El Hijo de Dios viene a nuestro encuentro
- 09 Diciembre 2014
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El Papa reza el ángelus desde su ventana
"Recibimos el don de la salvación y tenemos que volver a darlo a los demás"
Papa: "Ninguno de nosotros puede comprar la salvación, que es un don gratuito"
"San Agustín afirma que la Virgen concibió primero en el corazón que en su seno"
José Manuel Vidal, 08 de diciembre de 2014 a las 12:25
María se abandona a la gracia. También nosotros se nos pide escuchar a Dios que nos habla y acoger su voluntad"
(José Manuel Vidal).- Este lunes, fiesta de la Inmaculada, Francisco rezó, desde la ventana, el ángelus y dedicó su catequesis a la Virgen, recordando que la salvación es un don, que "ninguno de nosotros puede comprar". Al ser un don, hay que volver a darlo gratuitamente a los demás. Porque, "todo es don gratuito de Dios, todo es gracia, todo es don de su amor por nosotros".
Algunas frases del Papa
"Buen día y buena fiesta"
"Todo es don gratuito de Dios, todo es gracia, todo es don de su amor por nosotros"
"Llena de gracia, porque en ella no hay espacio para el pecado" "María se abandona a la gracia"
"También nosotros se nos pide escuchar a Dios que nos habla y acoger su voluntad"
"El Señor nos habla siempre". "El ser va primero que el hacer. Hay que dejar hacer a Dios"
"María es receptiva, pero no pasiva"
"San Agustín afirma que la Virgen concibió primero en el corazón que en su seno"
"También nosotros somos bendecidos, amados y salvados por Dios"
"Ante el amor y la misericordia se impone una sola consecuencia: la gratuidad"
"Ninguno de nosotros puede comprar la salvación, que es un don gratuito"
"Lo donado debe ser redonado"
"El Espíritu es un don para nosotros y nosotros, un don para los demás"
"Instrumentos de acogida, de reconciliación y de perdón"
"La gracia del Señor nos transforma". "Aprendamos de María"
Saludos tras el ángelus
Saluda especialmente a la Acción Católica italiana, "escuela de santidad y de generoso servicio a la Iglesia y al mundo"
"Esta tarde iré a Santa María la Mayor y, después, a la Plaza de España, acto de homenaje y de oración al pie de la columna de la Inmaculada. Toda la tarde dedicada a la Virgen"
"La salvación es gratuita. Recibimos el don de la salvación y tenemos que volver a darlo a los demás"
Texto íntegro de la catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días, buena fiesta!
El mensaje de la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María se puede resumir con estas palabras: Todo es gracia, todo es don gratuito de Dios y de su amor por nosotros. El Ángel Gabriel llama a María «llena de gracia» (Lc 1, 28): en ella no hay espacio para el pecado, porque Dios la ha elegido desde siempre como madre de Jesús, y la ha preservado de la culpa original. Y María corresponde a la gracia y se abandona a ella diciendo al Ángel: «Hágase en mí según tu palabra» (v. 38). No dijo: «Yo haré según tu palabra». No, sino: «Hágase en mí...». Y el Verbo se hizo carne en su seno. También a nosotros se nos pide que escuchemos a Dios que nos habla y que acojamos su voluntad; según la lógica evangélica ¡nada es más activo y fecundo que escuchar y acoger la Palabra del Señor! Que viene del Evangelio, de la Biblia, el Señor nos habla siempre.
La actitud de María de Nazaret nos muestra que el ser viene antes del hacer, y que es necesario dejar hacer a Dios para ser verdaderamente como Él nos quiere. Es Él el que hace tantas maravillas en nosotros. María es receptiva, pero no pasiva. Así como a nivel físico recibe la potencia del Espíritu Santo después dona carne y sangre al Hijo de Dios que se forma en Ella, del mismo modo, en el plano espiritual, acoge la gracia y corresponde a ella con la fe. Por esto San Agustín afirma que la Virgen «ha concebido primero en su corazón antes que en su seno» (Discursos, 215, 4). Ha concebido primero la fe, y después al Señor.
Este misterio de la acogida de la gracia, que en María, por un privilegio único, estaba sin el obstáculo del pecado, es una posibilidad para todos. En efecto, San Pablo inicia su Carta a los Efesios con estas palabras de alabanza: «Bendito Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los cielos en Cristo» (1, 3). Así como Santa Isabel saluda a María como «bendita entre las mujeres» (Lc 1, 42), del mismo modo también nosotros hemos sido desde siempre «bendecidos», es decir amados y, por tanto, «elegidos antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados» (Ef 1, 4). María ha sido preservada, mientras nosotros hemos sido salvados gracias al Bautismo y a la fe. Pero todos, tanto ella como nosotros, por medio de Cristo, «en alabanza del esplendor de su gracia» (v. 6), esa gracia de la cual la Inmaculada ha sido colmada en plenitud.
Frente al amor, frente a la misericordia, a la gracia divina derramada en nuestros corazones, la consecuencia que se impone es una sola: la gratuidad. Ninguno de nosotros puede comprar la salvación. La salvación es un don gratuito del Señor, un don gratuito de Dios que viene a nosotros, y habita en nosotros. Así como hemos recibido gratuitamente, del mismo modo gratuitamente hemos sido llamados a dar (Cfr. Mt 10, 8); a imitación de María, que, inmediatamente después de haber acogido el anuncio del Ángel, va a compartir el don de la fecundidad con su pariente Isabel. Porque si todo nos ha sido donado, todo debe ser devuelto. ¿De qué modo? Dejando que el Espíritu Santo haga de nosotros un don para los demás. El Espíritu es don para nosotros. Y nosotros, con la fuerza del Espíritu, debemos ser dones para los demás; que nos permita llegar a ser instrumentos de acogida, de reconciliación, instrumentos de perdón.
Si nuestra existencia se deja transformar por la gracia del Señor - porque la gracia del Señor nos transforma, eh - no podremos retener para nosotros la luz que viene de su rostro, sino que la dejaremos pasar para que ilumine a los demás. Aprendamos de María, que ha tenido constantemente la mirada fija en el Hijo y su rostro se ha convertido en «el rostro que más se parece al de Cristo» (Dante, Paraíso, XXXII, 87). Y a ella nos dirigimos ahora con la oración que recuerda el anuncio del Ángel.
Evangelio según San Mateo 18,12-14.
Jesús dijo a sus discípulos: "¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños."
San Claudio de la Colombière (1641-1682), jesuita. Sermón predicado en Londres ante la duquesa de Cork.
El Hijo de Dios viene a nuestro encuentro
Imaginaos la desolación de un pobre pastor cuya oveja se ha extraviado. Por todos los pueblos vecinos se oye la voz de este desdichado que, habiendo abandonado al grueso del rebaño, corre por los bosques y colinas, pasa a través de espesuras y matorrales, lamentándose y gritando con todas sus fuerzas, no pudiendo resignarse a volver sin que haya encontrado su oveja y llevarla al aprisco.
Eso es lo que hizo el Hijo de Dios cuando los hombres, por su desobediencia, se alejaron de la conducta señalada por su Creador; bajó a la tierra y no ahorró cuidados ni fatigas para devolvernos al estado del que habíamos caído.
Es lo que todavía hace todos los días con los que se alejan de él por el pecado; les sigue, por así decir, sus huellas, llamándolos sin cesar hasta que vuelven al camino de la salvación. Y ciertamente, si no hubiera actuado así, sabéis bien lo que habría sido de nosotros después del primer pecado mortal; nos sería completamente imposible de volver al camino. Es preciso que sea él quien actúe primero, que nos presente su gracia, que nos persiga, que nos invite a tener piedad de nosotros mismos, sin lo cual nunca se nos hubiera ocurrido pedirle misericordia…
El ardor con que Dios nos persigue es, sin duda, efecto de una misericordia muy grande. Pero la dulzura con que viene acompañado este celo, nos muestra una bondad todavía más admirable. Sin embargo, y a pesar del deseo extremo que tiene de hacernos regresar, no usa jamás la violencia, sino que usa tan sólo los caminos de la dulzura. No veo ningún pecador, en toda la historia del Evangelio, que haya sido invitado a la penitencia por otro medio que el de las caricias y beneficios.
San Juan Diego Cuauhtlatoatzi
San Juan Diego Cuauhtlatoatzain, laico
San Juan Diego Cuauhtlatoatzain, de la estirpe indígena nativa, varón provisto de una fe purísima, de humildad y de fervor, que logró que se construyera un santuario en honor de la Bienaventurada María Virgen de Guadalupe en la colina de Tepeyac, en la ciudad de México, lugar donde se le había aparecido la Madre de Dios. Hoy es la memoria litúrgica, que evoca la fecha de la primera aparición de la Virgen, la fecha de su muerte es el 30 de mayo.
«Este indio pervive vinculado a la advocación de la Virgen de Guadalupe, que se le apareció haciéndole protagonista de una de las grandes escenas, cuajadas de lirismo, que marcan un hito en la historia de las apariciones marianas»
En el entorno de la festividad de la Inmaculada Concepción, entre otros, la Iglesia celebra hoy la existencia de Juan Diego, que pervive para siempre vinculado a María, bajo su advocación de la Virgen de Guadalupe. Este santo indígena encarna en sí mismo una de las hermosísimas historias de amor que conmueven poderosamente. Inocencia y dulzura forman una perfecta simbiosis en su vida que instan ciertamente a perseguir la santidad y permiten comprender qué pudo ver en él la Reina del Cielo, excelso modelo de virtudes, para hacerle objeto de su dilección. Nació en Cuauhtitlán perteneciente al reino de Texcoco, regido entonces por los aztecas, hacia el año 1474. Debía llevar escrito en su nombre, que significaba «águila que habla», la nobleza de esta majestuosa ave que vuela desafiando a las tempestades, de cara al infinito. Era un indio de la etnia chichimecas, sencillo, lleno de candor, sin doblez alguna, de robusta fe, dócil, humilde, obediente y generoso. Un hombre inocente que, cuando conoció a los franciscanos, recibió el agua del bautismo y se abrazó a la fe para siempre encarnando las enseñanzas que recibía con total fidelidad.
Un digno hijo de Dios que no dudaba en recorrer 20 km. todos los sábados y domingos para ir profundizando en la doctrina de la Iglesia y asistir a la Santa Misa. Tuvo la gracia de que su esposa María Lucía compartiera con él su fe, y ambos, enamorados de la castidad, después de ser bautizados hacia 1524 o 1525 determinaron vivir en perfecta continencia. María Lucía murió en 1529, y Juan Diego se fue a vivir con su tío Juan Bernardino que residía en Tulpetlac, a 14 km. de la Iglesia de Tlatelolco-Tenochtitlan, lo cual suponía acortar el largo camino que solía recorrer para llegar al templo.
La Madre de Dios se fijó en este virtuoso indígena para encomendarle una misión. Cuatro apariciones sellan la sublime conversación que tuvo lugar entre Ella y Juan Diego, que tenía entonces 57 años, edad avanzada para la época. El sábado 9 de diciembre de 1531 se dirigió a la Iglesia. Caminaba descalzo, como hacían los de su condición social, y se resguardaba del frío con una tilma, una sencilla manta. Cuando bordeaba el Tepeyac, la tierna voz de María llamó su atención dirigiéndose a él en su lengua náuhatl: «¡Juanito, Juan Dieguito!». Ascendió a la cumbre, y Ella le dijo que era «la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios». Además, le encomendó que rogase al obispo Juan de Zumárraga que erigiese allí mismo una Iglesia. Juan Diego obedeció. Fue en busca del prelado y afrontó pacientemente todas las dificultades que le pusieron para hablar con él, que no fueron pocas. Al transmitirle el hecho sobrenatural y el mensaje recibido, el obispo reaccionó con total incredulidad. Juan Diego volvió al lugar al día siguiente, y expuso a la Virgen lo sucedido, sugiriéndole humildemente la elección de otra persona más notable que él, que se consideraba un pobre «hombrecillo». Pero María insistió. ¡Claro que podía elegir entre muchos otros! Pero tenía que ser él quien transmitiera al obispo su voluntad: «…Y bien, de nuevo dile de qué modo yo, personalmente, la siempre Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios, te mando».
El 12 de diciembre, diligentemente, una vez más fue a entrevistarse con el obispo. Éste le rogó que demostrase lo que estaba diciendo. Apenado, Juan Diego regresó a su casa y halló casi moribundo a su tío, quien le pedía que fuese a la capital para traer un sacerdote que le diese la última bendición. Sin detenerse, acudió presto a cumplir con este acto caritativo, saliendo hacia Tlatelolco. Pensó que no era momento para encontrarse con la Virgen y que Ella entendería su apremio; ya le daría cuenta de lo sucedido más tarde. Y así, tras esta brevísima resolución, tomó otro camino. Pero María le abordó en el sendero, y Juan Diego, impresionado y arrepentido, con toda sencillez expresó su angustia y el motivo que le indujo a actuar de ese modo. La Madre le consoló, le animó, y aseguró que su tío sanaría, como así fue.
Por lo demás, enterada del empecinamiento del obispo y de su petición, indicó a Juan Diego que subiera a la colina para recoger flores y entregárselas a Ella. En el lugar señalado no brotaban flores. Pero Juan Diego creyó, obedeció y bajó después con un frondoso ramo que portó en su tilma. La Virgen lo tomó entre sus manos y nuevamente depositó las flores en ella. Era la señal esperada, la respuesta que vencería la resistencia que acompaña a la incredulidad. Más tarde, cuando el candoroso indio logró ser recibido por el obispo, al desplegar la tilma se pudo comprobar que la imagen de la Virgen de Guadalupe había quedado impregnada en ella con bellísimos colores. A la vista del prodigio, el obispo creyó, se arrepintió y cumplió la voluntad de María.
Juan Diego legó sus pertenencias a su tío, y se trasladó a vivir en una humilde casa al lado del templo. Consagró su vida a la oración, a la penitencia y a difundir el milagro entre las gentes. Se ocupaba del mantenimiento de la capilla primigenia dedicada a la Virgen de Guadalupe y de recibir a los numerosos peregrinos que acudían a ella. Murió el 30 de mayo de 1548 con fama de santidad dejando plasmada la aureola de su santidad no sólo en México sino en el mundo entero que sigue aclamando a este «confidente de la dulce Señora del Tepeyac», como lo denominó Juan Pablo II. Fue él precisamente quien confirmó su culto el 6 de mayo de 1990, y lo canonizó el 31 de julio de 2002.
Oremos
Concédenos, Señor todopoderoso, que el ejemplo de San Juan Diego nos estimule à una vida más perfecta y que cuántos celebramos su fiesta sepamos también imitar sus ejemplos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Oh Dios, que por medio del bienaventurado Juan Diego manifestaste a tu pueblo el amor de la Santísima Virgen María, concédenos, por su intercesión, que, obedientes a las recomendaciones de nuestra Madre de Guadalupe, podamos cumplir siempre tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amé
Francisco ante la estatua de la Inmaculada
El Papa rinde tributo a la Inmaculada ante su columna de Plaza de España
El Papa a la Virgen: "Libera la humanidad de toda esclavitud espiritual y material"
"Invocamos tu materna protección para nosotros, para esta ciudad y para el mundo entero"
Papa: "Ninguno de nosotros puede comprar la salvación, que es un don gratuito"
Enséñanos a ir contracorriente, a donarnos, a escuchar, a hacer silencio, para dejar espacio a la belleza de Dios, fuente de la auténtica alegría
(José Manuel Vidal).- Francisco anunció en el ángelus que dedicaría toda la tarde a la Virgen. Y así lo hizo. Primero se acercó por decimosexta vez a la basílica de Santa María la Mayor, a rezar ante la imagen de la Salus Populi Romani. Y, después, para rendir homenaje a la Inmaculada en la Plaza de España de Roma. Allí le pide protección y que libere a la humanidad "de toda esclavitud espiritual y material"
Las aceras de la zona de Roma por donde pasa el Papa están abarrotadas. Francisco llega en un pequeño Ford a la Plaza de España, con la matrícula SCV 00919. Allí le recibe el cardenal Vallini y el alcalde de Roma.
No hay reclinatorio para el Papa. Le acercan un micrófono y pregunta: "¿Comenzamos?".
Se lee la lectura del libro del Apocalipsissobre la Virgen.
Algunas frases de la oración del Papa a la Inmaculada
"Hoy el pueblo de Dios, en fiesta, te venera como Inmaculada"
"Acoge el homenaje que te ofrezco en nombre de la Iglesia que está en Roma y en el mundo entero"
"El mal no tiene poder sobre tí"
"No estamos solos"
"Somos tus hijos, hijos de la Inmaculada"
"Invocamos hoy tu materna protección para nosotros y para nuestra familia, para esta ciudad y para el mundo entero"
"Libera la humanidad de toda esclavitud espiritual y material"
"Que seamos misericordiosos, como nuestro padre celestial"
"Enséñanos a ir contracorriente, a donarnos, a escuchar, a hacer silencio, para dejar espacio a la belleza de Dios, fuente de la auténtica alegría"
"Madre nuestra, Inmaculada, ora por nosotros"
Tras las palabras del papa, tiene lugar la ofrenda floral, se cantan las letanías y el avemaría.
Y el Papa da la bendición entre los vivas de la gente. Y dedica más de media hora a saludar uno por uno a todos los enfermos.
Texto completo de la oración del Papa a la Inmaculada
Oh María, Madre nuestra,
Hoy el pueblo de Dios en fiesta
te venera Inmaculada,
preservada desde siempre del contagio del pecado. Acoge el homenaje que te ofrezco
en nombre de la Iglesia que está en Roma
y en el mundo entero.
Saber que Tú, que eres nuestra Madre, estás totalmente liberada del pecado
nos da gran consuelo.
Saber que sobre ti el mal no tiene poder,
nos llena de esperanza y de fortaleza
en la lucha diaria que debemos realizar en contra de las amenazas del maligno.
Pero en esta lucha no estamos solos, no somos huérfanos,
porque Jesús, antes de morir en la cruz,
nos ha dado a Ti como Madre.
Nosotros, por lo tanto, a pesar de ser pecadores, somos tus hijos, hijos de la Inmaculada,
llamada a aquella santidad que en Ti resplandece
para gracia de Dios desde el inicio.
Animados de esta esperanza,
nosotros hoy invocamos tu materna protección para nosotros, para nuestras familias,
para esta Ciudad, para el mundo entero.
Que el poder del amor de Dios,
que te ha preservado del pecado original,
por tu intercesión, libere a la humanidad de toda esclavitud espiritual y material,
y haga vencer, en los corazones y en los eventos, el plan de salvación de Dios.
Haz que también en nosotros, tus hijos, la gracia prevalezca sobre el orgullo
y podamos llegar a ser misericordiosos
como es misericordioso nuestro Padre celestial.
En este tiempo que nos conduce
a la fiesta de la Natividad de Jesús,
enséñanos a andar a contracorriente:
despojarnos, a abajarnos, a donarnos, a escuchar, a hacer silencio,
a descentrarnos a nosotros mismos,
para dejar espacio a la belleza de Dios, fuente de la verdadera alegría.
¡Oh Madre nuestra Inmaculada, reza por nosotros!
SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN
Gn 3, 9-15.20; Ef 1, 3-6.11-12; Lc 1, 26-38
Hay, hermanos y hermanas, una pregunta que, de una manera u otra, Dios va repitiendo a cada persona desde los inicios de la humanidad. También nosotros. Lo hemos oído en la primera lectura dirigida a Adán: dónde estás? Y la respuesta que Dios recibía no era nada decidida, era más bien una excusa: he oído tu ruido en el jardín y, como estaba desnudo, me dio miedo y me escondí. En esta pregunta de Dios y en esta respuesta del primer hombre, hay contenida una realidad profunda. La antigua narración, detrás de la forma imaginada que utiliza, contiene un mensaje fundamental, válido para todos los tiempos. Por un lado, la pregunta expresa como Dios, movido por su amor, se interesa por cada persona, la va a encontrar en el lugar donde se encuentra existencialmente. También nosotros. Por otro, la respuesta constata la pobreza radial del ser humano: estaba desnudo y tengo miedo. Para que la desnudez y el miedo son una manera de decir la debilidad, la falta de protección, la fragilidad, el temor por el presente y por el futuro. También los nuestros. Con la desobediencia de Adán y Eva, se había roto la armonía de amor y de confianza que Dios quería tener con el ser humano que había creado. Pero, a pesar de todo, Dios no quería dejar en la desnudez y en el miedo ante la existencia, no lo quería dejar en la debilidad y la desprotección que la vertían a la muerte ya la infelicidad eterna. Para ello era necesario cambiar la respuesta de los primeros padres. Era necesario que llegara el aquí estoy, para hacer su voluntad de Jesús (cf. He 10, 5-7), preparado por el "estoy aquí, que se haga según el que tú quieres "de María, que hemos oído en el Evangelio.
A la pregunta: ¿dónde estás ?, Dios esperaba por parte del ser humano una respuesta decidida, un "estoy aquí" lleno de disponibilidad, seguido de un habla que tu siervo escucha (cf. 1Sa 3, 10). En la primera alianza, recibió algunas de respuestas así como la de Abraham (Gn 12, 1-4) y la de Samuel (1Sa 3, 10). Pero la respuesta plena, sin ninguna fisura en la vida personal, no la recibirá hasta que llegue María, la elegida para ser la madre del Mesías, el Salvador. Ella, cuando Dios salió a su encuentro, tal como acabamos de escuchar en la proclamación del diácono, responderá con una disponibilidad total: soy la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabras. Qué diferencia con la respuesta de Adán! También María es consciente de la debilidad y se turba. Pero ella no se esconde, vive de cara a Dios y Dios le quita el miedo. Ella se fía totalmente de él en su fe confiada y gozosa. Y Dios le otorga la plenitud de la gracia.
Con su respuesta y con toda su vida de fidelidad a Dios, María pone la base para cambiar la suerte de Adán y Eva, para cambiar su situación de desnudez y fragilidad, su incapacidad de salir de una situación que no tenía otro horizonte que la muerte para siempre. Previendo esta obediencia de la fe de cuándo será adulta, Dios la hace llena de gracia, le otorga la santidad de vida, ya desde el inicio de su concepción. Hoy lo celebramos y le damos gracias a Dios.
Lo celebramos porque este don que de una manera única y personal Dios hace a María, tiene consecuencias favorables, salvadoras, para nosotros, para la humanidad entera. el don de la liberación del pecado original y de la santidad desde los inicios de la existencia de María, son preparación para la venida del Mesías, el Santo de Dios, que debía encontrar una madre disponible y santa que la acogiera en el tabernáculo de su seno y que la educara en su condición humana para poder ser hermano de la humanidad y salvador.
¿La pregunta de Dios dónde estás, Adam? encontró una respuesta desconfiada. En cambio, cuando llegó la plenitud del tiempo y Dios anunció a María su vocación de Madre del Mesías, no tuvo que llamar "dónde estás, María?"; porque ella estaba en su presencia dispuesta a dar una respuesta pronta y plena de disponibilidad, tal como Dios la esperaba ya desde los inicios de la humanidad. La respuesta de María prepara el de Jesucristo. Efectivamente, él, cuando entró en el mundo, en las entrañas de Santa María, dijo al Padre: aquí estoy, para hacer tu voluntad (Hb 10, 5-7). Adam dio cuenta de que iba desnudo, y, por tanto, que era débil, que estaba desprotegido. También Jesús, el nuevo Adán, irá desnudo en la cruz y su desnudez nos aportará protección, nos dará fuerza; con su desnudez nos vestirá con el traje de fiesta que nos permitirá de entrar en el banquete del Reino (Mt 22, 11-12). Previendo la gracia que nos otorgaría la desnudez de Jesús en la cruz, María ya recibió el vestido de fiesta con la plenitud de la gracia y la santidad de vida desde los inicios, desde su concepción. Hoy celebramos y agradecemos esta gracia que Dios concedió a María. Lo hacemos porque la amamos, en ella, pero también conscientes de que esta gracia que le fue otorgada significa para nosotros. La respuesta que María dio a Dios, y que hemos escuchado con reverencia al evangelio, es preparación para la venida de Cristo. Y él, como he dicho, cambia nuestra situación de desnudez en la de hombres y mujeres vestidos de fiesta por la gracia bautismal; cambia nuestra debilidad en la fuerza que viene del Espíritu, nuestra lejanía de Dios en personas abiertas a él en diálogo de amor, aunque todavía estamos sujetos a experimentar el pecado. Él hace de la muerte corporal una nacimiento a una vida nueva.
También a nosotros Dios nos dirige la pregunta; dónde estás? Y dependerá de la forma en que hay respondamos que encontramos el camino de la plenitud humana y espiritual. María nos enseña y nos ayuda a responder: "estoy aquí, que se haga en mí tu voluntad". La respuesta auténtica, sin embargo, pasa siempre por los hermanos, para luchar contra todo tipo de
marginación, de violencia, de esclavitud.
En el adviento, que nos abre el horizonte de la plenitud de vida en la eternidad, la solemnidad de hoy nos presenta los inicios de la obra de salvación que realizó Jesucristo.
Con la gracia de Dios y acompañados por la oración de Santa María podremos ir saliendo de nuestra pobreza espiritual y reencontrar la firmeza que Dios nos otorga. Ahora, vestidos ya de fiesta para la gracia divina que nos fue concedida en el bautismo, nos podemos acercar a la mesa del Señor que es anticipación y prenda del banquete del Reino futuro.
UNA FELICITACION POR TODOS LOS NIÑOS Y NIÑAS QUE AYER HACIAN SU PRIMERA COMUNION. POR TODA SU HERMOSA PREPARACION Y CON TODOS SUS FAMILIARES Y ASISTENTES AL GOZO DE LA PRESENCIA DE JESUS Y MARIA.