Las tres venidas de Cristo
- 30 Noviembre 2014
- 30 Noviembre 2014
- 30 Noviembre 2014
Francisco se inclina ante Bartolomé
Bartolomé a Francisco: "Bienvenido amado hermano en Cristo"
Francisco a Bartolomé: "Le pido un favor, bendígame a mí y a la Iglesia de Roma"
Los dos Primados se abrazan, rezan juntos y bendicen a la vez
José Manuel Vidal, 29 de noviembre de 2014 a las 17:45
Poder caminar juntos en la esperanza. Esta esperanza está fundada sobre la fidelidad a Cristo
(José M. Vidal).- Solemne oración ecuménica en la Iglesia patriarcal de San Jorge de Estambul. Con el Papa junto al Patriarca Bartolomé. Pedro y Andrés, juntos de nuevo en Constantinopla. Y ambos suspirando por la unidad completa. El Papa le dijo al Patriarca: "Le pido un favor: Bendígame a mí y a la Iglesia de Roma". Y se inclinó ante Bartolomé.
La liturgia comenzó con el Papa depositando una velita. Después, toda una serie de himnos típicos ortodoxos, el Te Deum y las letanías, en las que se pide por el Papa Francisco, por el Patriarca, por las autoridades y por la paz del mundo.
Lectura del libro de Zacarías: "Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios".
Algunas frases del Patriarca Bartolomé
"Santidad, os acogemos"
"Os recibimos con alegría, honor y reconocimiento"
"Desde la antigua a la nueva Roma"
"Vuestra venida aquí constituye una continuación a análogas visitas de vuestros venerables predecesores: Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI"
"Para el restablecimiento de la plena comunión entre nuestras iglesias"
"Un evento histórico y lleno de buenos auspicios para el futuro"
"Décimo aniversario de la restitución de las reliquias de los santos padres"
"Intercesores ante el Señor, para que encontremos la plena comunión de nuestras Iglesias"
"Le deseamos todas las bendiciones del Señor y un mayor estrechamiento de los lazos fraternales"
"Bienvenido amado hermano en Cristo"
Algunas frases del discurso del papa
"Mi alma esta tarde está llena de gratitud"
"En la fiesta de San Andrés apóstol"
"Querido hermano Bartolomé: Gracias por su fraterna acogida"
"Semilla de la paz y de la alegría, que el mundo no puede dar"
"Andrés y Pedro escucharon esta promesa y recibieron este don"
"Hermanos en la esperanza que no desilusiona"
"Poder caminar juntos en esta esperanza"
"Esta esperanza está fundada sobre la fidelidad de Cristo"
"Le pido un favor: Bendígame a mí y a la Iglesia de Roma"
Se abrazan, rezan juntos el Padre Nuestro y proceden a la bendición. Y le cantan un himno al Papa, para que viva muchos años. "Al Santísimo Papa de Roma, protégelo muchos años".
Y los dos Patriarcas salen juntos de la catedral ortodoxa del Fanar. Para mantener un encuentro privado en el palacio patriarcal.
Texto íntegro del discurso del Papa en español
Santidad, querido Hermano
El atardecer trae siempre un doble sentimiento, el de gratitud por el día vivido y el de la ansiada confianza ante el caer de la noche. Esta tarde mí corazón está colmado de gratitud a Dios, que me ha concedido estar aquí para rezar junto con Vuestra Santidad y con esta Iglesia hermana, al término de una intensa jornada de visita apostólica; y, al mismo tiempo, mi corazón está a la espera del día que litúrgicamente hemos comenzado: la fiesta de San Andrés Apóstol, que es el Patrono de esta Iglesia.
En esta oración vespertina, a través de las palabras del profeta Zacarías, el Señor nos ha dado una vez más el fundamento que está a la base de nuestro avanzar entre un hoy y un mañana, la roca firme sobre la que podemos mover juntos nuestros pasos con alegría y esperanza; este fundamento rocoso es la promesa del Señor: «Aquí estoy yo para salvar a mi pueblo de Oriente a Occidente... en fidelidad y justicia» (8,7.8).
Sí, venerado y querido Hermano Bartolomé, mientras expreso mi sentido «gracias» por su acogida fraterna, siento que nuestra alegría es más grande porque la fuente está más allá; no está en nosotros, no en nuestro compromiso y en nuestros esfuerzos, que también deben hacerse, sino en la común confianza en la fidelidad de Dios, que pone el fundamento para la reconstrucción de su templo que es la Iglesia (cf. Za 8,9). «¡He aquí la semilla de la paz!» (Za 8,12); ¡he aquí la semilla de la alegría! Esa paz y esa alegría que el mundo no puede dar, pero que el Señor Jesús ha prometido a sus discípulos, y se la ha entregado como Resucitado, en el poder del Espíritu Santo.
Andrés y Pedro han escuchado esta promesa, han recibido este don. Eran hermanos de sangre, pero el encuentro con Cristo los ha transformado en hermanos en la fe y en la caridad. Y en esta tarde gozosa, en esta vigilia de oración, quisiera decir sobre todo: hermanos en la esperanza. Qué gracia, Santidad, poder ser hermanos en la esperanza del Señor Resucitado. Qué gracia - y qué responsabilidad - poder caminar juntos en esta esperanza, sostenidos por la intercesión de los santos hermanos, los Apóstoles Andrés y Pedro. Y saber que esta esperanza común no defrauda, porque no se funda en nosotros y nuestras pobres fuerzas, sino en la fidelidad de Dios.
Con esta esperanza gozosa, llena de gratitud y anhelante espera, expreso a Vuestra Santidad, a todos los presentes y a la Iglesia de Constantinopla mis mejores deseos, cordiales y fraternos, en la fiesta del santo Patrón.
Discurso del Patriarca Bartolomé
Santidad, Dando gloria al Bondadoso Dios Trino os acogemos y a vuestro venerable Séquito en este lugar sagrado, donde está la Cátedra de los obispos de esta histórica y mártir Iglesia, que tiene asignado por la Divina Providencia el servicio tan responsable de la Primacía entre las Santísimas Iglesias Ortodoxas locales. Os acogemos con alegría, honor y reconocimiento, porque gustosamente habéis dirigido vuestros pasos desde la Antigua la Nueva Roma, unificando simbólicamente con este movimiento vuestro el Occidente y el Oriente, portador del amor del Protocorifeo al Primer Llamado, su hermano carnal.
Vuestra venida aquí, por primera vez desde la reciente elevación de Vuestra Santidad al Trono de la "primacía del amor", constituye una continuación a análogas visitas de vuestros venerables predecesores Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, testimoniando vuestra voluntad como también la de la Santísima Iglesia de Roma, de continuar el firme camino fraternal con nuestra Iglesia Ortodoxa para el restablecimiento de la plena comunión entre nuestras Iglesias. Saludamos, por eso, con mucha satisfacción y estima la venida aquí de Vuestra Santidad, como un evento histórico y lleno de buenos auspicios para el futuro. Este sagrado lugar, en el cual durante siglos a través de muchísimas vicisitudes históricas, cada uno de los Patriarcas Ecuménicos han celebrado y celebran el sagrado Misterio de la Divina Eucaristía, constituye un sucesor de otros distinguidos lugares de culto en esta Ciudad, que han iluminado ilustres figuras eclesiásticas que pertenecen ya al coro de los grandes Padres de la Iglesia universal. Tales eran también los predecesores de nuestra Humildad, los Santos Gregorio el Teólogo y Juan Crisóstomo, las reliquias de los cuales descansan ya en este sagrado templo, junto con aquellas de Basilio el Grande, de la Gran Mártir Eufemia que convalidó el Tomos del V Concilio Ecuménico y otros santos de la Iglesia - eso gracias a la gentil restitución de ellas por parte de la Iglesia de Roma al Patriarcado Ecuménico. Este año cumplimos el décimo aniversario de este evento y expresamos a Vuestra Santidad nuestros calurosos agradecimientos por esto gesto fraternal de Vuestra Iglesia hacia nuestro Patriarcado Ecuménico. Que estos Padres sagrados, sobre la enseñanza de los cuales fue construida nuestra común fe durante el primer milenio, sean intercesores ante el Señor, para que encontremos nuevamente la plena comunión entre nuestras Iglesias, cumpliendo así Su santa voluntad en tiempos cruciales para la humanidad y el mundo. Porque, según el sagrado Crisóstomo "esto es lo que más sostiene a los fieles y constituye el amor; por eso, que sean una sola cosa, dice Cristo" (A los Filip. 4,3 P.G. 62,208). Expresando de nuevo la alegría y el agradecimiento de la Santísima Iglesia de Constantinopla y de nuestra Humildad por esa visita oficial y fraternal de Vuestra Santidad, deseamos a Vos y a vuestro venerable Séquito todas las bendiciones de parte del Señor y sea Vuestra permanencia entre nosotros un mayor estrechamiento de nuestros lazos fraternales para gloria de Su santo Nombre. "¡Gracias sean dadas a Dios por su don inefable!" (2 Cor 9,15).
La Corona de Adviento
La corona o guirnalda de Adviento es el primer anuncio de Navidad. El Adviento inicia el 30 de noviembre de 2014
La corona o guirnalda de Adviento es el primer anuncio de Navidad.
La palabra ADVIENTO es de origen latín y quiere decir VENIDA. Es el tiempo en que los cristianos nos preparamos para la venida de Jesucristo. El tiempo de adviento abarca cuatro semanas antes de Navidad.
Una costumbre significativa y de gran ayuda para vivir este tiempo es La corona o guirnalda de Adviento, es el primer anuncio de Navidad.
Origen: La corona de adviento encuentra sus raíces en las costumbres pre-cristianas de los germanos (Alemania). Durante el frío y la oscuridad de diciembre, colectaban coronas de ramas verdes y encendían fuegos como señal de esperanza en la venida de la primavera. Pero la corona de adviento no representa una concesión al paganismo sino, al contrario, es un ejemplo de la cristianización de la cultura. Lo viejo ahora toma un nuevo y pleno contenido en Cristo. El vino para hacer todas las cosas nuevas.
Nueva realidad: Los cristianos supieron apreciar la enseñanza de Jesús: Juan 8,12: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida.». La luz que prendemos en la oscuridad del invierno nos recuerda a Cristo que vence la oscuridad. Nosotros, unidos a Jesús, también somos luz: Mateo 5,14 «Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte."
En el siglo XVI católicos y protestantes alemanes utilizaban este símbolo para celebrar el adviento: Aquellas costumbres primitivas contenían una semilla de verdad que ahora podía expresar la verdad suprema: Jesús es la luz que ha venido, que está con nosotros y que vendrá con gloria. Las velas anticipan la venida de la luz en la Navidad: Jesucristo. La corona de adviento se hace con follaje verde sobre el que se insertan cuatro velas. Tres velas son violeta, una es rosa. El primer domingo de adviento encendemos la primera vela y cada domingo de adviento encendemos una vela mas hasta llegar a la Navidad. La vela rosa corresponde al tercer domingo y representa el gozo. Mientras se encienden las velas se hace una oración, utilizando algún pasaje de la Biblia y se entonan cantos. Esto lo hacemos en las misas de adviento y también es recomendable hacerlo en casa, por ejemplo antes o después de la cena. Si no hay velas de esos colores aun se puede hacer la corona ya que lo mas importante es el significado: la luz que aumenta con la proximidad del nacimiento de Jesús quien es la Luz del Mundo. La corona se puede llevar a la iglesia para ser bendecida por el sacerdote.
La corona de adviento encierra varios simbolismos:
La forma circular: El círculo no tiene principio ni fin. Es señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin, y también de nuestro amor a Dios y al prójimo que nunca debe de terminar.
Las ramas verdes: Verde es el color de esperanza y vida. Dios quiere que esperemos su gracia, el perdón de los pecados y la gloria eterna al final de nuestras vidas. El anhelo más importante en nuestras vidas debe ser llegar a una unión más estrecha con Dios, nuestro Padre.
Las cuatro velas: Nos hacen pensar en la obscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Después de la primera caída del hombre, Dios fue dando poco a poco una esperanza de salvación que iluminó todo el universo como las velas la corona. Así como las tinieblas se disipan con cada vela que encendemos, los siglos se fueron iluminando con la cada vez más cercana llegada de Cristo a nuestro mundo. Son cuatro velas las que se ponen en la corona y se prenden de una en una, durante los cuatro domingos de adviento al hacer la oración en familia.
Las manzanas rojas que adornan la corona: Representan los frutos del jardín del Edén con Adán y Eva que trajeron el pecado al mundo pero recibieron también la promesa del Salvador Universal.
El listón rojo: Representa nuestro amor a Dios y el amor de Dios que nos envuelve.
BENDICIÓN DE LA CORONA DE ADVIENTO
En algunas parroquias o colegios se hace la bendición de las Coronas de Adviento. Si no se puede asistir a estas celebraciones, se puede hacer la bendición en familia con la siguiente oración: Señor Dios, bendice con tu poder nuestra corona de adviento para que, al encenderla, despierte en nosotros el deseo de esperar la venida de Cristo practicando las buenas obras, y para que así, cuando Él llegue, seamos admitidos al Reino de los Cielos. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Todos: Amén.
La bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre esta Corona y sobre todos los que con ella queremos preparar la venida de Jesús.
PROPONEMOS ESTE ESQUEMA SENCILLO PARA ORAR AL ENCENDER LA VELA DE ADVIENTO
PRIMER DOMINGO LLAMADA A LA VIGILANCIA ENTRADA.
Se entona algún canto. Saludo.
Guía: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Acto de Contrición.
Guía: Reconozcamos ante Dios que somos pecadores.
Todos: Yo confieso ante Dios todopoderoso...
LITURGIA DE LA PALABRA. Lectura del santo evangelio según san Marcos 13,33:“Estén preparados y vigilando, ya que nos saben cual será el momento”. Palabra del Señor. (Breve pausa para meditar)
Reflexión.
Guía: Vigilar significa estar atentos, salir al encuentro del Señor, que quiere entrar, este año más que el pasado, en nuestra existencia, para darle sentido total y salvarnos.
ENCENDIDO DE LA VELA. Oración.
Guía: Encendemos, Señor, esta luz, como aquel que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene. En esta primer semana de Adviento queremos levantarnos para esperarte preparados, para recibirte con alegría. Muchas sombras nos envuelven. Muchos halagos nos adormecen.
Queremos estar despiertos y vigilantes, porque tú traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor Jesús!. ¡Ven, Señor Jesús!
PADRE NUESTRO
Guia: Unidos en una sola voz digamos: Padre Nuestro...
CONCLUSION
Guía: Ven, Señor, haz resplandecer tu rostro sobre nosotros.
Todos: Y seremos salvos. Amén.
Una Iglesia despierta
Las primeras generaciones cristianas vivieron obsesionadas por la pronta venida de Jesús. El resucitado no podía tardar. Vivían tan atraídos por él que querían encontrarse de nuevo cuanto antes. Los problemas empezaron cuando vieron que el tiempo pasaba y la venida del Señor se demoraba.
Pronto se dieron cuenta de que esta tardanza encerraba un peligro mortal. Se podía apagar el primer ardor. Con el tiempo, aquellas pequeñas comunidades podían caer poco a poco en la indiferencia y el olvido. Les preocupaba una cosa: «Que, al llegar Cristo, nos encuentre dormidos».
La vigilancia se convirtió en la palabra clave. Los evangelios la repiten constantemente: «vigilad», «estad alerta», «vivid despiertos». Según Marcos, la orden de Jesús no es solo para los discípulos que le están escuchando. «Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: Velad». No es una llamada más. La orden es para todos sus seguidores de todos los tiempos.
Han pasado veinte siglos de cristianismo. ¿Qué ha sido de esta orden de Jesús? ¿Cómo vivimos los cristianos de hoy?¿Seguimos despiertos? ¿Se mantiene viva nuestra fe o se ha ido apagando en la indiferencia y la mediocridad?
¿No vemos que la Iglesia necesita un corazón nuevo? ¿No sentimos la necesidad de sacudirnos la apatía y el autoengaño? ¿No vamos a despertar lo mejor que hay en la Iglesia? ¿No vamos a reavivar esa fe humilde y limpia de tantos creyentes sencillos?
¿No hemos de recuperar el rostro vivo de Jesús, que atrae, llama, interpela y despierta? ¿Cómo podemos seguir hablando, escribiendo y discutiendo tanto de Cristo, sin que su persona nos enamore y trasforme un poco más? ¿No nos damos cuenta de que una Iglesia “dormida” a la que Jesucristo no seduce ni toca el corazón, es una Iglesia sin futuro, que se irá apagando y envejeciendo por falta de vida?
¿No sentimos la necesidad de despertar e intensificar nuestra relación con él? ¿Quién como él puede liberar nuestro cristianismo de la inmovilidad, de la inercia, del peso del pasado, de la falta de creatividad? ¿Quién podrá contagiarnos su alegría? ¿Quién nos dará su fuerza creadora y su vitalidad? José Antonio Pagola.1 Domingo de Adviento – B (Marcos 13,33-37)
I Domingo de Adviento. Comenzar de nuevo “B”
(Is 63, 16b-17; 64, 1. 3b-8; Sal 79; 1 Co 1, 3-9; Mc 13, 33-37)
El año litúrgico se convierte en pedagogo para reavivar el espíritu y para impedir que caigamos en la inercia del acostumbramiento. Hoy es día de comenzar de nuevo, y de abrirnos a la esperanza.
Santa Teresa fija este día una de sus fundaciones, la primera de los carmelitas descalzos: “Primero o segundo domingo de adviento de este año de 1568 (que no me acuerdo cuál de estos domingos fue), se dijo la primera misa en aquel portalito de Belén, que no me parece era mejor” (Fundaciones 14, 6). Según los expertos, parece que fue el primer domingo de adviento, el 29, de noviembre de 1568).
Hoy se inicia el Año de la Vida Consagrada por deseos del papa Francisco, tiempo propicio para reavivar los carismas, y para orar por los que han sido llamados a seguir más de cerca a Jesús, a la vez que pedimos que no falten en la Iglesia personas que optan radicalmente por el Evangelio, siguiendo la forma de vida de Jesús y de su Madre.
LLAMADA DE LA PALABRA
Este ciclo “B” nos propone como evangelio dominical el texto de San Marcos. Es el más corto de los sinópticos, y es el relato que más nos aproxima a los hechos y dichos de Jesús.
Los textos bíblicos nos ofrecen varias llamadas:
“Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano” (Is 64, 7).
“Señor, Dios nuestro, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve” (Sal 79).
“Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo Señor Nuestro. ¡Y Él es fiel!” (1Co 1, 9)
“Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento” (Mc 13, 33-37).
OPCIÓN
Ante las diversas llamadas que nos hace este tiempo nuevo, sigamos al menos el consejo de Santa Teresa, relacionado con el Evangelio de hoy: “Plega a Su Majestad nos dé a entender lo mucho que le costamos y cómo no es más el siervo que el Señor, y qué hemos menester obrar para gozar su gloria, y que para esto nos es necesario orar para no andar siempre en tentación” (cf Mc 13, 33).
Primer domingo – Adviento Is 63,16b-17.19b; 64,2b-7; 1 Co 1,3-9; Mc 13,33-37 "Vigilar !!!"
1. Estamos de estreno
Estrenamos libro "Leccionario" de las lecturas litúrgicas, con los evangelios de Marcos y Juan. Estrenamos todo el año litúrgico, con un Adviento que, bien mirado, nunca es un tiempo "tópico", porque siempre nos trae mensajes. Algunos de estos mensajes centellean en nuestros ámbitos más íntimos y más familiares, las 4 velas de Adviento, las catequesis preparatorias para la Navidad ... Todo esto sería un dulce recuerdo de nuestra infancia, o de la de nuestros nietos y nietas, si no fuese presidido por una urgencia que nos llega como un grito, como el grito de un centinela despierto y espabilado. Un grito que nos dice: Atención, empiece a caminar; el semáforo está en verde, en esperanza. No sé si recordáis aquella cancioncilla que acompañaba un anuncio de turrones. "Vuelva a casa por Navidad ...!" Nos cantaban. A veces de una manera insistente e inoportuna. Pues, sí, volvemos a casa, pero en la casa de cada uno, a su mundo interior, a su propia cueva, allí donde siempre quedan rincones para iluminar, para pulir, para acoger a alguien ...2. Hace frío!Lo que pasa es que hace frío, y no precisamente el frío de la atmósfera. El frío de la indiferencia, de la insensibilidad. Creo modestamente que esta indiferencia, esta insensibilidad es uno de los "pecados" más nuestros, y no siempre confesados, porque vamos agobiados y ni nos damos cuenta de que nos estamos insensibiliza.
Por eso hay que detenerse, ir a nuestra chimenea del corazón, y recordar aquellos versos de Antonio Machado, descriptivos y muy apropiados para tiempos de cambios y de nuevas circunstancias: "Creemos mí hogar apagado; Revólver las cenizas, me quemé la mano. "Sí, todavía nos queda rescoldo, que hay que reanimar, haciendo que el aliento del Espíritu de Adviento y de la Navidad lo vuelva a reavivar todo. No dejemos que la frialdad de la indiferencia, de la rutina y la insensibilidad nos llegue al hueso del alma.3. Vigilamos!Y para que se desvanezca la frialdad necesitamos vigilar, abrir los ojos, es decir, "mirar" que es mucho más que ver, al igual que "escuchar" es mucho más que oír. Para mirar y escuchar se necesita más que los ojos y los oídos. Se necesita la cabeza y el corazón, es decir, la persona entera, ponerla en estado de vigilancia interna. Es lo que Jesús nos recuerda al Evangelio. Y lo hace en un momento solemne. San Marcos pone en labios de Jesús la profecía de la destrucción histórica del Templo de Jerusalén, como si nos quisiera decir: "Debe cambiar el rostro y el alma de la religión, de la fe. Debe cambiar el rostro y el alma de la sociedad. "Palabras solemnes que luego se traducen en signos humanos y concretos. No sé si conocéis esa anécdota. Un científico tenía mucho trabajo, pero su hijo de 7 añitos, moviéndose por su laboratorio, el distraía. Y para poder conseguir que estuviera un buen rato quieto y bien ocupado le preparó un puzzle (le gustaban mucho hacerlos) que era un mapamundi bien complicado, hecho a trozos, recortado. Al cabo de cinco minutos ya lo tenía hecho. Sorprendido le dijo: ¿Cómo es posible que ya lo hayas terminado? Muy sencillo, padre; detrás estaba la figura de un hombre. Y arreglando el hombre, he arreglado el mundo. Nada menos. El niños del espetan así.Nosotros no podremos arreglar el mundo tan fácilmente. Ya hay otros que tienen mucha más responsabilidad, más poder decisorio, más capacidades. Pero a nosotros nos ha confiado la misión de contagiar esperanza, ganas de vivir y sentido de la vida a aquellos que tenemos a nuestro lado. Son los más cercanos, los próximos, los de casa, los de la escala, los del voluntariado, los de la Comunidad, los del Banco de Alimentos. Y hacerlo con una carga "extra" interior: la fuerza del Adviento.Desempolvemos nuestro Adviento, adornamos con las luces de aquellas velas, si se quiere, como la "pequeña flor de la esperanza" que decía Charles Péguy ... Que esta Luz ocupe un lugar en el buffet o en el trinchante del comedor. Y ponemos hacérselo nombre a cada vela; el nombre de una pequeña llama que nos comprometa. Pero para ello es necesario "ir hacia dentro, volver a" casa ", la casa más profunda que tenemos, de la que nadie nos puede desahuciar.
Evangelio según San Marcos 13,33-37.
En aquél tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento. Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela. Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos. Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén prevenidos!". Pedro de Blois (c.1130-1211), archidiácono en Inglaterra In Ephata I,
Las tres venidas de Cristo
Contemplamos tres venidas del Señor, la primera en la carne, la segunda en el alma, la tercera a la hora del juicio. La primera tuvo lugar en medio de la noche según las palabrs del evangelio: “A medianoche se oyó un grito: Ya está ahí el Esposo.” (Mt 25,6) Esta primera llegada ya ha pasado, porque Cristo se ha hecho visible en la tierra y ha conversado con los hombres.
Ahora estamos en la segunda venida, a condición que estemos preparados para que pueda venir a nosotros, pues ha dicho que “si le amamos vendrá a nosotros y habitará en nosotros” (cf Jn 14,23). Esta segunda venida es para nosotros una venida mezclada con incertidumbre, porque ¿quién sino el Espíritu de Dios conoce los que son de Dios? Aquellos que son arrebatados por el deseo de Dios saben bien cuándo viene, pero no saben “ni de dónde viene ni a dónde va”(Jn 3,8).
En cuanto a la tercera venida, es cierto que tendrá lugar e incierto cuándo tendrá lugar; ya que no hay cosa más cierta que la muerte ni cosa más incierta que el día de la muerte. “Cuando los hombres hablen de paz y seguridad, entonces, caerá sobre ellos la ruina de improviso, igual que los dolores de parto sobre la mujer embarazada, y no podrán escapar.” (1 Tes 5,3) La primer venida se efectuó en la humildad y ocultamiento, la segunda es misteriosa y llena de amor, la tercera será manifiesta y terrible. En su primera venida, Cristo ha sido juzgado por los hombres injustos; en la segunda nos hará justicia por la gracia; en la última juzgará todo con justicia y rectitud: Cordero en la primera venida, León en la tercera, Amigo lleno de ternura en la segunda venida.
30 de noviembre 2014 Domingo I de Adviento Is 63, 16b-17.19b: 64, 2b-7
En el camino que hoy iniciamos hacia la encarnación de Dios, dos ideas no deben ser olvidadas. La primera: «Tú, Señor, eres nuestro padre, su nombre es, desde siempre, El-nuestro-redentor». Y la segunda: «Oh rasgases el cielo y bajases, ante su derritiendo los montes». Dios, en efecto, es como un padre que esperamos que desde las alturas se acerque para liberarnos de las dificultades. ¿Piensas hacer algo para acogerlo cuando venga a ti? Señor, sálvanos de nuestra pasividad.
San Andrés de Betsaida
San Andrés, apóstol. Fiesta de san Andrés, apóstol, natural de Betsaida, hermano de Pedro y pescador como él. Fue el primero de los discípulos de Juan el Bautista a quien llamó el Señor Jesús junto al Jordán y que le siguió, trayendo consigo a su hermano. La tradición dice que, después de Pentecostés, predicó el Evangelio en la región de Acaya, en Grecia, y que fue crucificado en Patrás. La Iglesia de Constantinopla lo venera como muy insigne patrono.
Decía Aristóteles que la naturaleza aborrece el vacío, y nosotros podríamos agregar que el ser humano también: cuando, por ejemplo, sabemos que deberíamos tener recuerdos de algo, pero se da la circunstancia de que no los tenemos, ya se encarga nuestra mente de proveerse de «recuerdos» sustitutos, en forma de leyendas y de cosas que «se dicen por ahí» pero nadie sabe exactamente cómo surgieron. Muchos cristianos están convencidos de que en eso consiste la «tradición», en aceptar llenar los huecos de nuestras incertezas con datos cuyo único valor es ser muy muy viejos, como si lo viejo y lo antiguo fueran lo mismo, o como si lo viejo, por el mero hecho de serlo, fuera garantía de verdad. Cuando nació nuestra fe, era todo muy pequeño, no había ni el interés, ni la necesidad, ni la motivación, ni siquiera el mandato explícito de Jesús de organizar una «nueva religión»; el cristianismo funcionó por casi cerca de 50 años como una parte del judaísmo; apenas si san Pablo hacía planteos que podían suponer en algún momento la noción de algo enteramente nuevo, de una ruptura total con el judaísmo, pero ni siquiera él llevó esa posible ruptura a su extremo lógico. Así que el cristianismo naciente conservó intactas las tradiciones profundas en torno a Jesús y a la iglesia inicial (todo eso sí que es auténtica Tradición), pero no conservó casi datos cotidianos de los primeros miembros de la nueva fe, como hubieran hecho si hubieran sentido que eran «los fundadores» de algo. No sabemos la edad de Jesús cuando murió y resucitó, no sabemos cuándo ni dónde nacieron los apóstoles, no sabemos exactamente qué hizo cada uno después de la ascensión del Maestro, etc. Pasa con ello como vemos cotidianamente con los mártires antiguos del santoral: cuando se vuelven importantes, que es cuando dan su testimonio, ya no hay datos ni a quién preguntarle, entonces surgen las leyendas y tradiciones pías rellenando las lagunas de nuestro saber, porque también la memoria aborrece el vacío.
Estos párrafos debería ponerlos al iniciar cualquier escrito sobre cualquiera de los doce apóstoles, pero toca hoy hablar de san Andrés, y vengo embebido de leer una larguísima «Biografía de san Andres», con detalles de diálogos y todo, de cabo a rabo inventada, puesto que, a decir verdad, a pesar de ser Andrés el «Protocletos» -es decir, el primer llamado por el Señor-, sabemos sobre él apenas poquito más que eso. Era hermano de Simón Pedro, y su padre se llamaba Jonás, eso lo sabemos porque a Pedro se lo llama «hijo de Jonás» (Mt 16,17), pero el pobre Andrés quedó tan eclipsado por la figura de su hermano, que sabemos su filiación sólo a través de Pedro. Es nombrado doce veces en todo el Nuevo Testamento: -Ocho entre Marcos, Mateo, Lucas y Hechos, donde invariablemente aparece como «hermano de Simón» y nombrado siempre en lugar secundario (Mt 4,18; 10,2; Mc 1,16; 1,29; 3,17-18; 13,3; Lc 6,14 y Hech 1,13). De todas estas citas quizás la más interesante sea la de Mc 13,3; Jesús habla de la futura ruina del templo de Jerusalén, y como introducción al pequeño «discurso escatológico» (mucho más amplio en Mateo y Lucas) dirá:«Estando luego sentado en el monte de los Olivos, frente al Templo, le preguntaron en privado Pedro, Santiago, Juan y Andrés...» ¿Qué tiene de interesante esta cita en relación a Andrés? que estamos más bien acostumbrados a la terna Pedro, Santiago y Juan, llamados «Columnas de Jerusalén», pero este pasaje de Marcos probablemente represente un recuerdo histórico mucho más antiguo que el de las «Columnas de Jerusalén», y nos muestra una reunión de Jesús con los suyos sin que el narrador le superponga una teología de cómo instruía Jesús a su Iglesia; en los pasajes paralelos, en cambio, toda la escena aparece ya más elaborada y cada detalle más «teologizado»: en Mt 24,3 esta «enseñanza privada» es «a los discípulos» (teológicamente: a toda la Iglesia), mientras que en Lc 21,5 no hace distingo entre enseñada privada y pública, por lo que da por supuesto que es «a todos los que escuchaban». Y así, con ocasión de Andrés en ese fragmentito «preteológico» de Marcos hemos podido tomar una instantánea sin poses de Jesús con algunos de los suyos. -Las otras cuatro veces son en Juan, donde asume una importancia un poquito mayor. No mucho más que lo visto, pero en medio de la sequía de información que tenemos, las dos o tres gotas que nos aporta Juan saben a diluvio. Veámoslas en detalle: Juan 1,40: Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús.
Nos muestra a un Andrés con inquietudes religiosas: no sólo Jesús lo llamó, él mismo estaba a la búsqueda de algo -por eso andaba tras Juan el Bautista-, y ese «algo» que buscaba coincidió, o se encontró, con el llamado de Jesús. Juan 1,44: Felipe era de Betsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro.
No nos aporta mucho más, pero es la única cita donde, mencionando a los dos, pone a Andrés primero. Además nos enteramos de que es de Betsaida, pero lamentablemente la localización de esa aldea no es del todo segura, aunque siempre dentro de Galilea. Y en ésta, ¡por fin habla!
Juan 6,8: Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?»Aquí vemos la Iglesia en pleno funcionamiento,
Juan 12,20ss: Había algunos griegos de los que subían a adorar en la fiesta. Estos se dirigieron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron: «Señor, queremos ver a Jesús». Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús responde con algo incomprensible en el momento, y que incluso nosotros podemos quedarnos perplejos preguntándonos qué tiene que ver en el contexto, les dice a Andrés y Felipe:
«Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto...» (12,23-24)
¿qué tenía que ver la llegada de unos griegos que tenían deseos de ver a Jesús con la llegada de la Hora de Jesús? Ahora no se entiende, pero más tarde, cuando la Iglesia reflexione, entenderá que esa llegada de «los griegos» (es decir, de judíos griegos, puesto que vienen «a adorar») marca el instante en que Jesús ha quedado de manifiesto a todos los judíos, ha quedado exhibido ante el judaísmo entero, el de Jerusalén y el de la Diáspora, y ahora debe realizar aquello para lo que vino. Quizás por relacionar este episodio de Andrés y los griegos con la evangelización de los paganos que comienza unas décadas después, una tradición posterior hace de san Andrés Apóstol entre los griegos, martirizado en la muy griega ciudad de Patras, en Acaya. En realidad no sabemos qué fue de cada uno de los apóstoles. Hay muchas tradiciones de los siglos II y III que nos cuentan dónde y cuándo evangelizó y murió cada uno de ellos, y muchos de los Padres de la Iglesia (no todos, porque no hay unanimidad en la transmisión de estos datos) se hacen eco de esas tradiciones a falta de datos documentales. Está bien, nada impide que San Andrés haya muerto en Acaya crucificado en una cruz de aspas, predicando desde la cruz durante tres días hasta morir, o que Santiago haya llegado hasta Hispania, o santo Tomás hasta la India, pero hay que tener en cuenta dos aspectos: -Que en el siglo II se planteó un problema muy grave con el surgimiento de las diversas sectas gnósticas, para quienes todo el mensaje de Jesús era tan pero tan espiritual, que negaban toda realidad histórica concreta a los evangelios, por lo que muchas veces esas tradiciones no documentadas sobre los Apóstoles no representaban verdaderamente recuerdos históricos sino argumentos apologéticos populares, para uso «en la trinchera». Habrá seguramente mucho fondo histórico en ellas, pero sin que podamos, a la distancia, reconocer con claridad qué cosas son sucedidos y cuáles son rellenos legendarios para hacer más vivo el relato de los orígenes cristianos. -Que no tiene nada de malo tomarse en serio esas tradiciones, siempre que no pretendamos sacar de ellas conclusiones que dependan de la veracidad de unos datos históricos que de ninguna manera podemos comprobar.
Sobre san Andrés tenemos una tradición mucho menos conocida que la evangelización entre los griegos: un escrito de finales del siglo II lo pone como la autoridad apostólica que garantiza la veracidad del Evangelio de Juan; por lo que podría conjeturarse que es él el innominado «Discípulo amado» que menciona el evangelio. El texto al que me refiero se encuentra en un canon, un listado de libros auténticos del NT, que resulta ser la lista más antigua de escritos del NT que tenemos; se denomina «Canon de Muratori», fue escrito hacia el año 170 o poco más, luego se perdió, y fue descubierto por el profesor Luis Muratori en 1740; este texto, de gran importancia en los estudios de historia del canon bíblico, dice así respecto del Evangelios de Juan: El cuarto evangelio es de Juan, uno de los discípulos. Cuando sus co-discípulos y obispos le animaron, dijo Juan, «Ayunad junto conmigo durante tres días a partir de hoy, y, lo que nos fuera revelado, contémoslo el uno al otro». Esta misma noche le fue revelado a Andrés, uno de los apóstoles, que Juan debería escribir todo en nombre propio, y que ellos deberían revisárselo. Por lo tanto, aunque se enseñan comienzos distintos para los varios libros del evangelio, no hace diferencia para la fe de los creyentes, ya que en cada uno de ellos todo ha sido declarado por un solo Espíritu... Como se ve, aquí distingue claramente «discípulos» de «apóstoles» (identificados con los Doce), el Juan autor del evangelio no resultaría ser el Apóstol Juan sino un Juan del grupo de los discípulos (posiblemente el «Juan el presbítero» que firma las cartas de Juan), que pertenecería a la comunidad de Andrés, y por lo tanto sería este Apóstol, Andrés, el garante de la apostolicidad del cuarto evangelio. Por supuesto, ésta también es una tradición del siglo II, que cae por tanto bajo las mismas prevenciones que lo ya dicho, pero de todos modos, ante lo poco que sabemos de cada apóstol, y en especial de los que no fueron las «Columnas de Jerusalén», puede ser interesante verlo aparecer en su propia figura, y no siempre en el coro de los Doce. «Aspectos del pensamiento neotestamentario» de David Stanley y Raymond Brown, en el tomo V del Comentario Bíblico «San Jerónimo», en el apartado dedicado a «Los Doce», como conjunto y cada uno en particular. John P. Meier, «Un judío marginal», tomo III, pág. 219. Ed. Verbo Divino, 2003.
Andrés, nacido en Betsaida, fue primeramente discípulo de Juan Bautista, siguió después a Cristo y le presentó también a su hermano Pedro. Él y Felipe son los que llevaron ante Jesús a unos griegos, y el propio Andrés fue el que hizo saber a Cristo que había un muchacho que tenía unos panes y unos peces. Según la tradición, después de Pentecostés predicó el Evangelio en muchas regiones y fue crucificado en Acaya.
SAN ANDRES nació en Betsaida, población de Galilea situada a orillas del lago de Genezaret. Era hijo del pescador Jonás y hermano (de Sinmón Pedro. La Sagrada Escritura no especifica si era mayor o menor que éste. La familia tenía una casa en Cafarnaún y en ella se alojaba Jesús cuando predicaba en esa ciudad. Cuando San Juan Bautista empezó a predicar la penitencia, Andrés se hizo discípulo suyo. Precisamente estaba con su maestro, cuando Juan Bautista, después de haber bautizado a Jesús, le vio pasar y exclamó: "¡He ahí al cordero de Dios!" Andrés recibió luz del cielo para comprender esas palabras misteriosas. Inmediatamente, él y otro discípulo del Bautista siguieron a Jesús, el cual los percibió con los ojos del Espíritu antes de verlos con los del cuerpo. Volviéndose, pues, hacia ellos, les dijo: "¿Qué buscáis?" Ellos respondieron que querían saber dónde vivía y Jesús les pidió que le acompañasen a su morada. Andrés y sus compañeros pasaron con Jesús las dos horas que quedaban del día. Andrés comprendió claramente que Jesús era el Mesías y, desde aquel instante, resolvió seguirle. Así pues, fue el primer discípulo de Jesús. Por ello los griegos le llaman "Proclete" (el primer llamado). Andrés llevó más tarde a su hermano a conocer a Jesús, quien le tomó al punto por discípulo, le dio el nombre de Pedro. Desde entonces, Andrés y Pedro fueron discípulos de Jesús. Al principio no le seguían constantemente, como habían de hacerlo más tarde, pero iban a escucharle siempre que podían y luego regresaban al lado de su familia a ocuparse de sus negocios. Cuando el Salvador volvió a Galilea, encontró a Pedro y Andrés pescando en el lago y los llamó definitivamente al ministerio apostólico, anunciándoles que haría de ellos pescadores de hombres. Abandonaron inmediatamente sus redes para seguirle y ya no volvieron a separarse de EI. AI año siguiente, nuestro Señor eligió a los doce Apóstoles; el nombre de Andrés figura entre los cuatro primeros en las listas del Evangelio. También se le menciona a propósito de la multiplicación de los panes (Juan, 6, 8-9) y de los gentiles que querían ver a Jesús (Juan, 12, 20-22) Aparte de unas cuantas palabras de Eusebio, quien dice que San Andrés predicó en Scitia, y de que ciertas "actas" apócrifas que llevan el nombre del apóstol fueron empleadas por los herejes, todo lo que sabemos sobre el santo procede de escritos apócrifos. Sin embargo, hay una curiosa mención de San Andrés en el documento conocido con el nombre de "Fragmento de Muratori", que data de principios del siglo III: "El cuarto Evangelio (fue escrito) por Juan, uno de los discípulos.
Cuando los otros discípulos y obispos le urgieron (a que escribiese), les dijo: "Ayunad conmigo a partir de hoy durante tres días, y después hablaremos unos con otros sobre la revelación que hayamos tenido, ya sea en pro o en contra. Esa misma noche, fue revelado a Andrés, uno de los Apóstoles, que Juan debía escribir y que todos debían revisar lo que escribiese". Teodoreto cuenta que Andrés estuvo en Grecia; San Gregorio Nazianceno especifica que estuvo en Epiro, y San Jerónimo añade que estuvo también en Acaya. San Filastrio dice que del Ponto pasó a Grecia, y que en su época (siglo IV) los habitantes de Sínope afirmaban que poseían un retrato auténtico del santo y que conservaban el ambón desde el cual había predicado en dicha ciudad. Aunque todos estos autores concuerdan en la afirmación de que San Andrés predicó en Grecia, la cosa no es absolutamente cierta. En la Edad Media era creencia general que San Andrés había estado en Bizancio, donde dejó como obispo a su discípulo Staquis (Rom. 14,9). El origen de esa tradición es un documento falso, en una época en que convenía a Constantinopla atribuirse un origen apostólico para no ser menos que Roma, Alejandría y Antioquía. (El primer obispo de Bizancio del que consta por la historia, fue San Metrófanes, en el siglo IV). El género de muerte de San Andrés y el sitio en que murió son también inciertos. La "pasión" apócrifa dice que fue crucificado en Patras de Acaya. Como no fue clavado a la cruz, sino simplemente atado, pudo predicar al pueblo durante dos días antes de morir. Según parece, la tradición de que murió en una cruz en forma de "X" no circuló antes del siglo IV. En tiempos del emperador Constancio II (+361), las presuntas reliquias de San Andrés fueron trasladadas de Patras a la iglesia de los Apóstoles, en Constantinopla. Los cruzados tomaron Constantinopla en 1204, y, poco después las reliquias fueron robadas y trasladadas a la catedral de Amalfi, en Italia. Según una tradición que carece de valor, el santo fue a misionar basta Kiev. Nadie afirma que haya ido también a Escocia, y la leyenda que se conserva en el Breviario de Aberdeen y en los escritos de Juan de Fordun, no merece crédito alguno. Según dicha leyenda, un tal San Régulo, que era originario de Patras y se encargó de trasladar las reliquias del apóstol en el siglo IV, recibió en sueños aviso de un ángel de que debía trasportar una parte de las mismas al sitio que se le indicaría más tarde. De acuerdo con las instrucciones, Régulo se dirigió hacia el noroeste, "hacia el extremo de la tierra"". El ángel le mandó detenerse donde se encuentra actualmente Saint Andrews, Régulo construyó ahí una Iglesia para las reliquias, fue elegido primer obispo del lugar y evangelizó al pueblo durante treinta años. Probablemente esta leyenda data del siglo VIII. El 9 de mayo se celebra en la diócesis de Saint Andrews la fiesta de la traslación de las reliquias.
El nombre de San Andrés figura en el canon de la misa, junto con los de otros Apóstoles. También figura, con los nombres de la Virgen Santísima y de San Pedro y San Pablo, en la intercalación que sigue al Padrenuestro. Esta mención suele atribuirse a la devoción que el Papa San Gregorio Magno profesaba al santo, aunque tal vez data de fecha anterior. -Vidas de los Santos de Butler, Vol. IV.
Protégenos, Señor, con la constante intercesión del apóstol san Andrés, a quien escogiste para ser predicador y pastor de tu Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
El Papa y el Patriarca en el balcón del Fanar
Condenan la violencia en Siria, Irak y todo el Medio Oriente
Declaración conjunta católico-ortodoxa: "Estamos juntos en el martirio"
"Rezamos por la paz en Ucrania, un país con una antigua tradicióin cristiana"
No podemos resignarnos a un Medio Oriente sin cristianos, que han profesado allí el nombre de Jesús durante dos mil años
(José M. Vidal/Agencias).- Tras la comunión en la oración y en la liturgia, los dos Primados,Francisco y Bartolomé, quisieron escenificar un paso más hacia la plena unidad con la firma de una solemne declaración conjunta, en la que se comprometen a la unidad y condenan la violencia en el mundo, al tiempo que piden la paz en Ucrania y que no desaparezcan los cristianos en Oriente Medio.
Después de la Divina Liturgia el Papa Francisco y el Patriarca Bartolomé I se asomaron al balcón del Patriarcado Ecuménico y bendijeron a los fieles reunidos en la calle. Francisco impartió la bendición en latín y Bartolomé I en griego. A continuación subieron al Salón del Trono donde firmaron la siguiente Declaración común
Texto íntegro de la declaración conjunta
'Nosotros, el Papa Francisco y el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, expresamos nuestra profunda gratitud a Dios por el don de este nuevo encuentro que, en presencia de los miembros del Santo Sínodo, del clero y de los fieles del Patriarcado Ecuménico, nos permite celebrar juntos la fiesta de san Andrés, el primer llamado y hermano del Apóstol Pedro. Nuestro recuerdo de los Apóstoles, que proclamaron la buena nueva del Evangelio al mundo mediante su predicación y el testimonio del martirio, refuerza en nosotros el deseo de seguir caminando juntos, con el fin de superar, en el amor y en la verdad, los obstáculos que nos dividen.
Durante nuestro encuentro en Jerusalén del mayo pasado, en el que recordamos el histórico abrazo de nuestros venerados predecesores, el Papa Pablo VI y el Patriarca Ecuménico Atenágoras, firmamos una declaración conjunta. Hoy, en la feliz ocasión de este nuevo encuentro fraterno, deseamos reafirmar juntos nuestras comunes intenciones y preocupaciones.
Expresamos nuestra resolución sincera y firme, en obediencia a la voluntad de nuestro Señor Jesucristo, de intensificar nuestros esfuerzos para promover la plena unidad de todos los cristianos, y sobre todo entre católicos y ortodoxos. Además, queremos apoyar el diálogo teológico promovido por la Comisión Mixta Internacional que, instituida hace exactamente treinta y cinco años por el Patriarca Ecuménico Dimitrios y el Papa Juan Pablo II aquí, en el Fanar, está actualmente tratando las cuestiones más difíciles que han marcado la historia de nuestra división, y que requieren un estudio cuidadoso y detallado. Para ello, aseguramos nuestra ferviente oración como Pastores de la Iglesia, pidiendo a nuestros fieles que se unan a nosotros en la común invocación de que ''todos sean uno,... para que el mundo crea''.
Expresamos nuestra preocupación común por la situación actual en Irak, Siria y todo el Medio Oriente. Estamos unidos en el deseo de paz y estabilidad, y en la voluntad de promover la resolución de los conflictos mediante el diálogo y la reconciliación. Si bien reconocemos los esfuerzos realizados para ofrecer ayuda a la región, hacemos al mismo tiempo un llamamiento a todos los que tienen responsabilidad en el destino de los pueblos para que intensifiquen su compromiso con las comunidades que sufren, y puedan, incluidas las cristianas, permanecer en su tierra nativa. No podemos resignarnos a un Medio Oriente sin cristianos, que han profesado allí el nombre de Jesús durante dos mil años. Muchos de nuestros hermanos y hermanas están siendo perseguidos y se han visto forzados con violencia a dejar sus hogares.
Parece que se haya perdido hasta el valor de la vida humana, y que la persona humana ya no tenga importancia y pueda ser sacrificada a otros intereses. Y, por desgracia, todo esto acaece por la indiferencia de muchos. Como nos recuerda san Pablo: ''Si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él''. Esta es la ley de la vida cristiana, y en este sentido podemos decir que también hay un ecumenismo del sufrimiento. Así como la sangre de los mártires ha sido siempre la semilla de la fuerza y la fecundidad de la Iglesia, así también el compartir los sufrimientos cotidianos puede ser un instrumento eficaz para la unidad. La terrible situación de los cristianos y de todos los que están sufriendo en el Medio Oriente, no sólo requiere nuestra oración constante, sino también una respuesta adecuada por parte de la comunidad internacional.
Los retos que afronta el mundo en la situación actual, necesitan la solidaridad de todas las personas de buena voluntad, por lo que también reconocemos la importancia de promover un diálogo constructivo con el Islam, basado en el respeto mutuo y la amistad. Inspirado por valores comunes y fortalecido por auténticos sentimientos fraternos, musulmanes y cristianos están llamados a trabajar juntos por el amor a la justicia, la paz y el respeto de la dignidad y los derechos de todas las personas, especialmente en aquellas regiones en las que un tiempo vivieron durante siglos en convivencia pacífica, y ahora sufren juntos trágicamente por los horrores de la guerra. Además, como líderes cristianos, exhortamos a todos los líderes religiosos a proseguir y reforzar el diálogo interreligioso y de hacer todo lo posible para construir una cultura de paz y la solidaridad entre las personas y entre los pueblos. También recordamos a todas las personas que experimentan el sufrimiento de la guerra. En particular, oramos por la paz en Ucrania, un país con una antigua tradición cristiana, y hacemos un llamamiento a todas las partes implicadas a que continúen el camino del diálogo y del respeto al derecho internacional, con el fin de poner fin al conflicto y permitir a todos los ucranianos vivir en armonía.
Tenemos presentes a todos los fieles de nuestras Iglesias en el todo el mundo, a los que saludamos, encomendándoles a Cristo, nuestro Salvador, para que sean testigos incansables del amor de Dios. Elevamos nuestra ferviente oración para que el Señor conceda el don de la paz en el amor y la unidad a toda la familia humana.
''Que el mismo Señor de la paz os conceda la paz siempre y en todo lugar. El Señor esté con todos vosotros''.