la Caridad, pero que no podía hacerlo a causa de su precaria salud. La Madre Teresa dio con una solución: Jacqueline no podría trabajar con los pobres en Calcuta, pero compartiría este apostolado convirtiéndose en “el otro yo” de la santa. ¿Qué implicaría esto? Ofrecer todos sus dolores, sufrimientos y oraciones para sostener el apostolado de la Madre. Más adelante vendrían muchos otros miembros sufrientes Misioneros de la Caridad que conformarían esta parte tan importante de su Obra.

«En realidad, pueden hacer mucho más en su lecho de dolor que yo corriendo con mis pies, pero usted y yo juntas podemos hacer todo en Él que nos fortalece (…) quiero que se unan especialmente los paralíticos, los lisiados, los incurables, porque sé que ellos llevan muchas almas a los pies de Jesús», le escribió la Madre Teresa a Jacqueline. Todo esto, y una sonrisa. Porque, junto a los ya valiosos ofrecimientos de diversas penas, la sonrisa del que sufre puede llegar a ser un apostolado de valor incalculable. ¿Cuántas almas podrían salvarse gracias a una sonrisa, que se ofrece en medio de las dificultades?

5. Acudir a la Virgen

Independientemente al grado de la enfermedad, una mamá siempre está pendiente de su hijo. Así hace la Virgen, quien también tuvo, desde la Anunciación, una espada clavada en su corazón. No podemos imaginarnos cuánto le habrá dolido saber que el Hijo que engendraba nacía para ser “varón de dolores”, cuántas lágrimas habrá derramado por Él. Sí, Ella conoce el dolor. Y es Madre. Seríamos muy tontos si no acudiésemos a Ella para enseñarle lo que nos duele, pedir que acaricie nuestras heridas y que nos dé un beso que sane el alma.

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