Si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario?

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (A)

15 de junio de 2014

Ex 34,4 b-6.8-9/2 Co 13,11-13 / Jn 3,16-18

Queridos hermanos, queridas hermanas: San Agustín nos ha dejado un vestigio para comprender de algún modo el misterio íntimo de Dios verdadero uno y trino. Razona en estos términos: los seres más imperfectos - una piedra, una planta - no tienen conciencia de su propio existir, ni tampoco son capaces de amarse y valorarse a sí mismos. Pero a medida que subimos en la escala de los seres llegamos a unas entidades más perfectas - el hombre por ejemplo - las que ya tienen capacidad de conocer a sí mismas y autoestima a. Esta doble capacidad también se encuentra - elevada al infinito - en el Ser perfectísimo, que es Dios. Así, pues, Dios tiene existencia y, además, existe con auto comprensión y con autoestima. Su ser, su conocimiento y el su amor, rigurosamente simples e infinitos vez, generan una triple relación personal dentro de la unidad divina.

He aquí esbozado a grandes rasgos el vestigio del Dios - Trinidad descubierto por pensamiento profundo del obispo de Hipona, analizando el ser humano creado a imagen y semejanza de su creador. Tomás de Aquino retomará e intentará profundizar esta doctrina en base a la categoría metafísica de la relación. Y con enfoques análogos también lo hará toda la tradición teológica subsiguiente.

Sin la luz más clara de este misterio brilla en la vida y en la doctrina de Cristo,Verbo, Palabra y Pensamiento del Padre que se ha hecho carne en nuestra historia de hombres y de mujeres que peregrinamos por los caminos del tiempo y de la finitud en ruta hacia la eternidad. Cristo, en efecto, ha empezado a llamar a Dios con la palabra entrañable - infantil, si se quiere - de Abba, la cual puede ser traducida por: padre, papá o papá. Esta expresión es el signo de un conocimiento, de una confianza, de una ternura hacia Dios desconocida hasta entonces. Esta palabra, junto con las categóricas afirmaciones de Jesús sobre su unidad e identidad con Dios - Padre, nos descubren la existencia de la relación Padre - Hijo en el seno escondido del Dios viviente.

Pero Cristo no nos habla sólo del Padre, Cristo nos promete y nos envía su Espíritu. Nos lo da, como hemos constatado en Pentecostés, como el don supremo, como aquel que nos ha de conducir a la verdad completa y ser al mismo tiempo el alma y el apoyo de toda la Iglesia. En último término el Espíritu es el amor recíproco que une en eterno diálogo el Padre y el Hijo y nosotros mismos en ellos. Es por ello que en el bautismo somos inmersos, consagrados, en el misterio trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, talcomo dice Jesús en el Evangelio de San Mateo: Id a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado (Mt 28, 19-20).

Así, pues, el verdadero Dios no es soledad sino alteridad, no es mutismo estéril sino diálogo fecundo. El destino del hombre, el destino, por lo tanto, de todos y de cada uno de nosotros, es configurar a Cristo a fin de participar en él en este eterno diálogo de verdad, de amor y de vida. Toda nuestra existencia debe ser sellada por esta vivencia del misterio trinitario. En todo debemos encarnar el diálogo eterno de luz y de amor con obras concretas que enciendan en el corazón de los hombres esperanza y solidaridad, fe y certeza, caridad y comunión. Que así sea!

Francisco, con el cardenal Turkson

El Papa denuncia el "escándalo" de la especulación sobre los precios de los alimentos

"Es intolerable que los mercados financieros gobiernen la suerte de los pueblos"

Francisco recibe a los participantes en la Conferencia "Invertir en los pobres"

El inversor que tiene impacto es aquel que es consciente de la existencia de situaciones de injusticia, de profunda desigualdad social y de las penosas condiciones en las que se encuentran poblaciones enteras

Francisco dijo hoy que es intolerable que "los mercados financieros gobiernen la suerte de los pueblos" y urgió a los gobiernos de todo el mundo a comprometerse para desarrollar un marco internacional que promueva la inversión social.

Así se expresó Bergoglio durante el encuentro que mantuvo en el Vaticano con los participantes en la Conferencia "Invertir en los pobres", promovida por el Consejo Pontificio de la Justicia y de la Paz, en colaboración con la agencia humanitaria Catholic Relief Services y la escuela de negocios The Mendoza College of Business.

En esta audiencia, el pontífice argentino calificó de escándalo la especulación que existe, a su juicio, actualmente en los precios de los alimentos y afirmó que esta práctica "tiene graves consecuencias para laseguridad alimentaria de los más pobres".

Asimismo, destacó la fugacidad de los bienes materiales y animó a los gobiernos y a las entidades financieras a trabajar por el bien común de la sociedad, con especial incidencia en la ayuda a los más pobres.

En este sentido, instó a estas instituciones a utilizar sus recursos para promover el desarrollo económico y social, y tener un impacto positivo en la población.

"El inversor que tiene impacto es aquel que es consciente de la existencia de situaciones de injusticia, de profunda desigualdad social y de las penosas condiciones en las que se encuentran poblaciones enteras", afirmó.

Así, añadió, los buenos inversores serán aquellos que no utilicen sus recursos para especular, sino para cubrir las necesidades de acceso al agua, a una vivienda digna a un precio asequible, así como a los servicios de salud y educación de los más pobres.

"Estas inversiones deben tener un impacto social positivo para las poblaciones locales, como generar puestos de trabajo, posibilitar el acceso a la energía, o promover el incremento de la productividad agrícola. El beneficio financiero de estos inversores son mayores que en otros tipo de inversión", concluyó.

El papa Francisco participó el domingo en un encuentro en favor de los pobres en el barrio romano del Trastevere, donde abordó afirmó que "Europa ha olvidado la palabra solidaridad" y dijo que "toda economía acaba convirtiéndose en avaricia".

Francisco, contra la corrupción

"Cuando uno tiene autoridad se siente casi Dios", denuncia el Papa en Santa Marta

Francisco: "La corrupción de los poderosos la pagan los pobres"

Bergoglio pide rezar por "los mártires de la corrupción política, económica y eclesiástica"

Si hablamos de los corruptos políticos o de los economistas corruptos, ¿quién paga esto? Pagan los hospitales sin medicinas, los enfermos que no tienen cuidados, los niños sin educación

(RV).- La corrupción de los poderosos termina siendo "pagada por los pobres", quienes por avidez de los demás terminan sin aquello que necesitan y a lo que tienen derecho. Lo afirmó el Papa Francisco esta mañana en la Misa matutina en la Casa de Santa Marta. "El único camino" para vencer "el pecado de la corrupción" - concluyó - es "el servicio" a los demás que purifica el corazón.
Una historia muy triste que, aunque es muy antigua, sigue siendo un reflejo de uno de los pecados más "a la mano": la corrupción. El Papa Francisco reflexiona sobre la página de la Biblia, según lo propuesto por la liturgia, que cuenta la historia de Nabot, propietario de un viñedo por generaciones.

Cuando el rey Acab con la intención - dijo el Papa - "de ensanchar un poco su jardín", le pide que se lo venda, Nabot se niega porque no iene la intención de deshacerse de "la herencia de sus padres". El Rey tomó el rechazo muy mal, por lo que su esposa Jezabel teje una trampa: con la ayuda de testigos falsos, hace llevar a la corte a Nabot, que termina condenado y apedreado hasta la muerte. Y al final, entrega la viña deseada a su marido, quien- observa Papa Francisco - la recibe "tranquilo, como si nada hubiera pasado". "Esta historia" - comenta - "se repite continuamente entre los que tienen poder material o poder político o poder espiritual". "En los periódicos leemos muchas veces: ah, fue llevado al tribunal aquel político que se ha enriquecido mágicamente. Estuvo en el tribunal, fue llevado a la corte aquel jefe de empresa "mágicamente" enriquecido, es decir, por la explotación de sus trabajadores.Se habla demasiado de un prelado que se ha enriquecido mucho y ha dejado su deber pastoral para cuidar su poder. Así, los corruptos políticos, los corruptos de los negocios y los corruptos eclesiásticos. Están por todas partes. Y tenemos que decir la verdad: la corrupción es precisamente "el" pecado "a la mano", que tiene aquella persona con autoridad sobre los demás, sea económica, sea política, sea eclesiástica. Todos somos tentados a la corrupción. Es un pecado "a la mano". Porque cuando uno tiene autoridad se siente poderoso, se siente casi Dios".

 

Por otra parte - prosiguió Papa Francisco - se corrompe a lo largo del "camino de la propia seguridad". Con el bienestar, el dinero, el poder, la vanidad, el orgullo... Y a partir de ahí, todo. "Incluso matar". Pero - se pregunta el Papa - "¿quién paga la corrupción?" ¿El que te lleva la tangente? ¡No! "Esto es lo que hace el intermediario. La corrupción en realidad, la paga el pobre".

"Si hablamos de los corruptos políticos o de los economistas corruptos, ¿quién paga esto? Pagan los hospitales sin medicinas, los enfermos que no tienen cuidados, los niños sin educación. Ellos son los modernos Nabot, que pagan la corrupción de los grandes. ¿Y quién paga la corrupción de un prelado? La pagan los niños, que no saben hacerse el signo de la cruz, que no saben la catequesis, que no son cuidados.
La pagan los enfermos que no son visitados, la pagan los encarcelados que no tienen atención espiritual. Los pobres pagan. La corrupción la pagan los pobres: pobres materiales, pobres espirituales".

En cambio "el único camino para salir de la corrupción", - afirmó el Sucesor de Pedro - "el único camino para vencer la tentación, el pecado de la corrupción es el servicio". Porque, explicó, la corrupción viene del orgullo, de la soberbia, y el servicio, te humilla: es la "caridad humilde por ayudar a los demás":

"Hoy, ofrecemos la Misa por estos - tantos, tantos - que pagan la corrupción, que pagan la vida de los corruptos. Estos mártires de la corrupción política, de la corrupción económica y de la corrupción eclesiástica. Rezamos por ellos. Que el Señor nos acerque a ellos. Seguramente estaba muy cerca de Nabot, en el momento de la lapidación, así como estaba muy cerca de Esteban. Que el Señor esté cerca de ellos y les dé la fuerza para ir hacia adelante en su testimonio, en el propio testimonio.

Evangelio según San Mateo 5,43-48. 


Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.

San Cesáreo de Arlés (470-543), monje y obispo 
Sermón 223, 3.6

“Amad a vuestros enemigos” (Mt 5,44)

Queridos hermanos, nadie puede dispensarse de amar a los enemigos. Alguien me puede decir: “Yo no puedo ayunar, no puedo orar durante la noche.” ¿Se puede decir: no puedo amar? Uno puede decir: “No puedo dar todos mis bienes a los pobres y servir a Dios en un monasterio”, pero no se puede decir: “yo no puedo amar.”

Tú me dirás: “Yo no me puedo privar de los bienes y de los alimentos.” Yo te lo creo, pero si tú dices que no puedes perdonar a los que te han hecho daño, no te lo creo en absoluto. No tenemos ninguna excusa de no hacerlo porque debemos cumplir esta limosna sacándola no del tesoro de nuestros bienes sino de nuestro corazón. Amemos, pues, no solamente a los amigos sino también a los enemigos...

Pero tú me dirás: “Mi enemigo me ha hecho tanto mal que de ninguna manera le puedo amar.” Tú miras lo que te hizo este hombre y no miras lo que tú has hecho a Dios. ¡Examina atentamente tu conciencia: tú has cometido sin darte cuenta muchas más faltas contra Dios que un hombre haya cometido contra ti. ¿Con qué osadía esperas, pues, que Dios te perdone lo mucho cuando tú no perdonas lo poco?

QUITAD LA CRUZ, Y TODO SE OS CAERÁ

libro de los Reyes 21, 17-29; Sal 50, 3-4. 5-6a. 11 y 16; Mateo 5, 43-48

Quitad la Cruz del lugar que ocupa en el centro de Cosmos y de la Historia, y el mundo entero se viene abajo, convertido en un absurdo. Para comprobarlo, retomemos el diálogo que, entre primera lectura y evangelio, comenzó ayer:

“¿Conque me has sorprendido, enemigo mío?”. Ajab, finalmente, es denunciado, y todo parece indicar que la deuda de su crimen fuera a ser pagada: “En el mismo sitio donde los perros han lamido la sangre de Nabot, a ti también los perros te lamerán la sangre”… Pero, antes de que el castigo se desplome sobre quien a sí mismo se ha declarado enemigo de Dios, la voz de Jesús vuelve a sonar desde la Montaña: “Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos”… Ajab hace penitencia, una penitencia ridícula en comparación con su crimen, y es perdonado: “Por haberse humillado ante mí, no lo castigaré mientras viva; castigaré a su familia en tiempo de su hijo”. Resultado: Nabot -un hombre pobre y justo-, muerto; Ajab -un rey asesino-, vivo… Y un castigo que espera a desplomarse sobre un hijo que nada tuvo que ver en aquel crimen. ¡Un absurdo! Y, puestos a desenmascarar absurdos: ¿No lo es el que tus pecados más graves, después de confesados, se hayan saldado con la penitencia de un Avemaría? ¿Dónde está la piedra angular que dé consistencia a este conjunto de “disparates” cuyo peso les hace despeñarse sobre el sentido común?

“Castigaré a su familia en tiempo de su hijo”. La piedra angular está delante de nosotros. Contempla a ese hijo, y descubrirás que no se trata de Ocozías, el mediocre retoño de Jezabel. El alcance del anuncio del profeta era mucho más largo que el del vientre de aquella zorra. Hablaba del “Hijo del hombre”, Jesús: “Él soportó el castigo que nos trae la paz” (Is 53, 5). Pon la Cruz en el medio, y todo recobra consistencia…

Porque en los brazos extendidos de Jesús Crucificado fue recogida la sangre de Nabot, y allí, a cambio de una viña terrena, recibió el justo en herencia la Viña de Dios. Allí fue recogida la torpe penitencia de Ajab, y, unida al Corazón roto y al Cuerpo entregado de Cristo, hizo que el arrepentido mereciese la misericordia de un Dios capaz de amar a su enemigo. Allí se depositan nuestras culpas cuando confesamos, y allí se une nuestra minúscula penitencia a la de Jesús. Allí Nabot, Ajab, tú y yo nos encontramos. En los brazos extendidos de Jesús, crucificado sobre el mismo lugar en que los perros lamiesen la sangre de Nabot, nosotros, que por nuestros pecados fuimos hechos semejantes a bestias, hemos lamido la Sangre del Cordero y hemos sido salvados. Nosotros somos la “familia” que, según anunció el profeta, sufre unida al Hijo.

Por eso no quiero apartar la mirada de la Cruz, ni quiero bajar de los brazos de María, que en el Gólgota me muestran el Madero Santo: porque, si por un solo momento lo hiciese, me volvería loco. Pero, si sigo mirando a Jesús Crucificado, todo tiene tanto sentido que podría yo morir de un ataque de Luz.

San Raniero Rainério

Santo patrón de Pisa, Italia, S. Raniero Rainério nació y vivió en Pisa en el siglo XII.

Era músico, lyrista. Un día se reunió con el monje Leccapecore Alberto, un hombre de Dios. Este encuentro lo llevó a replantearse su vida y cambiar radicalmente. Reunidos es una vida solitaria y penitente. Sin comer,  terminó ciego, pero que obtuvieron la gracia de Dios: la propia curación.

Tuvo una visión en la que las joyas de su bolsa estaba cambiando en azufre y la quema en las llamas. Una voz le explicó el significado de la visión de la bolsa diciendo que era su cuerpo, el fuego y azufre en su vida inútil. Como un peregrino, visitó los Santos Lugares y pasó 40 días en el desierto, el ayuno como un día lo hizo Jesús.

Al volver a Pisa, ingresó en el monasterio de S. Guido. Murió en 1160.

Dar y recibir

La oración es una relación, una relación en la que Dios se dona al hombre y el hombre se da a Dios, pero evidentemente hay una desproporción siempre: Dios da mucho más de lo que nosotros podemos dar. Santa Teresa decía: "Que sea bendito por siempre Él que me da tanto a mí que le doy tan poco" (Libro de la Vida, cap. 39, 6). Dios es el Dios del don. Su esencia suprema es la de dar, la de dar lo que es: Amor (1 Jn 4, 16) y cuando Dios da, da en sobreabundancia. El bien es de por sí difusivo, decían los filósofos antiguos y el bien supremo e infinito que es Dios todavía más: quiere difundir el Amor que Él es.

El pide en la medida en que da y da en la medida que pide

Vamos a la oración a pedir y a recibir los dones de este Dios Amor que está dispuesto a darnos, como buen Padre, lo que necesitamos. Pero al mismo tiempo en la oración sentimos que Dios mismo nos pide algo. A veces algo pequeño, mínimo, insignificante en apariencia. A veces es algo sustancial y radical. Quien se acerca como Moisés a la zarza ardiente comienza a sentir también que Dios es un Dios de fuego como la zarza que arde sin consumirse (Ex 3, 2). Y el Dios que da comienza a pedir. Entonces la creatura se queda algo perpleja como preguntándose:"¿cómo me pide a mí algo, Él, que lo tiene todo?". El pide en la medida en que da y da en la medida que pide. La oración es ante todo una relación de amor con quien sabemos que nos ama y en el amor siempre hay el cambio de un don. Cada uno da lo que tiene. Dios da su gracia y nosotros los que somos y a veces lo único que somos y tenemos son nuestras propias miserias. Dios entonces se manifestará en lo que es Él: Misericordia. No queramos ir a la oración sólo a recibir sin querer dar. En la oración no se puede ir sólo a recibir sin dar. Hay que entrar en ella con ánimo generoso, de olvido de sí, de querer dar lo que tiene, poco o mucho, a Aquel que nos ama y que amamos. Pero también es legítimo querer recibir.

Es cierto que Dios va purificando nuestro corazón y quiere que le amemos sólo por lo que Él es, pero también nos conoce y sabe que tenemos necesidades. Dios siempre está dispuesto a darnos su Amor y además "el pan nuestro de cada día", es decir, lo que vamos necesitando cada día para realizar nuestra vocación y misión. Lo que le pidamos tenemos que hacerlo con fe y confianza. Y lo que le demos con amor y generosidad. En este cambio de dar y recibir, nosotros salimos ganando: recibimos a Dios y a su Amor y damos nuestro pequeño ser y nuestras miserias. Acudamos a la oración con la confianza de pedir todo lo que necesitemos para nosotros y los demás y de dar todo aquello que Dios nos quiera pedir, que será siempre para nuestro bien y el bien de la Iglesia.

Descubriendo un camino nuevo hacia Dios

La oración es exigente, sobre todo en este mundo tan ruidoso. Si somos sinceros con nosotros mismos, reconocemos que no es tan fácil oír la voz de Dios, “conectar” con Él. Necesitamos constantemente buscar caminos nuevos para hacerlo.  La oración es  “una batalla”, como el Catecismo nos recuerda (CIC 2726), pero una batalla que siempre podemos ganar, si seguimos luchando. Jesús así no los prometió: “Buscad”, nos dijo “y encontraréis” . (Mateo 7:7)

La oración cristiana es relación personal y viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo, que habita en sus corazones (CCIC 534)

"La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes"(San Juan Damasceno, f. o. 3, 24). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde "lo más profundo" (Sal 130, 14) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración. "Nosotros no sabemos pedir como conviene"(Rom 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (cf San Agustín, serm 56, 6, 9) (Catecismo de la Iglesia Católica 2559). Es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama (Santa Teresa, Vida, 8, 5). La oración es una conversación o coloquio con Dios (San Gregorio Niseno, Orat. I de orat. dominic. MG 44, 1125)

La oración es la conversión de la mente a Dios con piadoso y humilde afecto (San Agustín, Lib. de spiritu et anima. ML 39, 1887)

El amor a los enemigos

Mateo 5, 43-48. Tiempo Ordinario. Todos los días me encuentro con una multitud de personas y con la oportunidad de amar a ejemplo de Cristo.
 
Oración introductoria 



Nadie es perfecto en este mundo, y sin embargo, Señor y Padre mío, hoy me llamas a la santidad. Dame tu gracia y presencia en esta oración para comprender y vivir el mandato de tu amor. Incrementa mi fe, mi esperanza y mi caridad. Te pido tu ayuda para cumplir en todo tu voluntad. 



Petición 



Jesús, aviva mi deseo, mi anhelo de alcanzar, con tu gracia, la santidad. 



Meditación del Papa Francisco 



Seguir a Jesús no es fácil, no es fácil. Pero tampoco es difícil, porque en el camino del amor el Señor hace las cosas de una manera que podamos avanzar; el mismo Señor nos ensancha el corazón. 
Ante estas propuestas de la bofetada, del manto, de los cien kilómetros debemos orar al Señor para que amplíe nuestro corazón, para que seamos magnánimos, humildes y no luchemos por las cosas pequeñas, por la ‘nada’ de todos los días. Cuando uno hace una opción por la "nada", de aquella opción nacen los enfrentamientos en una familia, en la amistad, con los amigos, en la sociedad, también; ¡los enfrentamientos que acaban con la guerra por la "nada"! La "nada" es la semilla de la guerra, siempre. Porque es la semilla del egoísmo. El "todo" es lo grande, es Jesús. Pidamos al Señor que ensanche nuestro corazón, que nos haga humildes, mansos y magnánimos, para que tengamos el "todo" en Él; y que nos libre de hacer problemas cotidianos en torno a la ‘nada’… (Cf. S.S. Francisco, 17 de junio de 2013, homilía en Santa Marta).

Reflexión 



Amar a todos. Amar a ejemplo del Señor. Este es el resumen del mensaje que Cristo ha traído al mundo. Cristo nos pone primero el ejemplo de su Padre que hace el bien sobre buenos y malos. 

Cristo mismo desde la cruz me enseña el valor redentor del amor. Más aún, todos los días en cualquier sagrario el amor de Cristo, hecho pan, está presente para ser consuelo de justos y pecadores. 

Ciertamente no podemos quedar indiferentes ante la magnitud del amor de Cristo. Tomemos su invitación, hagámosla nuestra: "sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto". ¡Qué gran invitación! Encierra, en pocas palabras, el camino de la santidad, de nuestra salvación, la forma para acercarse a Dios. 

Pero, ¿cómo ser santo hoy, en mi sociedad? ¿cómo llegar a Dios en el ambiente en que vivo? La forma más fácil es imitando al mismo Dios que es amor (1Jn 4, 8). Amando como auténtico cristiano a mi prójimo que es el vecino, el compañero de estudios o trabajo, el empleado de limpieza con el que me encuentro, etc. 

Todos los días me encuentro con una multitud de prójimos y con la oportunidad de amar a ejemplo del Señor y empezar o continuar el camino de la santidad. 



Propósito 



Que mi programa de vida sea hacer la voluntad de Dios. 



Diálogo con Cristo 



Jesucristo, quiero ser un reflejo de Ti. Dame la sabiduría y la fuerza de voluntad para perseverar en mi esfuerzo. El medio es claro, «amar», pero concretarlo en el día a día, es lo difícil. Concédeme saber aprovechar tus gracias y ser dócil a tu Espíritu Santo, así podré hacer el bien a todos los que me rodean, especialmente a mi familia.

Corpus Christi ... ¿Entiendes lo que ésto significa?

La Eucaristía es el sacramento por excelencia de la Iglesia, porque brotó del amor redentor de Jesucristo.
 
Hay, en Tierra Santa, un pueblecito llamado Tabga. Está situado junto a la ribera del lago Tiberíades, en el corazón de la Galilea. Y se halla a los pies del monte de las Bienaventuranzas.

La Galilea es una región de una gran belleza natural, con sus verdes colinas, el lago de azul intenso y una fértil vegetación. Este rincón, que es como la puerta de entrada a Cafarnaúm, goza todo el año de un entorno exuberante. Es, precisamente en esta aldea, donde la tradición ubica el hecho histórico de la multiplicación de los panes realizada por Jesús. 



Ya desde el siglo IV los cristianos construyeron aquí una iglesia y un santuario, y aun hoy en día se pueden contemplar diversos elementos de esa primera basílica y varios mosaicos que representan la multiplicación de los panes y de los peces. 



Pero hay en la Escritura un dato interesante. Además de los relatos de la Pasión, éste es el único milagro que nos refieren unánimemente los cuatro evangelistas, y esto nos habla de la gran importancia que atribuyeron desde el inicio a este hecho. Más aún, Mateo y Marcos nos hablan incluso de dos multiplicaciones de los panes. Y los cuatro se esmeran en relatarnos los gestos empleados por Jesús en aquella ocasión: “Tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos –dio gracias, nos dice san Juan—, los partió y se los dio a los discípulos para que se los repartieran a la gente”. 



Seguramente, los apóstoles descubrieron en estos gestos un acto simbólico y litúrgico de profunda significación teológica.

Esto no lo adviertieron, por supuesto, en esos momentos, sino a la luz de la Última Cena y de la experiencia post-pascual, cuando el Señor resucitado, apareciéndose a sus discípulos, vuelve a repetir esos gestos como memorial de su Pasión, de su muerte y resurrección. Y, por tanto, también como el sacramento supremo de nuestra redención y de la vida de la Iglesia. 



Año tras año, el Papa Juan Pablo II escribió una carta pastoral dirigida a todos los sacerdotes del mundo con ocasión del Jueves Santo, día del sacerdocio y de la Eucaristía por antonomasia. 



En la Encíclica Ecclesia de Eucharistia nos dice que "La Iglesia vive de la Eucaristía". Así iniciaba el Papa su meditación. "Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia”. Y a continuación tratará de hacernos comprender, valorar y vivir esta afirmación inicial. 



En efecto, la Eucaristía es el sacramento por excelencia de la Iglesia –y, por tanto, de cada uno de los bautizados— porque brotó del amor redentor de Jesucristo, la instituyó como sacramento y memorial de su Alianza con los hombres; alianza que es una auténtica redención, liberación de los pecados de cada uno de nosotros para darnos vida eterna, y que llevó a cabo con su santa Pasión y muerte en el Calvario. La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Cristo sobre la cruz nos hablan de este mismo misterio. 



El Sacrificio eucarístico es –recuerda el Papa, tomando las palabras del Vaticano II— "fuente y culmen de toda la vida cristiana". Cristo en persona es nuestra Pascua, convertido en Pan de Vida, que da la vida eterna a los hombres por medio del Espíritu Santo. 



Juan Pablo II nos confiesó que, durante el Gran Jubileo del año 2000, tuvo la grandísima dicha de poder celebrar la Eucaristía en el Cenáculo de Jerusalén, en el mismísimo lugar donde la tradición nos dice que fue realizada por Jesucristo mismo la primera vez en la historia. Y varias veces trajó el Papa a la memoria este momento de gracia tan singular. El Papa sí valoró profundamente lo que es la Eucaristía. En el Cenáculo –nos recuerda el Santo Padre— “Cristo tomó en sus manos el pan, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros” (Eccl. de Euch., nn. 1-2). 



Estos gestos y palabras consacratorias son las mismas que empleó Jesús durante su vida pública, en el milagro de la multiplicación de los panes. Si Cristo tiene un poder absoluto sobre el pan y su naturaleza, entonces también podía convertir el pan en su propio Cuerpo, y el vino en su Sangre. 



Y decimos que la Eucaristía es el "memorial" de nuestra redención porque –con palabras del mismo Santo Padre— "el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca, sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos". Esto, precisamente, significa la palabra "memorial". No es un simple recuerdo histórico, sino un recuerdo que se actualiza, se repite y se hace realmente presente en el momento mismo de su celebración. 



Por eso –continuó el Papa— la Eucaristía es "el don por excelencia, porque es el don de sí mismo (de Jesucristo), de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. 



Ésta no queda relegada al pasado, pues todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos... Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y se realiza la obra de nuestra redención" (Eccl. de Euch., n. 11). 



Ojalá, pues, que en esta fiesta del Corpus Christi que celebraremos, todos valoremos un poco más la grandeza y sublimidad de este augusto sacramento que nos ha dejado nuestro Señor Jesucristo, la Eucaristía, el maravilloso don de su Cuerpo y de su Sangre preciosa para nuestra redención: "Éste es mi Cuerpo. Ésta es mi Sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos, para el perdón de los pecados. Haced esto en memoria mía". 



Que a partir de hoy vivamos con una fe mucho más profunda e intensa, y con mayor conciencia, amor y veneración cada Eucaristía, cada Santa Misa: ¡Gracias mil, Señor, por este maravilloso regalo de tu amor hacia mí!

PAXTV.ORG