La palabra de Dios, un grano de mostaza
- 31 Enero 2020
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Juan Bosco, Santo
Memoria Litúrgica, 31 de enero
Presbítero y Fundador
Martirologio Romano: Memoria de san Juan Bosco, presbítero, el cual, después de una niñez áspera, fue ordenado sacerdote y en la ciudad de Turín, en Italia, se dedicó con todas sus fuerzas a la formación de adolescentes. Fundó la Sociedad Salesiana y, con la ayuda de santa María Dominica Mazzarello, el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, para enseñar oficios a la juventud e instruirles en la vida cristiana. Lleno de virtudes y méritos, voló al cielo en este día en la ciudad de Turín, en Italia (1888).
Fecha de canonización: 1 de abril de 1934 por el Papa Pío XI.
Breve Biografía
San Juan Bosco nació el 16 de agosto de 1815 en Castelnuovo de Asti, y recibió de su madre Margarita Occhiena una sólida educación cristiana y humana. Dotado de inteligencia, memoria, voluntad y agilidad física no comunes, desde niño fue seguido por sus coetáneos, a quienes organizaba juegos que interrumpía al toque de las campanas para llevarlos a la iglesia. Fue ordenado sacerdote en Turín en 1841, y allí comenzó su actividad pastoral con San José Cafasso.
Su programa, o mejor, su pasión era la educación de los jóvenes, los más pobres y abandonados. Reunió un grupito que llevaba a jugar, a rezar y a menudo a comer con él. La incómoda y rumorosa compañía de Don Bosco (así se lo llamaba y se lo llama familiarmente) tenía que estar cambiando de lugar continuamente hasta que por fin encontró un lugar fijo bajo el cobertizo Pinardi, que fue la primera célula del Oratorio.
Con la ayuda de mamá Margarita, sin medios materiales y entre la persistente hostilidad de muchos, Don Bosco dio vida al Oratorio de San Francisco de Sales: era el lugar de encuentro dominical de los jóvenes que quisieran pasar un día de sana alegría, una pensión con escuelas de arte y oficios para los jóvenes trabajadores, y escuelas regulares para los estudios humanísticos, según una pedagogía que sería conocida en todo el mundo como “método preventivo” y basada en la religión, la razón y el amor. “La práctica del método preventivo se base toda en las palabras de San Pablo que dice: La caridad es benigna y paciente; sufre todo, pero espera todo y aguanta todo”.
Para asegurar la continuidad de su obra, San Juan Bosco fundó la Pía Sociedad de San Francisco de Sales (los Salesianos) y Hijas de María Auxiliadora (las Salesianas). Fue un fecundísimo escritor popular, fundó escuelas tipográficas, revistas y editoriales para el incremento de la prensa católica, la “buena prensa”. Aunque ajeno a las luchas políticas, prestó su servicio como intermediario entre la Santa Sede, el gobierno italiano y la casa Saboya.
Fue un santo risueño y amable, se sentía “sacerdote en la casa del pobre; sacerdote en el palacio del Rey y de los Ministros”. Buen polemista contra la secta de los Valdeses, según la mentalidad del tiempo, nunca se avergonzó de sus amistades con los protestantes y los hebreos de buena voluntad: “Condenamos los errores, escribió en el “Católico”, pero respetamos siempre a las personas”. San Juan Bosco murió el 31 de enero de 1888 y fue canonizado por Pío XI en 1934.
Consulta también:
El Hombre polifacético
San Juan Bosco
Los sueños de San Juan Bosco sobre el Infierno
La grandeza y pequeñez de la semilla
Santo Evangelio según san Marcos 4, 26-34. Viernes III del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, que crea en ti cada día más para que me comprometa a amarte con todo mi corazon y que te demuestre mi amor con los pequenos detalles de mi día a día.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 4, 26-34
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha”.
Les dijo también: “¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”.
Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Toda gran obra comienza por pequeños detalles porque si los hacemos bien, después será más fácil que todo salga bien. Así sucede con el grano de trigo que fue plantado bien; este primer acto ayudó a que después fuese la tierra la que lo hizo crecer.
Este plantar bien el grano de trigo es similar a nuestra fe porque es algo que está a la base de nuestra vida espiritual ya que, si no creyéramos, nada de lo demás tendría sentido. El crecimiento de nuestra fe se va dando poco a poco ya que Dios lo cuida hasta que está listo para la cosecha.
La otra parte del Evangelio muestra cómo pequeños gestos en un inicio, se hacen obras grandes después. Un ejemplo de esto es Don Bosco y su congregación de los salesianos. Todo comenzó con su vida de niño pobre en una familia humilde y un sacerdote que le enseñó algunas cosas básicas; después su entrada en el seminario y sus sueños, algo normal y cotidiano; más adelante los primeros momentos de su congregación cuando él ya era sacerdote y lo acompañaba un grupo pequeño de jóvenes, hasta nuestros días en los que san Juan Bosco es uno de los santos más conocidos en el mundo y los salesianos son una congregación muy grande que incluye a las hermanas de María Auxiliadora y que hace tanto bien. Así es como crece la semilla, sin nada espectacular, hasta que llega a ser un arbusto grande.
«La semilla no es ni tuya, ni tuya, ni mía. La semilla la siembra Dios y es Dios el que da el crecimiento. Yo soy el brote, cada uno de nosotros puede decir. Sí, pero no por mérito tuyo, sino de la semilla que te hace crecer. ¿Y yo qué tengo que hacer? Regarla. Regarla. Para que eso crezca y llegue a esa plenitud del espíritu. Es lo que ustedes tienen que dar como testimonio. ¿Cómo se puede regar esta semilla? Cuidándola. ¡Cuidando la semilla y cuidando el brote que empieza a crecer! Cuidar la vocación que hemos recibido. Como se cuida a un niño, como se cuida a un enfermo, como se cuida a un anciano. La vocación se cuida con ternura humana. Si en nuestras comunidades, si en nuestros presbiterios falta esa dimensión de ternura humana, el brote queda chiquito, no crece, y quizá se seque. Cuidar con ternura».
(Discurso de S.S. Francisco, 2 de diciembre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Pedirle a Dios, antes de ir a dormir, que me aumente la fe para el día siguiente.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Mil factores, en lo grande y en lo pequeño
Los detalles, el hilo continuo de la historia humana.
Un buen libro sobre la Primera Guerra Mundial (y sobre tantas guerras) expone la cantidad de aspectos que entraron en juego en aquellos momentos tan dramáticos de la historia humana.
Porque aquella guerra dependía de las armas usadas y del valor de los soldados, de la estrategia de los generales y de las ideas de los políticos, de los enfados del Káiser y del estado de humor del presidente de Estados Unidos, de las huelgas de los obreros en la retaguardia y de una epidemia que explotó en las trincheras...
La lista de factores es enorme. En las complejas relaciones entre los mismos se explica por qué en aquel mes triunfaban las potencias centrales (Alemania y Austria-Hungría), y por qué a los pocos meses vencían los franceses, los británicos y sus aliados.
Lo que ocurre en lo grande, a gran escala, también se produce, en escala mucho menor, en lo pequeño (en una persona, una familia, un barrio). En tantas situaciones se entrecruzan miles de factores cotidianos, casi imperceptibles, que luego explican los resultados "finales".
Porque el enfado de esta mañana se explica desde la interacción entre un cambio de presión, un malestar en el estómago, la noticia apenas leída en Internet, y esa tardanza de una respuesta de la que depende el futuro profesional.
Esos, y tantos otros factores, han desencadenado esa rabia desde la cual luego se dicen palabras fuertes, se responde mal al teléfono, se grita al conductor del coche de al lado, y aumenta por la tarde el dolor de cabeza.
Entre tantos factores, en lo grande y en lo pequeño, y desde ellos, millones de hombres y mujeres toman las decisiones de cada día. Algunas bajo la presión de pasiones casi incontrolables, como cuando un soldado enloquecido sale de su trinchera y avanza de modo absurdo hacia el enemigo.
Otras, en cambio, desde una reflexión más serena y con una voluntad todavía libre, capaz de decir no a lo primero que pasa por el propio corazón para sopesar bien los pros y los contras de las opciones que uno alcanza a entrever en ese momento concreto de la propia vida.
Los resultados finales (de aquella batalla tan absurda, de aquel enfado desproporcionado en casa o en el trabajo) serán la consecuencia de la intersección de más y más factores, sin excluir los efectos de un virus que acaba de entrar en uno o muchos cuerpos humanos.
Un desastre (las tropas, desmoralizadas, huyen ante el nuevo ataque de los adversarios) o una victoria (en casa, por fin, los esposos consiguen un diálogo sereno para resolver los problemas más inmediatos) se convertirán en nuevos factores que, en el hilo continuo de la historia humana, abrirán espacios a daños futuros o a beneficios que generan alegría y esperanza...
Una sociedad es civilizada si lucha contra la cultura del descarte
Al recibir a la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Una sociedad que está erosionando la conciencia de lo que hace valiosa la vida. Las palabras del Papa Francisco a la sesión plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dedicada al cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida, son la fotografía del contexto sociocultural que estamos viviendo. Un contexto en el que la vida ", subraya el Pontífice, "se evalúa sólo en nombre de la utilidad mientras que se pierden los "deberes imperativos de la solidaridad y la fraternidad". El Papa se detiene en los enfermos terminales y en la urgencia de "convertir la mirada del corazón" a la luz de la compasión. Destaca el bien que hacen los hospicios donde se practica la "terapia de la dignidad". Francisco exhorta entonces a continuar el estudio sobre la revisión de las normas sobre la delicta graviora, contenidas en el Motu proprio "Sacramentorum sanctitatis tutela" de Juan Pablo II, para proceder por el camino de la transparencia y el respeto de la dignidad de los más pequeños.
El valor intangible de la vida
"Vidas descartadas", "vidas indignas" porque no cumplen el criterio de utilidad. La sociedad actual usa esta vara de medir y pierde - explica el Papa - "lo que hace valiosa la vida humana". "En esta situación de pérdida de los auténticos valores, se pierden también los deberes inalienables de la solidaridad y la fraternidad humana y cristiana", afirmó.
“En realidad, una sociedad merece la calificación de "civil" si desarrolla anticuerpos contra la cultura del descarte; si reconoce el valor intangible de la vida humana; si la solidaridad es activamente practicada y salvaguardada como fundamento de la convivencia”.
La Doctrina, una realidad dinámica
Agradeciendo a la Congregación para la Doctrina de la Fe por su servicio a la Iglesia, Francisco destacó que "la fe requiere que se tenga en cuenta a su destinatario, que se le conozca y se le ame eficazmente".
La doctrina cristiana no es un sistema rígido y cerrado en sí mismo, pero tampoco es una ideología que cambia con el pasar de las estaciones; es una realidad dinámica que, permaneciendo fiel a su fundamento, se renueva de generación en generación y se compendia en un rostro, en un cuerpo y en un nombre: Jesucristo resucitado.
La "gramática" del cuidado
Deteniéndose en el momento en que "la enfermedad llama a la puerta de nuestra vida", el Papa recuerda lo importante que es la compasión, "un estribillo" en el Evangelio, y la presencia de alguien que nos tome de la mano, un buen samaritano, una "plataforma humana de relaciones" que abran a la esperanza, un bálsamo para aliviar el "desaliento emocional" y "la angustia espiritual". "No abandonar jamás a nadie", enfatiza Francisco, "en presencia de males incurables". La vida humana, por su destino eterno, conserva todo su valor y toda su dignidad en cualquier condición, incluso de precariedad y fragilidad, y como tal es siempre digna de la más alta consideración".
El tema del cuidado de los enfermos, en las fases críticas y terminales de la vida, pone en consideración la tarea de la Iglesia de reescribir la "gramática" del hacerse cargo y el cuidado de la persona que sufre. El ejemplo del Buen Samaritano nos enseña que es necesario convertir la mirada del corazón, porque muchas veces quien mira no ve. ¿Por qué? Porque falta la compasión. Sin compasión, el observador no se involucra en lo que observa y pasa por alto; en cambio, el corazón compasivo se conmueve y se involucra, se detiene y se ocupa de ello.
La terapia de la dignidad
"Quien en el camino de la vida ha encendido aunque sea una antorcha en la hora oscura de alguien no ha vivido en vano": Francisco cita a Santa Teresa de Calcuta para delinear "el estilo de la cercanía y de la comunión", "haciendo más humano el morir". Una importante tarea que realizan hoy los hospicios.
A este respecto, pienso en el bien que hacen los hospicios para los cuidados paliativos, donde los enfermos terminales son acompañados con un cualificado apoyo médico, psicológico y espiritual, para que puedan vivir con dignidad, reconfortados por la cercanía de sus seres queridos, la fase final de su vida terrenal. Espero que estos centros continúen siendo lugares donde se practique con empeño la "terapia de la dignidad", alimentando así el amor y el respeto por la vida.
Rigor y transparencia
El Pontífice expresa su reconocimiento por el estudio realizado sobre la revisión de las normas sobre el delicta graviora, contenidas en el Motu proprio "Sacramentorum sanctitatis tutela" de San Juan Pablo II. Un compromiso va en la dirección de actualizar las normas para hacer más eficaces los procedimientos a la luz de las nuevas situaciones y problemas del contexto sociocultural actual.
Los exhorto a continuar con firmeza en esta tarea, para dar una válida contribución en un ámbito en el que la Iglesia está directamente implicada a proceder con rigor y transparencia en la tutela de la santidad de los Sacramentos y de la dignidad humana violada, especialmente la de los pequeños.
Por último, Francisco felicita por el documento elaborado por la Pontificia Comisión Bíblica sobre los temas fundamentales de la antropología bíblica, que profundiza "una visión global del proyecto divino, iniciado con la creación y que encuentra su cumplimiento en Cristo, el Hombre Nuevo", "la clave, el centro y el fin de toda la historia humana".
Es la participación de la verdad ontológica que, en su dimensión trascendente y sobrenatural, se encarna en Jesucristo Dios y hombre verdadero
Para entender el verdadero ecumenismo es necesario integrar la fe y la razón, porque en el catolicismo la gracia no anula la naturaleza sino que la perfecciona. Por eso es fundamental comprender que la pluralidad no tiene sentido sin la unidad de la verdad. Sin unidad, la pluralidad se disuelve en la nada. De modo que hablar de la unidad en la verdad es hablar de ecumenismo verdadero como participación de la verdad ontológica que, en su dimensión trascendente y sobrenatural, se encarna en Jesucristo Dios y hombre verdadero.
Una vez que comprendemos la necesidad de la unidad y la verdad como fundamento de todo ecumenismo, el otro término necesario es el diálogo que no tiene sentido si no hubiera unidad en la verdad, o si el hombre fuera incapaz de alcanzar la verdad del ser. De aquí que el falso ecumenismo se caracterice por la negación de la Verdad. Su esencia es el intento de llegar a un acuerdo a partir de verdades y opiniones parciales que no tienen referencia a la Verdad objetiva y única. Por todo eso es muy importante resaltar que sin verdad objetiva no hay diálogo ni hay ecumenismo sino infinidad de conflictos.
Otro punto importante es que el Cuerpo Místico de Cristo es esencialmente ecuménico, de modo que todo movimiento que tienda a restaurar la plenitud de la unidad de la única Iglesia para que todos sean uno, bajo un solo Pastor, es verdadero ecumenismo. El ecumenismo hace referencia a la humanidad salvada por Cristo, que es la Iglesia verdadera. Por eso el sincretismo que se funda en la opinión equivocada de que todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables, acaban rechazando la verdadera religión y oponiéndose al ecumenismo.[1]
Si queremos un verdadero ecumenismo es necesario mencionar que la primera premisa para que el ecumenismo sea verdadero es que ninguna religión puede ser verdadera fuera de aquella que se funda en la palabra revelada de Dios, es decir, fuera de la Iglesia Católica, que tiene como única Cabeza a Jesucristo (Mt 16,18; Lc 22, 32; Jn 21, 15-17).[2] Una verdad, una comunidad sobrenaturalmente perfecta.
Esta es la razón por la que la Sede Apostólica no debe participar en Congresos en donde se sostenga que la Iglesia está dividida en partes, porque no debe dar autoridad a una falsa religión cristiana, totalmente ajena a la única y verdadera Iglesia de Cristo.[3]
Los falsos ecumenismos buscan transacciones sobre algo imposible que es el hecho de que la Iglesia Católica es la depositaria de la doctrina íntegra y sin errores. Y es que esto es tan sencillo como el principio de contradicción. No pueden formar una comunidad de hombres quienes afirman que la Sagrada Tradición es la fuente genuina de la Revelación y quienes lo niegan.[4] El único modo de unir a los cristianos es procurar su retorno a la única y verdadera Iglesia de Cristo. Porque quien no está unido al Cuerpo místico de Cristo no puede ser miembro suyo por no estar unido con a la Cabeza del mismo Cristo (Ef 5, 30; 1, 22). La Constitución Lumen Gentium, en su número 15 califica la comunión de los disidentes, como cierta comunión imperfecta. Pero eso no contradice que los elementos dispersos en esas comunidades sólo existen juntos en su plenitud en la Iglesia Católica. Por eso el verdadero ecumenismo, debe intentar hacer crecer la comunión parcial existente entre los cristianos, hacia la comunión plena en la verdad y en la caridad.[5] El verdadero ecumenismo consiste en el retorno pleno con miras a alcanzar la plenitud en el tiempo, encaminándonos a la unidad absoluta del Cielo.
El decreto Unitatis redintegratio del Concilio ecuménico Vaticano II, manifiesta la finalidad del Concilio, que fue promover la restauración de la unidad de todos los cristianos en la única Iglesia fundada por Cristo. De modo que la división actual es un escándalo y un obstáculo que impresiona porque es como si Cristo estuviera dividido. Lamentablemente en la única Iglesia verdadera, se han producido escisiones de las que han surgido comunidades que se nutren de la fe en Cristo, pero que a pesar de las divisiones tienen alguna comunión, aunque no sea perfecta, con la Iglesia Católica. Y por eso, a pesar de las discrepancias graves en doctrina, disciplina y estructura, los miembros de estas comunidades son reconocidos como hermanos en el Señor[6]. Pero hay que aclarar que los hermanos separados no gozan de la unidad, y que sólo por medio de la Iglesia Católica de Cristo puede conseguirse la plenitud total de los medios salvíficos, porque el Señor entregó todos los bienes del Nuevo Testamento a un solo Colegio apostólico que constituye un solo cuerpo. La caridad, el perdón, la conversión y la santidad son el alma de todo movimiento ecuménico.[7] Nada es tan opuesto al ecumenismo como el irenismo que consiste en el intento de desvirtuar la pureza de la doctrina católica y oscurecer su genuino y verdadero sentido.[8]
Uno de los problemas centrales que enfrenta el ecumenismo, es que en lo que respecta a las comunidades occidentales que discrepan entre sí y con la Iglesia Católica, hay discrepancias esenciales de interpretación de la verdad revelada.[9] Una falta grave de un falso ecumenismo, es ocultar los temas esenciales que podrían dificultar o incluso hacer imposible el diálogo. Eso es muy grave porque denota falta de fe y de ecumenismo, al ir en contra la unidad de la Iglesia. También son muy graves los intentos de acuerdos y compromisos que confunden a todos en lo que se refiere a la verdad única e indefectible de la Iglesia. Eso confunde a los hermanos separados y a los fieles de la Iglesia, lo cual también constituye una falta de fe, de esperanza y de caridad, porque el error debe ser rechazado.[10] Para reintegrar la unidad es indispensable conservar íntegro e intacto el depósito de la fe (Ef 5, 20) para que todos vengan a compartir con nosotros el don de Dios.[11] Por eso San Juan Pablo II nos alerta de ese falso ecumenismo que invade y corrompe, confunde y disuelve.[12] Si hay discordancias en temas esenciales, la verdad exige que se llegue hasta el fondo.[13]
Por otra parte hay que añadir que el problema no se reduce al ecumenismo, es decir, respecto a las iglesias cristianas, sino al diálogo interreligioso que es el diálogo con otras religiones no cristianas. Para enfrentar este reto, es necesario vacunar de una falsa complementación con las otras religiones, ya que absolutamente ninguna religión histórica fuera de la Iglesia Católica, ofrece la verdad completa sobre Dios.
Un ecumenismo que no señala claramente las divergencias esenciales en cuanto a la interpretación de la Verdad revelada, es un falso ecumenismo. Los protestantes son nuestros hermanos por la fe en Jesucristo y por el Bautismo en Cristo, pero lamentablemente están fuera de la unidad orgánica de la Iglesia y por lo mismo no disponen de la plenitud de los medios sobrenaturales de la salvación y están separados de la comunión perfecta.
Además de todo lo anterior, los católicos debemos saber que todos los hombres, de cualquier religión o sin religión, son nuestros hermanos por haber sido creados a imagen y semejanza de Dios y, por tanto, son miembros potenciales del Cuerpo Místico, ya que esperan la predicación de la Palabra de la única Iglesia verdadera que es la Iglesia Católica. De aquí se desprende la importancia de la Evangelización, porque gracias a la evangelización es posible que todos los hombres lleguen al conocimiento y a la plena comunión con la Verdad.
En suma, no hay verdadero ecumenismo ni diálogo sin unidad y sin verdad. Porque sin unidad, la pluralidad se disuelve en la nada. La unidad en la verdad es la esencia del ecumenismo auténtico, por lo que todo “ecumenismo” que pretende ocultar las discrepancias esenciales y realizar acuerdos y compromisos que confunden, constituye una falta grave de fe, esperanza y caridad.
NOTAS:
[1] Cfr. Pío XI. Mortliun animos, n.3. [2] Cfr. Idem, n.8. [3] Ibidem. [4] Cfr. Idem, n.14.
[5] Cfr. Juan Pablo II. Ut unum sint, I, 14. [6] Cfr. Unitatis redintegratio, I, n.3. [7] Cfr. Idem, II, n.7 y 8.
[8] Cfr. Idem, II n.9-11.
[9] Cfr. Idem, III, 19.
[10] Cfr. Pacem in Terris, V, n.129 y 130.
[11] Cfr. Pablo VI, Ecclesiam Suam, B. n.53.
[12] Cfr. Juan Pablo II, Ut unum sint.
[13] Cfr. Idem, III, n79.
San Juan Bosco
Debemos acostumbrarnos a vivir siempre en la presencia de Dios, puesto que Él está presente en todo.
Un Santo tan popular, tan universalmente venerado, tan querido de todos. Un hombre tan grande, con una idea fija: ¡Señor, dame almas!... Almas, almas, sobre todo de niños y de jóvenes, para llevarlas a ti.
Al hablar de San Juan Bosco hay que empezar por su madre, la famosa mamá Margarita, porque la madre dejó impresa en Juan una huella indeleble, de mucha trascendencia en su vida y en su misión educadora. Margarita forma a su hijo en el temor santo de Dios, y le dice con gravedad:
- Dios nos ve; Dios está en todas partes; Dios es nuestro Padre, nuestro Redentor y nuestro Juez, que de todo nos tomará cuenta, que castigará a los que desobedecen sus leyes y mandatos, y premiará con largueza infinita a los que le aman y obedecen. Debemos acostumbrarnos a vivir siempre en la presencia de Dios, puesto que Él está presente en todo.
Esto dice una madre cristiana, tan amorosa pero tan seria, que sabe poner un fundamento indestructible. Juan aprende bien la lección, y ese temor de Dios será la base de su sistema educativo.
Pronto descubre el niño Juan, a sólo nueve años de edad, lo que va a ser su vida.
Tiene una visión extraordinaria. Contempla en una pradera a muchos niños que gesticulan, blasfeman, roban y se entregan a toda suerte de fechorías. Entonces él, Juan Bosco, se tira en medio de ellos, y empieza a repartir golpes y bastonazos furiosos... Hasta que le detiene el Señor, que se le aparece y le amonesta:
- ¡No; así no se hace! Ponte en medio de ellos, y enséñales lo feo que es el pecado y lo bella que es la vida cristiana.
Aparece también la Señora, que le muestra una manada de animales extraños y feroces, cambiados después en corderos juguetones y que balan amorosos, mientras la Señora le dice:
- ¡Mira lo que te espera! Hazte bien humilde, fuerte, bueno, y verás lo que vas a hacer.
Juan se echa a llorar. Pero sigue la Señora:
- Llegará un tiempo en que lo comprenderás todo.
Y desapareció la visión. En ella está encerrada la misión que le espera a Juan Bosco: Jesucristo y la Virgen le encomiendan la salvación de los niños y los jóvenes. En vez de ser unos maleantes y unos perdidos en la sociedad, como los animales aquellos, serán ciudadanos dignos y unos cristianos ejemplares, como corderitos mansos.
Ya sacerdote, Juan Bosco está en la sacristía y ve cómo el sacristán golpea sin compasión a un muchacho de quince años porque no sabe ayudar a Misa. Juan Bosco se enternece.
- Ven, muchacho. Vamos a rezar.
- Yo no sé rezar, Padre.
- No tengas miedo, ya lo harás conmigo.
Se arrodillan los dos, y rezan a la Virgen. Don Bosco le encarga:
- Vente aquí el domingo por la tarde.
Y allí que se presenta el chico con otros compañeros. ¡Nacía entonces en Turín la obra de los Ora-torios festivos, y con ella toda la obra inmensa de Don Bosco! Los Salesianos, las Hijas de María Auxiliadora... Y por doquier, oratorios, escuelas, templos de fuerte espiritualidad...
Nos hemos acostumbrado a pensar en un Don Bosco que pasa la vida riendo y haciendo reír. Pero hay que adentrarse en aquella alma de santo troquelada en la pobreza, el abandono y la comprensión de los principios del Oratorio, que era emigrante hasta que se asentó de manera estable. Los chicos le vieron por primera vez llorar. Y su madre, la clásica mamá Margarita, mujer santa de veras, aunque vivía feliz en el seno del hogar con su hijo José y sus nietecitos, abandona decidida todo para vivir en plenitud la pobreza y las angustias de su hijo Juan, el sacerdote de quien está tan orgullosa. La madre de Don Bosco es también la madre también de cientos y de miles de muchachos del Oratorio bendito.
¿Dónde está el secreto de Don Bosco? Está en su Sistema Preventivo, que se ha hecho famoso.
Al niño, al joven, hay que darle Religión, Temor santo de Dios, Sacramentos, Oración. Para cuando el demonio venga, llegará tarde.
Después, meter grandes convicciones en el niño y en el joven, para que actúen siempre con sentido de responsabilidad, por sí mismos, y no por miedo.
Y, finalmente, tratarlos con mucho amor. La familiaridad con ellos, les llevará al amor. El amor, les inspirará confianza. Con la confianza en el educador, se tiene todo ganado.
Así lo hacía Don Bosco. Su mejor alumno, Domingo Savio, que con sus quince años está en los altares, dirá: -Nosotros aquí hacemos consistir la santidad en mucha alegría.
En 1887, poco antes de morir, Don Bosco llega a Roma para inaugurar la Basílica del Sagrado Corazón, hasta quince veces interrumpe la Misa con el llanto. ¿Por qué llora?... Le han venido a la mente las palabras de la Virgen en aquella visión: -A su tiempo lo entenderás todo. Así es. Tantos niños y jóvenes como se hubieran perdido, son en sus oratorios y escuelas una gloria de la sociedad y de la Iglesia. ¡Miles y miles de jóvenes en camino de salvación!... Su sed de almas está saciada...
Don Bosco, San Juan Bosco, es uno de los hombres más providenciales suscitados por Dios en la Iglesia de nuestros días.
La doctrina cristiana se compendia en un rostro: “Jesucristo resucitado”
Discurso del Papa a la Congregación Pontificia
ENERO 30, 2020 19:36 ROSA DIE ALCOLEA PAPA Y SANTA SEDE
(zenit – 30 enero 2020).- La doctrina cristiana “no es un sistema rígido y cerrado en sí mismo, pero tampoco es una ideología que cambie con el paso de las estaciones” ha recordado el Papa Francisco a los participantes en la Plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, con quienes se ha encontrado esta mañana en el Vaticano.
La doctrina, ha continuado el Papa, “es una realidad dinámica que, permaneciendo fiel a su fundamento, se renueva de generación en generación y se compendia en un rostro, en un cuerpo y en un nombre: Jesucristo resucitado”.
En la audiencia, celebrada este jueves, 30 de enero de 2020, Francisco les ha agradecido por todo el trabajo que desempeñan “al servicio de la Iglesia universal, en ayuda del Obispo de Roma y de los obispos del mundo para promover y proteger la integridad de la doctrina católica sobre la fe y la moral”.
Sigue el discurso completo que el Santo Padre ha pronunciado en la audiencia:
Discurso del Santo Padre
Sres. cardenales, queridos hermanos en el episcopado y el sacerdocio, queridos hermanos y hermanas:
Os recibo con ocasión de vuestra asamblea plenaria. Agradezco al prefecto sus amables palabras; y os saludo a todos vosotros, superiores, funcionarios y miembros de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Os doy las gracias por todo el trabajo que desempeñáis al servicio de la Iglesia universal, en ayuda del Obispo de Roma y de los obispos del mundo para promover y proteger la integridad de la doctrina católica sobre la fe y la moral.
La doctrina cristiana no es un sistema rígido y cerrado en sí mismo, pero tampoco es una ideología que cambie con el paso de las estaciones; es una realidad dinámica que, permaneciendo fiel a su fundamento, se renueva de generación en generación y se compendia en un rostro, en un cuerpo y en un nombre: Jesucristo resucitado.
Gracias al Señor resucitado, la fe se abre de par en par a nuestro prójimo y a sus necesidades, desde las más pequeñas a las más grandes. Por lo tanto, la transmisión de la fe requiere que se tenga en cuenta a su destinatario, que se conozca y se ame concretamente. En esta perspectiva, es significativo vuestro compromiso de reflexionar, en el curso de esta plenaria, sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida.
El contexto sociocultural actual está erosionando progresivamente la conciencia de lo que hace que la vida humana sea preciosa. De hecho, la vida se valora cada vez más por su eficiencia y utilidad, hasta el punto de considerar como «vidas descartadas» o «vidas indignas» las que no se ajustan a este criterio. En esta situación de pérdida de los valores auténticos, se resquebrajan también los deberes inderogables de solidaridad y fraternidad humana y cristiana.
En realidad, una sociedad se merece la calificación de «civil» si desarrolla los anticuerpos contra la cultura del descarte; si reconoce el valor intangible de la vida humana; si la solidaridad se practica activamente y se salvaguarda como fundamento de la convivencia.
Cuando la enfermedad llama a la puerta de nuestra vida, aflora siempre en nosotros la necesidad de tener cerca a alguien que nos mire a los ojos, que nos tome de la mano, que manifieste su ternura y nos cuide, como el Buen Samaritano de la parábola evangélica. (cf. Mensaje para la XXVIII Jornada Mundial del Enfermo, 11 de febrero de 2020). El tema del cuidado de los enfermos, en las fases críticas y terminales de la vida, invoca la tarea de la Iglesia de reescribir la «gramática» de hacerse cargo y de cuidar de la persona que sufre. El ejemplo del Buen Samaritano enseña que es necesario convertir la mirada del corazón, porque muchas veces los que miran no ven. ¿Por qué? Porque falta compasión. Se me ocurre que, muchas veces, el Evangelio, al hablar de Jesús frente a una persona que sufre, dice: «se compadeció», «se compadeció»… Un estribillo de la persona de Jesús. Sin compasión, el que mira no se involucra en lo que observa y pasa de largo; en cambio, el que tiene un corazón compasivo se conmueve y se involucra, se detiene y se ocupa de lo que sucede.Alrededor de la persona enferma es necesario crear una verdadera plataforma humana de relaciones que, al tiempo que fomentan la atención médica, se abran a la esperanza, especialmente en aquellas situaciones límite en las que el dolor físico va acompañado de desamparo emotivo y angustia espiritual.
El enfoque relacional –y no meramente clínico– con el enfermo, considerado en la singularidad e integridad de su persona, impone el deber de no abandonar nunca a nadie en presencia de males incurables. La vida humana, por su destino eterno, conserva todo su valor y dignidad en cualquier condición, incluso de precariedad y fragilidad, y como tal es siempre digna de la más alta consideración. Santa Teresa de Calcuta, que vivió el estilo de la cercanía y del compartir, preservando hasta el final el reconocimiento y el respeto de la dignidad humana, y haciendo más humano el morir, decía: «Quien en el camino de la vida ha encendido incluso solo una luz en la hora oscura de alguien no ha vivido en vano». A este respecto, pienso en lo bien que funcionan los hospices para los cuidados paliativos, en los que los enfermos terminales son acompañados con un apoyo médico, psicológico y espiritual cualificado, para que puedan vivir con dignidad, confortados por la cercanía de sus seres queridos, la fase final de su vida terrenal. Espero que estos centros continúen siendo lugares donde se practique con compromiso la «terapia de la dignidad», alimentando así el amor y el respeto por la vida.
Aprecio, además, el estudio que habéis emprendido sobre la revisión de las normas de los delicta graviora reservados a vuestro dicasterio, contenidas en el Motu proprio Sacramentorum sanctitatis tutela de san Juan Pablo II. Vuestro esfuerzo va en la dirección adecuada de actualizar la normativa con miras a la mayor eficacia de los procedimientos, para que sea más ordenada y orgánica, a la luz de las nuevas situaciones y problemáticas del actual contexto sociocultural. Al mismo tiempo, os exhorto a continuar resueltamente en esta tarea, para dar una contribución válida en un ámbito en el que la Iglesia está directamente implicada, a proceder con rigor y transparencia en la salvaguarda de la santidad de los sacramentos y de la dignidad humana violada, especialmente la de los pequeños.
Por último, me congratulo por la reciente publicación del documento preparado por la Pontificia Comisión Bíblica sobre los temas fundamentales de la antropología bíblica que profundiza una visión global del proyecto divino, comenzado con la creación y que encuentra su cumplimiento en Cristo, el Hombre Nuevo, que constituye “la clave, el centro y el fin de toda la historia humana” (Conc. Ecum. Vat. II, Constitución Pastoral Gaudium et Spes, 10).
Os agradezco a todos, miembros y colaboradores de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el precioso servicio que prestáis. Invoco sobre vosotros la abundancia de las bendiciones del Señor; y os pido, por favor, que recéis por mí. ¡Gracias!
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ENERO 30, 2020 19:36 PAPA Y SANTA SEDE