Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra

Francisco Javier, Santo

Memoria Litúrgica, 3 de diciembre

Sacerdote misionero Jesuita

Martirologio Romano: Memoria de san Francisco Javier, presbítero de la Compañía de Jesús, evangelizador de la India, el cual, nacido en Navarra, fue uno de los primeros compañeros de san Ignacio que, movido por el ardor de dilatar el Evangelio, anunció diligentemente a Cristo a innumerables pueblos en la India, en las Molucas y otras islas, y después en el Japón, convirtiendo a muchos a la fe. Murió en la isla de San Xon, en China, consumido por la enfermedad y los trabajos (1552).

Etimologícamente: Francisco = "el abanderado", es de origen germano.
Etimologícamente: Javier = "aquel que vive en casa nueva", es de origen eusquera (lengua autóctona hablada en el País Vasco).

Fecha de beatificación:: 25 de octubre de 1619 por S.S. Paulo V
Fecha de canonización: 12 de marzo de 1622 por S.S. Gregorio XV

Breve Biografía


Francisco de Jasu y Xavier (nacido en el castillo de Xavier, en España, en 1506), correspondiendo a las esperanzas de sus padres, se graduó en la famosa universidad de París.

En estos años tuvo la fortuna de vivir codo a codo, compartiendo inclusive la habitación de la pensión, con Pedro Fabro, que será como él jesuita y luego beato, y con un extraño estudiante, ya bastante entrado en años para sentarse en los bancos de escuela, llamado Ignacio de Loyola.

Ignacio comprendió muy bien esa alma: “Un corazón tan grande y un alma tan noble” -le dijo- “no pueden contentarse con los efímeros honores terrenos. Tu ambición debe ser la gloria que brilla eternamente”. El día de la Asunción de 1534, en la cripta de la iglesia de Montmartre, Francisco Javier, Ignacio de Loyola y otros cinco compañeros se consagraron a Dios haciendo voto de absoluta pobreza, y resolvieron ir a Tierra Santa para comenzar desde allí su obra misionera, poniéndose a la total dependencia del Papa.

Ordenados sacerdotes en Venecia y abandonada la perspectiva de la Tierra Santa, emprendieron camino hacia Roma, en donde Francisco colaboró con Ignacio en la redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús. Sin embargo, fue a los 35 años de edad cuando comenzó su gran aventura misionera. Por invitación del rey de Portugal, fue escogido como misionero y delegado pontificio para las colonias portuguesas en las Indias Orientales. Goa fue el centro de su intensísima actividad misionera, que se irradió por un área tan vasta que hoy sería excepcional aun con los actuales medios de comunicación social: en diez años recorrió India, Malasia, las Molucas y las islas en estado todavía salvaje. “Si no encuentro una barca, iré nadando” decía Francisco, y luego comentaba: “Si en esas islas hubiera minas de oro, los cristianos se precipitarían allá. Pero no hay sino almas para salvar”.

Después de cuatro años de actividad misionera en estas islas, separado del mundo civilizado, se embarcó en una rústica barca hacia el Japón, en donde, entre dificultades inmensas, formó el primer centro de cristianos. Su celo no conocía descansos: desde Japón ya miraba hacia China. Se embarcó nuevamente, llegó a Singapur y estuvo a 150 kilómetros de Cantón, el gran puerto chino. En la isla de Shangchuan, en espera de una embarcación que lo llevara a China, cayó gravemente enfermo. Murió a orillas del mar el 3 de diciembre de 1552, a los 46 años de edad.

Fue canonizado el 12 de marzo de 1622 junto con Ignacio de Loyola, Felipe Neri,Teresa de Jesús y el santo de Madrid, Isidro. ¡Buen grupo formado por cuarteto español y solista italiano!

Es patrono de las misiones en Oriente y comparte el patronato universal de las misiones católicas con Teresa de Lisieux.

El misterio de Dios en mi vida

Santo Evangelio según san Lucas 10, 21-24. Martes I de Adviento

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Dame la gracia, Señor, de amarte más en las personas que me rodean porque así es como Tú lo quieres y ayúdame a aprovechar cada oportunidad que tengo para comunicarte a los demás.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 10, 21-24

En aquella misma hora Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo y exclamó: "¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien! Todo me lo ha entregado mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar".

Volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: "Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven. Porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron". Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Quien no está abierto no puede recibir el mensaje de Cristo porque cree que ya lo sabe todo y no necesita de Dios, en cambio la persona sencilla reconoce que sin Dios nada puede, por lo tanto, nuestra actitud de frente a las cosas de Dios vale mucho.

Una de las cosas que revela el Padre es el misterio de la Trinidad que acogido con una fe sencilla se entiende como el amor filial de Cristo por su Padre y el amor paternal de Dios Padre hacia el Hijo. Esta es una imagen hermosa de la Trinidad donde el Espíritu Santo es el amor que hay entre el Padre y el Hijo. La belleza de esta imagen reside en que es algo familiar. Cada vez que vemos una buena familia en la que los padres aman a sus hijos, se esfuerzan por darles lo mejor y saben dónde y cómo ponerles límites siempre para su bien; y unos hijos que quieren a sus padres, que ven cómo ellos se esfuerzan por darles lo mejor, les lleva a valorar a sus padres y hacer lo que les dicen, nos ayudan a contemplar este misterio central de nuestra fe porque lo hacen un poco más palpable.

Dios ha revelado su mensaje de salvación a través de su Hijo y hoy, siendo día de san Francisco Javier, podemos ver que los misioneros y predicadores de todos los tiempos han dado a conocer este mensaje que es ver, escuchar, sentir, conocer a Cristo porque en Él se encuentra toda la verdad de Dios. Así es como el evangelio nos invita a conocer la persona de Cristo.

«Crear “hogar” es crear familia; es aprender a sentirse unidos a los otros más allá de vínculos utilitarios o funcionales, unidos de tal manera que sintamos la vida un poco más humana. Crear hogar es permitir que la profecía tome cuerpo y haga nuestras horas y días menos inhóspitos, menos indiferentes y anónimos. Es crear lazos que se construyen con gestos sencillos, cotidianos y que todos podemos realizar. Un hogar, y lo sabemos todos muy bien, necesita de la colaboración de todos. Nadie puede ser indiferente o ajeno, ya que cada uno es piedra necesaria en su construcción. Y eso implica pedirle al Señor que nos regale la gracia de aprender a tenernos paciencia, de aprender a perdonarse; aprender todos los días a volver a empezar. Y, ¿cuántas veces perdonar o volver a empezar? Setenta veces siete, todas las que sean necesarias. Crear lazos fuertes exige de la confianza que se alimenta todos los días de la paciencia y el perdón».

(Homilía de S.S. Francisco, 27 de enero de 2019).

Has revelado grandes cosas a los pequeños

Adviento. Dios devela sus secretos y su misterio sólo a los sencillos de corazón.

Del santo Evangelio según san Lucas 10, 21-24

En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».

Oración introductoria
¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por este momento que me concedes para dialogar contigo! ¡Gracias, porque me revelas los misterios de tu Reino! ¡Gracias por el don de la fe! Me siento dichoso al ser tu hijo adoptivo. Te amo, Señor.

Petición
Señor, ayúdame a ser sencillo, manso y humilde de corazón.

Meditación del Papa Francisco 

Este momento de profunda alegría brota del amor profundo de Jesús en cuanto Hijo hacia su Padre, Señor del cielo y de la tierra, el cual ha ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las ha revelado a los pequeños. Dios ha escondido y ha revelado, y en esta oración de alabanza se destaca sobre todo el revelar. ¿Que? es lo que Dios ha revelado y ocultado? Los misterios de su Reino, el afirmarse del señorío divino en Jesús y la victoria sobre Satanás.

Dios ha escondido todo a aquellos que están demasiado llenos de si? mismos y pretenden saberlo ya todo. Están cegados por su propia presunción y no dejan espacio a Dios. Uno puede pensar fácilmente en algunos de los contemporáneos de Jesús, que Él mismo amonesto? en varias ocasiones, pero se trata de un peligro que siempre ha existido, y que nos afecta también a nosotros. En cambio, los “pequeños” son los humildes, los sencillos, los pobres, los marginados, los sin voz, los que están cansados y oprimidos, a los que Jesús ha llamado “benditos”. Se puede pensar fácilmente en Maria, en Jose?, en los pescadores de Galilea, y en los discípulos llamados a lo largo del camino, en el curso de su predicación.» (Papa Francisco, Mensaje del santo padre Francisco para la 88ª Jornada Mundial de las Misiones 2014)

Reflexión
La euforia reina en los comentarios, en los rostros de los discípulos tras su exitosa misión. Jesús los recibe y parece también Él contagiarse de la alegría con que lo celebran. No es solamente un triunfo humano. Es ante todo el reconocimiento del don de Dios que en aquellos hombres sencillos se ha prodigado abundantemente para transformarles en heraldos, en testigos y anunciadores de su mensaje. Y son ellos, gentes sin formación, los que llegan a conocer tal misterio, pues como dijo san Pablo: "Hablamos de una sabiduría de Dios misteriosa, escondida (...) desconocida de todos los príncipes de este mundo.(...) Si alguno entre vosotros se cree sabio según este mundo, hágase necio, para llegar a ser sabio (...) pues la sabiduría de este mundo es necedad a los ojos de Dios" (1Cor 3, 18-9).

Da que pensar el hecho de que a lo largo de más de 4000 años de historia Sagrada, los personajes que Dios ha escogido para anunciar a los hombres sus mensajes, hayan sido, por lo general, gentes sencillas y sin instrucción. En muchos casos eran apocados o tímidos, también mujeres virtuosas aunque a simple vista débiles. La historia de los pastores como José, el hijo pequeño de Jacob, y el mismo David, el rey, parece repetirse cuando la Sma. Virgen María escoge a las personas más sencillas para revelar sus mensajes. La historia de san Juan Diego y la Virgen Guadalupana, las de los pastorcillos de Fátima, o la de Bernardette en Lourdes son sólo algunos casos. Y esto no es por pura coincidencia, sino testimonio de la coherencia de los planes de Dios. La sencillez conquista y "subyuga" a Dios. Él se enamora de las almas humildes y simples.

Él devela sus secretos y su misterio sólo a los sencillos de corazón. Como lo hizo en María y como lo ha hecho a lo largo de todos los siglos. También quisiera hacerlo en nuestra oración de hoy y de cada día, contando con nuestra colaboración.

Propósito
Buscar en este día, ser humilde y pedirlo en la oración como una gracia.

Diálogo con Cristo
Señor, la auténtica vida de oración es aquella que me lleva a conocerte, amarte, seguirte e imitarte, ¡qué gran privilegio! ¡Qué inmensa alegría! No te pido una gran sapiencia, ayúdame a aceptar, con la sencillez de un niño, lo que quieres de mí. Sólo quiero crecer en mi amistad contigo y eso significa que necesito una confianza inquebrantable en tu infinito amor.
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Celebraremos la solemnidad de la Inmaculada Concepción el 8 de Diciembre, te invitamos a rezar la Novena a la Inmaculada Concepción

Garantizar a todos ganarse la vida dignamente

El Papa a jóvenes emprendedores procedentes de Francia

El Papa Francisco comenzó su alocución subrayando el papel que como jóvenes emprendedores realizan en sus empresas y en la sociedad. También el Papa evidenció las dificultades que cualquier compromiso con la justicia social enfrenta en la actualidad: “Soy consciente de que no es fácil en la vida cotidiana conciliar las exigencias de la fe y de la doctrina social de la Iglesia con las necesidades y los límites impuestos por las leyes del mercado y de la globalización”; al mismo tiempo consideró que estas dificultades son un momento “para un auténtico e insustituible testimonio cristiano”.

Los bienes de la creación y el progreso universal
Citando la Lumen Gentium, 36, el Papa Francisco recuerda a los emprendedores que los bienes creados “puedan ser adelantados [...] en beneficio de todos los hombres sin excepción, y puedan ser distribuidos más convenientemente entre ellos y, según su naturaleza, conducir al progreso universal en la libertad humana y cristiana".

Prosigue el Papa: “nunca ha sido fácil ser cristiano y tener responsabilidades serias. El hecho de alejarse del mundo -en lo que es contrario a Dios y a su voluntad-; el hecho de querer transformar este mundo y salvarlo con Cristo, puede llevar a veces al martirio, como atestiguan San Pedro y San Pablo.

Sin embargo, estos gloriosos testigos nos muestran que el mensaje evangélico del que eran portadores, un mensaje aparentemente débil comparado con los poderes mundanos del poder y del dinero, no es una utopía, sino que, con el poder del Espíritu Santo y el apoyo de la fe de los valientes discípulos misioneros, puede llegar a ser una realidad, una realidad siempre inacabada, ciertamente, y a ser renovada”.

Exigencias del compromiso cristiano
El Papa evidencia los posibles conflictos con los que se pueden enfrentar los empresarios cristianos y que a veces pueden llamarlos a silenciar sus convicciones e ideales: supervivencia de las empresas, mantener los puestos de trabajo, aumentar la productividad y conquistar nuevos mercados, uso de la publicidad y por otro lado, la justicia social, “para garantizar a todos la posibilidad de ganarse la vida dignamente. Estoy pensando en las condiciones de trabajo, los salarios, las ofertas de trabajo y su estabilidad, así como en la protección del medio ambiente”.

Criterios de discernimiento
Recordando el magisterio de la Iglesia, el Papa recuerda algunos criterios: primero, “deben asumir su propia responsabilidad, a la luz de la sabiduría cristiana y prestando una atención respetuosa a la doctrina del Magisterio" (GS. 43).

En la Laudato Si, la consideración de que “todo está conectado” es un elemento importante para ver las actividades económicas, con sus consecuencias para las personas y el medio ambiente: “un grito de alarma por el deterioro de nuestra casa común, así como por la multiplicación de la pobreza y la esclavitud que innumerables seres humanos conocen hoy en día”.

En tercer lugar, aunque nuestro aporte parezca modesto y produzca sentimiento de impotencia, es esencial, afirma el Papa, quien prosigue haciendo notar “la importancia de trabajar juntos, de hacer propuestas, de participar en las decisiones políticas”, todo ello porque “es posible actuar para cambiar las cosas de forma concreta”.

Conversión ecológica
“La conversión es un proceso que actúa en profundidad: quizás un proceso lento, aparentemente, sobre todo cuando se trata de convertir mentalidades, pero el único que permite un progreso real, si se implementa con convicción y determinación a través de acciones concretas”, insistió el Papa.

Francisco subraya que "La espiritualidad cristiana propone una forma alternativa de entender la calidad de vida y fomenta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de regocijarse profundamente sin obsesionarse con el consumo" Le invito, ya en su vida personal, a comprometerse en este camino de sencillez y sobriedad; las decisiones que tengan que tomar en vuestro trabajo sólo pueden ser más libres y serenas, y ustedes mismos sacarán más paz y alegría de ellas. Porque "la sencillez nos permite detenernos a degustar las pequeñas cosas, agradecer las posibilidades que la vida nos ofrece sin apegarnos a lo que tenemos o entristecernos con lo que no tenemos" (Laudato si', 222).

Novena a la Virgen de Guadalupe

Oraciones para cada día de la novena, la puedes hacer tantas veces desees, de manera especial los días previos a la festividad (3 al 11 de diciembre)

Puesto de rodillas delante de María Santísima, hecha la Señal de la Cruz, se dice el siguiente:

Acto de Contrición

"Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador y Redentor mío, por ser vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido. Propongo enmendarme y confesarme a su tiempo y ofrezco cuanto hiciere en satisfacción de mis pecados, y confío por vuestra bondad y misericordia infinita, que me perdonaréis y me daréis gracia para nunca más pecar. Así lo espero por intercesión de mi Madre, nuestra Señora la Virgen de Guadalupe. Amén. "

Hágase la petición: …

Récese cuatro Salves en memoria de las cuatro apariciones y luego se reza la oración de cada día.

Primer Día

"¡Oh Santísima Señora de Guadalupe! Esa corona con que ciñes tus sagradas sienes publica que eres Reina del Universo. Lo eres, Señora, pues como Hija, como Madre y como Esposa del Altísimo tienes absoluto poder y justísimo derecho sobre todas las criaturas.
Siendo esto así, yo también soy tuyo; también pertenezco a ti por mil títulos; pero no me contento con ser tuyo por tan alta jurisdicción que tienes sobre todos; quiero ser tuyo por otro título más, esto es, por elección de mi voluntad.

Ved que, aquí postrado delante del trono de tu Majestad, te elijo por mi Reina y mi Señora, y con este motivo quiero doblar el señorío y dominio que tienes sobre mí; quiero depender de ti y quiero que los designios que tiene de mí la Providencia divina, pasen por tus manos. Dispón de mí como te agrade; los sucesos y lances de mi vida quiero que todos corran por tu cuenta. Confío en tu benignidad, que todos se enderezarán al bien de mi alma y honra y gloria de aquel Señor que tanto complace al mundo. Amén.

Un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.

Segundo Día

¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! ¡Qué bien se conoce que eres Abogada nuestra en el tribunal de Dios, pues esas hermosísimas manos que jamás dejan de beneficiarnos las juntas ante el pecho en ademán de quien suplica y ruega, dándonos con esto a ver que desde el trono de gloria como Reina de los Ángeles y hombres haces también oficio de abogada, rogando y procurando a favor nuestro.
¿Con qué afectos de reconocimiento y gratitud podré pagar tanta fineza? Siendo que no hay en todo mi corazón suficiente caudal para pagarlo.

A ti recurro para que me enriquezcas con los dones preciosos de una caridad ardiente y fervorosa, de una humildad profunda y de una obediencia pronta al Señor.

Esfuerza tus súplicas, multiplica tus ruegos, y no ceses de pedir al Todopoderoso me haga suyo y me conceda ir a darte las gracias por el feliz éxito de tu intermediación en la gloria. Amén.

Un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.

Tercer Día

¡Oh Santísima Virgen María de Guadalupe! ¡Qué puedo creer al verte cercada de los rayos del sol, sino que estás íntimamente unida al Sol de la Divinidad, que no hay en tu casa ninguna cosa que no sea luz, que no sea gracia y que no sea santidad!

¡Qué puedo creer sino que estás anegada en el piélago de las divinas perfecciones y atributos, y que Dios te tiene siempre en su Corazón! Sea para bien, Señora, tan alta felicidad.

Yo, entre tanto, arrebatado del gozo que ello me causa, me presento delante del trono de tu soberanía, suplicándote te dignes enviar uno de tus ardientes rayos hacia mi corazón: ilumina con su luz mi entendimiento; enciende con su luz mi voluntad; haz que acabe yo de persuadirme de que vivo engañado todo el tiempo que no empleo en amarte ti y en amar a mi Dios: haz que acabe de persuadirme que me engaño miserablemente cuando amo alguna cosa que no sea mi Dios y cuando no te amo a Ti por Dios. Amén.

Un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.

Cuarto Día

¡Oh Santísima María de Guadalupe! Si un ángel del cielo tiene por honra tan grande suya estar a tus pies y que en prueba de su gozo abre los brazos y extiende las alas para formar con ellas repisa a tu Majestad, ¿qué deberé yo hacer para manifestar mi veneración a tu persona, no ya la cabeza, ni los brazos, sino mi corazón y mi alma para santificándola con tus divinas plantas se haga trono digno de tu soberanía?

Dígnate, Señora, de admitir este obsequio; no lo desprecies por indigno a tu soberanía, pues el mérito que le falta por mi miseria y pobreza lo recompenso con la buena voluntad y deseo

Entra a registrar mi corazón y verás que no lo mueven otras alas sino las del deseo de ser tuyo y el temor de ofender a tu Hijo divinísimo. Forma trono de mi corazón, y ya no se envilecerá dándole entrada a la culpa y haciéndose esclavo del demonio. Haz que no vivan en él sino Jesús y María. Amén.

Un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.

Quinto Día

¿Qué correspondía a quien es un cielo por su hermosura, sino uno lleno de estrellas? ¿Con qué podía adornarse una belleza toda celestial, sino con los brillos de unas virtudes tan lúcidas y tan resplandecientes como las tuyas?

Bendita mil veces la mano de aquel Dios que supo unir en ti hermosura tan peregrina con pureza tan realzada, y gala tan brillante y rica con humildad tan apacible. Yo quedo, Señora, absorto de hermosura tan amable, y quisiera que mis ojos se fijaran siempre en ti para que mi corazón no se dejara arrastrar en otro afecto que no sea el amor tuyo.

No podré lograr este deseo si esos resplandecientes astros con que estás adornada no infunden una ardiente y fervorosa caridad, para que ame de todo corazón y con todas mis fuerzas a mi Dios, y después de mi Dios a Ti, como objeto digno de que lo amemos todos. Amén.

Un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.

Sexto Día

¡Oh Santísima Virgen María de Guadalupe! ¡Qué bien dice a tu soberanía ese tapete que la luna forma a tus sagradas plantas! Hollaste con invicta planta las vanidades del mundo, y quedando superior a todo lo creado jamás padeciste el menguante de la más ligera imperfección: antes de tu primer instante estuviste llena de gracia.

Miserable de mí, Señora, que no sabiéndome mantener en los propósitos que hago, no tengo estabilidad en la virtud y sólo soy constante en mis viciosas costumbres.

Duélete de mí, Madre amorosa y tierna; ya que soy como la luna en mi inconstancia, sea como la luna que está a tus pies, esto es, firme siempre en tu devoción y amor, para no padecer los menguantes de la culpa. Haz que esté yo siempre a tus plantas por el amor y la devoción, y ya no temeré los menguantes del pecado sino que procuraré darme de lleno a mis obligaciones, detestando de corazón todo lo que es ofensa de mi Dios. Amén.

Un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.

Séptimo Día

¡Oh Santísima Virgen María de Guadalupe! Nada, nada veo en perfecciones de que te dotó el Señor a tu alma inocentísima. Ese lienzo grosero y despreciable; ese pobre pero feliz ayate en que se ve estampada tu singular belleza, dan claro a conocer la profundísima humildad que le sirvió de cabeza y fundamento a tu asombrosa santidad.

No te desdeñaste de tomar la pobre tilma de Juan Diego, para que en ella estampase tu rostro, que es encanto de los ángeles, maravilla de los hombres y admiración de todo el universo. Pues, ¿cómo no he de esperar yo de tu benignidad, que la miseria y pobreza de mi alma no sean embarazo para que estampes en ella tu imagen graciosísima?

Yo te ofrezco las telas de mi corazón. Tómalo, Señora, en tus manos y no lo dejes jamás, pues mi deseo es que no se emplee en otra cosa que en amarte y amar a Dios. Amén.

Un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.

Octavo Día

¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! ¡Qué misteriosa y qué acertada estuvo la mano del Artífice Supremo, bordando tu vestido con esa orla de oro finísimo que le sirve de guarnición! Aludió sin duda a aquel finísimo oro de la caridad y del amor de Dios con que fueron enriquecidas tus acciones. Y ¿quién duda, Señora, que esa tu encendida caridad y amor de Dios estuvo siempre acompañada del amor al prójimo y que no, por verte triunfante en la patria celestial, te has olvidado de nosotros?

Abre el seno de tus piedades a quien es tan miserable; dale la mano a quien caído te invoca para levantarse; tráete la gloria de haber encontrado en mí una misericordia proporcionada, más que todas, a tu compasión y misericordia. Amén.

Un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.

Noveno Día

¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! ¿Qué cosa habrá imposible para ti, cuando multiplicando los prodigios, ni la tosquedad ni la grosería del ayate le sirven de embarazo para formar tan primoroso tu retrato, ni la voracidad del tiempo en más de cuatro siglos ha sido capaz de destrozarle ni borrarle?

¡Qué motivo tan fuerte es este para alentar mi confianza y suplicarte que abriendo el seno de tus piedades, acordándote del amplio poder que te dio la Divina Omnipotencia del Señor, para favorecer a los mortales, te dignes estampar en mi alma la imagen del Altísimo que han borrado mis culpas!

No embarco a tu piedad la grosería de mis perversas costumbres, dígnate sólo mirarme, y ya con esto alentaré mis esperanzas; porque yo no puedo creer que si me miras no se conmuevan tus entrañas sobre el miserable de mí. Mi única esperanza, después de Jesús, eres tú, Sagrada Virgen María. Amén.

Un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.

¿Por que celebramos el tiempo de Adviento?

El Adviento es un período para esperar y preparar la venida del Señor Jesús

La Navidad está cerca y los cristianos lo reconocemos cada que llega el Adviento. Es un tiempo litúrgico que se caracteriza por el color morado en el ornamento de los sacerdotes y la corona de adviento, la cual es de color verde y va acompañada de cinco velas en colores morado, rosa y blanco. Es una tradición que se hace presente en todas las Iglesias católicas del mundo, a partir de la última semana de noviembre o la primera de diciembre, según sea el caso.

Cada domingo se enciende una vela que va precedida de lecturas muy significativas y que marcan el camino hasta llegar a la celebración de la Navidad. En el primer domingo de Adviento se da también comienzo con un nuevo año, litúrgicamente hablando, cerrándose el anterior con la celebración de la fiesta de Jesucristo Rey del Universo.

¿Pero qué significa “adviento”? La palabra viene del latín ad-venio que quiere decir: “llegada, venida”. Por lo tanto, es un período para esperar y preparar la venida del Señor Jesús. No solamente recordamos su primera venida a este mundo, sino que también nos preparamos para su segunda venida al final de los tiempos.

Ambas venidas están totalmente relacionadas una con la otra, de tal modo que, “al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida” (CEC 524).

Por eso, la Iglesia, a través de las lecturas que se proclaman en este tiempo, quiere renovar en el corazón de sus fieles el deseo ardiente de la espera del Hijo de Dios. De tal forma, en las primeras semanas veremos cómo en la Palabra de Dios resuena el anuncio de la venida inminente de Cristo. Asimismo, nos invita a estar siempre preparados y en vela, pues no conocemos el día ni la hora en que vendrá el Hijo de Dios.

En este tiempo, el espíritu que debe predominar especialmente es el de la expectación y la esperanza. Esa inquietud y emoción que produce poder ver a Dios, Señor de todo cuando existe, quien se ha querido hacer pequeño para formar parte de nuestra vida, de nuestra existencia y que quiere caminar junto con nosotros.

Igualmente, el adviento debe invitarnos a la conversión y al arrepentimiento. Debemos sentir dolor por los pecados que se han arraigado en el fondo de nuestro corazón, para poder cambiar y dejar atrás nuestra vida de pecado, pues como ya lo dijo Jesús: “bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8).

De tal modo que, sólo a través de esa pureza espiritual que se alcanza con la participación en el sacramento de la reconciliación y la penitencia, es que podremos ver y reconocer al Dios que nace, que ya está aquí.

Que este tiempo de espera, nos ayude a ser conscientes de lo que está por venir. Cristo viene y quiere que todos participemos de ese momento abriendo nuestro corazón de par en par y así pueda tomar un lugar dentro de él.

¿Nos creemos lo que rezamos en Misa?

Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme...

En no pocas ocasiones participamos de la Misa, yo el primero, sin poner demasiada atención a lo que dice el sacerdote y a lo que respondemos nosotros. Convertimos la mayor fuente de gracia en un ritual cansino, en el que no ponemos toda el alma. Y sin embargo, es la Santa Misa, la liturgia, el lugar donde todos manifestamos la fe que profesamos, tanto a nivel personal como comunitario.

Vayamos por partes. Tras la antífona de entrada, llega el acto penitencial. Dice el sacerdote:

Hermanos: Para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados.

Paremos un momento. ¿Somos conscientes de que no celebraremos dignamente la Misa si no reconocemos nuestra condición pecadora? Incluso aunque por gracia estemos libres de pecado mortal, y salvo que acabemos de confesarnos, es seguro que acarreamos pecados veniales que dificultan nuestra plena comunión con Dios. Y si en ese momento concreto no es así, lo será en muchas otras ocasiones.

A los fieles nos toca confesar lo siguiente:

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.

¿Y bien? ¿eso lo decimos por decir o porque de verdad lo creemos? No decimos “he cometido algún pecadillo sin importancia“, no. Decimos “he pecado MUCHO” de las diferentes formas en que he podido pecar. Sigue:

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

No por la culpa de la esposa, los hijos, la familia, los amigos, las circunstancias sociales, personales o lo que sea. No, pecamos por nuestra culpa. Y no cualquier culpa. Es una GRAN culpa. ¿Por qué es una gran culpa? Porque bien sabemos, o deberíamos saber, que:

No os ha sobrevenido ninguna tentación que supere lo humano, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación, os dará también el modo de poder soportarla con éxito.

1ª Cor 10,13

Por tanto, no hay excusa que valga. No hay culpa ajena. Seguimos diciendo:

Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios nuestro Señor.

Gran cosa, gran gracia es la comunión de los santos. Sí, nos reconocemos pecadores, pero pedimos la intercesión de todos nuestros hermanos en la fe, empezando por nuestra Madre y la corte celestial. Y lo hacemos sabiendo que esa intercesión está fundamentada y tiene su eficace en la única mediación de Jesucristo ante Dios Padre.

Entonces el sacerdote dice:

Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

Y nosotros respondemos:

Amén.

Si hemos pedido perdón de verdad, si hemos pedido la intercesión de los santos, si hemos rogado que Dios nos lleve a la vida eterna, ¿ignorará Dios nuestra petición? Quien envió a su Hijo unigénito para dar su vida por nosotros, ¿nos negará esa vida si de verdad le imploramos el perdón? Pero ha de ser de verdad, no como quien repite la tabla de multiplicar. Y bien sabemos que esa confesión como comunidad no nos exime de la confesión particular ante un sacerdote. Pero lo que como pueblo de Dios confesamos es preludio de nuestra confesión comom miembros de ese pueblo y como hijos en el Hijo.

Llega el Kyrie:

Señor ten piedad.

- Señor ten piedad.

Cristo ten piedad.

- Cristo ten piedad.

Señor ten piedad.

- Señor ten piedad.

Recordemos el pasaje del evangelio en el que Cristo ponía como ejemplo a seguir no el del fariseo que presumía de su justicia sino el publicano que reconocía su pecado y pedía piedad al Señor:

Pero el publicano, quedándose lejos, ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: «Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador».

Luc 18,13

Ese es el espíritu en el que debemos implorar la piedad divina. Nuevamente en la certeza de que Dios oye nuestro clamor.

Cuando en las Misas de los domingos y fiestas de precepto rezamos el gloria, volvemos a pedir piedad.

Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre; tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros; tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica; tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros;

Si reconocemos que Cristo quita el pecado del mundo, ¿no creeremos que es capaz de quitar el pecado de nuestras vidas? Y si no empieza por quitarlo de nuestras vidas, ¿cómo lo va a quitar del mundo? El pecado no se quita solo mediante el perdón, que en realidad lo que hace es anular el pago que merece dicho pecado, sino librando al hombre redimido de estar esclavizado de todo aquello que le aleja de Dios. Ten piedad, Señor, atiende nuestras súplicas Señor y libéranos por el perdón y la santificación del poder del pecado en nuestras almas.

Llega la lectura de la Palabra. Cuando toca la hora de anunciar el evangelio, el sacerdote -o en su caso el diácono- deben pronunciar en voz baja ante el altar las siguientes palabras:

Purifica mi corazón y mis labios, Dios todopoderoso, para que anuncie dignamente tu Evangelio.

Bien sabe el sacerdote que es pecador como los fieles que asisten a Misa. Por eso pide que Dios purifique su corazón y sus labios. De esa manera reconoce dos cosas: su condición personal y la capacidad del Señor de hacerle digno de anunciar su palabra. Bien haríamos los fieles en rogar en silencio a Dios que purifique nuestros corazones y nuestro oídos para que el evangelio encuentre un campo bien abonado en nuestras almas para asi producir buen fruto.

Cuando llega la presentación de las ofrendas antes de la consagración, todos sabemos lo que el sacerdote dice públicamente y nuestra respuesta. Pero es que además, también ocurre lo siguiente

El sacerdote, inclinado, dice en secreto:
Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro.

Mientras el sacerdote se lava las manos, dice en secreto:
Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado.

¿Nos damos cuenta que todo gira alrededor de nuestra condición pecadora y la petición de misericordia, perdón y purificación a Dios? Si el sacerdote pide que el Señor acepte nuestro corazón contrito, habremos de estar contritos de verdad, y no meramente de palabra. He ahí nuestro sacrificio, he ahí nuestra alabanza. Porque alaba a Dios el alma que reconoce la necesidad del perdón y la autoridad divina para apiadarse de ella

Una vez que hemos hecho todo eso bien, y una vez que proclamamos que Dios es santo, santo, santo, podemos en verdad decir que tenemos nuestro corazón levantado ante el Señor, al cual damos gracias porque es justo y necesario, es nuestro deber y salvación. Y es así como asistimos al milagro de nuestra redención mediante la consagración y la actualización del sacrificio de Cristo en la cruz. Hemos preparado el alma para el perdón, hemos implorado la misercordia y ahora asistimos, por la acción del Espíritu Santo y las palabras del sacerdote que obra en la persona de Cristo, a la ofrenda al Padre de la víctima propiciatoria que nos salva.

Las plegarias eucarísticas, a cual más bella, podrían ser objeto de un post cada una de ellas. Una vez consumado el sacrifico eucarístico, rezamos el padrenuestro, en el que nuevamente pedimos perdón a Dios así como nos mostramos dispuestos a perdonar. Y además, le rogamos que nos nos deje caer en la tentación. Es decir, no se trata solo de que nos limpie de pecado pasados sino de que también nos libere de cometer otros en el futuro. Sí, sabemos que mientras estemos en esta vida seguiremos pecando, pero por eso mismo debemos implorar la gracia del Señor para que cada vez pequemos menos.

De hecho, ¿qué, sino eso, es lo que pide a continuación el sacerdote?

Líbranos de todos los males, Señor y concédenos la paz en nuestros días, para que ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.

Ayudados por la misericordia de Dios viviremos libres de pecado. ¿Se entiende por qué se equivocan aquellos que pretenden que la misericordia de Dios no tiene como uno de sus mejores frutos la conversión del que la recibe? ¿o acaso lo que dicen los sacerdotes en Misa es un simple desideratum que no se corresponde con la realidad?

Tras adorar todos al Señor atribuyéndole el poder y la gloria, llega el rito de la paz. ¿Y qué vuelve a decir el sacerdote?

Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: ‘La paz os dejo, mi paz os doy’, no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

No tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia. Otra vez imploramos la misericordia divina y apelamos a la fe que Dios nos ha regalado. Y de nuevo volvemos a dirigirnos a aquel que quita el pecado del mundo:

- Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
- Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
- Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz.

No nos engañemos. No habrá paz si previamente no hemos dejado por gracia que el Señor nos libre de los pecados. Ni la habrá en el mundo ni la habrá en nuestras vidas. Es condición indispensable nuestra purificación y santificación para alcazar la verdadera paz con Dios y nuestros hermanos.

A continuaciòn el sacerdote reza en secreto la oración para la comunión:

Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable.

O bien:

Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, diste con tu muerte la vida al mundo, líbrame, por la recepción de tu Cuerpo y de tu Sangre, de todas mis culpas y de todo mal. Concédeme cumplir siempre tus mandamientos y jamás permita que me separe de ti.

Si todos los fieles en general estamos llamados a la santidad, ¿qué no decir de los sacerdotes en particular? Observemos, por otra parte, que en esa oración del sacerdote ya se advierte la posibilidad de que la comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo sea motivo de condenación en vez de salvación. Ya lo dijo san Pablo:

Así pues, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, por tanto, cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; porque el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación.

1ª Cor 11,27-29

No nos acerquemos, pues, a comulgar, estando en pecado mortal. No nos salvaremos. Nos condenaremos aún más.

Llega el el momento de la comunión. El sacerdote dice:

- Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.

Y, juntamente con el pueblo, añade:

- Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

No, no somos dignos de recibir a Cristo en nuestra alma, pero Él nos hace dignos. Él nos sana. Él nos hace libres. Él llama a la puerta porque quiere entrar y cenar con nosotros. Él nos ama. Él quiere quedarse con nosotros. Él quiere darnos a sí mismo, el verdadero maná que alimenta nuestro ser.

Lo que ocurre después de comulgar, estimado hermano, es ya cosa entre tú y el Señor.

Paz y bien,

 

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