Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador
- 21 Marzo 2020
- 21 Marzo 2020
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Serapión el Escolástico, Santo
Obispo, 21 de marzo
Obispo de Thmuis
Martirologio Romano: En Egipto, san Serapión, anacoreta († c.370).
Etimológicamente: Serapión = “perteneciente a la divinidad de Serapis”. Viene de la lengua griega.
Breve Biografía
A este monje egipcio se le conoce también como Serapión de Thmuis.
La fecha de su muerte se sitúa más o menos entre los años 365 y 370.
Las características que mejor lo definen son, sin duda, su penetrante inteligencia y su elocuencia. Gracias a ellas tuvo en la Iglesia un papel relevante.
Estudió en la célebre escuela catequética de Alejandría. Después se dedicó a la vida eremítica. En este campo tuvo un maestro excepcional, san Antonio. A nivel intelectual, encontró en san Atanasio un amigo sincero. Lo recuerda con cariño en su libro “Vida de san Antonio. Al separase, le dejó su túnica.
Lo nombraron obispo de Thmuis en el delta del Nilo. Se le reconoció en seguida por su carácter de dirigente en los asuntos eclesiásticos y por su clara y transparente oposición al arrianismo.
El propio san Jerónimo lo eligió como confesor. Por su vida pastoral como cabeza de la diócesis rondaba la idea de escribir un libro magnífico contra los maniqueos. Defiende en contra de ellos la doctrina de que nuestros cuerpos son instrumentos para el bien o para el mal. Todo depende de la disposición del corazón.
Los maniqueos sostienen que el alma es obra de Dios, pero nuestros cuerpos lo son del diablo.
También escribió varias cartas y un libro basado en los títulos de los Salmos, pero no queda ninguno.
En el año 1899 se descubrió el libro más conocido sobre los santos, llamado Eucologio. Es una colección litúrgica de oraciones que él mismo empleó cuando era obispo.
Es interesante para conocer la adoración y la fe de los primeros cristianos egipcios.
Frecuentemente repetía esta expresión llena de contenido:"La mente se purifica por el conocimiento, las pasiones espirituales del alma con la caridad y los apetitos desordenados con la abstinencia y la penitencia.."
¡Felicidades a quien lleve este nombre!
Ponerme en los zapatos del otro
Santo Evangelio según san Lucas 18, 9-14. Sábado III de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dame Jesús la gracia de abrirte mi corazón para contemplar, sentir y amar como tú lo haces.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 18, 9-14
En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por buenos y despreciaban a los demás:
"Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias'.
El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: 'Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador'.
Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido".
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En repetidas ocasiones he aprendido a ponerme en los zapatos del otro. Creo que generalmente juzgamos las apariencias, y es que es cierto que las apariencias engañan. Pero creo que también con la gracia de Dios, poco a poco nos vamos dando cuenta de que los hechos concretos que vemos son el último minuto de la película y es con lo que nos quedamos.
Está en nuestra esencia como cristianos amar a los que están a nuestro lado. Sean como sean, nuestros hijos, nuestros hermanos y, aún más, a los desconocidos. Cuán diferente serán nuestras acciones, si en vez de justificarnos para no ayudar a los demás diciendo: ese mendigo está muy joven, se debería poner a trabajar… los presentamos ante Dios y les arrimamos nuestro hombro.
En ocasiones quienes más nos necesitan, incluso los mendigos, más que dinero, necesitan a alguien que les mire a los ojos, necesitan a alguien que les levante y ponga en pie su dignidad. ¡Dios necesita de tus manos y de tus ojos! En vez de criticar, anímate a restaurar la dignidad de aquellos que más te necesitan, que necesitan de Dios.
«El fariseo es precisamente la imagen del corrupto que finge rezar, pero sólo logra pavonearse ante un espejo. Es un corrupto y simula estar rezando. Así, en la vida quien se cree justo y juzga a los demás y los desprecia, es un corrupto y un hipócrita. La soberbia compromete toda acción buena, vacía la oración, aleja de Dios y de los demás. Si Dios prefiere la humildad no es para degradarnos: la humildad es más bien la condición necesaria para ser levantados de nuevo por Él, y experimentar así la misericordia que viene a colmar nuestros vacíos. Si la oración del soberbio no llega al corazón de Dios, la humildad del mísero lo abre de par en par. Dios tiene una debilidad: la debilidad por los humildes. Ante un corazón humilde, Dios abre totalmente su corazón».
(Audiencia general del Papa Francisco, 1 de junio de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Mirar a los ojos al próximo mendigo que me encuentre y decirle: Dios te ama.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La virtud de la humildad
Ocurre que se da la impresión de que la virtud de la humildad ya no es de este tiempo
El alma del hombre siente una irresistible inclinación a alcanzar un elevado ideal, un algo superior y elevado, por eso el hombre aspira a grandezas. Para alcanzar ese ideal existen dos caminos, el de la soberbia, que siguieron los ángeles rebeldes, Adán, algunos filósofos paganos, y tantos y tantísimos hombres, que cayeron en un estado miserable por dejarse arrastrar por el orgullo, comidos por la ambición de elevarse sobre los demás; y el de la humildad, por el que el hombre, como María y como Cristo, es ensalzado por Dios: "Porque miró la humillación de su esclava". "Dios ensalza a los humildes y abate a los soberbios". "El que se humilla será ensalzado, el que se ensalza, será abatido"
Santo Tomás estudia la humildad en la 2-2, 161, y dice: "La humildad significa cierto laudable rebajamiento de sí mismo, por convencimiento interior". La humildad es una virtud derivada de la templanza por la que el hombre tiene facilidad para moderar el apetito desordenado de la propia excelencia, porque recibe luces para entender su pequeñez y su miseria, principalmente con relación a Dios. Por eso para santa Teresa "la humildad es andar en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende anda en mentira".
Fundamentos
Los fundamentos de la humildad son la verdad y la justicia. La gloria de todo lo bueno que tiene el hombre, pertenece a Dios. Así dice San Bernardo: "Con un conocimiento verdaderísimo de sí el hombre se desprecia a sí mismo".
Pero la humildad no viene a negar cualidades verdaderas, sino a hacer fructificar los talentos (Mt 25, 14). Así como la fe es el fundamento positivo de la vida cristiana porque establece el contacto inicial con Dios, la humildad remueve los impedimentos de la vida divina en el hombre, que son la soberbia y la vanagloria que obstaculizan la gracia, dice Santo Tomás en la 2-2 161, 5. Por eso es el fundamento del edificio, "todo este edificio va fundamentado en humildad" nos dirá santa Teresa. La Humildad, que es el cimiento de todo el edificio, como escribió santa Teresa en las Moradas Séptimas 4, 9.
La humildad en la práctica
«Sed humildes unos con otros» (1 Pe 5). Excelente manera de practicar la humildad se nos ofrece al tener que recibir la corrección. Hay que estar abiertos a la corrección fraterna. Que se nos puedan decir nuestras faltas sin que nos enfademos ni nos defendamos, sin que tratemos de justificarnos. Agradeciendo la corrección como una colaboración que nos prestan para mejorarnos. Quien bien te quiere, llorar te hará. Pero es más fácil que busquemos la compañía de los que nos adulan con su palabra o con su silencio en el que queremos interpretar su afecto hacia nosotros, su darnos la razón y su dejarnos hacer lo que nosotros pretendemos. Es bueno que nos juntemos con quienes nos puedan enseñar. Será perjudicial que no queramos más que enseñar nosotros. Porque nos cerraríamos y pronto nos quedaríamos pobres, al no ensanchar más los horizontes.
Aprender de todos y manifestar que estamos aprendiendo. Confesar que aquello no lo habíamos entendido hasta hoy. Aceptar nuestra limitación no nos humilla sino que nos ennoblece. Pocas veces se está dispuesto a querer aparecer como ignorante en una materia y es propio de almas inmaduras querer dar la impresión de que se lo saben todo, y de que aquello ellos ya lo sabían. Y con ello, la sencillez: «Llaneza, muchacho, que toda afectación es mala», dice don Quijote a Sancho. Sencillez en el hablar, sencillez en el escribir, naturalidad en el trato, como en familia, como entre hermanos educados y amantes.
No sólo en palabras
Pero la humildad va más allá de las palabras. No consiste ciertamente en hacer profesión de nuestra inutilidad, quedándonos por dentro la conciencia engañada por un deseo de no vernos tal y como realmente somos. Humildad ante Dios es un reconocimiento de la realidad de nuestro ser, de nuestra vida y de nuestros actos. Pero le cuesta a la naturaleza aceptarse tal cual es ansiosa, como está, de ser más de lo que se es.
Para ello y precisamente para ello, hay que empezar partiendo de ese ser y de ese carácter y de esa condición. Todo lo que no sea descender hasta ese bajo fondo, será poner parches y no llegar nunca a la eficacia de la evolución del carácter. Pero para las personas orgullosas por pasión dominante, es extremadamente difícil la corrección. Razón de más para que acepten la humillación.
Reparar
Carácter altivo, genio fuerte, temperamento violento. Fallan. Caen. Se dan cuenta, cuando se dan, según la conciencia más o menos afinada, según el talento con exigencia de matizar y delicadeza.
Quieren arreglarlo. Se lo pide su conciencia y no viven en paz, ni pueden llevar presencia de Dios, ni pueden hacer oración.
Y llega el momento de la gracia. Y desean de veras arreglarlo. Pero desean arreglarlo, es decir, deshacer el entuerto, con el mínimo esfuerzo. Pondrán una sonrisa. Dirigirán la palabra suavizada. Dirán algo que pueda poner vaselina al chirriante arranque de genio... Pero no les vale. Porque se puede tratar de su formación. Y eso no sería formación, porque dejaría el mismo mal, pero encubierto. Podría servir para una política de convivencia fría y aparentemente pacífica. Pero no sirve para la virtud. Para la virtud, para adquirir la verdadera humildad, es necesaria una reparación clara. Una confesión sincera. Un reconocimiento de ese carácter. Mira, perdona, yo soy el primero en lamentarlo. Y no quiero ser así. Pero no puedo. Has de ayudarme. Un reconocimiento sencillo y humilde glorifica más a Dios y restablece la armonía social, y la eleva a mayor altura que la que tenía antes del destemplado arranque de genio. A eso hay que llegar. No debe el hombre creer fácilmente que es mejor de lo que es. Ni debe tener miedo de reconocer su limitación: A veces es sólo eso lo que hace falta. Que él lo vea. Y lo manifieste con llaneza. Ganará más puntos. Y se hará amable a Dios ya los hombres.
Crecimiento en la oración
Y ese despego es necesario para que se desarrolle la vida de oración. Porque cuando se oye hablar de apegos y de desapegos inmediatamente las personas piensan en apegos a algo que está fuera de sí. No. El apego mayor, el que tarda más en desaparecer, es el apego al yo inferior. Más. Los apegos a lo exterior tienen su raíz en quien goza, o teme, que es el yo inferior. Ese despego del yo ha de venir como fruto de una sincera y desnuda oración. A la vez que potenciará la misma oración. Porque el desapego es limpieza y son los limpios de corazón los que ven a Dios (Mt 5, 8). Además, por ser la humildad el fundamento de todas las virtudes, y porque sin ella no puede darse verdadera vida cristiana, ha de ser deseada por todo discípulo de Cristo que quiera imitar las virtudes de su Maestro y dar al mundo un testimonio de vida convincente.
Conocimiento propio
Para conseguir esta virtud, tan rara en el mundo, donde abunda la soberbia de la vida, es indispensable que se reflexione a menudo en lo que somos en el orden natural y en el sobrenatural. En aquél, miseria, ceniza, nada. En éste, pecadores e inclinados al mal y merecedores del eterno castigo. Frecuentemente nos manda la Iglesia recitar: «Humillémonos ante el Señor». «Reconozcamos nuestros pecados». Si pensamos en nuestros pecados nos humillaremos de verdad. Esta humildad transformará nuestras relaciones sociales al hacernos más comprensivos con los defectos de nuestro prójimo si pensamos que Dios nos ha perdonado tanto a nosotros (Mt 18,21-34). Esta humildad no nos dejará ver la paja en el ojo ajeno sino que nos centrará en la viga que tenemos atravesada en el nuestro (Mt 7,3). El reconocimiento verdaderísimo de nuestra vida conseguirá que nos veamos despreciables y viles a nuestros propios ojos. Esto nos llevará a confiar en Dios y a orar siempre para que fortalezca nuestra debilidad.
La humildad es también para hoy
Pero hoy ocurre que se da la impresión de que la virtud de la humildad ya no es de este tiempo. La Iglesia antigua enseñó y vivió equivocadamente la virtud de la humildad. Pero en la Iglesia moderna ya no hay por qué ni enseñar ni vivir la humildad. Hoy la humildad se ha convertido en la propia estima. En nombre de un respeto sagrado a la personalidad, de un arrumbamiento fatal de todo lo que sea respeto, reverencia, sumisión..., se ataca desfavorablemente de palabra y de obra la virtud cristianísima de la humildad. ¡Cuántas asambleas, reuniones, conciliábulos, convocados, por otra parte, en el nombre de Cristo, han fallado por su base y han hecho daño y lo siguen haciendo, por la falta de humildad!...
Pero el Concilio no ha dicho eso
Pero el Concilio no ha dicho eso. Ni siquiera ha soslayado el tema, como no queriendo tomar cartas en el asunto. Ha afirmado categóricamente la necesidad de que los cristianos vivan en humildad a ejemplo de Cristo. Oigamos lo que nos dice en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia: «La Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador, observando sus preceptos de caridad, de humildad y de abnegación, recibe la misión de anunciar el Reino de Cristo y de Dios, de establecerlo en medio de todas las gentes, y constituye en la tierra el germen y el principio de este Reino» (Ibid. 5.)
Observando fielmente sus preceptos de humildad... Toda la Iglesia ha recibido de Cristo mandato de practicar la humildad y esto, como espontáneamente, como floración nueva de su Reino. No se puede construir la Iglesia sin humildad, porque sin humildad no hay espíritu " de Cristo, y los que no tienen el Espíritu de Cristo no son suyos (Rm 8,9). Su labor en la Iglesia será siempre infecunda. Un poco de movimiento exterior, un mucho parecer que hacen y acontecen, pero en realidad, no hacen nada. O hacen algo peor que nada, que es creer que hacen y que su acción es imprescindible. San Pablo tenía un miedo horroroso a los tales y así amonesta severamente a Timoteo que no elija a nadie para gobernar la Iglesia que sea neófito: «No neófito, no sea que, hinchado, venga a incurrir en el juicio del diablo» (1Tim 3,6). Es fácil y corriente que la inexperiencia, y la larga práctica de la virtud de que carece el recién converso, le ensoberbezca, le hipersensibilicen a cualquier aire de contradicción y tenga que sufrir por ello, él primero, y la Iglesia después, unas consecuencias que no se dieran de no haberle dado el espaldarazo del primer plano.
Sentir con Cristo
Sigue el Concilio diciéndonos en qué estima tiene la virtud insigne de la humildad: «La Iglesia considera también la amonestación del Apóstol, quien, animando a los fieles a la práctica de la caridad, les exhorta a que sientan en sí lo que se debe sentir en Cristo Jesús, que se anonadó a sí mismo tomando la forma de esclavo..., hecho obediente hasta la muerte y por nosotros se hizo pobre, siendo rico. y como este testimonio e imitación de la caridad y humildad de Cristo habrá siempre discípulos dispuestos a darlo, se alegra la Madre Iglesia de encontrar en su seno a muchos, hombres y mujeres, que sigan más de cerca el anonadamiento del Salvador y la pongan en más clara evidencia, aceptando la pobreza con la libertad de los hijos de Dios y renunciando a su propia voluntad; pues esos se someten al hombre por Dios en materia de perfección, más allá de lo que están obligados por el precepto, para asemejarse más a Cristo obediente (42). Unida a la humildad nace la pobreza y la obediencia en las orientaciones conciliares.
El padre Lacordaire
Y sin humildad, desengañémonos, no haremos nada. Grabemos bien esta convicción en nuestro espíritu para vivirla como necesidad vital de crecimiento en el mundo del espíritu, pues, según Lacordaire, es imposible llegar a nada en el cielo ni en la tierra sin la humillación y el dolor. De él declara Monseñor Bougaud que cuando él era joven sacerdote y el P. Lacordaire estaba en el apogeo de su gloria, le pidió que lo confesara. Ésta es la relación bajo juramento de Mons. Bougaud: «Voy, me dijo, a Toulouse con esperanza de fundar allí una casa de la Orden. Mil obstáculos se oponen, y será milagro que no fracase, Pero tengo un medio que ya me ha dado buenos resultados, y es inclinar al cielo humillándome. Por eso vengo a rogarle se digne oír, no ya mi confesión semanal (me confesé hace ocho días), sino la confesión de todos los pecados de mi vida desde la primera infancia». Comenzó y no faltaré al sigilo diciendo que me hizo relación de toda su existencia, declaración de todas sus culpas de niño, adolescente, sacerdote, religioso, con humildad arrepentimiento y fervor enteramente extraordinarios… Terminada la confesión, sin pedirme permiso, el Padre se postró a mis pies y los besó repetidas veces, llamándose miserable y declarándose merecedor de todo vituperio...Sacó unas disciplinas de fuertes correas y me pidió le diese cien golpes de disciplina. Ante mi resistencia, ¿me lo niega, Padre, hijo mío?» Aquella mirada, el acento puesto en las palabras nunca se me borrarán de la memoria. Tomé pues las disciplinas ya ello ¿por qué no?" ¿Porqué impedir a aquel grande hombre ser aún más grande, humillándose voluntariamente? El P. Lacordaire era muy nervioso y muy sensible a los quince o veinte golpes, comenzó a exhalar un gemido profundo y dulce que duró hasta el fin…
Acabado este sangriento ministerio, se levantó, se echa mi cuello, me cubrió de caricias y de abrazos y, el seguida, desligando mis labios del sagrado sigilo de 1 confesión, me autorizó para recordarle sus culpas, decirlas a quien quisiere; y especialmente, cuando le encontrase, para echárselas en cara y tratarle cual merecí esto es con la disciplina, declarándome que me daba absoluto derecho de humillarle y castigarle siempre que yo quisiera» (Lacordaire, P. Chocarne, Ed. Difusión, Tucumán -Buenos Aires). El edificio de la vida espiritual todo ha de ir fundado en humildad. Por eso mientras más cercanos a Dios por la oración, más perfecta ha de ser esta virtud, y si no, va todo perdido. Todo el cimiento de la oración va fundado en humildad, y mientras más se abaja un alma y se empequeñece en la oración, más la ensalza Dios (Santa Teresa, «Moradas Séptimas», 4, 9.).
Dios abate a los soberbios y exalta a los humildes
Si las almas no se determinan bien de veras a adquirir la virtud de la humildad, no hayan miedo que aprovechen mucho. Dios no las subirá mucho porque sabe que no hay cimientos, y exaltadas, la caída sería más ruidosa (Santa Teresa Moradas séptimas).
Y con ser tan necesaria esta virtud es la más difícil de alcanzar y la que más brilla por su ausencia incluso entre las gentes piadosas. ¡Cuesta tanto el desprendimiento de lo que más amamos, de nuestra voluntad, de los puntos de vista o criterios propios...!
¡Es tan arduo morir en nuestra más secreta intimidad! Aparecer ante los demás como humildes es relativamente fácil. Serlo de veras, matar el amor propio, enterrarlo bien enterrado muchos metros bajo la tierra, sobrepuja las humanas posibilidades. «Non oritur in terra nostra». La humildad no crece en nuestra tierra -dijo san Juan Berckmans.
Pedir la humildad
Es necesario que pidamos a Dios este don tan principal, esta tan sublime gracia de la virtud egregia de la humildad. De Él viene todo lo bueno, y de Él nos ha de venir la humildad, y Él la concede a los que se la piden humilde y confiadamente. El Beato Dom Columba Marmión solía pedirla rezando estas preces humildes y que tanta paz dejan al que piadosamente las saborea:
• Jesús, dulce y humilde de corazón, óyenos.
Jesús, dulce y humilde de corazón, escúchanos. Del deseo de ser estimados, líbranos, Jesús. Del deseo de ser amados, líbranos, Jesús.
Del deseo de ser buscados, líbranos, Jesús.
Del deseo de ser alabados, líbranos, Jesús.
Del deseo de ser honrados, líbranos, Jesús.
Del deseo de ser preferidos, líbranos, Jesús.
Del deseo de ser consultados, líbranos, Jesús. Del deseo de ser aprobados, líbranos, Jesús. Del deseo de ser halagados, líbranos, Jesús.
Del temor de ser humillados, líbranos, Jesús.
Del temor de ser despreciados, líbranos, Jesús. Del temor de ser rechazados, líbranos, Jesús.
Del temor de ser calumniados, líbrranos, Jesús. Del temor de ser olvidados, líbranos, Jesús.
Del temor de ser ridiculizados, líbranos, Jesús. Del temor de ser burlados, líbranos, Jesús.
Del temor de ser injuriados, líbranos, Jesús.
Oh María, Madre de los humildes, rogad por nosotros. San José, protector de las almas humildes, rogad por nosotros.
San Miguel, que fuiste el primero en abatir el orgullo, rogad por nosotros.
Todos los justos, santificados por la humildad, rogad por nosotros.
¡Oh Jesús!, cuya primera enseñanza ha sido ésta: «Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, enseñadnos a ser humildes de corazón como Vos.
Cristo humilde
Fortalecerá el deseo de ser humildes la amorosa Contemplación de Cristo humilde antes de nacer, en su nacimiento, en su vida oculta de Nazaret. Él es un pobre aldeano, un obrero manual, sin estudios en Academias ni Universidades, sin dejar traslucir un solo rayo de su divinidad. La humildad de Jesús en su vida pública. Escoge sus discípulos entre los más ignorantes y rudos; pescadores y un publicano. Busca y prefiere a los pobres, a los pecadores, a los afligidos, a los niños... Vive pobremente, predica con sencillez, enseña con ejemplos populares al alcance de la inteligencia del pues «Cristo no hizo alarde de su categoría de Dios. Tomó condición de esclavo pasando por uno de tantos» (Flp 2, 7). ¡Qué ridículos los pobrecitos hombres! Las condecoraciones, los halagos. Y, ¡pobre del que venga a quitárnoslo! Hemos de meditar mucho en la actitud de Cristo humillado. ¿Un Cristo escupido y tú te exaltas? Eso un contrasentido. La religión es humildad, amor, serio de los hombres hasta la cruz. También María, nos ayudará con su ejemplo y con su plegaria de Madre a conseguir la perfección de esta joya la humildad. (De mi libro CAMINOS DE LUZ).
El Papa reza por los médicos y trabajadores de la salud que están dando sus vidas
Homilía del Papa Francisco en Santa Marta. 20 de marzo de 2020
En la Misa matutina celebrada y transmitida en vivo desde la Capilla de la Casa Santa Marta, el Papa Francisco recordó el gran trabajo que vienen realizando los médicos y los trabajadores de la salud, especialmente en las zonas más infectadas de Italia por el Covid-19.
“Ayer he recibido un mensaje de un sacerdote de Bérgamo pidiendo rezar por los médicos de Bérgamo, Treviglio, Brescia, Cremona, que están al límite de su trabajo; están dando su propia vida para ayudar a los enfermos, para salvar la vida de los demás. Y también oremos por las autoridades; para ellos no es fácil manejar este momento y muchas veces sufren las incomprensiones. Ya sean médicos, personal de hospitales, voluntarios de la salud o las autoridades, en este momento son pilares que nos ayudan a ir adelante y nos defienden en esta crisis. Oremos por ellos”.
En su homilía, comentando la primera lectura que presenta la liturgia este viernes de la III Semana de Cuaresma, el Papa Francisco recordó que, el Profeta Oseas (Oseas 14, 2-10) nos exhorta a hablar con Dios no como juez, sino como un Padre bueno que ama y perdona siempre. Además, recordando lo que indica el Catecismo, explicó cómo se puede confesar cuando no es posible recurrir a un sacerdote.
A continuación el texto de la homilía según nuestra transcripción y al mismo tiempo te invitamos a seguir la Santa Misa (video integral) desde nuestro canal de Youtube:
Cuando leo o escucho este pasaje del profeta Oseas que hemos escuchado en la primera lectura [que dice]: "Vuelve Israel, al Señor, tu Dios, vuelve", cuando lo escucho, recuerdo una canción que cantaba Carlo Buti hace 75 años y que se escuchaba con tanto placer en las familias italianas de Buenos Aires: "Vuelve con tu papá". La canción de cuna todavía te cantará". Vuelve: pero es tu padre quien te dice que vuelvas. Dios es tu papá, no es el juez, es tu papá: "Ven a casa, escucha, ven". Y ese recuerdo – yo era un niño pequeño – me lleva inmediatamente al padre del capítulo 15 de Lucas, ese padre que dice: "Vio a su hijo venir desde lejos", ese hijo que se había ido con todo el dinero y lo malgastó. Pero, si lo vio de lejos, fue porque lo estaba esperando. Subía a la terraza – ¡Cuántas veces al día! – durante días y días, meses, años tal vez, esperando a su hijo. Lo vio de lejos. Vuelve con tu papá, vuelve con tu padre. Él te espera. Es la ternura de Dios la que nos habla, especialmente durante la Cuaresma. Es el tiempo de entrar en nosotros mismos y recordar al Padre o volver a tu padre.
"No, Padre, me avergüenzo de volver porque... Ya sabe Padre, he hecho cosas feas, he hecho muchas cosas feas...". ¿Qué dice el Señor? "Vuelve, yo te curaré de tu infidelidad, te amaré profundamente, porque mi ira se ha alejado. Seré como el rocío; tú florecerás como un lirio y echarás raíces como un árbol del Líbano". Vuelve con tu padre que te está esperando. El Dios de la ternura nos curará; nos curará de muchas, muchas heridas de la vida y de muchas cosas feas que hemos hecho. ¡Cada uno tiene lo suyo!
Pero pensar esto: volver a Dios es volver al abrazo, al abrazo de nuestro padre. Y pensar en esa otra promesa que hace Isaías: "Si tus pecados son tan feos como la escarlata, te haré blanco como la nieve". Él es capaz de transformarnos, Él es capaz de cambiar nuestros corazones, pero quiere que demos el primer paso: volver. No es ir a Dios, no: es volver a casa.
Y la Cuaresma siempre se centra en esta conversión del corazón que, en el hábito cristiano, toma forma en el sacramento de la Confesión. Es el momento para – no sé si para "ajustar las cuentas", no me gusta eso – dejar que Dios nos blanquee, que Dios nos purifique, que Dios nos abrace.
Sé que muchos de ustedes, por Pascua, van a confesarse para encontrarse con Dios. Pero muchos me dirán hoy: "Pero Padre, ¿dónde puedo encontrar un sacerdote, un confesor, por qué no puedo salir de casa? Y yo quiero hacer las paces con el Señor, quiero que me abrace, quiero que mi padre me abrace... ¿Qué puedo hacer si no encuentro sacerdotes?". Haz lo que dice el Catecismo. Es muy claro: si no encuentras un sacerdote para confesarte, habla con Dios, que es tu padre, y dile la verdad: "Señor, he hecho esto, esto, esto... Perdóname", y pídele perdón de todo corazón, con el Acto de Dolor y prométele: "Me confesaré después, pero perdóname ahora". E inmediatamente volverás a la gracia de Dios. Tú mismo puedes acercarse, como nos enseña el Catecismo, al perdón de Dios sin tener un sacerdote a la mano. Piensa en ello: ¡es el momento! Y este es el momento adecuado, el momento oportuno. Un acto de dolor bien hecho, y así nuestra alma se volverá blanca como la nieve.
Sería bueno que hoy en nuestros oídos resonara este "vuelve", "vuelve a tu papá, vuelve a tu padre". Te espera y hará fiesta.
¿Todos somos hijos de Dios?
¿Como no se puede ser hijo de Dios si Él es nuestro padre creador?
Pregunta:
Buenas tardes Fray Nelson, tengo una inquietud y quisiera que usted me ayudara a entender. Yo siempre he creído que todos somos hijos de Dios independientemente de nuestras creencias, sin embargo en diálogos con amistades protestantes les escuché decir que solo son hijos de Dios los que lo aceptan en su corazón, cosa que debatí con solo fé y pocos argumento de peso. Hoy en la homilía el padre hablándole a los catecúmenos dijo que se era hijo de Dios al recibir el sacramento del bautismo, y que aquellos no bautizados no eran aún hijos de Dios. Yo quedé más confundida de lo que estaba, pues aunque creo y viví firmemente los sacramentos, no entiendo como no se puede ser hijo de Dios si Él es nuestro Padre Creador, qué pasa entonces con los que son de religiones diferentes, los que nunca se bautizan, etc. Gracias de antemano por su ayuda. Dios y la Virgen lo guarden. --SC
Respuesta:
Las palabras tienen un sentido estricto, que es formal y preciso, y un sentido laxo o amplio, que es el propio de las metáforas. Así por ejemplo, la palabra "pan," en sentido estricto, se refiere a un cierto tipo de alimento pero de manera amplia puede significar todo lo que es requerido para la vida humana.
Apliquemos esa distinción al caso de la palabra "hijo." En sentido ESTRICTO, como nos enseña Santo Tomás, un hijo es aquel ser que recibe y participa de la naturaleza de quien es su padre. Por eso, el hijo de un león es león, y el descendiente de un caracol es un caracol. La idea clave es: participar de la misma naturaleza.
En sentido AMPLIO, puede llamarse "hijo" a aquello que tiene su origen o tiene un parecido con otro ser. Así por ejemplo un escritor puede decir que ha dado a luz una nueva obra, o que quiere a tal libro como a un hijo. Pero tal "hijo" no tiene la misma naturaleza de su "padre."
Si pensamos en sentido "amplio" puede decirse que todo ser humano es hijo de Dios, porque viene de Dios como Creador, y porque todos somos imagen y semejanza de Dios, y porque todos potecialmente estamos llamados a participar de su vida propia. Pero en sentido "propio" no hay una participación de naturaleza que venga simplemente del hecho de ser creación. Entonces en sentido estricto no todos somos hijos de Dios.
En sentido estricto entonces sólo llegamos a ser hijos de Dios por la participación del Espíritu Santo que se da como don propio de la fe. Esa es la fe propia de los sacramentos, empezando por el bautismo. Entonces propiamente han de llamarse hijos de Dios los bautizados en plena comunión con la Iglesia.
Reza por mi
Rezar, y sobre todo que recen por ti, es la mayor aspiración que uno puede tener en la vida
Rezar es una conversación con los que ya no están, el recuerdo de los que te antecedieron y la oración para seguir su ejemplo. Rezar es pedir por ellos. Y también pedirles a ellos por los que estamos aquí. Es el momento de más calma del día, y, en mi caso, el de primera hora de la mañana, poco más de las seis, y el agua de la ducha caliente cayendo despacio sobre los hombros. Rezar es una fotografía en sepia, un regreso a la casa de tus abuelos y al tiempo sin tiempo de tu infancia. Es pasar por la Iglesia de San Pedro, de camino al colegio, y rezarle al Cristo de Burgos un Padre Nuestro para que te ayude en los exámenes. Es el refugio del frío, y el silencio acogedor. Rezar es tener memoria.
Rezar es lo que va antes del trabajo o después del trabajo, y lo que nunca lo suplanta, porque ya lo dice el refrán: a Dios rogando y con el mazo dando. Es lo único que puedes hacer cuando ya no puedes hacer más, y es la forma de comprometerse de quien no tiene otro medio de hacerlo, como cuando rezamos por un enfermo que se va a operar y ya está todo en manos del cirujano (y de Dios). Rezar no hace milagros, o sí los hace, eso nunca lo sabremos, pero ofrece consuelo al que reza y a aquel por quien se reza. Rezar nunca es inútil, porque siempre conforta.
Rezar es decir rezaré por ti y, también, reza por mí. Y es, por tanto, lo contrario a la vanidad. Rezar es la aceptación de tus limitaciones. Es aprender a resignarse cuando lo que pudo ser no ha sido. Es vivir sin rencor, aprender a olvidar, aceptar la derrota con dignidad y celebrar el triunfo con humildad. Rezar es resignación cuando procede, pero también arrebato y pundonor cuando toca. Es buscar las fuerzas si no se tienen y confiar en que las cosas van a ser como deberían ser. Rezar es optimismo, no dar nada por perdido, luchar y resistir, como en la canción, erguido frente a todo, y es mi padre antes de morir. Rezar es fragilidad y entereza.
Rezar es curar las heridas, restañar los arañazos, superar el daño que te han hecho. Pasar página y empezar de cero. Perdonar las ofensas y también pedir perdón. Y sobre todo tener gratitud. Rezar es dar las gracias por vivir y por lo que la vida te ha dado. Es despertarse con las ilusiones renovadas. Aferrarse desesperadamente a lo inmaterial. Acordarse de lo que de verdad importa, y relativizar todo lo demás. Es establecer las prioridades, poner en orden los papeles de tu mesa, buscar la trascendencia, pensar a lo grande.
Rezar es desconectar y apagar el móvil. Es introspección en la sociedad del exhibicionismo. Es relajarse y calmar los nervios. Y prepararse mentalmente para lo que ha de venir. No es solo buscar el coraje, sino también la inspiración, la idea, el enfoque, la luz, el claro en medio de la espesura. Rezar es razonar, aunque parezca lo más irracional que haya. Es la mente funcionando como cuando juegas un partido de tenis. Es planificar y anticipar las jugadas. Es abstracción en los tiempos de lo concreto y lo material. Es pausa en un mundo excitado. Es calma cuando todo es ansiedad. Y es aburrido en la dictadura de lo divertido.
Rezar es una forma extrema de independencia, una actividad casi contracultural, lo más punki que se puede hacer una tarde de domingo. Es la forma más radical de practicar mindfullness, tan pasada de moda que cualquier día se volverá extraordinariamente cool. Rezar podría computar como horas de trabajo para los empleados públicos, pero no sirve porque es una práctica “antisistema”, sin reconocimiento alguno del establishment. Tan políticamente incorrecta que la gente oculta que reza como esconde la tripa para la foto. Rezar es un placer oculto, que se reserva para la intimidad. Un acto privado, y casi a escondidas, que, cuando se hace acompañado, necesita cierta oscuridad y mucha, mucha, confianza.
Rezar es desnudarse y abrir tu alma a la persona con la que rezas. Y es una declaración de amor por la persona que tienes en tus rezos. Es derramar tu cariño sobre los que más quieres y sentir el cariño de los que rezan por ti. Rezar es tener a otros en tus oraciones y estar en las oraciones de otros, que es mucho más que estar solo en su memoria. Rezar, y sobre todo que recen por ti, es la mayor aspiración que uno puede tener en la vida. Un privilegio inmenso. Es querer tanto a alguien como para rezar por él, y que alguien te quiera tanto como para rezar por ti. ¿Cabe mayor orgullo? ¿Existe mayor plenitud que la de saber que hay una madre, un hermano, un hijo o un amigo que quiere que Dios te proteja, y te dé salud, y te ilumine, y te ayude, y te acompañe, y esté siempre contigo?
Rezar es tener fe. Tener fe en la vida, en las personas, en tus amigos, en tus hijos, en tus padres, en Dios. Rezar es la maestría de niños y abuelos. Y es un súper poder que nos predispone al bien. Rezar es creer y ser practicante de un mundo mejor.
5 preguntas que puedes hacerte si te crees muy bueno
Parece fácil ser cristiano; no matarás, no mentirás, no robarás y tienes el cielo ganado.
Los 10 mandamientos nos los enseñan desde que somos pequeños (al prepararrnos para la primera comunión) y desde entonces intentamos cumplir con ellos para ser las buenas personas que queremos ser. La verdad es que querer ser buena persona es un gran comienzo, y querer cumplir con los mandamientos aún más.
Recordando el pasaje del joven rico, cuando este va al encuentro del Señor y le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”, Jesús le responde “Tú sabes los mandamientos: ‘no mates, no cometas adulterio, no hurtes, no des falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre”». A primera vista parece que lo estamos haciendo bien.
Traduciendo ese pasaje a nuestra vida, no solo se trata de atender a los 10 mandamientos –que a veces pueden sonar un poco arcaicos– («no codiciarás a la mujer de tu prójimo»), sino que se trata de cumplir con los deberes de tu estado (tu situación cotidiana actual). Por ejemplo, si soy estudiante de la universidad y contextualizo dichos mandamientos a mi día a día: voy a misa los domingos, separo un espacio para mi oración, hablo con mis padres regularmente y nunca les alzo la voz; intento (al menos intento), no hablar mal de nadie y hago mis deberes de forma diligente.
Ahora bien, ¿y si siempre he sido una persona responsable y virtuosa?, ¿si como el joven rico todo esto lo he cumplido bien? ¿Ahora qué?, ¿ya soy buena? No debemos olvidar que a la pregunta del joven el Señor también le responde: «¿Por qué Me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo uno, Dios».
La mayor tentación de un cristiano comprometido con su fe está en que podemos llegar a creernos buenos. Creer que hemos hecho suficiente. Entender la vida cristiana como un catálogo de reglas que tenemos que cumplir para «ser bueno» es un error que conlleva una profunda tristeza. Quien se gana el cielo y quien vive con esa alegría en la tierra, no es la persona que concibe la vida como un continuo poner vistos en una to-do-list. Claro está que cumplir con los mandamientos es necesario (no me malinterpreten) pero esto no es suficiente para ser llenar el corazón del hombre.
Entonces, ¿cómo se es santo y se gana el cielo?
El joven rico se pregunta lo mismo y le dice al Señor : «Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud” a lo que Jesús responde “Una cosa te falta: ve y vende cuanto tienes y da a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; entonces vienes y Me sigues».
¿Cómo entender estas palabras tan exigentes del Señor en nuestra día a día? Estas 5 preguntas te pueden ayudar:
1. ¿Me he puesto hoy al servicio de los demás?
El Señor nos invita a vivir nuestra vida desde una perspectiva distinta, la de dejar todo a los demás por Él, por amor.
Ese «vende todo lo que tienes» hoy en día es una forma de vaciar el corazón de prejuicios contra los demás, de dar demasiada importancia a las apariencias, de preocuparse excesivamente de uno mismo; y de darle la oportunidad de llenarse de Cristo.
Un amor que «da a los pobres» es aquel que se entrega por completo a los demás para vivir con una apertura radical a los demás. Ya lo decía San Agustín «Ama y haz lo que quieras», ¡y no se equivoca! El amor es el auténtico fin del hombre y lo único que puede colmar su corazón con anhelos de eternidad.
2. ¿He buscado hoy ser instrumento de Dios para que los demás le conozcan?
Como hemos dicho arriba, no se trata solo de ser buenos. El«nuevo» mandamiento del amor renueva la vivencia de las enseñanzas que Dios nos ha dejado (cumplir con los mandamientos) de manera que engrandece la vida del hombre al no dejarla circunscrita a la constatación de «buenas obras», a conformarse con «ser bueno», sino que lo lleva a ilusionarse con «ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mateo 5:48), perfectos en el amor. Y este amor, para que sea perfecto, es expansivo, busca siempre transmitirse a los demás.
3. ¿He procurado cuidar algún momento de oración hoy para poder encontrarme con Dios?
Sin oración no somos nada. Para subir un poco más arriba del escalón de «ser buenos», necesitamos de la gracia. Nadie puede ser santo por sus propios medios.
«Siempre que sentimos en nuestro corazón deseos de mejorar, de responder más generosamente al Señor, y buscamos una guía, un norte claro para nuestra existencia, el Espíritu Santo trae a nuestra memoria las palabras del Evangelio: “conviene orar perseverantemente y no desfallecer”. La oración es el fundamento de toda labor sobrenatural; con la oración somos omnipotentes y, si prescindiésemos de este recurso, no lograríamos nada» (San José María Escrivá).
4. ¿He sido agradecido hoy con Dios por todo lo que me ha regalado?
Una de las condiciones más importantes para la santidad es el agradecimiento. Todo lo bueno que tenemos proviene de Dios y es a Él a quien primero debemos agradecer. Vivir en un constante agradecimiento nos ayuda a crecer en la humildad y la alegría.
«El saber agradecer a los hermanos es signo de que se tiene un corazón agradecido para con Dios nuestro Señor y un corazón agradecido es siempre fuente de gracia» (Papa Francisco).
5. ¿He sabido hoy apreciar lo que los demás han hecho por mí?
No solo se trata de ser agradecidos con Dios, es bueno tambien serlo con los demás. Ir más allá de «ser buenos» implica ese ponernos siempre en disposición, en apertura hacia los otros, y esto no se trata solo de servirlos, se trata también de buscar valorar al otro por quién es, aprender a ver en cada persona una oportunidad para vivir el encuentro, la alegría y el agradecimiento.