El Reino está en nuestro corazón
- 12 Febrero 2020
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Benito de Aniane, Santo
Abad, 12 de febrero
Martirologio Romano: En el monasterio de San Cornelio de Indam, en Germania, tránsito de san Benito, abad de Aniano (o Aniane), que propagó la Regla benedictina, confeccionó un Consuetudinario para uso de monjes y trabajó con empeño en la instauración de la liturgia romana (821).
Etimología: Benito = Benedicto = Aquel a que Dios bendice, es de origen latino.
Breve Biografía
Benito fue hijo de Aigulfo de Maguelone; servía de escanciador al rey Pepino y a su hijo Carlomagno. A la edad de veinte años resolvió buscar el Reino de Dios con todo su corazón. Tomó parte en la campaña de Lombardía, pero, después de haberse casi ahogado en Tesino, cerca de Pavía, tratando de salvar a su hermano, hizo voto de abandonar el mundo por completo. A su vuelta a Languedoc, confirmó su determinación por consejo de un ermitaño llamado Widmar, y fue a la abadía de Saint-Seine, a veinticuatro kilómetros de Dijon, donde lo admitieron como monje. Pasó allí dos años y medio aprendiendo la vida monástica y llegó al dominio de sí mismo por medio de severas austeridades. No satisfecho con guardar la regla de San Benito, practicaba otros puntos de perfección que encontró prescritos en las reglas de San Pacomio y San Basilio. Cuando el abad murió, los hermanos estaban dispuestos a elegirlo para que lo substituyera, pero no quiso aceptar el cargo, porque sabía que había monjes que se oponían a todo lo que fuera reforma sistemática.
Con este motivo, Benito abandonó Saint-Seine y, al regresar a Languedoc, construyó una pequeña ermita junto al arroyo Aniane, en sus propias tierras. Aquí vivió algunos años en privación voluntaria, orando continuamente a Dios para que le enseñara a hacer su voluntad. Algunos ermitaños, de los cuales uno era el santo Widmar, se pusieron bajo su dirección. Ganaban su sustento con el trabajo manual, vivían a pan y agua, excepto los domingos y grandes fiestas, cuando añadían un poco de vino o leche, si se los daban de limosna.
El superior trabajaba con ellos en los campos y algunas veces se dedicaba a copiar libros. Cuando el número de sus discípulos aumentó, Benito dejó el valle y construyó un monasterio en un sitio más espacioso. Amaba tanto la pobreza, que por mucho tiempo utilizó cálices de madera o vidrio o peltre para celebrar la misa, y si le daban ornamentos valiosos de seda, los obsequiaba a otras iglesias. Sin embargo, posteriormente, cambió su modo de pensar sobre este punto, y construyó un claustro y una majestuosa iglesia adornada con pilares de mármol, y la dotó de cálices de plata, ricos ornamentos; además compró libros para la biblioteca. En breve tuvo muchos religiosos bajo su dirección. Al mismo tiempo, llevaba al cabo la inspección general de todos los monasterios de Provenza, Languedoc y Gascuña, y llegó a ser, con el tiempo, el director y supervisor de todos los monasterios del imperio; reformó a muchos con tan buen tino, que no encontró gran oposición. El que principalmente recibió su influencia fue el monasterio de Gellone, fundado por San Guillermo de Aquitania en 804.
Para tenerlo a la mano, el emperador Luis el Piadoso obligó a Benito primero a habitar en la abadía de Maurmünster, en Alsacia, y después, como todavía quería tenerlo más cerca, construyó un monasterio en el Inde, conocido más tarde como Cornelimünster, a unos 11 kilómetros de Aquisgrán, residencia del emperador y su corte. Benito vivió en el monasterio, pero continuó ayudando a la restauración de la observancia monástica por toda Francia y Alemania. A él se debe principalmente, la redacción de los cánones para la reforma de los monjes del concilio de Aquisgrán en 817. En ese mismo año presidió la asamblea de abades para poner en vigor el restablecimiento de la disciplina. Su estatutos, los Capitula de Aquisgrán, fueron añadidos a la regla de San Benito e impuestos a todos los monjes del imperio. Benito también escribió el "Codex Regularum" (Código de Reglas), una colección de todas las reglas monásticas existentes en su tiempo; compiló asimismo un libro de homilías para uso de los monjes, sacado de las obras de los Padres de la Iglesia; pero su obra más importante fue la "Concordia Regularum," la "Concordancia de Reglas," en la cual compara las reglas de San Benito de Nursia con las de otros patriarcas de la observancia monástica para mostrar su semejanza.
Este gran restaurador del monasticismo en el occidente, agotado por las mortificaciones y fatigas, sufrió mucho de continuas enfermedades en sus últimos días. En 821 murió tranquilamente, en Inde, a la edad de setenta y un años. Grande como era la energía e influencia de San Benito de Aniane, hay que admitir que su plan para una revolución pacífica de la vida monástica no pudo ser llevado al cabo como él había proyectado. De acuerdo con Edmund Bishop, la idea que tenía Benito y su patrono, el emperador Luis, era ésta:
Todas las casas habían de reducirse a una uniformidad absoluta de disciplinas, observancia, y aun hábito, de acuerdo con el modelo de Inde; se nombrarían visitadores para que vigilaran la observancia de la regla según las constituciones. El nuevo plan sería lanzado en la asamblea de abades en Aquisgrán en 817. "Pero planear es una cosa," el Sr. Bishop agrega, "y llevar al cabo es otra. Es claro que en la asamblea general de abades, Benito, respaldado como estaba por el emperador para conservar la paz y poder llevar a cabo reformas substanciales, tuvo que renunciar a muchos detalles de observancia que él estimaba mucho. Parece que esto mismo afirma su biógrafo y amigo Ardo, quien había observado todo personalmente. Sin embargo, los decretos de esta asamblea, de la cual era Benito al mismo tiempo autor, alma y vida fueron un punto decisivo en la historia de los benedictinos, porque éstos formaron la base de la legislación y práctica posterior. Después del gran fundador, Benito de Nursia, ningún otro hombre ha influido tanto en el monasticismo occidental como lo hizo el segundo Benito, el de Aniane." ("Liturgia Histórica," 1918, pp. 212-213).
Pocos de los entendidos en esta materia tienen tanto derecho para opinar sobre la historia monástica del siglo nueve, como Edmud Bishop.
Estas palabras suyas forman un tributo notable a la obra que el gran reformador monástico llevó al cabo; pero, como ha señalado Dom David Knowles, su influencia fue bastante diferente de la de Benito de Nursia: "Benito de Aniane nunca fue un guía espiritual para monjes."
Santo Evangelio según san Marcos 7, 14-23. Miércoles V del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Espíritu Santo, abre mi corazón de par en par.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 7, 14-23
En aquel tiempo, Jesús llamó de nuevo a la gente y les dijo: “Escúchenme todos y entiéndanme. Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro”.
Cuando entró en una casa para alejarse de la muchedumbre, los discípulos le preguntaron qué quería decir aquella parábola. Él les dijo: “¿También son incapaces de comprender? ¿No entienden que nada de lo que entra en el hombre desde afuera puede contaminarlo, porque no entra en su corazón, sino en el vientre y después, sale del cuerpo?” Con estas palabras declaraba limpios todos los alimentos.
Luego agregó: “Lo que sí mancha al hombre es lo que sale de dentro; porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Muchas veces nos pasa que no entendemos lo que Jesús nos quiere decir en una parábola o en un pasaje. En este caso los discípulos nos hacen el favor de preguntarle qué significa. Jesús lo desmenuza para que lo podamos digerir más fácil. Vamos a aprovechar lo que explica Jesús.
Él creo el corazón. Él creo el corazón de esos discípulos, Él creo mi corazón, Él creo tu corazón. Él como Creador sabe lo que sale de ahí. Jesús se enfoca en el corazón. Le importa el corazón. Nos lo está diciendo.
Ejemplo, «Pero Yo les digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón». (Mt 5,28). El adulterio no solo es la infidelidad física. También es adulterio si la codicio en mi corazón.
De ese mismo lugar donde salió la mala intención, también sale la buena intención. «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.» (Pr 4, 23). Cuidemos el corazón.
De ahí, del corazón de cada uno puede emanar la vida o la muerte, la fecundidad o la esterilidad. ¿Cómo me aseguro de que mi corazón emane vida? Poniendo mi corazón en Jesús. Si lo pongo en Él, Él será mi tesoro.
No solo hay que tener miedo a que salgan palabras, acciones, pensamientos venenosos como de crítica o murmuración. Sino también a que no salgan palabras, pensamientos y actos de amor. Esto es lo que quiere Jesús. Le importa la intención del corazón. La mejor intención es «por amor a Jesús». Esto… «por amor a ti, Jesús». Esto otro… «por amor a ti, Jesús». Así, durante el día, estaré en oración con Él. Y puedo hacer de mi día una ofrenda que le agrade a Jesús.
«Tengamos muy en cuenta que todos los mandamientos tienen la tarea de indicar el límite de la vida, el límite más allá del cual el hombre se destruye y destruye a su prójimo, estropeando su relación con Dios. Si vas más allá, te destruyes, también destruyes la relación con Dios y la relación con los demás. Los mandamientos señalan esto. Con esta última palabra, se destaca el hecho de que todas las transgresiones surgen de una raíz interna común: los deseos malvados. Todos los pecados nacen de un deseo malvado. Todos. Allí empieza a moverse el corazón, y uno entra en esa onda, y acaba en una transgresión. Pero no en una transgresión formal, legal: en una transgresión que hiere a uno mismo y a los demás. En el Evangelio, el Señor Jesús dice explícitamente: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraudes, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre”. Entendemos así que todo el itinerario del Decálogo no tendría ninguna utilidad si no llegase a tocar este nivel, el corazón del hombre».
(Audiencia de S.S. Francisco, 21 de noviembre de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Acordarme de ofrecer lo que haga, piense y diga «por amor a Jesús».
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Lo que mancha al hombre es lo que sale de dentro
Dejemos que Jesús mire nuestro interior y descubra qué está manchado y qué debe curar.
I Reyes 10, 1-10: “La reina de Sabá comprobó la sabiduría de Salomón”
Salmo 36: “Rectas y sabias son las palabras del justo”
San Marcos 7, 14-23: “Lo que mancha al hombre es lo que sale de dentro”
Muchas veces me gusta imaginarme presente en los recorridos y predicaciones de Jesús, dejarme envolver por sus palabras, permitir que me cuestione… y muchas veces quedo inquieto. Hoy me causan mucha sorpresa e igual que sus discípulos me atrevo a preguntar qué quiere decir el Señor hoy para mí y para nuestro mundo. La comparación a primera vista no tiene ningún sentido. En los tiempos modernos nos cuidamos mucho de lo que comemos, de lo que respiramos, de la contaminación… ¡Vaya que si tememos a un contagio!… y Cristo me viene a decir que eso no es lo que perjudica al hombre, que no es la causa principal de nuestros daños.
Claro que Jesús no pretende que seamos descuidados en la limpieza y en la higiene, pero nos previene porque no podemos hacernos los ingenuos al pensar que sólo eso es perjudicial. Graves son las enfermedades físicas que se ocasionan por la falta de prevención. Bastaría que nos acercáramos a nuestros pueblos para descubrir cuánta contaminación y cuántas enfermedades a causa de nuestros descuidos. Pero Jesús, sin despreciar esto, nos habla de asuntos más graves que, afirma, implican el corazón del hombre. La larga lista de pecados que salen del corazón, bastaría para darnos cuenta de qué actuales son las palabras de Jesús. Hemos avanzado en prevención de enfermedades, aunque no mucho, pero hemos descuidado la salud del corazón, del espíritu. Parecería que cuando Jesús describe las manchas de los hombres de sus tiempos, está describiendo las mismas manchas que brotan del corazón moderno. Entonces podríamos decir que el corazón del hombre está enfermo, y, cómo esa enfermedad silenciosa, también puede traerle la muerte definitiva al hombre. ¿Qué está manchando mi corazón? ¿Me doy cuenta de ello? ¿Qué estoy haciendo para tener una buena salud del corazón y del espíritu?
Dejemos que Jesús mire nuestro interior y descubra qué está manchado y qué debe curar. Arriesguémonos y pongámonos en sus manos, Él sanará nuestro corazón.
El noviazgo ha de considerarse como un tiempo de discernimiento para que los novios se conozcan y decidan dar el siguiente paso, entregarse el uno al otro para siempre
De la misma manera que el matrimonio es una llamada a la entrega incondicional, el noviazgo ha de considerarse como un tiempo de discernimiento para que los novios se conozcan y decidan dar el siguiente paso, entregarse el uno al otro para siempre.
Es doctrina de la Iglesia la llamada universal a la santidad, en ella se engloba toda la vida del hombre[1]. Esta llamada no se limita al simple cumplimiento de unos preceptos, se trata de seguir a Cristo y parecerse cada vez más a Él. Esto, que humanamente es imposible, puede llevarse a cabo dejándose conducir por la gracia de Dios.
Llamada universal a la santidad, también en el noviazgo
En esta tarea, no hay “tiempos muertos”; también el noviazgo es un momento propicio para el crecimiento de la vida cristiana. Vivir cristianamente el noviazgo supone dejar que Dios tome posición entre los novios, y no a modo de incordio sino precisamente para dar sentido al noviazgo y a la vida de cada uno. “Haced, por tanto, de este tiempo vuestro de preparación al matrimonio un itinerario de fe: redescubrid para vuestra vida de pareja la centralidad de Jesucristo y del caminar en la Iglesia”[2].
¿Cuál es la señal cierta que indica que se está viviendo un noviazgo cristiano? Cuando ese amor ayuda a cada uno a estar más cerca de Dios, a amarle más. “No lo dudes: el corazón ha sido creado para amar. Metamos, pues, a Nuestro Señor Jesucristo en todos los amores nuestros. Si no, el corazón vacío se venga, y se llena de las bajezas más despreciables”[3].
Cuanto más y mejor se quieran los novios, más y mejor querrán a Dios, y al revés. De esa manera cumplen los dos primeros preceptos del decálogo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es como éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”[4].
Aprender a amar
Conviene que los novios alimenten su amor con buena doctrina, que lean algún libro sobre aspectos cruciales de su relación: el amor humano, el papel de los sentimientos, el matrimonio, etc. La Sagrada Escritura, los documentos del Magisterio de la Iglesia y otros libros de divulgación son buenos compañeros de camino.
Es muy recomendable pedir consejo a personas de confianza que puedan orientar esas lecturas, que vayan formando su conciencia y generen temas de conversación que les ayuden a conocerse.
Además de la formación intelectual, es importante que los novios se apasionen de la belleza y desarrollen la sensibilidad. Sin un adecuado enriquecimiento de ésta, resulta muy difícil ser personas delicadas en el trato. Es una buena idea compartir el gusto por la buena literatura, la música, la pintura, por el arte que eleva al hombre, y no caer en el consumismo.
Virtudes humanas y noviazgo
Amar supone darse al otro, y se aprende a amar con pequeñas luchas.
El noviazgo “como toda escuela de amor, ha de estar inspirado no por el afán de posesión, sino por el espíritu de entrega, de comprensión, de respeto, de delicadeza”[5].
Desarrollar las virtudes humanas nos hace mejores personas, son el fundamento de las virtudes sobrenaturales que nos ayudan a ser buenos hijos de Dios y nos acercan a la santidad, a la plenitud del hombre. En un tiempo en el que tanto se habla de “motivación” conviene considerar que no hay mejor motivación para crecer como persona que el Amor a Dios y al novio o novia.
La generosidad se demuestra en la renuncia, en pequeños actos, a aquello que nosotros preferimos, por dar gusto al otro. Es una gran muestra de amor, aunque él o ella no se dé cuenta. Los novios deben estar abiertos a los demás, desarrollar las amistades. “Quisiera ante todo deciros que evitéis encerraros en relaciones intimistas, falsamente tranquilizadoras; haced más bien que vuestra relación se convierta en levadura de una presencia activa y responsable en la comunidad”[6].
La dedicación a los amigos, a los necesitados, la participación en la vida pública, en definitiva, luchar por unos ideales, permiten abrir esa relación y hacerla madurar. Los novios están llamados a hacer apostolado y dar testimonio de su amor.
La modestia y la delicadeza en el trato van unidas a un Amor (con mayúscula) que trasciende lo humano y se fundamenta en lo sobrenatural, teniendo como modelo el amor de Cristo por su Esposa, que es la Iglesia [7]. Para alcanzar ese amor se deben cuidar los sentidos y las manifestaciones afectivas impropias del noviazgo, evitando situaciones que molesten al otro o puedan ser ocasión de tentaciones o pecado. Si realmente se ama a alguien, se hace lo todo lo posible por respetarla, evitando hacerle pasar un mal rato o haciendo algo que vaya en contra de su dignidad. El noviazgo supone un compromiso que incluye la ayuda al otro para ser mejor y una exclusividad en la relación que hay que cuidar y respetar.
No hay que olvidar el buen humor y la confianza en la otra persona y en su capacidad de mejora. Es bueno crecer juntos en el noviazgo, pero igual de importante es que cada uno crezca como persona; eso ayudará y ennoblecerá la relación.
La sobriedad permite disfrutar de las cosas pequeñas, de los detalles. Demuestra más amor un regalo fruto de conocer pequeños deseos del otro que un gran gasto en algo que es obvio. Une más un paseo que ir juntos al cine por costumbre, buscar una exposición gratuita que ir de compras.
Y dentro de la sobriedad se podría encuadrar el buen uso del tiempo libre. El ocio y el exceso de tiempo libre es mala base para crecer en virtudes, conduce al aburrimiento y a dejarse llevar. Por eso, conviene planificar el tiempo que se pasa juntos, dónde, con quién, qué se va a hacer.
Los hábitos (virtudes) y costumbres que se vivan y desarrollen durante el noviazgo son la base sobre la que se sustentará y crecerá el futuro matrimonio.
Las armas de los novios
En esa lucha por alcanzar la santidad, los novios disponen de estupendas ayudas.
En primer lugar, hay que situar los Sacramentos, medios a través de los cuales Dios concede su gracia. Son, por tanto, imprescindibles para vivir cristianamente el noviazgo.
Asistir juntos a la Santa Misa o hacer una breve visita al Santísimo Sacramento supone compartir el momento cumbre de la vida del cristiano. La experiencia de numerosas parejas de novios confirma que es algo que une profundamente. Si uno de los dos tiene menos práctica religiosa, el noviazgo es una oportunidad de descubrir juntos la belleza de la fe, y esto será sin duda un punto de unión. Esta tarea exigirá, por lo general, paciencia y buen ejemplo, acudiendo desde el primer momento a la ayuda de la gracia de Dios.
A través de la confesión se recibe el perdón de los pecados, la gracia para continuar la lucha por alcanzar la santidad. Siempre que sea posible, es conveniente acudir al mismo confesor, alguien que nos conozca y nos ayude en nuestras circunstancias concretas.
Si afirmamos que Dios es Padre y que la meta del cristiano es parecerse a Jesús, es natural tener un trato personal con quien sabemos que nos ama. Por medio de la oración los novios alimentan su alma, hacen crecer sus deseos de avanzar en su vida cristiana, dan gracias, piden el uno por el otro y por los demás. Es bonito que juntos pronuncien el nombre de Dios, de Jesús o de María, por ejemplo rezando el Rosario o haciendo una Romería a la Virgen.
“Hace falta una purificación y maduración, que incluye también la renuncia. Esto no es rechazar el eros ni ‘envenenarlo’, sino sanearlo para que alcance su verdadera grandeza”[8]. No podemos olvidar que la mortificación supone renunciar a algo por un motivo generoso, y que forma parte principal en la lucha ascética por ser santos. A veces será ceder en la opinión, o cambiar un plan que apetece menos al otro; o no acudir a lugares o ver series o películas juntos que pueden hacer tropezar en ese camino por ser santos. En el amor se encuentra el sentido de la renuncia.
Vivir el noviazgo con sobriedad y preparar de la misma manera la boda es una base formidable para vivir un matrimonio cristiano. “Al mismo tiempo, es bueno que vuestro matrimonio sea sobrio y destaque lo que es realmente importante. Algunos están muy preocupados por los signos externos: el banquete, los trajes... Estas cosas son importantes en una fiesta, pero sólo si indican el verdadero motivo de vuestra alegría: la bendición de Dios sobre vuestro amor”[9].
El noviazgo no es un paréntesis en la vida cristiana de los novios, sino un tiempo para crecer y compartir los propios deseos de santidad con aquella persona que, en el matrimonio, pondrá su nombre a nuestro camino hacia el cielo.
Aníbal Cuevas
Notas
[1] Cfr. Concilio Vaticano II, Lumen gentium (LG), 11,c. Desde 1928, San Josemaría predicó la llamada universal a la santidad en la Iglesia para todos los fieles; vid., p. ej., Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid 1973, 21.
[2] Benedicto XVI, Discurso, Ancona, 11-9-2011.
[3] San Josemaría, Surco, n. 800.
[4] Mt 22,37-39.
[5] San Josemaría, Conversaciones, n. 105.
[6] Benedicto XVI, Discurso, Ancona, 11-9-2011.
[7] Cfr. Ef 5, 21-33.
[8] Benedicto XVI, Deus Caritas Est, n. 5.
[9] Papa Francisco, Audiencia, La alegría del sí para siempre, 14-2-2014.
Estamos tan acostumbrados a la maravilla de los ojos que a veces podemos olvidar el valor tan grande que tiene la mirada de una persona.
El fascinante e inefable misterio de los ojos del hombre ha sido fuente inagotable de inspiración de muchos artistas. Los científicos continúan descubriendo mundos desconocidos al estudiarlos. Sin embargo, alguno se preguntará por qué debemos maravillarnos de la mirada de las personas. ¿Acaso no tienen ojos también los gatos, los perros, los peces? Ellos también nos miran. Estamos tan acostumbrados a relacionarnos con el mundo por medio de la vista que a veces podemos olvidar el valor tan grande que tiene la mirada de una persona.
La mirada del hombre es capaz de contemplar
En la mirada de los hombres encontramos algo que va más allá de recibir ondas de luz, ordenarlas y formar imágenes. En ella descubrimos una huella de que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Podemos recordar aquellas palabras cuando Dios creó el mundo: “Vio lo que había hecho y era todo bueno”. La capacidad de contemplar es un don que Dios ha dado únicamente al hombre en esta tierra. Un animal nos puede ver pero nunca podrá entender nuestra mirada. Este regalo nos asemeja, aunque de manera lejana, a nuestro Creador.
Sólo el hombre puede mirar y descubrir la belleza en el mundo que nos rodea. Cuando mira con atención un paisaje, un árbol, una flor encuentra un camino para levantar su alma como expresión máxima de esa experiencia, comunicar a la sociedad las vivencias de esta contemplación a través del arte en todos sus diversos estilos.
La mirada del hombre es capaz de amar
Basta una mirada del ser humano para entender que detrás de aquellos ojos se esconde algo interior. Esa ventana que nos permite ver el alma es un medio maravilloso que tenemos para conocer el fondo de la persona. Esto lo hemos experimentado desde pequeños. El juego de miradas que van de una madre a su hijo recién nacido no son superficiales. Son necesarias para la intercomunicación cuando todavía no se pueden usar palabras. Una sola de ellas expresa sentimientos, demuestra el amor que existe entre ellos.
Cuántos jóvenes enamorados pueden pasar horas en miradas, suspiros... “Ojos que no ven, corazón que no siente”, dice el refrán popular. Qué hermoso es el lenguaje de la mirada cuando ésta es cristalina, transparente, diáfana. Busca siempre relacionarse con la persona amada, transmitir en profundidad sus sentimientos, sacar del corazón los más inefables afectos.
Podemos aprender de la fuerza de la mirada amorosa de Cristo que, en muchos casos, fue lo único que movió los corazones de las personas. Había tal fuego de amor y tal profundidad en su mirada que uno no podía resistir aquel torrente de caridad.
La mirada del hombre es capaz de perdonar
Cuando ofendemos a alguien nos cuesta mirarle directamente a los ojos. Ya esto mismo experimentaron nuestros primeros padres, cuando sabiendo que habían desobedecido a Dios, se escondieron de su presencia. Tuvieron miedo, su mirada les delataba, les traicionaba. Y fue la mirada de Dios la que les devolvió la esperanza de vivir, el perdón, la reconciliación.
Cuántos padres, sabiendo que sus hijos les han fallado, son capaces de leer en sus miradas si están arrepentidos. Es suficiente para ellos una mirada de arrepentimiento para perdonarles al instante.
El mundo necesita, con nuestro testimonio, recobrar el valor de la mirada de las personas. Poder descubrir en ella el dolor y el gozo, el sufrimiento y la alegría, la búsqueda del sentido de la vida y la esperanza que anhelan los hombres. Ayudar al hombre a vivir en la tierra, con los ojos puestos en el cielo.
Las respuestas creativas que necesita la humanidad
¿No ha conocido el mundo jefes de pueblos que han sido santos
Que la humanidad progresa es algo que ni el más empecinado pesimista puede negar. Nadie en su sano juicio se mudaría a vivir, si la máquina del tiempo existiese, cien, doscientos, quinientos o mil años atrás. Pero tan innegable como esto es que el progreso de la humanidad no es suave y uniforme, sino que sigue un movimiento sincopado, con golpes de avance y momentos de estancamiento, como avanza la sangre por las arterias a impulsos del corazón. Incluso, en el progreso de la humanidad se dan momentos de retroceso, a veces pequeños pero algunas veces terribles, como fue la caída del Imperio Romano. Esto ya lo vio el genial Arnold J. Toynbee que dejó reseñado en su monumental obra “El Estudio de la Historia” cómo era este sistema de pulsos de avance, momentos de estancamiento y hundimientos. Toda civilización con éxito se encuentra continuamente con lo que él llamaba incitaciones, nudos gordianos que deben ser deshechos –o cortados– por una respuesta dada por una minoría creativa generada por un genio creativo. Y esta respuesta nunca es fácil. Si no se encuentra, la civilización colapsa. Pero si se encuentra esa respuesta, nunca es una respuesta definitiva, sino que ese nuevo impulso da pie a que se plantee una nueva incitación a la que también hay que responder en una cadena sin fin de incitación-respuesta-incitación. En verso de Walt Whitman: “Está en la naturaleza de las cosas que de todo fruto del éxito, cualquiera que sea, surgirá algo para hacer necesaria una lucha mayor”. Y, efectivamente, los momentos en que la incitación exige una respuesta y ésta no llega, son momentos históricos de dolores de parto.
La incapacidad de encontrar respuesta a sus incitaciones es lo que provocó la caída del Imperio Romano con consecuencias terribles. Pero tras ese colapso, una nueva civilización, la cristiana occidental, tomó el relevo. Y desde entonces, se han sucedido innumerables ciclos incitación respuesta y la civilización cristiana occidental no ha dejado de responder a estas incitaciones y de progresar[1]. Creo que hoy estamos en uno de esos momentos de dolores de parto en la que hay que encontrar una solución a nuestra –o más bien nuestras, porque son varias– incitaciones. Pretendo a continuación dar mi punto de vista sobre cuáles son algunas de esas incitaciones.
Una de ellas es, creo, el agotamiento del recorrido de la democracia tal y como la conocemos hoy día. Pero que nadie confunda esto con añoranzas de otros sistemas del pasado. El movimiento arcaizante, en terminología de Toynbee, la tentación de volver a aplicar soluciones del pasado que, tal vez, en su momento funcionaron bien, es una trampa mortal. Creo que la democracia languidece. Y lo hace por falta de ciudadanos. La propia prosperidad económica, respuesta a anteriores incitaciones, ha traído una especie de sopor, de falta de estímulo que en el último siglo ha degenerado en la venta de la libertad, más allá de ciertos formalismos, a un Estado paternalista que a la vez que nos protege, nos restringe con su aparato, nos anula con su presencia omnímoda y procura quitarnos nuestro espíritu crítico para que seamos más fáciles de dirigir. Y así, nos hemos transformado de ciudadanos en una especie de borregos protestones que exigen el cumplimiento de sus caprichos sin preguntarse si eso es posible o no y que castigan con su voto a quienes no se pliegan a ese capricho. Y esto trae aparejada una larga cadena de consecuencias que van desde la mediocridad de la clase política hasta su corrupción. Si no respondemos a esta incitación ese Estado omnímodo nos acabará devorando, como papá Saturno devoró a sus hijos. Por supuesto, soy incapaz de dar la más mínima receta sobre cómo tendría que ser esa nueva democracia y, aún si fuera capaz de vislumbrarla, sería absolutamente incapaz de iniciar un proceso que nos condujese a ella. Sí sé que esa nueva democracia tiene que ser un revulsivo de la libertad que estamos dejándonos robar, y no, de ninguna manera, una vuelta atrás a ningún tipo de despotismo más o menos ilustrado.
Otra incitación podría ser el relativismo moral. Nietos de una civilización, la griega, que estaba convencida de que la razón era un atributo humano que permitía al hombre buscar la verdad y progresar en su camino hacia ella, e hijos de otra, la romana[2], que ponía una voluntad inaudita en conseguir sus metas, hemos perdido esa convicción y esa voluntad, sustituyéndolas por una actitud de desconfianza hacia cualquier planteamiento riguroso, por un pensamiento débil que, sin embargo, puede imponer su brutal tiranía y por una actitud de desánimo y desencanto que llevan al “pasotismo”. Y, desde luego, no es la menor de las secuelas de ese pasotismo los bajísimos índices de natalidad que llevan a una disminución y un envejecimiento de la población de las sociedades desarrolladas. No soy filósofo y no puedo afirmar con seguridad cuándo y cómo se inició la larga deriva histórica que nos llevó, en un movimiento acelerado, desde la confianza en la razón y en la voluntad, hasta la desconfianza más absoluta en nada que pretenda ser verdad y la pérdida de la fuerza de la voluntad en la perplejidad de que todo vale lo mismo. Pero con el atrevimiento de la ignorancia y sin profundizar demasiado en ello –no podría– me atrevo a decir que el voluntarismo de Guillermo de Ockam, el racionalismo de Descartes y el idealismo de Kant[3], son hitos en la desviación del camino que nos podría haber llevado a avanzar en la senda de la verdad sin desorientarnos hasta perder el norte y, con él, la ilusión y la fuerza. Hace años –cuando era todavía más ignorante tenía aún mayor atrevimiento– me atreví a escribir unas páginas con el título “El camino a la posmodernidad y el nuevo renacimiento” que hoy no me atrevo a recomendar pero que, no obstante, mandaré a quien me lo pida. En ese escrito, en la segunda parte, el nuevo renacimiento, describo algunas corrientes filosóficas actuales que, sin volver atrás en una añoranza arcaizante, sí pueden señalar el camino para romper esa parálisis a la que nos ha sometido el relativismo de la posmodernidad. Pero esas ideas renovadoras, que ya están ahí y que pueden ser parte de la respuesta, esperan a su genio creador y a su minoría creativa que las saquen de los ambientes eruditos y las lleven a la vida del mundo exterior.
La tercera incitación podría ser la pobreza en el mundo. Desde luego que no me refiero al incremento de la pobreza, porque eso es una burda falacia. Nunca la pobreza ha retrocedido en el mundo a mayor velocidad de la que lo hace ahora. Por primera vez en la historia de la humanidad hay en el mundo menos de un 10% de sus habitantes que viven bajo el umbral de la pobreza en términos absolutos[4]. Tampoco me refiero a la repetida mentira de que “los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres”. La globalización ha hecho que los países en desarrollo y sus habitantes disminuyan su pobreza más deprisa de lo que aumenta la riqueza de los desarrollados. Pero ocurre que, por desgracia, este inequívoco retroceso de la pobreza, ese acercamento entre los más pobres y los más ricos, aunque se está acelerando, es todavía más lento de lo que la situación histórica requiere y presenta bolsas de pobreza que se diluyen muy lentamente. Cuando todo el mundo vivía al límite de la supervivencia, unos países empezaron, por un proceso que no contaré aquí[5], a generar muy lentamente riqueza suficiente como para hacer retroceder el fantasma de vivir al límite de la supervivencia. Pero estos países, no tenían a nadie por delante. Eran la avanzadilla. Nadie podía tirar de ellos ni sus ciudadanos podían ir a otro sitio en busca de esa riqueza o huyendo de la miseria. Sólo les quedaba seguir luchando para conseguir parcelas de seguridad jurídica y continuar tirando del carro en un proceso lento y durísimo. Sin embargo, los países que hoy están en la pobreza, sí tienen un “paraíso” al que ir, o soñar con ir, en vez de recorrer su camino. Si a esto se suma que sus países están generalmente gobernados por tiranos que impiden que sus habitantes creen riqueza, no es de extrañar que muchos de ellos quieran correr, aun poniendo en grave peligro sus vidas, en pos de ese “El Dorado”. Pero eso no es posible. Porque “El Dorado”, dejaría inmediatamente de serlo si una parte importante de los habitantes de los países pobres quisiesen trasladarse a él. Sólo la inversión libre de la iniciativa privada de los países desarrollados en los países pobres acelera el proceso e impulsa también la creación de riqueza interna en ellos. Si eso se produjese se crearía a gran velocidad la riqueza necesaria para evaporar la miseria en esos países, permitiéndoles acercarse con rapidez a los desarrollados. Pero tanto la inversión exterior como la interior requieren para producirse de unas condiciones de seguridad jurídica que los tiranos de esos países no están dispuestos a crear. Y así el camino de escape de la pobreza, que podría ser muy rápido, se ralentiza e incluso se para en algunos países, y esta lentitud incentiva la emigración masiva hacia los supuestos “paraísos”. Sólo los ciudadanos de esos países pueden rebelarse contra sus tiranos y destituirlos o cambiarlos. Pero, naturalmente, esos tiranos están bien pertrechados para que eso no ocurra. ¿Cómo podrían los países desarrollados ayudar a esos pueblos si estos tuviesen la voluntad política? Reconozco no tener ni un atisbo de respuesta a esta pregunta.
Seguramente a quien lea estas líneas se le vengan a la cabeza otras incitaciones que no he mencionado aquí. A mí también se me ocurren, pero describirlas haría este envío interminable. Sea como sea, lo que está claro es que tenemos por delante tremendas incitaciones que requieren unas respuestas drásticas e inmediatas desde la libertad y creatividad. Pero esta ha sido la historia de la civilización cristiana occidental. Y, hasta ahora, siempre han surgido en el momento oportuno los genios y las minorías creativas que necesitaba el momento. No hay ninguna razón para que la libertad y la creatividad humanas no hagan que aparezcan ahora también. Pero tampoco hay ninguna ley inexorable que haga que su aparición sea algo que tenga que producirse necesariamente. Y si no aparecen, el futuro no se presenta muy halagüeño. Estaremos ante una nueva caída de una civilización. Según Toynbee ha habido 21 civilizaciones en la historia de la humanidad y sólo la cristiana occidental ha sido capaz de salir al paso de sus incitaciones. Las demás, siempre según Toynbee, con cuya opinión coincido, o han desaparecido o están en proceso de descomposición. Así pues, no está fuera de lo posible el que la civilización cristiana occidental, tal y como la conocemos, se derrumbe, como lo hizo el Imperio Romano. Si es así, tal y como la civilización cristiana occidental tomo el relevo a la greco-romana, nacerá una nueva civilización que tome el testigo. Pero no será sin pasar por momentos oscuros y terribles, como los que vinieron tras la caída de Roma. Dios nos libre de ello.
Ahora bien, las incitaciones son tan duras y las respuestas tan difíciles, que creo que difícilmente se podrán encontrar sin la ayuda de Dios. Pero esto no quiere decir, desde luego, que Dios vaya a intervenir directamente en la historia. Ya lo ha hecho una vez y no creo que lo vuelva a hacer hasta que venga a juzgarla. Creo, más bien, que esas respuestas tendrán que estar hondamente inspiradas –no se me pregunte cómo porque no lo sé– en los principios y valores cristianos que nos han sido revelados por Dios a través de Jesucristo en su paso por la historia. Creo poder afirmar que todas las respuestas victoriosas a las incitaciones que ha tenido la civilización cristiana occidental han estado basadas, de una u otra forma, en esos principios. Y esto ha sido así incluso cuando los representantes de la Iglesia, en su faceta de institución humana, no han apoyado con entusiasmo –o incluso se han opuesto– a esas respuestas[6]. Así serán, basadas en esos principios, las respuestas que esperamos, si llegan a encontrarse. Hago completamente mías las palabras de Jacques Maritain en su obra “Humanismo integral”: “Una renovación social vitalmente cristiana será así obra de santidad o no será; y me refiero a una santidad vuelta hacia lo temporal, lo secular, lo profano. ¿No ha conocido el mundo jefes de pueblos que han sido santos? Si una nueva cristiandad surge en la historia, será obra de una tal santidad”. Pero no olvidemos que la santidad no es fruto del esfuerzo humano, sino una gracia concedida por Dios. Pidámosle, pues, con toda el alma, que suscite un puñado de esos santos vueltos hacia lo temporal, secular y profano que puedan encontrar las respuestas a las terribles incitaciones a las que estamos sometidos. Tal vez ya estén fraguándose esos santos. Así sea. Y no olvidemos que Dios da la santidad a quien quiere, no a quien nos gustaría a nosotros, y que no se la da a los más limpios sino, generalmente, a los pecadores.
Y ya que he citado a Maritain para apoyarme en él, me permito hacerlo también para buscar una razón de mí mismo ante mi perplejidad. Uso para ello la forma en que él mismo se define en su “carnet de notes”. “¿Quién soy yo? ¿Un profesor? No lo creo; enseño por necesidad (esto no es verdad en mí caso: enseño por vocación). ¿Un escritor? Tal vez. ¿Un filósofo? Lo espero. Pero también una especie de romántico de la justicia, pronto a imaginarse, después de cada combate, que ella y la verdad triunfarán entre los hombres. Y también, quizás, una especie de zahorí con la cabeza pegada a tierra para escuchar el ruido de las fuentes ocultas y de las germinaciones invisibles. Y también, y como todo cristiano, a pesar y en medio de miserias y fallos, y de todas las gracias traicionadas de las que tomo conciencia en la tarde de mi vida, un mendigo del cielo disfrazado en guisa de hombre del mundo, una especie de agente secreto del Rey de Reyes en los territorios del príncipe de este mundo, que decide arriesgarse como el gato de Kipling que caminaba solo”. Tal vez por esto, a pesar de mi paranoia o perspicacia –como cada uno quiera llamarla– me mantengo optimista ante la vida y el mundo.
Francisco: El dolor abre a una “relación nueva” con Dios y el prójimo
Palabras en español
FEBRERO 12, 2020 10:25 LARISSA I. LÓPEZAUDIENCIA GENERAL
(ZENIT – 12 febrero 2020).- Para el Papa Francisco el dolor interior es “una actitud fundamental en la espiritualidad cristiana” que “nos abre a una relación nueva con el Señor y con el prójimo”.
Hoy, 12 de febrero de 2020, en la audiencia general celebrada en el Aula Pablo VI, el Santo Padre ha continuado con el ciclo de catequesis sobre las bienaventuranzas. En concreto, se ha referido a la segunda de ellas: “Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados”.
Sobre la misma, el Papa indicó que en las Sagradas Escrituras el llanto tiene dos sentidos: el de “la aflicción causada por la muerte o por el sufrimiento de alguien que amamos” y aquel “por el dolor de nuestros pecados, provocado por haber ofendido a Dios y al prójimo”.
El primer significado, describió Francisco, alude al luto “siempre amargo y doloroso” que, “paradójicamente puede ayudarnos a tomar conciencia de la vida, del valor sagrado e insustituible de toda persona y de la brevedad del tiempo”. El dolor por haber ofendido y herido a quien amamos, por su parte, “es lo que llamamos el sentido del pecado, que es don Dios y obra del Espíritu Santo”, concluyó.
Papa Francisco: Se ama con la sonrisa y la cercanía, también con el llanto
Antoine Mekary | ALETEIA
Ary Waldir Ramos Díaz | Feb 12, 2020
En la Audiencia general del miércoles, el pontífice ha continuado su reflexión sobre las bienaventuranzas
El papa Francisco invitó amar en abundancia pidiendo a Dios la gracia: “De amar con la sonrisa, de amar con la cercanía, con el servicio y también con el llanto”. Lo dijo durante la audiencia general del miércoles 12 de diciembre de 2020 en el aula Pablo VI del Vaticano.
“Si tenemos siempre presente que Dios “no nos trata según nuestros pecados ni nos paga según nuestras faltas” (Sal 103, 10), vivimos en la misericordia y en la compasión, y el amor aparece en nosotros”, agregó.
«Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados», ha sido el tema de la reflexión de hoy, en el marco del ciclo de catequesis sobre las bienaventuranzas.
Francisco instruyó hoy a los fieles sobre “el dolor interior que nos abre a una auténtica relación con el Señor y con el Prójimo”. Se trata de una “actitud fundamental en la espiritualidad cristiana”.
Llanto de luto
Respecto al dolor que acerca al amor de Dios y el prójimo, el Pontífice señaló el primero: la aflicción causada por la muerte o por el sufrimiento de alguien que amamos.
Es decir, aludió al significado del luto, “que es siempre amargo y doloroso, que paradójicamente puede ayudarnos a tomar conciencia de la vida, del valor sagrado e insustituible de toda persona y de la brevedad del tiempo”.
Llanto por el mal ocasionado
El segundo, un llanto por el dolor de nuestros pecados, provocado por haber ofendido a Dios y al prójimo.
Así, indica “el llanto por el mal ocasionado, por el bien que no se hizo y por la deslealtad a la relación con Dios; es un llanto por no haber correspondido al amor incondicional del Señor hacia nosotros, por el bien que no quisimos hacer, por no haber querido a los demás”.
“El dolor por haber ofendido y herido a quien amamos es lo que llamamos el sentido del pecado, que es don Dios y obra del Espíritu Santo, siempre nos perdona y corrige con ternura”, añadió.
Pedir perdón a Dios
La belleza del arrepentimiento, la belleza del llanto, de la constricción, remarcó. Sucesivamente, Francisco insistió sobre una gracia para pedir a Dios: “Señor que yo pueda entender el pecado que he hecho o que puedo hacer. Este un dono muy grande. De entender esto, entonces el llanto del sufrimiento llega”.
La vida cristiana – afirmó – tiene en la misericordia su máxima expresión. Sabio y valiente es aquel que ha acogido el dolor relacionado con el amor porque recibirá la consolación, del Espíritu Santo que es la ternura de Dios que perdona y corrige.
“Dios siempre perdona, no se olviden de esto. Dios siempre perdona hasta los pecados más graves, siempre. El problema está en nosotros que nos cansamos de pedir perdón. Este es el problema: cuando uno se cierra y no pide perdón”.
En otro momento, el Pontífice que exploró el dolor como dimensión de la compasión y el amor, pidió oraciones por China y sus ciudadanos en el contexto de la difusión del corona virus que ha causado hasta ahora más de mil víctimas y por el pueblo de Siria y la guerra que cobra vidas civiles, especialmente de niños.
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Por último, Francisco saludó a los peregrinos: “Pidamos al Señor que nos conceda el don de las lágrimas por nuestra falta de amor a Dios y al prójimo, y que por su compasión y misericordia nos permita amar a nuestros hermanos y dejar que entren en nuestro corazón amar. Que Dios los bendiga”.