María, la madre de Jesús, estaba prometida con José

ADVIENTO Y LA DULCE PRESENCIA DE LA SANTISIMA VIRGEN MARIA

RESUMEN DE SUS FIESTAS LITURGICAS

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

8 de noviembre de 2019

Gn 3, 9-15.20; Rm 15, 4-9; Lc 1, 26-38 "Os creaba el Padre no engendrado, os protegía el Hijo único, os hizo fecunda el Espíritu Santo", canta la Iglesia en un himno mariano (cf. Salve, Mater; Oficio lecturas de la Presentación). Hoy celebramos el inicio de la vida --la creación, por tanto- de Santa María. La comunidad cristiana, hermanos y hermanas, ha ido comprendiendo gradualmente la misión de María en el plan de salvación que Dios ha establecido en Jesucristo. De este modo, la Iglesia ha ido comprendiendo lo que el Espíritu Santo quiere hacerle conocer sobre esta extraordinaria hija de Israel. Primero, el Pueblo de Dios tomó conciencia de la maternidad divina de María, de ahí el título tan grande y tan popular de "Madre de Dios". En la Iglesia antigua, todavía, se comprendió la Virginidad de María, por eso la llamamos, también, "Virgen María". Después, la Iglesia comprendió la santidad de Santa María desde el inicio de su existencia, que es la solemnidad que hoy celebramos con el nombre de la Inmaculada Concepción, por eso nuestro pueblo hace servir como saludo la frase. "Ave María purísima". Y, además, la Iglesia tomó conciencia de la Asunción de María a la gloria pascual de Jesucristo, desde donde ejerce, tal como proclamó Pablo VI al final de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, la maternidad espiritual sobre la Iglesia. Porque María, no es un personaje del pasado sino una persona que vive junto a Jesucristo, y, por tanto, una contemporánea nuestra en el camino del Evangelio. Hoy alabamos a Dios porque cuando llegaba el amanecer de la plenitud del tiempo - cuando había de venir el Mesías-, Dios escogió una mujer (cf. Ga 4, 4), María, la hija de Sión por excelencia porque con su santidad personifica el ideal de fidelidad del pueblo de Israel (cf. Vulgata Za 2, 14; 9, 9).

El sí que ella daba al ángel, en el evangelio que hemos escuchado, era modelado sobre el sí de Israel en la alianza. Efectivamente, en el Sinaí el pueblo acogió la alianza que Dios hacía con él diciendo: cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor (Ex 19, 7) y María respondía al enviado de Dios, hágase en mí según tu palabra. Ella da la respuesta plena y total que Dios había esperado de Israel y de una manera más amplia que había esperado de la humanidad entera después de crearla con tanto amor. La fe de Israel, pues, se convierte de un modo eminente, en la fe de María, sostenida por la gracia del Espíritu Santo. Con esta fe aceptó libremente ser la Madre del Mesías, el sol de justicia (Ml 3, 20) que brilla como signo de la Nueva Alianza de Dios con su pueblo y con todos los pueblos de la tierra. La misión que recibió María de poner al mundo el Mesías, es causa de una alegría inmensa para la Iglesia. Porque como decía san Pablo en la segunda lectura, tomada del segundo domingo de adviento: Todo lo que está escrito se refiere a Jesucristo (cf. Lc 24, 44) y todo es para instruirnos, para que la fuerza y el consuelo que ellas nos dan nos ayuden a mantener nuestra esperanza. A veces nuestra esperanza puede desfallecer, las circunstancias personales, familiares, eclesiales, sociales y políticas pueden hacerla disminuir. Pero, en estas situaciones, en las incertidumbres, en los momentos de desconsuelo, Dios nos alienta y nos conforta a través de Jesucristo, el Hijo de María, y de todo lo que dicen las Escrituras sobre él y sobre el sentido de nuestra existencia humana. A lo largo de su vida, Santa María acogió y meditó la Palabra de Dios (cf. Lc 2, 19).

Tal y como dicen los Padres de la Iglesia, la recibió tanto en el corazón que se le hizo 2 carne en las entrañas. Desde la anunciación, se puso al servicio de Jesucristo, "avanzando en la peregrinación de la fe", tal como dice el Concilio Vaticano II (cf. Lumen Gentium, 58). En su fidelidad a la Palabra de Dios, encarnó las bienaventuranzas proclamadas por su Hijo, se convirtió espejo de todas las virtudes y fue la figura perfecta del discípulo del Evangelio. Al pie de la cruz de Jesús, recibió una misión nueva, la de ser madre de todos los discípulos de su Hijo (cf. Jn 19, 26-27). Y así como el discípulo amado la acogió no sólo materialmente sino en lo más íntimo de su fe y de su unión con Cristo, también nosotros, discípulos de Jesucristo como somos, debemos acogerla en nuestra vida por fidelidad a la voluntad de Jesús. María es para nosotros un tesoro espiritual que nos ha regalado el Señor para que nos sea modelo con su fidelidad, estímulo con su vivir evangélico, ayuda maternal con su intercesión. La misión maternal recibida al pie de la cruz, la continúa ejerciendo después de su asunción a la gloria pascual de Jesucristo, con su oración por el pueblo de Dios que camina hacia la Pascua eterna y con su solicitud por toda la humanidad empapada de inquietudes y de sufrimientos. "Salve, Madre de misericordia, Madre Santa de Dios, que nos has dado la esperanza, la gracia y la bondad, Madre llena de gozosa santidad", canta, también, el himno que he citado al principio. Que esta sea nuestra alabanza gozosa y agradecida a Santa María en esta su casa de Montserrat, ahora que nos disponemos a entrar en el corazón de la celebración de la Eucaristía.

LA NATIVIDAD DE LA VIRGEN MARÍA

8 de septiembre de 2019

Miq 5, 1-4a; Rom 8, 28-30; Mt 1, 1-16.18-23

La lista genealógica que formaba la primera parte del evangelio que acabamos de proclamar concluía diciendo: Jacob fue padre de José el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. María es, pues, hermanos y hermanas, el último eslabón de la larga lista de descendientes de Abraham y de David antes del Mesías. Por eso la Iglesia celebra con gozo el nacimiento de Santa María, porque es como el amanecer que anuncia la presencia radiante del sol. Es la madre del Salvador esperado durante tantos siglos por tantos y tantos hombres y mujeres de buena voluntad. Y no sólo por eso la Iglesia celebra con gozo el nacimiento de Santa María. En la alegría del nacimiento de la Madre de Jesús, se añade la alegría por la "vida gloriosa" de la Virgen que "ha iluminado el mundo" y "con su santidad ennoblece todas las Iglesias"

(cf. primer y segundo responsorio del Oficio de lectura).

Ennoblece esta casa de Montserrat. El monasterio y la basílica están dedicados al nacimiento de Santa María, porque ella, según el designio divino, se ha hecho presente espiritualmente en esta montaña.

Ha querido nacer aquí espiritualmente, podríamos decir, para ser la Madre y Patrona de nuestro pueblo y para atraer multitudes de peregrinos de todo el mundo. Atraerlos no hacia ella sino hacia su Hijo Jesucristo, repitiéndoles en el fondo del corazón aquello de haced todo lo que él os diga (Jn 2, 5). Esta presencia espiritual de la Virgen hecha visible por la Santa Imagen nos llena de alegría, a los monjes, a los escolanes, a los peregrinos. Nos llena de alegría y nos responsabiliza a hacernos discípulos de Jesucristo.

También el altar está dedicado a la Natividad de la Virgen. Una frase grabada en la piedra misma encima del pequeño arcosolio donde están las reliquias lo recuerda.

Es una afirmación de contenido profundo; dice traducido del latín: "sobre esta piedra dedicada a la Natividad de María edificaré mi iglesia de Montserrat". Os propongo profundizar un poco estas palabras. Están simbólicamente puestas en labios de Jesucristo, evocando unas palabras del Evangelio de San Mateo dirigidas a Pedro haciendo referencia a la Iglesia universal (cf. Mt 16, 18). Se nos dice, pues, que sobre la piedra de este altar mayor Jesucristo edifica la iglesia doméstica de Montserrat, que es suya. Efectivamente, sobre este altar celebramos la eucaristía en la que el Señor resucitado se hace presente y actúa para hacernos crecer como cristianos y como monjes. En torno a este altar, además, la comunidad ofrece su alabanza y su intercesión a Dios en nombre y en favor de toda la humanidad. Y, aun, ante este altar los monjes hacemos nuestra profesión, reciben la ordenación diaconal o presbiteral quienes son llamados; ante este altar son llevados por última vez los restos mortales de los monjes para ser confiados al amor misericordioso de Dios y a la intercesión de Santa María. También, ante este altar, los abades recibimos la bendición abacial.

Además, los escolanes, los oblatos, los cofrades, los huéspedes y los peregrinos también participan de la gracia que brota de este altar con la celebración de los sacramentos, de la alabanza y de la intercesión que lo rodea, en una prolongación de la iglesia doméstica que es el monasterio.

Y, además, reciben frutos espirituales todos los que desde lejos se unen a las oraciones de esta casa de la Madre de Dios a través de los medios de comunicación. Entre todos formamos una comunidad de oración. Y en torno a este altar Jesucristo edifica de una manera imperceptible pero real la Iglesia. Y el hecho de que el altar esté dedicado a la Natividad de María, nos recuerda que, tal como dice la Constitución sobre la Iglesia del concilia Vaticano II, María, "una vez asunta al cielo continúa con su múltiple intercesión obteniéndonos los dones de la salvación eterna "porque," con su amor materno, cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan" en la tierra (LG 62). En María, "la maternidad en la economía de la gracia perdura siempre desde el consentimiento que ella dio fielmente a la hora de la Anunciación", y por la que Dios la había preparada desde la infancia, y desde la fidelidad que "mantuvo al pie de la cruz de Jesús". Ella intercede constantemente para que todos podamos llegar "a la patria feliz" del Reino de los cielos (cf. LG, ibídem.).

Hoy de una manera especial agradecemos con alegría la solicitud de la Virgen para con todos los que a lo largo de los siglos nos hemos reunido en Montserrat y le pedimos que nos ayude para ser más fieles a Jesucristo, su Hijo.

Esta iglesia doméstica que crece en Montserrat, sin embargo, tiene también sus debilidades y sus pecados. Antes de ayer, con voluntad de transparencia y por fidelidad al compromiso que habíamos adquirido a primeros de año, hicimos público el informe final completo de la Comisión de investigación relativa a los abusos a menores cometidos en el ámbito de nuestra comunidad. Hacemos nuestros los resultados de esta investigación y por ello quiero expresar, en nombre de mis hermanos de comunidad, nuestra consternación al conocer el daño que se hizo a las víctimas de los abusos así como al ver cómo habían fallado los mecanismos de prevención y control.

Quiero volver a repetir, si cabe con más intensidad que el 3 de febrero pasado, la petición de perdón a las víctimas, a sus familias y a todos los que, de una manera u otra, han sufrido dolorosamente las consecuencias de estos abusos. Y al mismo tiempo quiero manifestar la voluntad del monasterio de continuar poniéndonos a la disposición de las víctimas para acompañarlas, si lo desean, en su sufrimiento y en su recuperación emocional. Una vez más, condenamos de manera absoluta cualquier tipo de abuso a menores, y reafirmamos nuestro compromiso de luchar con firmeza contra una problemática tan grave que afecta a toda nuestra sociedad. Por ello, en un plazo breve, mejoraremos y aumentaremos los mecanismos de protección de menores ya existentes en Montserrat. Que el Señor, por las oraciones de Santa María, ayude a las víctimas, derrame su amor misericordioso sobre nuestra comunidad y nos dé luz y fuerza para una mayor conversión y una mayor fidelidad.

La solemnidad del nacimiento de Santa María nos invita a caminar hacia adelante con la mirada fija en su Hijo, el único que tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6, 59) y puede salvar el mundo (cf. 1Jn 4, 9). Ahora se hará  presente entre nosotros en el sacramento de la Eucaristía para comunicarnos vida nueva y ayudarnos, con su gracia, a hacer siempre el bien, a ser constructores de paz.

LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

Homilía del 15 de agosto de 2019 Ap 11, 19; 12, 1-6.10; 1 Cor 15, 20-26; Lc 1, 39-56 Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Haciendo una lectura simbólica de esta frase del libro del Apocalipsis que hemos leído en la primera lectura, los Padres de la Iglesia y la tradición litúrgica ven una alegoría de la Virgen María. Y además, cuando a continuación se nos dice que está a punto de dar a luz a un niño, con una referencia clara a Jesucristo, el Mesías que ha de pastorear a todas las naciones con vara de hierro. Por otra parte, este texto nos remite a aquel del libro del Génesis que habla de la victoria del linaje de la mujer sobre Satanás representado por la serpiente (Gn 3, 15), sobre el dragón que decía la primera lectura. Es el Hijo de María que vence radicalmente el Mal, aunque aún esté presente en el mundo. En la solemnidad de hoy, pues, hermanos y hermanas, esta figura de la mujer vestida del sol, nos lleva a considerar la Virgen gloriosa en su Asunción, libre de toda connivencia con el Mal. A lo largo de toda su vida fue venciendo el mal con el bien y se fue revistiendo de Jesucristo, el sol venido del cielo que nacido de ella, ha visitado la humanidad para redimirla (Lc 1, 68.78) . María vive su asunción a la gloria de Cristo como fruto de haberlo concebido primero en el corazón, lleno como estaba de acogida de la Palabra divina, y luego en sus entrañas para ofrecerlo a la humanidad entera. Este acogida de la Palabra divina fue una constante durante toda la vida de María, hasta el punto de que Jesús mismo la proclamó más feliz por esta acogida de la Palabra y por haberla puesto en práctica, que por ser su madre (Lc 11, 27-28). Asunta al cielo, la madre de Jesús está llena de Dios, toda radiante de luz divina por la gracia que ha recibido desde los inicios de su existencia y por haber respondido generosamente y prontamente a la vocación que le había sido dada. Hoy la Iglesia, extendida de Oriente a Occidente, alaba a Dios por el don de María y, a ella, la proclama bienaventurada por su fe y por su fidelidad (cf. Lc 1, 45.48). Nosotros, en esta casa de Montserrat, contemplamos la Santa Imagen, con su rostro moreno radiante y sonriente, y con su vestido dorado, resplandeciente, en donde descubrimos a la Asunta a la gloria y a la Reina de cielo y tierra, que nos ofrece a Jesucristo como hermano (cf. Mt 28, 10), como camino, verdad y vida (cf. Jn 14, 6). Y, por ello, la saludamos: "Salve Regina; salve Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra”. Y ella, complacida, nos invita a hacer todo lo que Jesús nos diga (cf. Jn 2, 5) para que podamos seguirla hacia la gloria. Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol. La imagen de esta mujer, tal como la presenta el libro del Apocalipsis, hace referencia -según la interpretación primera del texto- a la nueva Sión, a la Iglesia, de la que María es la personificación. En la primera lectura, pues, se nos presenta la Iglesia en su misión de poner a Jesucristo en el mundo y se nos dice que el dragón quiere devorar a la criatura que la mujer ponía en el mundo.

Es una referencia a las dificultades que tiene la Iglesia para hacer nacer a Jesucristo en las situaciones más diversas y a la hostilidad de quienes no quieren acogerlo ni quieren que su Palabra y su luz guíen a la humanidad por caminos de justicia, de paz y de fraternidad. La Iglesia también está revestida de la luz de Jesucristo, su esposo (Ef 5, 25-27) que, resucitado, está siempre unido a ella y la nutre constantemente con su Palabra y con la gracia de los sacramentos. Fortalecida así, la Iglesia brilla por la santidad de tantos de sus miembros, empezando por la Virgen María. La Iglesia, pues, fuerte con los dones espirituales que recibe del Señor, más allá de la debilidad y del pecado de algunos de sus miembros, lleva a Jesucristo y su Evangelio a nuestro mundo, con el anuncio de la Palabra y sobre todo con el testimonio de vida. Y no es de extrañar que encuentre dificultades, que tropiece con animadversiones. Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol. En la solemnidad de hoy estamos invitados, aunque, a una tercera mirada. Primero hemos fijado nuestra mirada en Santa María, la Virgen gloriosa. En segundo lugar, en la Iglesia de la que ella es prototipo y el miembro más eminente después de Jesucristo. Pero también hay que fijarse en los miembros del pueblo cristiano, en cada uno de nosotros. También nosotros, por el bautismo, hemos sido revestidos del sol que es Jesucristo y hemos recibido una vocación de santidad parecida a la de Santa María. Y también hemos recibido la misión de hacer presente a Cristo en nuestro entorno, en nuestro mundo. Desde el bautismo, por nuestra incorporación a Jesucristo, somos luz del mundo y esta luz nuestra debe brillar ante la gente, tal como decía Jesús (Mt 5, 13- 16). Necesitamos, pues, nutrirnos de él y testimoniarlo de palabra y de obra, colaborando a hacer que nuestro entorno sea más según el Evangelio, con una vida comprometida al servicio de los demás y que vaya transformando la sociedad. Una vida que ayude concretamente a tanta gente necesitada a nivel afectivo y a nivel material; que ayude a trabajar para que la vergüenza que supone que nadie quiera acoger a los rescatados del mar no se dé más. Una vida, aún, que ayude, a establecer puentes y a superar la agresividad y las divisiones en la convivencia ciudadana, a luchar contra todo tipo de mal. Nos anima y nos da fuerza la fe en la victoria pascual de Jesucristo. Efectivamente, Cristo resucitado, hijo de Santa María, llevado hacia Dios y entronizado en su sede, según se decía en la primera lectura- inaugura la derrota del dragón y de su poder, él ha salido victorioso sobre todo tipo de mal y sobre la muerte. De esta victoria, participa plenamente la Virgen María. Nos estimula a ponernos incansablemente a la tarea, pensar que a la gloria donde ha llegado María también, gracias al misterio pascual de Jesucristo, podemos llegar nosotros. Entonces, ella nos mostrará a Jesús, el fruto bendito de su vientre, para que podamos participar de su gloria pascual. Tal como ahora lo anticipamos sacramentalmente en la Eucaristía.

SOLEMNIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO (C)

24 de noviembre de 2019 2 Sam 5, 1-3 / Col 1, 12-20 / Lc 23, 35-43 Queridos hermanos y hermanas en la fe: En el último domingo del año litúrgico, la Iglesia latina celebra el título cristológico de Jesucristo Rey de todo el mundo. En esta solemnidad, la figura del Cristo, el ungido eterno de Dios, se nos presenta en su realeza. El Señor ha sido vestido previamente con la túnica púrpura, el color imperial; ha sido ceñido con la corona de espinas; ha sido levantado sobre el trono de la cruz; y, en forma de rótulo, ha recibido el título que le acredita como gobernante del universo ya que dice el evangelio: «Había también por encima de él un letrero: «Éste es el rey de los judíos». San Lucas, en el texto que nos ha sido proclamado por el diácono, nos presenta un Jesús clavado en la cruz, injuriado e insultado por las autoridades y por los soldados. Junto a Jesús había unos criminales. Uno de ellos le pide: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Y el Señor le contesta: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso». Una cierta contradicción rodea esta frase: ¿cómo puede hablar Jesús de «hoy»si sabe que no resucitará hasta después de tres días? Quizás es que esta palabra, «hoy», está mucho más cargada de sentido de lo que a primera vista podríamos pensar. Efectivamente, el mismo evangelista Lucas, nos dice en otro pasaje: «Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2,11). Anuncio que la liturgia romana ha recogido en aquel gran Hodie Christus natus est, hodie Salvator apparuit. Así pues, el misterio de la encarnación también sucede en este "hoy" de la historia. Pero aún podemos hacer otro paralelo, en este caso relacionado con la Pascua, con la resurrección del Señor. Es aquí donde también la liturgia, durante las fiestas pascuales, nos hace cantar con el salmista: Haec dies quam fecit Dominus (Salmo 118,24). Que la traducción catalana, con buena intuición teológica, ha traducido por: «Hoy es el día en que actuó el Señor». Otra vez, pues, nos encontramos también con un "hoy", el hoy de la resurrección, el hoy del misterio pascual. La vida de Jesús transcurre entre estos dos «hoy», es decir, entre la encarnación y la Pascua.

Y en medio, encontramos el "hoy" de la cruz. En el primero, el Señor se nos manifiesta en su plena humanidad; en el segundo, se nos manifiesta en su plena divinidad; y en el tercero, el Cristo se nos muestra en el poder y la realeza del Verbo de Dios que, en su carne, muere colgado de la cruz. La primera lectura que hemos escuchado, nos hablaba de los orígenes humanos de Jesús, insertándolo en la estirpe real de David. Por este motivo, las palabras dirigidas por el pueblo de Israel a David pueden ser también pronunciadas por la Iglesia hacia aquel que es su cabeza: «Hueso tuyo y carne tuya somos». Cristo reina sobre nuestro mundo, respetando siempre nuestra libertad, pero conduciendo indefectiblemente el tiempo y la historia hacia su fin definitivo en que todos lo seremos todo en todos.

Por otra parte, la segunda lectura, de la carta a los colosenses, se refería a la real divinidad de Cristo, que «es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades; todo fue creado por él y para él». 2 Queridos hermanos y hermanas, sobre el trono de la cruz, Jesús muere como hombre y reina como Dios. Y su reino, que no tendrá fin, se nos muestra en unos breves instantes, en una frase corta: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». En los pocos segundos que tardó el buen ladrón en cerrar los ojos en esta vida, Cristo demostró que la muerte estaba a punto de ser vencida, que la vida eterna había entrado ya en este mundo. Y todo esto sucede no ayer o mañana, sino hoy. En otras palabras: ahora o nunca. Aprovechemos pues el hoy de nuestra vida, vivamos de acuerdo con nuestra fe. Y confiemos en que un día también nosotros podamos oír la voz del Rey eterno que nos dice: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso». 

Buscar al Niño Jesús en el silencio

Santo Evangelio según san Mateo 1, 18-24. Miércoles III de Adviento

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Niño Jesús, concédeme la gracia de encontrarme contigo en lo más profundo de mi corazón.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 1, 18-24

Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José, y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.

Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: “José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel que quiere decir Dios-con-nosotros.

Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y recibió a su esposa.

Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

¿Has escuchado alguna vez el segundero de un reloj? Este sonido es casi imperceptible, pero cuando encuentras un momento de completo silencio, puedes lograr percibir cómo la manecilla avanza constantemente como estirando la fuerza de gravedad. San José, en el Evangelio de hoy, es también un hombre de silencio que no dice ninguna palabra en el Evangelio, ni siquiera sabemos cómo fue su muerte, pero él te quiere enseñar que en el silencio escucharás la voz de Dios. San José, en el silencio del sueño de la noche, escucha perfectamente a Dios que por medio del ángel le dice: «José, hijo de David, no temas tomar a María» (Mt 1, 20).

Pero ¿cómo puedes alcanzar ese mismo silencio exterior e interior de san José? Creo que la Misa es un gran medio que te ayudará a vivir la misma experiencia de san José: escuchar la voz de Dios en el silencio. Te digo porqué. Seguramente cuando entras a la Iglesia vienes pensando en muchas cosas: los hijos, los problemas del trabajo, los pendientes de la escuela, etc. Por esta razón, al inicio de la Misa, la oración que se dirige a Dios es la oración de la Iglesia a través de las palabras de la liturgia: el «Señor, ten piedad», las lecturas, la plegaria eucarística, etc. Todo esto va preparando tu corazón para alcanzar un silencio profundo al recibir a Jesús en la Eucaristía. Seguramente en este momento podrás escuchar, como san José, más fácilmente la voz de Dios que te llama para algo grande.

Sólo faltan 6 días para Nochebuena y, probablemente, en estos días todavía tienes muchas cosas que preparar; pero el Evangelio de hoy nos quiere recordar que, para encontrarnos con el Niño Jesús, tenemos que ir preparando nuestro corazón con un poco de silencio interior.

«Celebrar la Navidad es hacer como José: levantarse para realizar lo que Dios quiere, incluso si no está de acuerdo con nuestros planes. San José es sorprendente: nunca habla en el Evangelio: no hay una sola palabra de José en el Evangelio; y el Señor le habla en silencio, le habla precisamente en sueños. Navidad es preferir la voz silenciosa de Dios al estruendo del consumismo. Si sabemos estar en silencio frente al belén, la Navidad será una sorpresa para nosotros, no algo que ya hayamos visto. Estar en silencio ante el belén: esta es la invitación para Navidad. Tómate algo de tiempo, ponte delante del belén y permanece en silencio. Y sentirás, verás la sorpresa».

(Homilía de S.S. Francisco, 19 de diciembre de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Vivir todas mis actividades diarias con un espíritu de silencio.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

¿Jesús o Emmanuel?

El nombre que se anuncia en Isaías (Emmanuel) es el nombre profético de Cristo, y el nombre de Jesús es su nombre propio y personal

¿Por qué si el Ángel "instruye" para que al Mesías se le llame Emmanuel nunca se le llamó así a Jesús?

Con dos versículos de diferencia, San Mateo indica dos de los nombres que recibirá el Niño nacido de la Virgen: Le pondrás por nombre Jesús... Se le pondrá por nombre Emmanuel (Mt 1,21.23).

Como dice Manuel de Tuya, O.P., no hay oposición entre ambos nombres, “porque el nombre que se anuncia en Isaías (Emmanuel) es el nombre profético de Cristo, y el nombre de Jesús es su nombre propio y personal. El nombre profético sólo indica lo que significará para los hombres, en aquel momento, el nacimiento de este niño. Será “Dios con nosotros” de un modo particular. Así, se lee en el mismo Isaías, cuando dice a Jerusalén: ‘Desde ahora te llamarás ciudad del Justo, ciudad Fiel’ (Is 1,26), no porque hubiese de llamarse así materialmente, sino porque tenía desde entonces una cierta conveniencia a causa de la purificación que en ella haría Yahvé. O, como dice a este propósito San Jerónimo, ‘significan lo mismo Jesús que Emmanuel, no al oído, sino al sentido’” (Profesores de Salamanca, “Biblia Comentada”, tomo II, B.A.C., Madrid 1964, p. 30).

1. Emmanuel

Expresa la naturaleza, la personalidad del Hijo de María. El nombre se contiene en la profecía que Isaías proclama ante el desconfiado Acaz, cinco siglos antes del advenimiento del anunciado en ella: He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarán su nombre Emmanuel, Dios con nosotros (Is 7,14). “Emmanuel”: Dios con nosotros. Jesús es Dios; el Dios adorable que hizo el cielo y la tierra, que gobierna los astros y a quien sirven los ángeles.

Pero sin dejar de ser Dios ni perder su Gloria, se “hunde” en nuestra historia y en nuestro mundo para convivir con los hombres que Él ha creado, con la hechura de sus manos: Se hizo ver en la tierra y conversó con los hombres (Ba 3,38). Emmanuel expresa quién es el que nace: es Dios que se hace carne. Por eso el ángel dijo a María: lo que nacerá de ti será santo, será llamado Hijo de Dios (Lc 1,35).

2. Jesús

Le pondrás por nombre Jesús porque Él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt 1,21). Tales las palabras del ángel a José. Este nombre expresa la misión del Hijo de Dios al encarnarse. Revela el motivo de la encarnación. Jesús en lengua hebrea se dice Yehoshuah y quiere decir Yahvéh salva, Dios salva; quiere decir, pues, Salud-dador. El que viene a dar la salud al alma, que es donde mora la enfermedad del pecado. ¿Quién puede perdonar los pecados sino Dios?, se preguntan los enemigos de Cristo, escandalizados no sólo porque ha curado a un paralítico en Cafarnaúm sino, especialmente, porque se ha anunciado la remisión de sus pecados (cf. Mc 2,7). Han entendido que de esta manera se iguala a Dios, y no se equivocan: sólo Dios puede perdonar los pecados de los hombres. Por eso los perdonaba Cristo, porque era Dios, y para eso se había encarnado. Esto es lo que nos revela con su nombre. Muchos hebreos se llamaron Jesús por casualidad, decía Maldonado en el siglo de oro español, “Cristo, en cambio, por determinado consejo, no humano sino divino. Aquellos que lo llevaron antes que Él no fueron verdaderos salvadores, y Cristo lo es más todavía de lo que el hombre acierta a significar. Para ellos era nombre común y vulgar; para Cristo fue peculiar y, según el profeta había predicho, propio y singular, porque de la manera que de Cristo se dijo, a nadie le conviene más que a Él, ya que no hay en otro alguno salud” (Juan de Maldonado, Comentarios a San Mateo, B.A.C., Madrid 1950, p. 133).

El Papa abole el secreto pontificio para los casos de abuso sexual

Dos documentos destinados a dejar huella.

Fuente: Vatican News

Dos documentos destinados a dejar huella: el Papa Francisco abolió el secreto pontificio en casos de violencia sexual y abuso de menores cometidos por clérigos, y también decidió cambiar la ley sobre el delito de pornografía infantil, haciendo caer dentro de los casos de delicta graviora -los delitos más graves- la posesión y difusión de imágenes pornográficas que involucren a menores de hasta 18 años de edad.

El primer y más importante documento es un rescripto firmado por el Cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin, que informa que el pasado 4 de diciembre el Pontífice dispuso abolir el secreto pontificio sobre las denuncias, los procesos y las decisiones relativas a los delitos mencionados en el primer artículo del reciente motu proprio Vos estis lux mundi. Esos se refieren a los casos de violencia y de actos sexuales cometidos bajo amenaza o abuso de autoridad, casos de abuso de menores y de personas vulnerables, casos de pornografía infantil, casos de no denuncia y encubrimiento de los abusadores por parte de los obispos y superiores generales de los institutos religiosos.

La nueva instrucción especifica que la “la información se tratará de manera que se garantice su seguridad, integridad y confidencialidad” establecidas por el Código de Derecho Canónico para proteger “la buena reputación, la imagen y la privacidad” de las personas implicadas. Pero este “secreto de oficio”, tal y como se lee en la instrucción, “no obsta para el cumplimiento de las obligaciones establecidas en cada lugar por la legislación estatal”, incluidas las obligaciones de denuncia, “así como dar curso a las resoluciones ejecutivas de las autoridades judiciales civiles”. Además, a quienes realizan las denuncias, a las víctimas y a los testigos “no puede imponerse vínculo de silencio alguno” sobre los hechos.

Con un segundo rescripto, firmado por el mismo Parolin y por el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardenal Luis Ladaria Ferrer, se dieron a conocer también las modificaciones de tres artículos del motu proprio Sacramentorum sanctitatis tutela (de 2001, ya modificado en 2010). Se establece que sea considerado como uno de los delitos más graves reservados para el juicio de la Congregación para la Doctrina de la Fe “la adquisición o posesión o divulgación, con un fin libidinoso, de imágenes pornográficas de menores de dieciocho años por parte de un clérigo, de cualquier manera y por cualquier medio”. Hasta ahora ese límite se fijaba en los 14 años.

Finalmente, en otro artículo, se permite que en los casos relativos a estos delitos más graves, el papel de “abogado y procurador” pueda ser desempeñado también por fieles laicos con un doctorado en Derecho Canónico y no solo por sacerdotes.

Todos los días puede ser Navidad

En esta Navidad Cristo quiere nacer de nuevo en el corazón de los hombres con una condición: dejarlo entrar.

A veces somos medio miopes y vemos lo blanco, negro y lo negro, blanco. ¿Cuestión de perspectivas? No, cuestión de no engañarnos ni dejarnos engañar; cuestión de equilibrio. A veces nos pasamos de negativos y nos ponemos pesimistas hasta la médula de los huesos. Otras veces nos pasamos de optimistas que nos desubicamos de la realidad. Lo correcto es la mesura, la moderación, la sensatez.

Que si este año se atacó la Navidad más que el otro; que si esta vez menos escuelas la festejaron; que si este año el ayuntamiento prohibió el Belén; que si ahora vetaron los adornos cristianos en lugares públicos; que si se está despojando a la Navidad de su razón y sentido; que si… Sí, no es para hacer fiesta pero tampoco para hundirnos en la tristeza. “Ya para qué celebro la Navidad”, pensará alguno. El pesimismo es una actitud tentativa a elegir en estos casos, pero hay otra más noble y elevada: el optimismo, la actitud por la que el cristiano siempre debería optar.

No nos referimos al mero optimismo humano, al que se queda en la naturalidad de un temperamento. Vamos más allá, al optimismo cristiano, ese que ante las realidades difíciles no se arredra ni achicopala; ese que trasciende temperamentos y no conoce más frontera que la de la libertad del ser humano.

Esperanza es el nombre cristiano del optimismo: si el optimismo es nuestra acta de nacimiento, la esperanza es la de bautismo. ¿Y esto que tiene que ver con la Navidad? ¡Todo! Porque Navidad, además de un periodo donde festejamos el cumpleaños del mero, mero, es también un estado del alma, una actitud de vida. Y como la vida se puede afrontar negativa o positivamente, con pesimismo o con optimismo, debemos aprender a vivirla como cristianos.

Solemos entristecernos a la primera. Vemos el cielo nublado y se nos olvida que detrás está el sol, que sólo hace falta atravesar las nubes, ir más allá de ellas. Y para eso es la vida, para eso es el optimismo cristiano. Nuestras vidas deben ser el gran motor de un avión que nos lleve a atravesar los cielos en búsqueda de esa luz que nos da alegría, serenidad y consuelo. Dependen de nosotros, de si queremos un motorcito de aviones vejestorios que nos pueden dejar a medio camino, que no nos garantizan alcanzar la plenitud de nuestra meta, o uno moderno que tiene la potencia y concede la seguridad de conseguir nuestro destino. Cada día fabricamos ese motor. La fe nos dice que arriba hay luz; la caridad que queremos lograrla; la esperanza que podemos conseguirla.

El optimismo cristiano nace de la conciencia de saber que Dios nació y puso su morada entre nosotros. Nace del hecho de que Dios quiere nacer no sólo cada año sino todos los días de la vida en nuestros corazones. ¡Si supiéramos lo que es bueno! Y ni nos pide mansiones, ni hoteles de primera clase, ni chalets en zonas residenciales exclusivas; sigue queriendo anidar en la humildad, en el silencio, en lo oculto. Únicamente pide un corazón dispuesto, un alma preparada, preñada del optimismo que de un ánima así se desprende.

Todos los días puede ser Navidad. Ahora que lo sabemos no podemos dejar pasar la oportunidad de aprovecharla. Con optimismo, con amor, con obras. Es tan fácil: reconciliarse con aquel con quien me enemisté, recordar los detalles hacia el esposo o esposa (como cuando eran novios), agradecer a los abuelos, manifestarles el cariño; si somos hijo, ofrecerse a cocinar la cena, estar disponible a ayudar en lo que se ofrezca…

Cristo nació y murió aparentemente como un fracasado. Y es que Dios aparenta arruinarse pero luego triunfa; sus “fracasos”, siempre son aparentes, son una oportunidad de probar nuestra fe, nuestra confianza en Él. Ahora que lo sabemos no podemos decepcionarle. El hecho de que se minusvalore la Navidad o que algunos la hayan empezado a vaciar de sentido no puede ser motivo para abandonarnos en la melancolía; ¡es la mejor oportunidad para demostrar con obras nuestro amor, para declararnos abiertamente cristianos! Un corazón que ha construido un Belén para Dios puede lograr esto y mucho más porque ya es de Cristo, porque está bañado por el optimismo cristiano.

A pocos días del nacimiento del Salvador, conviente prepararse para el gran acontecimiento. Como recordaba el Papa Benedicto XVI : «Que el Niños Jesús, al nacer entre nosotros, no nos encuentre distraídos o dedicados simplemente a decorar de luces nuestras casas. Decoremos más bien en nuestro espíritu y en nuestras familias una digna morada en la que Él se sienta acogido con fe y amor. Que nos ayuden la Virgen y san José a vivir el Misterio de la Navidad con una nueva maravilla y una serenidad pacificadora». La preparación exterior es reflejo de la preparación interior. Las fiestas son manifestaciones del gozo por el nacimiento del Salvador. Sólo así tendremos unas navidades completas y autenticamente felices.

¡Feliz Navidad!

Una prueba biológica de que el nacimiento de Cristo ocurrió en diciembre

Esto es práctico. Esto es un hecho. Esto es biología.

La bióloga molecular y catequista Rebecca Salazar expuso en la plataforma católica Aleteia una evidencia biológica que contribuye a ubicar en el mes de diciembre la fecha de nacimiento de Cristo y que se relaciona con un sorpresivo dato teológico que puede aportar una visión novedosa a nuestra comprensión del misterio del Nacimiento del Salvador. Su hallazgo le permitió superar un cierto escepticismo sobre la precisión de la tradición y se relaciona de forma concreta con su formación científica.

"Hace mucho tiempo, acepté la idea de que el 25 de diciembre probablemente no era la fecha real del nacimiento de Cristo, que la fecha real era desconocida, pero probablemente en la primavera", relató Salazar, quien creyó que la designación del día 25 de diciembre correspondía a un aspecto legendario y que sería una de las ilusiones infantiles que se dejan de lado al crecer. Sin embargo, no dejó de investigar cuál podría ser la fecha auténtica.

Un primer acercamiento a la evidencia histórica le permitió conocer su coincidencia con la fecha probable del ingreso de Zacarías al templo y el anuncio de la gestación de su esposa Isabel, quien tenía seis meses de embarazo cuando el Ángel anunció la Encarnación del Señor a la Santísima Virgen. Otro importante argumento es la tradición de que los grandes profetas fueron engendrados y murieron en la misma fecha. Para el Mesías, esta fecha fue el 25 de marzo, fijada como Fiesta de la Anunciación, pudiendo ubicarse la fecha de su nacimiento nueve meses después, el 25 de diciembre. "Son buenos argumentos, mantenidos según estrictos estándares de investigación histórica y lógica, dentro de sus propios campos", comentó Salazar.

Para la investigadora, sin embargo, estos datos no le satisfacían, por encontrarse en búsqueda de un hecho material concreto. Una de sus objeciones era la posible explicación de la presencia de pastores en los campos en medio de la noche cuando recibieron el anuncio del nacimiento del Mesías: estar a la espera del parto de sus animales, algo que normalmente ocurre en primavera. Alguien le hizo esta pregunta concreta y Salazar, en lugar de exponer las razones religiosas para elegir el 25 de diciembre, resultó preguntándose si sus datos eran correctos. "¿Realmente nacieron los corderos en primavera en Israel?", se cuestionó. "¿Puedo averiguarlo?".

"La oveja Awassi es una oveja del desierto, una raza de cola gorda que ha existido en el Medio Oriente durante aproximadamente 5,000 años. Es la única raza indígena de ovejas en Israel. Se crían para lana, carne y leche", resumió la redactora sobre sus hallazgos. "La oveja awassi se reproduce en el verano y da a luz sus corderos en el invierno, cuando hay suficiente pasto para las ovejas en lactancia. En Israel, la temporada principal de parto es de diciembre a enero". Estos datos cambiaron su perspectiva. "Esto es práctico, pensé. Esto es un hecho. Esto es biología".

Las evidencias resultaron no sólo hablar en favor de la tradición litúrgica de la Iglesia, sino que le comunicaron un aspecto hasta entonces desconocido para ella. "Jesús, el Cordero de Dios, nació al mismo tiempo y en el mismo lugar que todos los corderos pascuales", reconoció. "Por supuesto, esta fecha fue tal para que el día de su entrada y salida del mundo sea el mismo. Por supuesto,el nacimiento de Juan el Bautista es cuando es porque el nacimiento de Jesús realmente es cuando es".

"La biología otorga gran valor a la simetría, y aquí había una simetría para deleitar mi intelecto, una simetría de la historia y la teología y la biología", concluyó Salazar. "Antes, honestamente había llorado la pérdida de mi asombro infantil; ahora encuentro que esta comprensión ha producido un asombro mayor y más profundo sobre la providencia de Dios. Es realmente correcto y justo".

10 regalos geniales para esta Navidad

Cosas que nunca se te ocurrirían

Probablemente varios están comenzando a sacar sus cuentas para ajustar sus finanzas y prepararse para las compras navideñas. Haciendo la lista de los que entran en el presupuesto y los que no.

Muchas veces nos preocupamos de quedar bien con nuestros regalos, obsequiando exclusividades, cosas muy originales, divertidas y únicas. Otros, con no tanto presupuesto, apuestan por la creatividad y hacen los regalos con sus propias manos. También hay quienes resuelven la problemática de los obsequios dando regalos genéricos, algo muy propio de las abuelitas: ¡calcetines y pañuelos para todos!

Los que hacemos algún tipo de apostolado la tenemos difícil porque no podemos sacar gente de la lista, al contrario, todo el mundo debería entrar en nuestra nómina de beneficiarios de obsequios navideños. Nadie en su sano juicio va a salir de compras y tener preparado un regalo para quien sea que se le cruce en el camino.

Es por esto que queremos ofrecerte una lista de regalos geniales que puedes ir preparando desde ahora, e incluso podrías comenzar a entregarlos anticipadamente, sin necesidad de esperar hasta la noche buena. Regalos que no pasarán de moda, que van a durar muchísimo, por los cuales no van a pedirte el ticket para cambiarlo y tendrás más que asegurada una sonrisa de quien lo recibe.

¡Cuéntanos que otras cosas geniales vas a poner en tu lista de regalos para dar en esta Navidad!

1. Regala tiempo

Este sin duda es un regalo valiosísimo pues el tiempo que regalas no volverá. Cada minuto invertido en alguien es un tesoro que no regresará a tus manos. El ex presidente de Uruguay José Mujica decía: “Cuando tu compras algo, no compras con dinero, compras con el tiempo de tu vida que gastaste para ganar ese dinero”. ¿Y si te ahorras la vuelta y le das a quien tienes al frente una porción bien cargada de tu tiempo y entrega?

2. Ofrece perdón

Es un buen momento para revisar los cabos sueltos que tienes en tu corazón y no solo perdonar como un acto simbólico mirando al cielo, sino para perdonar así como tu has sido perdonado, de forma concreta, restaurando la vida y la relación de aquel a quien te vas a atrever a perdonar. No es necesario que lo llames y le digas que es perdonado, basta con acercarte, mostrarte empático, atento y misericordioso.

3. Ábrete a aprender del otro

«No hagan nada por rivalidad o por vanagloria, sean, por el contrario, humildes y consideren a los demás como superiores a ustedes mismos» (Filipenses 2, 3). En el otro hay un tesoro y si te dispones a recibir aquello que tiene para entregar, seguro quedarás sorprendido. Deja tu corazón abierto y sin prejuicios, valorar a los demás es un hermoso regalo.

4. Escucha en silencio

Evita terminar la frase, prejuzgar, evaluar y calificar aquello que estás escuchando. Regala tu silencio humilde, no solo para evitar interrumpir, sino porque tu atención y escucha es un valioso y además escaso obsequio. Escucha no solo por educación, sino como un signo de amor.

5. Presta una mirada atenta. Presta atención

Que tu mirada esté sincronizada con tu mente y con tu corazón. Probablemente te has sorprendido a ti mismo mirando “atentamente”, pero en tu cabeza estas resolviendo problemas domésticos, planificando las actividades de la tarde o pensando en el almuerzo de mañana. Regala tu mirada y atención.

6.¡Regala un buen chiste! Con humor la vida es más fácil

Este regalo requiere de una preparación especial: debes aprenderte un par de chistes. Sabemos que la sonrisa es un excelente regalo, pero llegar con una palabra alegre, una anécdota, una buena historia, siempre será bien agradecido por todos. La alegría que experimentamos los que nos sabemos amados por Dios, es la que hay que compartir.

7. Motiva a otros a dar

Siempre es una buena idea ser solidario con quienes necesitan de nuestra ayuda, pero motivar a otros a ser solidarios es mucho mejor. Puedes hacer que sean más los que se unen a la causa. No hay que mirar muy lejos para encontrar a alguien necesitado de nuestra solidaridad. 

8. Haz los quehaceres de otro

Probablemente es el menos espiritual y simbólico de la lista, pero es uno de los más efectivos (te lo digo por experiencia propia), sobre todo si se trata de limpiar y ordenar aquello que no te corresponde, incluso si hay alguien contratado para eso. Ese tiempo de libertad que regalaste al tomarte la molestia de hacer las tareas de otro, es un regalo que siempre caerá bien.

9. Piensa en el que viene después de ti

Este es un regalo genérico de amor al prójimo: piensa en el que viene después de ti. Ya sea en el baño público, dejando el carrito del supermercado donde corresponde en los estacionamientos, botando el chicle al basurero, y una lista interminable de etcéteras. Es poco probable que te lo agradezcan, pero tu también eres el  prójimo de alguien y sabes como siente cuando el que estuvo antes de ti no lo hizo muy bien.

10. Dona tu amistad desinteresada. Atrévete a conocer a alguien

Un regalo genial y muy grande es ofrecer tu amistad de forma real a alguien de quien no puedes sacar beneficio. Alguien que no consideres es un “par” tuyo, alguien menor o mayor en edad, alguien en una distinta “escala social” o “laboral” comparado contigo. Una amistad nueva. Es lógico que de buenas a primeras no serán los mejores amigos, pero el solo hecho de ofrecer tu amistad a alguien que nunca esperaría que tu te le acerques, es un tremendo obsequio.

Oración para bendecir la mesa en Nochebuena

Hagámosla rodeados de la familia y con el deseo de compartir momentos de generosidad y cariño con todo el mundo.

Bendice, Señor, nuestra mesa en esta noche de Luz.
Quienes vamos a cenar celebrándote
sabemos que la fiesta eres Tú que nos invitas a nacer siempre de nuevo.
Gracias por el pan y el trabajo, por la generosidad y la esperanza.
Llena nuestra mesa de fuerza y ternura para ser personas justas,
llena de paz nuestras vidas y que la amistad y la gratitud alimenten cada día del año.
Tú eres bendición para nosotros, por eso, en esta noche fraterna, bendice la tierra toda, bendice nuestro país.
Bendice esta familia y esta mesa.
Bendícenos a cada uno de los que estamos aquí.
Amén.

PAXTV.ORG