Jesús sale al encuentro de los que caen

Benjamin, Santo

Diacono y Mártir, 31 de marzo

Martirologio Romano: En el lugar de Argol, en Persia, san Benjamín, diácono, que al predicar insistentemente la palabra de Dios, consumó su martirio con cañas agudas entre sus uñas, en tiempo del rey Vararane V (†  c. 420).

Etimológicamente: Benjamín = Aquel que es el último nacido o Hijo de dicha, es de origen hebreo.

Breve Biografía

El rey Yezdigerd, hijo de Sapor II puso fin a la cruel persecución de los cristianos que había sido llevado al cabo en Persia durante el reinado de su padre. Sin embargo, el obispo Abdas con un celo mal entendido incendio el Pireo o templo del fuego, principal objeto del culto de los persas.

El rey amenazó con destruir todas las iglesias de los cristianos, a menos que el obispo reconstruyera el templo, pero éste se rehusó a hacerlo; el rey lo mandó a matar e inició una persecución general que duró 40 años.

Uno de los primeros mártires fue Benjamín, diácono. Después de que fuera golpeado, estuvo encarcelado durante un año.

Benjamín era un joven de un gran celo apostólico en bien de los demás. Hablaba con fluida elocuencia.

Incluso había logrado muchas conversiones entre los sacerdotes de Zaratustra. Los meses que pasó en la cárcel le sirvieron para pensar, orar, meditar y escribir.

En estas circunstancias llegó a la ciudad un embajador del emperador bizantino y lo puso en libertad. Y le dijo el rey Yezdigerd: "Te digo que tú no has tenido culpa alguna en el incendio del templo y no tienes que lamentarte de nada".

¿No me harán nada los magos?, preguntó el rey al embajador. No, tranquilo. No convertirá a nadie, añadió el embajador.

Sin embargo, desde que lo pusieron en libertad, Benjamín comenzó con mayor brío e ímpetu su trabajo apostólico y convirtió a muchos magos haciéndoles ver que algún día brillará en sus ojos y en su alma la luz verdadera.

De no ser así –decía – yo mismo sufriré el castigo que el Señor reserva a los seguidores que no sacan a relucir los talentos que él les ha dado.

Esta vez no quiso intervenir el embajador. Pero poco después, el rey lo encarceló de nuevo y mandó que le dieran castigos hasta la muerte,siendo luego decapitado

Murió alrededor del año 420.

Jesús y el mundo

Santo Evangelio según san Juan 8, 21-30. Martes IV de Cuaresma

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Que cada día pueda entender lo que significa ser cristiano, que pueda hacerlo parte de mi vida porque si no, de nada sirve. Que aprenda a amar y perdonar como tú, Señor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Juan 8, 21-30

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo me voy y ustedes me buscarán, pero morirán en su pecado. A donde yo voy, ustedes no pueden venir”. Dijeron entonces los judíos: “¿Estará pensando en suicidarse y por eso nos dice: 'A donde yo voy, ustedes no pueden venir'?”. Pero Jesús añadió: “Ustedes son de aquí abajo y yo soy de allá arriba; ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Se lo acabo de decir: morirán en sus pecados, porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados”.

Los judíos le preguntaron: “Entonces, ¿quién eres tú?”. Jesús les respondió: “Precisamente eso que les estoy diciendo. Mucho es lo que tengo que decir de ustedes y mucho que condenar. El que me ha enviado es veraz y lo que yo he oído decir a él es lo que digo al mundo”. Ellos no comprendieron que hablaba del Padre.

Jesús prosiguió: “Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces conocerán que Yo Soy y que no haga nada por mi cuenta; lo que el Padre me enseñó, eso digo. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que a él le agrada”. Después de decir estas palabras, muchos creyeron en él.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Los ideales de Jesús son hacer el bien en la tierra para que la gente se dé cuenta de la bondad de Dios y así puedan glorificarlo, ser compasivo con el que cae y aprender a amar a los enemigos.

Él los ejemplifica en carne propia con su vida. La gente se preguntaba quién era Él y los que no se quedaban con una respuesta superficial llegaban a saber quién era y creían en Él porque habían hecho el proceso de conocer a Cristo para encontrar sus actitudes más profundas. Vemos cómo Jesús sale al encuentro de los que caen porque, como buen hermano mayor, siente la necesidad de ayudar a los que ve caídos, sin ser duro o condenador, porque su misericordia y perdón no es un «hacer como que no pasó» sino que es un ver en qué se ha fallado, reconocerlo para aceptarlo, y así, poder enmendarse porque todos, quienes más o quienes menos, hemos caído alguna vez.

Cristo sabe que necesitamos de su gracia; la misericordia de Jesús llega a tal punto que ama y perdona a sus propios enemigos. Pero nosotros necesitamos de su gracia porque si alguien nos ha hecho un mal por lo general estamos enojados con el otro; y si este otro no muestra una enmienda de actitud o no nos pide perdón, podemos estar muy heridos, a veces hasta el punto de querer tomar venganza de alguna forma.

Pidámosle al Señor que nos conceda un corazón que sepa perdonar y que comprenda a las personas que, por cualquier motivo, nos hacen el mal, para que podamos pedir por ellos y así logren cambiar.

«Jesús quiere hacer entender que por encima del poder político hay otro mucho más grande que no se obtiene con medios humanos. Él vino a la tierra para ejercer este poder, que es el amor, para dar testimonio de la verdad. Se trata de la verdad divina que, en definitiva, es el mensaje esencial del Evangelio: “Dios es amor” y quiere establecer en el mundo su reino de amor, de justicia y de paz. Este es el Reino del que Jesús es Rey, y que se extiende hasta el final de los tiempos. La historia enseña que los reinos fundados sobre el poder de las armas y sobre la prevaricación son frágiles y antes o después terminan quebrando. Pero el Reino de Dios se fundamenta sobre el amor y se radica en los corazones, ofreciendo a quien lo acoge paz, libertad y plenitud de vida. Todos nosotros queremos paz, queremos libertad, queremos plenitud. ¿Cómo se consigue? Basta con que dejes que el amor de Dios se radique en el corazón y tendrás paz, libertad y tendrás plenitud».
(Homilía de S.S. Francisco, 25 de noviembre de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Iré a una iglesia y enfrente de una estatua de la Virgen le pediré la gracia de saber perdonar.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

La señal de la cruz, el inicio de toda oración

Invocamos a la Santísima Trinidad para iniciar la oración en su nombre.

Carta Cardenal Norberto Rivera.

Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios. Porque dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo mediante su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres (I Corintios 1, 17-25).

Es lógico comenzar toda oración con la señal de la cruz. Comenzamos a rezar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén”. Invocamos a la Santísima Trinidad e iniciamos nuestra oración en su nombre. Recordamos así el centro de nuestra fe recibida en el Bautismo (Mateo 28, 19). Al hacer un ofrecimiento de obras al inicio del día para dar un sentido sobrenatural a todas nuestras actividades; al empezar un examen de conciencia que, más que simple contabilidad moral, es un acto de diálogo con Dios, Padre de misericordia; en el inicio del rezo del Angelus; en las primeras palabras de la Misa: siempre está presente la señal de la cruz y la invocación a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, de quien procede toda bondad y a cuyo santo nombre nos confiamos.

Rezamos en nombre de Dios y este “nombre” encierra en sí toda la misteriosa realidad de “Aquel que es el que es” (Éxodo 3, 13-15) y no necesita de nada ni nadie. El Catecismo de la Iglesia Católica explica muy bien la profundidad que encierra el nombre de Dios: A su pueblo Israel, Dios se reveló dándole a conocer su Nombre. El nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente...

Al revelar su nombre misterioso de YHWH, "Yo soy el que es" o "Yo soy el que soy" o también "Yo soy el que Yo soy", Dios dice quién es y con qué nombre se le debe llamar. Este Nombre Divino es misterioso como Dios es Misterio.

Es, a la vez, un Nombre revelado y como la resistencia a tomar un nombre propio, y por esto mismo expresa mejor a Dios como lo que Él es, infinitamente por encima de todo lo que podemos comprender o decir: es el "Dios escondido" (Isaías 45, 15), su nombre es inefable (Cf Jueces 13, 18), y es el Dios que se acerca a los hombres. Al revelar su nombre, Dios revela, al mismo tiempo, su fidelidad que es de siempre y para siempre, valedera para el pasado ("Yo soy el Dios de tus padres", Éxodo 3, 6) como para el porvenir ("Yo estaré contigo", Éxodo 3, 12). Dios, que revela su nombre como "Yo soy", se revela como el Dios que está siempre allí, presente junto a su pueblo para salvarlo (Catecismo de la Iglesia Católica 203 y 206-207).

La señal del cristiano es la señal de la cruz. En ella murió Nuestro Señor Jesucristo para alcanzarnos la salvación eterna. Así, la cruz se ha convertido en signo de esperanza y de victoria. Es el símbolo de la victoria de Jesucristo, una victoria que descubrimos en la resurrección después de haber visto a Jesús sufrir una aparente derrota, la más cruel. La cruz es el icono de Jesucristo y el indicio de la vida eterna que nos espera. Toda esta riqueza de significado hace que mostremos con orgullo y llevemos con amor este instrumento de tortura que para nosotros es mucho más que eso, es un instrumento de amor. La cruz que llevamos y la cruz que señalamos, sobre la frente o el pecho, es símbolo de aquella que nos pide tomar Jesucristo para ser sus discípulos auténticos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mateo 10, 38; 16, 24; Marcos 8, 34; Lucas 9, 23; 14, 27). Los contemporáneos de Jesús no entendieron aquella petición que sólo se aclaró cuando vieron al Maestro morir sobre una cruz y resucitar. Entonces comprendieron que el secreto del seguimiento de Cristo está en morir a sí mismo para tener vida (Marcos 8, 35); perder la vida por Jesucristo y por su Evangelio es salvarla.

En el capítulo 9 (versículos 4-7) del libro del profeta Ezequiel, encontramos un texto enigmático donde aparece por primera vez la señal de la cruz. Es el primer lugar de la Biblia en que se cita esta palabra. Dios envía un castigo contra los idólatras, pero respeta a los que han recibido la señal de la cruz en su frente, aquellos que no compartieron las idolatrías y las abominaciones. En el libro de los Números se nos relata una situación similar que el propio Jesucristo interpreta como un símbolo de lo que será la salvación por la cruz (Juan 3, 14-15). Dios había castigado con mordeduras de serpiente al pueblo de Israel que caminaba por el desierto y no dejaba de quejarse contra Dios. Habían muerto ya muchos israelitas y pidieron perdón a Dios. Moisés intercedió por el pueblo y Dios le dijo que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera sobre un mástil. Los que miraran a la serpiente de bronce quedarían curados: “Hizo Moisés una serpiente de bronce y la puso en un mástil. Y si una serpiente mordía a un hombre y éste miraba la serpiente de bronce, quedaba con vida” (Números 21, 9). Los israelitas tentaron al Señor (I Corintios 10, 9), como tantos hombres lo han seguido tentando y desafiando a lo largo de la historia. La cruz de Jesucristo es la respuesta misericordiosa de Dios a la rebeldía del hombre: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna” (Juan 3, 14-15).

La cruz de Jesucristo es, a la vez, la señal del libro de Ezequiel para los que aman a Dios y están libres de culpa y, al mismo tiempo, la serpiente de bronce de Moisés para que los pecadores puedan volver a Dios. Estos últimos, sin la cruz, estarían perdidos para siempre, sufriendo en sus vidas los efectos de la desobediencia a Dios. Pero Él canceló nuestros cargos (Colosenses 2, 14). Llevar la cruz es llevar el signo de salvación y de vida eterna que Dios nos ha entregado. Hacer la señal de la cruz es manifestar el perdón y la misericordia de Dios. Por ello, en el sacramento de la reconciliación, la absolución de los pecados se acompaña con la señal de la cruz, (Concilio de Trento, 25-XI-1551, Doctrina sobre el sacramento de la penitencia, cap 3. 5 y 6; Dz 896 y 899-902): “La fórmula sacramental: “Yo te absuelvo …”, y la imposición de la mano y la señal de la cruz, trazada sobre el penitente, manifiesta que en aquel momento el pecador contrito y convertido entra en contacto con el poder y la misericordia de Dios” (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica post-sinodal Reconciliatio et Paenitentia 31, 2-XII-1984).

La cruz es signo de obediencia. Jesucristo muere en ella por obediencia a la voluntad de Dios. San Pablo lo ilustra perfectamente en el himno cristológico de su epístola a los filipenses: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2, 5-11). San Pablo nos invita a apropiarnos de la humildad y la obediencia de Jesucristo, a hacerlas nuestras. La obediencia humilde es signo de auténtica presencia de Dios en el alma, es indicio de santidad auténtica. La obediencia de Cristo fue la que nos redimió. María también obedeció (Lucas 1, 38). La Iglesia es obediente a la revelación de Dios en Jesucristo y esta obediencia amorosa requiere muchas veces de la cruz vivida por amor. Obedecer es amar (Juan 14, 15; 14, 21; 14, 23; 15, 24) y, muchas veces, es también sufrir, pero este sufrimiento en la obediencia nos asocia a la cruz de Jesucristo y hace más auténtico nuestro seguimiento del Maestro de Nazaret, Dios y hombre a la vez. La cruz sin obediencia es cruz sin Cristo.

La cruz es signo de persecución e incomprensión. Los hombres de tiempos de Jesús querían que bajase de la cruz para creer en Él (Mateo 27, 42; Marcos 15, 32), querían la salvación sin la cruz (Marcos 15, 30), y parece que esta tendencia continúa muy arraigada en el hombre. Así lo señala el Papa Juan Pablo II en el número 1 de la Carta Encíclica Ut unum sint: “¡La cruz! La corriente anticristiana pretende anular su valor, vaciarla de su significado, negando que el hombre encuentre en ella las raíces de su nueva vida, pensando que la cruz no puede abrir ni perspectivas ni esperanzas: el hombre, se dice, es sólo un ser terrenal que debe vivir como si Dios no existiese”. También a los cristianos nos toca esta tentación de rechazar la cruz. Queremos creer, pero con una fe sin cruces. Queremos salvación, pero salvarnos sin renunciar a nada, mucho menos a nosotros mismos. Volvemos a ver la cruz como un signo de oprobio. Sin embargo, sin cruz, ni la salvación ni la fe son auténticas. Si queremos ser seguidores de Jesucristo, tenemos que aceptar la cruz, pero viéndola ya como un signo de gloria, como san Pablo: “En cuanto a mí ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!” (Gálatas 6,14). Es signo de gloria porque en ella está la salvación y el centro de nuestra fe. La primera predicación de la Iglesia, según podemos ver en el anuncio del kerigma en los Hechos de los Apóstoles, se centra en la crucifixión y resurrección de Jesucristo (Hechos 2, 23-24; 3, 15; 4, 10; 5, 30). La cruz es el signo de los verdaderos seguidores de Jesucristo, de los ciudadanos del Cielo (Filipenses 3, 18-21).

Si la señal de la cruz nos distingue como cristianos, hay otro elemento que también nos debe distinguir: aquel por el que todos deben conocer que somos discípulos de Cristo, el amor: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Juan 13, 34-35). Amar como nos amó Jesucristo significa dar la vida por los demás. Este debe ser el signo de los cristianos. La cruz debe ir siempre acompañada del amor. Jesucristo murió en ella por amor a los hombres y nosotros hacemos de ella un signo del amor de Dios a cada ser humano y de nuestro deseo sincero de imitar ese amor de Dios a cada hombre. El amor a nuestros hermanos nos exige un sacrificio que va unido a la cruz de Cristo, y la cruz de Cristo nos exige una respuesta continua que no puede hacer a un lado el amor al prójimo. La cruz es signo de unidad (Efesios 2, 16), de paz y reconciliación (Colosenses 1, 18-20). Junto a ella encontramos a María, nuestra Madre amorosa, entregada a nosotros por Jesucristo en un acto de amor muy especial (Juan 19, 25-27).

Cuando nos santiguamos haciendo sobre nosotros la señal de la cruz, nos señalamos como miembros de Jesucristo y de su Iglesia; ponemos a Dios en nuestra vida; le ofrecemos lo que somos, hacemos y tenemos. Mostrar la cruz es predicar que hay que morir para tener vida. Los primeros misioneros que llegaron a América usaban cruces grabadas para enseñar la fe. La cruz es signo de fe auténtica, de esperanza cierta, de amor sincero y generoso. Es resumen de la enseñanza de Jesucristo. Todos estos significados sobre los que hemos reflexionado están presentes cuando hacemos la señal de la cruz. Hacer ese signo sobre nosotros o portarlo en el pecho es ofrecer a Dios nuestra vida y manifestar al mundo nuestro deseo de seguir e imitar a Jesucristo. Santiguarse o signarse es la primera oración del cristiano.
 
El Papa reza por quienes no logran reaccionar, asustados por la pandemia

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta. 30 de marzo de 2020

La antífona del lunes de la quinta semana de Cuaresma es una sentida invocación a Dios: "Ten piedad de mí, oh Dios, porque el hombre me ha pisoteado; me oprime combatiéndome todo el día". "(Sal 55, 2). El Papa Francisco al introducir la misa de hoy en la Casa Santa Marta dirige sus pensamientos a la gente asustada por la actual pandemia:

Oremos hoy por tantas personas que no logran reaccionar: que están asustados por esta pandemia. Que el Señor les ayude a levantarse, a reaccionar por el bien de toda la sociedad, de toda la comunidad.

En su homilía, comenta las lecturas de hoy, tomadas del Libro del Profeta Daniel (Dn 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62) y del Evangelio de Juan (Jn 8, 1-11), que hablan de dos mujeres a las que algunos hombres quieren condenar a muerte: la inocente Susana y una adúltera sorprendida con las manos en la masa. Francisco señala que los acusadores son jueces corruptos en el primer caso e hipócritas en el segundo. En cuanto a las mujeres, Dios hace justicia a Susana, liberándola de los corruptos, que son condenados, y perdona a la adúltera, liberándola de los  escribas y fariseos hipócritas. Justicia y misericordia de Dios, que están bien representadas en el salmo responsorial de hoy: "El Señor es mi pastor, nada me falta. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo". Por lo tanto, el Papa nos invita a dar gracias a Dios si sabemos que somos pecadores, para que podamos pedir al Señor con confianza que nos perdone.

A continuación el texto de la homilía según una transcripción nuestra:

En el Salmo Responsorial rezamos: "El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.  Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan".

Esta es la experiencia de estas dos mujeres, cuya historia leímos en las dos lecturas. Una mujer inocente, falsamente acusada, calumniada, y una mujer pecadora. Ambas condenadas a muerte. La inocente y la pecadora. Algunos Padres de la Iglesia vieron en estas mujeres una figura de la Iglesia: santa, pero con hijos pecadores. Decían en una hermosa expresión latina: "La Iglesia es la casta meretriz", la santa con los hijos pecadores.

Ambas mujeres estaban desesperadas, humanamente desesperadas. Pero Susana confía en Dios. También hay dos grupos de personas, de hombres; ambos al servicio de la Iglesia: los jueces y los maestros de la Ley. No eran clérigos, pero estaban al servicio de la Iglesia, en el tribunal y en la enseñanza de la Ley. Dif+erentes. Los primeros, los que acusaron a Susana, eran corruptos: el juez corrupto, la figura emblemática de la historia. También en el Evangelio, Jesús retoma, en la parábola de la viuda insistente, al juez corrupto que no creía en Dios y no se preocupaba por los demás. Los corruptos. Los doctores de la ley no eran corruptos, sino hipócritas.

Y  de estas mujeres, una cayó en manos de hipócritas y la otra en manos de corruptos: no había salida. "Aunque vaya al valle de la sombra de la muerte, no temo ningún mal, porque tú estás conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan". Ambas mujeres estaban e un valle oscuro, fueron allí: un valle oscuro, hacia la muerte. La primera confía explícitamente en Dios y el Señor interviene. La segunda, pobrecita, sabe que es culpable, desvergonzada delante de todo el pueblo - porque el pueblo estaba presente en ambas situaciones - el Evangelio no lo dice, pero seguramente rezaba en su interior, pedía ayuda.

¿Qué hace el Señor con esta gente? Salva a la mujer inocente, le hace justicia. Perdona a la mujer pecadora. A los jueces corruptos los condena; a los hipócritas los ayuda a convertirse, y ante el pueblo dice: "Sí, ¿de verdad? El primero de vosotros que no tenga pecados, que tire la primera piedra", y uno a uno se van. Tiene algo de ironía, el Apóstol Juan, aquí: "Aquellos, habiendo escuchado esto, se fueron uno por uno, comenzando por los ancianos". Les deja un poco de tiempo para que se arrepientan un ; a los corruptos no los perdona, simplemente porque los corruptos son incapaces de pedir perdón, fue más allá. Se ha cansado... no, no está cansado: no es capaz. La corrupción también le ha quitado la capacidad que todos tenemos de avergonzarnos, de pedir perdón. No, el corruptp está a seguro, sigue adelate, destruye, explota a la gente, como esta mujer, todo, todo... continúa. Se puso en el lugar de Dios.

Y a las mujeres el Señor responde. A Susana la libera de estos corruptos, la hace seguir adelante, y a la otra: "Yo tampoco te condeno. Vete, y de ahora en adelante no peques más". La dejair. Y esto, delante del pueblo. En el primer caso, el pueblo alaba al Señor; en el segundo caso, el pueblo aprende. Aprende cómo es la misericordia de Dios.

Cada uno de nosotros tiene sus propias historias. Cada uno de nosotros tiene sus propios pecados. Y si no se los recuerda, piensa un poco: los encontrarás. Agradece a Dios si los encuentras, porque si nos lo encuentras, eres un corrupto. Todos tenemos nuestros pecados. Miremos al Señor que hace justicia pero es tan misericordioso. No nos avergoncemos de estar en la Iglesia: avergoncémonos de ser pecadores. La Iglesia es la madre de todo. Agradezcamos a Dios que no somos corruptos, que somos pecadores. Y cada uno de nosotros, mirando cómo actúa Jesús en estos casos, confíe en la misericordia de Dios. Y rece, confiando en la misericordia de Dios, pida el perdón. "Porque Dios me guía por el camino correcto con motivo de su nombre. Aunque pase por un valle oscuro, el valle del pecado, no temo ningún mal porque tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado, sosiegan".

El Papa concluyó la celebración con la adoración y la bendición eucarística, invitándonos a tomar la comunión espiritual.

He aquí la oración recitada por el Papa:

A tus pies, oh Jesús mío, me postro y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito que se abisma en su nada en tu santa presencia. Te adoro en el Sacramento de tu amor, la inefable Eucaristía. Deseo recibirte en la pobre morada que mi corazón te ofrece; esperando la felicidad de la comunión sacramental, quiero tenerte en espíritu. Ven a mí, oh Jesús mío, que yo vengo a Ti. Que tu amor inflame todo mi ser para la vida y la muerte. Creo en ti, espero en ti, te amo. Que así sea.

¿Qué es la Cuaresma?

La Cuaresma ha sido, es y será un tiempo favorable para convertirnos y volver a Dios Padre lleno de misericordia

El tiempo de la Cuaresma rememora los cuarenta años que el pueblo de Israel pasó en el desierto mientras se encaminaba hacia la tierra prometida, con todo lo que implicó de fatiga, lucha, hambre, sed y cansancio...pero al fin el pueblo elegido gozó de esa tierra maravillosa, que destilaba miel y frutos suculentos (Éxodo 16 y siguientes).

También para nosotros, como fue para los israelitas aquella travesía por el desierto, la Cuaresma es el tiempo fuerte del año que nos prepara para la Pascua o Domingo de Resurrección del Señor, cima del año litúrgico, donde celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado, la muerte y el mal, y por lo mismo, la Pascua es la fiesta de alegría porque Dios nos hizo pasar de las tinieblas a la luz, del ayuno a la comida, de la tristeza al gozo profundo, de la muerte a la vida.

La Cuaresma ha sido, es y será un tiempo favorable para convertirnos y volver a Dios Padre lleno de misericordia, si es que nos hubiéramos alejado de Él, como aquel hijo pródigo (Lucas 15, 11-32) que se fue de la casa del padre y le ofendió con una vida indigna y desenfrenada. Esta conversión se logra mediante una buena confesión de nuestros pecados. Dios siempre tiene las puertas de casa abiertas de par en par, y su corazón se le rompe en pedazos mientras no comparta con nosotros su amor hecho perdón generoso. ¡Ojalá fueran muchos los pecadores que valientemente volvieran a Dios en esta Cuaresma para que una vez más experimentaran el calor y el cariño de su Padre Dios!

Si tenemos la gracia de seguir felices en la casa paterna como hijos y amigos de Dios, la Cuaresma será entonces un tiempo apropiado para purificarnos de nuestras faltas y pecados pasados y presentes que han herido el amor de ese Dios Padre; esta purificación la lograremos mediante unas prácticas recomendadas por nuestra madre Iglesia; así llegaremos preparados y limpios interiormente para vivir espiritualmente la Semana Santa, con todo la profundidad, veneración y respeto que merece. Estas prácticas son el ayuno, la oración y la limosna.

Ayuno no sólo de comida y bebida, que también será agradable a Dios, pues nos servirá para templar nuestro cuerpo, a veces tan caprichoso y tan regalado, y hacerlo fuerte y pueda así acompañar al alma en la lucha contra los enemigos de siempre: el mundo, el demonio y nuestras propias pasiones desordenadas. Ayuno y abstinencia, sobre todo, de nuestros egoísmos, vanidades, orgullos, odios, perezas, murmuraciones, deseos malos, venganzas, impurezas, iras, envidias, rencores, injusticias, insensibilidad ante las miserias del prójimo. Ayuno y abstinencia, incluso, de cosas buenas y legítimas para reparar nuestros pecados y ofrecerle a Dios un pequeño sacrificio y un acto de amor; por ejemplo, ayuno de televisión, de diversiones, de cine, de bailes durante este tiempo de cuaresma. Ayuno y abstinencia, también, de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos; ayuno aquí significará renunciar a todo lo que alimenta nuestra tendencia a la curiosidad, a la sensualidad, a la disipación de los sentidos, a la superficialidad de vida. Este tipo de ayuno es más meritorio a los ojos de Dios y nos requerirá mucho más esfuerzo, más dominio de nosotros mismos, más amor y voluntad de nuestra parte.

Limosna, dijimos. No sólo la limosna material, pecuniaria: unas cuantas monedas que damos a un pobre mendigo en la esquina. La limosna tiene que ir más allá: prestar ayuda a quien necesita, enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que nos lo pide, compartir alegrías, repartir sonrisa, ofrecer nuestro perdón a quien nos ha ofendido. La limosna es esa disponibilidad a compartir todo, la prontitud a darse a sí mismos. Significa la actitud de apertura y la caridad hacia el otro. Recordemos aquí a san Pablo: “Si repartiese toda mi hacienda...no teniendo caridad, nada me aprovecha” (1 Corintios 13, 3). También san Agustín es muy elocuente cuando escribe: “Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada; en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aún cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna”.

Y, finalmente, oración. Si la limosna era apertura al otro, la oración es apertura a Dios. Sin oración, tanto el ayuno como la limosna no se sostendrían; caerían por su propio peso. En la oración, Dios va cambiando nuestro corazón, lo hace más limpio, más comprensivo, más generoso...en una palabra, va transformando nuestras actitudes negativas y creando en nosotros un corazón nuevo y lleno de caridad. La oración es generadora de amor. La oración me induce a conversión interior. La oración es vigorosa promotora de la acción, es decir, me lleva a hacer obras buenas por Dios y por el prójimo. En la oración recobramos la fuerza para salir victoriosos de las asechanzas y tentaciones del mundo y del demonio. Cuaresma, pues, tiempo fuerte de oración.

Miremos mucho a Cristo en esta Cuaresma. Antes de comenzar su misión salvadora se retira al desierto cuarenta días y cuarenta noches. Allí vivió su propia Cuaresma, orando a su Padre, ayunando...y después, salió por nuestro mundo repartiendo su amor, su compasión, su ternura, su perdón. Que Su ejemplo nos estimule y nos lleve a imitarle en esta cuaresma. Consigna: oración, ayuno y limosna.

Casados con sus teléfonos inteligentes (y entre ellos también)

Entre esposos puede haber molestias si la pareja no le da “me gusta” a todas las publicaciones en Facebook, una expectativa, para algunos, de respaldo matrimonial.

Vivimos en una cultura de timbres, alertas y zumbidos, pues la mayoría de las personas administran desde cuentas bancarias hasta equipos de fútbol de fantasía a través de sus teléfonos inteligentes. Entre esposos puede haber molestias si la pareja no le da “me gusta” a todas las publicaciones en Facebook, una expectativa, para algunos, de respaldo matrimonial. Si tomas tu teléfono para revisar los resultados de un partido de fútbol durante una cita con tu esposa, serás merecedor de que te mire con disgusto.

Escribes el nombre de una actriz en IMDb mientras miras la televisión y de repente te pierdes por 10 minutos en el agujero negro de la pantalla del teléfono, distraída por una notificación de texto o juego. “¿De verdad estás viendo la televisión?”, grita tu marido.

Casados o no, muchos de nosotros dormimos con nuestros teléfonos en nuestra mesita de noche, los guardamos en el bolsillo a medida que avanzamos de habitación en habitación y no dudamos en utilizarlos en presencia de nuestra pareja, así esté acostada, hablando o leyendo junto a nosotros.

Los expertos dicen que el uso de los teléfonos inteligentes se está entrometiendo en nuestros matrimonios de manera a veces inofensiva, pero a menudo es frustrante; provoca peleas y obliga a las parejas cada vez más a hacerse una importante pregunta: ¿en qué momento estamos eligiendo pasar más tiempo con nuestros teléfonos inteligentes que con nuestro cónyuge?

Elizabeth Sciupac, de 31 años, una investigadora asociada a un centro de estudios en Washington, dijo que una noche se dio cuenta de que ella y su marido, Iván, de 41 años, se encontraban en la misma mesa, pero a mundos de distancia.

“Habíamos estado trabajando todo el día, y en lugar de hablar el uno con el otro, habíamos estado mirando nuestros teléfonos”, mencionó. “Y dijimos: No podemos seguir haciendo esto. Ni siquiera conversamos.”

Si bien no hay una clara correlación entre el tiempo que pasamos mirando la pantalla y la insatisfacción matrimonial, un reporte del Pew Research llamado “Las parejas, internet y los medios sociales”, de 2014, realizó encuestas a 2250 adultos para evaluar cómo las relaciones sobrellevan la tecnología.

Mientras que 72 por ciento de los usuarios adultos de la red informó que el internet no ha tenido “ningún efecto real absoluto” en su matrimonio, de entre aquellos que sí sufren consecuencias, el 20 por ciento dijo que en su mayoría eran negativas. Un cuarto de los encuestados dijo que sus parejas se distraían con su celular cuando estaban juntos. Sin embargo, los terapeutas dicen que no es el uso de teléfonos inteligentes lo que conduce al divorcio, simplemente lleva al límite las tensiones ya existentes.

Steve Brody, psicólogo, dijo que a menudo escucha esta frase en su consulta en Cambria, California: “Mi marido pasa demasiado tiempo con su teléfono.” Mientras que hombres y mujeres están igualmente atados a sus dispositivos, según parece, al menos de forma anecdótica, las mujeres resultan más sensibles al rechazo cuando su pareja mira el teléfono.

“Las mujeres piensan de inmediato: ‘no quiere estar conmigo'”, dijo el Dr. Brody. “Les da una sensación de separación.”

Mientras que Brody disfrutaba desvelarse para leer las noticias y revisar su correo electrónico, su esposa pensaba que era crucial ir a la cama al mismo tiempo. “Fue difícil para mí renunciar a eso,” dijo, “pero ella tiene razón: es un momento importante para estar juntos”.

De hecho, si las parejas no hablan el uno con el otro antes de acostarse, es poco probable que al meterse a la cama estén siquiera cerca de tener disposición para la intimidad. Llámenlo jugueteo verbal previo, dijo Susan Heitler, psicóloga clínica en Denver y consejera en relaciones.

Para las mujeres, una gran conversación con su pareja es estimulante, ya que eso las hace sentir emocionalmente cerca. Sin embargo, los hombres se estimulan por señales visuales. Esto puede ser un problema cuando dos personas están inmersas en una pantalla, dijo.

Los teléfonos inteligentes pueden ser particularmente perjudiciales si ambos utilizan sus teléfonos en la cama. Los terapeutas dicen que cuando un matrimonio está atravesando una mala etapa, han notado que una o ambas partes se esconden detrás de sus teléfonos. Heitler dijo que uno de sus pacientes temía que su esposa se sintiera atraída por el coqueteo de su jefe. En lugar de abordar el tema con su pareja, su depresión aumentó y pasaba cada vez más tiempo con videojuegos en su teléfono.

“Eso lo distraía, pero no solucionaba el problema,” dijo. “He trabajado con ellos en aprender cómo hablar el uno con el otro de nuevo. Creo que es lo que se está perdiendo en las relaciones hoy en día.”

El Pudor ¿para qué sirve?

Existe en nuestro interior una zona inviolable, un espacio de intimidad que de forma natural tendemos a defender

Existe en nuestro interior una zona inviolable, un espacio de intimidad que de forma natural tendemos a defender, y nos molesta si alguien la invade sin nuestro consentimiento. Así el pudor establece un límite entre lo que puede ser mostrado y lo que deseamos que permanezca protegido. El pudor también ordena las miradas y los gestos en conformidad con la relación de las personas. Es evidente que no mostramos el mismo grado de intimidad física con un desconocido que con un familiar cercano y muy querido.

Tampoco comunicamos nuestros sentimientos y pensamientos más íntimos a cualquiera, los reservamos para aquellas personas con las que tenemos más confianza.

El pudor es un sentimiento universal, se da en todas las culturas aunque a veces se manifiesta de manera distinta en cada una de ellas.

Por respetar el espacio de intimidad uno toca la puerta antes de entrar, no abrimos los cajones de un despacho ajeno sin antes pedir permiso, no abrimos cartas o mails de otras personas, no entramos al baño cuando hay una persona dentro, no nos desvestimos delante de nuestro tío que ha venido de visita, ni delante de un profesor. Hay conversaciones telefónicas que nos sentimos incómodas si nos están escuchando, posturas que según dónde estemos o con quién no las adoptamos, no nos gusta que mientras hablan con nosotros no nos miren a los ojos, y nos incomodaría si en lugar de mirarnos a los ojos nos estuvieran mirando el escote o el culo.

Por eso, la forma de vestir debe ayudar a que la mirada se centre en nosotras, no en una parte de nuestro cuerpo porque lo mostramos o resaltamos excesivo.

La provocación siempre busca la mirada del otro, aunque sea para mostrar rechazo

¿Qué busca una chica con un escote excesivo, una transparencia total, o con la ropa excesivamente ajustada en las zonas más sensuales del cuerpo? Muchas veces sin ser muy consciente de ello, mendiga una mirada. Una mirada que se dirige a su cuerpo, teniendo al menos la falsa ilusión de que a través de su cuerpo, le pueda alcanzar a ella.

Ofrecer a las miradas ajenas las partes íntimas del cuerpo implica dejarse poseer y vender a bajo precio lo que una o uno tiene de más peculiar, propio y personal. Protegerse pudorosamente de miradas extrañas no indica ñoñería, aceptación de tabúes...significa que evitas que lo más genuino e íntimo de la persona sea rebajado de rango y convertido en algo erótico.

El pudor nos protege y nos hace libres de miradas y situaciones incómodas. No consiste tanto en ocultar una parte de nuestra superficie corpórea cuanto en salvaguardarnos del uso irrespetuoso, manipulador, posesivo, de nuestra persona.

Toca pues a cada una y cada uno decidir, también por cómo vestimos, dónde queremos que los demás fijen su mirada…A eso dedican mucho tiempo y dinero, las empresas de moda. El pudor es un buen aliado que nos ayuda a acertar… si queremos.

 

 

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