La medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces
- 30 Enero 2020
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LA FELICIDAD DONDE NO SE ESPERA
Meditación sobre las Bienaventuranzas
INTRODUCCIÓN
En esta ENSEÑANZA, sin pretensiones teológicas o exegéticas particulares, se propone una meditación sobre las Bienaventuranzas del evangelio de san Mateo[1], y en particular sobre la primera de ellas, la pobreza de espíritu: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el reino de los cielos». Se ha escrito mucho sobre este asunto, pero es un tema tan importante para la vida de la Iglesia que siempre es necesario volver a él. El papa Francisco no cesa de exhortar a los cristianos a vivir la Bienaventuranzas, único camino de la verdadera felicidad y único medio también de reconstruir la sociedad.
El mundo de hoy está enfermo de su orgullo, de su avidez insaciable de riqueza y poder, y no puede curarse sino acogiendo este mensaje. Para ser fiel a la misión que le ha confiado Cristo de ser «la sal de la tierra» y «la luz del mundo» (Mt 6, 13-14), la Iglesia debe ser pobre, humilde, mansa, misericordiosa… Hay una llamada muy fuerte hoy a oír esta enseñanza esencial de Jesús, que quizá no hemos comprendido verdaderamente aún ni puesto en práctica. Cuanto más avanza la Iglesia en su historia, más debe irradiar el espíritu de las Bienaventuranzas, para difundir «el buen olor de Cristo» (2 Co 2, 15). El Espíritu Santo quiere actuar hoy con fuerza en este sentido, hasta trastornar a veces a su Iglesia. Es absolutamente necesario que cada cristiano difunda el perfume del Evangelio, perfume de paz, de dulzura, de alegría y humildad.
Estoy cada vez más convencido de que la pobreza de espíritu es la clave de la vida espiritual, de todo camino de santidad y de toda fecundidad. Las Bienaventuranzas contienen una sabiduría luminosa y libertadora. Es sin embargo uno de los aspectos del Evangelio que más nos cuesta comprender y practicar. Incluso en el campo de la existencia cristiana, pensamos muy a menudo en términos de riqueza, de cantidad, de eficacia mensurable, mientras que el Evangelio nos invita a una actitud bien diferente.
UNA MIRADA DE CONJUNTO
Antes de entrar en cada una de las Bienaventuranzas, quisiera hacer algunas reflexiones sobre el conjunto.
Este pasaje evangélico no es fácil de comprender, es paradójico, e incluso chocante (cuando era joven sacerdote, tenía cierta dificultad para predicar sobre las Bienaventuranzas); pero poco a poco se da uno cuenta de que es un texto extraordinario, que contiene toda la novedad del Evangelio, toda su sabiduría y su fuerza para transformar en profundidad el corazón del hombre y renovar el mundo.
Es evidente que debemos leer estas palabras de Jesús en su contexto. El pasaje de las Bienaventuranzas se sitúa a continuación de los versículos de Mateo que nos describen la llegada de las multitudes que acuden de todas partes para escuchar a Jesús: «Recorría Jesús toda la Galilea enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia del pueblo. Su fama se extendió por toda Siria; y le traían a todos los que se sentían mal, aquejados de diversas enfermedades y dolores, a los endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los curaba. Y le seguían grandes multitudes de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y del otro lado del Jordán»[2].
Al ver estas multitudes, subió Jesús al monte, se sentó, se le acercaron sus discípulos y comenzó a enseñarles proclamando las Bienaventuranzas.
Las multitudes que acuden a Jesús tienen sed de curación, de luz, de felicidad. Él responde a esa sed; da a estas personas sufrientes una magnífica respuesta de felicidad, nueve veces repetida, pero en un lenguaje muy diferente del que se podría esperar. Lo que es propone no es una felicidad humana, según la imagen que se presenta habitualmente, sino una felicidad inesperada, encontrada en situaciones y actitudes que no van espontáneamente unidas a la idea de felicidad. Una dicha que no es una realización humana, sino una «sorpresa de Dios», concedida precisamente allí donde se la considera ausente o imposible…
Veremos también que las primeras palabras de Jesús que siguen a las Bienaventuranzas son esas en que, mediante la imagen de la sal y la luz, evoca la gracia singular que reciben sus discípulos y a la que deberán ser fieles:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa ¿con qué se salará? No vale más que para tirarla fuera y que la pisotee la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte; ni se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero para que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos»[3].
Jesús es bien consciente de las limitaciones humanas de sus discípulos y de sus defectos, que los relatos evangélicos no hacen nada por disimular, más bien al contrario. Sin embargo, no duda en afirmar que, sin el testimonio de sus vidas, la existencia humana no tendría ya sabor ni sentido, y el mundo caería en espesas tinieblas. Es claro que justamente viviendo las Bienaventuranzas es como podrán cumplir esta vocación al servicio del mundo. Solo el evangelio de las Bienaventuranzas da todo su sentido y su verdad a la existencia humana.
Las Bienaventuranzas constituyen en el evangelio de san Mateo la introducción al Sermón de la Montaña, que se extiende en los capítulos 5 a 7. Este primer gran discurso de Jesús lo presenta como el nuevo Moisés, que proclama la Ley nueva del Reino. No desde las alturas del monte Sinaí, humeante y temblante, con «truenos y relámpagos, y una densa nube sobre la montaña»[4], sino sobre una simple colina de las riberas del lago de Galilea como dice la tradición. Lo cual no impide a Jesús hablar con fuerza y autoridad, una autoridad que choca a la multitud, pues rompe con el modo de expresarse de los rabinos de su tiempo. La expresión: «Habéis oído que se dijo… Pero yo os digo…», aparecerá una y otra vez en las palabras de Jesús, que, sin embargo, afirmará claramente que no ha venido para «abolir la Ley o los Profetas […] sino a darles su plenitud»[5].
En la conclusión del Sermón de la Montaña, la parábola de las dos casas, una construida sobre roca y otra sobre arena, constituye una vibrante llamada a no contentarse con oír esta Ley nueva y decir «Señor, Señor», sino a ponerla en práctica, haciendo así la voluntad del Padre que está en los Cielos[6].
Es esencial comprender que esta Ley nueva, promulgada por Jesús en el monte de las Bienaventuranzas, no es solo una ley moral, aunque tenga evidentemente fuertes implicaciones en el campo del comportamiento humano.
Más que un código de conducta, por elevado que sea, es un camino hacia la felicidad del Reino, un itinerario de unión con Dios y de renovación interior de la persona. Nos propone un recorrido de identificación con Cristo, de descubrimiento del Padre, de apertura a la acción del Espíritu Santo. Solo el Espíritu es capaz de darnos la verdadera inteligencia de las Bienaventuranzas y permitirnos aplicarlas a nuestra vida.
LA TRINIDAD EN LAS BIENAVENTURANZAS
Es importante destacar la presencia del misterio trinitario en el evangelio de las Bienaventuranzas. Antes de ser algo que concierne a la conducta humana, es ante todo una revelación nueva, más profunda, inesperada y sorprendente, del misterio mismo de Dios.
En una primera lectura, se advierte claramente que las ocho Bienaventuranzas (ya que la novena no hace más que retomar y ampliar la octava) son en primer lugar un retrato del mismo Jesús. «Las Bienaventuranzas no son solo el mapa de la vida cristiana, son el secreto del corazón del mismo Jesús»[7]. Se podría explicar largamente y meditar cómo Cristo, durante toda su vida y especialmente en su Pasión, es el único verdadero pobre de espíritu y el único que ha vivido íntegramente cada una de las Bienaventuranzas. Todas se cumplen plenamente en la Cruz.
En el Calvario, Jesús ha sido absolutamente pobre, afligido, manso, hambriento y sediento de justicia, misericordioso, limpio de corazón, artesano de la paz, perseguido por la justicia… Practicando a la perfección cada una de las Bienaventuranzas, recibió en plenitud, por su Resurrección y su glorificación, la recompensa prometida, la felicidad del Reino de los Cielos. Más aún, recibió el poder de hacer entrar a todo hombre en este Reino, incluso a los mayores pecadores, como lo atestigua el episodio del Buen Ladrón; unos instantes antes de su muerte, Jesús promete a este hombre que lo invoca con fe: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso»[8].
Jesús afirma en el evangelio de san Juan: «El que me ha visto a mí ha visto al Padre»[9]. Las Bienaventuranzas nos muestran por tanto también el verdadero rostro del Padre. Son la revelación de un nuevo rostro de Dios, un rostro que no tiene ya nada que ver con todas las invenciones y proyecciones humanas. Las Bienaventuranzas nos revelan la increíble humildad y la infinita misericordia de Dios. Aunque el Padre sea infinitamente rico y todopoderoso, hay también en el Ser divino un misterio de pobreza, pues no es más que amor y misericordia; es enteramente don, desprendimiento de sí para hacer existir al otro; no vive para sí mismo, sino para sus hijos, como manifiesta la actitud del padre en la parábola del hijo pródigo del evangelio según san Lucas.
Es preciso notar la importancia de la figura del Padre en el Sermón de la Montaña. Es allí donde Jesús enseña la oración del Padre Nuestro y nos dirige esta invitación tan clara: «Tú […], cuando te pongas a orar, entra en tu aposento y, con la puerta cerrada, ora a tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará»[10]. Es también allí donde nos invita a abandonarnos con confianza en la providencia del Padre, sin inquietarnos por el mañana, pues «bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso estáis necesitados». Hacia el final del Sermón, como ya hemos mencionado, Jesús nos pide poner en práctica sus palabras, pues ellas expresan «la voluntad de mi Padre, que está en los cielos».
Se puede concluir que el Sermón de la Montaña, y en particular las Bienaventuranzas, es un don de la misericordia del Padre, la promesa de una gracia, de una transformación interior, de un corazón nuevo. La Ley nueva que promulga Jesús es mucho más exigente que la antigua, no se contenta con un comportamiento exterior correcto, sino que pide una verdad, una pureza, una sinceridad que comprometen la profundidad del corazón humano. «Os digo, pues, que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos»[11], y Jesús mostrará en una serie de exhortaciones, precedidas por la fórmula: «Habéis oído que se dijo… pero yo os digo…», en qué puntos concretos pide una profunda conversión interior, que alcanza a las disposiciones más íntimas y secretas del corazón.
Con todo, es esencial afirmar una cosa, pues de otro modo no se comprende nada de la Ley nueva instaurada por Jesús: si esa Ley se permite ser más exigente para el hombre —exigencia inaudita que llega hasta a la imitación del mismo Dios: «Sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto»[12]— es porque la Ley nueva no es solo una ley exterior al hombre, una obligación; es mucho más un don del Padre misericordioso, una promesa extraordinaria de transformación interior por la gracia del Espíritu Santo. La exigencia más fuerte no es más que la señal de una promesa mayor. Dios da lo que pide. Si Jesús nos llama a una justicia que supera la de la Ley antigua, es porque en la Ley nueva hay un don mayor que hace posible esa superación: la revelación de la ternura del Padre, el ejemplo de Jesús, la efusión del Espíritu Santo.
En la predicación del Evangelio se realiza la promesa de la Nueva Alianza anunciada por Jeremías, en la que el Espíritu Santo va a acudir en socorro de la debilidad del hombre e inscribir en su corazón la ley de Dios, para que al fin sea capaz de cumplirla:
«Mirad que vienen días —oráculo del Señor— en que pactaré una nueva alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la alianza que pacté con sus padres el día en que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto, porque ellos rompieron mi alianza, aunque Yo fuera su señor —oráculo del Señor—. Sino que esta será la alianza que pactaré con la casa de Israel después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley en su pecho y la escribiré en su corazón, y Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo»[13].
También vienen a propósito las palabras de Ezequiel:
«Os daré un corazón nuevo y pondré en vuestro interior un espíritu nuevo. Arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne»[14].
Las Bienaventuranzas no son otra cosa que la descripción de este «corazón nuevo» que el Espíritu Santo forma en nosotros, y que es el mismo corazón de Cristo.
Mucho más que una ley, que una carga suplementaria, el Evangelio es una gracia, una efusión de misericordia, una promesa de transformación interior por el Espíritu Santo. «No me avergüenzo del Evangelio, porque es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree, del judío en primer lugar y también del griego», nos dice san Pablo[15].
Hay pues una relación absolutamente esencial entre las Bienaventuranzas y la persona y la misión del Espíritu Santo. Los teólogos medievales, como santo Tomás siguiendo a san Agustín, han reconocido una relación entre las Bienaventuranzas y los siete dones del Espíritu. Puede parecer a primera vista un poco artificial, pero la intuición de fondo es muy justa: es viviendo las Bienaventuranzas como nos abrimos a los dones del Espíritu y, en sentido contrario, solo el Espíritu Santo puede darnos el comprender y practicar plenamente las Bienaventuranzas.
Se podría tomar cada una de ellas y mostrar cómo supone una obra del Espíritu Santo, el único que puede hacer capaz al corazón del hombre de comprenderlas y vivirlas. La pobreza, la mansedumbre, las lágrimas, el hambre y la sed de Dios, la misericordia, la pureza de corazón, la comunicación de la paz, la alegría en la persecución, suponen un corazón transformado por el Espíritu.
En sentido inverso, se puede afirmar que las Bienaventuranzas aluden a situaciones humanas difíciles, pero que son una oportunidad, pues se convierten en la posibilidad de una efusión del Espíritu Santo, que transfigura la limitación humana revelando en ella la presencia de Dios y del Reino.
Es una clave de lectura fundamental para este texto evangélico. Si las Bienaventuranzas son una promesa de felicidad, no se trata de una felicidad o una satisfacción simplemente humana, sino de una visita del Espíritu Santo, de un consuelo divino. El Espíritu Santo está como atraído por las situaciones y actitudes mencionadas por las diferentes Bienaventuranzas. Reposa de manera muy especial en el hombre que es pobre de corazón, manso, humilde, sufriente, misericordioso, perseguido… En situaciones en que no es perceptible ninguna perspectiva de felicidad humana, donde tampoco se experimenta ninguna búsqueda de satisfacción humana, he aquí que, de repente, se da una sorprendente felicidad, un don gratuito del Espíritu consolador, que viene a descansar sobre el hombre. Eso afirma san Pedro en su primera epístola, en el caso de la persecución: «Bienaventurados si os insultan por el nombre de Cristo, porque el Espíritu de la gloria, que es el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros»[16]. Pero se podría mostrar que cada una de las ocho Bienaventuranzas describe una situación o actitud que provoca una efusión del Espiritu sobre la debilidad humana, una irrupción de la gracia en la vida de la persona.
Las Bienaventuranzas describen así las condiciones esenciales que permiten a la persona humana estar plenamente abierta a la acción del Espíritu. En la medida en que el hombre emprende con fidelidad y confianza el camino que ellas indican, está disponible para la acción del Espíritu. La cuestión fundamental de la existencia cristiana es la siguiente: ¿cómo volverse plenamente acogedor de la obra del Espíritu, de la acción de la gracia divina? Entregados a nuestras solas capacidades humanas, no podemos nada; solo la acción del Espíritu puede transformarnos y permitirnos cumplir nuestra vocación. «El Espíritu es el que da vida, la carne no sirve de nada»[17]. El evangelio de las Bienaventuranzas es, en esta perspectiva, una respuesta de Jesús a la pregunta: ¿cómo recibir al Espíritu Santo?
Se puede por tanto decir que las Bienaventuranzas son a la vez frutos del Espíritu Santo y las condiciones para recibirlo. Esta afirmación no es contradictoria, sino la expresión de esta circularidad que es propia de la vida espiritual y de la interacción misteriosa que se opera entre la gracia divina y el actuar humano.
Jacinta Mariscotti, Santa
Virgen, 30 de enero
Terciaria Franciscana
Martirologio Romano: En la ciudad de Viterbo, en el Lacio (hoy Italia), santa Jacinta Mariscotti, virgen, de la Tercera Orden Regular de San Francisco, la cual, después de perder quince años entregada a vanos deleites, abrazó con ardor la conversión y promovió confraternidades para consolar a los ancianos, fomentando el culto a la Eucaristía (1640).
Etimología; Jacinta = Aquella que es bella como la flor del jacinto, es de origen griego,
Fecha de canonización: 24 de mayo de 1807 por el Papa Pío VII.
Breve Biografía
Puede ser un ejemplo para las niñas-bien. Bueno, es un ejemplo para todos, pero dado que su vida pasó por unas situaciones peculiares de quienes proceden de buena cuna, tienen bienes materiales abundantes y hasta pueden predecir un futuro lleno de posibilidades que mucha gente llama ´idealesª..., pues por eso escribí lo que escribí. Sobre todo, cuando esas previsiones de futuro probables se convierten en sólo futuribles por las disposiciones de la Divina Providencia. Y si no, conozcamos algo de su vida.
Nació cerca de Viterbo, en Vignatello, en el año 1585 del matrimonio formado por Marcantonio Mariscotti y Octavia Orsini, condesa de Vignatallo. Top en la sociedad del tiempo. De sus hermanos hay algo que decir también. Ginebra, que se llamó luego Inocencia, vivió y murió santamente como Terciaria Franciscana de San Bernardino. Hortensia, joven virtuosa que casó con el marqués de Podio Catino, Paolo Capizucchi. Sforza se casó con Vittoria Ruspoli y heredó el título de la familia de los Mariscotti. Galeazo trabajó y murió en la Curia romana.
Se llamó Clarix como nombre bautismal. Sus padres quisieron darle la mejor educación y pensaron que el camino óptimo era ponerla junto a sor Inocencia, su hermana, para que creciera al calor de los buenos ejemplos y virtudes del monasterio. Su intención fue más buena que acertada. Todo lo de fuera le ilusiona, le atrae, le embelesa y encanta más que el aire religioso de dentro. Abandona el monasterio y como conoce su hermosura y la prosapia de su familia, se hace vanidosa, presumida y coqueta. Más, cuando su hermana encontró su buen partido y, enamorada, contrajo matrimonio; ahora se vuelve tan ligera, mundana y extraviada que está a las puertas de su definitiva ruina espiritual.
El único camino viable es entrar de la peor gana en el monasterio; y, más por despecho que por vocación, toma el hábito de Terciaria franciscana con el nombre de Jacinta. Tiene veinte años.
Por diez años, que son bastantes, lleva en el convento una vida mundana. Su celda parece un bazar por los lujosos adornos; la piedad en ella es tibieza; la mortificación prescrita, un tedio; hasta recibe las amonestaciones con desprecio.
Pero con treinta años llega la hora de Dios y surge potente la casta noble y cristiana que lleva dentro. Una enfermedad grave la espabila del sueño. Una confesión general es el comienzo.
Se suceden los actos de petición de perdón, de arrepentimiento, está horrorizada por el mal ejemplo... suenan las disciplinas en público, da besos en los pies de sus hermanas, obediencia rendida, aceptación de los sufrimientos. La conversa aparece en público alguna vez como animal, con la soga al cuello. Aunque claramente se tiene por la mujer más pecadora la nombran vicesuperiora y maestra de novicias pero ha de vencer su repugnancia a intentar educar a otras que son mejores. Ahora tiene su contento en la oración, es devota del Arcángel san Miguel, ama sin cansancio la contemplación de la Pasión de Jesucristo, la Misa le da lágrimas, las imágenes de la Virgen son su refugio. Le causan pena las almas que pasan por el extravío del pecado y por su recuperación para Dios funda dos cofradías: La Compagnia dei Sacconi para la atención material de los enfermos y ayudarlos a bien morir y La Congregación de los Oblatos de María para avivar la piedad, hacer obras de caridad y fomentar el apostolado de los seglares. Aquí ya quiso recompensar Dios a su sierva enamorada con dones extraordinarios como el de profecía, milagros, penetra los corazones, es instrumento de conversión y el éxtasis es frecuente en ella ... Así hasta que murió el año 1640, cuando tenía cincuenta y cinco.
El candil vivo
Santo Evangelio según san Marcos 4, 21-25. Jueves III del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, que aprenda a amarte en mi prójimo porque sé que Tú me has donado la gente que me rodea y las personas que me encuentro; que todos mis encuentros sean fructuosos para construir una verdadera sociedad del amor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 4, 21-25
En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre: «¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero? Si se esconde algo, es para que se descubra; si algo se hace a ocultas, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga.» Les dijo también: «Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
La misión del cristiano es ser luz para el mundo; la luz no viene de nosotros mismos. sino que, como una vela, hemos sido encendidos por alguien más y comunicamos la luz a los que nos rodean; siempre debemos estar disponibles o abiertos a los demás para ayudarlos. Esto es parte del ser cristiano porque hemos experimentado el amor de Dios que nos ha llenado; hemos descubierto quién es Dios para nosotros y, teniendo en cuenta esto, toda nuestra vida adquiere un nuevo significado que, en parte, es un deseo grande de comunicar lo que hemos recibido en nuestra familia, con nuestros amigos, conocidos, gente necesitada que nos encontramos. Podemos ponernos a reflexionar en lo que Dios nos ha dado a lo largo de nuestra vida porque nada ha sido banal, todo ha tenido una razón de ser que, si no la hubiésemos descubierto, tarde o temprano la descubriríamos. Jesús nos da una regla de oro que es la de usar la medida que queremos para nosotros con los demás, lo cual no es solamente mero altruismo, sino que nos ayuda a reconocer cómo podemos servir a Dios, quien quiere que lo sirvamos y lo amemos en nuestro prójimo. Como dice la carta de san Juan: «quien dice amar a Dios y no ama a su prójimo es un mentiroso.» Esta regla o consigna que nos da Cristo nos ayuda a construir una buena sociedad porque los altos ideales del cristianismo no se quedan sólo en la teoría, sino que se hacen práctica. Pidámosle a Jesús que nos dé un corazón como el suyo. «La lámpara es el símbolo de la fe que ilumina nuestra vida, mientras que el aceite es el símbolo de la caridad que alimenta y hace fecunda y creíble la luz de la fe. La condición para estar listos para el encuentro con el Señor no es solo la fe, sino una vida cristiana rica en amor y caridad hacia el prójimo. Si nos dejamos guiar por aquello que nos parece más cómodo, por la búsqueda de nuestros intereses, nuestra vida se vuelve estéril, incapaz de dar vida a los otros y no acumulamos ninguna reserva de aceite para la lámpara de nuestra fe; y ésta —la fe— se apagará en el momento de la venida del Señor o incluso antes». (SS Francisco, homilía del 12 de noviembre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. Hoy, voy a invitar a alguien a reflexionar conmigo este pasaje de la Evangelio.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cómo llevar nuestras cruces y conservar la fe en el sufrimiento
4 claves para entender qué significa llevar las cruces que se nos presentan en la vida y cómo nos ayuda Dios
"Llevar la Cruz": Estas célebres palabras de Cristo aparecen en los tres evangelios sinópticos (Marcos 8,34; Mateo 16,24; Lucas 9,23) y tienen dos interpretaciones diferentes: una en la cual el sufrimiento constituye un "testimonio" del Señor; la otra considera el sufrimiento un "morir a sí mismo".
En este artículo tomaremos como tema la primera de estas interpretaciones y te daremos 4 claves que te ayudarán a entender qué significa llevar las cruces que se nos presentan en la vida
1.- Entender que todos tenemos cruces
Cuando consideramos la invitación del Señor a tomar nuestra cruz, tendemos a pensar que Dios nos pide aceptar los sufrimientos y dificultades propios de la vida en este mundo, infectado por el virus de la maldad.
Si bien a veces nos cuesta comprender por qué un Dios tan bueno permite que su pueblo sufra, todos sabemos lo que es el sufrimiento y podemos entender qué relación tiene con la cruz.
Este tipo de sufrimiento puede ser físico, espiritual o emocional; es decir, puede abarcar muchos tipos de adversidades, como un cáncer o el daño interior provocado por la discriminación, o incluso la persecución por causa de la fe; o bien puede manifestarse en la muerte de un bebé poco antes de nacer, o en un hijo perfectamente sano pero que no avanza como debería en su educación.
También puede presentarse en forma del rechazo de amigos o familiares por defender la vida en una cultura de la muerte, o bien en el trauma causado por una separación dolorosa en el matrimonio. Sea lo que sea, todos hemos pasado por situaciones que podríamos llamar “cruces” que nos toca llevar.
Pero también es importante darse cuenta de que, antes de aceptar cualquier cruz que se nos presente, podemos pedirle al Señor que nos libre de ella.
Sí, es cierto que Jesús nos dijo que cargáramos nuestras cruces, pero al mismo tiempo, Él mismo curó a mucha gente, es decir, les quitó sus cruces por su amor y su compasión.
Así como les quitó las cruces a esas personas, hay muchos casos en los que Él también quiere quitarnos las nuestras, porque sabe que estamos sufriendo, a veces en extremo.
2.- El sufrimiento es un Misterio.
La experiencia nos dice que hay personas que reciben curaciones especiales de Dios y otras no. Esto sucede porque el sufrimiento es un gran misterio: algunas personas que oran mucho y son muy santas no reciben curación, mientras que otras que apenas llegan a la fe, sanan. Algunas reciben curación después de haber orado sólo un momento, otras rezan durante años y nunca sanan.
Al parecer, San Pablo llevaba una cruz, que él llamaba “espina en la carne” (2 Corintios 12,7), que puede haber sido alguna forma de dolencia o padecimiento. Lo que haya sido, lo primero que hizo fue pedirle al Señor que le quitara esa cruz, y en realidad se lo pidió en tres ocasiones distintas.
Cristo mismo también oró con la misma intención en el Jardín de Getsemaní poco antes de que lo arrestaran. Pero ni Jesús ni Pablo se vieron libres de sus respectivas aflicciones.
Por eso, cuando se te presente una cruz en tu vida, pídele al Señor que te la quite; pide curación y puedes hacerlo con las mismas palabras de Jesús; o bien, clama en alta voz, como lo hacía el ciego Bartimeo, a quien no pudieron hacer callar:
"¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!" (Marcos 10,46-52).
Dios nos ama y quiere sanarnos. Si tuvieras un hijo enfermo ¿no harías tú todo lo posible para evitar que sufriera y se curara?
¡Por supuesto! En efecto, si así queremos a nuestros hijos nosotros que somos pecadores, ¡cuánto más nuestro Padre que está en el cielo derramará su gracia sanadora sobre los suyos! (Mateo 7,11).
Siempre es bueno orar y no dejar de hacerlo. Nunca te des por vencido, aunque no puedas comprender el misterio de tus propias aflicciones.
No dejes de confiar en Dios, porque su bondad y su amor jamás disminuyen:
“Den gracias al Señor porque Él es bueno, porque su amor es eterno” (Salmo 136,1).
3.- En tu oración pide fortaleza para llevar la cruz.
Cuando rezamos para sanarnos de alguna enfermedad, también tenemos que preguntarnos:
"Si me toca aceptar esta cruz, ¿lo haré con una actitud de “entereza y serenidad” o con una fe firme y confiada?"
Hay una diferencia importante en esto: Una persona que acepta su cruz con entereza y serenidad, lo hace con buena intención, tratando de no quejarse ni sentir lástima de sí misma.
Si bien esta es una manera correcta de aceptar la cruz, si alguien lo hace sólo apoyándose en sus buenas intenciones y en su capacidad humana, es probable que toda su experiencia venga acompañada de algún grado de desaliento, ira o sentido de culpa, en algún momento se sentirá flaquear.
La razón es que algunas cruces son excesivamente pesadas y a veces nos resultan demasiado dolorosas para llevarlas solos.
Aquí es donde interviene la fe firme y confiada. Dios puede ayudarte a llevar el peso de la cruz que hoy cargas. Dios quiere comunicarnos su propia gracia divina para ayudarnos a aceptar las cruces de la vida, como Jesús le dijo a San Pablo:
"Mi amor es todo lo que necesitas; pues mi poder se muestra plenamente en la debilidad".
Estas palabras fueron tan impresionantes para el apóstol que luego pudo escribir:
"Y me alegro también de las debilidades, los insultos, las necesidades, las persecuciones y las dificultades que sufro por Cristo, porque cuando más débil me siento es cuando más fuerte soy". (2 Corintios 12,9-10).
Llevar una cruz con la ayuda de la gracia de Dios es muy diferente de tratar de actuar con entereza y hacer lo posible por aceptar la adversidad con serenidad, pero sin la ayuda de Dios, es decir, sólo con tus fuerzas humanas.
Los que aceptan la cruz recurriendo a la gracia aprenden a depender de Dios más y más cada día; además, encuentran reservas de fortaleza, confianza y obediencia que saben perfectamente que no vienen de ellos mismos, sino de un Dios que es bondadoso y misericordioso.
En lugar de centrar su atención en los padecimientos que les toca llevar, se sienten inspirados a ser comprensivos y compasivos con otras personas, aunque ellos mismos sufran dolores, padecimientos y dificultades.
En resumen, poco a poco van adoptando las actitudes del propio Jesús.
Esta es la paradoja de la cruz: Aceptamos el sufrimiento no porque sea bueno ni porque nos guste, sino como parte de nuestra vocación de seguidores de Cristo Jesús.
Estas cruces pueden llegar a ser oportunidades para que nos entreguemos más al Señor y le demos gloria y alabanza.
4.- El sufrimiento nos une a Cristo.
El Papa San Juan Pablo II nos ofreció un ejemplo conmovedor de cómo se puede demostrar el gozo de conocer al Señor incluso cuando se está padeciendo los dolores de la ancianidad.
En su última presentación en público, en marzo de 2005, el Santo Padre salió a la ventana de su residencia en el Vaticano a pesar de la fragilidad de su condición, ya cercano a la muerte y con dificultades para hablar.
No se escuchó ninguna palabra de sus labios y después de bendecir a la multitud reunida en la plaza, se retiró y se cerraron las cortinas. No pudo decir nada, pero toda su silenciosa actitud demostraba que quería animar a todos.
Quienes lo observaban ese día podían imaginarse que les quería decir: “Sigan adelante, sigan en la carrera hacia el cielo". Fue un ejemplo dramático y conmovedor de lo muy unido que él se sentía a su gente y de cuánto los amaba a todos.
Durante toda su vida, el Santo Padre enseñó que el sufrimiento nos une al Señor y sus últimos días de vida fueron una clara demostración de su enseñanza.
En febrero de 1984 emitió una carta apostólica sobre el misterio del sufrimiento titulada Salvici Doloris, en la cual escribió, de una manera que resultó ser profética, sobre lo que significaba llevar nuestra cruz con la ayuda de la gracia de Dios:
"Esta madurez interior y grandeza espiritual en el sufrimiento, ciertamente son fruto de una particular conversión y cooperación con la gracia del Redentor crucificado.
Jesús mismo es quien actúa en medio de los sufrimientos humanos por medio de su Espíritu de Verdad, por medio del Espíritu Consolador. Él es quien transforma, en cierto sentido, la esencia misma de la vida espiritual, indicando al hombre que sufre un lugar cercano a sí. Él es - como Maestro y Guía interior - quien enseña al hermano y a la hermana que sufren este intercambio admirable, colocado en lo profundo del misterio de la redención.
El sufrimiento es, en sí mismo, probar el mal. Pero Cristo ha hecho de él la más sólida base del bien definitivo, o sea del bien de la salvación eterna".
Conclusión
Querido lector, si te ha tocado llevar una cruz particularmente pesada, no dejes de orar y pedir curación o solución; pero si la cruz permanece, pídele al Señor la gracia de ayudarte a aceptarla y llevarla, y ten por seguro que Él vendrá en tu ayuda.
Como lo dijo San Juan Pablo II, todo sufrimiento es malo y no existirá en la nueva Jerusalén, cuando Jesús regrese a la tierra. Pero Dios sabe sacar el bien de este mal, incluso grandes bendiciones, y puede enseñarnos a todos a aceptar el sufrimiento de una manera que nos acerque más a Jesús.
Así pues, haz un momento de paz y bendice a todos los que sepas que están llevando una cruz muy pesada; pídele al Señor que derrame sobre ellos una gracia abundante para que reciban el auxilio del cielo y les lleve la paz.
Vivir las bienaventuranzas nos otorgará profunda alegría y paz
Audiencia General del Papa Francisco, 29 de enero.
En el último miércoles de enero el Papa Francisco comenzó un nuevo ciclo de catequesis sobre las Bienaventuranzas. En este día ofreció una visión general de las mismas, mientras que a partir de la próxima semana comentará una a una las ocho Bienaventuranzas narradas en el Evangelio de Mateo (5,1-11).
Las bienaventuranzas son la “carta de identidad” del cristiano, porque describen el rostro y el estilo de vida de Jesús.
Las bienaventuranzas están dirigidas a toda la humanidad
En primer lugar recordó cómo se produjo la proclamación de las Bienaventuranzas, y subrayó el hecho de que son un mensaje dirigido “a toda la humanidad”:
El Evangelio nos dice que Jesús, al ver al gentío que lo seguía, subió al monte y se sentó, y dirigiéndose a sus discípulos, proclamó las Bienaventuranzas. El mensaje estaba dirigido a sus discípulos, pero también a la gente; es decir, a toda la humanidad.
El camino de la felicidad de Jesús
Además el Papa hizo notar que la montaña donde predicó Jesús, hace memoria del Monte Sinaí, donde Dios entregó a Moisés los diez mandamientos. En la montaña, sin embargo, Jesús comienza a enseñar "una nueva ley”, a saber, “ser pobres, ser mansos, ser misericordiosos”, revelando así “el camino a la felicidad”, es decir, “Su camino”.
Ahora, con las bienaventuranzas, Jesús nos da los “nuevos mandamientos”, que no son normas, sino el camino de la felicidad que Él nos propone.
Las “tres partes” de las bienaventuranzas
Cada bienaventuranza – precisó Francisco – está compuesta de tres partes: primero está siempre la palabra "bienaventurados"; luego viene la situación en la que se encuentran los bienaventurados: la pobreza de espíritu, la aflicción, el hambre y sed de justicia, y así sucesivamente. Y finalmente está el motivo de la bienaventuranza, introducido por la conjunción "porque": “Bienaventurados estos porque, bienaventurados aquellos porque…”.
La razón de la bienaventuranza es la “nueva condición” que recibimos de Dios
El Santo Padre pidió poner atención al hecho de que la razón de la bienaventuranza no es la situación “actual”, sino “la nueva condición” que los bienaventurados reciben como “don de Dios”, vale decir, la “razón de la felicidad”: "serán consolados", "heredarán la tierra", "serán saciados", "serán perdonados", "serán llamados hijos de Dios", etcétera.
Bienaventurado es "el que está en condición de gracia"
“¿Pero qué significa la palabra "bienaventurado"?, planteó el Pontífice. Y explicó: Viene del término griego makarios, que significa el que está en condición de gracia y que avanza en la amistad de Dios. Esto es importante: las Bienaventuranzas iluminan las acciones de la vida cristiana y revelan que la presencia de Dios en nosotros nos hace verdaderamente felices. En ocasiones, Dios elige caminos difíciles de comprender: por ejemplo, el de nuestros propios límites y derrotas, pero es allí donde manifiesta la fuerza de su salvación y nos concede la verdadera alegría.
Mateo 5, 1-11
Las bienaventuranzas, aseguró el Papa concluyendo, “te conducen a la alegría, siempre”. Son “el camino para ir a la alegría”. Por eso invitó a tomar el Evangelio de Mateo, hoy y más veces durante la semana, y leer las bienaventuranzas: Mateo, capítulo 5, versículos del 1 al 11.
Los animo a leer detenidamente el texto de la Bienaventuranzas y pedir a Dios la gracia para vivirlas en medio del mundo en el que nos encontramos, su vivencia nos otorgará una profunda alegría y paz. Que Dios los bendiga.
El próximo viernes memoria de San Juan Bosco
Al saludar, como cada miércoles, de manera particular a los jóvenes, los ancianos, los enfermos y los recién casados, el Papa animó a que el ejemplo de santidad de San Juan Bosco, a quien recordaremos el próximo viernes como Padre y Maestro de la juventud, lleve, en particular a los jóvenes, a realizar los proyectos de futuro, sin excluir el plan que Dios tiene para cada uno.
Oremos a San Juan Bosco para que cada uno encuentre en la vida su propio camino, lo que Dios quiere para nosotros.
El paraíso de los derechos
Al margen del clásico problema de quién o quiénes serían los obligados a satisfacer tan agradables demandas, todo lo cual hace que en el fondo muchos de estos “derechos” no pasen de ser meras ilusiones o buenas intenciones, un aspecto de no poca importancia es la mentalidad que produce una situación semejante.
El tema de los derechos humanos se ha hecho tan común y popular, que actualmente casi no hay materia que no haya sido tocada por ellos, de modo que hoy prácticamente se tiene derecho a todo: a la paz, al desarrollo, a la felicidad…
Sin embargo, al margen del clásico problema de quién o quiénes serían los obligados a satisfacer tan agradables demandas, todo lo cual hace que en el fondo muchos de estos “derechos” no pasen de ser meras ilusiones o buenas intenciones, un aspecto de no poca importancia es la mentalidad que produce una situación semejante.
En efecto, actualmente es posible observar cómo muchos sectores parten de la premisa según la cual “alguien” (generalmente el Estado, que para muchos se ha transformado en el dador de todo) les debe algo, y casi dan por descontado que contarán con eso que reclaman. Sin embargo, como generalmente no es posible realizarlos o en caso de serlo, sólo se logra de manera parcial (sencillamente porque los recursos son escasos), el sector en cuestión se siente profundamente ofendido, incluso pasado a llevar de manera grave y si puede, reclama y arma el mayor jaleo posible para obtener sus supuestos derechos.
Estamos hablando sobre todo de varios derechos económicos, sociales y culturales (educación, salud, vivienda, etc.), no de los individuales (vida, libertad de conciencia, de asociación, propiedad, etc.), que le pertenecen al sujeto per se y deben ser respetados por todos. Es decir, de aquellos derechos que exigen una acción positiva y recursos del Estado. Lo anterior, no porque no puedan tenerse en muchos casos, sino como se ha dicho, porque al necesitar recursos siempre escasos, es imposible cumplirlos de manera íntegra.
Sin embargo y según señalábamos, un grave problema actual es que en varios sectores ya se ha instalado la idea según la cual, estos derechos son tan evidentes y exigibles como los individuales, lo cual al no ser posible por la razón señalada, genera frustración y descontento, y en no pocos casos una preocupante agitación social.
Se insiste en que lo grave no es que se luche por lograr estos derechos dentro de lo posible y con una perspectiva realista, sino pretender que su cumplimiento resulta evidente y que se dé por descontado. O si se prefiere, no deja de llamar la atención que muchos se sientan con un derecho absoluto a un conjunto de cosas que durante toda la historia de la humanidad, han tenido que ganarse a pulso, con el sudor de la frente. Por eso podría decirse que estas personas casi creen vivir en una especie de “paraíso de los derechos”, en que no tienen que mover un dedo –salvo para exigirlos, por cierto– para que casi por arte de magia les sean concedidos.
¿Habremos descubierto la panacea? ¿Será todo tan fácil?
La Iglesia católica, activo de equilibrio social
Al finalizar el 2017, dos informes dieron cuenta de parte de la acción social que la Iglesia católica realiza alrededor del mundo
Al finalizar el 2017, dos singulares informes dieron cuenta de parte de la acción social que la Iglesia católica realiza alrededor del mundo. El primero, proveniente de Estados Unidos, reveló que la fundación Catholic Extension patrocinó con 12 millones de dólares el servicio de asistencia a migrantes en la frontera con México; el segundo, el reporte económico de la empresa católica BOSCO, que se confirmó como una de las más grandes proveedoras de internet en Uganda, originalmente fundada para ofrecer una plataforma de contacto e información para confrontar al terrorismo y remediar la brecha social en regiones marginales del norte del país.
No son los únicos reportes del año; en realidad, las fundaciones sociales católicas alrededor del mundo se cuentan por centenas de millares y el análisis financiero del impacto que dichas asociaciones de caridad tienen en sus realidades concretas ya ha sido materia de trabajo de sociedades de inversión como Wilminton Trust, la cual publicó en 2016 un documento de trabajo sobre “El avance de las fundaciones basadas en organizaciones religiosas en los Estados Unidos” y en el que analiza la importancia de estas estructuras de apoyo filantrópico organizadas y administradas por la Iglesia católica.
Aunque el documento explica que el financiamiento a organizaciones de caridad de la Iglesia católica en Estados Unidos disminuyó tras los casos de abuso sexual revelados por los medios de comunicación en la primera década del siglo, los analistas ven una mayor confianza en los donantes católicos norteamericanos con el papa Francisco al frente de la Iglesia universal: “De acuerdo con la encuesta realizada por FADICA (Fundaciones y Donantes Interesados en Actividades Católicas) el 24% de los católicos norteamericanos han incrementado sus donativos en el último año [2014]. El estudio también menciona que el 77% de los encuestados aseguran que es el propio papa Francisco quien los ‘inspira’ para donar, incluidos los 42% de quienes afirman que el Papa tiene un impacto positivo en su acción caritativa”.
Sin embargo, más allá del análisis financiero, las obras de caridad que realizan las instituciones católicas alrededor del orbe tienen potencial de mejorar la calidad de vida de no pocas comunidades; incluso, de poder salvarlas. Esa fue la intención original de BOSCO-Uganda, el servicio de internet que la iglesia católica instaló en varios poblados del norte de Uganda durante el régimen terrorista de Lord’s Resistance Army que llegó a asesinar a más de cien mil ciudadanos y desplazar a dos millones de ugandeses. El servicio de internet logró conectar a ciudadanos para defenderse de asaltos armados, minas antipersonales y las amenazas de los soldados radicalizados; Tony Okwonga, el director general y jefe de operaciones de BOSCO explicó a National Catholic Reporter, que el servicio comenzó como un equilibrio de acceso social (el servicio ordinario de internet cuesta 72 dólares al mes cuando el 35% de los ugandeses tiene un ingreso de 2 dólares al día) pero que ha escalado a un nivel de competitividad regional a pesar de no contar con los derechos para comercializar espacios digitales.
Lo mismo sucede con Catholic Extension. El cardenal Blaise Cupich, de Chicago, reveló a Catholic News Agency que los fieles de la parroquia del Sagrado Corazón en McAllen, Texas, lograron ayudar a 74 mil mujeres y menores migrantes en los Estados Unidos a través de esta fundación durante la crisis de menores migrantes del 2014 y que, a través de la fundación se destinarán 10 millones de dólares para construir un nuevo centro de atención humanitaria en la diócesis.
Los servicios humanitarios de la Iglesia católica permanecen a pesar de los regímenes políticos y las debilidades estructurales locales. The Catholic Herald publicó recientemente un análisis de David Paton, profesor titular de la Universidad de Negocios de Nottingham y profesor visitante de la Universidad de Santa María en Twickerham, en el que afirma que la Iglesia católica opera en el mundo más de 140 mil escuelas, 10 mil orfanatos, 5 mil hospitales y más de 16 mil clínicas. Tan sólo la organización Cáritas (que agrupa a instituciones de caridad diocesana) estima que sus gastos en promoción humanitaria ronda los 2.8 y 3.8 billones de dólares; eso, sin contar las obras de caridad a pequeña escala que realizan las más de 200 mil parroquias alrededor del mundo.
In Persona Christi: La Eucaristía
La expresión de que el sacerdote actúa In Persona Christi significa que actúa como Cristo mismo.
Hoy día, en el mundo que nos toca vivir, se ha perdido mucho el sentido de lo sagrado. Entramos a un templo y nos cuesta mucho leer los signos religiosos en los que nos quiere envolver un templo.
Vemos una imagen o un cuadro y nos interesa más su antigüedad o quién lo pintó. Y, sobretodo, si es valiosa económicamente. Más que descubrir en la obra, el mensaje de fe de quien la hizo.
El incienso, las velas encendidas, el ornamento de los que celebran, poco nos dicen. Todo ello es muestra de que hemos perdido mucho el sentido de lo sagrado.
Antes se le besaba la mano al sacerdote, porque eran manos consagradas, hoy ese signo no se entiende.
En este contexto nos cuesta mucho entender, la expresión de que el sacerdote actúa In Persona Christi significa actúa como Cristo mismo, nuestro Señor y Sumo Sacerdote ante Dios Padre.
Muchos sinónimos se usan para expresar esta realidad que configura al sacerdote, por el carácter recibido en la ordenación, así: vicem Dei, vicem Christi, in persona Dei, gerit personam Christi, in nomini Christi, representando a Cristo, personificando a Cristo, representación sacramental de Cristo Cabeza, etc.
La actuación del sacerdote in persona Christi es muy singular. Específicamente la podemos ver en la consagración de la Misa.
Como las formas de los sacramentos deben ajustarse a la realidad, la forma de la Eucaristía difiere de los demás sacramentos en dos cosas:
1 Porque las formas de los demás sacramentos significan el uso de la materia, como en el bautismo, la confirmación, etc.; por el contrario, la forma de la Eucaristía significa la consagración de la materia que consiste en la transubstanciación, por eso se dice: "Esto es mi cuerpo" - "Este es el cáliz de mi sangre".
2 Las formas de los otros sacramentos se dicen en la persona del ministro ("ex persona ministri"), como quien realiza una acción: "Yo te bautizo…" - "Yo te absuelvo…"; o, en la Confirmación y en la Unción de los enfermos, en forma deprecativa: "N.N., recibe por esta señal el don del Espíritu Santo" - "Por esta Santa Unción y por su bondadosa misericordia…", etc.
Por el contrario, la forma del sacramento de la Eucaristía se profiere en la persona de Cristo que habla, in persona Christi loquendi, dando a entender que el sacerdote ministerial no hace otra cosa más que decir las palabras de Cristo en la confección de la Eucaristía (Cf. S. Th., III, 78, 1.).
Por eso decía el gran San Ambrosio: "La consagración se hace con palabras y frases del Señor Jesús. Las restantes palabras que se profieren alaban a Dios, ruegan por el pueblo, por los reyes, por todos. Cuando el sacerdote se pone a consagrar el venerable sacramento, ya no usa sus palabras, sino las de Cristo. La palabra de Cristo, en consecuencia hace el sacramento" ( De Sacramentis, L.4, c.4.).
Hay que aclarar que como todos los sacramentos son acciones de Cristo, algunos dicen, que el sacerdote en todos ellos obra in persona Christi, pero, eso sólo se puede decir en sentido amplio. De hecho, el ministro del bautismo válido y lícito, puede ser un laico, una mujer, un no bautizado; y los ministros del sacramento del matrimonio, válido y lícito, son los mismos cónyuges; y ninguno de los ministros mencionados de estos sacramentos tiene el carácter que les da el poder de obrar in persona Christi. Por otra parte, la concelebración eucarística se justifica desde el actuar de los concelebrantes in persona Christi, dice al respecto Santo Tomás, respondiendo a la objeción de que sería superfluo que lo que puede hacer uno lo hicieran muchos: "Si cada sacerdote actuara con virtud propia, sobrarían los demás celebrantes; cada uno tendría virtud suficiente. Pero, como el sacerdote consagra en persona de Cristo y muchos son "uno en Cristo" (Gal 3, 28), de ahí que no importe si el sacramento es consagrado por uno o por muchos…" (S. Th., III, 82, 2, ad 2) Y no hay, propiamente, concelebración en los otros sacramentos. Es de hacer notar que en la concelebración "se manifiesta apropiadamente la unidad del sacerdocio" (Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 57) y, en otro documento se enseña: "se expresa adecuadamente la unidad del sacerdocio y del sacrificio, como también la de todo el pueblo de Dios" (Normas generales del Misal Romano, n. 153), por razón de que los sacerdotes, debido al carácter sacerdotal, obran in persona Christi.
Además, más adelante, agrega Santo Tomás refiriéndose al sacramento-sacrificio: " …éste sacramento es de tanta dignidad, que se hace en la persona de Cristo. Todo el que obra en persona de otro debe hacerlo por la potestad que le han conferido… Cristo, cuando se ordena al sacerdote, le da poder para consagrar este sacramento en persona de Cristo. Así pone a éste sacerdote en el grado de aquellos a quienes dijo: "Haced esto en conmemoración mía"". (En III, 82, 2 agrega: "El sacerdote entra a formar parte del grupo de aquellos que en la Cena recibieron del Señor el poder de consagrar"). "Es propio del sacerdote confeccionar este sacramento" (Cf. S. Th., III, 82, 1). Y obrar en persona de Cristo es absolutamente necesario para que el sacrificio de la Misa sea el mismo sacrificio de la cruz: no sólo es necesaria la misma Víctima, también es necesario el mismo Acto interior oblativo y el mismo Sacerdote. Sólo así se tiene, sustancialmente, el mismo y único sacrificio, sólo accidentalmente distinto.
El no valorar correctamente la realidad del carácter sacerdotal que habilita para actuar in persona Christi debilita el sentido de identidad sacerdotal, ni se ve cómo los ordenados que se vuelven herejes, cismáticos o excomulgados consagran válidamente -aunque ilícitamente- (Cf. I Concilio de Nicea, Dz. 55; San Atanasio II, Dz. 169; San Gregorio Magno, Dz. 249; ver Dz. 358. 1087), al igual que el porqué el sacerdote pecador consagra válidamente. El debilitar la importancia del obrar in persona Christi.
Todos los cristianos, los bautizados en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, debemos ser otro Cristo, vivir y actuar como Cristo, pero el sacerdote actúa de manera especialísima In Persona Christi, Cristo mismo, cuando preside la Liturgia de la Sagrada Eucaristía. Esto tiene una consecuencia en nuestra relación con la Eucaristía y el sacerdote que la celebra. Vamos a la Eucaristía a encontrarnos con Cristo en la persona del sacerdote. Por lo tanto, Cristo debe ser el motivo principal. Cuando perdemos este aspecto, centramos la Eucaristía en la persona del sacerdote, desvinculándola de su carácter mistérico. Centrándonos en las cualidades físicas, de dicción o de elocuencia del que preside. De ahí la importancia de recobrar y ayudar a los fieles a recobrar esa visión sobrenatural de la Eucaristía. Es importante hacer un esfuerzo por descubrir, en el sacerdote anciano, enfermo, con limitaciones de todo tipo, a Cristo que se hace frecuente en él. Así como Cristo en el Evangelio nos invita a descubrirlo en el que tiene hambre, sed, está desnudo , enfermo o en la cárcel…
Es cierto que es necesario que el sacerdote al actuar In Persona Christi haga un esfuerzo en su vida personal para ser un instrumento y mediación de amor y misericordia, convirtiéndose en misericordia y amor con su conducta, como dijo san Agustín de Hipona.
Por ello les invito a que oremos para que todo sacerdote vaya adelantando y perfeccionando su ser y, transparente a Cristo en su vida.
Oración por los Sacerdotes
Oración del Apóstol (s.XIV)
Cristo, no tiene manos,
tiene solamente nuestras manos
para hacer el trabajo de hoy.
Cristo no tiene pies,
tiene solamente nuestros pies
para guiar a los hombres en sus sendas.
Cristo, no tiene labios,
tiene solamente nuestros labios
para hablar a los hombres de sí.
Cristo no tiene medios,
tiene solamente nuestra ayuda
para llevar a los hombres a sí.
Nosotros somos la única Biblia,
que los pueblos leen aún;
somos el último mensaje de Dios
escrito en obras y palabras.