Natividad de San Juan Bautista
- 24 Junio 2019
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Natividad de San Juan Bautista
Solemninad Litúrgica, 24 de junio
Nacimiento de Juan Bautista
Solemnidad de la Natividad de san Juan Bautista, Precursor del Señor, que, estando aún en el seno materno, al quedar lleno del Espíritu Santo exultó de gozo por la próxima llegada de la salvación del género humano. Su nacimiento profetizó la Natividad de Cristo el Señor, y su existencia brilló con tal esplendor de gracia, que el mismo Jesucristo dijo no haber entre los nacidos de mujer nadie tan grande como Juan el Bautista.
Origen de la fiesta
La Iglesia celebra normalmente la fiesta de los santos en el día de su nacimiento a la vida eterna, que es el día de su muerte. En el caso de San Juan Bautista, se hace una excepción y se celebra el día de su nacimiento. San Juan, el Bautista, fue santificado en el vientre de su madre cuando la Virgen María, embarazada de Jesús, visita a su prima Isabel, según el Evangelio.
Esta fiesta conmemora el nacimiento "terrenal" del Precursor. Es digno de celebrarse el nacimiento del Precursor, ya que es motivo de mucha alegría, para todos los hombres, tener a quien corre delante para anunciar y preparar la próxima llegada del Mesías, o sea, de Jesús. Fue una de las primeras fiestas religiosas y, en ella, la Iglesia nos invita a recordar y a aplicar el mensaje de Juan.
El nacimiento de Juan Bautista
Isabel, la prima de la Virgen María estaba casada con Zacarías, quien era sacerdote, servía a Dios en el templo y esperaba la llegada del Mesías que Dios había prometido a Abraham. No habían tenido hijos, pero no se cansaban de pedírselo al Señor. Vivían de acuerdo con la ley de Dios.
Un día, un ángel del Señor se le apareció a Zacarías, quien se sobresaltó y se llenó de miedo. El Árcangel Gabriel le anunció que iban a tener un hijo muy especial, pero Zacarías dudó y le preguntó que cómo sería posible esto si él e Isabel ya eran viejos. Entonces el ángel le contestó que, por haber dudado, se quedaría mudo
hasta que todo esto sucediera. Y así fue.
La Virgen María, al enterarse de la noticia del embarazo de Isabel, fue a visitarla. Y en el momento en que Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó de júbilo en su vientre. Éste es uno de los muchos gestos de delicadeza, de servicio y de amor que tiene la Virgen María para con los demás. Antes de pensar en ella misma, también embarazada, pensó en ir a ayudar a su prima Isabel.
El ángel había encargado a Zacarías ponerle por nombre Juan. Con el nacimiento de Juan, Zacarías recupera su voz y lo primero que dice es: "Bendito el Señor, Dios de Israel".
Juan creció muy cerca de Dios. Cuando llegó el momento, anunció la venida del Salvador, predicando el arrepentimiento y la conversión y bautizando en el río Jordán.
La predicación de Juan Bautista
Juan Bautista es el Precursor, es decir, el enviado por Dios para prepararle el camino al Salvador. Por lo tanto, es el último profeta, con la misión de anunciar la llegada inmediata del Salvador.
Juan iba vestido de pelo de camello, llevaba un cinturón de cuero y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Venían hacia él los habitantes de Jerusalén y Judea y los de la región del Jordán.
Juan bautizaba en el río Jordán y la gente se arrepentía de sus pecados. Predicaba que los hombres tenían que cambiar su modo de vivir para poder entrar en el Reino que ya estaba cercano.
El primer mensaje que daba Juan Bautista era el de reconocer los pecados, pues, para lograr un cambio, hay que reconocer las fallas. El segundo mensaje era el de cambiar la manera de vivir, esto es, el de hacer un esfuerzo constante para vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. Esto serviría de preparación para la venida del Salvador. En suma, predicó a los hombres el arrepentimiento de los pecados y la conversión de vida.
Juan reconoció a Jesús al pedirle Él que lo bautizara en el Jordán. En ese momento se abrieron los cielos y se escuchó la voz del
Padre que decía: "Éste es mi Hijo amado...". Juan dio testimonio de esto diciendo: "Éste es el Cordero de Dios...". Reconoció siempre la grandeza de Jesús, del que dijo no ser digno de desatarle las correas de sus sandalias, al proclamar que él debía disminuir y Jesús crecer porque el que viene de arriba está sobre todos.
Fue testigo de la verdad hasta su muerte. Murió por amor a ella. Herodías, la mujer ilegítima de Herodes, pues era en realidad la mujer de su hermano, no quería a Juan el Bautista y deseaba matarlo, ya que Juan repetía a Herodes: "No te es lícito tenerla".
La hija de Herodías, en el día de cumpleaños de Herodes, bailó y agradó tanto a su padre que éste juró darle lo que pidiese.
Ella, aconsejada por su madre, le pidió la cabeza de Juan el Bautista. Herodes se entristeció, pero, por el juramento hecho, mandó que le cortaran la cabeza de JuanBautista que estaba en la cárcel.
¿Qué nos enseña la vida de Juan Bautista?
Nos enseña a cumplir con nuestra misión que adquirimos el día de nuestro bautismo: ser testigos de Cristo viviendo en la verdad de su palabra; transmitir esta verdad a quien no la tiene, por medio de nuestra palabra y ejemplo de vida; a ser piedras vivas de la Iglesia, así como era el Papa Juan Pablo II.
Nos enseña a reconocer a Jesús como lo más importante y como la verdad que debemos seguir. Nosotros lo podemos recibir en la Eucaristía todos los días.
Nos hace ver la importancia del arrepentimiento de los pecados y cómo debemos acudir con frecuencia al sacramento de la confesión.
Podemos atender la llamada de Juan Bautista reconociendo nuestros pecados, cambiando de manera de vivir y recibiendo a Jesús en la Eucaristía.
El examen de conciencia diario ayuda a la conversión, ya que con éste estamos revisando nuestro comportamiento ante Dios y ante los demás.
En el siguiente enlace encontrarás más información sobre el Nacimiento de Juan el Bautista
Santo Evangelio según San Lucas 1, 57-66. 80. El Nacimiento de san Juan Bautista
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, concédeme la gracia de abrir mi corazón a tu voz; que ella sea para mí, fuente de amor y esperanza.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 1, 57-66. 80
Por aquellos días, le llegó a Isabel la hora de dar a luz y tuvo un hijo. Cuando sus vecinos y parientes se enteraron de que el Señor le había manifestado tan grande misericordia, se regocijaron con ella.
A los ocho días fueron a circuncidar al niño y le querían poner Zacarías, como su padre; pero la madre se opuso, diciéndoles: “No, su nombre será Juan”. Ellos le decían: “Pero si ninguno de tus parientes se llama así”.
Entonces le preguntaron por señas al padre cómo quería que se llamara el niño. Él pidió una tablilla y escribió: “Juan es su nombre”. Todos se quedaron extrañados. En ese momento a Zacarías se le soltó la lengua, recobró el habla y empezó a bendecir a Dios.
Un sentimiento de temor se apoderó de los vecinos y en toda la región montañosa de Judea se comentaba este suceso. Cuantos se enteraban de ello, se preguntaban impresionados: “¿Qué va a ser de este niño?”. Esto lo decían, porque realmente la mano de Dios estaba con él.
El niño se iba desarrollando físicamente y su espíritu se iba fortaleciendo, y vivió en el desierto hasta el día en que se dio a conocer al pueblo de Israel.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En este mundo no existe persona alguna que no tenga un nombre. Es algo tan indispensable e importante que jamás encontraremos a alguien sin nombre. Incluso es común que, además del nombre, se den apodos entre grupo de personas que son unidas por una amistad, o que también son dados como algo negativo. Tener un nombre significa ser alguien, formar parte de algo y nos caracteriza de un modo particular. ¿Qué relación tiene esto con el evangelio de hoy?
Vemos como a los ocho días del nacimiento de san Juan Bautista, sus padres le llevan a circuncidar. En este rito hay un momento en el que hay que ponerle un nombre a ese niño, y surge una controversia. Unos querían ponerle como su padre, pero Isabel se opone. Llenos de admiración preguntan al padre, y él confirma que su nombre debe ser Juan y, al hacerlo, recupera el habla.
Ante esto crece la admiración y el temor entre la gente. En todo este suceso se esconde un misterio que va más allá del simple hecho de poner un nombre. Dar un nombre a ese niño tiene un significado profundo pues ese nombre fue dado por Dios. Él tenía una misión para ese niño, la de ser esa voz que clama en el desierto, y su nombre debía ser Juan.
Cada uno, cuando niño, también ha recibido un nombre que no eligió, sino que sus padres decidieron darle.
De ellos escuchamos pronunciarlo por primera vez y lo hemos escuchado pronunciar gran cantidad de veces por muchas personas, pero ¿alguna vez lo hemos escuchado pronunciar por Dios, hemos dejado que Él nos llame por nuestro nombre?
¿Nos hemos preguntado qué significa para Él mi nombre?, ¿qué piensa cuando pronuncia mi nombre? ¿Nos hemos dejado invadir por su voz?, ¿hemos dejado que sus palabras penetren nuestro corazón? Pongámonos hoy delante de Él, en intimidad, y dejemos que pronuncie nuestro nombre; que sus palabras, al pronunciarlo, llenen todo nuestro ser y nos revelen el amor tan grande que llevan, nos revelen su corazón y su voluntad. Descubramos el asombroso misterio de lo que significa cada uno de nuestros nombres para Dios.
«La página evangélica del día anuncia el nacimiento y luego se detiene en el momento de la imposición del nombre al niño. Isabel elige un nombre extraño a la tradición familiar y dice: “Se llamará Juan”, don gratuito y también inesperado, porque Juan significa “Dios ha hecho la gracia”. Y este niño será heraldo, testigo de la gracia de Dios para los pobres que esperan con humilde fe su salvación. Zacarías confirma de forma inesperada la elección de ese nombre, escribiéndolo en una tablilla —porque estaba mudo— “y al punto se abrió su boca y su lengua y hablaba bendiciendo a Dios”. Todo el evento del nacimiento de Juan Bautista está rodeado por un alegre sentido de asombro, de sorpresa, de gratitud. Asombro, sorpresa, gratitud. La gente fue invadida por un santo temor a Dios.»
(Ángelus de S.S. Francisco, 24 de junio de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy haré un rato de oración ante el Santísimo y le pediré a Dios que pronuncie mi nombre para llenarme con su amor.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Nacimiento de Juan el Bautista
Nacimiento de Juan el Bautista - Junio 24 - Lucas 1, 57-66.80.
El nacimiento de Juan Bautista. Juan es su nombre
"Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan». Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre». Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. El pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos quedaron admirados. Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?» Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel."
Reflexión
Como a toda mujer encinta, a Isabel le ha llegado su hora. Dentro de la historia, el alumbramiento de una mujer constituye un hecho absolutamente normal, aunque gozoso para los padres y los parientes.
Nuestro caso presenta, sin embargo, un aspecto diferente. Los padres eran ancianos; y la mujer, estéril. Por eso, dentro de los límites humanos, era imposible una concepción y un nacimiento. Pero ante Dios no existen cosas imposibles. Por eso, los ancianos han podido recibir el don de un niño.
Para entenderlo totalmente debemos tener en cuenta otro dato: lo que al autor del evangelio le interesa no es el detalle histórico de los padres ancianos o el hecho biológico de la esterilidad. Esos datos ya se encuentran de una forma ejemplar en la historia de Abraham y Sara. Lo que interesa es que estos hechos transmiten una certeza fundamental: la convicción de que Juan Bautista no ha sido simplemente el resultado de una casualidad biológica.
El texto presupone que en el nacimiento de Juan han intervenido dos factores. Actúa, por un lado, la realidad humana de los padres que se aman. Al mismo tiempo, influye de manera decisiva el poder de Dios que guía la historia de los hombres. La prueba de ese poder es el milagro de la fecundidad de unos ancianos. Su resultado, el nacimiento de Juan Bautista. Es él quien, dentro de la línea de los profetas de Israel, prepara de una manera inmediata el camino de Jesús.
Sobre este fondo se entiende perfectamente la historia del nombre. Siguiendo la tradición de la familia y suponiendo que el niño les pertenece, los parientes quieren llamarlo Zacarías. Los padres, sin embargo, saben que el niño es un regalo de Dios y Dios le ha destinado a realizar su obra. Por eso le impone el nombre de Juan, como se lo ha indicado el ángel (1,13).
Y Juan significa: “Dios es misericordioso”. Por medio de este niño, Dios se manifiesta realmente misericordioso para con sus padres. Y se manifiesta más misericordioso aún para con el mundo, porque le regala el Precursor de su propio Hijo Divino.
En toda la historia bíblica - recordemos p.ej. los casos de Abraham o de Pedro - la imposición de un nombre por parte de Dios (o de Jesús) significa la elección y nombramiento para una misión extraordinaria. Entonces, desde su mismo nacimiento, llevando el nombre que Dios le ha señalado, Juan aparece como un elegido que debe realizar esa gran misión que Dios le ha encomendado.
Ahora termina la mudez de Zacarías. La mudez era un signo de la verdad de las palabras del ángel que le anuncia el nacimiento de un niño.
Ante la presencia de Dios, la realidad humana ha de callar, terminan las objeciones, se acaban las resistencias. Como signo de la obra de Dios que al actuar pone en silencio las cosas de este mundo, está la mudez de Zacarías.
Pero una vez que se realiza esa obra de Dios, una vez que al niño se le pone el nombre señalado, viene de nuevo la palabra. Las primeras palabras que pronuncian los labios abiertos de Zacarías son un canto de alabanza.
En el nacimiento del Precursor se anuncia el tiempo de salvación, el tiempo de proclamar las maravillas de Dios. Del pequeño círculo de los vecinos y parientes, sale y se extiende por toda la montaña de Judea la noticia de los acontecimientos extraordinarios. La noticia y el mensaje de salvación buscan extenderse a espacios cada vez más amplios. Tiene el destino y la fuerza de conquistar el mundo.
Queridos hermanos, el Evangelio de hoy termina diciendo: “la mano de Dios estaba con él”. Creo que Dios estará también con nosotros, si preparamos como Juan los caminos del Señor.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
10 consejos para enfrentar la muerte de forma cristiana
Lo que estamos llamados a hacer es entender el verdadero sentido de la muerte
La muerte nos asusta a todos; vernos indefensos y frágiles nos genera incertidumbre, preguntas, malestar.
Muchas veces, evadiendo el tema, decimos que aún nos falta mucho para ese día, que no nos preocupa y cuando alguien nos toca el tema lo desviamos.
En realidad, lo que estamos llamados a hacer es entender el verdadero sentido de la muerte, y para ello debemos revisar los siguientes aspectos que nos darán una visión cristiana de la misma
1. Recurrir a los sacramentos: Unción de los enfermos, confesión y comunión.
Cuando este momento se acerca se debe procurar dejar este mundo libre de cargas y pecados, recibir la unción de los enfermos, confesarse y comulgar. De esta forma, al llegar la muerte, será el encuentro con Cristo, que como Buen Pastor acompaña a sus ovejas.
Debemos procurar que si un ser querido o vecino se encuentra en esta situación, ayudemos buscando o avisándole a un sacerdote cercano para que vaya a visitar al enfermo y pueda irse en gracia de Dios.
Recordemos personalmente buscar vivir en comunión con el Señor, cumplir sus mandamientos y confesarnos y comulgar con frecuencia por amor a nuestro Dios y considerando que la propia muerte puede sobrevenirnos cuando menos lo esperamos.
2. Comprender que la muerte es un estado liberador.
Cristo quiso liberarnos con amor y entrega. Al resucitar, Él venció a la muerte y nosotros debemos vivirla comprendiendo que un ciclo terreno termina e inicia el tiempo de gracia al lado de Dios y su corte celestial.
Recordemos que la muerte y resurrección de nuestro Señor nos permite que compartamos con Él la vida eterna. Jesús nos dice: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Juan 11, 25-26)
3. Entender que la muerte no es un castigo sino la entrada a la vida eterna.
La muerte entró al mundo para purificar el pecado que heredamos de nuestros primeros padres, todos estamos convocados a ir con el Creador de la vida y entregar cuentas de cómo hemos vivido en esta tierra. No necesariamente la enfrentaremos cuando estemos enfermos o ancianos, será cuando se nos llame al encuentro con Dios Padre, quizás en el momento menos esperado.
Nuestra esperanza y alegría es Cristo quien nos ha redimido: “Porque el salario del pecado es la muerte, mientras que el don gratuito de Dios es la Vida eterna, en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Romanos 6,23)
4. Conservemos con amor el recuerdo de nuestros seres queridos que han partido.
Si bien ya no están físicamente con nosotros, todas sus enseñanzas y los momentos compartidos viven en nuestros corazones, honremos siempre su memoria como un tesoro invaluable que nos acompañará en nuestra vida.
5. Acompañar, aconsejar y ayudar a los familiares de quien ha fallecido.
Cuando se ha perdido a alguien, generalmente nos refugiamos en la soledad, el llanto y el silencio, la depresión, la inapetencia y el estrés.
Nuestra tarea cristiana es acompañar, aconsejar y ayudar a los familiares, recordarle con alegría, procurando que se distraigan y vean en la muerte no un fin, sino un continuar en el amor de Dios, que tiene preparado un lugar para cada uno de nosotros.
6. Evitemos caer en depresiones prolongadas, busquemos ayuda y soporte espiritual.
Aunque nos duele que un ser querido haya partido y sentimos un vacío en ese tiempo y espacio que compartía con nosotros, hay que evitar caer en depresiones prolongadas, primeramente porque sabemos que a quien se ha ido no le hubiese gustado vernos así, y segundo, porque contamos con la esperanza cristiana de que, quien ha creído y vivido en el Señor, tiene vida eterna en Él.
Si nos es difícil levantarnos del duelo, busquemos ayuda en un sacerdote o director espiritual para sobrellevar el dolor, será muy útil.
7. Respetar el luto y evitar hablar de dinero o herencias en los momentos más sensibles
Es posible que la persona fallecida haya dejado algunos bienes que corresponden a los hijos o las personas que comparten un rasgo de consanguinidad.
Todo tiene su tiempo apropiado, y es lamentable ver familias que, aun cuando no ha ocurrido la muerte o está muy reciente, tienen rencillas por temas materiales. La Biblia nos enseña: “Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra” (Colosenses 3,1-2)
8. Es recomendable donar la ropa y cosas usadas por nuestro familiar difunto.
Es una buena obra de caridad donar las prendas que la persona usó a una beneficencia, casa hogar o refugio, de esta forma corresponderemos con la obra de misericordia de vestir al desnudo. Otra razón es que muchas veces estas cosas materiales a las cuales nos apegamos nos hacen mucho daño, no nos permiten superar el dolor que ocasionado por la pérdida y dejar a nuestro familiar descansar en paz.
9. Evitemos caer en prácticas supersticiosas o de Nueva Era para mitigar nuestro dolor.
Algunas empresas en su afán, no de compartir el dolor sino de lucrarse de éste,ofrecen rituales que no son compatibles con la verdadera vida cristiana. Por ejemplo: sembrar un árbol con los restos de nuestro familiar, arrojar las cenizas a un lago para perpetuar su memoria, crear un cementerio virtual para visitarle online, o llamarle a un animalito como el familiar relacionándolo con la reencarnación (la cual es incompatible con nuestra fe), etc. El dolor no puede desviarnos de nuestra fe, nuestra confianza siempre debe estar puesta en Dios y en sus promesas, es su gracia la que nos ayudará a continuar.
10. Orar por el eterno descanso de quienes han partido.
Es esencial y la mayor obra de amor que podemos tener con nuestro ser querido. En muchos de nuestros países de habla hispana se acostumbra, al día siguiente de la cristiana sepultura, reunirse en torno a la oración o “novenario” para ayudar al difunto durante la purificación que le corresponda en el purgatorio.
Debemos hacerlo con mucha fe, ofreciendo la Eucaristía por su eterno descanso, rezando el Santo Rosario, la Coronilla de la Misericordia, etc. Es nuestro deber cristiano orar los unos por los otros: La Iglesia purgante (los que han fallecido), la Iglesia militante (los que aún tenemos vida terrenal) y la Iglesia triunfante (Los Santos que están con Cristo.)
Nos dice el Catecismo de la Iglesia: “Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46).
Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios.” (numeral 1032)
¡Más rápido, más alto, más fuerte!
Desde el año 2004, por iniciativa del Papa Juan Pablo II, el Pontificio Consejo para los Laicos cuenta con una sección dedicada al deporte, llamada “Iglesia y deporte”, con la finalidad de intentar hacer sentir la preocupación de la Santa Sede en un sector tan neurálgico de la cultura contemporánea y con objetivos muy específicos, como ser en la Iglesia punto de referencia para las organizaciones deportivas, sensibilizar a las Iglesias locales de la importancia del trabajo pastoral en los ambientes deportivos, favorecer una cultura del deporte como medio de crecimiento integral de la persona, promover el estudio de temáticas específicas relativas al deporte, y organizar iniciativas que susciten testimonios de vida cristiana entre los deportistas.
Hace muy poco, el pasado 14 de junio del 2012, el Pontificio Consejo para la Cultura a través del Cardenal Gianfranco Ravasi, inauguró un nuevo departamento en el dicasterio denominado “deporte y cultura”. Ciertamente la sección “Iglesia y deporte” y el departamento “deporte y cultura” trabajarán en coordinación de esfuerzos e iniciativas ya que comparten una misma finalidad de fondo que es la evangelización del mundo del deporte, pero me parece muy importante poner de relieve el hecho de que la realidad del deporte sea considerada por la Iglesia como un ámbito cultural tan relevante en la sociedad actual a punto de poder contar con un sector del dicasterio dedicado al dialogo cultural con él.
La razón de lo anterior es muy clara: el deporte se ha convertido en nuestros días en un nuevo areópago, pues se transformó en un lugar de encuentro de la sociedad como un todo, ganando un cada vez mayor protagonismo cultural. Es notorio como políticos, artistas, empresarios y hasta miembros de la realeza se hacen presentes en los grandes eventos deportivos. También llama la atención cómo algunos deportistas o personas vinculadas al deporte de alto rendimiento se han convertido en referentes para muchas personas y en líderes de opinión. Hay cursos de liderazgo fundamentados en principios deportivos, existe la psicología del deporte, existen técnicas educativas en valores a través del deporte y muchas otras iniciativas que dejan de manifiesto la importancia cultural del deporte.
Es muy necesario entonces que la Iglesia tenga un diálogo cada vez más estrecho con el mundo del deporte y claramente ahí radica el fundamento de la creación del departamento “deporte y cultura”. La Iglesia tiene mucho que aportar al mundo deportivo, sobre todo ayudando a que el deporte despliegue todo su potencial positivo y sea así decisivo en la construcción de una cultura mucho más humana. La intención manifiesta del Cardenal Ravasi es la de escuchar el mundo del deporte, entenderlo desde adentro, para poder entablar un diálogo fecundo e incluso llevar a la Iglesia el eco de las grandes aspiraciones culturales de este mundo.
Ciertamente será necesario que el deporte se cuestione acerca de algunos rumbos que ha tomado y se purifique de algunas prácticas que vienen perjudicando sus tan nobles fines, pero más que condenar, se trata de ayudar al deporte a convertirse en una realidad cada vez más humana, canalizando su potencial cultural para el bien de toda la sociedad. De hecho, el mismo lema olímpico escogido por el Barón Pierre de Coubertin, fundador de los Juegos Olímpicos de la era moderna ya evocaba un principio cristiano de superación: Citius, Altius, Fortius (más rápido, más alto, más fuerte), lo que ya dejaba entrever claramente la relación entre la Iglesia, el deporte y la cultura.