Donde estoy yo, estéis también vosotros
- 17 Mayo 2019
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Pascual Bailón, Santo
Memoria Litúrgica, 17 de mayo
Religioso Franciscano
Martirologio Romano: En Villarreal, de la región de Valencia, en España, san Pascual Bailón, religioso de la Orden de los Hermanos Menores, quien, mostrándose siempre diligente y benévolo hacia todos, honró constantemente con ardiente amor el misterio de la Santísima Eucaristía († 1592).
Fecha de beatificación: 29 de Octubre de 1618 por el Papa Pablo V
Fecha de canonización: 16 de Octubre de 1690 por el Papa Alejandro VIII
Breve Biografía
Hijo de humildes campesinos, Martin Bailón e Isabel Yubero, Pascual nació el 16 de mayo de 1540 en Torrehermosa, Aragón (España). El segundo de seis hermanos. Le llamaron Pascual porque nació en la vigilia de Pentecostés.
Desde los 7 hasta los 24 años trabajó como pastor de ovejas.
Tal era su amor a la Eucaristía que el dueño del rebaño decía que el mejor regalo que le podía ofrecerle al niño era permitirle asistir algún día entre semana a la Santa Misa.
Desde el campo donde pastoreaba alcanzaba a ver el campanario de la iglesia del pueblo. De vez en cuando se arrodillaba para adorar al Santísimo Sacramento desde lejos.
Un día, mientras el sacerdote consagraba, otros pastores le oyeron gritar: "¡Ahí viene!, ¡allí está!". Cayó de rodillas. Había visto a Jesús venir en aquel momento. Se le apareció el Señor en varias ocasiones en forma de viril o de estrella luminosa.
Desde niño hacía duras penitencias, como andar descalzo por caminos pedregosos. Cuando alguna oveja pasaba al potrero del vecino, pagaba a este de su escaso salario por el pasto que la oveja se había comido.
Entra con los Franciscanos.
A los 24 años ingresó en el convento de los frailes menores (franciscanos) de Alvatera. Al principio no lo aceptaron por su poca instrucción. Apenas había aprendido a leer para rezar el pequeño oficio de la Santísima Virgen María que llevaba siempre mientras pastoreaba. Sus favoritas oraciones eran a Jesús Sacramentado y a la Santísima Virgen.
Los franciscanos le asignaron oficios humildes. Fue portero, cocinero, mandadero y barrendero.
Su tiempo libre lo dedicaba a la adoración Eucarística, de rodillas con los brazos en cruz. Por las noches pasaba horas ante el Santísimo Sacramento. Continuaba su adoración tarde en la noche y por la madrugada estaba en la capilla antes que los demás.
Hablaba poco, pero cuando se trataba de la Sagrada Eucaristía, lo inspiraba el Espíritu Santo. Siempre estaba alegre, pero nunca se sentía tan contento como cuando ayudaba a Misa o cuando podía estarse un rato orando ante el Sagrario del altar. Al llegar a un pueblo iba primero a la iglesia y allí se quedaba por un buen tiempo de rodillas adorando a Jesús Sacramentado.
En una ocasión, un hermano religioso se asomó por la ventana y vio a Pascual danzando ante una imagen de la Sma. Virgen y le decía diciéndole: "Señora: no puedo ofrecerte grandes cualidades, porque no las tengo, pero te ofrezco mi danza campesina en tu honor". El religioso pudo ver que el santo rebosaba de alegría.
Pascual compuso bellas oraciones al Santísimo Sacramento. El Arzobispo San Luis de Rivera, al leerlas exclamó admirado: "Estas almas sencillas sí que se ganan los mejores puestos en el cielo. Nuestras sabidurías humanas valen poco si se comparan con la sabiduría divina que Dios concede a los humildes".
Le enviaron a París a entregar una carta al general de la orden. En camino defendió la Eucaristía frente a las herejías de un predicador calvinista, por lo que casi lo mata una turba Hugonotes. El se alegró por haber tenido el honor de sufrir por su fidelidad al Señor y no se quejó.
Aunque Pascual apenas sabía leer y escribir, era capaz de expresarse con gran elocuencia sobre la presencia de Jesús en la Eucaristía. Tenía el don de ciencia infusa. Sus maestros se quedaban asombrados de la precisión con que respondía a las mas difíciles preguntas de teología.
Le dedicaron este verso: De ciencia infusa dotado,
"siendo lego sois Doctor,
Profeta y Predicador,
Teólogo consumado... "
Se destacó por su humildad y amor a los pobres y afligidos. Era famoso por sus milagros y su don para llevar las almas a Cristo. Martín Crespo relató como el santo le había librado de su determinación de vengarse de los asesinos de su padre. Habiendo escuchado el viernes santo el sermón sobre la pasión, sus amigos le exhortaban a perdonar. El se mantenía inmovible. Entonces Pascual lo tomó del brazo, lo llevó a un lado y le dijo: "Mi hijo, ¿No acabas de ver la representación de la pasión de Nuestro Señor?". "Entonces -escribe Martín- con una mirada que penetró mi alma me dijo: "Por el amor de Jesús Crucificado, mi hijo, perdónalos".
"Si, Padre", contesté, bajando mi cabeza y llorando. "Por el amor de Dios yo los perdono con todo mi corazón" Ya no me sentí la misma persona"
Cuando estaba moribundo oyó una campana y preguntó: "¿De qué se trata?". "Están en la elevación en la Santa Misa". "¡Ah que hermoso momento!", y quedó muerto en aquel preciso momento. Era el 15 de Mayo de 1592, el Domingo de Pentecostés. Villareal, España.
Durante su misa tenían el ataúd descubierto y en el momento de la doble elevación, los presentes vieron que abrió y cerró por dos veces sus ojos. Su cuerpo aun después de muerto, manifestó su amor a la Eucaristía. Eran tantos los que querían despedirse de el que lo tuvieron expuesto por tres días.
Intercedió en muchos milagros después de su muerte.
Declarado Patrono de los Congresos Eucarísticos y Asociaciones Eucarísticas por León XIII, es también patrono de los cocineros y del municipio de Obando (Filipinas).
ORACIÓN
Querido San Pascual:
consíguenos del buen Dios
un inmenso amor por la Sagrada Eucaristía,
un fervor muy grande
en nuestras frecuentes visitas al Santísimo
y una grande estimación por la Santa Misa.
Amén.
Nuestra ciudadanía está en el cielo
Santo Evangelio según San Juan 14, 1-6. Viernes IV de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, concédeme poder llegar algún día a nuestra patria celestial donde estaré contigo para siempre.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 14, 1-6
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No pierdan la paz. Si creen en Dios, crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. Si no fuera así, yo se lo habría dicho a ustedes, porque ahora voy a prepararles un lugar. Cuando me haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes. Y ya saben el camino para llegar al lugar a donde voy”.
Entonces Tomás le dijo: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Jesús le respondió: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El Evangelio de hoy nos hace recordar, una vez más, el amor maravilloso que nuestro Señor nos tiene y también nos recuerda, de una manera bastante precisa, que nuestra ciudadanía está en el cielo y, allí, nuestro Señor realmente nos está preparando un sitio. Pero ¿realmente lo creo? ¿Creo que el Señor me está preparando este lugar donde reposaré por toda la eternidad? Cristo mismo nos dice: «...creed también en mí». Y ese es el Corazón de Cristo que, a pesar de lo que hemos sido, seamos o seremos, siempre hará lo posible por llevarnos con Él. El coro de una canción dice lo siguiente:
¿Qué ves en mí? si tanto te he fallado,
Tanto te herí, tú siempre me has amado,
¿Qué ves en mí? casi olvide tu nombre,
Hoy vuelvo a ti, tu Amor nunca se esconde.
Tiene mucha razón esta última frase: «... tu Amor nunca se esconde». Cristo no se fue al cielo para esconderse de nosotros, se fue para prepararnos un bello lugar donde estaremos con todos nuestros seres queridos, con los ángeles, los santos y, de manera especial, con Él y su santa Madre.
Y Jesús nos enseña de una manera bastante clara cómo llegar a nuestra patria celestial. Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Caminemos por sus sendas de Verdad y, de esta manera, estando en la Verdad llegaremos a la Vida, donde Cristo nos estará esperando con los brazos abiertos para darnos un beso diciéndonos: «He visto en ti que eres mi hijo, ven toma tu ciudadanía y permanece para siempre junto a Mí.»
«Los discípulos van a preparar, pero el Señor ya había preparado. Algo similar ocurre después de la resurrección, cuando Jesús se aparece por tercera vez a los discípulos: mientras pescan, él los espera en la orilla, donde les prepara pan y pescado. Pero, al mismo tiempo, pide a los suyos que lleven un poco del pescado que acababan de pescar y que él les había indicado cómo pescarlo. También aquí, Jesús prepara con antelación y pide a los suyos que cooperen. Incluso, poco antes de la Pascua, Jesús había dicho a los discípulos: “Voy a prepararos un lugar […] para que donde estoy yo estéis también vosotros”. Es Jesús quien prepara, el mismo Jesús que, sin embargo, con fuertes llamamientos y parábolas, antes de su Pascua, nos pide que nos preparemos, que estemos listos.»
(Homilía de S.S. Francisco, 3 de junio de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Que pueda yo hoy, con un acto de caridad mariano, ganar un sello en mi pasaporte para el cielo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
¿Soy ciudadano del Reino de Dios?
En la Iglesia Católica nacimos por el Bautismo para el Reino. En la Iglesia vivimos y en la Iglesia queremos morir.
Jesús empezó la proclamación del Evangelio, apenas salido del Jordán, clamando por todos los poblados de Galilea:
- ¡El Reino de Dios ha llegado! ¡El Reino de Dios está ya presente!...
Está presente, decía Jesús ya en su tiempo. Cuánto más lo diría ahora.
Pero falta mucho todavía para el fin. Así lo entendió aquel príncipe ruso. Era diplomático al servicio del zar, y al morir éste fusilado con toda su familia cuando llegó el comunismo, el fiel servidor del rey fue detenido y sometido a juicio.
- ¿Da usted el voto al comunismo, renunciando a su difunto rey?
Fiel servidor del rey y más fiel servidor de Dios, el digno diplomático contestó ante el tribunal revolucionario:
- No; mi voto es solamente para el reinado de Dios en la Tierra.
Condenado y desterrado, murió como sacerdote de la Iglesia Católica. Aún antes de abrazar el catolicismo, cuando oía pronunciar el nombre del Papa se ponía en pie y hacía una reverencia. Para este mártir de su pueblo ruso, el Reino de Dios estaba confiado a la Iglesia Católica, puesta por Jesucristo en manos de Pedro como Vicario suyo, como lo presenta, progresivamente, el mismo Evangelio.
Cuando nota Jesús que el ambiente está maduro entre los apóstoles, le hace a Simón Pedro una promesa solemne:
- Tú eres Pedro, tú eres roca, y sobre esta Roca edificaré yo mi Iglesia.
Antes de morir, sabiendo que todos se van a dispersar y que iba a fallar hasta el mismo Pedro, le encarga Jesús:
- Cuando regreses después de tu caída, confirma tú en la fe a tus hermanos.
Y una vez resucitado, Jesús cumple la promesa a Pedro, y le encarga:
- Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas.
Al final, dice Jesús que volverá glorioso como Rey para juzgar al mundo, y a la Iglesia la meterá en el Reino definitivo de Dios:
- ¡Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino que os está preparado desde el principio del mundo!
Pablo comentará como colofón de todo:
- Cristo entregará el Reino al Padre, para ser Dios todo en todas las cosas.
Y la Iglesia confiesa, conforme a la palabra del Señor, que su Reino no tendrá fin.
Como podemos entender, esta visión del Reino y de la Iglesia es imponente.
Estamos ya en este Reino, aunque todavía no se ha consumado, pues la victoria final no llegará hasta que el mundo termine. Ahora la Iglesia, anunciadora y portadora del Reino, tiene que sufrir las consecuencias de un mundo convulsionado por el pecado, y ha de aguantar persecución, porque el Reino de los cielos padece violencia, y solamente los esforzados se hacen con él.
Al llegar el Reino, esperado por los judíos de modo espectacular, Jesús aparece humilde, se ve rechazado hasta parar en la cruz, y les dice a los que querían un Reino glorioso:
- El Reino de Dios no viene espectacularmente, sino que está dentro de vosotros.
La Iglesia, sabiendo que encarna el Reino, sigue los mismos pasos del Señor. Cuando se ve perseguida, cuando anuncia la Buena Noticia a los pobres, cuando se derrama en mil obras de caridad, cuando camina en humildad y sencillez, cuando hace los prodigios de amor que Jesús..., entonces está cumpliendo su misión de establecer, consolidar y llevar adelante el Reino.
Pero nosotros no miramos el Reino solamente de un modo global --a nivel de toda la Iglesia--, sino de manera personal, individual, dentro de mí, de mi propia persona. Cada uno de nosotros se dice con plena convicción:
- Yo tengo la ciudadanía del Reino, vivo conforme acredita esta mi cédula de identidad, y crezco, crezco siempre en la gracia y la santidad del Reino, hasta que me llegue el momento de recibir el premio que el Rey me tiene prometido.
Porque Jesucristo cumple su palabra, tiene riquezas y las da. No hace como aquel rey persa de la antigüedad, que, en guerra contra su hermano, promete a sus soldados:
- Después de la victoria os repartiré riquezas sin cuento. Mi preocupación no es que no voy a tener que dar, sino que no voy a contar suficientes amigos para repartir tanto como voy a tener. Además, a cada uno de los griegos que lucháis por mí, os daré una corona de oro.
¡Qué bonitas palabras! Aquel rey fue derrotado, murió en la batalla, las riquezas prometidas no aparecieron por ninguna parte, y la corona de oro no se vio jamás...
Jesucristo, sí; Jesucristo promete y da. Lo que le faltan al Rey Jesús son más seguidores incondicionales a quienes dar después el Cielo, que será el Reino en su consumación final.
En la Iglesia Católica nacimos por el Bautismo para el Reino. En la Iglesia vivimos y en la Iglesia queremos morir. En la tierra estamos dentro del Reino que lucha, y nosotros no rehuimos formar parte en la batalla. Después estaremos en el Reino triunfante...
"Sean protagonistas de una cultura de la resurrección"
Discurso del Papa a los Lasalianos, en audiencia con motivo de los 300 años de la muerte de su fundador, San Juan Bautista de La Salle
“Puedan realizar con renovado vigor vuestra misión entre las jóvenes generaciones, con la audacia reformadora que caracterizó a Juan Bautista de La Salle: anunciar a todos el Evangelio de la esperanza y de la caridad. Que la Santísima Virgen los sostenga siempre y obtenga para vosotros abundantes frutos apostólicos”, lo dijo el Papa Francisco a los Hermanos de las Escuelas Cristianas, Lasalianos, a quienes recibió en audiencia con ocasión del Tercer centenario de la muerte de su fundador, San Juan Bautista de La Salle, la mañana de este jueves, 16 de mayo, en la Sala Clementina del Vaticano.
La Salle, pionero en el campo de la educación
En sus saludos a los representantes de la entera familia espiritual fundada por San Juan Bautista de La Salle, el Santo Padre expresó su cercanía “a todos los Hermanos de las Escuelas Cristianas que trabajan en la Iglesia con generosidad, competencia y fiel adhesión al Evangelio”. “Este importante aniversario de su Fundador – señaló el Papa refiriéndose a los 300 años de la muerte de San Juan Bautista de La Salle – es una buena oportunidad para que su Instituto destaque la figura de un pionero en el campo de la educación, que en su época ideó un sistema educativo innovador. Su ejemplo y testimonio – resaltó el Pontífice – confirman la original actualidad de su mensaje para la comunidad cristiana de hoy, iluminando el camino a seguir. Él fue un brillante y creativo innovador en la visión de la escuela, en la concepción del profesor, en los métodos de enseñanza”.
Su visión de la escuela: la educación, un derecho de todos
El Papa Francisco explicando el primer punto de innovación que el Fundador de las Escuelas cristianas realizó, dijo que, “su visión de la escuela lo llevó a madurar cada vez más su convicción de que la educación es un derecho de todos, incluso de los pobres”. Por eso no dudó en renunciar al canonicato y a su rica herencia familiar, para dedicarse enteramente a la educación de la clase social más baja. Dio vida a una comunidad de laicos para llevar adelante su ideal, convencido de que la Iglesia no puede permanecer ajena a las contradicciones sociales de los tiempos con los que está llamada a confrontarse. Fue esta convicción que lo llevó a establecer una experiencia original de vida consagrada: la presencia de educadores religiosos que, sin ser sacerdotes, interpretaran de manera nueva el papel de ‘monjes laicos’, sumergiéndose totalmente en la realidad de su tiempo y contribuyendo así al progreso de la sociedad civil.
Una nueva concepción del profesor: una misión
Asimismo, el Santo Padre dijo que el segundo punto de innovación de San Juan Bautista de La Salle, nació del contacto diario con el mundo de la escuela. Allí desarrolló la conciencia de encontrar una nueva concepción del profesor. “Estaba convencido, de hecho, de que la escuela era una realidad seria, para la cual la gente necesitaba estar adecuadamente preparada; pero tenía ante sus ojos todas las carencias estructurales y funcionales de una institución precaria que necesitaba orden y forma. Entonces – señaló el Pontífice – intuyó que la enseñanza no puede ser sólo un trabajo, sino que es una misión”.
Por lo tanto, agregó el Papa, se rodeó de gente adecuada a la escuela popular, inspirada en el cristianismo, con aptitud y dones naturales para la educación. Dedicó todas sus energías a su formación, convirtiéndose en un ejemplo y un modelo para ellos, que tenían que ejercer al mismo tiempo un servicio eclesial y social, y trabajando con ahínco para promover lo que él llamaba la “dignidad del maestro”.
Reformas audaces de los métodos de enseñanza
Además, comentando el tercer punto de innovación del Fundador de las Escuelas cristianas, el Papa Francisco precisó que, en el intento por dar respuestas concretas a las exigencias de su tiempo en el campo de la escuela, Juan Bautista de La Salle emprendió reformas audaces de los métodos de enseñanza. “En esto se sintió conmovido por un extraordinario realismo pedagógico. Sustituyó el latín por el francés, que normalmente se utilizaba en la enseñanza; dividió a los alumnos en grupos de aprendizaje homogéneos con miras a un trabajo más eficaz; estableció seminarios para profesores del campo, es decir, para jóvenes que querían ser profesores sin formar parte de ninguna institución religiosa; fundó escuelas dominicales para adultos y dos pensionados, una para delincuentes juveniles y otra para la recuperación de los prisioneros”. Soñaba con una escuela abierta a todos, por lo que no dudó en abordar incluso las necesidades educativas más extremas, introduciendo un método de rehabilitación a través de la escuela y el trabajo.
Profundizar e imitar su pasión por los últimos
“Queridos hijos espirituales de Juan Bautista de La Salle – alentó el Papa – los exhorto a profundizar e imitar su pasión por los últimos y descartados. En el surco de su testimonio apostólico, sean protagonistas de una ‘cultura de la Resurrección’, especialmente en aquellos contextos existenciales en los que prevalece la cultura de la muerte. No se cansen de ir en busca de aquellos que se encuentran en las modernas ‘tumbas’ del desconcierto, de la degradación, la dificultad y la pobreza, para ofrecer esperanza para una nueva vida. El impulso de la misión educativa que hizo de vuestro Fundador un maestro y un testigo para tantos de sus contemporáneos, y su enseñanza, puede todavía hoy alimentar vuestros proyectos y vuestra acción”.
Trabajar con generosidad en la nueva evangelización
Antes de concluir su discurso, el Papa Francisco destacó la figura de San Juan Bautista de La Salle, como “un don para la Iglesia y un precioso estímulo para vuestra Congregación, llamada a una renovada y entusiasta adhesión a Cristo. Mirando al Divino Maestro – precisó el Papa – pueden trabajar con mayor generosidad al servicio de la nueva evangelización en la que está comprometida hoy toda la Iglesia. Las formas de anunciar el Evangelio deben adaptarse a las situaciones concretas de los diferentes contextos, pero esto implica también un esfuerzo de fidelidad a los orígenes, para que el estilo apostólico propio de vuestra Familia religiosa pueda seguir respondiendo a las expectativas de la gente”.
Ejemplos de fe (V): María, modelo y maestra de fe
Nuestra Madre nos enseña a estar totalmente abiertos al querer divino, incluso si es misterioso. Por eso, es maestra de fe.
Tras meditar sobre diversos aspectos de la fe a través de la contemplación de la vida de algunas de las grandes figuras del Antiguo Testamento —Abraham, Moisés, David y Elías—, seguimos recorriendo esta historia de nuestra fe también de la mano de los personajes del Nuevo Testamento, donde, con Cristo, la Revelación llega a su plenitud y cumplimiento: En diversos momentos y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En estos últimos días nos ha hablado por medio de su Hijo[1].
Icono perfecto de la fe
Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley[2]. En la actitud de fe de la Santísima Virgen se ha concentrado toda la esperanza del Antiguo Testamento en la llegada del Salvador: «en María (…) se cumple la larga historia de fe del Antiguo Testamento, que incluye la historia de tantas mujeres fieles, comenzando por Sara, mujeres que, junto a los patriarcas, fueron testigos del cumplimiento de las promesas de Dios y del surgimiento de la vida nueva»[3].
Al igual que Abraham —«nuestro padre en la fe»[4]—, que dejó su tierra confiado en la promesa de Dios, María se abandona con total confianza en la palabra que le anuncia el Ángel, convirtiéndose así en modelo y madre de los creyentes. La Virgen, «icono perfecto de la fe»[5], creyó que nada es imposible para Dios, e hizo posible que el Verbo habitase entre los hombres.
Nuestra Madre es modelo de fe. «Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cfr. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cfr. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cfr. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cfr. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cfr. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cfr. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cfr. Hch 1, 14; 2, 1-4)»[6].
La Virgen Santísima vivió la fe en una existencia plenamente humana, la de una mujer corriente. Durante su vida terrena no le fueron ahorrados a María ni la experiencia del dolor, ni el cansancio del trabajo, ni el claroscuro de la fe. A aquella mujer del pueblo, que un día prorrumpió en alabanzas a Jesús exclamando: bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron, el Señor responde: bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica (Lc 11, 27-28). Era el elogio de su Madre, de su fiat (Lc 1, 38), del hágase sincero, entregado, cumplido hasta las últimas consecuencias, que no se manifestó en acciones aparatosas, sino en el sacrificio escondido y silencioso de cada jornada[7].
La Santísima Virgen «vive totalmente de la y en relación con el Señor; está en actitud de escucha, atenta a captar los signos de Dios en el camino de su pueblo; está inserta en una historia de fe y de esperanza en las promesas de Dios, que constituye el tejido de su existencia»[8].
Maestra de fe
Por la fe, María penetró en el Misterio de Dios Uno y Trino como no le ha sido dado a ninguna criatura, y, como «madre de nuestra fe»[9], nos ha hecho partícipes de ese conocimiento. Nunca profundizaremos bastante en este misterio inefable; nunca podremos agradecer suficientemente a Nuestra Madre esta familiaridad que nos ha dado con la Trinidad Beatísima[10].
La Virgen es maestra de fe. Todo el despliegue de la fe en la existencia tiene su prototipo en Santa María: el compromiso con Dios y el conformar las circunstancias de la vida ordinaria a la luz de la fe, también en los momentos de oscuridad. Nuestra Madre nos enseña a estar totalmente abiertos al querer divino «incluso si es misterioso, también si a menudo no corresponde al propio querer y es una espada que traspasa el alma, como dirá proféticamente el anciano Simeón a María, en el momento de la presentación de Jesús en el Templo (cfr. Lc 2, 35)»[11]. Su plena confianza en el Dios fiel y en sus promesas no disminuye, aunque las palabras del Señor sean difíciles o aparentemente imposibles de acoger.
Por eso, si nuestra fe es débil, acudamos a María[12]. En la oscuridad de la Cruz, la fe y la docilidad de la Virgen dan un fruto inesperado. En Juan, Cristo confía a su Madre todos los hombres y especialmente sus discípulos: los que habían de creer en Él[13]. Su maternidad se extiende a todo el Cuerpo Místico del Señor. Jesús nos da como madre a su Madre, nos pone bajo su cuidado, nos ofrece su intercesión.Por ese motivo la Iglesia invita constantemente a los fieles a dirigirse con particular devoción a María.
Nuestra fragilidad no es obstáculo para la gracia. Dios cuenta con ella, y por eso nos ha dado una madre. «En esta lucha que los discípulos de Jesús han de sostener —todos nosotros, todos los discípulos de Jesús debemos sostener esta lucha—, María no les deja solos; la Madre de Cristo y de la Iglesia está siempre con nosotros. Siempre camina con nosotros, está con nosotros (...), nos acompaña, lucha con nosotros, sostiene a los cristianos en el combate contra las fuerzas del mal»[14].
De la escuela de la fe, la Virgen es la mejor maestra, pues siempre se mantuvo en una actitud de confianza, de apertura, de visión sobrenatural, ante todo lo que sucedía a su alrededor. Así nos la presenta el Evangelio: María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón[15]. Procuremos nosotros imitarla, tratando con el Señor, en un diálogo enamorado, de todo lo que nos pasa, hasta de los acontecimientos más menudos. No olvidemos que hemos de pesarlos, valorarlos, verlos con ojos de fe, para descubrir la Voluntad de Dios[16]. Su camino de fe, aunque en modo diverso, es parecido al de cada uno de nosotros: hay momentos de luz, pero también momentos de cierta oscuridad respecto a la Voluntad divina: cuando encontraron a Jesús en el Templo, María y José no comprendieron lo que les dijo[17]. Si, como la Virgen, acogemos el don de la fe y ponemos en el Señor toda nuestra confianza, viviremos cada situación cum gaudio et pace —con el gozo y la paz de los hijos de Dios—.
Imitar la fe de María
«Así, en María, el camino de fe del Antiguo Testamento es asumido en el seguimiento de Jesús y se deja transformar por él, entrando a formar parte de la mirada única del Hijo de Dios encarnado»[18]. En la Anunciación, la respuesta de la Virgen resume su fe como compromiso, como entrega, como vocación: he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra[19]. Como Santa María, los cristianos debemos vivirde cara a Dios, pronunciando ese fiat mihi secundum verbum tuum (...) del que depende la fidelidad a la personal vocación, única e intransferible en cada caso, que nos hará ser cooperadores de la obra de salvación que Dios realiza en nosotros y en el mundo entero[20].
Pero, ¿cómo responder siempre con una fe tan firme como María, sin perder la confianza en Dios? Imitándola, tratando de que en nuestra vida esté presente esa actitud suya de fondo ante la cercanía de Dios: no experimenta miedo o desconfianza, sino que «entra en íntimo diálogo con la Palabra de Dios que se le ha anunciado; no la considera superficialmente, sino que se detiene, la deja penetrar en su mente y en su corazón para comprender lo que el Señor quiere de ella, el sentido del anuncio»[21]. Al igual que la Virgen, procuremos reunir en nuestro corazón todos los acontecimientos que nos suceden, reconociendo que todo proviene de la Voluntad de Dios. María mira en profundidad, reflexiona, pondera, y así entiende los diferentes acontecimientos desde la comprensión que solo la fe puede dar. Ojalá fuera esa —con la ayuda de nuestra Madre— nuestra respuesta.
Imitar a María, dejar que nos lleve de la mano, contemplar su vida nos conduce también a suscitar en quienes tenemos alrededor —familiares y amigos— esa mayor apertura a la luz de la fe: con el ejemplo de una vida coherente, con conversaciones personales, de amistad y confidencia, con la necesaria doctrina, para facilitarles el encuentro personal con Cristo a través de los sacramentos y las prácticas de piedad, en el trabajo y en el descanso. Si nos identificamos con María, si imitamos sus virtudes, podremos lograr que Cristo nazca, por la gracia, en el alma de muchos que se identificarán con El por la acción del Espíritu Santo. Si imitamos a María, de alguna manera participaremos en su maternidad espiritual. En silencio, como Nuestra Señora; sin que se note, casi sin palabras, con el testimonio íntegro y coherente de una conducta cristiana, con la generosidad de repetir sin cesar un fiat que se renueva como algo íntimo entre nosotros y Dios[22].
***
Mirando a María, pidámosle que nos ayude a vivir de fe y reconocer a Jesús presente en nuestras vidas: fe en que nada es comparable con el Amor de Dios que nos ha sido donado; fe en que no hay imposibles para el que trabaja por Cristo y con Él en su Iglesia; fe en que todos los hombres pueden convertirse a Dios; fe en que pese a las propias miserias y derrotas podemos rehacernos totalmente con su ayuda y la de los demás; fe en los medios de santidad que Dios ha puesto en su Obra, en el valor sobrenatural del trabajo y de las cosas pequeñas; fe en que podemos reconducir este mundo a Dios si vamos siempre de su mano. En definitiva, fe en que Dios pone a cada uno en las mejores circunstancias —de salud o de enfermedad, de situación personal, de ámbito laboral, etc.— para que lleguemos a ser santos, si correspondemos con nuestra lucha diaria.
Jesucristo pone esta condición: que vivamos de la fe, porque después seremos capaces de remover los montes. Y hay tantas cosas que remover... en el mundo y, primero, en nuestro corazón. ¡Tantos obstáculos a la gracia! Fe, pues; fe con obras, fe con sacrificio, fe con humildad. Porque la fe nos convierte en criaturas omnipotentes: y todo cuanto pidiereis en la oración, como tengáis fe, lo alcanzaréis (Mt 21, 22)[23]. Impulsados por la fuerza de la fe, decimos a Jesús: ¡Señor, creo! ¡Pero ayúdame, para creer más y mejor! Y dirigimos también esta plegaria a Santa María, Madre de Dios y Madre Nuestra, Maestra de fe: ¡bienaventurada tú, que has creído!, porque se cumplirán las cosas que se te han anunciado de parte del Señor (Lc 1, 45)[24]. «¡Madre, ayuda nuestra fe!»[25].