Incluso en las pequeñas cosas de la vida el Señor se hace presente con su Providencia Divina

Eladio de Toledo, Santo

Arzobispo, 18 de febrero

Martirologio Romano: En Toledo, en Hispania, san Eladio, que, después de haber dirigido los asuntos públicos en el palacio real, fue abad del monasterio de Agali y, elevado después al obispado de Toledo, se distinguió por los ejemplos de caridad (632).

Breve biografía

Arzobispo importante por su cometido entre los visigodos toledanos de su tiempo. Tuvo el buen gusto de admitir al diaconado a san Ildefonso que le sucedería también en la sede arzobispal de Toledo. Pasó dieciocho años al servicio de los cristianos como sucesor de los Apóstoles, desde que murió Aurasio, su antecesor en el mismo ministerio, y construyó también el templo de santa Leocadia.

Su padre llevó antes que él su nombre y ocupaba un cargo importante en la Corte. En familia de buenos cristianos nació Eladio, en Toledo, pasando la segunda mitad del siglo VI. Llega a sobresalir tanto en el cuidado de los negocios y tan merecedor es de confianza que el rey lo nombra administrador de sus finanzas ¡un antecedente de los ministros de Hacienda de hoy!

No se le sube a la cabeza de mala manera el honor, ni las riquezas, ni el poder que su cargo conlleva. No, no se dejó deslumbrar por la grandeza. Desde siempre era conocida su devoción y la fidelidad a las prácticas de vida cristiana. San Ildefonso dice de él que «aunque vestía secular, vivía como un monje». Y no le faltaba razón, porque frecuentaba el retiro monacal del monasterio Agaliense próximo a Toledo y algo se le pegaría.

Entre los afanes de las cuentas, recaudaciones, ajustes y distribución de dineros le llega la hora de la vocación a cosas más altas. Hay un cambio de negocio y quien lo propone es el Señor. Con voluntad desprendida deja bienes, afanes terrenos, comodidades, familia y mucho honor. Tomado hábito, a la muerte del abad, los monjes le eligen para esa su misión.

Después viene otra muerte, porque así vamos pasando los hombres. Se resiste Eladio a aceptar la distinción de arzobispo, pero la silla toledana necesita un sucesor después de la muerte de Aurasio. Los años no son obstáculo para reformar el estamento eclesiástico, mejorar el estado secular y cuidar el culto divino. Como obispo no puede olvidar a los más necesitados en lo material porque sin caridad no hay cristianismo creíble; y es en este punto donde su discípulo y sucesor Ildefonso escribe: «Las limosnas y misericordias que hacía Eladio eran tan copiosas que era como si entendiese que de su estómago estaban asidos como miembros los necesitados, y de él se sustentaban sus entrañas»; este era un motivo más para cuidar la austeridad de su mesa arzobispal, debía ser frugal en la comida para no defraudar a los pobres.

Aún tuvo más entresijos su vida; negoció delicadamente con Sisebuto la ardua cuestión que planteaba la convivencia diaria entre las comunidades de judíos y cristianos que era fuente permanente de conflictos religiosos y de desorden social.

Murió el 18 de febrero del año 632.

Confiar en la Providencia

Santo Evangelio según san Marcos 8, 14-21. Martes VI del Tiempo Ordinario

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.Amén Cristo, Rey nuestro.¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Marcos 8, 14-21

En aquel tiempo, cuando los discípulos iban con Jesús en la barca, se dieron cuenta de que se les había olvidado llevar pan; sólo tenían uno. Jesús les hizo esta advertencia: “Fíjense bien y cuídense de la levadura de los fariseos y de la de Herodes”. Entonces ellos comentaban entre sí: “Es que no tenemos panes”.

Dándose cuenta de ello, Jesús les dijo: “qué están comentando que no trajeron panes? ¿Todavía no entienden ni acaban de comprender? ¿Tan embotada está su mente? ¿Para qué tienen ustedes ojos, si no ven, y oídos, si no oyen? ¿No recuerdan cuántos canastos de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil hombres?” Ellos le contestaron: “Doce”. Y añadió: “Y cuántos canastos de sobras recogieron cuando repartí siete panes entre cuatro mil?”. Le respondieron: “Siete”. Entonces él dijo: “¿Todavía no acaban de comprender?”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Ahora estoy estudiando filosofía en Roma para prepararme para el sacerdocio, pero siempre que tengo la oportunidad de ir de visita a casa de mis papás en Monterrey, busco un momento para ver a mis amigos de la universidad. Siempre me resulta curioso ver cómo un tema de conversación que se repite son los recuerdos de los maestros y sus clases en la universidad. Creo que siempre los primeros maestros que recordamos son los más exigentes. Me parece que san Marcos está haciendo lo mismo que mis amigos y yo en este pasaje de su Evangelio: recordar a Cristo Maestro que enseña a sus discípulos. Los discípulos están preocupados porque sólo tienen un pan en la barca, pero ¡Jesús acababa de multiplicar el pan para cuatro mil hombres! Creo que muchas veces nos podemos poner en el lugar de estos discípulos: ¿cuántas veces dejamos de confiar en el Señor y sólo confiamos en nosotros mismos?, ¿cuántas veces nos olvidamos de la Providencia Divina? Mi papá es muy fervoroso de la Divina Providencia. Recuerdo un día que me llevaba a la escuela en su coche; él no tenía trabajo ni dinero en la cartera, y se le estaba acabando la gasolina al auto que ya tenía encendido un pequeño foco amarillo de advertencia en el tablero. En el camino rezamos a la Divina Providencia y recuerdo que justo antes de bajarme para entrar al colegio, la luz amarilla del tablero se apagó. ¡Qué grande es Dios! Muchas veces pensamos que es difícil encontrarnos con el Señor, pero es más sencillo de lo que parece, incluso en las pequeñas cosas de la vida el Señor se hace presente con su Providencia Divina. «¿Y cuál es la actitud del cristiano? Es la actitud de esperanza en Dios, que nos permite no dejarnos abrumar por acontecimientos trágicos. En efecto, “esto os sucederá para que deis testimonio”. Los discípulos de Cristo no pueden permanecer esclavos de los temores y de las angustias, sino que están llamados a vivir la historia, a detener la fuerza destructiva del mal, con la certeza de que la ternura providencial y tranquilizadora del Señor acompaña siempre su acción de bien. Esta es la señal elocuente de que el Reino de Dios viene a nosotros, es decir, que la realización del mundo se acerca como Dios quiere. Es Él, el Señor, quien dirige nuestras vidas y conoce el propósito último de las cosas y los acontecimientos». (Homilía de S.S. Francisco, 17 de noviembre de 2019).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación. Preocuparme menos y confiar más en el Señor cuando no puedo controlar las cosas.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

El Pan Eucarístico

No estamos equivocados con la celebración de la Eucaristía o Santa Misa,que no es un invento de los curas, sino que, según la Biblia, es un mandato sagrado de Cristo mismo

Siempre que puedo tengo la costumbre de visitar a los hermanos católicos en sus casas. Y un día, por equivocación, entré en una casa donde estaba reunido un grupito de hermanos evangélicos. Se asombraron muchísimo cuando de repente vieron en medio de ellos al cura de la Iglesia Católica. Les expliqué que estaba invitando a los católicos para leer juntos la Palabra de Dios y luego participar en «la Fracción del Pan» o Santa Misa. Inmediatamente un hermano evangélico me replicó: «¡La Palabra de Dios es el único Pan de vida!» (para hacerme entender que ellos no necesitan el Pan sagrado de la Misa).

Felicito sinceramente a nuestros hermanos evangélicos por el gran amor que tienen a la Palabra de Dios como Pan de vida. Pero me sorprende que ellos con tanta facilidad rechacen el Pan Eucarístico o Santa Misa. Este hecho me hizo pensar mucho, y luego tomé la decisión de escribir esta carta a mis hermanos católicos para explicarles que no estamos equivocados con la celebración de la Eucaristía o Santa Misa, y para recordar que la Misa no es un invento de los curas, sino que, según la Biblia, es un mandato sagrado de Cristo mismo.

El Pan de la Palabra y el Pan Eucarístico

En el Evangelio de San Juan, Jesús hace una reflexión muy profunda acerca de este tema. Jesús proclama que «El es el verdadero Pan que ha bajado del cielo» (Jn. 6, 33-35), y el Señor nos da dos razones para explicarnos por qué El es el Pan de vida:

- Primero: Jesús es «el Pan de vida», por su Palabra que abre la vida eterna a los que creen (Jn. 6, 26-51). Es decir, Jesús es «el Pan de la Palabra» que hay que creer.

- Segundo: Jesús es «Pan de Vida» por su carne y su sangre que se nos dan como verdadera comida y bebida (Jn. 6, 51-58). Con estas últimas palabras, Jesús anuncia la Eucaristía que El va a instituir durante la Ultima Cena: «Tomad y comed, esto es mi Cuerpo» (Lc. 22,19). «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él» (Jn. 6, 55-56).

Está claro entonces que no debemos quedarnos solamente con «el Pan de la Palabra». Jesús nos invita también a «comer realmente su Cuerpo» como «el Pan Eucarístico».

Ahora bien, nuestros hermanos evangélicos piensan que el Pan Eucarístico es solamente un símbolo de Jesucristo y niegan la presencia real de Cristo en la Cena del Señor. La frase: «Esto es mi cuerpo», para ellos es sólo una expresión figurada.

Es más, las Biblias de los Testigos de Jehová dicen que Jesús en la Ultima Cena no dijo: «Esto es mi cuerpo», sino: «Esto significa mi cuerpo» (Lc. 22,19), y con esto acaban con la presencia real de Cristo en el Pan Sagrado o en la Santa Hostia. (Cualquiera que sepa traducir bien el idioma griego en que fue escrito el Evangelio de Lucas, sabe muy bien que la palabra usada por la Biblia en griego es «estin» que significa en castellano «es», y que esta palabra en ningún caso se puede traducir por «significa», como hacen los Testigos de Jehová. El fundador de los Testigos de Jehová, sin haber hecho estudios de la Biblia con maestros entendidos, se dedicó a traducir la Biblia a su antojo y por eso le hace decir cosas absolutamente inexactas.

Jesús nos invita a comer su Cuerpo y a beber su Sangre

El discurso de Jesús sobre «su Cuerpo, Pan de vida» (Jn. 6,51-58) lo pronunció después de la multiplicación de los panes y, en esta oportunidad, por primera vez, el Señor habló acerca de la Eucaristía: «El pan que Yo daré es mi Carne, y la daré para vida del mundo» (Jn. 6, 51).

Cuando Jesús dijo estas palabras, muchos de sus discípulos lo abandonaron, diciendo que ese modo de hablar era intolerable (Jn. 6, 59-66). Pero Jesús no dijo que estaba hablando en sentido figurado. Jesús insistió: «En verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tienen verdadera vida». (Jn. 6,53).

Es más, a los Doce apóstoles Jesús les preguntó: «¿También ustedes quieren dejarme?» (Jn. 6, 67).

De ninguna manera Jesús habló aquí en sentido simbólico o figurado: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna y Yo le resucitaré en el último día» (Jn. 6,54).

La Ultima Cena del Señor

En el Nuevo Testamento encontramos hasta cuatro testimonios distintos acerca de la Ultima Cena del Señor: Mateo, Marcos, Lucas y Pablo. Esto quiere decir que la Ultima Cena fue un hecho de suma importancia en la vida de Jesús y en la vida de la primitiva Iglesia.

La noche antes de morir, Jesús invitó a sus apóstoles a celebrar la Pascua de los judíos, que consistía, sobre todo, en una cena solemne. Esta comida era para los judíos «la gran acción de gracias» a Dios. Y el Señor Jesús aprovechó la cena para darle un sentido nuevo y profundo.

Leemos en el Evangelio de San Lucas: «Después, Jesús tomó el pan y dando gracias (eucharistein, en griego) lo partió y se lo dio diciendo: ´Esto es mi cuerpo que es entregado por ustedes. Hagan esto en memoria mía´. Después de la cena hizo lo mismo con la copa. Dijo: ´Esta copa es la alianza nueva sellada con mi sangre, que va a ser derramada por ustedes´» (Lc. 22, 19-20).

La Ultima Cena del Señor tiene muchos significados

Solamente queremos aquí indicar algunos aspectos importantes en relación con nuestro tema:

- Primero: la Cena del Señor es «la gran acción de gracias» a Dios. La palabra griega «eucharistein» (Lc. 22,19; 1 Cor.11,24) recuerda las bendiciones que proclaman las obras de Dios: la creación, la redención, y la santificación. La Iglesia prefiere la palabra «Eucaristía» para indicar la Cena del Señor.

- Segundo: Cuando Jesús en la Ultima Cena dijo al partir el pan: «Tomen y coman, esto es mi cuerpo», no estaba hablando en forma simbólica. Estas palabras anunciaban claramente su presencia misteriosa y real en los signos del pan y del vino. Realmente Jesús dio al pan y al vino un nuevo sentido. Jesús dijo claramente: «Esto es mi cuerpo». Jesús indicó un realismo incomparable y no un simple simbolismo. Esto sucedió en la primera Eucaristía o Santa Misa.

- Tercero: También dio Jesús a sus apóstoles el mandato de recordar y revivir estos gestos sagrados: «Hagan esto en memoria mía» (Lc. 22,19). Fiel a este mandato de Jesús, la Iglesia desde aquel momento hasta ahora realiza continuamente estos signos sagrados que hizo Jesús en la Ultima Cena. Y la Iglesia cree que el Pan consagrado en cada Eucaristía es a la vez figura y realidad del Cuerpo celestial de Cristo: un memorial vivo de Cristo.

-Cuarto: El apóstol Pablo para recordar lo sagrado que es el alimento eucarístico, escribe en términos muy claros: «El cáliz que bendecimos, ¿no es acaso la comunión de la Sangre de Cristo? Y el Pan que partimos, ¿no es acaso la comunión del Cuerpo de Cristo?» (1Cor. 10,16).

Para Pablo, ese pan y ese vino, una vez consagrados, no son un simple símbolo del cuerpo y sangre, sino realmente el Cuerpo y la Sangre de Cristo glorificado. Y en este mismo sentido sigue el apóstol escribiendo a los Corintios, después de reprenderles por algunos abusos que cometían en sus reuniones: «Así, pues, cada vez que comen de este pan y beben de la copa, están proclamando la muerte del Señor hasta que venga. Por tanto si alguien come el pan y bebe de la copa del Señor indignamente, peca contra el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por eso, que cada uno examine su conciencia antes de comer del pan y beber de la copa. De otra manera come y bebe su propia condenación al no distinguir el cuerpo de Cristo. Esta es la razón por la cual se ven tantos enfermos entre ustedes» (1Cor. 11, 26-30).

Consideraciones finales

Mucha gente de hoy, igual como en el tiempo de Jesús, tiene dudas acerca de la presencia real de Cristo en el Pan Eucarístico. Muchos se preguntan: «¿Cómo puede ser eso?... ¿No es demasiado para nuestra inteligencia humana aceptar todo esto?...»

Es verdad, nuestra inteligencia humana no es capaz de captar esta presencia misteriosa de Cristo en la Eucaristía. Solamente con los ojos de la fe podemos experimentar esta presencia real e íntima de Cristo en el Pan Sagrado.

La presencia del cuerpo de Cristo en el Pan Sagrado no es una presencia física, o sea, material, como si pudiéramos decir: «Jesús está aquí sentado a la mesa al lado mío». No debemos olvidar que el Cuerpo de Cristo, después de su muerte y resurrección, es para siempre un cuerpo glorificado, un cuerpo celestial que se hace presente entre nosotros en el pan y en el vino. Es una presencia real. No una presencia material de Cristo, sino una presencia terrenal de su cuerpo celestial.

En otras palabras: mediante un gesto visible, el creyente participa de una realidad que no se ve, pero entra realmente en comunión con Cristo glorificado y resucitado. Acostumbramos a aplicar la palabra sacramento para designar un signo externo que contiene una realidad espiritual. En la Cena del Señor, o Santa Misa, nuestra fe nos lleva a recibir como Cuerpo y Sangre de Cristo algo que todavía no parece ser más que pan y vino. Pero, por estos signos o sacramentos, Cristo se hace para nosotros realmente alimento y vida.

La Comunión Eucarística es el cuerpo y el corazón de la vida de la Iglesia, la cual es ante todo comunión. Es el lugar en que los hombres experimentan, ya en la tierra, la unión entre ellos y Cristo.

Queridos hermanos, estas son las razones por las que nosotros los católicos, conforme al mandato del Señor: «Hagan esto en memoria mía», celebramos la Eucaristía Domingo tras Domingo, y creemos con toda firmeza que Cristo glorificado está realmente presente en el pan y en el vino consagrados. No es ningún invento de los curas, como piensan algunos hermanos evangélicos, sino que ésta es una enseñanza bíblica, creída plenamente por todos los verdaderos cristianos desde el principio de nuestra santa religión hasta el día de hoy.

Los distintos nombres para indicar la Santa Misa:

Eucaristía porque es «acción de gracias» a Dios. La palabra griega «eucharistein» (Lc. 22,19 y 1 Cor. 11,24) recuerda las bendiciones judías que proclaman, sobre todo durante la comida, las obras de Dios: la creación, la redención y la santificación.

Cena del Señor o Banquete del Señor porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión (1Cor. 11, 20).

Fracción del Pan porque el gesto de partir el pan y repartirlo lo utilizó Jesús cuando bendijo y distribuyó el pan en la Ultima Cena (Mt. 26, 26; 1 Cor. 11, 24; Hech. 2, 42 y Hech. 20, 7-11).

Comunión porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo Cuerpo (común-unión) (1 Cor. 10, 16-17).

Santo Sacrificio porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia. Así también se llama «Sacrificio de Alabanza» (Heb. 13, 15), sacrificio espiritual (1 Ped. 2,5).

Santa Misa porque la liturgia en la que se realiza el misterio de nuestra salvación se termina con el envío de los fieles (envío=missio en latín) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana.

Antes del Padecimiento
en la noche de la Cena
el Señor con gracia plena
instituyó el Sacramento.
Su Cuerpo y Sangre sustento
eran para el pecador
por eso el Supremo Autor
en la Mesa del altar
nos dio este rico manjar
que es la fineza mayor.

Cuestionario

¿Es Jesús el Pan de Vida? ¿Cómo interpretan los evangélicos el texto de Lc. 22, 19? ¿Cómo lo interpretamos los católicos? ¿Nos invita Jesús a comer su Cuerpo? ¿Cuándo nos mandó Jesús comer el Pan de Vida? ¿Cómo presentan la Cena los tres sinópticos? ¿Hablaba Jesús en forma real o simbólica sobre su presencia en la Eucaristía? ¿Qué dice Pablo en lo referente a la Comunión? ¿Está Cristo en medio de nosotros?

Un año de misión para los futuros diplomáticos de la Santa Sede

Carta del Papa Francisco al Presidente de la Academia Pontificia Eclesiástica.

Lo había preanunciado en su discurso final en el Sínodo sobre la Amazonia, y ahora esa indicación se concretiza. El Papa Francisco ha escrito a Monseñor Joseph Marino, el nuevo Presidente de la Academia Pontificia Eclesiástica – la escuela para la formación del personal diplomático de la Santa Sede – pidiendo que se incluya en el plan de estudios un año de misión en una Iglesia local. La Carta del Pontífice está fechada el 11 de febrero. Francisco recuerda "el deseo de que los sacerdotes que se preparan para el Servicio diplomático de la Santa Sede dediquen un año de su formación al compromiso misionero en una diócesis".

"Estoy convencido – añade – que tal experiencia podrá ser útil para todos los jóvenes que se preparan o comienzan el servicio sacerdotal, pero de manera particular para aquellos que en el futuro serán llamados a colaborar con los Representantes Pontificios y, posteriormente, podrán convertirse a su vez en Enviados de la Santa Sede a las naciones y las Iglesias particulares".

El Papa cita lo que había afirmado en un discurso dirigido a la Academia Pontificia Eclesiástica en junio de 2015: “La misión que un día estarán llamados a desempeñar los llevará a todas las partes del mundo. A Europa, que necesita despertarse; a África, sedienta de reconciliación; a América Latina, hambrienta de alimento e interioridad; a América del Norte, determinada a redescubrir las raíces de una identidad que no se define a partir de la exclusión; a Asia y Oceanía, desafiadas por la capacidad de fermentar en la diáspora y dialogar con la vastedad de culturas ancestrales”.

Y en la Carta añade que “para afrontar positivamente estos crecientes desafíos para la Iglesia y para el mundo, es necesario que los futuros diplomáticos de la Santa Sede adquieran, además de la sólida formación sacerdotal y pastoral, y de la formación específica" ofrecida por la Academia, también "una experiencia personal de misión fuera de la propia diócesis de origen, compartiendo con las Iglesias misioneras un período de camino junto a su comunidad, participando en su actividad evangelizadora cotidiana".

El Papa, por lo tanto, ha decidido dirigirse a Monseñor Marino, pidiéndole "que ponga en práctica este deseo mío de enriquecer el programa de formación académico con un año dedicado enteramente al servicio misionero en las Iglesias particulares esparcidas por todo el mundo. Esta nueva experiencia entrará en vigor empezando con los nuevos alumnos que iniciarán su formación en el próximo año académico 2020/2021".

Para elaborar el proyecto en profundidad, escribe de nuevo Francisco, "será necesaria, en primer lugar, una estrecha colaboración con la Secretaría de Estado y, más concretamente, con la Sección para el Personal de la Función Diplomática de la Santa Sede (la tercera sección, ndr), así como con los Representantes Pontificios, que ciertamente no dejarán de prestar una valiosa ayuda para identificar las Iglesias particulares dispuestas a acoger a los alumnos y a seguir de cerca su experiencia"

"Estoy seguro de que – concluye el Papa – una vez superadas las preocupaciones iniciales que puedan surgir ante este nuevo estilo de formación de los futuros diplomáticos de la Santa Sede, la experiencia misionera que se quiere promover será útil no sólo para los jóvenes académicos, sino también para las Iglesias particulares con las que ellos colaborarán y, como espero, suscitará en otros sacerdotes de la Iglesia universal el deseo de ponerse a disposición para transcurrir un período de servicio misionero fuera de su propia diócesis".

Sepa lo que debe y no debe hacerse en la celebración de la Misa

La instrucción Redemptionis Sacramentum, describe detalladamente cómo debe celebrarse la Eucaristía 

Por: Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos 

La instrucción Redemptionis Sacramentum, describe detalladamente cómo debe celebrarse la Eucaristía y lo que puede considerarse como "abuso grave" durante la ceremonia. Aquí les ofrecemos un resumen de las normas que el documento recuerda a toda la Iglesia.

En el Capítulo I sobre la “ordenación de la Sagrada Liturgia” se señala que:

Compete a la Sede Apostólica ordenar la sagrada Liturgia de la Iglesia universal, editar los libros litúrgicos, revisar sus traducciones a lenguas vernáculas y vigilar para que las normas litúrgicas se cumplan fielmente.

Los fieles tienen derecho a que la autoridad eclesiástica regule la sagrada Liturgia de forma plena y eficaz, para que nunca sea considerada la liturgia como propiedad privada de alguien.

El Obispo diocesano es el moderador, promotor y custodio de toda la vida litúrgica. A él le corresponde dar normas obligatorias para todos sobre materia litúrgica, regular, dirigir, estimular y algunas veces también reprender.

Compete al Obispo diocesano el derecho y el deber de visitar y vigilar la liturgia en las iglesias y oratorios situados en su territorio, también aquellos que sean fundados o dirigidos por los citados institutos religiosos, si los fieles acuden a ellos de forma habitual.

Todas las normas referentes a la liturgia, que la Conferencia de Obispos determine para su territorio, conforme a las normas del derecho, se deben someter a la recognitio de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, sin la cual, carecen de valor legal.

En el Capítulo II sobre la “participación de los fieles laicos en la celebración de la Eucaristía”, se establece que:

La participación de los fieles laicos en la celebración de la Eucaristía, y en los otros ritos de la Iglesia, no puede equivaler a una mera presencia, más o menos pasiva, sino que se debe valorar como un verdadero ejercicio de la fe y la dignidad bautismal.

Se debe recordar que la fuerza de la acción litúrgica no está en el cambio frecuente de los ritos, sino, verdaderamente, en profundizar en la palabra de Dios y en el misterio que se celebra.

Sin embargo, no se deduce necesariamente que todos deban realizar otras cosas, en sentido material, además de los gestos y posturas corporales, como si cada uno tuviera que asumir, necesariamente, una tarea litúrgica específica; aunque conviene que se distribuyan y realicen entre varios las tareas o las diversas partes de una misma tarea.

Se alienta la participación de lectores y acólitos que estén debidamente preparados y sean recomendable por su vida cristiana, fe, costumbres y fidelidad hacia el Magisterio de la Iglesia.

Se alienta la presencia de niños o jóvenes monaguillos que realicen un servicio junto al altar, como acólitos, y reciban una catequesis conveniente, adaptada a su capacidad, sobre esta tarea. A esta clase de servicio al altar pueden ser admitidas niñas o mujeres, según el juicio del Obispo diocesano y observando las normas establecidas.

En el Capítulo 3, sobre la “celebración correcta de la Santa Misa” se especifica sobre:

La materia de la Santísima Eucaristía

El pan a consagrar debe ser ázimo, de sólo trigo y hecho recientemente. No se pueden usar cereales, sustancias diversas del trigo. Es un abuso grave introducir en su fabricación frutas, azúcar o miel.

Las hostias deben ser preparadas por personas honestas, expertas en la elaboración y que dispongan de los instrumentos adecuados.

Las fracciones del pan eucarístico deben ser repartidas entre los fieles, pero cuando el número de estos excede las fracciones se deben usar sobre todo hostias pequeñas.

El vino del Sacrificio debe ser natural, del fruto de la vid, puro y sin corromper, sin mezcla de sustancias extrañas. En la celebración se le debe mezclar un poco de agua. No se debe admitir bajo ningún pretexto otras bebidas de cualquier género.

La Plegaria Eucarística

Sólo se pueden utilizar las Plegarias Eucarísticas del Misal Romano o las aprobadas por la Sede Apostólica. Los sacerdotes no tienen el derecho de componer plegarias eucarísticas, cambiar el texto aprobado por la Iglesia, ni utilizar otros, compuestos por personas privadas.

Es un abuso hacer que algunas partes de la Plegaria Eucarística sean pronunciadas por el diácono, por un ministro laico, o bien por uno sólo o por todos los fieles juntos. La Plegaria Eucarística debe ser pronunciada en su totalidad, y solamente, por el sacerdote. El sacerdote no puede partir la hostia en el momento de la consagración.

En la Plegaria Eucarística no se puede omitir la mención del Sumo Pontífice y del Obispo diocesano.

Las otras partes de la Misa

Los fieles tienen el derecho de tener una música sacra adecuada e idónea y que el altar, los paramentos y los paños sagrados, según las normas, resplandezcan por su dignidad, nobleza y limpieza.

No se pueden cambiar los textos de la sagrada Liturgia.

No se pueden separar la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística, ni celebrarlas en lugares y tiempos diversos.

La elección de las lecturas bíblicas debe seguir las normas litúrgicas. No está permitido omitir o sustituir, arbitrariamente, las lecturas bíblicas prescritas ni cambiar las lecturas y el salmo responsorial con otros textos no bíblicos.

La lectura evangélica se reserva al ministro ordenado. Un laico, aunque sea religioso, no debe proclamar la lectura evangélica en la celebración de la Misa.

La homilía nunca la hará un laico. Tampoco los seminaristas, estudiantes de teología, asistentes pastorales ni cualquier miembro de alguna asociación de laicos.

La homilía debe iluminar desde Cristo los acontecimientos de la vida, sin vaciar el sentido auténtico y genuino de la Palabra de Dios, por ejemplo, tratando sólo de política o de temas profanos, o tomando como fuente ideas que provienen de movimientos pseudo-religiosos.

No se puede admitir un “Credo” o Profesión de fe que no se encuentre en los libros litúrgicos debidamente aprobados.

Las ofrendas, además del pan y el vino, sí pueden comprender otros dones. Estos últimos se pondrán en un lugar oportuno, fuera de la mesa eucarística.

La paz se debe dar antes de distribuir la sagrada Comunión, y se recuerda que esta práctica no tiene un sentido de reconciliación ni de perdón de los pecados.

Se sugiere que el gesto de la paz sea sobrio y se dé a sólo a los más cercanos. El sacerdote puede dar la paz a los ministros, permaneciendo en el presbiterio, para no alterar la celebración y del mismo modo si, por una causa razonable, desea dar la paz a algunos fieles. El gesto de paz lo establece la Conferencia de Obispos, con el reconocimiento de la Sede Apostólica, “según la idiosincrasia y las costumbres de los pueblos”.

La fracción del pan eucarístico la realiza solamente el sacerdote celebrante, ayudado, si es el caso, por el diácono o por un concelebrante, pero no por un laico. Ésta comienza después de dar la paz, mientras se dice el “Cordero de Dios”.

Es preferible que las instrucciones o testimonios expuestos por un laico se hagan fuera de la celebración de la Misa. Su sentido no debe confundirse con la homilía, ni suprimirla.

Unión de varios ritos con la celebración de la misa

No se permite la unión de la celebración eucarística con otros ritos cuando lo que se añadiría tiene un carácter superficial y sin importancia.

No es lícito unir el Sacramento de la Penitencia con la Misa y hacer una única acción litúrgica. Sin embargo, los sacerdotes, independientemente de los que celebran la Misa, sí pueden escuchar confesiones, incluso mientras en el mismo lugar se celebra la Misa. Esto debe hacerse de manera adecuada.

La celebración de la Misa no puede ser intercalada como añadido a una cena común, ni unirse con cualquier tipo de banquete. No se debe celebrar la Misa, a no ser por grave necesidad, sobre una mesa de comedor, o en el comedor, o en el lugar que será utilizado para un convite, ni en cualquier sala donde haya alimentos. Los participantes en la Misa tampoco se sentarán en la mesa, durante la celebración.

No está permitido relacionar la celebración de la Misa con acontecimientos políticos o mundanos, o con otros elementos que no concuerden plenamente con el Magisterio.

No se debe celebrar la Misa por el simple deseo de ostentación o celebrarla según el estilo de otras ceremonias, especialmente profanas.

No se debe introducir ritos tomados de otras religiones en la celebración de la Misa.

En el capítulo 4, sobre la “Sagrada Comunión”, se ofrecen disposiciones como:

Si se tiene conciencia de estar en pecado grave, no se debe celebrar ni comulgar sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse.

Debe vigilarse para que no se acerquen a la sagrada Comunión, por ignorancia, los no católicos o, incluso, los no cristianos.

La primera Comunión de los niños debe estar siempre precedida de la confesión y absolución sacramental. La primera Comunión siempre debe ser administrada por un sacerdote y nunca fuera de la celebración de la Misa.

El sacerdote no debe proseguir la Misa hasta que haya terminado la Comunión de los fieles.

Sólo donde la necesidad lo requiera, los ministros extraordinarios pueden ayudar al sacerdote celebrante.

Se puede comulgar de rodillas o de pie, según lo establezca la Conferencia de Obispos, con la confirmación de la Sede Apostólica.

Así pues, no es lícito negar la sagrada Comunión a un fiel, por ejemplo, sólo por el hecho de querer recibir la Eucaristía arrodillado o de pie.

Los fieles tienen siempre derecho a elegir si desean recibir la Comunión en la boca, pero si el que va a comulgar quiere recibir el Sacramento en la mano, se le debe dar la Comunión.

Si existe peligro de profanación, el sacerdote no debe distribuir a los fieles la Comunión en la mano.

Los fieles no deben tomar la hostia consagrada ni el cáliz sagrado por uno mismo, ni mucho menos pasarlos entre sí de mano en mano.

Los esposos, en la Misa nupcial, no deben administrarse de modo recíproco la sagrada Comunión.

No debe distribuirse a manera de Comunión, durante la Misa o antes de ella, hostias no consagradas, otros comestibles o no comestibles. Para comulgar, el sacerdote celebrante o los concelebrantes no deben esperar que termine la comunión del pueblo. Si un sacerdote o diácono entrega a los concelebrantes la hostia sagrada o el cáliz, no debe decir nada, es decir, no pronuncia las palabras “el Cuerpo de Cristo” o “la Sangre de Cristo”. Para administrar a los laicos Comunión bajo las dos especies, se deben tener en cuenta, convenientemente, las circunstancias, sobre las que deben juzgar en primer lugar los Obispos diocesanos. Se debe excluir totalmente la administración de la Comunión bajo las dos especies cuando exista peligro, incluso pequeño, de profanación. No debe administrarse la Comunión con el cáliz a los laicos donde: 1) sea tan grande el número de los que van a comulgar que resulte difícil calcular la cantidad de vino para la Eucaristía y exista el peligro de que sobre demasiada cantidad de Sangre de Cristo, que deba sumirse al final de la celebración»; 2) el acceso ordenado al cáliz sólo sea posible con dificultad; 3) sea necesaria tal cantidad de vino que sea difícil poder conocer su calidad y proveniencia; 4) cuando no esté disponible un número suficiente de ministros sagrados ni de ministros extraordinarios de la sagrada Comunión que tengan la formación adecuada; 5) donde una parte importante del pueblo no quiera participar del cáliz por diversos motivos.

No se permite que el comulgante moje por sí mismo la hostia en el cáliz, ni reciba en la mano la hostia mojada. La hostia que se debe mojar debe hacerse de materia válida y estar consagrada. Está absolutamente prohibido el uso de pan no consagrado o de otra materia.

En el capítulo 5, sobre “otros aspectos que se refieren a la Eucaristía”, se aclara que:

La celebración eucarística se ha de hacer en lugar sagrado, a no ser que, en un caso particular, la necesidad exija otra cosa.

Nunca es lícito a un sacerdote celebrar la Eucaristía en un templo o lugar sagrado de cualquier religión no cristiana.

Siempre y en cualquier lugar es lícito a los sacerdotes celebrar el santo sacrificio en latín.

Es un abuso suspender de forma arbitraria la celebración de la santa Misa en favor del pueblo, bajo el pretexto de promover el “ayuno de la Eucaristía”.

Se reprueba el uso de vasos comunes o de escaso valor, en lo que se refiere a la calidad, o carentes de todo valor artístico, o simples cestos, u otros vasos de cristal, arcilla, creta y otros materiales, que se rompen fácilmente.

La vestidura propia del sacerdote celebrante es la casulla revestida sobre el alba y la estola.

El sacerdote que se reviste con la casulla debe ponerse la estola.

Se reprueba no llevar las vestiduras sagradas, o vestir solo la estola sobre la cogulla monástica, o el hábito común de los religiosos, o la vestidura ordinaria.

En el capítulo 6, el documento trata sobre “la reserva de la Santísima Eucaristía y su culto fuera de la Misa”. Se recuerda que:

El Santísimo Sacramento debe reservarse en un sagrario, en la parte más noble, insigne y destacada de la iglesia, y en el lugar más apropiado para la oración.

Está prohibido reservar el Santísimo Sacramento en lugares que no están bajo la segura autoridad del Obispo o donde exista peligro de profanación.

Nadie puede llevarse la Sagrada Eucaristía a casa o a otro lugar.

No se excluye el rezo del rosario delante de la reserva eucarística o del santísimo Sacramento expuesto.

El Santísimo Sacramento nunca debe permanecer expuesto sin suficiente vigilancia, ni siquiera por un tiempo muy breve.

Es un derecho de los fieles visitar frecuentemente el Santísimo Sacramento.

Es conveniente no perder la tradición de realizar procesiones eucarísticas.

El capítulo 7 versa sobre “los ministerios extraordinarios de los fieles laicos”. Allí el documento especifica que:

Las tareas pastorales de los laicos no deben asimilarse demasiado a la forma del ministerio pastoral de los clérigos. Los asistentes pastorales no deben asumir lo que propiamente pertenece al servicio de los ministros sagrados.

Solo por verdadera necesidad se puede recurrir al auxilio de ministros extraordinarios en la celebración de la Liturgia.

Nunca es lícito a los laicos asumir las funciones o las vestiduras del diácono o del sacerdote, u otras vestiduras similares.

Si habitualmente hay un número suficiente de ministros sagrados, no se pueden designar ministros extraordinarios de la sagrada Comunión. En tales circunstancias, los que han sido designados para este ministerio, no deben ejercerlo.

Se reprueba la costumbre sacerdotes que, a pesar de estar presentes en la celebración, se abstienen de distribuir la comunión, encomendando esta tarea a laicos.

Al ministro extraordinario de la sagrada Comunión nunca le está permitido delegar en ningún otro para administrar la Eucaristía.

Los laicos tienen derecho a que ningún sacerdote, a no ser que exista verdadera imposibilidad, rechace nunca celebrar la Misa en favor del pueblo, o que ésta sea celebrada por otro sacerdote, si de diverso modo no se puede cumplir el precepto de participar en la Misa, el domingo y los otros días establecidos.

Cuando falta el ministro sagrado, el pueblo cristiano tiene derecho a que el Obispo, en lo posible, procure que se realice alguna celebración dominical para esa comunidad.

Es necesario evitar cualquier confusión entre este tipo de reuniones y la celebración eucarística.

El clérigo que ha sido apartado del estado clerical está prohibido de ejercer la potestad de orden. No le está permitido celebrar los sacramentos. Los fieles no pueden recurrir a él para la celebración.

El capítulo 8 está dedicados a los Remedios:

Cualquier católico tiene derecho a exponer una queja por un abuso litúrgico, ante el Obispo diocesano o el Ordinario competente que se le equipara en derecho, o ante la Sede Apostólica, en virtud del primado del Romano Pontífice.

Para leer el texto completo puede visitar:

Redemptionis Sacramentum. Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía
 
El Ciego que Veía el Misterio (sobre las cicatrices del odio)

Contemplar el Misterio y abrir nuestro corazón para poder borrar las cicatrices del odio.

Desde que cayó el Muro no había vuelto a Berlín. Me encuentro una ciudad casi desconocida. Aquel Muro, símbolo de una escisión en dos de la humanidad, ha quedado reducido a una cicatriz en forma de reguero de adoquines que atraviesa la ciudad recordando aquel trazado infame. Cuando escribo estas líneas escucho con horror las noticias de un atentado en el mercadillo que rodea los restos de la iglesia memorial del káiser Guillermo, de nuevo otra cicatriz en sin maquillar de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Hace pocos días que pasé por allí, camino del recinto que en la capital de Alemania han dedicado a la Topografía del Horror, la memoria del nazismo, donde en un tiempo la Gestapo urdía sus planes asesinos. Más horror, muerte, odio. Luego fui a Auschwitz-Birkenau. El gueto de Cracovia. Más vestigios de una ideología de muerte que, lejos de ser pasado, está tanto o más viva que nunca. Porque es la ideología que anula el corazón humano y lo ahoga en el odio, la barbarie, la desesperanza.

Y en medio de este aluvión de impresiones y experiencias, de recuerdos y de reflexiones, me viene a la memoria constantemente el descubrimiento de la primera obra de teatro de Jean-Paul Sartre, Barioná, el Hijo del Trueno. ¿Para qué tantos memoriales, si no somos capaces de leer los signos, de mirar con ojos renovados las cicatrices del odio, de abrir el corazón a la esperanza? En aquella obra de teatro, escrita en la Navidad de 1940 en el campo de prisioneros que los nazis crearon en el pueblo de Tréveris para encerrar a 15.000 soldados del ejército francés, el ateo Sartre se puso en juego, quiso afrontar el diálogo entre el dolor y la esperanza, entre la muerte y la vida, entre el odio y el amor. Una de las lecciones magistrales de esa obra es, precisamente, que la única posibilidad de esperanza reside en el convencimiento firme de que Dios ha entrado en la historia no para cambiarla de un plumazo, o con un gesto atronador, sino para que los hombres comprendamos que el cambio real lo tenemos que hacer nosotros, y no es otro que el del corazón.

Descubrir y publicar Barioná en español hace más de diez años supuso romper un silencio de varias décadas sobre el autor que, capaz de describir la náusea como nadie, supo también dejarse cautivar por la ternura del misterio de Belén. Los hombres necesitamos contemplar el Misterio para comprender mejor la realidad. No hablo de tolerar que algunos crean. No digo que racionalicemos el misterio. No pretendo que lo creamos como si fuera el parte meteorológico. Nada de eso. Hablo de contemplar, esto es, de mirar con el corazón.

Es lo que aquella noche de Navidad de 1940 hizo Sartre en persona. Y lo que ofreció a sus compañeros de prisión. No hay más que releer la obra y detenernos en los detalles escondidos en personajes y gestos secundarios, que escapan a los grandes discursos que intercambian Barioná, el existencialista, y Baltasar, el sabio sensato. Y me gustaría recordar hoy al Narrador, ese ciego que a modo de los juglares medievales presenta los grandes actos de la obra describiendo unos cuadros que su padre le dejó en herencia.

Aquel nieto de pastor protestante descreído, huérfano desde los dos años, inicia la obra con un personaje que se confiesa “ciego por accidente”, que antes veía, y que se encargará de describir los grandes misterios que confluyen en esa noche de la encarnación. No quiso que ningún actor encarnara a los protagonistas del Misterio… al tiempo que reconocía que al ser la noche de Navidad los espectadores tenían derecho a que se les mostrara el Misterio. Entonces es cuando ese “ciego por accidente”, ese que antes veía describe como nadie ha hecho antes en la literatura, la ternura de una leche materna que se convierte en la carne de Dios, la fragilidad de un niño que desconcertará al mundo, la grandeza de un Dios al que se puede colmar de besos, “un Dios calentito que sonríe y que respira, un Dios al que se puede tocar; y que vive”.

Quien no es capaz de contemplar el Misterio no puede abrir su corazón a la ternura de Dios. La petrificación del odio en el corazón humano sólo puede venir de una razón ensoberbecida, convertida en juez de sí misma, incapaz de integrar desde el amor la debilidad, el límite, la ternura. Aunque se disfrace con ropajes religiosos. Porque el odio anida en el corazón cerrado en sí mismo. Por eso pudo prologar Sartre aquella obra con su intención de “hacer realidad, esa noche de Navidad, la unión más amplia posible entre cristianos y no creyentes”. Sin el Misterio, la unión es imposible. Sin el Misterio, el corazón humano pierde la mirada que lo engrandece. Sin el Misterio, las cicatrices del odio seguirán multiplicándose.

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