Servir y agradar a Dios
- 11 Marzo 2020
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Sofronio de Jerusalén, Santo
Obispo, 11 Marzo
Martirologio Romano: En Jerusalén, san Sofronio, obispo, que tuvo como maestro y amigo a Juan Mosco, con quien visitó diversos lugares monásticos. Fue elegido, a la muerte de Modesto, para la sede de la Ciudad Santa, y en ella, cuando cayó en manos de los sarracenos, defendió valientemente la fe y la seguridad del pueblo. († 639)
Breve Biografía
Sofronio nació en Damasco y desde pequeño estudió tan excesivamente, que estuvo a punto de quedar ciego; pero gracias a eso el santo llegó a ser tan versado en la filosofía griega, que recibió el sobrenombre de "el sofista".
Junto con su amigo, el célebre ermitaño Juan Mosco, viajó mucho por Siria, Asia Menor y Egipto, donde tomó el hábito de monje, el año 580. Los dos amigos vivieron juntos durante varios años en la "laura" de San Sabas y el monasterio de Teodosio, cerca de Jerusalén.
Su deseo de mayor mortificación los llevó a visitar a los famosos ermitaños de Egipto. Después fueron a Alejandría, donde el patriarca San Juan el Limosnero les rogó que permaneciesen dos años en su diócesis para ayudarle a reformarla y a combatir la herejía. En dicha ciudad fue donde Juan Mosco escribió el "Prado Espiritual", que dedicó a San Sofronio. Juan Mosco murió hacia el año 620, en Roma, a donde había ido en peregrinación.
San Sofronio retornó a Palestina y fue elegido patriarca de Jerusalén, por su piedad, saber y ortodoxia.
En cuanto tomó posesión de la sede, convocó a todos los obispos del patriarcado para condenar la herejía monotelita y compuso una carta sinodal, en la que exponía y defendía la doctrina católica. Esa carta, que fue más tarde ratificada por el sexto Concilio Ecuménico, llegó a manos del Papa Honorio y del patriarca de Constantinopla, Sergio, quien había aconsejado al Papa que escribiese en términos evasivos acerca de la cuestión de las dos voluntades de Cristo.
Parece que Honorio no se pronunció nunca sobre el problema; su silencio fue muy poco oportuno, pues producía la impresión de que el Papa estaba de acuerdo con los herejes.
Sofronio, viendo que el emperador y muchos prelados del oriente atacaban la verdadera doctrina, se sintió llamado a defenderla con mayor celo que nunca.
Llevó al Monte Calvario a su sufragéneo, Esteban, obispo de Dor y ahí le conjuró, por Cristo Crucificado y por la cuenta que tendría que dar a Dios el día del juicio, "a ir a la Sede Apostólica, base de toda la doctrina revelada, e importunar al Papa hasta que se decidiese a examinar y condenar la nueva doctrina".
Esteban obedeció y permaneció en Roma diez años, hasta que el Papa San Martín I, condenó la herejía monotelita, en el Concilio de Letrán, el año 649.
Pronto tuvo San Sofronio que enfrentarse con otras dificultades. Los sarracenos habían invadido Siria y Palestina; Damasco había caído en su poder en 636; y Jerusalén en 638. El santo patriarca, había hecho cuanto estaba en su mano por ayudar y consolar a su grey, aun a riesgo de su vida.
Cuando los mahometanos sitiaban la ciudad, San Sofronio tuvo que predicar en Jerusalén el sermón de Navidad, pues era imposible ir a Belén en aquellas circunstancias.
El santo huyó después de la caída de la ciudad y, según parece, murió al poco tiempo, probablemente en Alejandría. Además de la carta sinodal, San Sofronio escribió varias biografías y homilías, así como algunos himnos y odas anacreónticas de gran mérito.
Se ha perdido la "Vida de Juan el Limosnero", que compuso en colaboración con Juan Mosco; también se perdió otra obra muy voluminosa, en la que citaba 600 pasajes de los Padres para probar que en Cristo había dos voluntades.
Santo Evangelio según san Mateo 20, 17-28. Miércoles II de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, concedeme la gracia de tomar la firme decisión de rechazar el pecado en mi vida, movido por el deseo de poder gozar, cada día, la belleza de vivir junto a ti, fuente de amor y de plenitud para mi existencia.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 20, 17-28
En aquel tiempo, mientras iba de camino subiendo a Jerusalén, Jesús llamó aparte a los Doce y les dijo: “Ya vamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, que lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; pero al tercer día, resucitará”.
Entonces se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo, junto con ellos, y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: “¿Qué deseas?”. Ella respondió: “Concédeme que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu Reino”. Pero Jesús replicó: “No saben ustedes lo que piden. ¿Podrán beber el cáliz que Yo he de beber?”. Ellos contestaron: “Sí podemos”. Y él les dijo: “Beberán mi cáliz; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; es para quien mi Padre lo tiene reservado”.
Al oír aquello, los otros diez discípulos se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: “Ya saben que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. Que no sea así entre ustedes. El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el que quiera ser primero, que sea su esclavo; así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de todos”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
La petición que dirije a Jesús la madre de Santiago y Juan, desde una perspectiva humana, puede parecer una petición egoísta que, como dice el Evangelio, causó una cierta indignación entre los apóstoles. Pero si esa petición la hacemos desde la fe, con un corazón humilde y confiado, puede tener un profundo valor. No se trata de una petición en la que el objetivo sea obtener un mejor puesto que lo demás, sino de una petición movida por el deseo de estar junto a Jesús. Es desear estar junto a nuestro Señor y Amigo, junto a nuestro Creador y Padre, donde nuestro corazón encuentra la verdadera paz y la verdadera fuente de amor y sentido a la propia vida.
En el mundo se desea ocupar los mejores puestos; para muchas personas esto es de gran importancia y gastan toda vida y sus energías buscando alcanzarlos pero, una vez que lo han logrado, llegará el momento en que se acabará. Por el contrario, estar junto a Dios será para siempre.
Ya desde ahora podemos experimentar el gozo de estar con Él: cuando oramos, entramos en intimidad y nos relacionamos con Él, pasamos tiempo a solas con ese Corazón que tanto nos ama; lo mismo pasa cuando le recibimos en la sagrada comunión o cuando lo visitamos en adoración al Santísimo, e incluso cuando vivimos tantos momentos bellos con aquellas personas que amamos. Estos momentos, y otros más, miran y son una experiencia de lo que será el cielo, para lo que fuimos creados. Gracias al amor infinito de Dios recibimos este don en nuestra vida que se manifiesta en su Hijo Jesús, quien vino a servir y entregar su vida por nosotros para redimirnos del pecado, y así, poder gozar de su presencia, de su cercanía, pues el pecado es la única realidad que nos separa e impide vivir este don. Por ello, en esta Cuaresma, pidamos al Señor que renueve en nuestro corazón el deseo de estar con Él, de permanecer y vivir junto a Él.
Miremos a Jesús que camina hacia Jerusalén, donde morirá por amor a nosotros; ese amor que desea que podamos estar con Él, pero sobre todo, que anhela vivir y permanecer con nosotros, en el corazón de cada hombre, de una manera íntima, personal y plena.
«Con esta parábola, Jesús quiere abrir nuestros corazones a la lógica del amor del Padre, que es gratuito y generoso. Se trata de dejarse asombrar y fascinar por los “pensamientos” y por los “caminos” de Dios que, como recuerda el profeta Isaías no son nuestros pensamientos y no son nuestros caminos. Los pensamientos humanos están, a menudo, marcados por egoísmos e intereses personales y nuestros caminos estrechos y tortuosos no son comparables a los amplios y rectos caminos del Señor. Él usa la misericordia, perdona ampliamente, está lleno de generosidad y de bondad que vierte sobre cada uno de nosotros, abre a todos los territorios de su amor y de su gracia inconmensurables, que solo pueden dar al corazón humano la plenitud de la alegría».
(Ángelus de S.S. Francisco, 24 de septiembre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Buscaré vivir lo ordinario de mi vida con la conciencia de estar en compañía de Jesús.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Qué sucede después de la muerte? ¿Qué es el Juicio Particular?
¿Hay vida después de la vida?
¿Qué hay más allá de la muerte? ¿Hay vida después de esta vida? ¿Queda el hombre reducido al polvo? ¿Hay un futuro a pesar de que nuestro cuerpo esté inerte y en descomposición?
El misterio de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo nos recuerda el sentido de nuestra vida en la tierra y lo que nos espera después de la muerte. El hecho de que la Santísima Virgen fuera llevada en cuerpo y alma al Cielo, cuestión que es dogma de fe para el católico, es un verdadero signo de esperanza para todos
María, que indudablemente fue adornada de gracias excepcionales por Dios Padre para servir de Madre natural a Su Hijo Jesús, es -a pesar de estos dones especiales- plena y totalmente humana como somos todos los hombres y mujeres de este mundo.
El que María sea una mujer plena y totalmente humana, unido al hecho de que Ella está en el Cielo en cuerpo y alma en forma gloriosa, nos lleva a reflexionar sobre el destino que Dios tiene preparado a todo aquél que viva de acuerdo a esta verdad que aprendimos desde el Catecismo de Primera Comunión: hemos sido creados para conocer, amar y servir a Dios en esta vida y luego gozar plenamente de Su Presencia en la eternidad.
Y ... ¿Qué es la eternidad? ¿Qué es la Vida Eterna? ¿Qué es la salvación y la condenación ... eternas? Son nada menos que las opciones que nos esperan al terminar esta vida pasajera, temporal, finita ... fugaz y muy breve (si la comparamos con la eternidad) que ahora estamos viviendo aquí en la tierra.
Explicaba el Papa Juan Pablo II en su bestseller Cruzando el Umbral de la Esperanza, que la condenación es lo opuesto a la salvación, pero que tienen en común que ambas son eternas. El peor mal es la condenación eterna: el rechazo del hombre por parte de Dios, como consecuencia del rechazo de Dios por parte del hombre.
Pero el mayor bien es la salvación eterna: la felicidad que proviene de la unión con Dios. Es el gozar de la llamada Visión Beatífica, es decir, el ver a Dios mismo "cara a cara" (1Cor. 13, 12). De esto se trata el Cielo, que es un estado, un sitio indescriptible con nuestros limitados conocimientos humanos, pero sabemos que es mucho más de lo que podemos anhelar o imaginar. Por eso dice San Pablo: "ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni el corazón del humano pudo imaginar lo que Dios ha preparado para aquéllos que le aman" (1Cor. 2, 9).
El Papa Juan Pablo II insistía en tocar estos temas escatológicos, que él denominaba de las "realidades últimas". Nos decía así en una de sus Catequesis sobre escatología (11-8-99): "La vida cristiana ... exige tener la mirada fija en la meta, en las realidades últimas y, al mismo tiempo, comprometerse en las realidades 'penúltimas' ... para que la vida cristiana sea como una gran peregrinación hacia la casa del Padre".
En efecto, la vida en esta tierra es como una antesala, como una preparación, para unos más breve que para otros, tal vez más difícil o más dolorosa para algunos. Pero en realidad no fuimos creados sólo para esta antesala, sino para el Cielo, nuestra verdadera patria.
La Virgen María nos muestra, con su vida en la tierra y su Asunción al Cielo, el camino que hemos de recorrer todos nosotros total identificación de nuestra voluntad con la Voluntad de Dios en esta vida y luego el paso a la otra Vida, al Cielo que Dios Padre nos tiene preparado desde toda la eternidad. Allí estaremos en cuerpo y alma gloriosos, como está María, porque seremos resucitados, tal como Cristo resucitó y tal como El lo tiene prometido a todo el que cumpla la Voluntad del Padre (cfr. Juan 5,29 y 6,40).
¿Cómo es la muerte?
La muerte no es el fin de la vida, sino el comienzo de la Verdadera Vida. Para los que mueren en Dios, la muerte es un paso a un sitio/estado mejor ... mucho mejor que aquí. No hay que pensar en la muerte con temor. La muerte no es tropezarnos con un paredón donde se acabó todo. Es más bien el paso a través de esa pared para vislumbrar, ver y vivir algo inimaginable.
Santa Teresa de Jesús decía que esta vida terrena es como pasar una mala noche en una mala posada.
Para San Juan Crisóstomo, "la muerte es el viaje a la eternidad". Para él, la muerte es como la llegada al sitio de destino de un viajero. También hablaba de la muerte como el cambio de una mala posada, un mal cuarto de hotel (esta vida terrena) a una bellísima mansión.
"Mansión" es la palabra que usa el Señor para describirnos nuestro sitio en el Cielo. "En la Casa de mi Padre hay muchas mansiones, y voy allá a prepararles un lugar ... Volveré y los llevaré junto a mí, para que donde yo estoy, estén también ustedes" (Jn. 14, 2-3).
Es en la Liturgia de Difuntos de la Iglesia donde tal vez encontramos mejor y más claramente expresada la visión realista de la muerte. Así reza el Sacerdote Celebrante en el Prefacio de la Misa de Difuntos: La vida de los que en Tí creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el Cielo.
Por eso la muerte no tiene que ser vista como algo desagradable. ¡Es el encuentro definitivo con Dios! Los Santos (santo es todo aquél que hace la Voluntad de Dios, aunque no sea reconocido oficialmente) esperaban la muerte con alegría y la deseaban no como una forma de huir de esta vida, que sería un pecado en vez de una virtud- sino como el momento en que por fin se encontrarían con Dios. "Muero porque no muero" (Sta. Teresa de Jesús).
"Qué dulce es morir si nuestra vida ha sido buena" (San Agustín). San Agustín fue un gran pecador hasta su conversión ya bien adulto. El problema no es la muerte en sí misma, sino la forma como vivamos esta vida. Por eso no importa el tipo de muerte o el momento de la muerte, sino el estado del alma en el momento de la muerte.
¿Qué sucede después de la muerte?
¿Qué es el Juicio Particular?
Nuestro destino para toda la eternidad queda definido en el instante mismo de nuestra muerte. En ese momento nuestra alma, que es inmortal, se separa de nuestro cuerpo e inmediatamente es juzgada por Dios. Este momento se llama en Teología el Juicio Particular, y consiste en una especie de radiografía o "scaneo" espiritual instantáneo que recibe el alma por iluminación divina, mediante la cual ésta sabe exactamente el sitio/estado en que le corresponde ubicarse para la eternidad, según sus buenas y malas obras.
Es así como en el momento mismo de la muerte el alma recibe la sentencia de su destino para toda la eternidad. Al decir, entonces, que alguien ha muerto, podría también afirmarse que ese alguien también ha sido juzgado por Dios (cfr. Antonio Royo Marín, Teología de la Salvación).
Por ello ante la pregunta de si conviene esperar el momento de la muerte para prepararnos para la vida eterna, la respuesta parece muy simple: No, no es conveniente, pues no sabemos ni el día, ni la hora, ni el lugar, ni las condiciones de nuestra muerte. Y es mucho, es demasiado, lo que nos estamos jugando en ese instante: nada menos que nuestro destino para siempre, para una vida que nunca tendrá fin.
¿Hay Vida después de la vida?
Sí hay Vida después de la vida. Y la muerte no es el fin de la vida, sino el comienzo de la Verdadera Vida. El Papa Juan Pablo II nos recordaba en una de sus Catequesis sobre la vida y la muerte las palabras de Jesús: "Yo soy la Resurrección y la Vida" (Jn. 11, 25). Y nos decía que "en El, gracias al misterio de su muerte y resurrección, se cumple la promesa divina del don de la Vida Eterna, que implica la victoria total sobre la muerte. 'Llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, pero los que obraron mal resucitarán para la condenación' (Jn. 5, 28-29). 'Porque ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en El, tenga Vida Eterna y que Yo le resucite el último día'" Jn. 6, 40).
Y nos decía el Papa Juan Pablo II que no debemos pensar que la vida más allá de la muerte comienza sólo con la resurrección final, pues ésta se halla precedida por la condición especial en que se encuentra, desde el momento de la muerte física, cada ser humano. Se trata de una fase intermedia, en la que a la descomposición del cuerpo corresponde "la supervivencia y la subsistencia, después de la muerte, de un elemento espiritual, que está dotado de conciencia y de voluntad, de manera que subsiste el mismo 'yo' humano, aunque mientras tanto le falte el complemento de su cuerpo" (JP II, 28-10-98).
¿Qué opciones tenemos para la Eternidad?
Dice el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica: "Cada hombre después de morir recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del Cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre" (#1022).
Aquí nos habla la enseñanza de la Iglesia de las opciones que tenemos para la eternidad: Cielo, Purgatorio o Infierno. De estas tres opciones la única que no es eterna es el Purgatorio, pues las almas que allí van pasan posteriormente al Cielo.
¿Qué es el Cielo?
Es un estado y un lugar de felicidad completa y eterna donde van las almas que han obrado conforme a la Voluntad de Dios en la tierra y que mueren en estado de gracia y amistad con Dios y perfectamente purificadas.
¿Qué es el Purgatorio?
Es un estado y un lugar de purificación donde van las almas que han obrado bien, pero que aún deben ser purificadas de las consecuencias de sus pecados antes de entrar a la visión de Dios en el Cielo.
¿Qué es el Infierno?
Es un estado y un lugar de castigo eterno donde van las almas que se han rebelado contra Dios y mueren en esa actitud.
Coronavirus, el Papa: los sacerdotes lleven la Eucaristía a los enfermos
Misa presidida por el Papa en directo desde la Casa Santa Marta.
Un lento acercamiento al crucifijo sobre el altar y luego la figura de Francisco saliendo de la sacristía. La segunda misa matutina que el Papa preside desde la Casa Santa Marta comienza en el silencio total de la capilla. Un silencio que el Papa rompe inmediatamente recordando como ayer, que la ofrenda de la celebración es para los que sufren del coronavirus, para los que curan a los enfermos, acompañándola con un nuevo deseo:
Recemos al Señor también por nuestros sacerdotes, para que tengan el coraje de salir y acudir a los enfermos, llevando la fuerza de la Palabra de Dios y la Eucaristía y acompañen a los trabajadores sanitarios, los voluntarios, en este trabajo que están haciendo.
La homilía se inspira en el Evangelio en el que los escribas y fariseos de la época hacían una demostración hipócrita de su superioridad ante la gente llamándose a sí mismos maestros, pero negándose a comportarse de forma coherente. A continuación el texto de la homilía según una transcripción nuestra:
Ayer la Palabra de Dios nos enseñaba a reconocer nuestros pecados y a confesarlos, pero no sólo con la mente, sino también con el corazón, con un espíritu de vergüenza; vergüenza como una actitud más noble ante Dios por nuestros pecados. Y hoy el Señor nos llama a todos los pecadores a dialogar con Él, porque el pecado nos encierra en nosotros mismos, nos hace esconder o esconde nuestra verdad, dentro.
Esto es lo que le pasó a Adán, a Eva: después del pecado se escondieron, porque se avergonzaron; estaban desnudos. Y el pecador, cuando siente la vergüenza, luego tiene la tentación de esconderse. Y el Señor llama: “Vengan, y discutamos –dice el Señor”. Hablemos de tu pecado, hablemos de tu situación. No tengan miedo. Y continúa: “Aunque sus pecado sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, serán como la lana”. “Vengan, porque soy capaz de cambiarlo todo - nos dice el Señor - no tengan miedo de venir a hablar, sean valientes incluso con sus miserias”.
Me viene a la mente ese santo que era tan penitente, que rezaba mucho. Y trataba siempre de darle al Señor todo lo que el Señor le pedía. Pero el Señor no estaba contento. Y un día se enfadó un poco con el Señor, porque tenía mal carácter el santo. Y le dice al Señor: "Pero, Señor, no te entiendo. Te doy todo, todo, y siempre estás insatisfecho, como si faltara algo. ¿Qué falta?" "Dame tus pecados: eso es lo que falta". Tener el valor de ir con nuestras miserias y hablar con el Señor: “Vengan, y discutamos –dice el Señor”. No tengan miedo. “Aunque sus pecado sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, serán como la lana”.
Esta es la invitación del Señor. Pero siempre hay un engaño: en lugar de ir a hablar con el Señor, fingir que no se es pecadores. Eso es lo que el Señor reprocha a los doctores de la ley. Estas personas “todo lo hacen para que los vean: agradan las filacterias y alargas los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludamos en las plazas y oírse llamar ‘mi maestro’ por la gente”. La apariencia, la vanidad. Cubrir la verdad de nuestro corazón con la vanidad. ¡La vanidad nunca se cura! La vanidad no sana jamás. Además, es venenosa, sigue llevando la enfermedad a tu corazón, llevando esa dureza de corazón que te dice: "No, no vayas al Señor, no vayas. Quédate”.
La vanidad es precisamente el lugar para cerrarse a la llamada del Señor. En cambio, la invitación del Señor es la de un padre, de un hermano: "¡Ven! Hablemos, hablemos. Al final soy capaz de cambiar tu vida del rojo al blanco".
Que esta palabra del Señor nos anime; que nuestra oración sea una verdadera oración. De nuestra realidad, de nuestros pecados, de nuestras miserias. Hablar con el Señor. Él sabe, Él sabe lo que somos. Lo sabemos, pero la vanidad siempre nos invita a cubrirnos. Que el Señor nos ayude.
¿Qué tiene que ver la Eucaristía con el resto de mi semana?
¡Hay tantas cosas para ser agradecidos con Dios durante nuestra semana!
Hace un tiempo me contaba un amigo sacerdote que a veces la gente le decía: “Padre, pero si yo soy super católico. Voy a Misa todos los Domingos”. A lo que el Padre, con cierto humor y severidad, les respondía: “¡Pero si eso es lo mínimo! Es como si tu hijo te dijera: soy un excelente alumno, ¡pasé la materia con las justas!”
Ir a Misa los Domingos es un precepto que debemos cumplir y está muy bien pero si nos quedamos solo en el cumplir, entonces en el fondo quizás no hemos comprendido algunas cosas sobre la presencia de la Eucaristía en nuestras vidas y la bendición que significa. No se trata tampoco de creer que quien va a Misa todos los días es mejor cristiano. De hecho, a veces no es lo mejor, pues se puede caer también en el riesgo de la rutina frente a un misterio tan grande.
No creo que Dios quisiese que nuestra única relación con la Eucaristía, el tesoro más grande que custodia la Iglesia, fuese solamente en la Eucaristía dominical. Acá les proponemos algunas reflexiones para ayudarnos a que esté presente de otros modos en nuestro día a día, como un río subterráneo que recorre toda nuestra vida y alimenta todas y cada una de nuestras acciones durante la semana.
«Pueden ir en paz»
Estas palabras al final de la Misa no significan que podemos irnos en paz porque estamos tranquilos con nuestra conciencia. No es solo un llamado a sentirnos buenos porque hemos ido a Misa. Significan que vayamos en paz para comunicar la paz de Cristo. Estas palabras conectan la Misa con toda nuestra semana: que a lo largo de ella sepamos ser mensajeros de la paz de Cristo a todos los que nos rodean. La palabra Misa, precisamente, viene del latín que significa “envío”… así que no se trata solo de quedarnos con el tesoro para nosotros mismos…
Banquete… pero también sacrificio
Usualmente nos gusta más hablar de la Misa como comunión. Es, después de todo, un banquete en el que podemos recibir el alimento espiritual que es el mismo cuerpo de Cristo. La Misa, sin embargo, es también sacrificio. La mesa donde el sacerdote celebra es también un altar, y Cristo se ofrece como víctima. ¿Cómo vivo la dimensión de sacrificio en mi vida cotidiana? De hecho, la palabra hostia viene precisamente del latín que significa victima
Una clave muy valiosa
Existe un principio muy importante cuando uno lee e interpreta la Sagrada Escritura. Dice así: la Biblia debe ser leída con el mismo Espíritu con el que fue escrita. Creo que podemos decir algo parecido para comprender un poco mejor la Eucaristía. ¿Cuál fue el espíritu con el que fue instituida? Fue un espíritu de obediencia al plan del Padre, de servicio y de entrega. Ciertamente es un misterio que nos supera, pero si hay una clave para crecer en el amor a Jesús presente en la Eucaristía es vivir el servicio y la entrega en mi vida cotidiana. ¿Cuál es la llave al corazón de Jesús? Esa llave es la donación personal por amor a Él. Eso lo puedo hacer de muchos modos durante la semana. Quizás es cuestión de ponerse a pensar un poquito…
Adoración y silencio
La presencia de la Eucaristía en nuestra semana no se limita solo a la Misa. Jesús se quiso quedar con nosotros para siempre, y tenemos ese don increíble presente en cada capilla de santísimo. Es verdad que siempre podemos rezar en la intimidad de nuestro corazón, así no estemos en una capilla… pero creo que al mismo tiempo todos percibimos que no es exactamente lo mismo. ¡Por alguna razón El se quiso quedar en cada hostia consagrada que se custodia en los tabernáculos de las iglesias! Visitarlo durante la semana, como quien visita a un amigo muy querido, lleva luz y calor a nuestra vida. Seguro Jesús, al vernos entrar en la capilla, se llena también de alegría y nos dice: ¡Qué bueno que hayas venido, te estaba esperando!
De corazón a corazón
Da mucho que pensar que uno de los milagros Eucarísticos más impresionantes, el que se custodia en Lanciano, Italia, sea una hostia convertida en carne, y esa carne es parte de un corazón. Se identifica la hostia con el corazón de Jesús. Con el corazón uno ama y uno sufre. El corazón bombea vida a todo el cuerpo, y también se llena de cicatrices. Con un corazón humano Jesús amó también al modo humano para que nosotros, amando al modo humano, podamos elevarnos al amor divino. Crecer durante nuestra semana un poquito en eso, aunque sea un poquito, nos llevará una relación más profunda con Jesús presente en la Eucaristía.
Ser agradecidos
La palabra Eucaristía viene de “acción de gracias”. Si cultivamos esta virtud a lo largo de nuestra semana estaremos viviendo, de modo muy particular, una dimensión central de la Eucaristía. ¡Hay tantas cosas para ser agradecidos con Dios durante nuestra semana! Así llegaremos al Domingo y podremos hacer con mucha más conciencia y profundidad una acción de gracias sincera a Dios.
Consejos para laicos sobre cómo hacer apologética (Parte 1)
No olvidemos así que quien nos oye es nuestro hermano, y que en vez de ser derribado necesita ser ayudado
Desde hace algún tiempo tenía la intención de escribir sobre el tema, aunque desde ya digo que esto son sólo consejos basados en mi opinión personal.
Caridad
“Al contrario, dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto.” (1 Pedro 3,15)
El punto más importante y en el que más solemos fallar los que nos dedicamos a la apologética (yo incluido). Muchos se engañan y se auto-justifican diciendo que a veces para defender la fe hace falta palabras fuertes. Otros evocan cómo en otros tiempos algunos padres de la Iglesia trataron duramente a los herejes de antaño y pretenden ellos hacer lo mismo hoy en día. Me consta (porque he cometido el mismo error) que eso sólo genera resentimiento en aquellos con los que se debate y hace que nuestro adversario dialéctico se cierre a cualquier posibilidad que hubiese existido de razonar. ¿Queremos aplastarlos o moverlos a la conversión? ¿Humillarlos o hacerlos pensar? ¿Buscamos ganar almas o alimentar nuestro ego? ¿Servir a Dios o pecar?
Hoy en día es un hecho que parte de la jerarquía católica sufre una gran desidia por la apologética, y para suplir la deficiencia muchos laicos hemos tenido que tomar sobre nuestros hombros la tarea de la defensa de la fe (está escrito que “si hii tacuerint lapides clamabunt” [si estos callan, gritarán las piedras]), pero el riesgo de que no contemos con una preparación adecuada nos expone a terminar disfrazados como cruzados con seudónimos como “martillo de herejes”, pensando que la apologética es una especie de deporte donde lo importante es vencer el enemigo.
Nos olvidamos así que el enemigo es más bien nuestro hermano, y que en vez de ser derribado necesita ser ayudado. Aunque su comportamiento llegue a ser en ocasiones sumamente irritante y difícil de tolerar, debemos tratar de entender que es una víctima de un círculo vicioso que lo ha capturado y lo ha convertido en replicador de personas que piensan como él. Si nos ponemos en sus zapatos (la empatía es muy importante para el apologeta) entenderemos que gran parte de ellos están genuinamente convencidos de que la Iglesia Católica es todo lo malo que les han contado y que sirven a Dios sacando personas de ella. ¿Sabes cuantos llegaron a ser católicos fieles y devotos que antes fueron furibundos protestantes, pero se convirtieron cuando alguien se tomó en serio la tarea de explicarles pacientemente las verdades de la fe católica?
Evidentemente muchas veces nos encontraremos con hermanos separados que probablemente estarán tan prejuiciados que la probabilidad de cualquier diálogo fructífero será casi nula. Si esa es la situación pienso que lo mejor es no invertir más tiempo en él, con la excepción de que sea un diálogo público en donde otros necesiten ser reforzados en la fe. En esos casos hay que asegurarse de dejar suficientemente clara la doctrina católica -pero siempre con respeto-, para que aunque nuestro adversario no de su brazo a torcer, la verdad católica brille ante el resto de los observadores.
Es por eso que enseña la Iglesia que debemos hacer “todos los intentos por eliminar palabras, juicios y actos que no sean conformes, según justicia y verdad, a la condición de los hermanos separados, y que, por tanto, puedan hacer más difíciles nuestras mutuas relaciones” (Concilio Vaticano II, Unitatis Redintegratio, 4). Pero también nos exige que debemos “exponer claramente la doctrina, pues nada es tan ajeno al ecumenismo como un falso irenismo, que daña a la pureza de la doctrina católica y oscurece su genuino y definido sentido” (Concilio Vaticano II, Unitatis Redintegratio, 11)
Ortodoxia
Para poder hacer bien apologética hay que estar doctrinalmente bien formado, y para eso no hay otro camino que estudiar y nutrirse de fuentes ortodoxas de doctrina. Somos laicos y no contamos con la formación teológica de un sacerdote por lo que debemos asegurarnos de estar muy bien documentados en cada tema. Yo acostumbro estudiar que enseña al respecto el Catecismo oficial de la Iglesia Católica, y luego acudo a varios manuales de teología dogmática con aprobación eclesiástica (porque hacen un buen resumen de cada doctrina). También suelo recurrir a los distintos libros especializados (además de eso nunca está demás consultar a aquellos que saben más que nosotros. Un sacerdote o algún obispo de probada ortodoxia).
No hay que olvidar que queremos transmitir la doctrina católica, no otra, por tanto asegúrate de estar transmitiéndola íntegramente. En la actualidad hemos visto como en algunos debates incluso conocidos apologetas católicos erraron terriblemente. Errores que pudiesen haber evitado si se hubiesen documentado en las fuentes mencionadas, o inclusive en la enseñanza del Magisterio. No dejes que te suceda a tí lo mismo.
Humildad
Muchas veces somos como aquel “neófito, o recién bautizado” que “hinchado de soberbia” caemos en el mismo error que causó “la condenación del diablo cuando cayó del cielo” (1 Timoteo 3,5) y cuando nos equivocamos no queremos dar el brazo a torcer. Si ganamos prestigio reconocer un error se hará cada vez más difícil porque nuestro orgullo envanecido se resistirá, pero siempre tenemos que tener presente que primero está la verdad, y que flaco servicio hacemos a Dios, al prójimo y a nosotros mismos si nos obstinamos en el error. Ten presente que todos tenemos puntos ciegos, por lo tanto está siempre dispuesto a reflexionar sinceramente cuando puedes estar equivocado, y tener la valentía de reconocerlo y rectificar.
Santidad
Importantísimo para cualquiera que se dedique a la apologética es no descuidar su salud espiritual. El Señor nos pide ser santos y nos concede la gracia para ello. Muchas veces fallamos en los puntos anteriores precisamente porque fallamos aquí. Si no estamos llenos del amor de Dios tenderemos a ser agresivos e intolerantes con los demás incluyendo los hermanos separados. La apologética no es por tanto sólo un trabajo que hay que hacer, sino que hay que acompañarla con la oración (Ora et labora).
Por lo tanto, procura vivir en gracia de Dios, recibir asiduamente los sacramentos y mantenerte continuamente en oración para que puedas transmitir ese amor a nuestros hermanos separados y al mismo tiempo reafirmar en la fe a nuestros hermanos católicos.
¿Cuántas Cuaresmas hemos vivido sin realmente entenderla a profundidad?
¿Cuántas Cuaresmas hemos vivido sin realmente entenderla a profundidad? La Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua, la espera de la Semana Mayor, como la conocemos. Son cuarenta días, época perfecta para reflexionar sobre nuestra actitud como cristianos y demostrar también nuestra fe. El Papa Benedicto XVI nos recordó que “la Cuaresma es el tiempo privilegiado de la peregrinación interior hacia Aquél que es la fuente de la misericordia”.
La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza. En este día las iglesias se desbordan con fieles. El sacerdote nos coloca una cruz en la frente con las cenizas obtenidas al quemar las palmas usadas en el Domingo de Ramos del año anterior. Las frases usadas por el sacerdote al colocarnos este signo son: "Arrepiéntete y cree en el Evangelio" y "Del polvo eres y al polvo volverás". La Cuaresma es un tiempo penitencial por excelencia, así que es el momento propicio para hacer una buena confesión.
Una práctica ya casi olvidada pero muy importante en este tiempo es el ayuno y la abstinencia. El ayuno es obligación los días Miércoles de Ceniza y Viernes Santo, cuando se pide hacer una sola comida; es obligatorio para los mayores de edad hasta los 59 años. La abstinencia se refiere a la prohibición de comer carnes rojas los viernes de Cuaresma y es para todos los católicos desde los 14 años de edad hasta la muerte, en honor a la Pasión de Jesús. La abstención también puede ser de bebidas alcohólicas, cigarrillo y fiestas, o de cualquier cosa que te guste y sea para ti un esfuerzo el dejar de consumirlo.
Recordemos que las tres grandes prácticas en Cuaresma son la oración, la mortificación y la caridad. Una práctica importante es la limosna. Has limosnas de acuerdo a tus posibilidades. Hay muchas fundaciones caritativas que están necesitadas y recibirán felices tus donaciones económicas. Como dijo el Papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma del 2014: “Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele”. Más todavía, Benedicto XVI dijo que “La limosna evangélica no es simple filantropía: es más bien una expresión concreta de la caridad”. Otro ejercicio de piedad en esta época es el Via Crucis, trata de hacerlo una vez a la semana, verás cómo tu corazón se une más a Cristo.
Hay algunas cosas que cambian en la iglesia y durante la misa en estos estos 40 días. Por ejemplo, date cuenta que a partir de ahora se va a mantener una mayor austeridad dentro de la iglesia, suprimiendo flores y elementos decorativos innecesarios. Pon atención cuando te encuentres en misa y verás que se ha omitido el himno del "Gloria”. Además, antes de la proclamación del evangelio, el canto del "Aleluya" se substituye por alguna otra aclamación a Cristo.
La Cuaresma es también tiempo oportuno para crecer en nuestro amor filial a la Madre de Dios, que al pie de la Cruz nos entregó a su Hijo, es por eso que se promueven ciertas devociones marianas propias de esta época: "Los siete dolores de Santa María Virgen" es una de ellas. Como lo recuerda el Papa Benedicto XVI “la Cuaresma es un tiempo propicio para aprender a permanecer con María y Juan, el discípulo predilecto”.
Todo este tiempo de preparación y de reflexión tiene como culmen la Semana Santa, que comienza el Domingo de Ramos, recordando la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. El Jueves Santo conmemoramos la Última Cena del Señor, antes de ser entregado por Judas en el Huerto de los Olivos. Según la tradición, el lavatorio de los pies que se realiza este día, se lo hace a 12 hombres representativos de la comunidad y significa el servicio y el amor del Señor Jesús que ha venido "no para ser servido, sino para servir". Luego de la oración de la comunión, comienza una procesión en la que se lleva el Santísimo Sacramento hacia un lugar de la reserva diferente al sagrario.
La tarde del Viernes Santo presenta el drama inmenso de la muerte de Cristo en el Calvario. Este día es el único del año en que no se celebra la eucarística. El altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas, ni adornos. El sacerdote va de rojo, color de los mártires, recordando que Jesús es el primero en dar su vida por la Iglesia. Después de la celebración se pasa a una acción simbólica muy expresiva: la veneración de la Santa Cruz.
El Sábado Santo la comunidad cristiana vela junto al sepulcro en silencio. El altar está despojado. El sagrario, abierto y vacío. La celebración es el sábado por la noche con una vigilia en honor del Señor de manera que los fieles se los encuentre en vela. La misa es en la noche, el sacerdote ingresa con el cirio pascual a iluminar la iglesia que permanece a oscuras.
El Domingo de Resurrección o Vigilia Pascual celebramos del triunfo de Cristo sobre la muerte. Es la feliz conclusión de la Pasión. La Pascua es victoria, es el hombre llamado a su dignidad más grande. Es el día de la esperanza universal en torno al Resucitado. Ese día podemos decir junto con San Pablo: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe”.
No dejemos que estos 40 días se pasen volando sin hacer un verdadero examen de conciencia sobre lo que significa para cada uno de nosotros ser cristianos en el mundo de hoy. Vivámosla a plenitud en compañía de Nuestra querida Madre, la Virgen María.