Que nuestro obrar no desdiga las plegarias de nuestro corazón

Marcelino y Pedro, Santos

Memoria Litúrgica, 2 de junio

Martirologio Romano: San Marcelino, presbítero, y san Pedro, exorcista, mártires, acerca de los cuales el papa san Dámaso cuenta que, durante la persecución bajo Diocleciano, condenados a muerte y conducidos al lugar del suplicio, fueron obligados a cavar su propia tumba y después degollados y enterrados ocultamente, para que no quedase rastro suyo, pero más tarde, una piadosa mujer llamada Lucila trasladó sus santos restos a Roma, en la vía Labicana, dándoles digna sepultura en el cementerio «ad Duas Lauros» († c. 304).

Breve Semblanza

Muchísimas veces en la historia se ha confirmado el dicho: “El hombre propone y Dios dispone”, es decir, que a menudo Dios “dispone” lo contrario de lo que el hombre se ha “propuesto”. Fue lo que sucedió con los santos Marcelino y Pedro. San Dámaso, casi adivinando su misión de transmitir la memoria de innumerables mártires, como él mismo dice, escribió a un niño la narración del verdugo de los santos Marcelino y Pedro.

El “percussor” refirió que él había dispuesto la decapitación de los dos en un bosque apartado para que no quedara de ellos ni el recuerdo: incluso los dos tuvieron que limpiar el lugar que se iba a manchar con su sangre.

Los últimos tres versos, de los nueve que componen el poema 23 del Papa Dámaso, informan que los “santísimos miembros” de los mártires permanecieron ocultos durante algún tiempo en una “cándida gruta”, hasta cuando la piadosa matrona Lucila llevada por la devoción, les dio digna sepultura. El martirio se había llevado a cabo en donde hay se encuentra Torpignattara, a tres millas de la antigua vía Labicana, la actual Casilina. Constantino edificó ahí una basílica, cerca de donde reposaban los restos de su madre santa Helena, antes de que el emperador los hiciera llevar a Constantinopla. Más tarde fue violada por los Godos, y entonces el Papa Virgilio la hizo restaurar e introdujo los nombres de los santos Marcelino y Pedro en el canon romano de la Misa, garantizando así el recuerdo y la devoción por parte de Los fieles.

En Roma hay una basílica dedicada a los santos Marcelino y Pedro, edificada en 1751 sobre una base que parece se remonta a la mitad del siglo IV y en donde parece que se encontraba la casa de uno de los santos. Una Pasión del siglo VI habla de la vida del presbítero Marcelino y del exorcista Pedro, aunque tiene mucho de leyenda. Dicha Pasión cuenta que Pedro y Marcelino fueron encerrados en una prisión bajo la vigilancia de un tal Artemio, cuya hija Paulina estaba endemoniada. Pedro, exorcista, le aseguró a Artemio que, si él y su esposa Cándida se convertían, Paulina quedaría inmediatamente curada. Después de algunas perplejidades, la familia se convirtió y poco después dio testimonio de su fe con el martirio: Artemio fue decapitado, y Cándida y Paulina fueron ahogadas debajo de un montón de piedras.
 
Triunfa la sabiduría de Dios...

Santo Evangelio según san Marcos 12, 13-17. Martes IX del Tiempo Ordinario

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Espíritu Santo ilumina mis ojos para contemplar el rostro de Cristo; diríge mis pasos para seguir el camino que tu me indicas; dame tu fuerza y sabiduría para glorificar al Padre y llegar al fin de este día habiendo extendido un poco más tu Reino.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Marcos 12, 13-17

En aquel tiempo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos le enviaron a Jesús unos fariseos y unos partidarios de Herodes, para hacerle una pregunta capciosa. Se acercaron, pues, a él y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa lo que diga la gente, porque no tratas de adular a los hombres, sino que enseñas con toda verdad el camino de Dios. ¿Está permitido o no, pagarle el tributo al César? ¿Se lo damos o no se lo damos?”.

Jesús, notando su hipocresía, les dijo: “¿Por qué me ponen una trampa? Tráiganme una moneda para que yo la vea”. Se la trajeron y él les preguntó: “¿De quién es la imagen y el nombre que lleva escrito?”. Le contestaron: “Del César”. Entonces les respondió Jesús: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Y los dejó admirados.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Los fariseos y partidarios de Herodes se presentan ante Jesús tendiéndole una trampa; le plantean una pregunta cuyas dos aparentes respuestas acarrerían consigo enormes consecuencias. Creían poner a Jesús entre la espada y la pared; él tenía que contestar: tomar el partido de su pueblo o el partido los Romanos.

Jesús veía su doble intención: le alababan con palabras que no brotaban del interior, sino que nacían de la hipocresía de su corazón. ¡Se habían puesto de acuerdo para poner a prueba a Dios! Pero él conocía sus corazones, no le eran desconocidas sus intenciones.

Muchas veces somos nosotros los que queremos poner a prueba a Dios, nos falta fe, tememos confiar en un Dios que habla en el silencio y se manifiesta en la cotidianidad; nos cuesta persibir su amor y hacer su Voluntad; queremos el camino fácil, preferimos con facilidad la comodidad y mediocridad al arduo camino de la santidad. Que nuestro obrar no desdiga las plegarias de nuestro corazón, ni contradiga las promesas hechas al Señor.

Deja que Cristo sea el que responda las dudas de tu corazón, “pues la sabiduría de este mundo es necedad a los ojos de Dios”. (1Corintios, 3, 19)

«El cristiano está llamado a comprometerse concretamente con las realidades humanas y sociales sin contraponer "Dios" y "César"; contraponer a Dios y al César sería una actitud fundamentalista. El cristiano está llamado a comprometerse concretamente en las realidades terrenales, pero iluminándolas con la luz que viene de Dios. El confiarse de forma prioritaria a Dios y la esperanza en Él no comportan una huida de la realidad, sino restituir laboriosamente a Dios aquello que le pertenece. Por eso el creyente mira a la realidad futura, la de Dios, para vivir la vida terrenal con plenitud y responder con coraje a sus desafíos».
(Ángelus del Papa Francisco, 22 de octubre de 2017).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

En este día voy a dedicar 10 minutos de oración personal pidiendo al Espíritu Santo que purifique mi alma de toda hipocresía y me convierta así en un dócil instrumento en sus manos.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Eticidad de los Impuestos

Nuestro deber de pagar impuestos al Estado y el derecho consecuente de éste de aplicarlos en la consecución del Bien Común.

Nos disponemos a abordar un tema, cuanto menos polémico, y sobre todo muy cuestionado tanto en el ámbito personal como empresarial. La cuestión tributaria. Nuestro deber de pagar impuestos al Estado y el derecho consecuente de éste de aplicarlos en la consecución del Bien Común.
 
Vamos a ver, no en este artículo sino en una serie de ellos, el planteamiento de la eticidad de los impuestos, su fundamentación en el derecho y qué nos dice la Doctrina Social de la Iglesia al respecto.
 
El tema es interesante de por sí, -polémico como ya anunciaba- y de gran relevancia social por los continuos cuestionamientos que plantea:
 
a) Cuestionamiento descendente: al Gobierno y al Estado, tantas veces incapaz de aplicar una equitativa legislación tributaria (debido a la masificación de la informalidad empresarial y laboral) que lleva a muchos a preguntarse si es justo pagar impuestos y cumplir con una ley tributaria que sobrecarga a los pocos que buscan honradamente cumplir sus compromisos, en compensación de los muchos que evaden su observancia.
 
Cuestionamiento también que se extiende al deber de cumplir con una ley de por sí injusta, desde el momento en que se constata que los beneficios fiscales no redundan propiamente en el Bien Común, que son el fin para el que son imperados.
 
Estamos aquí en la consideración de la Justicia Distributiva.
 
b) Cuestionamiento también ascendente: a los ciudadanos, a las sociedades, corporaciones, pequeñas y medianas empresas, grandes Holdings, etc… que –en un afán egoísta de lucro incondicionado- no se sienten identificados con la llamada justicia legal y conmutativa, faltando así a sus deberes con la sociedad y el Estado, provocando en no pocos casos la quiebra del sistema social y político ante la imposibilidad del gobierno de turno de garantizar los servicios mínimos y potenciar un desarrollo armónico y equilibrado.
 
Como preámbulo necesario tendremos que ver, siquiera someramente, el tema de la Justicia (tanto la justicia distributiva, como la justicia legal y la justicia conmutativa) todas son premisas necesarias para entender bien la cuestión tributaria en su fundamento como derecho humano y virtud cristiana.
 
Buscaremos definir los concepto y determinar sus objetos. Analizar los derechos y deberes de la persona (natural y jurídica) como miembro y parte de la sociedad. Y ver sus exigencias éticas.
 
Finalmente, estaremos en condiciones de tener una visión adecuada y hacer un análisis profundo de la cuestión tributaria que nos lleve a la práctica justa en nuestras empresas. Al tiempo que contaremos con los elementos necesarios para emitir un juicio de valor y una crítica constructiva al Gobierno, al Estado y a la Sociedad.
 
En este sentido, nos ilustrará la misma historia: un repaso de las sociedades antiguas, el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento, las acotaciones de los Evangelios y las Cartas Apostólicas, las enseñanzas de los Santos Padres de la Iglesia, la doctrina de los teólogos, las enseñanzas del Magisterio, … Todo ello nos llevará a entender bien la naturaleza misma de los “tributos”, juzgar su moralidad, y definirlos adecuadamente.
 
Como ven nos adentramos en un tema tan vasto que nos tomará varias semanas, me atrevo a augurar varios meses, para un análisis que espero de su interés. Sé que esta presentación es sólo enunciativa y que más que resolver alguna duda, habrá generado más incertidumbre en algunas conciencias. Sepan que no es mi intención esta última, y que si perseveran hasta el final tendrán respuestas a todo. Les adelanto que las primeras entregas serán un poco más áridas sin dejar de ser interesantes, pero fundamentales para poder emitir ese juicio ético que todos esperamos poder dar.
 
¿Debemos pagar impuestos? ¿En qué medida? ¿Es justo pagar lo que me impone el sistema? ¿podemos o debemos incumplir nuestros pagos? ¿es justa la ley tributaria?... Estas y muchas más preguntas tendrán respuestas seguras como pago a tu paciencia.
 
Sólo a modo de preámbulo de lo que viene, te dejo estas frases que sin duda generarán tu interés por saber más:
 
Jesús afirma: “dar al César lo que es del César…” pero también afirma que sólo deben pagar tributo los “extraños”, no los “hijos”. Jesús lo paga para “no escandalizarlos”. (Mt. 17,24-27).

San Pablo, en su carta a los romanos: “Pagad a todos los que debáis; a quien tributo, tributo; a quien aduana, aduana…” (Rom.13,6-7)
 
La injusticia del sistema tributario, parece deducirse de la mención de Zaqueo… (Lc.19,8-10).
 
Existe, conforme al Magisterio de la Iglesia lo que llamaremos: “objeción fiscal de conciencia”… Juan Pablo II dice: “no sean víctimas de la imposición tributaria…” (Juan Pablo II. Discurso a los participantes en un congreso para la “Confédération Fiscale Européenne”. 7-Noviembre-1980)
 
El mismo Santo Tomás de Aquino enseña en la Summa Teologica: “No es lícito obedecer las leyes humanas… cuando la ley impone un gravamen injusto a los súbditos” (S.Th.,I-II, q.96, a.4 ad 2-3)
 
Eticidad de los impuestos (II)
 
Es necesario después de las premisas y la propuesta hecha los días pasados, empezar por un análisis, que si bien no será exhaustivo, si lo suficientemente profundo, como para tener una visualización precisa y situar como corresponde a nivel ético el tema tributario que nos ocupa: esto es dentro del campo de la Justicia.
 
Pero antes de entrar en una valoración de los distintos tipos de justicia –distributiva, legal y conmutativa– quisiera tener una breve reflexión general sobre el tema de la Justicia y su posicionamiento en el estudio ético contemporáneo.
 
Es obvio que los gobiernos (los gobernantes) tienen hacia los ciudadanos una obligaciones éticas que demandan un régimen jurídico “justo” que garantice los derechos de cada uno de ellos. Algo tan obvio, no obstante, es cuestionado hoy en muchos países que se dicen democráticos y desarrollados, pues la Justicia, que fundamenta sus pilares en la verdad y bien “absolutos”, no es –como debiera ser– el referente constante. Sí, en cambio, intereses parciales, y políticas de consenso que hacen que las leyes determinen lo que deba ser justo y bueno a conveniencia.
 
Por su parte, todo ciudadano debe también atender a las obligaciones morales que derivan de su condición de miembro de la sociedad, tanto en el cumplimiento de las leyes justas, como en la obligación de responder de modo positivo a los intereses de la vida pública.
 
Estas relaciones justas en el ejercicio de la autoridad frente a los ciudadanos (que se define en la justicia distributiva) como de éstos en relación con el bien común de la sociedad (justicia legal), son el objeto ahora de nuestro análisis.
 
La Iglesia, considera el tema de crucial interés y actualidad, y de hecho a través de su Magisterio ha tenido reiteradas llamadas de atención acerca de los comportamientos morales en la vida social. Ya el Concilio afirmaba:
 
“La Iglesia, en el transcurso de los siglos, a la luz del Evangelio, ha concretado los principios de justicia y equidad exigidos por la recta razón tanto en orden a la vida individual y social como en orden a la vida internacional…” (GS,63)
 
Y Juan Pablo II, de feliz memoria, nos recordaba en uno de sus discursos: “…Con este sentido evangélico de la justicia ante los ojos, debemos considerarla al mismo tiempo dimensión fundamental de la vida humana en la tierra: la vida del hombre, de la sociedad, de la humanidad. Esta es la dimensión ética. La justicia es principio fundamental del la existencia y coexistencia de los hombres, como asimismo de las comunidades humanas, de las sociedades y los pueblos.
 
Además, la justicia es principio de la existencial de la Iglesia en cuanto Pueblo de Dios, y principio de coexistencia de la Iglesia y las varias estructuras sociales, en particular el Estado y también las Organizaciones Internacionales. En este terreno extenso y diferenciado, el hombre y la humanidad buscan continuamente justicia; es éste un proceso perenne y una tarea de importancia suma.” (Audiencia General, 8 Noviembre 1978).
 
El tema adquiere especial relevancia hoy día, porque a pesar de los sistemas de gobierno democráticos, los dirigentes politicos invaden cada vez con más frecuencia el ámbito de la vida personal de los ciudadanos, legislando sobre aspectos de “derecho natural”. Y también porque los ciudadanos mismos eluden reiteradamente las exigencias de los deberes sociales, de forma que de continuo se conculcan las leyes que miran al bien común, tales como la contribución fiscal, el cuidado de los bienes de la naturaleza, o las simples normas de tráfico…
 
El tema de la justicia está estrechamente ligado, como veremos al tema de la autoridad, que no al solo ejercicio del poder, que cuando no tiene ese referente a la justicia y al bien común, se convierte en tiranía. Al respecto nos puede ayudar la reflexión del Catecismo de la Iglesia Católica cuando define la autoridad: “Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del país.
 
Se llama “autoridad” la cualidad en virtud de la cual personas o instituciones dan leyes y órdenes a los hombres y esperan la correspondiente obediencia. Toda la comunidad humana necesita una autoridad que la rija… Su mision consiste en asegurar en cuanto sea possible el bien común de la sociedad” (Catecismo Igl. Cat., 1897-1898).
 
Pero, ¿qué es realmente la justicia? Recurro al Compendio de Doctrina social de la Iglesia que creo que recoge una de las definiciones más completas de la misma:
 
“La justicia es un valor que acompaña al ejercicio de la correspondiente virtud moral cardinal. Según su formulación más clásica, «consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido». Desde el punto de vista subjetivo, la justicia se traduce en la actitud determinada por la voluntad de reconocer al otro como persona, mientras que desde el punto de vista objetivo, constituye el criterio determinante de la moralidad en el ámbito intersubjetivo y social.” (Comp. DSI, 201)
 
El tema de la justicia resulta particularmente importante en el contexto actual, en el que –como deciamos antes– el valor de la persona, de su dignidad y de sus derechos, a pesar de las proclamaciones de propósitos, está seriamente amenazado por la difundida tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de la utilidad y del tener. La justicia, desde estos criterios se relativiza, y se convierte en un nuevo constructo social, sometida a la convención humana y determinada por la ley.

Tan sólo una visión plena del hombre, y en consecuencia de la sociedad, nos permitirá superar esta visión contractual de la justicia, reductiva y limitada, y abrirla al horizonte de la solidaridad y del amor.
 
Introducido el tema de fondo de la Justicia, estamos ya en condición de analizar de un modo más conciso, sus distintos tipos, como base para la valoración ética de los tributos.
 
La eticidad de los impuestos (III)
La Justicia Distributiva:
 
Tras la presentación generalizada del tema que hacíamos los dias anteriores, es preciso profundizar ahora y matizar algunos aspectos en relación con este tipo de justicia, la que determina la inferencia de los órganos del Estado con toda la sociedad.
 
La Justicia distributiva demanda el reconocimiento de los derechos que corresponden a cada ciudadano en la convivencia social. Garantizando que sea justo el reparto de cargas y privilegios, de ayudas y obligaciones que a cada miembro de la sociedad le son debidas. Es así que el Estado debe velar por su cumplimiento, y en los estados democráticos, los ciudadanos deben contar con recursos jurídicos para proteger y reclamar estos derechos.
 
Una definición clásica de Justicia distributiva sería: “ordo totius ad partem”, las relaciones del todo social con los individuos. Los gobernantes, que representan a la sociedad, deben ser los administradores que den a los individuos lo que en justicia les es debido, y gestionar el bien común.
 
Un gran riesgo de la justicia distributiva puede llegar a ser la parcialidad de los gobernantes cuando, antes que el bien común y el derecho de todos los súbditos, contemplan y atienden al bien del partido de turno, o priorizan a un sector de ciudadanos que profesan la misma ideología, y ello en detrimento de los demás... por ello será siempre importante que exista un control de la democracia ejercida por los medios de comunicación social, y sobre todo el ejercicio independiente del poder judicial, que sirve de control del ejecutivo y el legislativo.
 
¿Cuáles serían las principales exigencias éticas de la justicia distributiva? Es decir, cuáles serían las cualidades que deben acompañar al gobernante?
 
1.- Competencia: con el fin de que el gobierno sea eficiente y eficaz. Para ello debe rodearse de personas peritas que cubran los distintos ámbitos de competencia.
 
2.- Responsabilidad: por la grave tarea que conlleva el gobierno de un pueblo. Y cabe mencionar aquí, que la falta de responsabilidad suele acompañar al gobernante cuando es elegido más como reclamo de votos que por su honestidad personal.
 
3.- Prudencia: Que es la virtud propia de quien gobierna. La “eficacia” en toda gestión de gobierno no debe confundirse con el “oportunismo” que se instrumentaliza con finalidad electoral para obtener votos y seguir perpetuado en el poder.
 
4.- Desinterés: Quien gobierna debe buscar en todo momento el bien común, nunca intereses personales o de partido. Y es preciso reconocer aquí, que cuando en una nación los partidos políticos juegan un papel excesivo (se “politizan”) es muy difícil estar al margen de la política de partido, lo que va en detrimento de los intereses reales del pueblo.
 
¿Cuáles son los cometidos fundamentales de la función de gobierno? Velar por la tutela de los derechos de los súbditos y exigir el cumplimiento de sus deberes, y en unos campos privilegiados como son:
 
1.- La vida y la familia: Porque la vida es el derecho fundamental de toda persona humana, y la familia como institución es la primera célula de la sociedad. De hecho, como nos recuerda el Concilio (GS, 52. y OA, 18) “De la salud moral de la familia depende en buena medida la ética en la vida social”.
 
2.- La educación: Pues la instrucción debida es el camino seguro para alcanzar la propia perfección tanto del individuo como de la sociedad. (Cfr. GS, 31).
 
3.- La moralidad pública: Necesaria para alcanzar la recta conducta de los ciudadanos. Y por el contrario, la hipoteca de la ética social es siempre un gran obstáculo para la vida moral de los individuos (Cfr. GS, 74)
 
4.- El bienestar económico: que es condición indispensable para la paz social. Y ello demanda que se dé un reparto justo en las rentas que constituyen el patrimonio común de la nación. Lo que en lenguaje económico sería una equitativa participación en el “producto nacional bruto” (Cfr. MM, 54-59; GS, 65)
 
Una tarea fundamental del Gobierno, en el ejercicio de esta justicia distributiva y que tiene especial relevancia por el tema tributario que nos ocupa sería la “justa distribución del bien común”. Es decir, la justa distribución de cargas e impuestos de modo que se corresponda con la situación real económica de cada grupo social y no recaiga de un modo desigual. En ningún caso debe gravar las clases socialmente más necesitadas (Cfr. GS, 26).
 
Y no podemos olvidar, la relevancia de la “promulgación de leyes justas”, pues a esto se podría reducir la misión fundamental del gobernante: legislar con justicia. Y de hecho, la promulgación de leyes injustas, no sólo mermarían la legitimidad de un régimen político, sino que contrarrestarían su potestad invalidando toda su autoridad.
 
Por último, ¿Cuáles serían las principales faltas (nosotros diremos “pecados”) contra la justicia distributiva?
 
1.- La tiranía o cualquier forma de abuso de poder. La inobservancia de las leyes o constituciones democráticas en base a las cuales se les confirió la potestad de gobierno. Es especialmente peligroso cuando los partidos alcanzan mayoría absoluta parlamentaria, pues es fácil eludir a las minorías...
 
2.- El incumplimiento de las promesas electorales. Máxime si hubo engaño y las promesas sólo fueron vanas ofertas electoralistas con el fin de obtener votos.
 
3.- Arbitrariedad en el ejercicio del gobierno. Donde entran sobre todo los partidismos políticos, donde la ideología prima sobre el bien común y los derechos generales. Aquí entraría el tema clásico de la “acepción de personas” o “tráfico de influencias”, en orden a conceder los cargos públicos.
 
4.- En el campo jurídico, la promulgación de leyes, reglamentos, normativas, etc... injutas, o emitidas en favor de intereses privados o personales. Así como también cuando se fomenta el incumplimiento de las normas o leyes vigentes mediante el “soborno”.

Hemos expuesto lo fundamental sobre la justicia distributiva que nos permitirá entrar mejor en el tema de la eticidad tributaria, puesto que nos sirve de base para entender la función del Gobierno, sus obligaciones con los súbditos, para en base a ello juzgar cómo debemos responder a nuestras obligaciones para con el Estado.
 
Salir de nosotros mismos, sin miedo a la misión de Dios

Mensaje del Papa Francisco con motivo de la Jornada Misionera Mundial

El domingo 31 de mayo, solemnidad de Pentecostés, el Papa Francisco publicó un mensaje titulado “Aquí estoy, Señor, mándame” (cf. Is 6,8), con motivo de la XCIV Jornada Misionera Mundial que se celebra el domingo 18 de octubre de 2020, en un contexto social marcado por la pandemia del coronavirus cuyo impacto ha causado un gran sufrimiento global.

En este sentido, el Santo Padre recuerda que este camino misionero de toda la Iglesia "continúa a la luz de la palabra que encontramos en el relato de la vocación del profeta Isaías: «Aquí estoy, mándame» (Is 6,8)".

“Es la respuesta siempre nueva a la pregunta del Señor: «¿A quién enviaré?» (ibíd.). Esta llamada viene del corazón de Dios, de su misericordia que interpela tanto a la Iglesia como a la humanidad en la actual crisis mundial”.

En alusión a las palabras que pronunció el 27 de marzo en la plaza de San Pedro durante la oración a Dios por el fin de la crisis sanitaria, Francisco señala que al igual que a los discípulos del Evangelio, "nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, ya que en esta barca, estamos todos".

El Papa reconoce en su mensaje que estamos realmente asustados, desorientados y atemorizados: "El dolor y la muerte nos hacen experimentar nuestra fragilidad humana; pero al mismo tiempo todos somos conscientes de que compartimos un fuerte deseo de vida y de liberación del mal".

“Y es precisamente en medio de esta situación cuando la llamada a la misión, "la invitación a salir de nosotros mismos por amor a Dios y al prójimo se presenta como una oportunidad para compartir, servir e interceder", ya que "la misión que Dios nos confía a cada uno nos hace pasar del yo temeroso y encerrado al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo"”.

Para orientarnos en este camino misionero, que cada bautizado está llamado a recorrer, el Pontífice señala como testimonio el sacrificio de la cruz, "donde se cumple la misión de Jesús" (cf. Jn 19,28-30)".

“Dios revela que su amor es para todos y cada uno de nosotros (cf. Jn 19,26-27). Y nos pide nuestra disponibilidad personal para ser enviados, porque Él es Amor en un movimiento perenne de misión, siempre saliendo de sí mismo para dar vida. Por amor a los hombres, Dios Padre envió a su Hijo Jesús (cf. Jn 3,16)”.

Por otra parte, el Santo Padre hace hincapié en que Jesús, crucificado y resucitado por nosotros, "nos atrae en su movimiento de amor y nos envía en misión al mundo y a todos los pueblos".

“La misión, la Iglesia en salida no es un programa, una intención que se logra mediante un esfuerzo de voluntad. Es Cristo quien saca a la Iglesia de sí misma. En la misión de anunciar el Evangelio, te mueves porque el Espíritu te empuja y te trae (Sin Él no podemos hacer nada, LEV-San Pablo, 2019, 16-17). Dios siempre nos ama primero y con este amor nos encuentra y nos llama.

Nuestra vocación personal viene del hecho de que somos hijos e hijas de Dios en la Iglesia, su familia, hermanos y hermanas en esa caridad que Jesús nos testimonia”.

En su mensaje, Francisco también señala que el motor que impulsa al cristiano a entrar en la dinámica de la entrega de sí mismo es el hecho de haber recibido gratuitamente la vida, un don de Dios.

“La misión es una respuesta libre y consciente a la llamada de Dios, pero podemos percibirla solo cuando vivimos una relación personal de amor con Jesús vivo en su Iglesia”.

Es por ello que el Santo Padre nos invita a preguntarnos:

“¿Estamos listos para recibir la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, para escuchar la llamada a la misión, tanto en la vía del matrimonio como de la virginidad consagrada o del sacerdocio ordenado, como también en la vida ordinaria de todos los días? ¿Estamos dispuestos a ser enviados a cualquier lugar para dar testimonio de nuestra fe en Dios, Padre misericordioso, para proclamar el Evangelio de salvación de Jesucristo, para compartir la vida divina del Espíritu Santo en la edificación de la Iglesia? ¿Estamos prontos, como María, Madre de Jesús, para ponernos al servicio de la voluntad de Dios sin condiciones (cf. Lc 1,38)?”.

Al respecto, el Papa asegura que esta disponibilidad interior es muy importante para poder responder a Dios: “Aquí estoy, Señor, mándame” (cf. Is 6,8). "Y todo esto no en abstracto, sino en el hoy de la Iglesia y de la historia", añade Francisco asegurando que comprender lo que Dios nos está diciendo en estos tiempos de pandemia "también se convierte en un desafío para la misión de la Iglesia".

“La enfermedad, el sufrimiento, el miedo, el aislamiento nos interpelan. Nos cuestiona la pobreza de los que mueren solos, de los desahuciados, de los que pierden sus empleos y salarios, de los que no tienen hogar ni comida. Ahora, que tenemos la obligación de mantener la distancia física y de permanecer en casa, estamos invitados a redescubrir que necesitamos relaciones sociales, y también la relación comunitaria con Dios”.

Asimismo, el Papa indica que la pregunta que Dios hace: «¿A quién voy a enviar?», se renueva y espera nuestra respuesta generosa y convencida: «¡Aquí estoy, mándame!» (Is 6,8).

"Dios continúa buscando a quién enviar al mundo y a cada pueblo, para testimoniar su amor, su salvación del pecado y la muerte, su liberación del mal (cf. Mt 9,35-38; Lc 10,1-12)", escribe el Pontífice.

"La Jornada Mundial de la Misión también significa reafirmar cómo la oración, la reflexión y la ayuda material de sus ofrendas son oportunidades para participar activamente en la misión de Jesús en su Iglesia", concluye Francisco pidiendo a la "Bienaventurada Virgen María, Estrella de la evangelización y Consuelo de los afligidos, Discípula misionera de su Hijo Jesús, que continúe intercediendo por nosotros y sosteniéndonos".

¿Realmente existe el demonio?

Uno de los mayores triunfos del demonio ha sido hacer creer a muchos hombres que no existe

Parece que hablar del demonio es cosa del pasado. Suena a novela medieval, con brujos, calderos, pócimas y cuevas oscuras. Sin embargo, vemos en el mundo claramente la acción del demonio que se refleja en cosas terriblemente malas, espirituales algunas y muchas otras físicas.

Tal vez uno de los mayores triunfos del demonio ha sido hacer creer a muchos hombres que no existe: de esta manera le dejan el camino libre para su acción al no estar atentos para detenerlo.

El Catecismo de la Iglesia Católica, hablando del pecado original nos recuerda que detrás de la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla la serpiente, una voz seductora, opuesta a Dios que, por envidia, los hace caer en la muerte.

La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven simbolizado en la serpiente a un ángel caído, llamado Satán o diablo. La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios con una naturaleza buena, pero que se hizo malo por la elección libre de rechazar radical e irrevocablemente a Dios y su Reino.

Su pecado no se puede perdonar, ya que al ser un ser espiritual, sus decisiones son irrevocables. "No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte". [San Juan Damasceno]

Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: "Seréis como dioses" (Gn 3,5). El diablo es "pecador desde el principio" (I Jn 3,8), "padre de la mentira". (Jn 8,44)

La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquél a quien Jesús llama "homicida desde el principio" (Jn 8,44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre. "El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo" (1 Jn 3,8). La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios.

El demonio ronda por todo el mundo como un animal herido, tratando de usar todo su poder angelical que recibió de Dios cuando todavía no se había alejado de Él para sembrar la mentira. Es hábil e inteligente, pues conoce bien a los hombres. Sabe atraerles hacia el mal, pues es la única satisfacción que encuentra en la eterna derrota de su lucha contra Dios. Ese es el demonio. Satanás. El padre de la mentira. El tentador.

Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero sólo criatura: puede tentarnos, invitarnos, seducirnos, pero no puede obligarnos a actuar de determinada manera. Su poder no es comparable con el poder infinito de Dios.

El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero "nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman". (Rm 8,28)

Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños –de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física– en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo.

¿Cuál es la doctrina del budismo?

Es una doctrina que se centra en convicciones intelectuales y en una búsqueda de perfección individual

Es una doctrina que se centra en convicciones intelectuales y en una búsqueda de perfección individual; tiende al politeísmo, al ritualismo y al sincretismo

El budismo surgió como una reacción contra la discriminación impuesta por los arios en la India, contra la poco satisfactoria doctrina védica de la reencarnación y contra los rituales complicados; es una doctrina que se centra en convicciones intelectuales y en una búsqueda de perfección individual.

Su carácter no ritual, su poco apego a las tradiciones locales y la tremenda persecusión hindú hicieron que el budismo no se afianzara en la India. Su campo de desarrollo fue China, de donde se extendió al sudeste asiático y a Japón.

Como en todas las religiones, en los grupos populares el budismo tiende al politeísmo, al ritualismo y al sincretismo o mezcla con otras tradiciones locales previas. En todos los tiempos, la carta fuerte del budismo ha sido su élite, hombres admirables por su disciplina, su capacidad intelectual y su ardor misionero.

Mitos y hechos

¿El budismo es una doctrina pacífica; a diferencia de otras religiones, nunca empleó la violencia ?

Falso. El budismo sufrió varias persecusiones injustas y encarnizadas. Sin embargo, los budistas de China impusieron su religión por la fuerza, ejecutando a los sacerdotes taoístas y confucianos, al menos en seis períodos distintos de la historia de esa nación.

Siendo los monjes budistas excelentes funcionarios del Estado, influyeron en los reyes de Birmania, Tailandia y Corea, lo mismo que sobre los capitanes de guerra o shogun japoneses para declarar su religión como la oficial y exterminar a las otras creencias.

Las guerras entre los budistas de Nara y los de Kyoto en el siglo VIII, entre la secta Tendai y la Shingon en el siglo X o entre los Zen y los Nirichen en el siglo XIII fueron más crueles que cualquier otro ciclo de combates en la formación de Japón. En perspectiva histórica, el choque del budismo con otras creencias, o incluso entre dos grupos rivales de la misma religión, no es diferente a ejemplos más conocidos en el judaísmo, el cristianismo o el Islam.

¿En el budismo se adora al dios Buda?

Falso. Las representaciones budistas más conocidas en Occidente retratan a Siddharta Gautama, el príncipe de la India que en siglo V AC dió origen a esta religión. Sin embargo, no se adora en él a un dios, sino se venera a un maestro que explicó cómo funciona la vida humana; el budista no busca amar a Buda, sino convertirse él mismo en un Buddha o iluminado. Hay centenares de miles de budas, y se cree que cualquier hombre puede alcanzar ese estado.

¿El budismo, a diferencia de otras religiones, no busca ganar adeptos?

Falso. Por el contrario, una de las características típicas del budismo es su actividad misionera. Por ejemplo, en el mundo actual, la secta Zen se dedica desde finales de los 50 a conquistar el oeste de EU y Canadá, mientras que los Nirichen, financiados por la empresa trasnacional Mitutoyo, han establecido centros misioneros de amplia difusión en California, Ontario, Hawaii, Neuss (Alemania), Singapur, Sao Paulo y México. El Dalai Lama tiene adeptos difusores entre figuras del espectáculo y la política de EU y Europa, e incluso los tradicionalistas monjes Theravadin de Thailandia viajan a América Latina.

Desarrollo

A) Doctrina

El budismo parte de la conciencia del dolor inherente a la existencia, el dolor de la frágil e insatisfactoria vida presente y también el dolor del ciclo de la reencarnaciones. El universo es un mecanismo de causa y efecto en el que no hay dios que guíe, provea o salve. Lo único que cuenta son los actos, que dejan su marca en los seres y condicionan su desarrollo. Los hombres sufren y hacen sufrir porque tienen ideas inadecuadas de la vida y la realidad. La única vía de salida de esta ignorancia son las “Cuatro nobles verdades”:

1.    La vida está llena de sufrimiento
2.    La causa del sufrimiento es el deseo
3.    Extinguir el deseo hace cesar el sufrimiento
4.    Para extinguir el deseo y su consiguiente sufrimiento, hay que seguir el Óctuple Camino

El Óctuple Camino es:

•    Visión correcta Vida correcta
•    Aspiraciones correctas Esfuerzo correcto
•    Palabras correctas Conciencia correcta
•    Conducta correcta Concentración correcta

Siguiendo el Óctuple Camino, el hombre supera la ilusión y se da cuenta que el mundo está regido por la anitya (= transitoriedad, no permanencia de las cosas), que él mismo es anatman (= sin alma, sin un centro más allá de las acciones y pensamientos) y que todo es sunyata (= sin substancia, vacío). Si las cosas o el hombre fueran en realidad -piensan los budistas- no cambiarían ni estarían sujetos al karma o efecto de las acciones. Atenazados por el deseo, el karma nos atrapa en el ciclo de reencarnaciones o samsara.

El samsara tiene seis tipos posibles de existencia: en el infierno, como espíritu torturado, como animal, como asura o espíritu maligno, como humano o como deva o dios benigno. Ser un dios no mejora realmente la situación, pues se tiene menos limitaciones que como ser humano, pero se puede ser igual o más infeliz debido al deseo.

Cuando un hombre se decide a seguir el Camino, entra a formar parte de la Samgha (= Hermandad) como monje o laico. Ayudado por sus correligionarios y por la compasión de los budas, se esfuerza en el paramita (= llegar a la otra orilla), la disciplina de ofrendas, moralidad y meditación que son el centro de la religión. Finalmente, en alguna de sus vidas -y por supuesto, se intenta que sea en la presente- se alcanza el bodhi o iluminación, la perfecta certeza de las cuatro nobles verdades, de manera que al morir se alcanza el nirvana o extinción, la superación absoluta del deseo, del sufrimiento y de la existencia misma.

B) Buddhas y bodhisattvas

El budismo arranca de la predicación y vida de Siddharta Gautama (558-478 AC). La tradición budista señala que Gautama fue el hijo del rey de Kapila, en las fronteras de la India y Nepal. Una profecía señaló que el recién nacido sería el emperador de todo el universo o bien el maestro que enseñaría la perfecta sabiduría, si es que tenía la oportunidad de conocer el sufrimiento. El rey prefería el primer destino, de manera que rodeó a su hijo de una corte perfectamente lujosa, donde no hubiera espacio para ninguna preocupación o dolor. Siddharta se convirtió en un hábil guerrero y en un cortés príncipe, casado con una mujer bellísima y padre de un hijo. Pero un día quiso conocer el mundo, y ya que no pudo hacerlo desistir, su padre el rey mandó retirar de las calles de la ciudad todo signo de dolor o miseria.

Sin embargo, fue inevitable que Siddharta viera a un hombre anciano, con los achaques de la decrepitud, a un enfermo con graves padecimientos, para finalmente toparse con un cadáver. Pero el encuentro determinante del día fue el que tuvo con un asceta, que mendigaba su comida pero que afirmó tener una vida plena. Siddharta huyó, abandonando su trono y su familia, y se dedicó a la vida ascética. A punto de morir de inanición, comprendió que eso tampoco lo haría feliz. Sakyamuni, como era llamado entonces, hizo un voto: no se levantaría de meditar bajo un árbol de tilo hasta no descubrir la clave de la vida. Así, a los 35 años, alcanzó la iluminación y se convirtió en Buddha. Dedicó el resto de su vida a enseñar las cuatro nobles verdades y a practicar el paramita; en una dulce agonía, rodeado de sus discípulos, entró en el nirvana a los 80 años, en Kusinagara, en el norte de la India.

Para el budista, Sakyamuni es sólo una manifestación histórica de la “budidad”. La existencia misma es ilusión, lo único que hay es el perfecto vacío de Thatagatha, el Bendito, el Buddha eterno. De hecho, Sakyamuni tuvo antes otras seis existencias, y en todas alcanzó la iluminación. Las direcciones de la realidad están presididas por cinco Buddhas: Vairocana en el centro, Ratnasambhava en el sur, Amithaba en el oeste, Amoghasiddhi en el este y Aksobhya en el norte. Además de infinitos Buddhas ya logrados, están los Bodhisattvas, seres de todo tipo que hicieron un voto de no alcanzar ellos mismos el nirvana hasta no ayudar a otros seres a lograrlo; el más importante de todos ellos es Maitreya, que vive en un paraíso fuera de este mundo y que un día vendrá, se vestirá con la túnica de Sakyamuni y completará su obra.

C) Prácticas

La práctica fundamental del budismo es el Camino, que se traduce en una serie de mandamientos, los cuales se derivan concretamente de las exigencias propias del óctuple camino:

•    Visión correcta: creer las cuatro nobles verdades;
•    Aspiraciones correctas: no codiciar, no ser avaro, no tener ira;
•    Palabras correctas: no mentir, no insultar, no hablar en vano;
•    Conducta correcta: no matar, no robar, no adulterar (aquí está la base del ahimsa o no violencia);
•    Vida correcta: no hacer nada vergonzoso;
•    Esfuerzo correcto: dedicarse a los fines adecuados;
•    Conciencia correcta: lograr la tranquilidad;
•    Concentración correcta: alcanzar la sabiduría.

Existen muy pocos rituales comunes a todo el budismo; entre los más importantes están la entrada en la Hermandad, los festejos en conmemoración del nacimiento (8 de abril) y de la iluminación (8 de diciembre) de Sakyamuni, y las dos semanas de Higan (una en primavera y otra en otoño) en la que toda la Hermandad se esfuerza por desarrollar la disciplina.

Al aceptar la existencia de dioses (pero restándoles importancia), el budismo en cada región asimila mitos y ritos anteriores, en los que se introduce pocos cambios para hacerlos compatibles con la doctrina. Así ocurre con las festividades paganas del sudeste asiático, las prácticas adivinatorias del taoísmo chino o el complicadísimo ritual del shintoísmo japonés.

Para conservar los restos de Sakyamuni, se construyeron en la India las estupas, templos circulares originalmente sin ninguna representación humana; andando el tiempo y extendiéndose geográficamente, los templos budistas comenzaron a presentar bajorrelieves (todavía se representaba a Buddha como un árbol de tilo, una llama o una rueda de ocho rayos -el Camino-) y decoraciones con figuras animales y vegetales. Finalmente se representó a Sakyamuni, a los buddhas de las direcciones y a todo tipo de héroes, reyes, maestros y boddhisattvas; muchos templos hoy llegan a tener más de mil ídolos.

Para la oración y meditación diarias se recurre a cantos y mantras, a la quema de incienso y veneración de imágenes. Los monjes de las distintas observancias desarrollaron o adaptaron prácticas de meditación e integración psicofísica: yoga, mandalas, artes marciales, meditación con sonidos, jardinería, pintura, escritura, estudio, aislamiento, celibato.

D) Desarrollo del budismo

A la muerte de Sakyamuni, la Hermandad era un pequeño grupo de unas cuatro mil personas. Asoka, el más grande rey de la dinastía Maurya, en el siglo II AC, se convirtió al budismo y difundió su doctrina en todo el reino. Pocos años después de su muerte, el budismo fue perseguido y los monjes se refugiaron en Nepal, para después extenderse por Bactriana, Indochina, Indonesia y China, a donde llegaron alrededor del 150 DC.

Por esas épocas se dió la gran división del budismo: un grupo conservador, en el que el acento está en la perfección personal, con los laicos sosteniendo materialmente y venerando a los monjes y monjas, llamado Theravada (= abogados de los mayores) y un grupo progresista, con el acento en la armonía con el universo, más igualitario, llamado Mahayana (= gran vehículo, con “lugar para todos”).

El budismo Theravada es típico de Nepal, Birmania, Camboya y Thailandia; el budismo Mahayana es predominante en China, Mongolia, Corea y Japón. El budismo chino se caracterizó por la influencia de los monjes en el gobierno y su gran contribución a la organización, la legislación, la medicina y la educación. En Japón, el budismo captó a la élite intelectual; sus especulaciones metafísicas, sus técnicas de éxtasis y su contribución al arte son muy influyentes aún hoy. Hasta la llegada del cristianismo y el Islam, el budismo fue la única religión sin ningún tipo de restricción en cuanto a raza, cultura, extracción social, edad o sexo para pertenecer plenamente a la comunidad.

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