Fiesta de la Presentación del Señor

Fiesta de la Presentación del Señor

Fiesta litúrgica, 2 de febrero

Martirologio Romano: Fiesta de la Presentación del Señor, llamada Hypapante por los griegos: Cuarenta días después de Navidad, Jesús fue conducido al Templo por María y José, y lo que podía aparecer como cumplimiento de la ley mosaica era realmente su encuentro con el pueblo creyente y gozoso, manifestándose como luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo Israel.

Breve Reseña

Para cumplir la ley, María fue al Templo de Jerusalén, a los cuarenta días del nacimiento de Jesús

Esta fiesta ya se celebraba en Jerusalén en el siglo IV.

La festividad de hoy, de la que tenemos el primer testimonio en el siglo IV en Jerusalén, se llamaba hasta la última reforma del calendario, fiesta de la Purificación de la Virgen María, en recuerdo del episodio de la Sagrada Familia, que nos narra San Lucas en el capitulo 2 de su Evangelio.

Para cumplir la ley, María fue al Templo de Jerusalén, a los cuarenta días del nacimiento de Jesús, para ofrecer su primogénito y cumplir el rito legal de su purificación. La reforma litúrgica de 1960 y 1969 restituyó a la celebración el título de “presentación del Señor” que tenía al principio: la oferta de Jesús al Padre, en el Templo de Jerusalén, es un preludio de su oferta sacrifical sobre la cruz.

Este acto de obediencia a un rito legal, al que no estaban obligados ni Jesús ni María, constituye una lección de humildad, como coronación de la meditación anual sobre el gran misterio navideño, en el que el Hijo de Dios y su divina Madre se nos presentan en el cuadro conmovedor y doloroso del pesebre, esto es, en la extrema pobreza de los pobres, de los perseguidos, de los desterrados.

El encuentro del Señor con Simeón y Ana en el Templo acentúa el aspecto sacrifical de la celebración y la comunión personal de María con el sacrificio de Cristo, pues cuarenta días después de su divina maternidad la profecía de Simeón le hace vislumbrar las perspectivas de su sufrimiento: “Una espada te atravesará el alma”: María, gracias a su íntima unión con la persona de Cristo, queda asociada al sacrificio del Hijo. No maravilla, por tanto, que a la fiesta de hoy se le haya dada en otro tiempo mucha importancia, tanto que el emperador Justiniano decretó el 2 de febrero día festivo en todo el imperio de Oriente.

Roma adoptó la festividad a mediados del siglo VII, y el Papa Sergio I (687-701) instituyó la más antigua de las procesiones penitenciales romanas, que salía de la iglesia de San Adriano y terminaba en Santa María Mayor. El rito de la bendición de los cirios, del que ya se tiene testimonio en el siglo X, se inspire en las palabras de Simeón: “Mis ojos han visto tu salvación, que has preparado ante la faz de todos los pueblos, luz para iluminar a las naciones”. Y de este rito significativo viene también el nombre popular de esta fiesta: la así llamada fiesta de la “candelaria”.

La promesa de Dios...

Santo Evangelio según san Lucas 2, 22-40. Domingo de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Creo Señor, pero aumenta mi fe; confió en ti Señor, fortalece mi esperanza; te amo Señor, ayúdame a amarte cada vez más. Haz Señor que viva y muera en tu santa presencia; que duerma y me levante siempre en tu santa Voluntad.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-40

Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.

Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:

“Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”.

El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Ana se acercó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Una vez que José y María cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Dios, por el amor que le tenía al hombre, prometió enviarle un Salvador que le libraría de la esclavitud del pecado. Así pues, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo unigénito, Jesucristo, para que Él iluminara a aquellos que habitaban en tinieblas, les anunciara la salvación y les alcanzara la redención mediante su muerte y resurrección.

La “luz que alumbra a las naciones” (Lucas 2, 32), es la misma luz que emana del corazón de Cristo, que por el inmenso amor que nos tiene, ilumina nuestras vidas, para que nos veamos libres de toda oscuridad y esclavitud que nos viene del pecado y podamos caminar de su mano al puerto seguro de la salvación.

Podríamos considerar nuestra vida como un caminar hacia Dios; caminar que requiere un esfuerzo constante y consciente de una meta deseada: el cielo; con una motivación clara: el amor de Dios; y una entrega generosa de mi día a día, confiando en su Divina Providencia, que me ama y conoce qué es lo mejor para mí y para mi salvación.

Como a Simeón y Ana, el Señor quiere manifestarnos a través de Jesucristo su amor insondable y misericordia eterna. Dejémonos guiar pues por su espíritu divino que santifica a todo aquel que lo busca con sincero corazón.

«En el templo sucede también otro encuentro, el de dos parejas: por una parte, los jóvenes María y José, por otra, los ancianos Simeón y Ana. Los ancianos reciben de los jóvenes, y los jóvenes de los ancianos. María y José encuentran en el templo las raíces del pueblo, y esto es importante, porque la promesa de Dios no se realiza individualmente y de una sola vez, sino juntos y a lo largo de la historia. Y encuentran también las raíces de la fe, porque la fe no es una noción que se aprende en un libro, sino el arte de vivir con Dios, que se consigue por la experiencia de quien nos ha precedido en el camino».

(Homilía del Papa Francisco, 2 de febrero de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

En este día de la vida religiosa, pide al Señor para que nos conceda vocaciones santas, que estén dispuestas a transparentar el amor y la luz de su corazón; pide también por todos aquellos religiosos que más lo necesiten en este momento.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Reflexión de Mons. Enrique Díaz en audio

Purificación y verdad

Romper con cualquier suciedad, cualquier prejuicio, cualquier pecado, que impide abrirnos a la verdad

¿Por qué no todos llegan a la verdad? ¿Por qué nosotros mismos caemos en el error, en la mentira, o vivimos asediados por las dudas? ¿Por qué hay tantos temas en los que se suceden una y otra vez las discusiones?

La explicación no es fácil. Las causas de las dudas y de los errores son muchas. Pero en el mundo antiguo vislumbraron ya un camino que permite avanzar hacia la verdad: la purificación.

Porque el ojo no puede ver si está dañado por la oscuridad. Porque la mente no puede pensar bien si está desorientada por las pasiones o por los prejuicios. Porque el corazón no se compromete en el camino hacia la verdad si se deja arrastrar por los caprichos del momento. Porque nos falta libertad interior si estamos atados por cadenas del mundo en el que vivimos.

Purificar significa romper con cualquier suciedad, cualquier prejuicio, cualquier pecado, que impide abrirnos a la verdad.

¿Es posible alcanzar esa purificación? Para la fe cristiana, sí, porque Dios mismo vino a curar, a sanar, a limpiar, a robustecer, a levantar, a guiarnos hacia la luz, hacia el amor, hacia el bien, hacia la belleza.

Desde la acción de Cristo, limpiados de la “vieja levadura” (cf. 1Cor 5,6-9), unidos a la vid que vivifica (cf. Jn 15,1-8), estamos en condiciones de ver mucho más lejos, de ver mejor, de descubrir horizontes de verdad que unen, que alegran, que salvan.

El día del bautismo recibimos vestiduras blancas, limpias, nuevas. La pureza dominaba nuestras vidas. Si el pecado empañó nuestro cristal, si hirió la armonía de los corazones, la confesión puede purificarnos, puede lavarnos de nuevo, puede redimirnos.

Vivir en la verdad: no hay otro camino para llegar a consensos buenos, a sociedades sanas, a familias unidas. Desde la purificación interior, lejos de las tinieblas del pecado (soberbia, avaricia, lujuria, pereza, rencor, y un largo etcétera) podremos avanzar, poco a poco, hacia quien es Camino, Vida y Verdad eterna, podremos ver, como los limpios y puros de corazón, a Dios (cf. Mt 5,8).

El enfermo no es un número: es una persona que necesita humanidad

El Papa al Grupo Villa María care and research. 1 de febrero de 2020

Al dar su cordial bienvenida a los casi doscientos cincuenta representantes del Grupo Villa María – médicos, enfermeras, personal administrativo y gerentes – el Santo Padre agradeció ante todo a su Presidente las palabras que le había dirigido en nombre de los presentes. Y tras escuchar la ilustración de los objetivos e intenciones que animan la vida de este Grupo, activo desde hace cuarenta años en el sector de la sanidad y al servicio de la salud de las personas, el Papa se congratuló en su discurso por el dinamismo que los ha llevado a extender su actividad, además de a Italia, a otros países, y siempre al servicio de la vida humana marcada por la enfermedad.

Por esta razón Francisco los animó a perseverar “con dedicación en las obras que han emprendido”, y les manifestó su esperanza a fin de que “sus estructuras, lugares de sufrimiento pero también de esperanza y de experiencia humana y espiritual, estén cada vez más marcadas por la solidaridad y el cuidado de la persona enferma”.

Una nueva cultura
El Papa puso de manifestó que la evolución tecnológica y los propios cambios de naturaleza social, económica y política han modificado el tejido sobre el que descansa la vida de los hospitales y las estructuras de atención de la salud. Y les recordó que “de ahí la necesidad de una nueva cultura, especialmente en la preparación técnica y moral de los trabajadores de la salud a todos los niveles”.

En esta perspectiva, el Santo Padre les dijo que es importante lo que el Grupo Villa María ha realizado hasta ahora para satisfacer las necesidades de los pacientes y sus familias, que a veces se ven obligados a emigrar a centros especializados lejos de su propio territorio. Sin embargo, el compromiso de ampliar el ámbito de actuación con la adquisición o creación de nuevas estructuras y la ampliación de las infraestructuras – prosiguió  Francisco – “muestra la voluntad de asegurar el equipamiento y el confort necesarios para los enfermos y su recuperación”.

“Es de esperar que los lugares de atención sean cada vez más casas de acogida y de confort, donde el enfermo encuentre amistad, comprensión, gentileza y caridad”.

El enfermo no es un número: es una persona que necesita  humanidad. En este sentido, es necesario estimular la colaboración de todos, para salir al encuentro de las necesidades de los enfermos con espíritu de servicio y actitud de generosidad y sensibilidad. Esto no es fácil, porque el enfermo se encuentra mal, y pierde la paciencia y está "fuera de sí" muchas veces.

Espíritu de servicio y actitud de generosidad
En este sentido, es necesario estimular la colaboración de todos, para atender las necesidades de los enfermos con espíritu de servicio y actitud de generosidad y sensibilidad. Para lograr estos objetivos, es necesario no dejarse absorber por los "sistemas" que sólo apuntan al componente económico-financiero, sino actuar un estilo de proximidad a la persona, para poder asistirla con calor humano frente a  las ansiedades que la afectan en los momentos más críticos de la enfermedad. De esta manera se contribuye concretamente a humanizar la medicina y la realidad hospitalaria y sanitaria.

He dicho una palabra: proximidad. No debemos olvidarla. La proximidad también es – digamos así – el método que Dios usó para salvarnos. Ya al pueblo judío le dijo: "Dime, ¿qué gente tiene a sus dioses tan cercanos, tan próximos como tú me tienes a mí?". El Dios de la proximidad se hizo próximo en Jesucristo: uno de nosotros.

“La proximidad es la clave de la humanidad y del cristianismo”.

Seguir a Jesús en la atención al otro
El Papa también destacó que quienes se reconocen en la fe cristiana están llamados a realizar su servicio según el espíritu de las palabras de Jesús: "Todo lo que han hecho a uno solo de estos, mis hermanos más pequeños, me lo han hecho a mí". Y les dijo que ahí está la base evangélica del servicio a los demás. De manera que los enfermos y los que sufren se convierten para los que tienen fe en signos vivos de la presencia de Cristo, el Hijo de Dios, que vino para sanar y curar, asumiendo sobre sí nuestra fragilidad, nuestra debilidad.

“Cuidar del hermano que sufre significará, en este sentido, hacer sitio al Señor”.

El hombre que sufre
Además el Papa afirmó que de los lugares de curación y de dolor también viene un mensaje para la vida de todos; una gran lección que ninguna otra cátedra puede impartir, y es que “el hombre que sufre, de hecho, comprende más la necesidad y el valor del don divino de la redención y de la fe, y también ayuda a los que están cerca de él a apreciar y buscar este don”.

Cercanía del Papa a los enfermos
Por último, y después de expresar su cercanía a los enfermos y a las personas que se encuentran ingresadas en sus estructuras, Francisco les dijo que se unía a todos ellos en su expectativa de curación, compartiendo espiritualmente su prueba y esperando que pronto termine, para que todos puedan volver a su hogar y a su familia lo antes posible.

“Para ellos invoco del Señor los dones de la paciencia y la confianza, junto con tanta fuerza de resistencia, para ser siempre dóciles a la voluntad de Dios, confiando en su bondad paterna y providente”.

María, salud de los enfermos
Y a todos ellos, a quienes llamó “queridos amigos”, el Santo Padre les renovó su aprecio por su servicio a los enfermos, a la vez que encomendó su trabajo a la intercesión maternal de la Virgen María Salus infirmorum, mientras de corazón les impartió su bendición apostólica y les pidió, por favor, que no se olviden de rezar por él.

La presentación del Señor en el templo

La presentación del Señor y la purificación de la Virgen María en el Templo

A los cuarenta días de su nacimiento, siguiendo lo prescrito por la ley mosaica, Jesús fue presentado en el Templo, al mismo tiempo que su Madre realizaba la ceremonia de su purificación. Es por tanto una fiesta tanto del Señor como de su Madre. Se celebraba ya en Jerusalén a finales del siglo IV. Desde allí se extendió a Oriente y a Occidente.

Una de las fiestas más antiguas

Es una de las fiestas más antiguas. El "Itinerarium" de Eteria (390) habla de esta fiesta con el nombre genérico de "Quadragésima de Epiphanía". La fecha de la celebración no era el 2, sino el 14 de febrero, es decir 40 días después de la Epifanía. Después pasó a celebrarse el 2, por ser a los cuarenta dias de la Navidad, 25 de diciembre. En el siglo V se empezaron a usar las velas para subrayar las palabras del Cántico de Simeón, "Luz para alumbrar a las naciones", y darle mayor colorido ala celebración.

A esta fiesta se le llamó de la Purificación de María, recordando la prescripción de Moisés, que leemos en levítico 12, 1-8. Con el Concilio Vaticano II se le cambió de nombre, poniendo al centro del acontecimiento al Niño Dios, que es presentado al Templo, conforme a la prescripción que leemos en Ex 13, 1-12. El Evangelio de San Lucas (2, 22-38) funde dos prescripciones legales distintas, ya citadas arriba, que se refieren a la purificación de la Madre y a la consagración del primogénito.

En esta celebración la Iglesia da mayor realce al ofrecimiento que María y José hacen de Jesús. Ellos reconocen que este niño es propiedad de Dios y salvación para todos los pueblos. La presencia profética de Simeón y Ana es ejemplo de vida consagrada a Dios y de anuncio del misterio de salvación.

La bendición de las velas es un símbolo de la luz de Cristo que los asistentes se llevan consigo. Prender estas velas o veladoras en algunos momentos particulares de la vida, no tiene que interpretarse como un fenómeno mágico, sino como un ponerse simbólicamente ante la luz de Cristo que disipa las tinieblas del pecado y de la muerte.

"Una espada traspasará tu alma"

Una vez cumplido el rito de ofrecer los cinco siclos legales después de la ceremonia de la purificación, la Sagrada Familia estaba dispuesta para salir del templo cuando se realizó el prodigio del encuentro con Simeón, primero, y con la anciana Ana, después.

San Lucas nos cuenta con riqueza de detalles aquel encuentro: "Ahora, Señor, ya puedes dejar irse en paz a tu siervo, porque han visto mis ojos al Salvador... al que viene a ser luz para las gentes y gloria de tu pueblo Israel..." Y le dijo a la Madre: "Mira, que este Niño está puesto para caída y levantamiento para muchos en Israel... Y tu propia alma la traspasará una espada...".

Contraste de la vida. El mismo Jesús está llamado para ser: Luz y gloria y a la vez escándalo y roca dura contra la que muchos se estrellarán. ¡Pobre María, la espada que desde entonces atravesó su Corazón! . . .
Bien podemos hoy cantar como la Iglesia lo hace en Laudes: "Iglesia santa, esposa bella, sal al encuentro del Señor, adorna y limpia tu morada y recibe a tu Salvador...".

Novena a Nuestra Señora de Lourdes

Oraciones para cada día de la novena, la puedes hacer tantas veces desees, de manera especial los días previos a la festividad (2 al 10 de febrero).

Tiempo atrás apenas era conocida en el mundo una población situada en la falda de los Pirineos; nadie la nombraba, permaneciendo en la oscuridad del olvido y entre las nieves que coronan sus montañas.

Pero ¡qué cambio más asombroso se ha verificado! Hoy su nombre corre de boca en boca, ha traspasado los montes, ha salvado las distancias, y es pronunciado con entusiasmo y amor en América como en Europa, en Africa como en Asia, y en la dilatada Oceanía, y singularmente en Filipinas. ¿Qué prodigio se ha obrado?

Era el once de febrero de mil ochocientos cincuenta y ocho, cuando una sencilla y humilde niña, por nombre Bernardita, al intentar pasar el Gave que corre al oeste de Lourdes para recoger, como su hermana María y otra amiga de ésta, un poco de leña, entre las sinuosidades de las rocas de Massabielle, oyó un ruido como de suave brisa, que lentamente agitaba las ramas de los árboles. Levanta su vista, y sus ojos no distinguen objeto alguno; se reproduce la agitación en las ramas y vuelve a mirar; a sus ojos aparece entonces una visión celestial. Una Señora rodeada de una claridad que brilla más que el sol, pero que ni daña ni ofusca como éste, sino que por el contrario atrae y admira; una Señora de incomparable hermosura, cubierta con un velo blanquísimo, mas que la nieve que se halla en la cima de las próximas colinas, y ceñida con un cinturón azul. Los pies de tan admirable hermosura descansan en la roca, rozando ligeramente el ramaje de un rosal silvestre, dejando ver sobre cada uno de ellos una rosa de oro. Sus manos cruzadas tenían un rosario, cuyas cuentas de alabastro, engarzadas con cadena de oro, se deslizaban entre sus dedos, guardando, sin embargo, un silencio misterioso. Los ojos de la excelsa Señora se habían fijado llenos de benignidad en la niña, que se hallaba asombrada, extasiada y como fuera de sí. Aquella hizo la señal de la cruz, y la niña entonces tomando su rosario, empezó a rezarlo, durando la visión celestial hasta que lo terminó; y concluido, la celestial Aparición volvió a la eterna morada, de donde había venido, dejando en pos de sí un rayo luminoso, que al poco tiempo también se desvaneció.

Hoy iniciamos la novena a la Hermosa Señora, nuestra Madre Santísima de Lourdes.

ORACIÓN INICIAL PARA CADA DÍA

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, creador y redentor mío, por ser Vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, a mí me pesa de todo corazón haberos ofendido, y propongo firmemente nunca más pecar, confesarme, cumplir la penitencia que me fuere impuesta y apartarme de todas las ocasiones de ofenderos. Os ofrezco mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados; y confío en vuestra bondad y misericordia infinita me los perdonaréis por los méritos de vuestra preciosísima sangre, pasión y muerte, y me daréis gracia para enmendarme y para perseverar en vuestro santo servicio hasta el fin de mi vida. Amén.

Rezar la oración del día correspondiente (Ver abajo)

ORACIÓN FINAL PARA CADA DÍA

Bajo vuestro amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no despreciáis nuestras súplicas en las necesidades, sino libradnos de todos los peligros, ¡oh siempre Virgen gloriosa y bendita!

Ruega por nosotros, ¡oh Virgen de Lourdes!
R. Para que seamos dignos de las promesas de Jesucristo.

¡Oh Dios eterno y compasivo! Concédenos la gracia de vivir santa y cristianamente, venerando a la Virgen Santísima de Lourdes, para que seamos dignos de su intercesión en la vida y en la hora de la muerte Por Cristo Nuestro Señor. Amén.    

DÍA PRIMERO

Por la señal… Señor mío Jesucristo…

ORACIÓN. Reina Inmaculada que, apareciendo personalmente cual majestuosa Señora en la gruta de Lourdes, honrasteis con vuestra benigna mirada y con la comunicación de vuestros secretos a la pobre y enfermiza Bernardita, tanto menos estimada de los hombres por la falta de toda cultura, cuanto más acepta a Vos por el candor de su inocencia y el fervor de su devoción; obtened para nosotros la gracia de que, poniendo siempre nuestra gloria en hacernos gratos al Señor con una vida enteramente conforme a nuestros deberes, nos hagamos al mismo tiempo merecedores siempre de vuestras especiales bendiciones. Amén

Tres Avemarías y un Gloria. Pedir la gracia que se desea obtener con esta novena. Terminar con la oración final para todos los días.

DÍA SEGUNDO

Por la señal… Señor mío Jesucristo…

ORACIÓN. ¡Oh Virgen de Lourdes, escogida por Dios para ser Madre de Jesús, Tesorera de las divinas gracias, refugio y abogada de los pecadores! Postrado humildemente a vuestros pies os suplico seáis mi guía y salud en este valle de lágrimas, porque nada puedo ni debo hacer sin Vos. Alcanzadme de vuestro divino hijo el perdón de mis pecados, la perseverancia en el bien y la salvación de mi alma, para ser eternamente feliz y dichoso en vuestra dulce compañía en las mansiones da la gloria. Amén.

Tres Avemarías y un Gloria. Pedir la gracia que se desea obtener con esta novena. Terminar con la oración final para todos los días.

DÍA TERCERO

Por la señal… Señor mío Jesucristo…

ORACIÓN. ¡Oh Virgen de Lourdes y Madre mía, vida y esperanza de los huérfanos, áncora de los náufragos, salud de los enfermos y consuelo de los que agonizan y mueren! ¡Oh Madre mía! Después de Dios, Tú eres y serás. mi única esperanza en las tentaciones y peligros, en la vida y en la hora de mi muerte. No me dejes, ¡oh María! Amén.

Tres Avemarías y un Gloria. Pedir la gracia que se desea obtener con esta novena. Terminar con la oración final para todos los días.

DÍA CUARTO

Por la señal… Señor mío Jesucristo…

ORACIÓN. ¡Oh Virgen purísima de Lourdes, vida de mi alma, alivio de mis penas, suavidad y dulzura de mis aflicciones! A las puertas de vuestro corazón, ¡oh Madre mía!, llama este pecador enfermo, cuyo dolor, en este momento, es tan grande como sus pecados; compadeceos de él, no le desechéis, miradle con ojos de compasión. Sanadle, como Jesús a los leprosos. Curadme para que alabe a Dios eternamente. Amén.

Tres Avemarías y un Gloria. Pedir la gracia que se desea obtener con esta novena. Terminar con la oración final para todos los días.

DÍA QUINTO

Por la señal… Señor mío Jesucristo…

ORACIÓN. ¡Oh Virgen de Lourdes y Reina de los ángeles, en cuyos ojos centellea la fe que abrasa vuestro espíritu! Enseñadme a creer; pero a creer obrando, porque la fe sin obras es muerta; y llenos de creyentes, que no obraron conforme a sus creencias, están los calabozos del infierno. Ayudadme a creer la palabra divina y a obrar como Dios y la Iglesia me mandan creer y obrar; pues la fe es luz y antorcha que ilumina mi alma y la conduce por la senda de la eterna bienaventuranza. Amén.

Tres Avemarías y un Gloria. Pedir la gracia que se desea obtener con esta novena. Terminar con la oración final para todos los días.

DÍA SEXTO

Por la señal… Señor mío Jesucristo…

ORACIÓN. ¡Oh Virgen de Lourdes y Virgen de las vírgenes, azucena candidísima, tórtola inmaculada, paloma sin hiel! Vos, que fuisteis concebida sin pecado; Vos, que tanto amáis la castidad y tanto queréis a vuestros hijos, tened compasión de mí y libradme de esta ponzoñosa concupiscencia que me sumerge en un mar de pecados. Alcanzadme de vuestro Hijo la gracia de la castidad para vivir en la tierra como los ángeles del cielo. Amén.

Tres Avemarías y un Gloria. Pedir la gracia que se desea obtener con esta novena. Terminar con la oración final para todos los días.

DÍA SÉPTIMO

Por la señal… Señor mío Jesucristo…

ORACIÓN.

¡Oh Virgen de Lourdes y soberana Emperatriz de los cielos, que, por amor a la pobreza, os sujetasteis a todas las privaciones y escaseces de los pobres de espíritu!, enseñadme a despreciar las demasías y regalos, e inspiradme amor y compasión a los pobres para conseguir con la limosna el reino de los cielos. Amén.

Tres Avemarías y un Gloria. Pedir la gracia que se desea obtener con esta novena. Terminar con la oración final para todos los días.

DÍA OCTAVO

Por la señal… Señor mío Jesucristo…

ORACIÓN. ¡Oh Virgen de Lourdes, ejemplar sublime de obediencia, que hacíéndoos esclava del Señor y humillándoos hasta vivir sin propia voluntad, merecisteis os llamasen bendita todas las generaciones! Enseñadme y ayudadme, como a la niña Bernardita, a ser obediente hasta la muerte, porque la obediencia es mejor que los sacrificios, y el que sigue obedeciendo a Dios conseguirá llegar hasta el cielo. Amén.

Tres Avemarías y un Gloria. Pedir la gracia que se desea obtener con esta novena. Terminar con la oración final para todos los días.

DÍA NOVENO

Por la señal… Señor mío Jesucristo…

ORACIÓN. ¡Oh Virgen de Lourdes, Reina de los mártires y consuelo de los afligidos! Por la heroica paciencia que resplandeció en todos los actos de vuestra vida mortal, desde Belén al Calvario, desde la Profecía de Simeón hasta que os arrancaron de los brazos el cadáver ensangrentado de vuestro divino Hijo, tened misericordia de mí y ayudadme a sobrellevar con cristiana resignación el peso de las cruces que el Señor tenga a bien enviarme, para labrar mi eterna felicidad en la gloria y vivir en vuestra dulce compañía por todos los siglos. Amén.

Tres Avemarías y un Gloria. Pedir la gracia que se desea obtener con esta novena. Terminar con la oración final para todos los días.

Misa de la Presentación» El secreto de la vida consagrada y de una vejez colmada»

«Si no miramos al Señor cada día, nos volvemos ciegos»

FEBRERO 02, 2020 10:08 REDACCIÓNPAPA Y SANTA SEDE

(ZENIT – 2 febrero 2020).- El Papa Francisco indica el «secreto» de la vida consagrada y la vejez plena, en su homilía para la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén, Día Mundial de la Vida Consagrada, en la tarde del 1 de febrero de 2020, en Basílica de San Pedro

El Papa invitó a ver qué hacen el viejo Simeón y la profetisa Ana, según el relato del Evangelio de San Lucas (Lc 2, 22-40).

El Papa sugirió esta gracia para pedir: “Para tener una visión justa de la vida, pidamos saber cómo ver la gracia de Dios para nosotros, como Simeón».

AB

A continuación ofrecemos la homilía del Papa Francisco completa:

***

Homilía del Papa Francisco

«Mis ojos han visto a tu Salvador» (Lc 2,30). Son las palabras de Simeón, que el Evangelio presenta como un hombre sencillo: un «hombre justo y piadoso», dice el texto (v. 25). Pero entre todos los hombres que aquel día estaban en el templo, sólo él vio en Jesús al Salvador. ¿Qué es lo que vio? Un niño, simplemente un niño pequeño y frágil. Pero allí vio la salvación, porque el Espíritu Santo le hizo reconocer en aquel tierno recién nacido «al Mesías del Señor» (v. 26). Tomándolo entre sus brazos percibió, en la fe, que en Él Dios llevaba a cumplimiento sus promesas. Y entonces, Simeón podía irse en paz: había visto la gracia que vale más que la vida (cf. Sal 63,4), y no esperaba nada más.

También vosotros, queridos hermanos y hermanas consagrados, sois hombres y mujeres sencillos que habéis visto el tesoro que vale más que todas las riquezas del mundo. Por eso habéis dejado cosas preciosas, como los bienes, como formar una familia. ¿Por qué lo habéis hecho? Porque os habéis enamorado de Jesús, habéis visto todo en Él y, cautivados por su mirada, habéis dejado lo demás. La vida consagrada es esta visión. Es ver lo que es importante en la vida. Es acoger el don del Señor con los brazos abiertos, como hizo Simeón. Eso es lo que ven los ojos de los consagrados: la gracia de Dios que se derrama en sus manos. El consagrado es aquel que cada día se mira y dice: “Todo es don, todo es gracia”. Queridos hermanos y hermanas: No hemos merecido la vida religiosa, es un don de amor que hemos recibido.

Mis ojos han visto a tu Salvador. Son las palabras que repetimos cada noche en Completas. Con ellas concluimos la jornada diciendo: “Señor, mi Salvador eres Tú, mis manos no están vacías, sino llenas de tu gracia”.

El punto de partida es saber ver la gracia. Mirar hacia atrás, releer la propia historia y ver el don fiel de Dios: no sólo en los grandes momentos de la vida, sino también en las fragilidades, en las debilidades, en las miserias. El tentador, el diablo insiste precisamente en nuestras miserias, en nuestras manos vacías: “En tantos años no mejoraste, no hiciste lo que podías, no te dejaron hacer aquello para lo que valías, no fuiste siempre fiel, no fuiste capaz…” y así sucesivamente. Cada uno de nosotros conoce bien esta historia, estas palabras. Nosotros vemos que eso, en parte, es verdad, y vamos detrás de pensamientos y sentimientos que nos desorientan. Y corremos el riesgo de perder la brújula, que es la gratuidad de Dios. Porque Dios siempre nos ama y se nos da, incluso en nuestras miserias. San Jerónimo daba tantas cosas al Señor y el Señor le pedía cada vez más. Él le ha dicho: “Pero, Señor, ya te he dado todo, todo, ¿qué me falta?” —“tus pecados, tus miserias, dame tus miserias”. Cuando tenemos la mirada fija en Él, nos abrimos al perdón que nos renueva y somos confirmados por su fidelidad. Hoy podemos preguntarnos: “Yo, ¿hacia quién oriento mi mirada: hacia el Señor o hacia mí mismo?”. Quien sabe ver ante todo la gracia de Dios descubre el antídoto contra la desconfianza y la mirada mundana.

Porque sobre la vida religiosa se cierne esta tentación: tener una mirada mundana. Es la mirada que no ve más la gracia de Dios como protagonista de la vida y va en busca de cualquier sucedáneo: un poco de éxito, un consuelo afectivo, hacer finalmente lo que quiero. Pero la vida consagrada, cuando no gira más en torno a la gracia de Dios, se repliega en el yo. Pierde impulso, se acomoda, se estanca. Y sabemos qué sucede: se reclaman los propios espacios y los propios derechos, uno se deja arrastrar por habladurías y malicias, se irrita por cada pequeña cosa que no funciona y se entonan las letanías del lamento —las quejas, “el padre quejas”, “la hermana quejas”—: sobre los hermanos, las hermanas, la comunidad, la Iglesia, la sociedad. No se ve más al Señor en cada cosa, sino sólo al mundo con sus dinámicas, y el corazón se entumece. Así uno se vuelve rutinario y pragmático, mientras dentro aumentan la tristeza y la desconfianza, que acaban en resignación. Esto es a lo que lleva la mirada mundana. La gran Teresa decía a sus monjas: “ay de la monja que repite ‘me han hecho una injusticia’, ay”.

Para tener la mirada justa sobre la vida, pidamos saber ver la gracia que Dios nos da a nosotros, como Simeón. El Evangelio repite tres veces que él tenía familiaridad con el Espíritu Santo, que estaba con él, lo inspiraba, lo movía (cf. vv. 25-27). Tenía familiaridad con el Espíritu Santo, con el amor de Dios. La vida consagrada, si se conserva en el amor del Señor, ve la belleza. Ve que la pobreza no es un esfuerzo titánico, sino una libertad superior, que nos regala a Dios y a los demás como las verdaderas riquezas. Ve que la castidad no es una esterilidad austera, sino el camino para amar sin poseer. Ve que la obediencia no es disciplina, sino la victoria sobre nuestra anarquía, al estilo de Jesús. En una de las zonas que sufrieron el terremoto en Italia —hablando de pobreza y de vida comunitaria— un monasterio benedictino había quedado completamente destruido y otro monasterio invitó a las monjas a trasladarse al suyo. Pero se han quedado poco tiempo allí: no eran felices, pensaban en lugar que habían dejado, en la gente de allí. Y al final han decidido volverse y hacer el monasterio en dos caravanas. En vez de estar en un gran monasterio, cómodas, estaban como las pulgas, allí, todas juntas, pero felices en la pobreza. Esto ha sucedido en este último año. Una cosa hermosa.

Mis ojos han visto a tu Salvador. Simeón ve a Jesús pequeño, humilde, que ha venido para servir y no para ser servido, y se define a sí mismo como siervo. Dice, en efecto: «Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz» (v. 29). Quien tiene la mirada en Jesús aprende a vivir para servir. No espera que comiencen los demás, sino que sale a buscar al prójimo, como Simeón que buscaba a Jesús en el templo. En la vida consagrada, ¿dónde se encuentra al prójimo? Esta es la pregunta: ¿Dónde se encuentra el prójimo? En primer lugar, en la propia comunidad. Hay que pedir la gracia de saber buscar a Jesús en los hermanos y en las hermanas que hemos recibido. Es allí donde se comienza a poner en práctica la caridad: en el lugar donde vives, acogiendo a los hermanos y hermanas con sus propias pobrezas, como Simeón acogió a Jesús sencillo y pobre. Hoy, muchos ven en los demás sólo obstáculos y complicaciones. Se necesitan miradas que busquen al prójimo, que acerquen al que está lejos. Los religiosos y las religiosas, hombres y mujeres que viven para imitar a Jesús, están llamados a introducir en el mundo su misma mirada, la mirada de la compasión, la mirada que va en busca de los alejados; que no condena, sino que anima, libera, consuela, la mirada de la compasión. Es ese estribillo del Evangelio, que hablando de Jesús repite frecuentemente: “se compadeció”. Es Jesús que se inclina hacia cada uno de nosotros.

Mis ojos han visto a tu Salvador. Los ojos de Simeón han visto la salvación porque la aguardaban (cf. v. 25). Eran ojos que aguardaban, que esperaban. Buscaban la luz y vieron la luz de las naciones (cf. v. 32). Eran ojos envejecidos, pero encendidos de esperanza. La mirada de los consagrados no puede ser más que una mirada de esperanza. Saber esperar. Mirando alrededor, es fácil perder la esperanza: las cosas que no van, la disminución de las vocaciones… Otra vez se cierne la tentación de la mirada mundana, que anula la esperanza. Pero miremos al Evangelio y veamos a Simeón y Ana: eran ancianos, estaban solos y, sin embargo, no habían perdido la esperanza, porque estaban en contacto con el Señor. Ana «no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día» (v. 37). Este es el secreto: no apartarse del Señor, fuente de la esperanza. Si no miramos cada día al Señor, si no lo adoramos, nos volvemos ciegos. Adorar al Señor.

Queridos hermanos y hermanas: Demos gracias a Dios por el don de la vida consagrada y pidamos una mirada nueva, que sabe ver la gracia, que sabe buscar al prójimo, que sabe esperar. Entonces, también nuestros ojos verán al Salvador.

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FEBRERO 02, 2020 10:08 PAPA Y SANTA SEDE

El Papa en el Ángelus: “Movimiento y asombro, actitudes para servir a los hermanos”

ALBERTO PIZZOLI/AFP/East News 

Vatican Media | Feb 02, 2020

Alocución del Santo Padre antes de rezar la oración mariana del Ángelus de este primer domingo de febrero, Fiesta de la Presentación del Señor y XXIV Jornada Mundial de la Vida Consagrada

“Que la Virgen María nos ayude a contemplar cada día en Jesús el Don de Dios para nosotros, y a dejarnos involucrar por Él en el movimiento del don, con alegre asombro, para que toda nuestra vida se convierta en una alabanza a Dios en el servicio a nuestros hermanos”, lo dijo el Papa Francisco en su alocución antes de rezar la oración mariana del Ángelus de este primer domingo de febrero, Fiesta de la Presentación del Señor y XXIV Jornada Mundial de la Vida Consagrada.

Modelos de acogida y donación de la propia vida a Dios

Hoy celebramos la Fiesta de la Presentación del Señor, dijo el Santo Padre, y también hoy se celebra el Día de la Vida Consagrada, “que recuerda el gran tesoro en la Iglesia de aquellos que siguen de cerca al Señor profesando los consejos evangélicos”. Comentado el Evangelio de San Lucas que narra la presentación del Niño Jesús en el templo para consagrarlo a Dios, como prescribía la Ley judía, el Obispo de Roma señaló que, “este episodio llama nuestra atención al ejemplo de algunos personajes que son tomados en el momento en el cual hacen experiencia del encuentro con el Señor”. Se trata de María y José, Simeón y Ana, que representan modelos de acogida y donación de la propia vida a Dios y que el evangelista Lucas los describe a todos con una doble actitud: de movimiento y de asombro.

Movimiento: la vida cristiana es dinamismo y disponibilidad

La primera actitud es el movimiento, afirmó el Papa Francisco, vemos a María y José que se ponen en camino hacia Jerusalén; por su parte, Simeón, movido por el Espíritu, va al templo, mientras que Ana sirve a Dios día y noche sin descanso. “De esta manera los cuatro protagonistas del pasaje evangélico – precisó el Pontífice – nos muestran que la vida cristiana requiere dinamismo y disponibilidad de caminar, dejándose guiar por el Espíritu Santo”. El inmovilismo, señalo el Papa, no se acomoda con el testimonio cristiano y la misión de la Iglesia. Por ello, el mundo necesita cristianos que se dejen conmover, que no se cansen de caminar por las calles de la vida, para llevar a todos la palabra consoladora de Jesús.

“¡Todo bautizado ha recibido la vocación al anuncio, a la misión evangelizadora! Las parroquias y las diversas comunidades eclesiales están llamadas a fomentar el compromiso de jóvenes, familias y ancianos, para que todos puedan hacer una experiencia cristiana, viviendo la vida y la misión de la Iglesia como protagonistas”

Asombro: capacidad de maravillarse ante lo que nos rodea

La segunda actitud, subrayó el Santo Padre, con la que San Lucas presenta a los cuatro personajes de la narración es el asombro. María y José «se asombraron de las cosas que se decían de él [de Jesús]». El asombro es también una reacción explícita del viejo Simeón, que en el Niño Jesús ve con sus ojos la salvación obrada por Dios en favor de su pueblo. Y lo mismo ocurre con Ana, que «también comenzó a alabar a Dios». “Estas figuras de creyentes – señaló el Pontífice – están envueltas en el asombro, porque se dejaron capturar e involucrar por los eventos que estaban sucediendo ante sus ojos”.

“La capacidad de maravillarse ante las cosas que nos rodean fomenta la experiencia religiosa y hace fructífero el encuentro con el Señor. Por el contrario, la incapacidad de asombrarse nos hace indiferentes y amplía la distancia entre el camino de la fe y la vida de cada día”

Nuestra vida se convierta en alabanza a Dios en el servicio

Antes de concluir su alocución, el Papa Francisco pidió que la Virgen María nos ayude a contemplar cada día en Jesús el Don de Dios para nosotros, y a dejarnos involucrar por Él en el movimiento del don, con alegre asombro, para que toda nuestra vida se convierta en una alabanza a Dios en el servicio a nuestros hermanos.

Abrir las puertas a nuevas formas de fraternidad solidaria

Después de rezar a la Madre de Dios, el Santo Padre recordó que, hoy en Italia se celebra la Jornada por la Vida, que tiene como tema: “Abran las puertas a la vida”. “Me asocio al Mensaje de los Obispos – señaló el Pontífice – y espero que esta Jornada sea una oportunidad para renovar el compromiso de custodiar y proteger la vida humana desde el principio hasta su fin natural. También es necesario contrastar toda forma de violación de la dignidad, incluso cuando están en juego la tecnología o la economía, abriendo las puertas a nuevas formas de fraternidad solidaria”.

En el Día de la Vida Consagrada, el Pontífice invitó a todos los fieles a rezar por todas las personas consagradas. Ave María…

Asimismo, el Papa Francisco saludó a los fieles y peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro, en particular, a los estudiantes de Badajoz (España); a los fieles de Cremona, Spoleto, Fano, Palau y Roseto degli Abruzzi, a los peregrinos Polacos y Japoneses. Para luego despedirse con su acostumbrado saludo de “buen domingo” y de no olvidarse de rezar por él. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!


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