Dios mío, dame la gracia de despojarme de mí mismo
- 06 Febrero 2020
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Pablo Miki y compañeros, Santos y Mártires
Memoria Litúrgica, 6 de febrero
Mártires de Japón
Martirologio Romano: En Nagasaki, en Japón, pasión de los santos Pablo Miki junto con veinticinco compañeros, Declarada una persecución contra los cristianos, ocho presbíteros o religiosos de la Compañía de Jesús o de la Orden de los Hermanos Menores, procedentes de Europa o nacidos en Japón, junto con diecisiete laicos, fueron apresados, duramente maltratados y, finalmente, condenados a muerte. Todos, incluso los adolescentes, por ser cristianos fueron clavados en cruces, manifestando su alegría por haber merecido morir como murió Cristo (1597).
Compañeros en el martiro: Juan de Goto Soan, Jacobo Kisai, religiosos de la Compañía de Jesús; Pedro Bautista Blásquez, Martín de la Ascensión Aguirre, Francisco Blanco, presbíteros de la Orden de los Hermanos Menores; Felipe de Jesús de Las Casas, Gonzalo García, Francisco de San Miguel de la Parilla, religiosos de la misma Orden; León Karasuma, Pedro Sukeiro, Cosme Takeya, Pablo Ibaraki, Tomás Dangi, Pablo Suzuki, catequistas; Luis Ibaraki, Antonio, Miguel Kozaki y su hijo Tomás, Buenaventura, Gabriel, Juan Kinuya, Matías, Francisco de Meako, Ioaquinm Sakakibara y Francisco Adaucto, neofitos.(1597).
Fecha de canonización: 8 de julio de 1862 por el Papa Pío IX.
Breve Biografía
El primero que llevó el anuncio de la fe cristiana a Japón fue San Francisco Javier, quien trabajó allí en de 1549 a 1551. En pocos años los cristianos llegaron a ser unos 300.000. Humanamente hablando, es doble el “secreto” que hizo posible esta expansión: el respeto que los misioneros jesuitas tuvieron por los modos de vida y las creencias japonesas no directamente opuestas a la enseñanza cristiana, y el empeño de insertar elementos locales en la predicación y en la administración.
Fue catequista jesuita un joven llamado Pablo Miki, nacido entre los años 1564 y 1566, de una rica familia de Kyoto. Quería ser sacerdote pero su ordenación fue postergada “sine die”, porque la única diócesis todavía no tenia obispo. Además, en 1587 el emperador Toyotomi Hideyoshi, que se propuso la conquista de Corea, cambió su actitud benévola para con los cristianos y publicó un decreto de expulsión de los misioneros extranjeros.
La orden se cumplió en parte: algunos misioneros permanecieron en el país de incógnito, y en 1593 algunos franciscanos españoles, dirigidos por Pedro Bautista, llegaron a Japón procedentes de Filipinas y fueron bien recibidos por Hideyoshi. Pero poco después vino la ruptura definitiva, incluso por motives políticos anti-españoles y anti-occidentales. El 9 de diciembre fueron arrestados seis franciscanos (Pedro Bautista, Martín de la Asunción, Francisco Blanco, Felipe Las Casas, Francisco de San Miguel y Gonzalo García), tres jesuitas (Pablo Miki, Juan Soan de Gotó y Santiago Kisai) y quince laicos terciarios franciscanos, a los que se les añadieron después otros dos, que eran catequistas.
Después de haberles cortado el lóbulo izquierdo, los 26 fueron llevados de Meaco a Nagasaki, para exponerlos a la burla de las muchedumbres, que más bien admiraron la heroica valentía que manifestaron sobre todo en el momento de la muerte, cuando fueron crucificados en una colina de Nagasaki el 5 de febrero de 1597. Despertaron gran conmoción las palabras de perdón y de testimonio evangélico pronunciadas por Pablo Miki desde la cruz, y la serenidad y valentía que demostraron Luis Ibaraki (de 11 años), Antonio (de trece) y Tomás Cosaki (de catorce), que murieron cantando el salmo: “Laudate, pueri, Dominum...”
Lo que significa ser enviado
Santo Evangelio según san Marcos 6, 7-13. Jueves IV del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dios mío, dame la gracia de despojarme de mí mismo, de mis caprichos y de mis seguridades para que, confiando plenamente en ti, pueda ser enviado como los apóstoles a llevar a los hombres la salvación que Tú nos has ganado. Amén.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 6, 7-13
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce, los envió de dos en dos y les dio poder sobre los espíritus inmundos. Les mandó que no llevaran nada para el camino: ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica.
Y les dijo: "Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de ese lugar. Si en alguna parte no los reciben ni los escuchan, al abandonar ese lugar, sacúdanse el polvo de los pies, como una advertencia para ellos".
Los discípulos se fueron a predicar la conversión. Expulsaban a los demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
1. Dios nunca nos envía solos.
En el evangelio, Jesús llama a los doce y los envía de dos en dos. Él no los envía a cada uno por su cuenta. El apóstol es, ante todo, un testigo del amor de Dios, y para que exista verdadero amor debe existir la comunión. Los discípulos son principalmente enviados en parejas para dar testimonio de fraternidad cristiana. El verdadero apóstol es aquel que predica el Evangelio en compañía de otros y para el bienestar de otros. La buena nueva no es un mensaje que se debe esconder o acaparar egoístamente para uno solo, esta debe ser expresión de comunión y fraternidad.
2. «Les mandó que no llevaran nada para el camino...»
La segunda cosa que Jesús le pide a sus apóstoles es que confíen plenamente en el Padre, quien proveerá por todas sus necesidades durante el camino. El auténtico discípulo tiene un corazón desarraigado de las cosas materiales y de las seguridades que el mundo ofrece, haciendo de Dios su única seguridad.
Dios no nos pide cosas imposibles. No les dijo a los discípulos que no comieran, o que no se vistieran. Lo que sí les pidió es que confiasen en Él y Él velaría por ellos. Dios quiere que le veamos como Padre, cercano, protector, cariñoso y cuidadoso.
3. Predicar la conversión.
La finalidad de ser un discípulo enviado es transmitir a otros la alegría de Cristo resucitado que ha venido a salvarnos de las ataduras de la muerte. Jesús confiere a los apóstoles el poder de expulsar demonios y de ungir y curar a los enfermos como signos de la llegada de la salvación. El apóstol es enviado a apacentar el rebaño de Dios, a saciar las almas que tienen sed de Él; eso es lo que significa ser enviado a predicar la conversión. No se trata de juzgar al pecador y amonestar a quien a cometido el mal, por el contrario, se trata de ungir y curar a quien lo necesite, de modo que pueda volver a disfrutar del premio de la redención.
«La misión evangelizadora brota de la adhesión al regalo de la fe en Jesucristo, que recibimos por medio del Bautismo. Este don nos ha sido dado gratuitamente, se vive en el seno de la comunidad eclesial y gratuitamente lo anunciamos y compartimos con los demás. Es decir que lo vivimos en comunión “con todos” y somos enviados “para que llegue a todos”, sin excluir a nadie. Los animo a vivir estos días como una ocasión propicia para compartir y renovar juntos la fe y el compromiso apostólico, desde la dinámica de una Iglesia en salida, y que así puedan transmitir con valentía la esperanza y la alegría del Evangelio en cada uno de sus ambientes, teniendo en cuenta especialmente a los más necesitados y descartados de la sociedad».
(Mensaje a los jóvenes, S.S. Francisco, noviembre 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
En una visita al Santísimo le pediré que purifique mi corazón para que pueda amar cada vez más como Él ama.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Envío a los discípulos de dos en dos
¿Cómo vivo yo y cómo transmito hoy el mensaje de Jesús en un mundo que se ha olvidado de Él?
1 Reyes 2,1-4.10-12: “Yo ya me voy por el camino de todos los mortales. Ten valor, Salomón, y sé todo un hombre”
Salmo: 1Cr 29,10-12 : “Bendito seas, Señor, Dios nuestro”
San Marcos 6,7-13: “Envío a los discípulos de dos en dos”
Uno de los temas más importantes que nos narran los evangelistas, es el envío de los discípulos que los convierte en misioneros y portadores de la Buena Nueva. Hoy San Marcos nos recuerda las normas y las indicaciones que Jesús da a quienes serán sus enviados. Los enviados no llevarán consigo más que lo indispensable y contarán con la generosidad de aquellos que reciban el mensaje. Se les capacita y se les autoriza para que usen el mismo poder de Jesús.
Nos parecería a nosotros que les pide que no lleven nada pero es la reducción de la vida a lo esencial, apoyada en una absoluta confianza en el Señor, principal condición para estar al servicio de la Palabra. Quizás estas palabras nos cuestionen a nosotros, no solamente a los sacerdotes y religiosas, sino también a toda persona. ¿Qué necesito realmente para hacer el camino de la vida? De repente los medios de comunicación nos han atiborrado de necesidades superfluas que nos causan tristeza no tenerlas, y olvidamos lo esencial que debería haber en nuestras vidas, en nuestras familias y en la sociedad. Recordar cómo envía Jesús a sus discípulos nos debe llevar también a nosotros a precisar cuáles son nuestras prioridades y qué vamos cargando por el camino.
El final del pequeño pasaje nos muestra a los discípulos predicando el arrepentimiento, expulsando demonios, ungiendo y curando a los enfermos. La vida en su sencillez pero también en su plenitud. La tarea del discípulo que confía en el Señor. Parecería que los discípulos no llevan nada y sin embargo son capaces de compadecerse de los enfermos y de expulsar a los demonios. Si queremos dar testimonio de Jesús en nuestros días tendremos que regresar a la sencillez, generosidad y entrega de los primeros enviados.
¿Cómo vivo yo y cómo transmito hoy el mensaje de Jesús en un mundo que se ha olvidado de Él?
No hay trucos que cubran nuestra vulnerabilidad
Audiencia General del Papa Francisco, 5 de febrero.
El poder de los hombres, incluso los más grandes imperios, pasan y desaparecen. En cambio, en el poder de la fraternidad, de la caridad, del amor, de la humildad reside “la verdadera libertad”. Y esto es así porque “reina verdaderamente aquel que sabe amar el verdadero bien más que sí mismo”. En la catequesis del miércoles 5 de febrero, sobre las bienaventuranzas, el Papa Francisco reflexionó sobre la primera de las ocho Bienaventuranzas del Evangelio de Mateo: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos».
San Mateo – dijo el Papa – no se conforma con decir pobre, dando al término un sentido puramente económico o material, sino dice “pobre en el espíritu”, es decir, pobre en lo más íntimo y profundo, allí donde todos debemos reconocernos incompletos y vulnerables, por mucho que nos esforcemos.
Paradójicamente es ahí donde está nuestra felicidad, nuestra bienaventuranza, pues negar esta realidad nos lleva por caminos de oscuridad, a odiar y odiarnos a causa de nuestros límites, a tratar de ocultarlos, a buscar con desesperación ser alguien, ser más todavía.
Si no acepto ser pobre, odio todo lo que recuerda mi fragilidad
El Santo Padre se detuvo en este punto y meditó sobre cuántas veces se nos dice lo contrario, a saber, que “hay que ser algo en la vida, ser alguien”. Señaló que de allí surge la soledad y la infelicidad, porque “si tengo que ser ‘alguien’ estoy en competencia con otros, y vivo en una preocupación obsesiva por mi ego". Mientras que, en cambio, “ser pobres nos libera del orgullo, del exigirnos ser autosuficientes y nos da derecho a pedir ayuda, a pedir perdón” y “nos abre el camino del reino de los cielos”.
No hay trucos que cubran nuestra vulnerabilidad
No hay trucos que cubran nuestra vulnerabilidad, aseguró Francisco, pues cada uno de nosotros, “siempre permanece radicalmente incompleto y vulnerable”. Y “se vive mal si se rechazan los propios límites”, es algo que “no se digiere”. Esto sucede a las personas orgullosas que “no piden ayuda”, y “no les sale” pedir ayuda porque tienen que demostrarse “autosuficientes”. Y porque es difícil "admitir un error y pedir perdón", el Papa Francisco señaló cuál es el camino que debemos tomar:
En la humildad, en la oración, encontramos ese camino. Nos podemos delante de Dios y le pedidos que venga en nuestro auxilio, que no tarde en socorrernos, que manifieste su potencia, en el perdón y la misericordia. Es ahí donde Jesús ha manifestado la fuerza de Dios, no en el poder humano, en tener o aparentar, sino en el testimonio de un amor que es capaz de dar la vida y la verdadera libertad.
El cansancio de pedir perdón
El Santo Padre relató que cuando da algún consejo a los recién casados que le preguntan cómo llevar adelante bien el matrimonio, les habla de las tres palabras “mágicas”: permiso, gracias y disculpas. Son palabras, dijo, que surgen “de la pobreza de cada uno”. Y la más difícil "es pedir perdón". Es así porque "el orgulloso no logra, no puede pedir perdón, siempre tiene razón, no es pobre”.
En cambio, el Señor no se cansa de perdonar; somos nosotros los que desgraciadamente nos cansamos de pedir perdón. El cansancio de pedir perdón, esta enfermedad es fea ¿eh?
Vivir tratando de ocultar los propios defectos es agotador
El Papa planteó luego una pregunta: “¿Por qué es difícil pedir perdón?” Y respondió: “Porque humilla, humilla nuestra imagen hipócrita”. Sin embargo, observó, “vivir tratando de ocultar los propios defectos es agotador y angustiante”.
Jesucristo nos dice: ser pobre es una ocasión de gracia; y nos muestra el camino para salir de esta fatiga. Se nos da el derecho de ser pobres de espíritu, porque este es el camino del Reino de Dios.
El verdadero poder es el de la fraternidad, la caridad, el amor…
“El Reino de Dios es de los pobres de espíritu”, aseveró el Santo Padre. Si bien hay quienes tienen los “reinos” de este mundo, esos reinos terminan, porque “el poder de los hombres, incluso los más grandes imperios, pasan y desaparecen”. Los viejos, recordó, “nos enseñaban que el sudario no tenía bolsillos”. Y esto "es verdad":
¡Es verdad! Yo nunca he visto detrás de una procesión fúnebre un camión de mudanza: nadie se lleva nada. Estas riquezas se quedan aquí.
Poder es saber amar al verdadero bien más que a uno mismo
Reina verdaderamente, concluyó el Santo Padre, “aquel que sabe amar el verdadero bien más que a sí mismo”: esto es poder espiritual, y éste “es el poder de Dios”, es decir, “el verdadero poder”.
¿En qué se ha mostrado Cristo poderoso? Porque ha sabido hacer lo que los reyes de la tierra no hacen: dar la vida por los hombres.
Ese es el verdadero poder. El poder de la fraternidad, de la caridad, del amor, de la humildad. Esto hizo Cristo. En esto reside la verdadera libertad. Quien tiene este poder de la humildad, del servicio, de la hermandad, ¡es libre! Al servicio de esta libertad está la pobreza alabada por las Bienaventuranzas.
Saludando finalmente a los peregrinos de lengua española, llamó a todos a pedir al Señor que nos dé “la fuerza de reconocernos pobres, de aceptar nuestros límites, de sabernos necesitados de otro”.
Sólo así seremos capaces de acoger el amor que el Señor derrama en nuestros corazones y sentir la dicha de testimoniarlo ante el mundo. Que el Señor los bendiga.
¿Qué es el amor?
...es no poner excusas a lo que nos cuesta
Un golpe de brisa. El tacto de esa mano -precisamente de esa- en tu brazo. La sonrisa en el cansancio. Aquellas amapolas que parecían labios. La pureza de un noviazgo apasionado. El paisaje de los años cuando se remansa en el resplandor de la paciencia. Rezar con tus hijos o coger caracoles en familia. Ay, y poner esos platos en el lavavajillas.
El amor es un don que se manifiesta en llegar puntual a una cita, y que se hace más perfecto en las caricias. Es nuestra libertad, que se entrega hacia el bien de los demás. También está en el color de la falda de nuestra mujer, o en la camisa bien planchada del marido. El amor está en el elogio preciso a unos zapatos recién comprados, o en apagar la televisión cuando todos están a la mesa (¡cómo cuesta!). Es la ternura de la noche, en un abrazo indisoluble.
Ese enfado repentino -con o sin razón- también es amor, aunque parezca lo contrario. O ese grito que nace del cariño. Amor, amor… Amor es trabajar bien, cada uno en su verso, en su mesa, en su cocina o en sus ladrillos. Es hacer gimnasia con el alma en la calle. Dar gracias por la belleza, que es tan femenina (en sus formas y en su esencia), y por las contradicciones diarias que nos hace mejores.
¿Qué es el amor? Es subir al autobús e imaginar quién puede necesitar de nosotros. Es ceder la alegría de un piropo o poner el pétalo de una rosa entre las hojas del libro. Es no poner excusas a lo que nos cuesta. ¡Tantas cosas! Amor es todo. Es el misterio sagrado de la vida, es comulgar a Dios cada día. Es… no quedarse sólo en las palabras.
Jesús y los Sacerdotes
Debemos tener un gran amor hacia la Iglesia y sus ministros, que Jesús nos ha dejado
El otro día alguien me dijo que «los sacerdotes mataron a Jesús», y lo confirmó con un texto bíblico en la mano: Mt. 27, 1
Leyendo esta cita fuera de contexto me imagino que efectivamente habrá gente sencilla que piensa que realmente fueron los sacerdotes de la Iglesia Católica quienes mataron a Jesús. ¡Tal vez por eso algunos evangélicos miran tan mal a los sacerdotes porque están convencidos de que ellos mataron a Jesús!
Perdono a los que así piensan acerca de los ministros de la Iglesia Católica, pero no confío en su juicio en esta materia.
En esta carta quiero contestar a los que piensan así y aclararles lo que dice la Iglesia Católica de los sacerdotes. Les hablaré con amor pero con un amor que busca la verdad, pues solamente «la verdad nos hará libres» (Jn. 8, 32).
El contexto bíblico
Debemos leer bien la Biblia y no quedar aferrados a un solo texto aislado. Con una sola cita bíblica fuera de contexto podemos condenar a medio mundo y al mismo tiempo faltar al mandamiento más importante de Dios: el amor. ¿Acaso no dijo el apóstol que la letra mata y el espíritu vivifica? (2 Cor. 3, 6).
¿Quiénes mataron a Cristo?
Debemos tener una gran confianza en la Iglesia de Cristo y en sus ministros, guiados por el Espíritu Santo. Jesús dijo a sus discípulos en la noche antes de morir: El Espíritu Santo, que el Padre va a enviar en mi nombre para que les ayude y consuele, les enseñará todo, y les recordará todo lo que Yo les dije (Jn. 14, 26 y Jn. 16, 13).
¿Qué decir de los que piensan que son los sacerdotes católicos los que mataron a Jesús?
Dice Mateo:
"Cuando amaneció todos los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos se pusieron de acuerdo en un plan para matar a Jesús".
En el contexto bíblico nos damos cuenta de que el Evangelista Mateo se refiere aquí a «los sacerdotes judíos» de aquel tiempo, es decir, a los sacerdotes de la Antigua Alianza.
Es una monstruosidad decir ahora que fueron los sacerdotes de la Iglesia Católica los que mataron a Jesús. Esta manera de leer la Biblia es una manipulación descarada de un texto bíblico y no reviste ninguna seriedad. Es simplemente una ignorancia atrevida y una forma muy sutil pero muy poco cristiana de sembrar dudas y meter miedo en el corazón de la gente sencilla.
Creo que bastan estas pocas palabras para contestar a los que piensan así. Aunque si bien lo meditamos, todos hemos puesto la mano en la crucifixión de Cristo ya que murió por nuestros pecados.
¿Quería sacerdotes Jesús?
Otros se ríen de los sacerdotes de la Iglesia Católica y dicen que «Jesús no quería sacerdotes».
Los católicos creemos:
1. Que Jesucristo es el único y verdadero Sumo Sacerdote.
2. Que todo el pueblo cristiano, por voluntad de Dios, es un pueblo sacerdotal, y
3. Que dentro de este pueblo sacerdotal algunos son llamados a participar del sacerdocio llamado ministerial o pastoral.
Yo no invento esto. Es la comunidad de los creyentes, guiada por el Espíritu Santo y meditando largamente la Palabra de Dios, la que ha llegado a esta verdad acerca de Cristo, su Iglesia y sus ministros.
Guiados por este mismo Espíritu, leamos la Biblia:
Los sacerdotes judíos de la Antigua Alianza
Leyendo bien las Sagradas Escrituras, nos damos cuenta de que Jesús nunca se identificó con los sacerdotes de la Antigua Alianza.
En su tiempo había muchos sacerdotes judíos del rito antiguo. Todos ellos eran miembros de la tribu de Leví y estaban encargados de los sacrificios de animales en el templo. Estos sacrificios eran ofrecidos para la purificación de los pecados del pueblo judío (Mc. 1, 44; Lc. 1, 5-9). Hasta José y María, cumpliendo con este rito de purificación, ofrecieron una vez un par de palomas (Lc. 2, 24).
Pero este sacerdocio judío era incapaz de lograr la santificación definitiva del pueblo (Hebr. 5, 3; 7, 27; 10, 1-4). Era un sacerdocio imperfecto y siempre sellado con el pecado. Jesús, el Hijo de Dios, el hombre perfecto, nunca se atribuyó para sí este título de sacerdote judío.
¿Participamos del sacerdocio de Cristo?
¿Es verdad que la Iglesia primitiva proclamó después a Jesucristo como el único y verdadero Sumo Sacerdote? ¿Participamos nosotros del sacerdocio de Cristo?
Así es efectivamente. Aunque durante su vida Jesús nunca usó el título de sacerdote, la Iglesia primitiva proclamó que «Jesús es el Hijo de Dios y es nuestro gran Sumo Sacerdote» (Hebr. 4, 14).
Escribe el sagrado escritor de la carta a los Hebreos, como cuarenta años después de la muerte y Resurrección de Jesucristo: Jesús se ofreció a lo largo de su vida al Padre y a los hombres, con una fidelidad hasta la muerte en la cruz, dio su vida como el gran sacrificio de una vez por todas, y su sacrificio ha sido absoluto. El verdadero sacerdote para toda la humanidad es Jesús el Hijo de Dios y ahora no hay más sacrificio que el suyo, que empieza en la cruz y termina en la gloria del cielo. Jesús es el único Sumo Sacerdote, el único Mediador delante del Padre y así El terminó definitivamente con el antiguo sacerdocio.
"Cristo ha entrado en el Lugar Santísimo, no ya para ofrecer la sangre de cabritos y becerros, sino su propia sangre; y así ha entrado una sola vez para siempre y nos ha conseguido la salvación eterna" (Hebr. 9, 12).
Lea también: Hebr. 7, 22-28; 9, 11-12; 10, 12-14
¿Somos un pueblo sacerdotal?
¿Es verdad que el apóstol Pedro dice que nosotros los creyentes somos un pueblo sacerdotal? Sí, Dios, en su gran amor hacia los hombres, quiso que todos los creyentes-bautizados participaran como miembros del Cuerpo de Cristo, del único sacerdocio de Cristo: «Ustedes también, como piedras que tienen vida, dejen que Dios los use en la construcción de un templo espiritual, y en la formación de una comunidad sacerdotal santa, para ofrecer sacrificios espirituales, gratos a Dios por mediación de Cristo» (1 Pedr. 2, 5) «Ustedes son una raza escogida, una nación santa, un pueblo que pertenece a Dios» (1 Pedr. 2, 9).
Así, hermanos, por la fe y por el bautismo Dios nos integra en un pueblo sacerdotal. Y como pueblo de sacerdotes, tenemos la vocación de ofrecer nuestras personas, nuestras vidas «como hostia viva» (Rom. 12, 1). En todo lo que hacemos con amor, en nuestra familia, en nuestro pueblo, en nuestros trabajos, siempre ejercemos este sacerdocio.
¿Quería Jesús tener ministros para su pueblo?
Así es. No es la Iglesia la que inventó el ministerio apostólico sino el mismo Jesús. El llamó a los Doce apóstoles (Mc. 3, 13-15) y les encargó ser sus representantes autorizados: «Quien los recibe a ustedes, a mí me recibe.» (Lc. 10, 16).
La misión de los apóstoles fue encomendada con estas palabras: «Les aseguro: todo lo que aten en la tierra, será atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra, será desatado en el cielo» (Mt. 18, 18). Este «atar» y «desatar» significa claramente la autoridad de gobernar una comunidad y aclarar problemas en el Pueblo de Dios. En la última Cena, Jesús dio a sus apóstoles este mandato: «Haced esto en memoria mía» (Lc. 22, 19). Es eso lo que celebra la Iglesia en la Eucaristía.
Y en una de sus apariciones, Jesús sopló sobre sus discípulos y dijo: «A quienes les perdonen los pecados, les quedarán perdonados» (Jn. 20, 23).
Dirigir, enseñar y administrar los signos del Señor, he aquí el origen del ministerio apostólico. Poco a poco la comunidad cristiana va aplicando y evolucionando en este servicio apostólico según la situación de cada comunidad.
¿Qué representan los obispos y presbíteros en una comunidad?
En las cartas apostólicas del Nuevo Testamento, los ministros de la comunidad cristiana reciben el título de «obispos y presbíteros» (Hech. 11, 30; Tit. 1, 5 etc.).
La palabra obispo viene del griego y en castellano significa «el encargado de la Iglesia»; la palabra presbítero significa en castellano «el anciano». Los obispos y los presbíteros son así los encargados de la comunidad de los creyentes. Ellos tienen la función de servir en el nombre de Cristo al Pueblo de Dios. Estos nombres de «obispo y presbítero» van a evolucionar hacia la función del sacerdocio ministerial. Aunque los apóstoles todavía no hablaron de sacerdocio ministerial, ya estaba esta idea en germen en la Iglesia Primitiva. Es el Espíritu Santo el que hizo ver, poco a poco, que los obispos y presbíteros representaban al Señor, al Único Sumo sacerdote, por el ministerio que ejercían. «No nos proclamamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús, Señor y a nosotros como servidores suyos, por amor a Jesús» (2 Cor. 4, 5-7).
El apóstol Pablo en su carta a los filipenses ya usa ciertos términos para expresar su sacerdocio apostólico: «Y aunque deba dar mi sangre y sacrificarme para celebrar mejor la fe de ustedes, me siento feliz y con todos ustedes me alegro» (Fil. 2, 17: «Bien sabe Dios a quién doy culto con toda mi alma proclamando la buena noticia de su Hijo» (Rom. 1, 9).
En estos textos hay indicaciones que la liturgia de la Palabra y la entrega de la vida del apóstol ya es una función sacerdotal: «En todo, los ministros del pueblo deben ser no como los grandes y los reyes, sino servidores como Jesús: como el que sirve» (Lc. 22, 27).
¿Cómo se transmite este sacerdocio?
Este ministerio apostólico se transmite con la imposición de manos. Escribe el apóstol Pablo a su amigo Timoteo: «Te recomiendo que avives el fuego de Dios que está en ti por imposición de mis manos» (2 Tim. 1, 6; 1 Tim. 4, 14).
Este gesto de imposición transmite un poder divino para una misión especial.
El apóstol Pablo recibió la imposición de manos de parte de los apóstoles (Hch. 13, 3). Pablo a su vez impuso las manos a Timoteo (2 Tim. 1, 6; 1 Tim. 4, 14) y Timoteo repitió este gesto sobre los que escogió para el ministerio (1 Tim 5, 22).
Así, la Iglesia Católica, desde los apóstoles hasta ahora, sigue sin interrupción imponiendo las manos y comunicando de uno a otro los dones del ministerio sacerdotal.
Esta sucesión apostólica tan sólo se ha perpetuado en la Iglesia Católica durante 20 siglos hasta llegar a los ministros actuales.
Ninguna otra iglesia puede decir esto, solamente la Iglesia Católica.
De esta la forma los pastores de la Iglesia participan del único sacerdocio de Cristo.
Conclusión
Tal vez es un poco difícil todo lo que les he hablado. Pero debemos en la oración pedir que el Espíritu Santo nos ilumine. Además debemos tener un gran amor hacia la Iglesia y sus ministros, que Jesús nos ha dejado. Para terminar quiero resumir las ideas más importantes de esta carta:
1. Jesús quería tener ministros (servidores) para su pueblo sacerdotal.
2. Los apóstoles transmitieron este ministerio apostólico siempre con la imposición de manos.
3. Aunque los sagrados escritores nunca usaron el nombre de «sacerdotes» para indicar a los ministros, ya está en germen en el
N. T. hablar de un sacerdocio apostólico como un servicio al pueblo sacerdotal.
En este sentido es que la Iglesia Católica, ya desde el año cien hasta ahora, llama a los ministros de la comunidad (presbíteros y obispos) como sus pastores y sacerdotes.
Por supuesto que este sacerdocio pastoral participa del único sacerdocio de Cristo y no tiene nada que ver con los sacerdotes del Antiguo Testamento. Nosotros, los sacerdotes de la nueva alianza, por una especial vocación divina somos los ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios (1 Cor. 4, 1).
Cuestionario
¿Quiénes mataron a Jesús? ¿Se puede decir que todos hemos puesto las manos en la muerte de Jesús? ¿Se puede decir que los sacerdotes de la Iglesia católica mataron a Jesús? ¿A qué sacerdotes se refieren los Evangelistas? ¿Es lícito sacar de su contexto estas palabras y aplicarlas a los sacerdotes del Nuevo Testamento? ¿Somos el Pueblo de Dios un pueblo sacerdotal? ¿Quiso Jesús que en su Iglesia hubiera un sacerdocio ministerial? ¿Quiénes tienen esta función?