Esa tristeza se convertirá en alegría
- 22 Mayo 2020
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Rita de Casia, Santa
Memoria Litúrgica, 22 de mayo
Viuda, Religiosa,
y Abogada de Imposibles
Martirologio Romano: Santa Rita, religiosa, que, casada con un hombre violento, toleró pacientemente sus crueldades reconciliándolo con Dios, y al morir su marido y sus hijos ingresó en el monasterio de la Orden de San Agustín en Casia, de la Umbría, en Italia, dando a todos un ejemplo sublime de paciencia y compunción († c.1457).
Fecha de beatificación: 1 de octubre de 1627 por el Papa Urbano VIII
Fecha de canonizacicón: 24 de mayo de 1900 por el Papa León XIII
Breve Biografía
Vista de cerca, sin el halo de la leyenda, se nos revela el rostro humanísimo de una mujer que no pasó indiferente ante la tragedia del dolor y de la miseria material, moral y social. Su vida terrena podría ser de ayer como de hoy.
Rita nació en 1381 en Roccaporena, un pueblito perdido en las montañas apeninas. Sus ancianos padres la educaron en el temor de Dios, y ella respetó a tal punto la autoridad paterna que abandonó el propósito de entrar al convento y aceptó unirse en matrimonio con Pablo de Ferdinando, un joven violento y revoltoso. Las biografías de la santa nos pintan un cuadro familiar muy común: una mujer dulce, obediente, atenta a no chocar con la susceptibilidad del marido, cuyas maldades ella conoce, y sufre y reza en silencio.
Su bondad logró finalmente cambiar el corazón de Pablo, que cambió de vida y de costumbres, pero sin lograr hacer olvidar los antiguos rencores de los enemigos que se había buscado.
Una noche fue encontrado muerto a la vera del camino. Los dos hijos, ya grandecitos, juraron vengar a su padre. Cuando Rita se dio cuenta de la inutilidad de sus esfuerzos para convencerlos de que desistieran de sus propósitos, tuvo la valentía de pedirle a Dios que se los llevara antes que mancharan sus vidas con un homicidio. Su oración, humanamente incomprensible, fue escuchada. Ya sin esposo y sin hijos, Rita fue a pedir su entrada en el convento de las agustinas de Casia. Pero su petición fue rechazada.
Regresó a su hogar desierto y rezó intensamente a sus tres santos protectores, san Juan Bautista, san Agustín y san Nicolás de Tolentino, y una noche sucedió el prodigio.
Se le aparecieron los tres santos, le dijeron que los siguiera, llegaron al convento, abrieron las puertas y la llevaron a la mitad del coro, en donde las religiosas estaban rezando las oraciones de la mañana.
Así Rita pudo vestir el hábito de las agustinas, realizando el antiguo deseo de entrega total a Dios. Se dedicó a la penitencia, a la oración y al amor de Cristo crucificado, que la asoció aun visiblemente a su pasión, clavándole en la frente una espina.
Este estigma milagroso, recibido durante un éxtasis, marcó el rostro con una dolorosísima llaga purulenta hasta su muerte, esto es, durante catorce años.
La fama de su santidad pasó los limites de Casia. Las oraciones de Rita obtuvieron prodigiosas curaciones y conversiones. Para ella no pidió sino cargar sobre sí los dolores del prójimo. Murió en el monasterio de Casia en 1457 y fue canonizada en el año 1900.
ORACIÓN
Oh Dios omnipotente,
que te dignaste conceder
a Santa Rita tanta gracia,
que amase a sus enemigos y
llevase impresa en su corazón
y en su frente la señal de tu pasión,
y fuese ejemplo digno de ser imitado
en los diferentes estados de la vida cristiana.
Concédenos, por su intercesión,
cumplir fielmente las obligaciones
de nuestro propio estado
para que un día podamos
vivir felices con ella en tu reino.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén.
Nada ni nadie nos podrá quitar nuestra alegría
Santo Evangelio según san Juan 16, 20-23. Viernes VI de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, en este momento de oración quiero pedirte que traigas paz a mi corazón y sepa afrontar con fe y alegría las contrariedades de este día.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 16, 20-23
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que ustedes llorarán y se entristecerán, mientras el mundo se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se transformará en alegría.
Cuando una mujer va a dar a luz, se angustia, porque le ha llegado la hora; pero una vez que ha dado a luz, ya no se acuerda de su angustia, por la alegría de haber traído un hombre al mundo. Así también ahora ustedes están tristes, pero yo los volveré a ver, se alegrará su corazón y nadie podrá quitarles su alegría. Aquel día no me preguntarán nada”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
La Iglesia hoy nos presenta un gran modelo de santidad, Santa Rita de Casia quien fue esposa, madre de familia y religiosa y que, gracias a que grabó las palabras de este Evangelio en su corazón, llegó a la santidad.
Para nosotros cristianos a veces podría parecer que la vida es más dura. Tomamos las mejores decisiones de acuerdo con una ética justa y no con respecto a los criterios del mundo, sino para agradar a Dios y tener nuestra conciencia en paz; sufrimos algún mal físico o espiritual en donde parece que Dios calla.
Santa Rita en su historia de vida también sufrió todos estos problemas, y si ella lo logró, ¿por qué no lo podemos hacer nosotros? Los santos fueron personas normales, con sus luchas y sufrimientos, pero la gran diferencia radica en que sabían en quién estaba puesta su mirada y hacia Él dirigían todas sus obras porque tenían la certeza de que el Señor les iba a consolar. Si no venía la consolación en esta vida, vendría en la gloria eterna.
El Señor nos promete en la Palabra que nos regala hoy que nada ni nadie podrá quitarnos nuestra alegría. El cristiano auténtico, en camino a la santidad, es luz donde llega. Su alegría no es solamente una alegría superficial de un rato, sino una alegría profunda que, aunque le sobrevengan mil tormentas encima, tiene su ancla, su roca, en Jesús.
¿Quién nos podrá robar la alegría que nos da tu amor, Señor? Sí, sólo Tú tienes palabras de vida eterna que colman nuestro corazón y nos hacen ser luz para llevarla a nuestros hermanos.
«Dios nos ama con corazón de Padre. Y este es el principio de la alegría. El fuego del amor de Jesús hace desbordante este gozo, y es suficiente para incendiar el mundo entero. ¡Cómo no van a poder cambiar esta sociedad y lo que ustedes se propongan! ¡No le tengan miedo al futuro! ¡Atrévanse a soñar a lo grande! A ese sueño grande yo hoy los invito. Por favor no se metan en el “chiquitaje”, no tengan vuelos rastreros, vuelen alto y sueñen grande».
(Bendición de S.S. Francisco, 7 de septiembre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Poner buen ambiente de alegría en mi familia.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Hay que saber ponerse al lado de quien llora y echar nuestro brazo sobre sus hombros para hacerle sentir el cálido apoyo de nuestro afecto
Hace muchos años leí que la cantidad de lágrimas en el universo era una constante: cada vez que alguien −fuera un niño o un adulto− dejaba de llorar, otro a su vez rompía en llanto. Me impresionó la afirmación y quizá por ello se grabó en mi memoria, aunque no recuerde ya el autor de la frase. Por supuesto, no es posible comprobar la exactitud de la tesis, pero sí que anima a pensar sobre el valor de las lágrimas en la vida humana y el papel decisivo del consuelo. Puede haber −de hecho hay− lágrimas de felicidad, pero casi siempre que los seres humanos lloramos no es por alegría. Los niños lloran cuando se caen, cuando algo les duele, cuando reclaman la atención de sus padres. Los mayores no solemos llorar por el dolor físico −además tomamos analgésicos−, sino por el dolor moral: la ingratitud, la incomprensión, la injusticia y, en general, todo aquello que nos haga sufrir, en especial, si es causado por las personas que queremos. Sobre todo lloramos cuando mueren los padres, los hermanos, el cónyuge, los hijos, los amigos. Aunque sigan viviendo en nuestro corazón y en nuestra memoria, lloramos su ausencia que nos priva para siempre de su trato y de su amable compañía.
No me importa reconocer que a mí se me saltan las lágrimas cuando veo el telediario en la televisión y no es por los políticos −con esas actuaciones a veces realmente penosas−, sino por la exhibición del sufrimiento ajeno que mueve a la compasión: la madre que llora con su hijo muerto en brazos, los refugiados que huyen con sus niños de grandes ojos tristes y tantas otras penalidades que llenan las pantallas a diario.
En muchas ocasiones las lágrimas son contagiosas, pero cuando es uno solo quien llora casi siempre es —al menos así me parece a mí— porque sus palabras no son capaces de expresar todos los sentimientos que alberga en su corazón en aquel momento. Por eso siempre animo a quienes me cuentan sus penas a poner por escrito las cosas que les preocupan y hacen sufrir, para después poder leerlas a corazón abierto con alguna persona de su confianza. Se trata −suelo decir− de convertir las lágrimas en tinta y de esa forma la intimidad se ensancha, se airea, se esponja y, además, casi siempre se alivia un poco la pena.
Hace unos días me llegaba un dibujo de Mafalda en la que se la veía llorando y decía algo así: “No lloro, simplemente estoy lavando recuerdos”. Efectivamente a menudo las lágrimas tienen un maravilloso efecto purificador de la memoria. Lo vemos tantas veces en los niños −y en los adultos− que, llenos de arrepentimiento, piden perdón con ojos llorosos diciendo que no lo harán más. Esas son lágrimas buenas, que −por así decir− lavan la acción, purifican a su autor y llevan al olvido la acción lamentable que hubiera cometido.
No quiero recurrir a la manida frase de “los hombres no lloran” con la que sigue reprimiéndose la expresividad emotiva de tantos niños varones en todo el mundo. Llorar −suele decírseles− es “cosa de niñas”. Como se afirma a veces en Estados Unidos: “men repress, women express”, los hombres reprimen sus lágrimas, mientras que las mujeres expresan sus emociones con ellas. De hecho cuando se ve a Obama llorando en un discurso a algunos les parece un recurso teatral semejante quizás a las lágrimas de cocodrilo.
A mí siempre me impresionan las lágrimas. Me parece importante valorarlas y aprender a consolar a quien llora. Hay que saber ponerse a su lado y echar nuestro brazo sobre sus hombros para hacerle sentir el cálido apoyo de nuestro afecto, ofreciéndole, si fuera preciso, un clínex o nuestro pañuelo limpio. Acompañar a quien llora nos dice mucho de la capacidad de consuelo que aporta el cariño: no es cuestión de palabras, basta con estar al lado. No es vergonzoso llorar, es una señal de que tenemos un corazón tan grande que no puede expresarse solo con simples palabras. No hay que reprimir las lágrimas: muchas veces es una verdadera necesidad. Y, sobre todo, la persona que llora está gritando con sus hipidos que necesita nuestro consuelo, esto es, que necesita sentir el apoyo de nuestra comprensión y de nuestro acompañamiento.
7 características de un buen misionero, según el Papa Francisco
Ya las había hablado en su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium.
En un mensaje dirigido a las Obras Misionales Pontificias, el Papa Francisco señaló algunos rasgos que deben distinguir a una misión cristiana, y aseguró que el anuncio del Evangelio es muy diferente al proselitismo, pues se trata de un don del Espíritu Santo.
Este jueves 21 de mayo, debía realizarse la Asamblea General de esta institución vaticana, pero debió suspenderse debido a la pandemia; no obstante, el Santo Padre quiso agradecer su labor con esta carta, en la que recordó que el Espíritu Santo es quien enciende y custodia la fe en los corazones, “y reconocer este hecho lo cambia todo”.
Por ello, recordó siete rasgos característicos que deben guiar a toda misión cristiana, y de los que ya había hablado en su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium:
1. Atractivo
El misterio de la Redención entró y continúa obrando en el mundo a través de un atractivo que puede fascinar el corazón de los hombres y de las mujeres, porque es y parece más atrayente que las seducciones basadas en el egoísmo, consecuencia del pecado.
Cuando uno sigue a Jesús, contento por ser atraído por Él, los demás se darán cuenta y podrán asombrarse de ello. La alegría que se transparenta en aquellos que son atraídos por Cristo y por su Espíritu es lo que hace fecunda cualquier iniciativa misionera.
2. Gratitud y gratuidad
La predilección amorosa del Señor nos sorprende, y el asombro —por su propia naturaleza— no podemos poseerlo por nosotros mismos ni imponerlo. No es posible “asombrarse a la fuerza”. Sólo así puede florecer el milagro de la gratuidad, el don gratuito de sí.
Tampoco el fervor misionero puede obtenerse como consecuencia de un razonamiento o de un cálculo. Ponerse en “estado de misión” es un efecto del agradecimiento, es la respuesta de quien, en función de su gratitud, se hace dócil al Espíritu Santo y, por tanto, es libre.
Sólo en la libertad del agradecimiento se conoce verdaderamente al Señor. Y resulta inútil —y, más que nada, inapropiado— insistir en presentar la misión y el anuncio del Evangelio como si fueran un deber vinculante, una especie de “obligación contractual” de los bautizados.
3. Humildad
Si la verdad y la fe, la felicidad y la salvación no son una posesión nuestra, una meta alcanzada por nuestros méritos, entonces el Evangelio de Cristo se puede anunciar solamente desde la humildad.
Nunca se podrá pensar en servir a la misión de la Iglesia con la arrogancia individual y a través de la ostentación, con la soberbia de quien desvirtúa también el don de los sacramentos y las palabras más auténticas de la fe, haciendo de ellos un botín que ha merecido. No se puede ser humilde por buena educación o por querer parecer cautivadores. Se es humilde si se sigue a Cristo, que dijo a los suyos: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29).
4. Facilitar, no complicar
Otro rasgo de la auténtica obra misionera es el que nos remite a la paciencia de Jesús, que también en las narraciones del Evangelio acompañaba siempre con misericordia las etapas de crecimiento de las personas.
Un pequeño paso, en medio de las grandes limitaciones humanas, puede alegrar el corazón de Dios más que las zancadas de quien va por la vida sin grandes dificultades (…) A veces se trata de aminorar el paso para acompañar a quien se ha quedado al borde del camino. A veces hay que imitar al padre de la parábola del hijo pródigo, que deja las puertas abiertas y otea todos los días el horizonte, con la esperanza de la vuelta de su hijo.
5. Cercanía en la vida “cotidiana”.
Jesús encontró a sus primeros discípulos en la orilla del lago de Galilea, mientras estaban ocupados en su trabajo. No los encontró en un convento, ni en un seminario de formación, ni en el templo.
Desde siempre, el anuncio de salvación de Jesús llega a las personas allí donde se encuentran y así como son en la vida de cada día. La vida ordinaria de todos, la participación en las necesidades, esperanzas y problemas de todos, es el lugar y la condición en la que quien ha reconocido el amor de Cristo y ha recibido el don del Espíritu Santo puede dar razón a quien le pregunte de la fe, de la esperanza y de la caridad. Caminando juntos, con los demás.
6. El “sensus fidei” del Pueblo de Dios.
Hay una realidad en el mundo que tiene una especie de “olfato” para el Espíritu Santo y su acción. Es el Pueblo de Dios, predilecto y llamado por Jesús, que, a su vez, sigue buscándolo y clama siempre por Él en las angustias de la vida.
El Pueblo de Dios mendiga el don de su Espíritu; confía su espera a las sencillas palabras de las oraciones y nunca se acomoda en la presunción de la propia autosuficiencia.
Es el misterio del pueblo peregrino que, con su espiritualidad popular, camina hacia los santuarios y se encomienda a Jesús, a María y a los santos; que recurre y se revela connatural a la libre y gratuita iniciativa de Dios, sin tener que seguir un plan de movilización pastoral.
7. Predilección por los pequeños y por los pobres.
Todo impulso misionero, si está movido por el Espíritu Santo, manifiesta predilección por los pobres y por los pequeños, como signo y reflejo de la preferencia que el Señor tiene por ellos.
Las personas directamente implicadas en las iniciativas y estructuras misioneras de la Iglesia no deberían justificar nunca su falta de atención a los pobres con la excusa —muy usada en ciertos ambientes eclesiásticos— de tener que concentrar sus propias energías en los cometidos prioritarios de la misión. La predilección por los pobres no es algo opcional en la Iglesia.
4 pasos que deberías seguir si quieres sanar un corazón roto
4 acciones necesarias para la sanación emocional de un corazón roto, no será rápida, pero promoverá sanación en tu alma
Recientemente tuve el almuerzo con un buen amigo que está pasando por tiempos muy dificiles. Está en medio de un doloroso divorcio. Está muy confundido, sus finanzas están destrozadas, su mundo está al revés y tiene el corazón roto.
Está luchando con una mezcla de emociones que incluyen arrepentimiento, tristeza, ira, confusión, miedo y frustración. Me hizo una pregunta sencilla pero profunda: ¿Qué voy a hacer ahora?
Esa es una pregunta muy buena, ¿no? Es una pregunta que todos nos preguntaremos en diferentes momentos, y cómo elegimos responder en estos momentos clave puede, en última instancia, determinar la dirección de nuestras vidas.
Le dije a mi amigo que el proceso de curación de un corazón roto es en realidad similar al proceso de curación de un brazo roto.
Cuando mi hijo se rompió el brazo, fueron necesarios cuatro pasos clave para la curación física, y cuatro acciones muy similares también son necesarias para la sanación emocional de un corazón roto.
Cuando el brazo de mi hijo se rompió, el primer paso fue acomodar el hueso. Significa realinear el hueso a su posición apropiada para que sane adecuadamente.
Después, el brazo tuvo que ser envuelto en un yeso duro para sostenerlo en su lugar y protegerlo de daños adicionales.
En tercer lugar, mi hijo tuvo que abandonar temporalmente diversas libertades y restringir sus movimientos para evitar más lesiones. Y, finalmente, tuvo que descansar para que su cuerpo tuviera la fuerza y ??la resistencia para promover la curación.
1.- Ubicate en la posición correcta.
Con un brazo roto, establecer el hueso en su lugares el primer paso. Esto se hizo de la mano de la confianza en el médico. Con un corazón roto, nuestro primer paso es confiar en las manos del médico mayor: Dios
Significa admitir que no podemos traer la curación completa por nuestra cuenta y, afortunadamente, no tenemos que hacerlo.
Jesús está listo para "acomodarnos" si confiamos en él. Permite que Su Palabra guíe tu plan de sanación y Su fuerza para ayudarte a cumplirla.
"... Y todos los que lo tocaron fueron sanados" (Mateo 14,36)
El estrés viene de querer hacer todo por tu cuenta. La paz viene de poner todo en manos de Dios.
2.- Pon un yeso: protege tu corazón
El yeso era duro. Proporcionaba una capa de protección contra cualquier cosa o cualquier persona que pudiera causar más daño.
Cuando tu corazón está roto, no puedes poner un yeso real, pero necesitas poner capas de protección alrededor de tu corazón.
No quieres que tu corazón se vuelva duro, pero quieres que esté protegido. Esto lo logras rodeandote de personas que te alentarán y orarán por ti, y alejándote de personas que intencionalmente te causarían un daño adicional. Aquí dejo una frase para reflexionar:
"No es nuestro trabajo arreglar a las personas. Nuestro trabajo es amarlas incluso si están rotas".
3.- Limita temporalmente tus movimientos.
Cuando le dijeron a mi hijo que no podía luchar, jugar a la pelota o mojar el brazo hasta que le quitaran el yeso, pensó que estaba siendo castigado. Le expliqué que no era un castigo, sino una protección.
Cuando estás experimentado un corazón roto, también debes restringir temporalmente sus movimientos y renunciar a algunas libertades para proteger la herida y promover la curación.
Si intentas saltar de nuevo a todas las cosas que hacías antes, nunca sanará correctamente. Elimina todos los elementos no esenciales de tu vida y concéntrate en aquellas actividades y personas que están promoviendo activamente la curación. Todo el mundo y todo lo demás puede esperar.
Gracias a Jesús, todo nuestro dolor es temporal, y toda nuestra alegría es eterna.
4.- Descansar.
No sólo necesitas restringir tus movimientos, también necesitas períodos de descanso completo. No trates de averiguar el futuro. No trates de arreglar todo lo que te ha roto.
No dejes que la preocupación eche raíces en tu corazón. Debes darte permiso para descansar. Avanza un día a la vez.
La sanación no será rápida, pero la desaceleración promoverá la sanación en tu alma, te ayudará a reenfocarte en lo que más importa y te acercará a Dios en el proceso.
No te apresures. Descansa. La sanación no hace en un microondas, se hace en una olla de barro.
No pierdas la esperanza. ¡Sé que conseguirás salir de esto!
Los 12 Frutos del Espíritu Santo
Nos cuesta mucho ejercer las virtudes pero si perseveramos serán entonces inspiradas por el Paráclito y se llaman frutos del Espíritu Santo
Naturaleza de los frutos Espíritu Santo y la santificación
Al principio nos cuesta mucho ejercer las virtudes. Pero si perseveramos dóciles al Espíritu Santo, Su acción en nosotros hará cada vez mas fácil ejercerlas, hasta que se llegan a ejercer con gusto. Las virtudes serán entonces inspiradas por el Espíritu Santo y se llaman frutos del Espíritu Santo.
Cuando el alma, con fervor y dócil a la acción del Espíritu Santo, se ejercita en la práctica de las virtudes, va adquiriendo facilidad en ello. Ya no se sienten las repugnancias que se sentían al principio. Ya no es preciso combatir ni hacerse violencia. Se hace con gusto lo que antes se hacía con sacrificio.
Les sucede a las virtudes lo mismo que a los árboles: los frutos de éstos, cuando están maduros, ya no son agrios, sino dulces y de agradable sabor. Lo mismo los actos de las virtudes, cuando han llegado a su madurez, se hacen con agrado y se les encuentra un gusto delicioso. Entonces estos actos de virtud inspirados por el Espíritu Santo se llaman frutos del Espíritu Santo, y ciertas virtudes los producen con tal perfección y tal suavidad que se los llama bienaventuranzas, porque hacen que Dios posea al alma planamente.
Elenco de los frutos:
De los frutos de caridad, de gozo y de paz
De los frutos de Paciencia y Mansedumbre
De los frutos de bondad y benignidad
Del fruto de longanimidad(perseverancia)
Del fruto de la fe
De los frutos de Modestia, Templanza y Castidad
La Felicidad
Cuanto más se apodera Dios de un alma más la santifica; y cuanto más santa sea, más feliz es.
Seremos mas felices a medida que nuestra naturaleza va siendo curada de su corrupción. Entonces se poseen las virtudes como naturalmente.
Los que buscan la perfección por el camino de prácticas y actos metódicos, sin abandonarse enteramente a la dirección del Espíritu Santo, no alcanzarán nunca esta dulzura. Por eso sienten siempre dificultades y repugnancias: combaten continuamente y a veces son vencidos y cometen faltas. En cambio, los que, orientados por el Espíritu Santo, van por el camino del simple recogimiento, practican el bien con un fervor y una alegría digna del Espíritu Santo, y sin lucha, obtienen gloriosas victorias, o si es necesario luchar, lo hacen con gusto. De lo que se sigue, que las almas tibias tienen doble dificultad en la práctica de la virtud que las fervorosas que se entregan de buena gana y sin reserva. Porque éstas tienen la alegría del Espíritu Santo que todo se lo hace fácil, y aquéllas tienen pasiones que combatir y sienten las debilidades de la naturaleza que impiden las dulzuras de la virtud y hacen los actos difíciles e imperfectos.
La comunión frecuente perfecciona las virtudes y abre el corazón para recibir los frutos del Espíritu Santo porque nuestro Señor, al unir su Cuerpo al nuestro y su Alma a la nuestra, quema y consume en nosotros las semillas de los vicios y nos comunica poco a poco sus divinas perfecciones, según nuestra disposición y como le dejemos obrar. Por ejemplo: encuentra en nosotros el recuerdo de un disgusto, que aunque ya pasó, ha dejado en nuestro espíritu y en nuestro corazón una impresión, que queda como simiente de pesar y cuyos efectos sentimos en muchas ocasiones. ¿Qué hace nuestro Señor? Borra el recuerdo y la imagen de ese descontento, destruye la impresión que se había grabado en nuestras potencias y ahoga completamente esta semilla de pecados, poniendo en su lugar los frutos de caridad, de gozo, de paz y de paciencia. Arranca de la misma manera las raíces de cólera, de intemperancia y de los demás defectos, comunicándonos las virtudes y sus frutos.
1. De los frutos de caridad, de gozo y de paz
Los tres primeros frutos del Espíritu Santo son la caridad, el gozo y la paz, que pertenecen especialmente al Espíritu Santo.
-La caridad, porque es el amor del Padre y del Hijo
-El gozo, porque está presente al Padre y al Hijo y es como el complemento de su bienaventuranza.
-La paz, porque es el lazo que une al Padre y al Hijo.
Estos tres frutos están unidos y se derivan naturalmente uno del otro.
-La caridad o el amor ferviente nos da la posesión de Dios
-El gozo nace de la posesión de Dios, que no es otra cosa que el reposo y el contento que se encuentra en el goce del bien poseído.
-La paz que, según San Agustín; es la tranquilidad en el orden. Mantiene al alma en la posesión de la alegría contra todo lo que es opuesto. Excluye toda clase de turbación y de temor.
La santidad y la caridad valen mas que todo
La caridad es el primero entre los frutos del Espíritu Santo, porque es el que más se parece al Espíritu Santo, que es el amor personal, y por consiguiente el que más nos acerca a la verdadera y eterna felicidad y el que nos da un goce más sólido y una paz más profunda. Dad a un hombre el imperio del universo con la autoridad más absoluta que sea posible; haced que posea todas las riquezas, todos los honores, todos los placeres que se puedan desear; dadle la sabiduría más completa que se pueda imaginar; que sea otro Salomón y más que Salomón, que no ignore nada de toda lo que una inteligencia pueda saber; añadidle el poder de hacer milagros: que detenga al sol, que divida los mares, que resucite los muertos, que participe del poder de Dios en grado tan eminente como queráis, que tenga además el don de profecía, de discernimiento de espíritus y el conocimiento interior de los corazones. El menor grado de santidad que pueda tener este hombre, el menor acto de caridad que haga, valdrá mucho más que todo eso, porque lo acercan al Supremo bien y le dan una personalidad más excelente que todas esas otras ventajas si las tuviera; y esto, por dos razones:
1- Porque participar de la santidad de Dios, es participar de todo lo más importante, por decirlo así, que hay en Él. Los demás atributos de Dios, como la ciencia, el poder, pueden ser comunicados a los hombres de tal manera que les sean naturales. Unicamente la santidad no puede serles nunca natural (sino por gracia).
2- Porque la santidad y la felicidad son como dos hermanas inseparables y porque Dios no se da ni se une más que a las almas santas y no a las que sin poseer la santidad, poseen la ciencia, el poder y todas las demás perfecciones imaginables.
Por lo tanto, el grado más pequeño de santidad o la menor acción que la aumente, es preferible, a los cetros y coronas. De lo que se deduce que perdiendo cada día tantas ocasiones de hacer actos sobrenaturales, perdemos incontables felicidades, casi imposibles de reparar.
No podemos encontrar en las criaturas el gozo y la paz, que son frutos del Espíritu Santo, por dos razones.
1- Porque únicamente la posesión de Dios nos afianza contra las turbaciones y temores, mientras que la posesión de las criaturas causa mil inquietudes y mil preocupaciones. Quien posee a Dios no se inquieta por nada, porque Dios lo es todo para él, y todo lo demás solo vale en relación a El y según El lo disponga.
2- Porque ninguno de los bienes terrenos nos puede satisfacer ni contentar plenamente. Vaciad el mar y a continuación, echad en él una gota de agua: ¿llenaría este vacío inmenso? Todas las criaturas son limitadas y no pueden satisfacer el deseo del alma por Dios. La paz hace que Dios reine en el alma y que solamente Él sea el dueño.
La paz mantiene al alma en la perfecta dependencia de Dios.
Por la gracia santificante, Dios se hace en el alma como una fortaleza donde habita. Por la paz se apodera de todas las facultades, fortificándolas tan poderosamente que las criaturas ya no pueden llegar a turbarlas.
Dios ocupa todo el interior. Por eso los santos están tan unidos a Dios lo mismo en la oración que en la acción y los acontecimientos más desagradables no consiguen turbarlos.
2. De los frutos de Paciencia y Mansedumbre
Paciencia modera la tristeza
Mansedumbre modera la cólera
Los frutos anteriores disponen al alma a la de paciencia, mansedumbre y moderación. Es propio de la virtud de la paciencia moderar los excesos de la tristeza y de la virtud de la mansedumbre moderar los arrebatos de cólera que se levanta impetuosa para rechazar el mal presente. El esfuerzo por ejercer la paciencia y la mansedumbre como virtudes requiere un combate que requiere violentos esfuerzos y grandes sacrificios. Pero cuando la paciencia y la mansedumbre son frutos del Espíritu Santo, apartan a sus enemigos sin combate, o si llegan a combatir, es sin dificultad y con gusto. La paciencia ve con alegría todo aquello que puede causar tristeza. Así los mártires se regocijaban con la noticia de las persecuciones y a la vista de los suplicios. Cuando la paz está bien asentada en el corazón, no le cuesta a la mansedumbre reprimir los movimientos de cólera; el alma sigue en la misma postura, sin perder nunca su tranquilidad. Porque al tomar el Espíritu Santo posesión de todas sus facultades y residir en ellas, aleja la tristeza o no permite que le haga impresión y hasta el mismo demonio teme a esta alma.
3. De los frutos de bondad y benignidad
Estos dos frutos miran al bien del prójimo.
La bondad y la inclinación que lleva a ocuparse de los demás y a que participen de lo que uno tiene.
La Benignidad. No tenemos en nuestro idioma la palabra que exprese propiamente el significado de benígnitas. La palabra benignidad se usa únicamente para significar dulzura y esta clase de dulzura consiste en tratar a los demás con gusto, cordialmente, con alegría, sin sentir la dificultad que sienten los que tienen la benignidad sólo en calidad de virtud y no como fruto del Espíritu Santo.
4. Del fruto de longanimidad (perseverancia)
La longanimidad o perseverancia nos ayudan a mantenernos fieles al Señor a largo plazo. Impide el aburrimiento y la pena que provienen del deseo del bien que se espera, o de la lentitud y duración del bien que se hace, o del mal que se sufre y no de la grandeza de la cosa misma o de las demás circunstancias. La longanimidad hace, por ejemplo, que al final de un año consagrado a la virtud seamos más fervorosos que al principio.
5. Del fruto de la fe
La fe como fruto del Espíritu Santo, es cierta facilidad para aceptar todo lo que hay que creer, firmeza para afianzarnos en ello, seguridad de la verdad que creemos sin sentir repugnancias ni dudas, ni esas oscuridades y terquedades que sentimos naturalmente respecto a las materias de la fe.
Para esto debemos tener en la voluntad un piadoso afecto que incline al entendimiento a creer, sin vacilar, lo que se propone. Por no poseer este piadoso afecto, muchos, aunque convencidos por los milagros de Nuestro Señor, no creyeron en Él, porque tenían el entendimiento oscurecido y cegado por la malicia de su voluntad. Lo que les sucedió a ellos respecto a la esencia de la fe, nos sucede con frecuencia a nosotros en lo tocante a la perfección de la fe, es decir, de las cosas que la pueden perfeccionar y que son la consecuencia de las verdades que nos hace creer.
No es suficiente creer, hace falta meditar en el corazón lo que creemos, sacar conclusiones y responder coherentemente.
Por ejemplo, la fe nos dice que Nuestro Señor es a la vez Dios y Hombre y lo creemos. De aquí sacamos la conclusión de que debemos amarlo sobre todas las cosas, visitarlo a menudo en la Santa Eucaristía, prepararnos para recibirlo y hacer de todo esto el principio de nuestros deberes y el remedio de nuestras necesidades.
Pero cuando nuestro corazón esta dominado por otros intereses y afectos, nuestra voluntad no responde o está en pugna con la creencia del entendimiento. Creemos pero no como una realidad viva a la que debemos responder. Hacemos una dicotomía entre la "vida espiritual" (algo solo mental) y nuestra "vida real" (lo que domina el corazón y la voluntad). Ahogamos con nuestros vicios los afectos piadosos. Si nuestra voluntad estuviese verdaderamente ganada por Dios, tendríamos una fe profunda y perfecta.
6. De los frutos de Modestia, Templanza y Castidad
La modestia regula los movimientos del cuerpo, los gestos y las palabras. Como fruto del Espíritu Santo, todo esto lo hace sin trabajo y como naturalmente, y además dispone todos los movimientos interiores del alma, como en la presencia de Dios. Nuestro espíritu, ligero e inquieto, está siempre revoloteando par todos lados, apegándose a toda clase de objetos y charlando sin cesar. La modestia lo detiene, lo modera y deja al alma en una profunda paz, que la dispone para ser la mansión y el reino de Dios: el don de presencia de Dios.Sigue rápidamente al fruto de modestia, y ésta es, respecto a aquélla, lo que era el rocío respecto al maná. La presencia de Dios es una gran luz que hace al alma verse delante de Dios y darse cuenta de todos sus movimientos interiores y de todo lo que pasa en ella con más claridad que vemos los colores a la luz del mediodía.
La modestia nos es completamente necesaria, porque la inmodestia, que en sí parece poca cosa, no obstante es muy considerable en sus consecuencias y no es pequeña señal en un espíritu poco religioso.
Las virtudes de templanza y castidad atañen a los placeres del cuerpo, reprimiendo los ilícitos y moderando los permitidos.
-La templanza refrena la desordenada afición de comer y de beber, impidiendo los excesos que pudieran cometerse
-La castidad regula o cercena el uso de los placeres de la carne.
Mas los frutos de templanza y castidad desprenden de tal manera al alma del amor a su cuerpo, que ya casi no siente tentaciones y lo mantienen sin trabajo en perfecta sumisión. El Espíritu Santo actúa siempre para un fin: nuestra santificación que es la comunión con Dios y el prójimo por el amor.
Papel de María en nuestra vida espiritual
No olvidemos que desde la crucifixión de su Hijo, ella se transformó en madre nuestra también
El papel de María en nuestra vida espiritual no puede ser diferente al que jugó en la vida de Cristo. No olvidemos que desde la crucifixión de su Hijo, ella se transformó en madre nuestra también.
1.- María, Madre de Jesús y nuestra
Mt 1: 18: “La generación de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba desposada con José, y antes de que conviviesen se encontró con que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo.”
Jn 19: 26: “Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre: -Mujer, aquí tienes a tu hijo.” Y desde entonces María se convirtió también en madre nuestra.
Ella nos cuida y nos ama. Ella hará que Cristo “nazca” en nuestro corazón.
2.- María, Educadora y Maestra de oración
Jesús creció bajo los cuidados de José y María: Lc 2:51: “Bajó con ellos, vino a Nazaret y les estaba sujeto. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón.”
María también cuidó de los discípulos de Jesús: Act 1:14: “Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María, la madre de Jesús, y sus hermanos.”
Ella es una de las mejores maestras de oración que podemos tener. Recordemos el “Magnificat” (Lc 1:46ss) o cómo consigue ayudar a los recién casados en las Bodas de Caná (Jn 2). Ella nos habla de Jesús y nos enseña a hablar con Él.
3.- María, Intercesora y Consejera
Ella, como en Caná, siempre está atenta a nuestras necesidades, al tiempo que nos dice qué es lo que debemos hacer.
Aconseja a su Hijo qué hacer: Jn 2:3: María le dijo a Jesús: “No tienen vino”
Ella es nuestra mejor consejera: Jn 2:4: María dijo: “Haced lo que Él os diga”. Si seguimos estas indicaciones podemos estar seguros de no equivocarnos nunca y de tomar siempre el mejor camino.
4.- María, Modelo de todas las virtudes
Ella ha sido modelo en todas las virtudes para todas las generaciones. Ella ha sido modelo de: virginidad, generosidad, pureza, fe, caridad, esperanza, obediencia, entrega…
María ha sido modelo en todas las virtudes para todas las generaciones.
5.- María, Consuelo de los afligidos
Jn 19:25: “Cerca de la cruz de Jesús estaba su madre”. Ella siempre acompañó a su Hijo. Nunca lo abandonó.
Como madre nuestra que es, también nos acompaña siempre en todos nuestros sufrimientos y penas.
6.- María, Mensajera de Jesús
Otros mensajeros nos anuncian la venida de Jesús a través de María:
Gen 3:15: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza, mientras tú le herirás en el talón.”
Is 7:14: “Mirad, la virgen está encinta y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Enmanuel”.
Mic 5:1: “Pero tú, Belén Efrata, aunque tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me saldrá el que ha de ser dominador en Israel”.
Ella nos trae a Jesús y nos lleva a nosotros a Él. Lc 1:39-45: “María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y cuando oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo: -Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y bienaventurada tú, que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor.”
Como el más fiel mensajero, Ella siempre llevó a Jesús, primero en su vientre, luego en su corazón. Ahora, ella, es quien nos trae a Jesús. Como dice San José María Escrivá de Balaguer: “A Jesús siempre se va y se viene por María” (Camino)
7.- María, Corredentora
Gen 3:15: “Establezco perpetua enemistad entre ti y la Mujer, entre tu linaje y el suyo. Tú le acecharás el calcañar mientras que Ella te aplaste la cabeza”. Así es como se representa la imagen de la Inmaculada Concepción. María aplasta con el pie la cabeza de la serpiente. Ella se transforma en corredentora al vencer al demonio y al traernos a Cristo Redentor.
En Is 7:14 se presenta a María como la madre del Enmanuel (Dios con nosotros)
8.- Otras funciones de María
Causa de nuestra alegría. Estrella de la mañana. Salud de los enfermos. Refugio de los pecadores. Reina de los hogares.
Sólo tenemos que repasar las letanías para que recordemos los muchos otros papeles que María juega en nuestra vida.