“El pan de la vida eterna”
- 03 Diciembre 2014
- 03 Diciembre 2014
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I MIÉRCOLES DE ADVIENTO
(Is 25, 6-10a; Sal 22; Mt 15, 29-37)
PREPARATIVOS NUPCIALES
El Adviento es el tiempo previo a la celebración de la Navidad, misterio en el que se funda la fe cristiana, por la Encarnación del Hijo de Dios, que se hace hombre en el seno de María, mujer nazarena.
Santa Teresa vive de manera especial el misterio de las nupcias de Dios con la naturaleza humana. He escuchado a Antonio Mas decir que, según Santa Teresa, la Encarnación es un beso de Dios en la boca de la humanidad. Un auténtico desposorio. “También he pensado si pedía aquel ayuntamiento tan grande, como fue hacerse Dios hombre, aquella amistad que hizo con el género humano; porque claro está que el beso es señal de paz y amistad grande entre dos personas. Cuántas maneras hay de paz, el Señor ayude a que lo entendamos” (Los “Conceptos del Amor de Dios” 1, 10).
La doctora mística describe un itinerario espiritual hasta llegar a las moradas más altas, donde acontece la unión de Dios con el alma. “Pues, Señor mío, no os pido otra cosa en esta vida, sino que me beséis con beso de vuestra boca, y que sea de manera que aunque yo me quiera apartar de esta amistad y unión, esté siempre, Señor de mi vida, sujeta mi voluntad a no salir de la vuestra; que no haya cosa que me impida pueda yo decir, Dios mío y gloria mía, con verdad que son mejores tus pechos y más sabrosos que el vino” (Los “Conceptos del Amor de Dios” 3, 15).
INVITADOS A BODAS
Las imágenes de los manjares, el vino, la copa, el festín, se hacen realidad en el banquete eucarístico.
“… festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos”.
“Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa” (Sal 22).
“Tomó los siete panes y los peces, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete cestas llenas” (Mt 15, 35-37).
Santa Teresa centró su espiritualidad en la participación en la Eucaristía. “Ya yo veo, Esposo mío, que Vos sois para mí; no lo puedo negar. Por mí vinisteis al mundo, por mí pasasteis tan grandes trabajos, por mí sufristeis tantos azotes, por mí os quedasteis en el Santísimo Sacramento y ahora me hacéis tan grandísimos regalos. Pues, Esposa santa, ¿cómo dije yo que Vos decís: qué puedo hacer por mi Esposo?” (Los “Conceptos del Amor de Dios” 4, 10)
Evangelio según San Mateo 15,29-37.
Jesús llegó a orillas del mar de Galilea y, subiendo a la montaña, se sentó. Una gran multitud acudió a él, llevando paralíticos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros enfermos. Los pusieron a sus pies y él los curó. La multitud se admiraba al ver que los mudos hablaban, los inválidos quedaban curados, los paralíticos caminaban y los ciegos recobraban la vista. Y todos glorificaban al Dios de Israel. Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: "Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, porque podrían desfallecer en el camino". Los discípulos le dijeron: "¿Y dónde podríamos conseguir en este lugar despoblado bastante cantidad de pan para saciar a tanta gente?". Jesús les dijo: "¿Cuántos panes tienen?". Ellos respondieron: "Siete y unos pocos pescados". El ordenó a la multitud que se sentara en el suelo; después, tomó los panes y los pescados, dio gracias, los partió y los dio a los discípulos. Y ellos los distribuyeron entre la multitud.
Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que sobraron se llenaron siete canastas.
Baudoin de Ford (¿-c. 1190), abad cisterciense, después obispo
El sacramento del altar, PL 204, 690-691
“El pan de la vida eterna”
“Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed.” (Jn 6,35)... Por dos veces el apóstol expresa aquí la hartura, propia de la eternidad, donde nada nos faltará.
Sin embargo, la Sabiduría dice: “Los que comen tendrán más hambre, los que me beben, tendrán más sed.” (Eclo 24,21) Cristo, la sabiduría de Dios, no es un alimento para saciar nuestro deseo ya en esta vida, sino para encendernos en este deseo; cuanto más gustamos de su dulzura, tanto más se enciende nuestro deseo. Por esto, los que le comen tendrán más hambre hasta que llegue el momento de la hartura. Cuando su deseo será colmado, ya no tendrán ni hambre ni sed.
“Los que me comen tendrán más hambre”. Esta palabra se puede referir también al mundo futuro porque hay en la plenitud eterna una especie de hambre que no procede de la necesidad sino de la felicidad... La satisfacción en el cielo no conoce hartura ni el deseo conoce la ansiedad. Cristo, admirable en su belleza, es siempre deseado, “los mismos ángeles (le) desean contemplar.” (cf 1P 1,12) Así, pues, al mismo tiempo que le poseeremos lo desearemos; teniéndole lo buscaremos, según está escrito: “buscad su rostro sin descanso” (Sal 105,4) En efecto, siempre buscamos a Aquel que amamos para estar con él para siempre.
3 de diciembre 2014 Miércoles Y Adviento Is 25, 6-10
A lo largo de la Biblia nos podemos dar cuenta que la montaña es un lugar privilegiado que el Señor utiliza para manifestarse. Hoy nos lo recuerda Isaías; entre otras cosas dice: «Hará desaparecer en este monte el velo de luto ... engullirá para siempre la Muerte.» ... «Ese día, agregó, dirá:" Aquí está nuestro Dios ... porque la mano del Señor reposará sobre esta montaña "» Casi sólo me atrevo a decir: Llévame a la montaña para que te conozca y viva contigo la vida verdadera.
¡Vamos!
No lo aplazamos más, no esperamos tiempos ideales, no esperamos situaciones de estabilidad y paz, situaciones de tranquilidad y calma absoluta que quizá no llegarán a darse nunca. Ponemos a ellos esta semana, hoy, mejor ahora mismo! Empieza sencillamente, quizá leyendo sólo el evangelio del día. Aquellos diez minutos de gratuidad cambiarán ya muchas cosas. Pero si el deseo es profundo no lo ahogues, hazle sitio. Aquí te ofrecemos recursos y propuestas, pero la decisión y el tiempo lo tienes que poner tú.
El Adviento es el inicio del año, es un tiempo de preparación que vale la pena que aprovechamos para cultivar lo que a veces queda ahogado en medio de las ansiedades del día a día. Se trata de ir ganando un espacio interior que no evade de la vida, sino que precisamente hace posible que sea vivida con mayor profundidad.
Comienza por las cosas sencillas, sé realista con el tiempo y las fuerzas de que dispongas, pero no lo aplazado. ¡Te espera la Buena Vida!
¡Vamos!
Audiencia bajo la lluvia
Agradezco a Turquía y a los salesianos la acogida de tantos prófugos
Papa: "Que Dios proteja al pueblo turco y a sus gobernantes, para que construyan una cultura de paz"
Francisco pide "que los Estados garanticen a todos la libertad de culto"
José Manuel Vidal, 03 de diciembre de 2014 a las 10:43
En nuestro camino en el diálogo ecuménico el que lo hace todo es el Espíritu Santo. Nos corresponde dejarlo hacer y acogerlo
(José M. Vidal).- Desapacible, fría y lluviosa mañana en Roma, calentada con el fervor de la gente que grita al Papa: "¡Francisco te queremos. Eres grande!". Es la primera audiencia pública tras la visita de Pedro a Andrés en Estambul.Y sobre este peregrinaje centró el Papa su catequesis, agradeciendo a Turquía su acogida, así como la de los refugiados. "Que Dios proteja al pueblo turco y a sus gobernantes, para que construyan una cultura de paz"
Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios: "Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu".
Algunas frases del Papa
"No parece muy bueno el día, pero vosotros sois valientes y, a mal tiempo, buena cara y sigamos adelante". "Los enfermos están en el aula Pablo VI, a los que ya hemos saludado. Les saludamos desde aquí con un aplauso". "Quiero compartir mi peregrinaje a Turquía"
"Frutos con los ortodoxos, con los musulmanes y en el camino por la paz"
"Agradecimiento a las autoridades turcas, que me acogieron con respeto. Y esto es complicado"
"Gracias a los obispos de la Iglesia católica en Turquía"
"Gracias al Patriarca Bartolomé por su cordial acogida"
"Juan Pablo II, Pablo VI y Juan XXII protegieron desde el cielo mi peregrinaje"
"Aquella tierra es querida para los cristianos, por los siete primeros concilios, por la conversión de Pablo y porque allí dice la tradición que vivió María". "Hablé con las autoridades sobre la violencia"
"Insistí en que cristianos y musulmanes se comprometan juntos por la paz y la justicia"
"Que debe haber una real libertad de culto". "Que los Estados garanticen a todos la libertad de culto"
"Hoy estuvo con un grupo de cristianos y musulmanes que hacen una reunión, organizada por el dicasterio del Diálogo Interreligioso. Y expresaron este deseo de continuar este diálogo"
"En la catedral, invocamos al Espíritu Santo"
"En nuestro camino en el diálogo ecuménico el que lo hace todo es el Espíritu Santo. Nos corresponde dejarlo hacer y acogerlo"
"Seguir en el camino de la plena comunión entre católicos y ortodoxos"
"La oración es la base para un fructuoso diálogo ecuménico"
"El último encuentro bello y doloroso, con los jóvenes prófugos, acogidos por los salesianos"
"Era importante para mí reunirme con ellos"
"Agradezco a Turquía la acogida de tantos prófugos y, de corazón, a los salesianos de Estambul. Trabajan con ellos, son valientes. Algo bello y un trabajo oculto"
"Rezamos por todos los prófugos y refugiados, para que se terminen las causas de esta dolorosa plaga"
"Que Dios siga protegiendo al pueblo turco y a sus gobernantes, para que construyan una cultura de paz"
"Recemos para que este viaje sea fecundo"
Texto íntegro del saludo del papa en español
Queridos hermanos y hermanas:
Con alegría, deseo recordar el viaje que he realizado en Turquía, una tierra tan querida por tantos motivos ligados a la historia del cristianismo. En el encuentro con las autoridades, a las que agradezco la atención y respeto con el que me han acogido, he tenido la oportunidad de reafirmar la necesidad de que los Estados reconozcan la relevancia pública de la fe religiosa y garanticen a todos la libertad de culto. Al mismo tiempo, he expresado el deseo de que cristianos y musulmanes trabajen juntos por la solidaridad, la paz y la convivencia pacífica. Junto con los pastores y fieles de los distintos ritos católicos, hemos invocado al Espíritu Santo para que el Pueblo de Dios, en la diversidad de sus tradiciones, crezca en su apertura, docilidad y obediencia a su divina acción. En la fiesta del Apóstol san Andrés, he encontrado al Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Su Santidad Bartolomé I, y juntos hemos firmado una Declaración, renovando el compromiso de proseguir el camino para el restablecimiento de la plena comunión entre católicos y ortodoxos, conscientes de que la oración es la base para un diálogo ecuménico fructífero.
***
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Argentina, México, Paraguay, Bolivia, Chile y otros países latinoamericanos. Que la preparación del nacimiento del Señor, en este tiempo de Adviento, les haga crecer en el amor a Jesús y en el deseo de comunicarlo a los demás. Muchas gracias y que Dios los bendiga a todos.
Texto completo de la catequesis del Papa
Viaje apostólico a Turquía
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Pero, no parece tan buena la jornada ¿eh? Es un poco feíta. Pero ustedes son valientes y a mal tiempo buena cara ¿eh? ¡Sigamos adelante!
Esta audiencia se desarrolla en dos lugares distintos, como hacemos cuando llueve: aquí en la plaza y luego están los enfermos en el Aula Pablo VI. Yo los he encontrado ya, los he saludado y ellos siguen la audiencia a través de la pantalla gigante, porque están enfermos y no pueden estar bajo de la lluvia. ¡Los saludamos desde aquí, con un aplauso, todos!
Hoy quiero compartir con ustedes algunas cosas de mi peregrinación en Turquía, desde el viernes pasado hasta el domingo. Como había pedido prepararlo y acompañarlo con la oración, ahora los invito a dar gracias al Señor por su realización y para que puedan nacer frutos de diálogo, ya sea en nuestras relaciones con los hermanos ortodoxos, que en aquellas con los musulmanes y en el camino hacia la paz entre los pueblos.
En primer lugar, siento el deber de renovar la expresión de mi reconocimiento al Presidente de la República turca, al Primer Ministro, al Presidente para los Asuntos Religiosos y a las otras Autoridades, que me han acogido con respeto y han garantizado el buen orden de los eventos. Y esto da trabajo, ¿no? Y ellos han hecho este trabajo con gusto. Agradezco fraternalmente a los Obispos de la Iglesia católica en Turquía, el Presidente de la Conferencia episcopal, tan bueno, y les agradezco por su compromiso con las comunidades católicas, como también agradezco al Patriarca Ecuménico, Su Santidad Bartolomé I, por la cordial acogida. El beato Pablo VI y San Juan Pablo II, que visitaron ambos Turquía, y San Juan XXIII, que fue Delegado Pontificio en aquella nación, han protegido desde el cielo mi peregrinación, realizada ocho años después de aquella de mi predecesor Benedicto XVI. Aquella tierra es querida por todo cristiano, especialmente por haber sido la cuna del apóstol Pablo, por haber hospedado los primeros siete Concilios y por la presencia, cerca de Éfeso, de la "casa de María". La tradición nos dice que allí vivió la Virgen, luego la venida del Espíritu Santo.
En la primera jornada del viaje apostólico, he saludado a las Autoridades del país, de gran mayoría musulmán, pero en cuya constitución se afirma la laicidad del Estado. Y con las Autoridades hemos hablado de la violencia. Precisamente, es el olvido de Dios y no su glorificación que genera la violencia. Por esto he insistido sobre la importancia de que cristianos y musulmanes se comprometan juntos por la solidaridad, por la paz y la justicia, afirmando que cada Estado debe asegurar a los ciudadanos y a las comunidades religiosas una real libertad de culto.
Hoy, antes de ir a saludar a los enfermos estuve con un grupo de cristianos e islámicos, que hicieron una reunión organizada por el Dicasterio del Diálogo Interreligioso, bajo la guía del cardenal Tauran. Y también ellos expresaron este deseo de seguir adelante en este diálogo fraterno entre católicos, cristianos e islámicos.
En el segundo día he visitado algunos lugares-símbolo de las diversas confesiones religiosas presentes en Turquía. Lo hice sintiendo en el corazón la invocación al Señor, Dios del cielo y la tierra, Padre misericordioso de la entera humanidad. Centro de la jornada fue la Celebración Eucarística que vio reunidos en la Catedral a pastores y fieles de los diversos Ritos católicos presentes en Turquía. Asistieron también el Patriarca Ecuménico, el Vicario Patriarcal Armenio Apostólico, el Metropolita Siro-Ortodoxo y exponentes Protestantes. Juntos hemos invocado al Espíritu Santo, Aquel que hace la unidad de la Iglesia: unidad en la fe, unidad en la caridad, unidad en la cohesión interior. El Pueblo de Dios, en la riqueza de sus tradiciones y articulaciones, está llamado a dejarse guiar por el Espíritu Santo, en actitud constante de apertura, de docilidad y de obediencia. En nuestro camino de diálogo ecuménico y de nuestra unidad, de nuestra Iglesia católica, el que hace todo es el Espíritu Santo. A nosotros nos toca dejarlo hacer, acogerlo e ir detrás de sus inspiraciones.
El tercer y último día, fiesta de San Andrés Apóstol, ofreció el contexto ideal para consolidar las relaciones fraternales entre el Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, y el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Sucesor de Andrés, hermano de Simón Pedro que ha fundado esa Iglesia. He renovado con Su Santidad Bartolomé I, el compromiso mutuo de continuar en el camino hacia el restablecimiento de la plena comunión entre católicos y ortodoxos. Juntos suscribimos una declaración conjunta, una etapa ulterior de este camino. Fue particularmente significativo que este acto tuviera lugar al final de la solemne Liturgia de la fiesta de San Andrés, a la que asistí con gran alegría, y a la que siguió la doble bendición impartida por el Patriarca de Constantinopla y por el Obispo de Roma. La oración, de hecho, es la base para cada fructífero diálogo ecuménico bajo la guía del Espíritu Santo, que como dije, es quien hace la unidad.
El último encuentro - que ha sido bello y también doloroso - el último encuentro fue con un grupo de chicos prófugos, huéspedes de los Salesianos. Era muy importante para mí encontrar a algunos prófugos de las zonas de guerra del Oriente Medio, tanto para expresarles mi cercanía y la de la Iglesia, como para poner de relieve el valor de la hospitalidad, en la que también Turquía se ha comprometido mucho. Agradezco una vez más a Turquía por esta hospitalidad con tantos prófugos y agradezco de corazón a los salesianos de Estambul: estos salesianos, trabajan con los prófugos, ¡son buenos! También he encontrado otros padres, un jesuita alemán y otros que trabajan con los prófugos; pero ese oratorio salesiano de los prófugos es una cosa bella y es un trabajo escondido. Agradezco tanto a todas esas personas que trabajan con los prófugos. Recemos por todos los prófugos y refugiados, y para que sean removidas las causas de esta herida dolorosa.
Queridos hermanos y hermanas, que Dios omnipotente y misericordioso siga protegiendo al pueblo turco, a sus gobernantes y a los representantes de las diferentes religiones. Que puedan construir juntos un futuro de paz, para que Turquía pueda representar un lugar de coexistencia pacífica entre las diferentes religiones y culturas. También rezamos para que por la intercesión de la Virgen María, el Espíritu Santo haga fecundo este viaje apostólico y favorezca el fervor misionero en la Iglesia, para anunciar a todos los pueblos, en el respeto y en el diálogo fraterno, que el Señor Jesús es verdad, paz y amor, sólo Él es el Señor. Gracias.
San Francisco Javier, religioso presbítero
Memoria de san Francisco Javier, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús, evangelizador de la India, el cual, nacido en Navarra, fue uno de los primeros compañeros de san Ignacio que, movido por el ardor de dilatar el Evangelio, anunció diligentemente a Cristo a innumerables pueblos en la India, en las Molucas y otras islas, y después en Japón. Convirtió a muchos a la fe y, finalmente, murió en la isla de San Xon, en China, consumido por la enfermedad y los trabajos.
Cristo confió a sus Apóstoles la misión de ir a predicar a todas las naciones. En todas las épocas, Dios ha suscitado y llenado de su Espíritu divino a hombres dispuestos a continuar esa ardua misión. Enviados con la autoridad y en el nombre de Cristo por los sucesores de los apóstoles en el gobierno de la Iglesia, esos hombres han conducido al redil de Cristo a todas las naciones, con el propósito de completar el número de los santos. Entre los misioneros que más éxito han tenido en la tarea, se cuenta al ilustre san Francisco Javier, a quien san Pío X nombró patrono oficial de las misiones extranjeras y de todas las obras relacionadas con la propagación de la fe. Francisco Javier fue sin duda uno de los misioneros más grandes que han existido. A este propósito, vale la pena citar, entre otros, el testimonio sorprendente de Sir Walter Scott: «El protestante más rígido y el filósofo más indiferente no pueden negar que supo reunir el valor y la paciencia de un mártir, con el buen sentido, la decisión, la agilidad mental y la habilidad del mejor negociador que haya ido nunca en embajada alguna». Francisco nació en Navarra, cerca de Pamplona, en el castillo de Javier, en 1506; su nombre completo era Francisco Javier de Jassu y Azpilcueta, y su lengua materna el vascuense (euskera). El futuro santo era el benjamín de la familia. A los dieciocho años, fue a estudiar a la Universidad de París, en el colegio de Santa Bárbara, donde en 1528, obtuvo el grado de licenciado. Allí conoció a Ignacio de Loyola, a cuya influencia opuso resistencia al principio.
Sin embargo, fue uno de los siete primeros jesuitas que se consagraron al servicio de Dios en Montmartre, en 1534. Junto con ellos recibió la ordenación sacerdotal en Venecia, tres años más tarde, y con ellos compartió las vicisitudes de la naciente Compañía. En 1540, San Ignacio envió a Francisco Javier y a Simón Rodríguez a la India. Fue esa la primera expedición misional de la Compañía de Jesús. Francisco Javier llegó a Lisboa hacia fines de junio. Inmediatamente, fue a reunirse con el P. Rodríguez, quien moraba en un hospital donde se ocupaba de asistir e instruir a los enfermos. Javier se hospedó también allí y ambos solían salir a instruir y catequizar en la ciudad. Pasaban los domingos oyendo confesiones en la corte, pues el rey Juan III los tenía en gran estima. Esa fue la razón por la que el P. Rodríguez tuvo que quedarse en Lisboa. También san Francisco Javier se vio obligado a permanecer allí ocho meses y, fue por entonces cuando escribió a san Ignacio: «El rey no está todavía decidido a enviarnos a la India, porque piensa que aquí podremos servir al Señor tan eficazmente como allá». Antes de la partida de Javier, que tuvo lugar el 7 de abril de 1541, día de su trigésimo quinto cumpleaños, el rey le entregó un breve por el que el Papa le nombraba nuncio apostólico en el Oriente. El monarca no pudo conseguir que aceptase como presente más que un poco de ropa y algunos libros. Tampoco quiso Javier llevar consigo a ningún criado, alegando que «la mejor manera de alcanzar la verdadera dignidad es lavar los propios vestidos sin que nadie lo sepa». Con él partieron a la India el P. Pablo de Camerino, que era italiano, y Francisco Mansilhas, un portugués que aún no había recibido las órdenes sagradas.
En una afectuosa carta de despedida que el santo escribió a san Ignacio, le decía a propósito de este último, que poseía «un bagaje de celo, virtud y sencillez, más que de ciencia extraordinaria». Francisco Javier partió en el barco que transportaba al gobernador de la India, Don Martín Alfonso de Sousa. Otros cuatro navíos completaban la flota. En la nave del almirante, además de la tripulación, había pasajeros, soldados, esclavos y convictos. Francisco se encargó de catequizar a todos. Los domingos predicaba al pie del palo mayor de la nave. Por otra parte, convirtió su camarote en enfermería y se dedicó a cuidar a todos los enfermos, a pesar de que, al principio del viaje, los mareos le hicieron sufrir mucho a él también. Entre la tripulación y entre los pasajeros había gentes de toda especie, de suerte que Javier tuvo que mediar en reyertas, combatir la blasfemia, el juego y otros desórdenes. Pronto se desató a bordo una epidemia de escorbuto y sólo los tres misioneros se encargaban del cuidado de los enfermos. La expedición navegó cinco meses para doblar el Cabo de Buena Esperanza y llegar a Mozambique, donde se detuvo durante el invierno; después siguió por la costa este del Africa y se detuvo en Malindi y en Socotra. Por fin, dos meses después de haber zarpado de este último puerto, la expedición llegó a Goa, el 6 de mayo de 1542, al cabo de tres meses de viaje (es decir, el doble del tiempo normal). San Francisco Javier se estableció en el hospital hasta que llegaron sus compañeros, cuyo navío se había retrasado.
Goa era colonia portuguesa desde 1510. Había ahí un número considerable de cristianos, y la organización eclesiástica estaba compuesta por un obispo, el clero secular y regular, y varias iglesias. Desgraciadamente, muchos de los portugueses se habían dejado arrastrar por la ambición, la avaricia, la usura y los vicios, hasta el extremo de olvidar completamente que eran cristianos. Los sacramentos habían caído en desuso; fuera de Goa había a lo más, cuatro predicadores y ninguno de ellos era sacerdote; los portugueses usaban el rosario para contar el número de azotes que mandaban dar a sus esclavos. La escandalosa conducta de los cristianos, que vivían en abierta oposición con la fe que profesaban y así alejaban de la fe a los infieles, fue una especie de reto para san Francisco Javier. El misionero comenzó por instruir a los portugueses en los principios de la religión y formar a los jóvenes en la práctica de la virtud. Después de pasar la mañana en asistir y consolar a los enfermos y a los presos, en hospitales y prisiones miserables, recorría las calles tocando una campanita para llamar a los niños y a los esclavos al catecismo. Estos acudían en gran cantidad y el santo les enseñaba el Credo, las oraciones y la manera de practicar la vida cristiana. Todos los domingos celebraba la misa a los leprosos, predicaba a los cristianos y a los hindúes y visitaba las casas. Su amabilidad y su caridad con el prójimo le ganaron muchas almas. Uno de los excesos más comunes era el concubinato de los portugueses de todas las clases sociales con las mujeres del país, dado que había en Goa muy pocas cristianas portuguesas. Tursellini, el autor de la primera biografía de san Francisco Javier, que fue publicada en 1594, describe con viveza los métodos que empleó el santo contra ese exceso. Por ellos, puede verse el tacto con que supo Javier predicar la moralidad cristiana, demostrando que no contradecía ni al sentido común, ni a los instintos verdaderamente humanos. Para instruir a los pequeños y a los ignorantes, el santo solía adaptar las verdades del cristianismo a la música popular, un método que tuvo tal éxito que, poco después, se cantaban las canciones que él había compuesto, lo mismo en las calles que en las casas, en los campos que en los talleres.
Cinco meses más tarde, se enteró Javier de que en las costas de la Pesquería, que se extienden frente a Ceilán desde el Cabo de Comorín hasta la isla de Manar, habitaba la tribu de los paravas. Estos habían aceptado el bautismo para obtener la protección de los portugueses contra los árabes y otros enemigos; pero, por falta de instrucción, conservaban aún las supersticiones del paganismo y praticaban sus errores (el P. Coleridge, S.J. escribe con razón: «Probablemente todos los misioneros que han ido a regiones en las que sus compatriotas se hallaban ya establecidos ... han encontrado en ellos a los peores enemigos de su obra de evangelización. En este sentido, las naciones católicas son tan culpables como las protestantes. España, Francia y Portugal son tan culpables corno Inglaterra y Holanda»). Javier partió en auxilio de esa tribu que «sólo sabía que era cristiana y nada más». El santo hizo trece veces aquel viaje tan peligroso, bajo el tórrido calor del sur de Asia. A pesar de la dificultad, se puso a aprender el idioma nativo y a instruir y confirmar a los ya bautizados. Particular atención consagró a la enseñanza del catecismo a los niños. Los paravas, que hasta entonces no conocían siquiera el nombre de Cristo, recibieron el bautismo en grandes multitudes. A este propósito, Javier informaba a sus hermanos de Europa que, algunas veces, tenía los brazos tan fatigados por administrar el bautismo, que apenas podía moverlos. Los generosos paravas que eran de casta baja, dispensaron a san Francisco Javier una acogida calurosa, en tanto que los brahamanes, de clase elevada, recibieron al santo con gran frialdad, y su éxito con ellos fue tan reducido que, al cabo de doce meses, sólo había logrado convertir a un brahamán. Según parece, en aquella época Dios obró varias curaciones milagrosas por medio de Javier.
Por su parte, Javier se adaptaba plenamente al pueblo con el que vivía. Lo mismo que los pobres, comía arroz, bebía agua y dormía en el suelo de una pobre choza. Dios le concedió maravillosas consolaciones interiores. Con frecuencia, decía Javier de sí mimo: «Oigo exclamar a este pobre hombre que trabaja en la viña de Dios: 'Señor no me des tantos consuelos en esta vida; pero, si tu misericordia ha decidido dármelos, llévame entonces todo entero a gozar plenamente de Ti'». Javier regresó a Goa en busca de otros misioneros y volvió a la tierra de los paravas con dos sacerdotes y un catequista indígenas y con Francisco Mansilhas a quienes dejó en diferentes puntos del país. El santo escribió a Mansilhas una serie de cartas que constituyen uno de los documentos más importantes para comprender el espíritu de Javier y conocer las dificultades con que se enfrentó. El sufrimiento de los nativos a manos de los paganos y de los portugueses se convirtió en lo que él describía como «una espina que llevo constantemente en el corazón». En cierta ocasión, fue raptado un esclavo indio y el santo escribió: «¿Les gustaría a los portugueses que uno de los indios se llevase por la fuerza a un portugués al interior del país? Los indios tienen idénticos sentimientos que los portugueses». Poco tiempo después, san Francisco Javier extendió sus actividades a Travancore. Algunos autores han exagerado el éxito que tuvo ahí, pero es cierto que fue acogido con gran regocijo en todas las poblaciones y que bautizó a muchos de los habitantes. En seguida, escribió al P. Mansilhas que fuese a organizar la Iglesia entre los nuevos convertidos. En su tarea solía valerse el santo de los niños, a quienes seguramente divertía mucho repetir a otros lo que acababan de aprender de labios del misionero. Los badagas del norte cayeron sobre los cristianos de Comoín y Tuticorín, destrozaron las poblaciones, asesinaron a varios y se llevaron a otros muchos como esclavos. Ello entorpeció la obra misional del santo. Según se cuenta, en cierta ocasión, salió solo Javier al encuentro del enemigo, con el crucifijo en la mano, y le obligó a detenerse. Por otra parte, también los portugueses entorpecían la evangelización; así, por ejemplo, el comandante de la región estaba en tratos secretos con los badagas. A pesar de ello, cuando el propio comandante tuvo que salir huyendo, perseguido por los badagas, san Francisco Javier escribió inmediatamente al P. Mansilhas: «Os suplico, por el amor de Dios, que vayáis a prestarle auxilio sin demora». De no haber sido por los esfuerzos infatigables del santo, el enemigo hubiese exterminado a los paravas. Y hay que decir, en honor de esa tribu, que su firmeza en la fe católica resistió a todos los embates.
El reyezuelo de Jaffna (Ceilán del norte), al enterarse de los progresos que había hecho el cristianismo en Manar, mandó asesinar allí a 600 cristianos. El gobernador, Martín de Sousa, organizó una expedición punitiva que debía partir de Negatapam. San Francisco Javier se dirigió a ese sitio; pero la expedición no llegó a partir, de suerte que el santo decidió emprender una peregrinación, a pie, al santuario de Santo Tomás en Milapur, donde había una reducida colonia portuguesa a la que podía prestar sus servicios. Se cuentan muchas maravillas de los viajes de san Francisco Javier. Además de la conversión de numerosos pecadores públicos europeos, a los que se ganaba con su exquisita cortesía, se le atribuyen también otros milagros. En 1545, el santo escribió desde Cochín una extensa carta muy franca al rey, en la que le daba cuenta del estado de la misión. En ella habla del peligro en que estaban los neófitos de volver al paganismo, «escandalizados y desalentados por las injusticias y vejaciones que les imponen los propios oficiales de Vuestra Majestad ... Cuando nuestro Señor llame a Vuestra Majestad a juicio, oirá tal vez Vuestra Majestad las palabras airadas del Señor: '¿Por qué no castigaste a aquellos de tus súbditos sobre los que tenías autoridad y que me hicieron la guerra en la India?'». El santo habla muy elogiosamente del vicario general en las Indias, Don Miguel Vaz, y ruega al rey que le envíe nuevamente con plenos poderes, una vez que éste haya rendido su informe en Lisboa. «Como espero morir en estas partes de la tierra y no volveré a ver a Vuestra Majestad en este mundo, ruégole que me ayude con sus oraciones para que nos encontremos en el otro, donde ciertamente estaremos más descansados que en éste». San Francisco Javier repite sus alabanzas sobre el vicario general en una carta al P. Simón Rodríguez, en donde habla todavía con mayor franqueza acerca de los europeos: «No titubean en hacer el mal, porque piensan que no puede ser malo lo que se hace sin dificultad y para su beneficio. Estoy aterrado ante el número de inflexiones nuevas que se dan aquí a la conjugación del verbo 'robar'».
En la primavera de 1545, san Francisco Javier partió para Malaca, donde pasó cuatro meses. Malaca era entonces una ciudad grande y próspera. Albuquerque la había conquistado para la corona portuguesa en 1511 y, desde entonces, se había convertido en un centro de costumbres licenciosas. Anticipándose a la moda que se introduciría varios siglos más tarde, las jóvenes se paseaban en pantalones, sin tener siquiera la excusa de que trabajaban como los hombres. El santo fue acogido en la ciudad con gran reverencia y cordialidad, y tuvo cierto éxito en sus esfuerzos de reforma. En los dieciocho meses siguientes, es difícil seguirle los pasos. Fue una época muy activa y particularmente interesante, pues la pasó en un mundo en gran parte desconocido, visitando ciertas islas a las que él da el nombre genérico de Molucas y que es difícil identificar con exactitud. Sabemos que predicó y ejerció el ministerio sacerdotal en Amboina, Ternate, Gilolo y otros sitios, en algunos de los cuales había colonias de mercaderes portugueses. Aunque sufrió mucho en aquella misión, escribió a san Ignacio: «Los peligros a los que me encuentro expuesto y los trabajos que emprendo por Dios, son primaveras de gozo espiritual. Estas islas son el sitio del mundo en que el hombre puede más fácilmente perder la vista de tanto llorar; pero se trata de lágrimas de alegría. No recuerdo haber gustado jamás tantas delicias interiores y los consuelos no me dejan sentir el efecto de las duras condiciones materiales y de los obstáculos que me oponen los enemigos declarados y los amigos aparentes». De vuelta a Malaca, el santo pasó ahí otros cuatro meses, predicando a aquellos cristianos tan poco generosos. Antes de partir a la India, oyó hablar del Japón a unos mercaderes portugueses y conoció personalmente a un fugitivo del Japón, llamado Anjiro. Javier desembarcó nuevamente en la India, en enero de 1548.
Pasó los siguientes quince meses viajando sin descanso entre Goa, Ceilán y Cabo de Comorín, para consolidar su obra (sobre todo el «Colegio Internacional de San Pablo» de Goa) y preparar su partida al misterioso Japón, en el que hasta entonces no había penetrado ningún europeo. Entonces, escribió la última carta al rey Juan III, a propósito de un obispo armenio y de un fraile franciscano. En ella decía: «La experiencia me ha enseñado que Vuestra Majestad tiene poder para arrebatar a las Indias sus riquezas y disfrutar de ellas, pero no lo tiene para difundir la fe cristiana». En abril de 1549, partió de la India, acompañado por otro sacerdote de la Compañía de Jesús y un hermano coadjutor, por Anjiro (que había tomado el nombre de Pablo) y por otros dos japoneses que se habían convertido al cristianismo. El día de la fiesta de la Asunción del mismo año, desembarcaron en Kagoshima, en tierra japonesa.
En Kagoshima, los habitantes los dejaron en paz. San Francisco Javier se dedicó a aprender el japonés. Lejos de poseer el don de lenguas que algunos le atribuyen, el santo tenía más bien dificultad en aprender los idiomas. Tradujo al japonés una exposición muy sencilla de la doctrina cristiana que repetía a cuantos se mostraban dispuestos a escucharle. Al cabo de un año de trabajo, había logrado unas cien conversiones. Ello provocó las sospechas de las autoridades, las cuales le prohibieron que siguiese predicando. Entonces, el santo decidió trasladarse a otro sitio con sus compañeros, dejando a Pablo al cuidado de los neófitos. Antes de partir de Kagoshima, fue a visitar la fortaleza de Ichiku; ahí convirtió a la esposa del jefe de la fortaleza, al criado de ésta, a algunas personas más y dejó la nueva cristiandad al cargo del criado. Diez años más tarde, Luis de Almeida, médico y hermano coadjutor de la Compañía de Jesús, encontró en pleno fervor a esa cristiandad aislada. San Francisco Javier se trasladó a Hirado, al norte de Nagasaki. El gobernador de la ciudad acogió bien a los misioneros, de suerte que en unas cuantas semanas pudieron hacer más de lo que había hecho en Kagoshima en un año. El santo dejó esa cristiandad a cargo del P. de Torres y partió con el hermano Fernández y un japonés a Yamaguchi, en Honshu. Ahí predicó en las calles y delante del gobernador; pero no tuvo ningún éxito y las gentes de la región se burlaron de él.
Javier quería ir a Miyako (Kioto), que era entonces la principal ciudad del Japón. Después de trabajar un mes en Yamaguchi, donde apenas cosechó algo más que afrentas, prosiguió el viaje con sus dos compañeros. Como el mes de diciembre estaba ya muy avanzado, los aguaceros, la nieve y los abruptos caminos hicieron el viaje muy penoso. En febrero, llegaron los misioneros a Miyako. Allí se enteró el santo de que para tener una entrevista con el mikado (cuyo poder era sólo aparente) necesitaba pagar una suma mucho mayor a la que poseía. Por otra parte, como la guerra civil hacía estragos en la ciudad, san Francisco Javier comprendió que, por el momento, no podía hacer ningún bien allí, por lo cual volvió a Yamaguchi, quince días después. Viendo que la pobreza evangélica no producía en el Japón el mismo efecto que en la India, el santo cambió de método. Vestido decentemente y escoltado por sus compañeros, se presentó ante el gobernador como embajador de Portugal, le entregó las cartas que le habían dado para el caso las autoridades de la India y le regaló una caja de música, un reloj y unos anteojos, entre otras cosas. El gobernador quedó encantado con esos regalos, dio al santo permiso de predicar y le cedió un antiguo templo budista para que se alojase mientras estuviese ahí. Habiendo obtenido así la protección oficial, san Francisco Javier predicó con gran éxito y bautizó a muchas personas.
Habiéndose enterado de que un navío portugués había atracado en Funai (Oita) de Kiushu, el santo partió para allá. Uno de los miembros de la expedición era el viajero Fernando Méndez Pinto, quien dejó una descripción muy completa y divertida de la procesión que organizaron los portugueses para acompañar ceremoniosamente a su admirado Javier en su visita al gobernador de la ciudad. Desgraciadamente, Méndez Pinto era un escritor muy imaginativo, de suerte que no se puede dar crédito a lo que nos cuenta sobre las actividades y peripecias del santo en Funai. Francisco Javier resolvió partir en ese barco portugués a visitar sus cristiandades de la India antes de hacer el deseado viaje a China. Los cristianos del Japón, que eran ya unos 2000 y constuían la semilla de tantos mártires del futuro, quedaron al cuidado del P. Cosme de Torres y del hermano Fernández. A pesar de los descalabros que había sufrido en el Japón, San Francisco Javier opinaba que «no hay entre los infieles ningún pueblo más bien dotado que el japonés».
La cristiandad había prosperado en la India durante la ausencia de Javier; pero también se habían multiplicado las dificultades y los abusos, tanto entre los misioneros como entre las autoridades portuguesas, y todo ello necesitaba urgentemente la atención del santo. Francisco Javier emprendió la tarea con tanta caridad como firmeza. Cuatro meses después, el 25 de abril de 1552, se embarcó nuevamente, llevando por compañeros a un sacerdote y un estudiante jesuitas, un criado indio y un joven chino que hubiera sido su intérprete si no hubiese olvidado su lengua natal. En Malaca, el santo fue recibido por Diego Pereira, a quien el virrey de la India había nombrado embajador ante la corte de China.
San Francisco tuvo que hablar en Malaca sobre dicha embajada con Don Alvaro de Ataide, hijo de Vasco de Gama, que era el jefe en la marina de la región. Como Alvaro de Ataide era enemigo personal de Diego Pereira, se negó a dejarle partir, tanto en calidad de embajador como de comerciante. Ataide no se dejó convencer por los argumentos de Francisco Javier, ni siquiera cuando éste le mostró el breve de Paulo III por el que había sido nombrado nuncio apostólico. Por él hecho de oponer obstáculos a un nuncio pontificio, Ataide incurría en la excomunión. Desgraciadamente, el santo había dejado en Goa el original del breve pontificio. Finalmente, Ataide permitió que Francisco Javier partiese a la China en la nave de Pereira, pero no dejó que este último se embarcase. Pereira tuvo la nobleza de aceptar el trato. Como el fin de la embajada hubiese fracasado, el santo envió al Japón al otro sacerdote jesuita y sólo conservó a su lado al joven chino, que se llamaba Antonio. Con su ayuda, esperaba poder introducirse furtivamente en China, que hasta entonces había sido inaccesible a los extranjeros. A fines de agosto de 1552, la expedición llegó a la isla desierta de Sancián (Shang-Chawan), que dista unos veinte kilómetros de la costa y está situada a cien kilómetros al sur de Hong Kong.
Por medio de una de las naves, Francisco Javier escribió desde allí varias cartas. Una de ellas iba dirigida a Pereira, a quien el santo decía: «Si hay alguien que merezca que Dios le premie en esta empresa, sois vos. Y a vos se deberá su éxito». En seguida, describía las medidas que había tomado: con mucha dificultad y pagando generosamente, había conseguido que un mercader chino se comprometiese a desembarcarle de noche en Cantón, no sin exigirle que jurase que no revelaría su nombre a nadie. En tanto que llegaba la ocasión de realizar el proyecto, Javier cayó enfermo. Como sólo quedaba uno de los navíos portugueses, el santo se encontró en la miseria. En su última carta escribió: «Hace mucho tiempo que no tenía tan pocas ganas de vivir como ahora». El mercader chino no volvió a presentarse. El 21 de noviembre, el santo se vio atacado por una fiebre y se refugió en el navío. Pero el movimiento del mar le hizo daño, de suerte que al día siguiente pidió que le transportasen de nuevo a tierra. En el navío predominaban los hombres de Don Alvaro de Ataide, los cuales, temiendo ofender a éste, dejaron a Javier en la playa, expuesto al terrible viento del norte. Un compasivo comerciante portugués le condujo a su cabaña, tan maltrecha, que el viento se colaba por las rendijas. Ahí estuvo Francisco Javier recostado, consumido por la fiebre. Sus amigos le hicieron algunas sangrías, sin éxito alguno. Entre los espasmos del delirio, el santo oraba constantemente. Poco a poco, se fue debilitando. El sábado 3 de diciembre, según escribió Antonio, «viendo que estaba moribundo, le puse en la mano un cirio encendido. Poco después, entregó el alma a su Creador y Señor con gran paz y reposo, pronunciando el nombre de Jesús». San Francisco Javier tenía entonces cuarenta y seis años y había pasado once en el Oriente. Fue sepultado el domingo por la tarde. Al entierro asistieron Antonio, un portugués y dos esclavos (el fiel Antonio describió los últimos días del santo, en una carta a Manuel Teixeira, el cual la publicó en su biografía del santo).
Uno de los tripulantes del navío había aconsejado que se llenase de barro el féretro para poder trasladar más tarde los restos. Diez semanas después, se procedió a abrir la tumba. Al quitar el barro del rostro, los presentes descubrieron que se conservaba perfectamente fresco y que no había perdido el color; también el resto del cuerpo estaba incorrupto y sólo olía a barro. El cuerpo fue trasladado a Malaca, donde todos salieron a recibirlo con gran gozo, excepto Don Alvaro de Ataide. Al fin del año, fue trasladado a Goa, donde los médicos comprobaron que se hallaba incorrupto. Allí reposa todavía, en la iglesia del Buen Jesús. Francisco Javier fue canonizado en 1622, al mismo tiempo que Ignacio de Loyola, Teresa de Avila, Felipe Neri e Isidro el Labrador.
El P. Schurhammer publicó, en colaboración con el P. J. Wicki, la edición definitiva de las preciosas cartas del santo (2 vols., 1943-1944). También publicó una biografía corta, titulada Der heilige Franz Xaver (1925), y completó esa obra con una serie de artículos y estudios monográficos sobre diferentes aspectos de la extraordinaria vida misionera de Francisco Javier. La mayor parte de esos estudios puede verse en Analecta Bollandiana, particularmente vol. XL (1922), pp. 171-178, vol. XLIV (1926), pp. 445-446, vol. XLVI (1928), pp. 455-546, vol. XLVIII (1930), pp. 441-445, vol. L (1932) , pp. 453-454, vol. LV (1936) , pp. 247-249, y vol. LXIX (1951) , pp. 438-441. En el primero de dichos artículos se encontrará un estudio sobre las reliquias del santo; en el cuarto, un resumen del folleto del P. Sehurhanner, titulado Das Kirchliche Sprachproblem, sostiene que la afirmación de que el santo era capaz de conversar y discutir en japonés carece de fundamento. Dicha leyenda se debe a la imaginación e ignorancia de dos testigos en el proceso de beatificación.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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El Papa Pío X nombró a San Francisco Javier como Patrono de todos los misioneros porque fue sin duda uno de los misioneros más grandes que han existido, siendo llamado con justa razón el "gigante de la historia de las misiones"
San Francisco Empezó a ser misionero a los 35 años y murió de sólo 46. En once años recorrió la India (país inmenso), el Japón y varios países más. Su deseo de ir a Japón era tan grande que exclamaba: "si no consigo barco, iré nadando". Fue un verdadero héroe misional.
El santo nació cerca de Pamplona (España) en el castillo de Javier, en el año 1506. Fue enviado a estudiar a la Universidad de París, y estando allí conoció a San Ignacio de Loyola con quien estableció una sólida y bonita amistad. San Ignacio le repetía constantemente la famosa frase de Jesucristo: "¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo?" y fue justamente esta amistad y las frecuentes pláticas e intensas oraciones lo que transformó por completo a San Francisco Javier, quien fue uno de los siete primeros religiosos con los cuales San Ignacio fundó la Compañía de Jesús o Comunidad de Padres Jesuitas.
Su gran anhelo era poder misionar y convertir a la gran nación china. Pero en ese lugar estaba prohibida la entrada a los blancos de Europa. Al fin consiguió que el capitán de un barco lo llevara a la isla desierta de San Cian, a 100 kilómetros de Hong - Kong, pero allí lo dejaron abandonado, se enfermó y consumido por la fiebre, murió el 3 de diciembre de 1552, pronunciando el nombre de Jesús, la edad de 46 años.
Años más tarde, sus compañeros de la congregación quisieron llevar sus restos a Goa, y encontraron su cuerpo incorrupto, conservándose así hasta nuestros días. San Francisco Javier fue declarado santo por el Sumo Pontífice en 1622 junto con Santa Teresa, San Ignacio, San Felipe y San Isidro.
Oremos
Señor, Dios nuestro, que quisiste que numerosos pueblos llegaran a conocerte por medio de la predicación de San Francisco Javier, concede à todos los bautizados un gran celo por la propagación de la fe, para que así tu Iglesia pueda alegrarse de ver aumentados sus hijos en todo el mundo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.