Para que todos los hombres entren en el Reino de los cielos
- 02 Diciembre 2019
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Bibiana (Viviana), Santa
Mártir, 2 de diciembre
Martirologio Romano: En Roma, santa Bibiana, mártir, a quien el papa san Simplicio dedicó una basílica en el Esquilino (s. inc.).
Etimologicamente: Bibiana = "aquella que vive", es de origen latino.
Breeve Biografía
Ya se menciona en el Liber Pontificalis el culto a la mártir Bibiana cuando se afirma en él que el Papa Simplicio (468 - 473) le dedicó una basílica. Restaurada en el siglo XVII por el infatigable papa Urbano VIII quien con su pasión renacentista, además de salvar un monumento antiguo, quiso dejar un testimonio litúrgico del hallazgo incluyendo en el calendario de la Iglesia universal la fiesta de Santa Bibiana en el día 2 de Diciembre. La basílica tiene tres naves divididas por ocho columnas antiguas y contiene una escultura graciosa de la Santa esculpida por Bernini. Está situada cerca de la vía férrea, da nombre al túnel por donde se ésta se cruza —Arcos de Santa Bibiana— se halla próxima a la Stazione Termini.
¿Quién fue Santa Bibiana?
Bernini, todo arte, la representa con los instrumentos del martirio que le dieron la Vida: la columna donde fue flagelada, los azotes, la corona del martirio y la sonrisa en su cara. Pero todo ello, con ser verdadero, es cosa común y aplicable a la mayor parte de los mártires cristianos en la Roma pagana, por lo que es decir mucho y, al mismo tiempo, nada acerca de un personaje concreto.
El relato de las actas no es fiable. Las actas de los mártires que comienzan a proliferar y los escritos aún más tardíos del martirio no son dignos de crédito histórico por las añadiduras apócrifas y contradicciones que contienen. Incluso los datos que se mencionan, como hacer responsable de su martirio al emperador Juliano el Apóstata, adolecen de un pronunciado desinterés cronológico. La leyenda de nuestra santa que relata pormenorizadamente su martirio es una novela ejemplar que aplica un esquema general romano.
Pero es cierto que Santa Bibiana existió y que fue mártir. Posiblemente también existieron su madre Dafrosa y su hermana Demetria cuyos sarcófagos intactos se descubrieron debajo de los dos vasos de vidrio con inscripciones que conservaban las reliquias de la Santa. La historia se remonta como más remoto documento al papa Simplicio que se sitúa en el siglo V. La veneración de esta mártir es anterior al ese dato. Y por ello no está lejos de la verdad histórica la afirmación de que vivió santa Bibiana a finales del siglo III, antes incluso de lo que cantan las actas.
Es, pues, Bibiana una santa de la que poco sabemos por los documentos que pueden aducirse con valoración histórica cierta. Conocemos su existencia y la entrega colmada, definitiva, que de su vida hizo a Dios, dándole un sí apoteósico con el martirio. Todo lo demás ¿qué importa? Al fin y al cabo, las piedras talladas, papiros, pellejos, papeles y datos informáticos en donde pueda constar la historia más completa de cualquier santo no son más que raspar en la corteza sin alcanzar jamás ese núcleo personal de la relación entre el santo —la santa en nuestro caso— y Dios. Lo que consta en los archivos nos puede llevar al reconocimiento de sus virtudes, pero la reciprocidad de amores entre redimido y Redentor es un misterio siempre escondido para la historia y patente sólo cabe Dios.
Santo Evangelio según san Mateo 8, 5-11. Lunes I de Adviento
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, Tú conoces las heridas más profundas de mi corazón; aquellas que tantas veces escondo a los demás y que me frenan a entregarme más a ti. Hoy, Señor, quiero pedirte que me sanes. Confío en ti, a tu lado ya no temeré.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 8, 5-11
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un oficial romano y le dijo: “Señor, tengo en mi casa un criado que está en cama, paralítico y sufre mucho”. Él le contestó: “Voy a curarlo”.
Pero el oficial le replicó: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa; con que digas una sola palabra, mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; cuando le digo a uno: ‘¡Ve!’, él va; al otro: ‘¡Ven!’ y viene; a mi criado: ‘¡Haz esto!’, y lo hace”.
Al oír aquellas palabras, se admiró Jesús y dijo a los que lo seguían: “Yo les aseguro que en ningún israelita he hallado una fe tan grande. Les aseguro que muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos”.
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Señor, cuántas veces he escuchado ya este Evangelio y sin embargo Tú hoy, a través de él, quieres tocar mi corazón y manifestarme tu voluntad en mi vida; iluminar las tinieblas de mi miseria y pecado, y llenar los vacíos profundos de mi ser; quieres darle sentido a mis sufrimientos y a mi existencia. Quieres sanarme a mí y a todos aquellos que me rodean. Solo me pides que crea en ti, para poder decirme lo que dijiste más adelante a aquel centurión: «Anda; que te suceda como has creído» (Mateo 8, 13).
¡Señor, aumenta mi fe...! Aumenta mi fe, no solo para poder dirigirme a ti como un niño a su Padre, confiado de que todo lo puedes y que, por el amor infinito que me tienes, todo me concederás si lo pido con sincero corazón; sino también como una creatura a su Creador, como un Hombre a su Dios, para poder darte a ti la primera y última palabra de todo aquello que suceda en mi vida, aunque muchas veces no comprenda y a veces hasta duela.
¿Quién soy yo para dudar de tu sabiduría y poder, Señor? Si hasta indigno soy de que entres en mi casa ¿Cómo podré juzgar tus designios? Soy incapaz de comprender la maldad y de aceptar el sufrimiento. Mas Tú creaste mi corazón, bien le conoces, y no te son indiferentes mis alegrías y pesares. En ti confió, dame tu mano hoy para no sucumbir y dame tu fuerza para cargar mi cruz.
«También a nosotros cuando nos pasa algo increíble demasiado bonito, nos sale de dentro decir: «¡No me lo puedo creer, esto no es verdad!» y así decían los discípulos, no podían creer de tanta alegría. Y esa es la alegría que nos da Jesús. Si estás triste, si no estás en paz, mira a Jesús crucificado a Jesús resucitado, mira sus llagas y toma esa alegría. Y luego, además de la paz y de la alegría, Jesús da a sus discípulos una nueva misión: Les dice “como el Padre me envió, también yo os envío”».
(Homilía de S.S. Francisco, 28 de abril de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Visitaré al Señor en la Eucaristía y le pediré perdón por todas esas veces que no confié en Él y que me dejé ahogar por el dolor y la desesperación; y le diré que por favor me dé la mano y aumente mi fe para vivir cada día en su presencia.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Si se entiende bien, ante este tipo de dificultades para responder a la vocación diría que se puede pasar por alto la incompetencia, pero no la pusilanimidad: alma encogida, insuficiencia moral, desmoralización. Me explicaré -espero- de modo que se comprenda, trayendo a nuestra consideración un conocido pasaje del Evangelio.
San Lucas relata que Jesús se subió un día a la barca de Pedro para predicar desde allí a la multitud y, al terminar, pidió a Pedro que llevara la barca mar adentro (es el Duc in altum!, ¡mar adentro!, que nos ha repetido Juan Pablo II como consigna para el tercer Milenio cristiano) y echara las redes para pescar. Pedro le respondió que habían estado toda la noche bregando y no habían pescado nada, pero añadió: "sin embargo porque tú lo dices echaré la red". Así lo hizo y quedó atónito, impresionado, al ver que casi no podían sacar la red del agua de tantos peces como habían cogido. Entonces se echó de rodillas a los pies de Jesús, con la cabeza inclinada hasta el suelo, y le dijo: "apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (Lc 5, 1-11).
Al ver el prodigio que había hecho Jesús contando con su obediencia, Pedro se asustó, porque se consideraba indigno de servir de instrumento a tales milagros. Pero Jesús le dijo: "no temas. Desde ahora serán hombres lo que tendrás que pescar". No sólo no considera que la indignidad de Pedro sea un obstáculo, sino que se apoya en su humildad para hacerle capaz de atraer a Dios a una muchedumbre incontable de hombres y mujeres, como sucedió ya durante su vida.
Por supuesto que somos indignos de que Dios nos elija para servirse de nosotros como instrumentos: sería grotesco que no nos diéramos cuenta. Pero ya hemos dicho que Dios no nos llama por nuestros méritos (Pedro, con toda su experiencia y su dominio del oficio, había estado toda la noche faenando en vano), sino porque quiere; por eso basta que reconozcamos nuestra indignidad y le hagamos caso, fiándonos de Él, para dar con nuestra vida obediente un fruto maravilloso.
Me parece muy lúcida esta manera de explicar cómo la indignidad y la humildad de los santos hacen que Dios se luzca en los frutos: "Un santo es un avaricioso que va llenándose de Dios, a fuerza de vaciarse de sí. Un santo es un pobre que hace su fortuna desvalijando las arcas de Dios. Un santo es un débil que se amuralla en Dios y en Él construye su fortaleza. Un santo es un imbécil del mundo -stulta mundi- que se ilustra y se doctora con la sabiduría de Dios. Un santo es un rebelde que a sí mismo se amarra con las cadenas de la libertad de Dios. Un santo es un miserable que lava su inmundicia en la misericordia de Dios. Un santo es un paria de la tierra que planta en Dios su casa, su ciudad y su patria.
Un santo es un cobarde que se hace gallardo y valiente, escudado en el poder de Dios. Un santo es un pusilánime que se dilata y se acrece con la magnificencia de Dios. Un santo es un ambicioso de tal envergadura que sólo se satisface poseyendo cada vez más y más ración de Dios... Un santo es un hombre que todo lo toma de Dios: un ladrón que le roba a Dios hasta el Amor con que poder amarle. Y Dios se deja saquear por sus santos. Ése es el gozo de Dios. Y ése, el secreto negocio de los santos" (P. Urbano, El hombre de Villa Tevere).
Ya se ve que lo decisivo aquí es el amor impresionante de Dios por el hombre, que nos da motivos para esperarlo todo de Él. El quid de la santidad es una cuestión de fe, de confianza: lo que el hombre esté dispuesto a dejar que Dios haga en él. No es tanto el "yo hago", "yo lo haré", como el "hágase en mí" de aquella muchacha desconocida de Nazaret a la que Dios comunicó que la había elegido para ser Madre de su Hijo.
Las realidades grandes empiezan con humildad: "No te elegí porque seas grande, por el contrario eres el más pequeño de los pueblos; te he elegido porque te amo" dice el Señor al Pueblo de Israel en el Antiguo Testamento. Ciertamente, Dios no nos elige por nuestra grandeza; al contrario, la grandeza de Dios entra en nuestra vida cuando nos abrimos humildemente a sus planes amorosos, como nos enseña la Virgen María, que después de haber concebido en su seno purísimo al Hijo de Dios, canta, llena de humilde alborozo: "Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se llena de gozo en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la pequeñez de su esclava. Desde ahora me llamarán bendita todas las generaciones, porque el Todopoderoso ha hecho obras grandes en mí" (Lc 1, 46-49).
Adviento: Tiempo para despertar del sueño de la indiferencia
Papa Francisco antes de rezar el Ángelus del primer domingo de Adviento
A la hora del Ángelus del primer domingo de Adviento – y tras haber celebrado anteriormente en el Altar de la Cátedra de la Basílica Vaticana la Santa Misa por la paz para la Comunidad Católica Congoleña que reside en Roma e Italia – el Santo Padre comenzó recordando a los miles de fieles y peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro que el nuevo año litúrgico que hoy comienza nos conduce a celebrar la Navidad de Jesús.
Francisco recordó que en la primera lectura propuesta por la liturgia del día Isaías profetiza que al final de los días, estará firme el monte del templo del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas y que hacia él confluirán todas las naciones. Y explicó que “el templo del Señor en Jerusalén se presenta como el punto de convergencia y encuentro de todos los pueblos”.
“ Después de la Encarnación del Hijo de Dios, Jesús mismo se reveló como el verdadero templo ”
Asumir una actitud de peregrinación
De manera que – como dijo el Papa – “la maravillosa visión de Isaías es una promesa divina y nos impulsa a asumir una actitud de peregrinación, de camino hacia Cristo, sentido y fin de la historia”. De donde se deduce que “los que tienen hambre y sed de justicia sólo pueden encontrarla recorriendo los caminos del Señor, mientras que el mal y el pecado provienen del hecho de que los individuos y los grupos sociales prefieren seguir caminos dictados por intereses egoístas, que causan conflictos y guerras”.
Adviento: tiempo propicio para acoger a Jesús
Tras recordar que el Adviento es el tiempo propicio para acoger la venida de Jesús, que viene como mensajero de paz para indicarnos los caminos de Dios, el Santo Padre Francisco afirmó que en el Evangelio de hoy, “Jesús nos exhorta a estar preparados para su venida”. Y dijo que “velar no significa tener los ojos materialmente abiertos, sino tener el corazón libre y orientado en la dirección correcta, es decir, dispuesto a donar y a servir”. Por esta razón añadió:
“ El sueño del que debemos despertar está constituido por la indiferencia, por la vanidad, por la incapacidad de instaurar relaciones genuinamente humanas, de hacerse cargo del hermano solo, abandonado o enfermo ”
Compromiso de vigilancia
Hacia el final de su reflexión Francisco afirmó que “la espera de Jesús que viene debe traducirse, por lo tanto, en un compromiso de vigilancia”. Vigilancia que también significa “estar atentos a nuestro prójimo en dificultad, a dejarnos interpelar por sus necesidades, sin esperar que él o ella nos pida ayuda, sino aprendiendo a prevenir, a anticipar, como Dios siempre hace con nosotros”.
Y concluyó invocando a María, “la Virgen vigilante y Madre de la esperanza”, a fin de que “nos guíe en este camino, ayudándonos a dirigir nuestra mirada hacia la montaña del Señor, imagen de Jesucristo, que atrae a todos los hombres y a todos los pueblos hacia sí”.
¿Por qué y cómo hacer la bendición antes de tomar los alimentos?
Es un modo de hacer presente a Dios en medio de la jornada diaria
Uno de los momentos que más disfrutamos cada día es la hora de la comida. En cada comida podemos hacer memoria del amor de Dios que se ocupa de nosotros: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?” (Mt 6,26) y que hizo criaturas tan bellas, tan variadas y tan sabrosas para que nosotros las disfrutáramos. La comida puede ser un momento de alabanza o de pecado, de egoísmo y presunción o de generosidad, gratitud y de testimonio de la propia fe.
Hacer memoria del amor de Dios en las comidas y bendecirlo
Es muy bello ver matrimonios, familias, grupos de amigos o personas solas rezar en un lugar público antes de comer. Para muchas familias o grupos de amigos es la única oportunidad de rezar juntos. Es un modo de hacer presente a Dios en medio de la jornada, de avivar la conciencia de que todos somos hermanos hijos del Padre eterno, de reconocer públicamente su bondad y de proclamar nuestra fe con alegría.
Jesucristo nos enseñó a pedir al Padre que nos dé nuestro pan de cada día. A Dios le pertenece el mundo y todo cuanto contiene (cf Sal 24,1) y como buen Padre provee a sus hijos de lo necesario para su sustento. Nosotros, al sentarnos a la mesa, reconocemos su bondad, le damos gracias, lo bendecimos y le pedimos nos bendiga y bendiga los alimentos que vamos a tomar.
Ojalá que se mantenga viva esta costumbre que ayuda a fundir de manera sencilla el amor humano y el amor divino, lo temporal y lo eterno, las criaturas y el Creador, los deleites de esta vida y el gran banquete que nos espera en la vida eterna.
Jesucristo nos enseña a bendecir al Padre al tomar los alimentos
Para el pueblo judío la bendición antes de la comida es una expresión fundamental de su religiosidad. Jesús mismo nos enseñó a rezar al inicio de la comida; Él oró y dio gracias antes de la multiplicación de los panes: “Tomó Jesús los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Asimismo repartió los dos peces entre todos.” (Mc 6,41) Y también lo hizo en la última cena: “Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos.” (Mc 26,26)
La bendición va dirigida a Dios
La bendición, antes que a los alimentos, va dirigida sobre todo a Dios. Podemos estar seguros de que Jesús lo haría a diario con José y María, también cuando visitaba a sus amigos en Betania, de camino en las posadas y en el campo con los apóstoles.
La gratitud nos sensibiliza ante los dones recibidos, aún aquellos que han sido resultado de nuestro esfuerzo. Podemos estar sanamente satisfechos de lo que hemos conseguido, pero reconociendo siempre que todo nos viene de Dios, que ha sido Él quien hizo prosperar las obras de nuestras manos. (cf Sal 89)
Oraciones de bendición antes de tomar los alimentos
Ofrezco estas cuatro oraciones de bendición de Dios y de los alimentos:
1. Señor Dios, te damos gracias porque nos haces partícipes de tus maravillas; te alabamos por los dones de tu amor y te bendecimos por la amistad que nos concedes vivir en torno a esta mesa. Que esta comida en sencillez de corazón y en alegría sea profecía del banquete del reino. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
2. Bendícenos Señor y bendice estos alimentos que dados por tu bondad vamos a recibir, por Cristo Nuestro Señor.
3. Señor, bendice estos alimentos que recibimos de tu generosidad. Da pan a los que tienen hambre y hambre de Dios a los que tienen pan.
4. Bendícenos Señor, bendice los alimentos que vamos a recibir y a quienes los han preparado, da pan a quienes no lo tienen y concédenos sentarnos contigo en el banquete celestial.
Puede usarse siempre la misa fórmula o decir una oración espontánea. La oración espontánea ayuda a avivar la frescura y la autenticidad del encuentro con Dios y a no caer en la rutina. O primero puede hacerse la oración espontánea y en seguida la bendición ordinaria.
¿Cómo se hace la bendición al tomar los alimentos?
Cualquiera de los comensales puede pronunciar la oración de bendición. Ojalá que muchas veces la haga el papá, transparencia de nuestro Padre del cielo, protector y proveedor, sabiendo que la fuerza del testimonio ante sus hijos es de las lecciones más poderosas que puede dejarles para toda la vida.
En muchos hogares se tiene la costumbre de leer después de la bendición un versículo de la Sagrada Escritura. Para ello, hay mamás que se han dado a la tarea de imprimir 365 tarjetas con frases bíblicas y tenerlas al centro de la mesa, otros tienen una Biblia a la mano y la van leyendo progresivamente, teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos para leer pasajes adecuados en Adviento, Cuaresma y Semana Santa, Pascua y Pentecostés.
Al terminar de comer normalmente tenemos un momento de calma, a veces una larga sobremesa… Es buen momento para celebrar la convivencia tenida y el gusto de los alimentos recibidos y bendecir a Dios por ello. Antes de ponerse de pié puede hacerse una breve oración de acción de gracias o simplemente la señal de la cruz.
Y tú, ¿todavía guardas resentimientos?
Seamos honestos, ¿quién de nosotros no ha sentido alguna vez resentimiento? Una persona vino, nos hizo daño y se fue (o peor aún, no se fue sino que sigue en nuestras vidas, vive con nosotros ¡es familia! ¡Eres tú mismo!). En este video, Crystalina Evert nos da testimonio de lo que significó para ella pasar por el proceso de sanación con la ayuda del mejor médico, nuestro Dios. Un proceso largo, desafiante y hasta doloroso porque nos insta a abrir los ojos, a ya no ignorar nuestra realidad, a dejar de anestesiarnos por la rutina – esa misma de la cual nos quejamos y que, sin embargo, usamos como excusa para no encarar lo que hay en nuestro corazón.
Es este mismo adormecimiento social el que nos facilita ir almacenando dolor y resentimiento sin siquiera darnos cuenta, pequeñas cosas que se van apilando y que se van convirtiendo en heridas dolorosamente abiertas. Por supuesto, este apilamiento no puede ser eterno, esas mismas heridas que por cobardía decidimos ignorar, con el tiempo nos traicionan descaradamente y se hacen visibles, amargamente omnipresentes en nuestra vida, lo invaden todo: son heridas que destilan solamente enojo y desamor.
Es en ese momento que nos tenemos que preguntar: ¿Cómo nos hemos permitido llegar hasta ahí? ¿Por qué se nos hace difícil entender o simplemente perdonar a los demás, incluso a nosotros mismos? ¿Es que acaso desconocemos el amor de nuestro Dios? Ese amor que nos perdona cada vez que regresamos a Él arrepentidos. Ese Dios que nos enseña a orar diciendo: Perdona nuestras ofensas COMO TAMBIÉN nosotros perdonamos a los que nos ofenden (Mt.6,12). ¿Cómo podemos ir a confesarnos teniendo rencor, guardando resentimientos? Recordemos que la misericordia de Dios no puede penetrar en nuestro corazón si no hemos sabido perdonar a nuestros enemigos, a ejemplo y con la ayuda de Cristo (Catecismo, 2862).
«El corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión» (Catecismo 2843).
¿Sentir dolor después de la ofensa? Por supuesto, ¡es natural! La palabra clave es dolor, no rencor. El dolor solo lo podrá curar ése quien es El Amor. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión (Catecismo 2843). En efecto, en nosotros está tener la mínima decencia de entregarle a nuestro Señor nuestra intención de perdonar. Algo tan simple y honesto como decir: “Aunque ahora siento que no puedo perdonar, por amor a Ti, quiero perdonar” es todo lo que Dios necesita para actuar. Fue esto precisamente, lo que Crystalina hizo. Fue al Santísimo, estuvo en adoración y dejó en ese altar toda su carga. Así es como nuestro Dios, con ese verdadero amor de Padre, nos toma de la mano con paciencia, nos fortalece para que confrontemos nuestras miserias, nos muestra por fin aquello que está mal y lo cura…para siempre.
Igualmente, si las heridas fueron ocasionadas por nosotros mismos, tengamos presente una de las promesas de la Divina Misericordia: “Ningún alma que ha invocado Mi misericordia ha quedado decepcionada ni ha sentido confusión. Me complazco particularmente en el alma que confía en Mi bondad” (Diario, 1541). Ahora pues, si contamos con un Dios que nos ama y se deleita en compartir con nosotros Su misericordia, y más aún, nos espera para perdonarnos por medio de la confesión y nos da Su propio corazón en la Eucaristía, ¿Cómo se entiende un católico que guarde rencor? ¿Que llene su vida con resentimiento? Sólo aquel que ha conocido el verdadero perdón de Dios, será capaz de perdonar. Y tú, ¿todavía guardas resentimientos? ¿Te has dado cuenta de lo que significa la confesión y todo lo que implica? ¿Hace cuánto que te has ido a confesar?
Dinámica:
En grupos se pueden discutir las preguntas formuladas arriba. y otra: Si el perdón es la cumbre de la oración cristiana ¿somos cristianos consecuentes con nuestra fe?
Respuestas a las 7 preguntas más comunes sobre el Adviento
¿Qué dicen los documentos de la Iglesia sobre este tiempo de preparación para la Navidad?
Muchos fieles cuentan con una comprensión intuitiva y basada en la experiencia del Adviento, pero ¿qué dicen los documentos de la Iglesia sobre este tiempo de preparación para la Navidad?
Estas son algunas de las preguntas y respuestas más comunes acerca del Adviento, que este año comienza el domingo 3 de diciembre.
1. ¿Cuál es el propósito del Adviento?
El Adviento es un tiempo en el calendario litúrgico de la Iglesia, específicamente, del calendario de la Iglesia Latina, que es la más grande en comunión con el Papa. Otras iglesias católicas –así como muchas no católicas– tienen su propia celebración del Adviento.
Según las Normas Generales para el Año Litúrgico y el calendario, esta fiesta tiene un carácter doble: en primer lugar es una temporada para prepararnos para la Navidad, cuando se recuerda la primera venida de Cristo; y en segundo lugar, una estación que apela directamente a la mente y el corazón para esperar la segunda venida de Cristo al final de los tiempos.
El Adviento es, entonces, un período de espera devota y alegre (Norma 39) que trae a la mente las dos venidas de Cristo.
2. ¿Cuándo comienza y termina el Adviento?
El primer domingo de Adviento es el primer día del Nuevo Año Litúrgico, que este año será el 3 de diciembre. Los tres domingos de Adviento restantes serán el 10, 17 y 24 de diciembre. La duración de este tiempo de preparación puede variar de 21 a 28 días, dado que se celebran los cuatro domingos más próximos a la festividad de Navidad.
3.- ¿Por qué no se canta ni se recita el gloria?
En Adviento, no se recita el gloria porque es una de las maneras de expresar concretamente que, mientras dura nuestro peregrinar, falta algo para que el gozo sea completo.
Cuando el Señor se haga presente en medio de su pueblo, habrá llegado la Iglesia a su fiesta completa, significada por Solemnidad de la fiesta de la Navidad, cuando se cante nuevamente el gloria.
El Misal Romano señala que el gloria se recita o se canta los domingos fuera de los tiempos de Adviento y Cuaresma.
Las excepciones a esta regla durante el Adviento son la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre; y la fiesta de la Virgen de Guadalupe el 12 de diciembre.
4. ¿Cuál es el color que distingue a este tiempo?
El color normal del Adviento es el morado. El numeral 346 de la Instrucción General del Misal Romano (IGMR) dispone que “el color morado se usa en los Tiempos de Adviento y de Cuaresma. Puede usarse también en los Oficios y Misas de difuntos”.
En muchos lugares, hay una notable excepción para el tercer domingo de Adviento, conocido como el domingo de Gaudete: “El color rosado puede usarse, donde se acostumbre, en los domingos Gaudete (III de Adviento) y Laetare (IV de Cuaresma)” (IGMR, 346).
5. ¿Es el Adviento un tiempo penitencial?
A menudo pensamos en el Adviento como una temporada penitencial porque el color litúrgico es el morado, como en la Cuaresma. Sin embargo, según el canon 1250 del Código de Derecho Canónico: “los días y tiempos penitenciales en la Iglesia universal son todos los viernes de todo el año y la temporada de Cuaresma”.
Aunque las autoridades locales pueden establecer días penitenciales adicionales, este es un listado completo de los días y tiempos penitenciales de la Iglesia Latina en su conjunto, y el Adviento no es uno de ellos.
6. ¿Cómo se decoran las iglesias?
El numeral 305 de la Instrucción General del Misal Romano señala que “durante el tiempo de Adviento el altar puede adornarse con flores, con tal moderación, que convenga a la índole de este tiempo, pero sin que se anticipe a la alegría plena del Nacimiento del Señor”.
“Los arreglos florales sean siempre moderados, y colóquense más bien cerca de él, que sobre la mesa del altar”.
7. ¿Qué expresiones de piedad popular podemos usar en este tiempo?
Hay una variedad de expresiones de piedad popular que la Iglesia ha reconocido para su uso durante el Adviento. Entre ellas se encuentra la Corona de Adviento, procesiones, solemnidad de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre, novena de Navidad, el Nacimiento, etc.
Se puede leer acerca de estas devociones en el Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia (comenzando en el N°96),
Bonus: ¿Cómo debe ser la música?
El numeral 305 de la Instrucción General del Misal Romano señala que “en Adviento el uso del órgano y de otros instrumentos musicales debe ser marcado por una moderación adecuada al carácter de esta época del año, sin expresar con anticipación la alegría plena de la Natividad del Señor”.