"Entonces yo tampoco les diré con qué autoridad hago esto".
- 15 Diciembre 2014
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Texto completo de las palabras del Papa a la hora del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, queridos niños, queridos jóvenes ¡buenos días!
Desde hace ya dos semanas el Tiempo de Adviento nos ha invitado a la vigilancia espiritual para preparar el camino del Señor, Señor que viene. En este tercer domingo la liturgia nos propone otra actitud interior con la cual vivir esta espera del Señor, es decir, la alegría. La alegría de Jesús, como dice aquel cartel allí, en la plaza: "Con Jesús la alegría está en casa".
He aquí, nos propone la alegría de Jesús.
El corazón del hombre desea la alegría. Todos deseamos la alegría, cada familia, cada pueblo aspira a la felicidad. ¿Pero cuál es la alegría que el cristiano está llamado a vivir, está llamado a testimoniar? Es aquella que viene de la cercanía de Dios, de su presencia en nuestra vida. Desde cuando Jesús entró en la historia, con su nacimiento en Belén, la humanidad recibió el germen del Reino de Dios, como un terreno que recibe la semilla, promesa de la futura cosecha.
¡No es más necesario buscar en otro lugar! Jesús vino a traer la alegría a todos y para siempre. No se trata de una alegría solamente esperada o postergada al Paraíso: aquí en la tierra estamos tristes pero en el Paraíso seremos dichosos. ¡No, no! ¡No es ésta! Sino una alegría ya real y experimentable ahora, porque Jesús mismo es nuestra alegría, y nuestra casa con Jesús es alegre, como decía aquel cartel vuestro: "Con Jesús la alegría está en casa". Y sin Jesús ¿hay alegría? ¡No!¡Bravo! Él está vivo y es el Resucitado y obra en nosotros y entre nosotros, especialmente con la Palabra y los Sacramentos.
Todos nosotros bautizados, hijos de la Iglesia, estamos llamados a acoger siempre nuevamente la presencia de Dios en medio de nosotros y a ayudar a los otros a descubrirla, o a redescubrirla en el caso de que la hubieran olvidado. Se trata de una misión bellísima, similar a aquella de Juan Bautista: orientar la gente a Cristo - ¡no a nosotros mismos! - porque es Él la meta hacia la cual tiende el corazón del hombre cuando busca la alegría y la felicidad.
De nuevo San Pablo, en la liturgia de hoy, indica las condiciones para ser "misioneros de la alegría": orar con perseverancia, dar siempre gracias a Dios, secundar su Espíritu, buscar el bien y evitar el mal (cfr 1 Ts 5, 17-22). Si esto será nuestro estilo de vida, entonces la Buena Noticia podrá entrar en tantas casas y ayudar a las personas y a las familias a descubrir que en Jesús está la salvación. En Él es posible encontrar la paz interior y la fuerza para afrontar cada día las diversas situaciones de la vida, también aquellas más pesadas y difíciles. Nunca se ha escuchado de un santo triste o de una santa con cara de funeral. ¡Jamás se ha escuchado! Sería un contrasentido. El cristianos es una persona que tienen el corazón rebosante de paz porque sabe poner su alegría en el señor también cuando atraviesa los momentos difíciles de la vida. Tener fe no significa no tener momentos difíciles, sino tener la fuerza de afrontarlos sabiendo que no estamos solos. Y ésta es la paz que Dios dona a sus hijos.
Con la mirada dirigida a la Navidad ya cercana, la Iglesia nos invita a testimoniar que Jesús no es un personaje del pasado; Él es la Palabra de Dios que hoy continúa iluminando el camino del hombre; sus gestos - los Sacramentos - son la manifestación de la ternura, de la consolación y del amor del Padre hacia todo ser humano. La Virgen María, "Causa de nuestra alegría", nos haga siempre dichosos en el Señor, que viene a liberarnos de tantas esclavitudes interiores y exteriores.
Palabras del Papa después de la oración mariana:
Queridos hermanos y hermanas, me he olvidado de cómo era aquella frase: "Con Jesús...", a ver veamos, "Con Jesús la alegría está en casa". Todos juntos: "Con Jesús la alegría está en casa".
Los saludo a todos ustedes, familias, grupos parroquiales y asociaciones, que han venido desde Roma, Italia y de tantas partes del mundo. En particular, saludo a los peregrinos de Civitella Casanova, Catania, Gela, Altamura y a los jóvenes de Frosinone.
Al saludar a los fieles polacos, me uno espiritualmente a sus connacionales, a toda Polonia, que hoy encienden la "vela de Navidad" y reafirman el compromiso de solidaridad, especialmente en este "Año de la Caritas" que se celebra en Polonia.
Y ahora saludo con afecto a los chicos venidos para la bendición de los "Niñitos", organizada por el Centro di Oratori Romani. Pero enhorabuena, ¡eh! Ustedes lo han hecho muy bien, han estado muy alegres aquí en la plaza, ¡enhorabuena! Y ahora llevan el pesebre bendecido. Queridos niños, les agradezco por su presencia y les deseo ¡Feliz Navidad! Cuando recen en casa, delante de su pesebre, acuérdense también de mí, de rezar por mí, como yo me acuerdo de ustedes. La oración es el respiro del alma: es importante encontrar momentos en la jornada para abrir el corazón a Dios, también con las simples y breves oraciones del pueblo cristiano. Para esto, hoy he pensado en hacerles un regalo a todos ustedes que están aquí, en la plaza, una sorpresa, un regalo. Les daré un pequeño librito de bolsillo que reúne algunas oraciones, para los varios momentos de la jornada y para las diversas situaciones de la vida. Es esto. Algunos voluntarios los distribuirán. Tomen uno cada uno y llévenlo siempre con ustedes, como ayuda para vivir toda la jornada con Dios. Y para que no nos olvidemos de aquel mensaje tan bonito, que ustedes han hecho con el cartel ¿cómo era? "Con Jesús, la alegría está en casa". Otra vez: "con Jesús, la alegría está en casa", ¡Bravo!
A todos ustedes un cordial deseo de un feliz domingo y de buen almuerzo. No se olviden, por favor de rezar por mí. ¡Hasta pronto! ¡Y tanta alegría!
Evangelio según San Mateo 21,23-27.
Jesús entró en el Templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, para decirle: "¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te ha dado esa autoridad?". Jesús les respondió: "Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. ¿De dónde venía el bautismo de Juan? ¿Del cielo o de los hombres?". Ellos se hacían este razonamiento: "Si respondemos: 'Del cielo', él nos dirá: 'Entonces, ¿por qué no creyeron en él?'. Y si decimos: 'De los hombres', debemos temer a la multitud, porque todos consideran a Juan un profeta".
Por eso respondieron a Jesús: "No sabemos". El, por su parte, les respondió:
"Entonces yo tampoco les diré con qué autoridad hago esto".
San Beda el Venerable (c.673-735), monje benedictino, doctor de la Iglesia
Sermón nº 1; CCL 122, 2
Si queremos saber porqué Juan bautizaba, sabiendo que su bautismo no podía perdonar los pecados, la razón es clara: para ser fiel a su ministerio de precursor, debía antes bautizar al Señor por la misma razón que había nacido antes que él, que predicaría antes que él y moriría antes que él. Al mismo tiempo era para impedir que la disputa envidiosa de los fariseos y de los escribas no influyera sobre el ministerio del Señor, en el caso que él hubiera dado primero el bautismo a los hombres. «El bautismo de Juan, ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?» Como no se atrevieron a negar que venía del cielo, se vieron forzados a reconocer que las obras del cielo de aquél de quien Juan predicaba también eran debidas a un poder que venía del cielo.
Sin embargo, aunque el bautismo de Juan no perdonaba los pecados, no dejaba, sin embargo, sin frutos a los que lo recibían... Era una señal de fe y de arrepentimiento, o sea que recordaba que todos debían abstenerse de pecado, practicar la limosna, creer en Cristo, y apresurarse a recibir su bautismo desde que él se hiciera presente, a fin de lavarse para recibir la remisión de sus pecados. Por otra parte, el desierto donde Juan permanecía representa la vida de los santos que abandonaban los placeres de este mundo.
Tanto si viven en soledad o entre la multitud, sin cesar con toda la fuerza de su alma tienden a prescindir de los deseos del mundo presente; su gozo lo encuentran en no unirse más que a Dios, en el secreto de su corazón, y a no poner más que en él solo toda su esperanza. Es hacia esta soledad del alma, tan amada por Dios, que el profeta, con la ayuda del Espíritu Santo, deseaba ir cuando decía: «¿Quién me diera alas de paloma para volar y posarme?» (Sl 54,7).
15 de diciembre 2014 Lunes III Adviento Nm 24, 2-7.15-17a
Hoy encontramos un testimonio diferente y singular si lo comparamos con los que habitualmente estamos acostumbrados a conocer. Balaam: un profeta; así lo debemos interpretar la presentación que se hace en el texto cuando dice: «oráculo del hombre de ojos penetrantes, oráculo del que escucha los presagios de Dios ...», y que, pese a su condición de extranjero, anuncia una nueva era para los creyentes: «De Jacob sale una estrella, de en medio de Israel se levantará un cetro." para nosotros es evidente que anuncia el Mesías. Señor, de muchas maneras anuncias la voluntad de tu presencia entre nosotros; que sepa acoger, en mi itinerario de fe, hombres que, como Balaam, son profundos, auténticos, sinceros, fieles y que han conocido la fuerza de tu don.
María de la Rosa, Santa Fundadora, 15 de diciembre
Nació en Brescia (Italia) en 1813. Quedó huérfana de madre cuando apenas tenía 11 años.
Cuando ella tenía 17 años, su padre le presentó un joven diciéndole que había decidido que él fuera su esposo. La muchacha se asustó y corrió donde el párroco, que era un santo varón de Dios, a comunicarle que se había propuesto permanecer siempre soltera y dedicarse totalmente a obras de caridad. El sacerdote fue donde el papá de la joven y le contó la determinación de su hija. El señor De la Rosa aceptó casi inmediatamente la decisión de María, y la apoyó más tarde en la realización de sus obras de caridad, aunque muchas veces le parecían exageradas o demasiado atrevidas.
El padre de María tenía unas fábricas de tejidos y la joven organizó a las obreras que allí trabajaban y con ellas fundó una asociación destinada a ayudarse unas a otras y a ejercitarse en obras de piedad y de caridad.
En la finca de sus padres fundó también con las campesinas de los alrededores una asociación religiosa que las enfervorizó muchísimo.
En su parroquia organizó retiros y misiones especiales para las mujeres, y el cambio y la transformación entre ellas fue tan admirable que al párroco le parecía que esas mujeres se habían transformado en otras. ¡Así de cambiadas estaban en lo espiritual!.
En 1836 llegó la peste del cólera a Brescia, y María con permiso de su padre (que se lo concedió con gran temor) se fue a los hospitales a atender a los millares de contagiados. Luego se asoció con una viuda que tenía mucha experiencia en esas labores de enfermería, y entre las dos dieron tales muestras de heroísmo en atender a los apestados, que la gente de la ciudad se quedó admirada.
Después de la peste, como habían quedado tantas niñas huérfanas, el municipio formó unos talleres artesanales y los confió a la dirección de María de la Rosa que apenas tenía 24 años, pero ya era estimada en toda la ciudad. Ella desempeñó ese cargo con gran eficacia durante dos años, pero luego viendo que en las obras oficiales se tropieza con muchas trabas que quitan la libertad de acción, dispuso organizar su propia obra y abrió por su cuenta un internado para las niñas huérfanas o muy pobres. Poco después abrió también un instituto para niñas sordomudas. Todo esto es admirable en una joven que todavía no cumplía los 30 años y que era de salud sumamente débil. Pero la gracia de Dios concede inmensa fortaleza.
La gente se admiraba al ver en esta joven apóstol unas cualidades excepcionales. Así por ejemplo un día en que unos caballos se desbocaron y amenazaban con enviar a un precipicio a los pasajeros de una carroza, ella se lanzó hacia el puesto del conductor y logró dominar los enloquecidos caballos y detenerlos. En ciertos casos muy difíciles se escuchaban de sus labios unas respuestas tan llenas de inteligencia que proporcionaban la solución a los problemas que parecían imposibles de arreglar. En los ratos libres se dedicaba a leer libros de religión y llegó a poseer tan fuertes conocimientos teológicos que los sacerdotes se admiraban al escucharla. Poseía una memoria feliz que le permitía recordar con pasmosa precisión los nombres de las personas que habían hablado con ella, y los problemas que le habían consultado; y esto le fue muy útil en su apostolado.
En 1840 fue fundada en Brescia por Monseñor Pinzoni una asociación piadosa de mujeres para atender a los enfermos de los hospitales. Como superiora fue nombrada María de la Rosa. Las socias se llamaban Doncellas de la Caridad.
Al principio sólo eran cuatro jóvenes, pero a los tres meses ya eran 32.
Muchas personas admiraban la obra que las Doncellas de la Caridad hacían en los hospitales, atendiendo a los más abandonados y repugnantes enfermos, pero otros se dedicaron a criticarlas y a tratar de echarlas de allí para que no lograran llevar el mensaje de la religión a los moribundos. La santa comentando esto, escribía: "Espero que no sea esta la última contradicción. Francamente me habría dado pena que no hubiéramos sido perseguidas".
Fueron luego llamadas a ayudar en el hospital militar pero los médicos y algunos militares empezaron a pedir que las echaran de allí porque con estas religiosas no podían tener los atrevimientos que tenían con las otras enfermeras. Pero las gentes pedían que se quedaran porque su caridad era admirable con todos los enfermos.
Un día unos soldados atrevidos quisieron entrar al sitio donde estaban las religiosas y las enfermeras a irrespetarlas. Santa María de la Rosa tomó un crucifijo en sus manos y acompañada por seis religiosas que llevaban cirios encendidos se les enfrentó prohibiéndoles en nombre de Dios penetrar en aquellas habitaciones. Los 12 soldados vacilaron un momento, se detuvieron y se alejaron rápidamente. El crucifijo fue guardado después con gran respeto como una reliquia, y muchos enfermos lo besaban con gran devoción.
En la comunidad se cambió su nombre de María de la Rosa por el de María del Crucificado. Y a sus religiosas les insistía frecuentemente en que no se dejaran llevar por el "activismo", que consiste en dedicarse todo el día a trabajar y atender a las gentes, sin consagrarle el tiempo suficiente a la oración, al silencio y a la meditación. En 1850 se fue a Roma y obtuvo que el Sumo Pontífice Pío Nono aprobara su consagración. La gente se admiraba de que hubiera logrado en tan poco tiempo lo que otras comunidades no consiguen sino en bastantes años. Pero ella era sumamente ágil en buscar soluciones.
Solía decir: "No puedo ir a acostarme con la conciencia tranquila los días en que he perdido la oportunidad, por pequeña que esta sea, de impedir algún mal o de hacer el bien". Esta era su especialidad: día y noche estaba pronta a acudir en auxilio de los enfermos, a asistir a algún pecador moribundo, a intervenir para poner paz entre los que peleaban, a consolar a quien sufría alguna pena.
Por eso Monseñor Pinzoni exclamaba: "La vida de esta mujer es un milagro que asombra a todos. Con una salud tan débil hace labores como de tres personas robustas".
Aunque apenas tenía 42 años, sus fuerzas ya estaban totalmente agotadas de tanto trabajar por pobres y enfermos. El viernes santo de 1855 recobró su salud como por milagro y pudo trabajar varios meses más.
Pero al final del año sufrió un ataque y el 15 de diciembre de ese año de 1855 pasó a la eternidad a recibir el premio de sus buenas obras. Si Cristo prometió que quien obsequie aunque sea un vaso de agua a un discípulo suyo, no quedará sin recompensa, ¿qué tan grande será el premio que habrá recibido quien dedicó su vida entera a ayudar a los discípulos más pobres de Jesús?
DOMINGO III DE ADVIENTO (B) Is 61.1-2a.10-11 / 1 Ts 5,16-24 / Jn 1,6-8.19-28
14 de diciembre de 2014
Queridos hermanos y hermanas,
Este domingo tercero de Adviento, el domingo de especial alegría para la próxima venida del Señor, nos pone delante la austera figura de Juan el Bautista. El evangelista ha introducido su persona a través de unos versículos que sentiremos también el día de Navidad: "Él mismo no era la Luz; venía sólo a dar testimonio ". El evangelista nos dice, pues, que Juan no era la Luz. Pero sus contemporáneos preguntan insistentemente por la identidad del Bautista: "¿Quién eres tú?
¿Quién eres? ¿Qué dices de ti mismo? ". Él reconoce que es sólo una voz que invita a allanar el camino del Señor. La interpelación de los contemporáneos de Juan también vale para cada uno de nosotros, en la línea de lo que escribía San Pedro que hay que dar razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 P 3,15). Por poder dar razón, hay que tener, de esperanza. El tiempo de Adviento es tiempo de esperanza, porque "esperamos un salvador Jesucristo, el Señor, que transformará nuestro pobre cuerpo para configurarlo a su cuerpo glorioso "(Flp 3,20- 21).
¿Qué más esperamos? Aquí podríamos poner también -por qué no- todas las esperanzas humanas, las que cada persona, cada familia, cada grupo tiene de conseguir una mejora de la situación presente. Pero siempre con el fin de afianzar nuestra esperanza en Cristo Salvador, sabiendo distinguir bien entre la construcción del Reino de Dios y las esperanzas humanas. En otras palabras, tenemos que saber integrar todo lo que somos y anhelamos en nuestra situación de cristianos en el mundo de ahora y de aquí.
Por eso es importante hacer nuestra la interpelación que también sintió el Bautista: ¿Quién eres? ¿Qué dices de ti mismo? Hablábamos de la esperanza.
Es, como la definía un escritor del siglo pasado, la hermana pequeña al lado de la fe y la caridad. Pero la esperanza existe y tiene su personalidad. De acuerdo con el texto de san Pedro citado antes, esperar como salvador a Jesucristo el Señor es ya una opción que no puede pasar desapercibida, tanto más que esta esperanza está vinculada a "La transformación de nuestro pobre cuerpo para configurarlo a su cuerpo glorioso".
El profeta Isaías viene a nuestra ayuda para señalar mejor nuestra identidad cristiana. En efecto, la lectura primera constaba de dos bloques de versículos. En los versículos finales, sentíamos una alabanza agradecida: "El Señor me ha cubierto con un manto de felicidad, como el novio coronado con una diadema, como la novia que se adorna con joyas ". Pero al comienzo de la lectura encontrábamos las palabras que san Lucas pone en boca de Jesús como programa de su misión: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido, me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, a los corazones doloridos, los cautivos, los presos ". Por tanto, alabanza y misión.
¿Quién eres? ¿Qué dices de ti mismo? Soy el que aclamo el Señor lleno de gozo porque el Señor hará brotar el bienestar y la gloria. Pero también soy el que he recibido el Espíritu del Señor en bien de aquellas necesidades que hay que curar, liberar, iluminar. Es el "ora et labora" del pueblo creyente. La identidad cristiana está sostenida, pues, por la presencia del Espíritu de Dios en nosotros que nos envía a obrar el bien y hace de nuestra vida una alabanza. Dios que nos llama, es digno de toda confianza. Él lo hará así (cf. 1 Ts 5,16-24).
ADVIENTO CON SANTA TERESA DE JESÚS
III LUNES DE ADVIENTO MIRADA TRANSFIGURADORA
(Núm 24, 2-7. 15-17a; Sal 24; Mt 21, 23-27)
Los profetas son aquellos que anticipaban el futuro y traían al presente la luz que divisaban para bien del pueblo de Dios. El profeta no se autentifica si no se cumple lo que predice.
Había profetas falsos, que por halagar a los que gobernaban hablaban según conviniera. Pero en el caso de Balaán, su profecía se oponía al deseo político. “… oráculo del hombre de ojos perfectos; oráculo del que escucha palabras de Dios, que contempla visiones del Poderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos: ¡Qué bellas las tiendas de Jacob y las moradas de Israel!” (Núm 24,5)
¡Qué bueno es saber ver las cosas según Dios, aunque se contraponga la mirada a lo que uno desea o busca por interés natural! Así lo pide el salmista. “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador” (Sal 24). Que sepamos ver la presencia del Señor en medio de los acontecimientos, y leamos la realidad de manera trascendente. Sin defendernos, por egoísmo, de la verdad, como hicieron los contemporáneos de Jesús. “Jesús llegó al templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle: -«¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?» (Mt 21,23)
LOS OJOS EN CRISTO
Si deseamos mantener la mirada luminosa y ver la realidad con los ojos de la fe para descubrir en todo la presencia del Señor, será bueno que sigamos el consejo de Santa Teresa de poner los ojos en Cristo y ver la realidad a través de la mirada del Señor, como ella lo hizo. ¡Como ayuda el testimonio personal! Santa Teresa cuenta su proceso hasta que alcanzó a saborear la presencia de Dios en todo. “Yo sé de una persona que no había llegado a su noticia que estaba Dios en todas las cosas por presencia y potencia y esencia, y de una merced que le hizo Dios de esta suerte lo vino a creer de manera, que aunque un medio letrado de los que tengo dichos a quien preguntó cómo estaba Dios en nosotros (él lo sabía tan poco como ella antes que Dios se lo diese a entender) le dijo que no estaba más de por gracia, ella tenía ya tan fija la verdad, que no le creyó y preguntole a otros (18) que le dijeron la verdad, con que se consoló mucho” (Moradas V, 1, 10). El consejo es claro: “Así que, cuando no hay encendido el fuego que queda dicho en la voluntad ni se siente la presencia de Dios, es menester que la busquemos” (Moradas VI, 7, 9).