La bondad de Dios
- 29 Enero 2020
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Sulpicio Severo, Santo
Obispo de Bourges, 29 de enero
Martirologio Romano: En la ciudad de Bourges, en Aquitania (hoy Francia), san Sulpicio Severo, obispo, de familia de senadores de las Galias, de quien san Gregorio de Tours ensalza su sabiduría, su ministerio pastoral y su empeño en restaurar la disciplina (591).
Etimología: Sulvicio = caritativo. Viene de la lengua latina.
Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.
Breve Biografía
Sulpicio sufrió una gran transformación para mejor a lo largo de su vida. Llegada la edad normal, contrajo matrimonio con una joven de su ciudad, Agen (Lot- et –Garona), Francia hacia el año 553.
Las cosas no le iban mal pero no se sentía completamente en la felicidad en la que tanto soñaba y para la cual le llamaba Dios.
Era un buen abogado. Ganaba su buen dinero ya en aquel lejano tiempo. Pero no dejaba de pensar en el camino para escalar la perfección que sentía muy adentro.
Por eso, cuando menos se lo esperaba, habló con su mujer acerca de sus planes.
Todo el mundo, al enterarse, lo tomaron por loco. Sin embargo, su suegra – menos mal – fue la única que lo entendió muy bien.
No solamente aprobó su decisión, sino que incluso le hizo ofertas de tierras al lado de la bellísima ciudad medieval de Carcasona.
Le convenía mucho para su nueva vida y vocación.
Sulpicio se pasó en ese lugar todo el resto de su larga vida, rezando, haciendo penitencia y escribiendo muchos libros, basados en los estudios que iba haciendo de san Paulino de Nola, san Jerónimo y otros personajes célebres de tiempos anteriores.
De sus muchas obras tan sólo se conserva la biografía que escribió de su maestro y buen amigo san Martín.
Es el único documento que existe acerca del que llevó a Francia a la conversión.
Desde entonces, todos los que se dedicaban a escribir hagiografías lo imitaron de tal forma que parecían suyas.
San Gregorio de Tours, quien nos da el dato de su nombramiento a la sede de Tours (584) en vez de otros candidatos simoníacos, habla de San Sulpicio con gran respeto y nos dice que convocó un concilio provincial en Auvernia. El santo tomó también parte en el Concilio de Maçon, en 585.
No se sabe exactamente la edad que tenía cuando murió.
Santo Evangelio según san Marcos 4, 1-20. Miércoles III del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, te pido que te hagas presente en mi vida, y de forma especial en este momento de oración. Ayúdame a escuchar tu palabra, a interiorizar tu mensaje y a predicar tus enseñanzas con el ejemplo de mi vida cristiana, para ser así, un fiel colaborador en la extensión de tu reino. Amén.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 4, 1-20
En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago, y se reunió una muchedumbre tan grande, que Jesús tuvo que subir en una barca; ahí se sentó, mientras la gente estaba en tierra, junto a la orilla. Les estuvo enseñando muchas cosas con parábolas y les decía:
“Escuchen. Salió el sembrador a sembrar. Cuando iba sembrando, unos granos cayeron en la vereda; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros cayeron en terreno pedregoso, donde apenas había tierra; como la tierra no era profunda, las plantas brotaron enseguida; pero cuando salió el sol, se quemaron, y por falta de raíz, se secaron. Otros granos cayeron entre espinas; las espinas crecieron, ahogaron las plantas y no las dejaron madurar. Finalmente, los otros granos cayeron en tierra buena; las plantas fueron brotando y creciendo y produjeron el treinta, el sesenta o el ciento por uno”. Y añadió Jesús: “El que tenga oídos para oír, que oiga”.
Cuando se quedaron solos, sus acompañantes y los Doce le preguntaron qué quería decir la parábola. Entonces Jesús les dijo: “A ustedes se les ha confiado el secreto del Reino de Dios; en cambio, a los que están fuera, todo les queda oscuro; así, por más que miren, no verán; por más que oigan, no entenderán; a menos que se conviertan y sean perdonados”.
Y les dijo a continuación: “Si no entienden esta parábola, ¿cómo van a comprender todas las demás? ‘El sembrador’ siembra la palabra.
‘Los granos de la vereda’ son aquellos en quienes se siembra la palabra, pero cuando la acaban de escuchar, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos.
‘Los que reciben la semilla en terreno pedregoso’, son los que, al escuchar la palabra, de momento la reciben con alegría; pero no tienen raíces, son inconstantes, y en cuanto surge un problema o una contrariedad por causa de la palabra, se dan por vencidos.
‘Los que reciben la semilla entre espinas’ son los que escuchan la palabra; pero por las preocupaciones de esta vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás, que los invade, ahogan la palabra y la hacen estéril.
Por fin, ‘los que reciben la semilla en tierra buena’ son aquellos que escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha: unos, de treinta; otros, de sesenta; y otros, de ciento por uno”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Este Evangelio nos presenta cuatro formas en las que podríamos tender a vivir nuestra vida cristiana. Hemos escuchado, por ejemplo, que el camino representa la indiferencia ante la palabra de Dios, que el terreno pedregoso representa la falta de compromiso; que los espinos representan la inconstancia y la tierra buena a aquellos que se esfuerzan por ser santos.
Otra forma de acercarse a meditar este Evangelio es imaginar que, en lugar de ser la tierra, nosotros somos la semilla que cae en el mundo. Un mundo lleno de caminos, pedregales y espinos, pero también de tierra buena. Ciertamente es difícil avanzar contra corriente y tratar de dar fruto en un lugar en el que todo parece árido. Pero recordemos que Dios no se equivoca al crear a ninguno de nosotros, cada una de sus semillas ha sido creada para un plan especial que llegue a dar mucho fruto.
Si cada uno de nosotros, como semillitas del Señor, nos encontramos en una tierra llena de indiferencia, busquemos motivación en Dios.
Si nos encontramos en una tierra donde no hay responsabilidad cristiana, seamos quienes den el primer paso. Si la tierra es inconstante, perseveremos en el amor, y si la tierra es buena demos gracias al Señor. Dios nos ha diseñado para dar fruto y un fruto que permanezca y se extienda por toda la tierra (Jn 15, 16).
«Dice el Evangelio que hablaba sólo en parábolas. Imágenes que involucran y hacen partícipes, que transforman a los oyentes de su Palabra en personajes de sus divinos relatos. El santo Pueblo fiel de Dios en América Latina no comprende otro lenguaje sobre Él. Estamos invitados a salir en misión no con conceptos fríos que se contentan con lo posible, sino con imágenes que continuamente multiplican y despliegan sus fuerzas en el corazón del hombre, transformándolo en grano sembrado en tierra buena, en levadura que incrementa».
(Discurso de S.S. Francisco, 7 de septiembre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Gracias, Señor, por crearme y elegirme para ser un instrumento de tu amor. Dame la fortaleza necesaria para permanecer siempre a tu lado, ser capaz de germinar en mi entorno social y, así, dar fruto de acuerdo con tu santa voluntad. Amén.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
En un rato de oración revisaré qué tipo de tierra tiene mi corazón y si estoy dando el fruto que el Señor espera de mí.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Vivir las bienaventuranzas nos otorgará profunda alegría y paz
Audiencia General del Papa Francisco, 29 de enero.
En el último miércoles de enero el Papa Francisco comenzó un nuevo ciclo de catequesis sobre las Bienaventuranzas. En este día ofreció una visión general de las mismas, mientras que a partir de la próxima semana comentará una a una las ocho Bienaventuranzas narradas en el Evangelio de Mateo (5,1-11).
Las bienaventuranzas son la “carta de identidad” del cristiano, porque describen el rostro y el estilo de vida de Jesús.
Las bienaventuranzas están dirigidas a toda la humanidad
En primer lugar recordó cómo se produjo la proclamación de las Bienaventuranzas, y subrayó el hecho de que son un mensaje dirigido “a toda la humanidad”:
El Evangelio nos dice que Jesús, al ver al gentío que lo seguía, subió al monte y se sentó, y dirigiéndose a sus discípulos, proclamó las Bienaventuranzas. El mensaje estaba dirigido a sus discípulos, pero también a la gente; es decir, a toda la humanidad.
El camino de la felicidad de Jesús
Además el Papa hizo notar que la montaña donde predicó Jesús, hace memoria del Monte Sinaí, donde Dios entregó a Moisés los diez mandamientos. En la montaña, sin embargo, Jesús comienza a enseñar "una nueva ley”, a saber, “ser pobres, ser mansos, ser misericordiosos”, revelando así “el camino a la felicidad”, es decir, “Su camino”.
Ahora, con las bienaventuranzas, Jesús nos da los “nuevos mandamientos”, que no son normas, sino el camino de la felicidad que Él nos propone.
Las “tres partes” de las bienaventuranzas
Cada bienaventuranza – precisó Francisco – está compuesta de tres partes: primero está siempre la palabra "bienaventurados"; luego viene la situación en la que se encuentran los bienaventurados: la pobreza de espíritu, la aflicción, el hambre y sed de justicia, y así sucesivamente. Y finalmente está el motivo de la bienaventuranza, introducido por la conjunción "porque": “Bienaventurados estos porque, bienaventurados aquellos porque…”.
La razón de la bienaventuranza es la “nueva condición” que recibimos de Dios
El Santo Padre pidió poner atención al hecho de que la razón de la bienaventuranza no es la situación “actual”, sino “la nueva condición” que los bienaventurados reciben como “don de Dios”, vale decir, la “razón de la felicidad”: "serán consolados", "heredarán la tierra", "serán saciados", "serán perdonados", "serán llamados hijos de Dios", etcétera.
Bienaventurado es "el que está en condición de gracia"
“¿Pero qué significa la palabra "bienaventurado"?, planteó el Pontífice. Y explicó: Viene del término griego makarios, que significa el que está en condición de gracia y que avanza en la amistad de Dios. Esto es importante: las Bienaventuranzas iluminan las acciones de la vida cristiana y revelan que la presencia de Dios en nosotros nos hace verdaderamente felices. En ocasiones, Dios elige caminos difíciles de comprender: por ejemplo, el de nuestros propios límites y derrotas, pero es allí donde manifiesta la fuerza de su salvación y nos concede la verdadera alegría.
Mateo 5, 1-11
Las bienaventuranzas, aseguró el Papa concluyendo, “te conducen a la alegría, siempre”. Son “el camino para ir a la alegría”. Por eso invitó a tomar el Evangelio de Mateo, hoy y más veces durante la semana, y leer las bienaventuranzas: Mateo, capítulo 5, versículos del 1 al 11.
Los animo a leer detenidamente el texto de la Bienaventuranzas y pedir a Dios la gracia para vivirlas en medio del mundo en el que nos encontramos, su vivencia nos otorgará una profunda alegría y paz. Que Dios los bendiga.
El próximo viernes memoria de San Juan Bosco
Al saludar, como cada miércoles, de manera particular a los jóvenes, los ancianos, los enfermos y los recién casados, el Papa animó a que el ejemplo de santidad de San Juan Bosco, a quien recordaremos el próximo viernes como Padre y Maestro de la juventud, lleve, en particular a los jóvenes, a realizar los proyectos de futuro, sin excluir el plan que Dios tiene para cada uno.
Oremos a San Juan Bosco para que cada uno encuentre en la vida su propio camino, lo que Dios quiere para nosotros.
La revolución de los besos: la fidelidad
El autor cuestiona la frágil seguridad del escéptico, precisamente por la debilidad de su propio relativismo. Pero no se queda ahí, y continúa afirmando que “un valor vulnerado y una ilusión desenmascarada” se parecen mucho, “y no hay nada más fácil que confundirlos”.
Un diálogo de Milan Kundera de su libro La broma vale por un tratado filosófico de mil páginas: “Si es usted tan escéptico, ¿no ha puesto nunca en duda que las ilusiones de las que se ríe sean solo ilusiones? ¿Qué ocurriría si se equivocase? ¿Si se tratara de valores [reales] y usted fuera un destructor de valores?”. Así, para empezar, cuestiona la frágil seguridad del escéptico, precisamente por la debilidad de su propio relativismo. Pero no se queda ahí, y continúa afirmando que “un valor vulnerado y una ilusión desenmascarada” se parecen mucho, “y no hay nada más fácil que confundirlos”.
Y esta afirmación es genial. Porque viene a explicar que cuando alguien confía en un valor y queda defraudado -por ejemplo, confió en la fidelidad de su pareja y esa ilusión se quebró-, es muy posible que en lugar de reconocer el fracaso -o alguna parte de culpa-, se niegue la existencia del valor de la fidelidad: es absurdo confiar en el amor para toda la vida, es una idea anticuada, es un sueño infantil. O sea, que se confunda el valor vulnerado -la fidelidad- con el desenmascaramiento de su inexistencia, confirmando la afirmación de Kundera.
Quiere decir esto que en tiempos en que tantas parejas se rompen -sin jamás juzgar a nadie, esto lo primero y por delante- hay mucho riesgo de que se generalice la negación de la posibilidad de ser fiel. Pero resulta que la idea que se tenga sobre la fidelidad, a su vez, influye mucho sobre la propia relación afectiva: ¡qué distintas resultan las crisis para las pareja que en su fondo insobornable -la expresión tan bella de Ortega y Gasset – piensan que su relación es para siempre y meditan mil modos para solucionar los problemas, de los conflictos en la vida sentimental para las personas que empiezan a cuestionar la continuidad de su relación!
Porque la duda mina la relación amorosa, la enrarece, la distorsiona. Y la conduce a un círculo vicioso: a quien tiene dudas se le percibe distante y se le trata, por ello, con menor cercanía, con menor sencillez, de modo más cerebral -menos espontáneo- para no equivocar la palabra o la conducta, y no ampliar esa distancia que se percibe; pero ese trato menos directo y, de algún modo, menos sincero, agranda y refuerza la incertidumbre de la otra persona, con lo que el círculo de la duda se amplía hasta terminar en desamor, a veces ya irrecuperable.
“Solamente si alguna vez amaste / con uñas y con dientes / sin red / sin salvavidas / aciertes a entender el vértigo insondable / que se extiende a los pies del desengaño”, reza el poema de Raquel Lanseros que titula “La mujer herida”. ¿No les parece una expresión profundísima del dolor humano escondido tras la ruptura de una relación que se esperaba fiel?
Pero Lanseros no confunde los valores, y además de plasmar maravillosamente el desgarro de la traición, también sabe cantar la poderosa fuerza del amor fiel. Y en el poema “Propósito de la enmienda”, cuyo título por sí solo ya habla de perdón, de lucha por mejorar, deja escrito:
“A veces me visita -ciego ahínco- / el monstruo de los celos, la pereza, / la gula o el azote de la culpa. // De toda falta humana, yo me acuso. // Si alguna vez te hiere por ejemplo / mi torpeza, mi miedo o mi desidia, / perdóname, amor mío // Que más preciada empresa no concibo / que deshojar mi vida mereciéndote”.
El amor se acompaña de sentimientos, pero se forja con una voluntad firme. Por eso, me parece que hace falta una auténtica revolución de los besos. Y es ésta, la de la persona que hace todo lo que puede por construir un amor para toda la vida: no todo depende de ella, claro, pero ella es siempre fiel.
¿Cuál es nuestra idea de la felicidad? ¿Existe realmente?
¿Qué es la felicidad? ¿Dónde está? ¿Cómo se consigue? La humanidad ha estado detrás de estas preguntas desde el despertar de la vida del hombre, como especie y como individuo. De ahí que la mayoría de nuestras decisiones -si no todas- vienen dictadas por un anhelo profundo de felicidad, ya sea inmediata: diversión; o de largo plazo: realización personal. Al respecto, el Papa Francisco usa un ejemplo bastante simple: “Si yo debo hacer las tareas del colegio y no las hago y me escapo…es una elección equivocada. Y esa elección será divertida, pero no te dará alegría”.
Existen 4 tipos de felicidad. El primero es el Placer. Éste nos da una sensación de felicidad inmediata y efímera. Es una experiencia fundamentalmente sensorial que puede ser satisfecha con cosas materiales y que se encuentran netamente en el exterior. El segundo tipo es la felicidad Ego-comparativa, es decir, la ilusión de felicidad que te da el saberte o creerte mejor que los demás o por lo menos que la gente te perciba como mejor: el ya conocido efecto Facebook.
Ciertamente, estos 2 primeros tipos de felicidad son los que las empresas, la publicidad, redes sociales y en general, la sociedad nos vende. Y en realidad, tenemos que estar conscientes que son modelos defectuosos -en extremo- de felicidad, puesto que son en esencia transitorios y vacíos. Ya son varios los ejemplos de gente exitosa, con fama y dinero que encontraron el placer y la complacencia de creerse superiores y que terminaron deprimidos, sumidos en la droga, quitándose la vida. Para la Iglesia, sin embargo, esto no resulta extraño pues ya nos ha sido revelado que: “Nuestro deseo natural de felicidad es de origen divino. Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el Único que lo puede satisfacer”. (CIC 1718).
Teniendo esto en cuenta, llegamos al tercer y cuarto tipo de felicidad: Contributiva y Trascendental, respectivamente. La felicidad contributiva es aquella que sentimos al hacer algo por alguien y marcar la diferencia en su vida. Desde grandes acciones, como aquellas que hacen los misioneros en lugares alejados o el hacer voluntariado en tu comunidad, hasta “pequeños” actos de misericordia: visitar al enfermo, dar buen consejo al que lo necesita, entre otros, generan en nosotros un sentido mucho más profundo y concreto de felicidad puesto que va más allá de nosotros mismos. El último y probablemente más sublime tipo de felicidad es la trascendental. Ésta tiene que ver con anhelos más elevados y que venimos buscando, conscientemente o no, desde que somos niños: Verdad, Justicia, Belleza, Amor y sensación de Hogar. En efecto, éstos últimos son mucho más difíciles de encontrar, pero su sola búsqueda es ya motivo de alegría.
“Claramente, vivir el Evangelio -con todos los desafíos que eso representa, pero ayudados por la gracia- es un camino a la felicidad plena pues nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana […] ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor”. (CIC 1723). El beato John Henry Newman, nacido en Inglaterra en el siglo XIX, escribe al respecto con palabras que tienen la frescura de hoy:
El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje instintivo la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna y, según la fortuna, la honorabilidad […] Todo esto se debe a la convicción […] de que con la riqueza se puede todo. La riqueza, por tanto, es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro […] La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa), ha llegado a ser considerada como un bien en sí mismo, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración.
Al leer estas líneas, es imposible no pensar en tantos participantes de reality shows y otras “celebridades” que hoy día en nuestros países están dispuestos a cualquier cosa y ser protagonistas de cualquier escándalo con tal de tener un poco de prensa, de fama, de atención que viene suscitada por esta sed instintiva de felicidad. Más aún, si pensamos en ejemplos más cercanos, seremos capaces de identificar a amigos e incluso a nosotros mismos compartiendo cosas privadas y/o fuera de lugar en nuestras redes sociales solamente para tener un “like” más o un “retweet” que al fin y al cabo se traduce en la búsqueda de sentirnos aceptados y reconocidos. ¿Es que acaso estas actitudes no reflejan un anhelo insondable del amor de Dios y de la felicidad que su saciedad significaría?
San Agustín supo reconocer esta ansia de felicidad cuando se preguntaba: “¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Es porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz. Haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de Ti” (Confesiones, 10, 20, 29).
En el evangelio, camino hacia la felicidad plena, las bienaventuranzas ocupan el centro de la predicación de Jesús. Esto no es una mera coincidencia pues mediante el sermón de la montaña, Jesús quiere iluminar nuestra búsqueda de la felicidad con la paradoja de las bienaventuranzas. En ellas se invierten los criterios del mundo pues se ven las cosas en la perspectiva correcta, esto es, desde la escala de valores de Dios. Precisamente, los que según los criterios del mundo son considerados pobres y perdidos son los realmente felices: Jesús llama dichosos a los que tienen espíritu de pobre, no porque seamos juzgados por nuestro estatus socioeconómico pues sabemos que hay pobres con espíritu de avaricia. Sino que Jesús los llama felices porque habrán encontrado que su felicidad no está en lo material, en la satisfacción de sus placeres ni en creerse mejor que lo demás. Aquellos con espíritu de pobre son dichosos puesto que habrán encontrado su felicidad en la solidaridad, la ayuda a los demás y en el caminar al lado de su Salvador. Y aunque muchas de las promesas de las bienaventuranzas parecen comenzar en el más allá, «cuando el hombre empieza a mirar y a vivir a través de Dios, entonces ¡ya ahora! algo de lo que está por venir está presente»”.
Benedicto XVI
Para terminar podemosafirmar que el primer paso para encontrar la felicidad es saber qué tipo de plenitud estoy buscando. Escuchemos a Santo Tomás de Aquino que ya nos da la respuesta: “Solo Dios sacia”.
4 palabras clave para que disfrutes tu meditación diaria
¿La oración es para ti una actividad obligatoria o un encuentro querido?
Si siento que la meditación es un peso, ¿qué debo hacer?”
Respondo con otra pregunta: ¿la oración es para ti una actividad obligatoria o un encuentro querido?
Si es una actividad que cumples sólo porque debes cumplirla, comprendo que la oración se convierta en un peso difícil de cargar.
Si siempre dejas la meditación para el final del día, si estás mirando continuamente el reloj mientras haces oración, si al cumplirse el tiempo terminas la oración de prisa y pasas a otra cosa, si el día en que la misa es más larga ya no haces meditación porque crees que convalida… entonces se ve claro que para ti la meditación es una rutina que cumples sólo porque debes cumplirla, como el estudiante que detesta la escuela y que va a clases porque no le queda más remedio.
En México, cuando quieres que alguien vea las cosas desde otra perspectiva, le dices: “Dale la vuelta a la tortilla”. Es decir: mira la meditación como un encuentro, no como una actividad. Como un ENCUENTRO que QUIERES tener con Jesucristo. Visto así, cambia todo.
Un novio llama todas las tardes a la chica que quiere. Espera el momento para llamarla. No lo hace por obligación. Quiere llamarle. Quiere escucharle. Quiere sentirla cerca. Y cuando la encuentra, disfruta cada minuto como si el tiempo no pasara.
Habrás leído “El principito” de Antoine de Saint-Exupéry. Y recordarás el pasaje de la rosa:
“Un día el principito se fue a ver las rosas a las que dijo:
- No sois nada, ni en nada os parecéis a mi rosa.
Las rosas se sintieron molestas al oír al principito que les dijo:
- Sois muy bellas, pero estáis vacías y nadie daría la vida por vosotras. Cualquiera que os vea podrá creer indudablemente que mi rosa es igual que cualquiera de vosotras. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.
Y volvió con el zorro.
- Adiós, le dijo.
- Adiós, dijo el zorro. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos.
- Lo esencial es invisible para los ojos – repitió el principito para acordarse.
- Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
- Es el tiempo que yo he perdido con ella… - repitió el principito para recordarlo.”
Estar juntos… Estar juntos, tú y Dios. Perder el tiempo juntos... Al final de la vida, a la hora del juicio, Dios tomará esto en cuenta: Te mirará y se preguntará: ¿Le gustaba estar conmigo? Y entonces dirá, como dijo de María en Betania: Ha escogido la mejor parte y no le será arrebatada. Escogió la mejor parte en la tierra, pues ahora se la doy para toda la eternidad. El cielo es estar juntos tú y Dios para siempre. Imagínate lo que será eso....
La Imitación de Cristo, el Kempis, nos dice que: “Estar sin Jesús, es grave infierno; estar con Jesús, es dulce paraíso. Si Jesús estuviere siempre contigo, ningún enemigo podrá dañarte. El que halla a Jesús halla un buen tesoro, y de verdad bueno sobre todo bien. Y el que pierde a Jesús pierde muy mucho, y más que todo el mundo. Pobrísimo es el que vive sin Jesús, y riquísimo es el que está bien con Jesús. Muy grande arte es saber conversar con Jesús, y gran prudencia saber tener a Jesús.”
Cuando la oración diaria es un encuentro deseado y no una actividad obligada, realmente se espera y se disfruta.
Y mejor si se pone todo el corazón: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente.” (Lc 10, 27)
Esto de hacer oración sin corazón sucede con frecuencia al pronunciar, sin espíritu, fórmulas hechas sin darles sentido alguno. Es muy diferente cuando golpeas un tambor con estilo, con maestría, con sentido, dejando que vibre tu mano y todo el brazo, sintiendo el golpe..., a cuando das un golpe seco, rígido y desabrido. No suena igual.
Te doy un consejo práctico de algo que me sirve mucho. Al iniciar la meditación diaria, toma conciencia de lo que vas a hacer y haz un acto de voluntad, confirma explícitamente tu deseo de estar con Jesús diciéndole: “Quiero estar un rato a solas contigo. De verdad lo quiero.”
Yo llego al final de la jornada muy cansado. Los viernes hago el viacrucis por la noche. Cuando me doy cuenta de que “toca viacrucis”, reconozco que algunos viernes no es que lo tome con entusiasmo y en ocasiones caigo en un ritual o formulismo mecánico carente de sentido. Así pasa, a veces al llegar la hora de hacer oración puede venirte un sentimiento de desgana o fastidio. En estas ocasiones te recomiendo que te detengas y te digas a ti mismo: “¿A dónde vas así? Nadie te obliga, nadie te lo impone, no vayas por cumplir, tú no eres un robot sin corazón que cumple sus rutinas. Ve, pues, pero pon amor. Jesús quiere estar un rato a solas contigo. Dale las gracias por tomarte en cuenta y escucha la voz de tu conciencia que dice: “Oigo en mi corazón: “Buscad mi rostro”. Tu rostro buscaré, Señor; no me escondas tu rostro” (Sal 26, 8-9)
Concluyo con cuatro palabras clave para disfrutar la meditación diaria:
encuentro
de amor
querido
con Jesús
Ve, pues, y pierde el tiempo con Jesús.
Si conoces a alguien que le guste disfrutar de la vida, compártele este artículo.