La ley perfecta, la de la libertad
- 15 Junio 2020
- 15 Junio 2020
- 15 Junio 2020
Amós, Santo
Profeta del A.T., 15 de Junio
Martirologio Romano: Conmemoración de san Amós, profeta, que siendo pastor de Tecoa y cuidador de sicómoros, fue enviado por Dios a los hijos de Israel para defender su justicia y santidad contra sus prevaricaciones (s. X a.C.).
Etimológicamente: Amós = Aquel que es fuerte, es de origen hebreo.
Breve Biografía
Amós es el primer profeta escritor y sus vaticinios, que constituyen para nosotros el primer documento del profetismo, son también una preciosa fuente de noticias sobre su vida y sobre las costumbres de su pueblo, siete siglos y medio antes de Cristo. Predicó entre el 762 y el 750 a.C., después de una precisa vocación divina que lo sacó de su pueblo, Téqoa, cerca de Belén, y de su oficio de criador de rebaños y cortador de sicómoros.
Jeroboam II, aprovechando el desinterés de Egipto y de Asia, había ampliado los límites de Israel; pero las fáciles victorias habían suscitado una situación social desordenada: había pocos ricos, ávidos de riqueza, y muchos pobres, marginados y explotados inhumanamente por los comerciantes, magistrados y funcionarios deshonestos; además, el ocio, la pereza y el deseo de placeres habían frenado el antiguo impulso religioso del pueblo de Dios. El sentimiento religioso de la antigua Alianza había sido reemplazado por la exaltación presuntuosa del hombre y por su poder.
Contra esta mentalidad laica y el cumplimiento puramente formal de la Ley, Amós levanta su voz para anunciar el inminente castigo de Dios, que destruirá a Israel, castigará a los ricos y hará desaparecer ese vacío culto idólatra de la riqueza: “Porque oprimís al pobre y le imponéis tributo del grano; casas de piedras labradas habéis construido, pero no las habitaréis; habéis plantado viñas deliciosas, pero no beberéis su vino.
Porque sé que son numerosos vuestros crímenes y que son grandes vuestros pecados... Buscad el bien y no el mal, a fin de que viváis y así el Señor Dios estará con vosotros como decís... Odiad el mal y amad el bien, restableced el juicio en la puerta, y quizá Yahvé se apiade del resto de Jesé”.
El peor mal está en la presunción de haber cumplido los propios deberes religiosos con el ofrecimiento de sacrificios pingües y generosos, es decir, con un culto exterior que oculta una vida desordenada moral y socialmente. La justicia divina lanza por boca del profeta el último llamamiento antes del desastre.
Amós propone elegir entre una vida con Dios y una vida sin Dios. Pero esta prueba extrema será también un llamamiento providencial a vivir la alianza hecha con su pueblo, “elegido entre todas las familias de la tierra”, esa alianza que llegará a su perfección en el eterno reino del Mesías. Terminada su misión profética, Amós regresó a su pueblo, en donde, según una tradición que cuenta Epifanio y que se encuentra en el Martirologio Romano fue muerto con un golpe en la cabeza por el hijo del sacerdote Amasías, para hacer callar esa voz incómoda, particularmente severa contra la hipocresía de los sacerdotes.
Santo Evangelio según san Mateo 5, 38-42. Lunes XI del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, ayúdame a confiar en ti sin límites.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 5, 38-42
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente; pero yo les digo que no hagan resistencia al hombre malo. Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda; al que te quiera demandar en juicio para quitarte la túnica, cédele también el manto. Si alguno te obliga a caminar mil pasos en su servicio, camina con él dos mil. Al que te pide, dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En nuestra vida existen circunstancias de las cuales no podemos tener el control, sin embargo sí contamos con la libertad interior de responder a estas con amor. Hacernos vulnerables es uno de los riesgos que hemos de tomar para poder amar. La Iglesia está construida por personas que han sido capaces de donarse a sí mismas, sacrificando sus planes y haciéndose vulnerables. Pensemos por ejemplo en María quien supo renunciar a sus planes para cumplir la voluntad de Dios, en los apóstoles que dejaron todo para seguir a Jesús y en tantos otros mártires y santos que han sabido responder con amor a tantas adversidades que han encontrado en este mundo. Responder de esta forma es posible no por nuestras propias fuerzas, sino por la ayuda de Dios, en donde encontramos el amor más sincero, auténtico, gratuito, paciente e incondicional, dispuesto a dar la vida por nosotros a pesar de recibir todo maltrato y desprecio.
Sin personas generosas y disponibles a amar como Jesús, la Iglesia no estaría de pie. Hoy el espíritu continua inspirando nuestras almas el anhelo profundo de poder ser testigo de su amor y a responder no con los criterios de este mundo sino con los criterios del corazón de Jesús. Pidamos a Jesús que nos ayude a formar corazón como el suyo. Sagrado Corazón de Jesús, ¡haz mi corazón semejante al tuyo!
«Jesús invita a amar y a hacer el bien; que es mucho más que ignorar al que nos hizo daño o hacer el esfuerzo para que no se crucen nuestras vidas: es un mandato a una benevolencia activa, desinteresada y extraordinaria con respecto a quienes nos hirieron. Pero no se queda allí, también nos pide que los bendigamos y oremos por ellos; es decir, que nuestro decir sobre ellos sea un bien-decir, generador de vida y no de muerte, que pronunciemos sus nombres no para el insulto o la venganza sino para inaugurar un nuevo vínculo para la paz. La vara que el Maestro nos propone es alta. Con esta invitación, Jesús quiere clausurar para siempre la práctica tan corriente —de ayer y de hoy— de ser cristianos y vivir bajo la ley del talión. No se puede pensar el futuro, construir una nación, una sociedad sustentada en la “equidad” de la violencia. No puedo seguir a Jesús si el orden que promuevo y vivo es el “ojo por ojo, diente por diente”».
(Homilía de S.S. Francisco, 6 de septiembre de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hacer una jaculatoria al Sagrado Corazón de Jesús para unirme a su corazón durante un momento del día.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Cuándo superaremos el «ojo por ojo y diente por diente»?
La venganza anidada en el corazón del hombre, cuando no se le pone límite, es capaz de acabar con los individuos en conflicto e incluso con naciones enteras, provocando guerras, hambre, sangre inocente derramada y enemistades que pueden durar siglos enteros. Por eso, aunque nos parezca una ley de gente bárbara, en uno de los códigos más antiguos, grabado en piedra, en el Código de Hammurabi, se intenta legislar para que los hombres no tengan que pagar más allá de sus propias faltas y nunca de una manera desproporcionada.
Aunque tiene sus diferencias, con ese códice, el Antiguo Testamento habla ya de la ley del Talión, que se expresa de esta manera: “Cada quién pagara vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe” (Ex 21, 23-25) y que venía ya a ser una norma moral, un avance en la convivencia no ciertamente fácil entre los hombres, intimando a dejar los deseos de venganza desmedida, para contentarse con un daño proporcionado al daño recibido.
Cristo conoció esta ley, reconociendo su legitimidad y su efectividad para su tiempo, pero entre aquellas frases que nos ha dejado: “han oído que se dijo… pero yo os digo”, hoy después de habernos hablado de sus bienaventuranzas, luego de que nos ha pedido convertirnos en sal y en luz para las gentes que nos rodean, y después de habernos indicado que él no venía a abolir los dichos de sus antiguos sino que venía a darles plenitud, hasta hacernos llegar hasta las grandes alturas de la santidad y del heroísmo, Cristo deja caer sobre nuestros ánimos algo que si no lo vemos como un consejo de abuelita, tendría que cambiar radicalmente nuestras vidas:
Cristo fue muy preciso y muy claro y muy tajante sobre lo que él quiere de los que se han convertido en sus seguidores: "Han oído que se dijo: ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los manos y manda su lluvia sobre los justos y los injustos".
¡Menudo lío en el que nos mete Jesús! Si no tuviéramos fe, ¿cómo podríamos amar al que te ha dejado sin casa y sin familia porque su voracidad ha sido grande y sin medida? Quién que no tenga fe ¿podría siquiera pensar en hacer el bien a los que saben que te odian, que te ven como objeto inservible, para quienes sólo eres útil mientras pueden servirse de ti, pero al que han tirado cuando ya te han sacado todo el jugo? Y ¿Quién se atrevería a rogar por los que te persiguen y te ha calumniado hasta dejarte en la lona?
Sin embargo, no nos movamos a engaño. El hecho de Cristo te pida que dejes de usar la violencia, la venganza y el odio como el móvil de tu vida, eso no quiere decir que debamos de quedarnos callados y con los brazos cruzados ante la injusticia y la maldad. Cristo mismo no procedió así. Él nunca se doblegó ante la injusticia del Imperio romano; a Herodes lo llamó “don nadie”, zorro; a los ricos a les señaló su gran dificultad para llegar al Reino de los cielos; a los fariseos los denunció por manipular las conciencias de los pobres y a los sumos sacerdotes por haber convertido las cosas de Dios en un negocio.
Y si no nos acabamos de reponer de la sorpresa que nos han causado las palabras de Cristo, todavía podemos sorprendernos un poco más, cuando el profeta Isaías nos llama a la santidad, porque nos hemos acercado Dios que es tres veces santo, y todavía más, el mismo Cristo, en el colmo del heroísmo y la santidad, nos pide escuetamente: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto”. Ya tenemos trabajo para rato, ¿Tú ya comenzaste?
Que Jesús Eucaristía haga de nosotros unidad
Ángelus del Papa, 14 de junio de 2020
“La unión con Cristo y la comunión entre los que se alimentan de Él, genera y renueva continuamente la comunidad cristiana”. Tras celebrar la Santa Misa en la Basílica Vaticana en la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Papa Francisco se asomó desde la ventana del Palacio Apostólico para rezar la oración mariana del Ángelus. Antes de la oración, reflexionó sobre esta Solemnidad a partir de la segunda lectura de la liturgia del día, con la que San Pablo describe la celebración eucarística, quien “hace énfasis en dos efectos del cáliz compartido y el pan partido", a saber, "el efecto místico y el efecto comunitario”.
El efecto místico, dejarnos transformar
«¿La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?» (v. 16). Estas palabras – dijo el Papa - expresan el efecto místico o espiritual de la Eucaristía: se trata de la unión con Cristo, que se ofrece a sí mismo en el pan y el vino para la salvación de todos. Jesús está presente en el sacramento de la Eucaristía para ser nuestro alimento, para ser asimilado y convertirse en nosotros en esa fuerza renovadora que nos devuelve la energía y el deseo de retomar el camino después de cada pausa o caída. Pero esto requiere nuestro asentimiento, nuestra voluntad de dejarnos transformar, nuestra forma de pensar y actuar; de lo contrario las celebraciones eucarísticas en las que participamos se reducen a ritos vacíos y formales.
“Muchas veces alguno va a misa, pero porque hay que ir "como acto social", respetuoso, pero social. Pero el misterio es otra cosa: es Jesús presente que viene a alimentarnos”.
El efecto comunitario, un signo efectivo de unidad
«Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos» (v. 17): el efecto comunitario de la Eucaristía es expresado con estas las palabras. Francisco explicó que se trata de la comunión mutua de los que participan en la Eucaristía, hasta el punto de convertirse en un solo cuerpo, como lo es el pan que se parte y se distribuye.
“Somos comunidad, alimentada por el cuerpo y la sangre de Cristo”.
La comunión con el cuerpo de Cristo – continuó – es un signo efectivo de unidad, de comunión, de compartir. No se puede participar en la Eucaristía sin comprometerse a una fraternidad mutua, que sea sincera. Pero el Señor sabe bien que nuestra fuerza humana por sí sola no es suficiente para esto. Sabe, por otro lado, que entre sus discípulos siempre existirá la tentación de la rivalidad, la envidia, los prejuicios, la división... Por eso también nos ha dejado el Sacramento de su presencia real, concreta y permanente, para que, permaneciendo unidos a Él, podamos recibir siempre el don del amor fraterno. «Permaneced en mi amor» (Juan 15, 9), decía a sus amigos; y esto es posible gracias a la Eucaristía.
Que la Eucaristía haga a la Iglesia
La unión con Cristo y la comunión entre los que se alimentan de Él, es el “doble fruto de la Eucaristía”, concluyó el Santo Padre, puesto que “genera y renueva continuamente la comunidad cristiana”. Es la Iglesia la que hace la Eucaristía, pero es más fundamental que la Eucaristía haga a la Iglesia, y le permita ser su misión, incluso antes de cumplirla.
“Este es el misterio de la comunión, de la Eucaristía: recibir a Jesús para que nos transforme desde dentro y recibir a Jesús para que haga de nosotros unidad y no división”.
“Que la Santa Virgen - finalizó - nos ayude a acoger siempre con asombro y gratitud el gran regalo que nos ha hecho Jesús al dejarnos el Sacramento de su Cuerpo y su Sangre.
¿Es lícito callar ante el aborto?
Es nuestro deber recordar las grandes verdades sobre este tema, es nuestro deber no callar.
Pregunta:
En mi país hay una campaña muy fuerte a favor del aborto; varias veces me he preguntado cuándo callar ante una campaña así puede ser pecado. ¿Puede usted orientarme?
Respuesta:
Estimado:
Le respondo con el sermón que prediqué en la Parroquia Nuestra Señora de los Dolores, de san Rafael, Argentina, el 6 de marzo de 2005 con ocasión de la campaña que la prensa argentina y parte del gobierno nacional ha llevado adelante contra Mons. Baseotto a raíz de su carta al Ministro de Salud Ginés González; creo que responde precisamente a lo que usted pregunta.
NO CALLAR EL CRIMEN DEL ABORTO
El 16 de marzo de 1998, la Santa Sede publicó un documento llamado “Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah”, dedicado a la terrible tragedia desatada durante la Segunda Guerra Mundial y la persecución del nazismo contra los judíos (que no fue sólo contra los judíos sino contra muchos más como los gitanos y contra muchos católicos y cristianos en general). En ella se leen estas palabras:
“En los territorios donde el nazismo practicó la deportación de masas, la brutalidad que acompañó esos movimientos forzados de gente inerme debería haber llevado a sospechar lo peor. ¿Ofrecieron los cristianos toda asistencia posible a los perseguidos, y en particular a los judíos?
Muchos lo hicieron, pero otros no. No se debe olvidar a los que ayudaron a salvar al mayor número de judíos que les fue posible, hasta el punto de poner en peligro su vida. Durante la guerra, y también después, comunidades y personalidades judías expresaron su gratitud por lo que habían hecho en favor de ellos, incluso por lo que había hecho el Papa Pío XII, personalmente o a través de sus representantes, para salvar la vida a cientos de miles de judíos. Por esa razón, muchos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos fueron condecorados por el Estado de Israel.
A pesar de ello, como ha reconocido el Papa Juan Pablo II, al lado de esos valerosos hombres y mujeres, la resistencia espiritual y la acción concreta de otros cristianos no fueron las que se podía esperar de unos discípulos de Cristo. No podemos saber cuántos cristianos en países ocupados o gobernados por potencias nazis o por sus aliados constataron con horror la desaparición de sus vecinos judíos, pero no tuvieron la fuerza suficiente para elevar su voz de protesta. Para los cristianos este grave peso de conciencia de sus hermanos y hermanas durante la segunda guerra mundial debe ser una llamada al arrepentimiento. Deploramos profundamente los errores y las culpas de esos hijos e hijas de la Iglesia”.
Estas palabras escritas medio siglo después de aquellos acontecimientos nos recuerdan la mala actitud de muchos cristianos que “no tuvieron fuerza suficiente para elevar su voz de protesta”. Y el documento habla de “grave peso de conciencia” y de la necesidad del arrepentimiento.
¿Cuál es el pecado cometido por estos cristianos? El no elevar la voz de protesta frente a un crimen sólo puede ser pecado cuando hay obligación de protestar y de no callar. Y acusar a un cristiano por “no haber tenido fuerza suficiente” sólo es posible si no existe en verdad tal falta de fuerza, es decir, si en el fondo la razón no es otra que la tibieza, la desidia, la cobardía, el miedo o el desinterés por la vida ajena en peligro.
Hubo muchos cristianos, pastores, sacerdotes y obispos, que dieron la cara y arriesgaron la vida. El Papa ha declarado las virtudes heroicas de Mons. Clemens August von Galen, llamado el León de Münster, quien no tuvo reparo en predicar con valentía contra Hitler y su exterminio de discapacitados en las mismas narices del Führer. Hitler no lo tocó en aquel momento porque decidió asesinarlo cuando hubiera alcanzado la victoria definitiva.
En su primera carta pastoral diocesana de la Pascua de 1934, von Galen condena sin reservas la cosmovisión neopagana del nazismo poniendo claramente en evidencia el carácter religioso de esta ideología: «Una nueva y nefasta doctrina totalitaria que coloca a la raza por encima de la moralidad, coloca a la sangre por encima de la ley […] repudia la revelación, pretende destruir los fundamentos del cristianismo […]. Es un engaño religioso. A veces ocurre que este nuevo paganismo se esconde incluso bajo nombres cristianos […]. Este ataque anticristiano que estamos viviendo en nuestros días supera, en violencia destructiva, a todos los demás de los que tenemos conocimiento desde los tiempos más lejanos». La carta termina con una admonición a los fieles a no dejarse seducir por tal «veneno de las conciencias» e invita a los padres cristianos a vigilar a sus hijos. El mensaje pascual cayó como una bomba y tuvo un efecto liberador en el clero y en el pueblo, teniendo eco no sólo en Alemania, sino también en el extranjero.
El sábado 12 de julio de 1941 el obispo recibe la comunicación de que han sido ocupadas las casas de los jesuitas de la Königstrasse y de Haus Sentmaring. Con el avance de la guerra los jefes supremos del partido intensificaron el secuestro de bienes de las confesiones cristianas, y precisamente en los días en que Münster sufría graves daños por los bombardeos, la Gestapo comenzó sistemáticamente a deportar a religiosos y a ocupar y confiscar los conventos. También fueron secuestrados los conventos de las monjas de clausura. Los religiosos y religiosas fueron insultados y expulsados. El obispo se puso en movimiento inmediatamente. Afrontó personalmente a los hombres de la Gestapo, diciéndoles que estaban realizando «un acto infame y vergonzoso», y los llamó con mucha claridad y franqueza «ladrones y bandoleros». Consideró que había llegado el momento de intervenir públicamente. Estaba listo para cargar con todo por Dios y por la Iglesia, aunque esto pudiera costarle la vida. El día siguiente, tras prepararse bien el sermón, subió al púlpito decidido a llamar a las cosas por su nombre. «Ninguno de nosotros está al seguro, ni siquiera el que en conciencia se considera el ciudadano más honesto, el que está seguro de que nunca llegará el día en que vengan a arrestarle a su propia casa, le quiten la libertad, le encierren en los campos de concentración de la policía secreta de Estado. Soy consciente de que esto puede sucederme hoy también a mí…» Y no duda en desenmascarar frente a todos las viles intenciones de la Gestapo, considerándola responsable de todas las violaciones de la más elemental justicia social: «El comportamiento de la Gestapo daña gravemente a amplísimos estratos de la población alemana… En nombre del pueblo germánico honesto, en nombre de la majestad de la justicia, en el interés de la paz… yo levanto mi voz como hombre alemán, como ciudadano honrado, como ministro de la religión católica, como obispo católico, yo grito: ¡exijamos justicia!».
Este es sólo un ejemplo, tal vez de los más hermosos que nos legó la historia. Junto al suyo, muchos otros cristianos se callaron la boca. Tuvieron miedo. O simplemente pensaron que no era problema de ellos; era una pelea que no les incumbía. ¿Es eso pecado? Sí, es uno de los dos pecados que cometió Caín. El primero fue el fratricidio. El segundo fue sostener una mentira gigantesca que destruye la base de toda sociedad: decir que no somos responsables ni guardianes de la sangre de nuestros hermanos. Este segundo pecado es el que cometen los que se callan cuando hay que hablar para salvar al inocente. Aunque no podamos salvarlo, aunque sólo podamos patalear para que no lo asesinen contando con nuestra mudez.
Queridos hermanos, el silencio, la pereza, la desidia o el miedo de estos cristianos dio por resultado la muerte de de menos diez millones de inocentes (judíos la mayoría, pero también un innumerable número de gitanos, discapacitados, sacerdotes, religiosas y religiosos, católicos, etc.). Esto pasó hace 50 años.
Dentro de 50 años o mucho menos tal vez también seamos juzgados nosotros por nuestra actitud ante el más grande genocidio que ha conocido la historia de la humanidad: el del aborto y la eutanasia que revive en nuestro tiempo la misma mentalidad pagana del nazismo y de los campos de exterminio comunistas. Cada año este crimen deja 60 millones de muertos (teniendo en cuenta sólo los abortos quirúrgicos que pueden llegar a cerca de 500 millones con los abortos provocados por píldoras abortivas y otros dispositivos); víctimas que tienen como característica el ser niños, inocentes, no haber cometido mal alguno, no tener capacidad de defenderse y ser el futuro de nuestro mundo. A esto se suma el creciente fenómeno del homicidio/suicidio llamado eutanasia.
Hay dos series de pecados que se pueden cometer relacionados con este crimen:
(1) Ante todo, todos los pecados que se relacionan directamente con este homicidio cualificado: el practicar un aborto, el ayudar a realizarlo, el pedirlo, el aconsejarlo, el votarlo o hacer campañas a favor del mismo, el presionar para que alguien lo realice. Muchos de estos casos incluso conllevan cuando se reúnen ciertas condiciones la pena de excomunión automática, además de encuadrarse como pecado gravísimo. Más grave que todos estos es el reclamar o simplemente postular que el aborto “es un derecho” de la mujer . En seguida diré algo más al respecto.
(2) El otro pecado es callarse ante este mal; no hacer nada para intentar detenerlo; pensar que no nos toca o que no es asunto nuestro; no apoyar a quienes dan la cara para frenar esta tragedia colectiva, o peor todavía considerar que quienes luchan contra el aborto y ponen la cara son imprudentes o fanáticos, o hacernos eco de la prensa que los despedaza, por estar ella involucrada con los que manejan las campañas abortistas. Ejemplo notable tenemos en la valiente carta de Mons. Baseotto contra el aborto dirigida al Ministro de Salud Gines González y todas las criticas que ha desatado por parte del Gobierno incluso pidiendo su destitución a la Santa Sede, incluso haciéndole decir cosas que no ha dicho y cambiándole el verdadero sentido a sus palabras. En un caso como este, guardar silencio puede ser pecado. No olvidemos que el pedido de perdón de la Iglesia por la mala actitud de algunos católicos ante la persecución nazista se debió a que se quedaron callados; ellos no asesinaron a nadie ni entregaron a nadie al perseguidor; simplemente miraron el espectáculo como si no fuese problema de ellos. A los que hablaron (como mons. von Galen) los persiguieron y algunos terminaron en la cárcel, como suele ocurrir en los tiempos difíciles.
Por tanto, es nuestro deber recordar las grandes verdades sobre este tema que podemos resumir en los siguientes puntos:
1º Matar al inocente es un pecado abominable.
2º Asesinar al inocente indefenso, siendo niño, enfermo, anciano o discapacitado es un pecado más abominable aún.
3º Cuando los que lo asesinan o piden su muerte son sus padres, sus hijos, sus parientes, éste se convierte en un pecado que no tiene nombre.
4º Cuando los que lo practican son los que se han comprometido a defender la vida, a curar, a aliviar el dolor, como son los médicos y enfermeros, conlleva además la traición de sus juramentos y horroriza al cielo.
5º Cuando los que trabajan por imponer una pena de muerte al inocente, como es este caso pues se condena a muerte por venir al mundo, por ser enfermo, por estar postrado o por ser deficiente, cuando los que hacen esto son los Gobernantes, entonces es probable que Dios entregue a esa Nación a su propia destrucción.
6º Y finalmente, cuando se defiende no sólo el aborto sino la existencia de un “derecho a abortar” o un “derecho a que se practique la eutanasia” se comete no sólo un pecado contra la vida y el quinto mandamiento de la ley divina, sino que además se incurre en una herejía porque está revelado como consta en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia que no existe derecho a matar al inocente. Y en esto entramos en otro terreno, pues el que comete pecado de herejía destruye la fe en su alma, aunque por fuera se siga llamando católico. Observemos que no estoy hablando aquí del que hace o pide un aborto sabiendo que hace algo abominable ante Dios, sino del que defiende “la existencia de un derecho” a hacer el mal del aborto o de la eutanasia. Eso ya afecta a la fe.
Queridos hermanos, no todos tenemos las mismas posibilidades de decir estas cosas, pero ha llegado el momento en que debemos buscar el modo de que nuestras convicciones no queden guardadas en nuestro corazón. El que pueda proclamarlo desde el púlpito o desde la cátedra debe hacerlo; el comerciante que pueda decirlo o hacerlo leer a sus clientes debe hacerlo, aunque no sepa encontrar otro modo que empapelar las paredes y vidrieras de su negocio con estas verdades; la ama de casa que no tenga otro medio, al menos puede decirlo a sus vecinas y defender el más sagrado de los dones naturales que Dios nos ha dado. Cada uno verá el modo. Lo que no se puede es callar.
¿Son los niños de 13 años maduros para utilizar solos las redes sociales?
Catherine L'Ecuyer denuncia que se rebaje la edad que permite a los menores registrarse
NdE de Catholic.net: Aunque el artículo hace referencia a una reforma a leyes españolas, consideramos que el análisis es aplicable a los jóvenes de cualquier nacionalidad y que los padres de familia deben estar preparados ante propuestas similares en otros países.
Catherine L´Ecuyer es una de las grandes expertas mundiales en la divulgación de temas de educación. Autora de Educar en el Asombro y Educar en la Realidad se han convertido en fenómenos editoriales, en los que aboga por la defensa de los niños, criticando que se les quiera convertir en adultos antes de tiempo.
Por ello, es muy crítica con la utilización de pantallas, tanto móviles como tabletas, por parte de niños y adolescentes, alertando de las consecuencias del abuso que se produce en su consumo y también en su utilización en la educación. “Necesitan menos pantallas y más realidad”, afirma siempre.
Esta madre de 4 hijos alerta nuevamente sobre estas nuevas tecnologías y sobre el nuevo proyecto ley que rebaja la edad hasta los 13 años para poder registrarse en las redes sociales. Este es el análisis que realiza en El País:
Niños con 13 años, ¿maduros para usar solos las redes sociales?
Francia acaba de anunciar que cumplirá con su promesa electoral de prohibir el móvil en las escuelas. Resulta curioso que una promesa así pueda llevar a un político al poder en los tiempos que corren. Spain is different, desde luego. Aquí, acaba de proponerse un proyecto de ley que baja de 14 a 13 años la edad para consentir al tratamiento de los datos —y por lo tanto para darse de alta a una red social—, a pesar de que el marco legislativo europeo recomendaba 16 años a sus Estados miembros. Unos hablan de “una generación pérdida”, mientras que otros aseguran que “la tecnología es neutra y que el impacto dependerá del uso que se haga de ella”.
¿Es neutra la tecnología? Veamos el caso de una tecnología “neutra”: una nevera. Supongamos que cada vez que abrimos la nevera, se enciende la luz. ¿Volveríamos a abrirla varias veces para ver si se ilumina? No hacemos eso, porque nos resulta previsible que ocurra -mientras la bombilla no se funda-. La luz no provoca fascinación, ni adicción, porque no hay descarga de dopamina en el cerebro cuando abrimos neveras. Ahora bien, imaginémonos que cada vez que abrimos una nevera “inteligente”, nos da noticias en directo de la erupción de un volcán en una ciudad cercana, estadísticas de las personas que han pensado en nosotros en tiempo real, nos dice si esos pensamientos fueron positivos o no, y además nos enseña comidas distintas de las que podemos escoger para comérnoslas inmediatamente con una presentación impecable. ¿Cuántas veces abriríamos la nevera cada día?
En las redes se entrega a uno mismo
¿Creemos que el uso de esa nevera no impactaría en nuestros hábitos alimenticios? ¿En nuestro peso? ¿En la cantidad de tiempo que pasamos en la cocina? ¿En el tiempo que dejamos de dedicar a otras actividades?
Decía Marshall McLuhan que “la postura según la cual la tecnología es neutra es la del adormecido idiota tecnológico”. Frase dura, pero de una curiosa vigencia, después de que Mark Zuckerberg haya confesado en uno de los eventos más destacados de su interminable gira del perdón, su comparecencia ante los representantes del Congreso de los Estados Unidos: “hemos creado una herramienta neutra, pero no hemos pensado en como podía ser usada para hacer el mal”. ¿Solución? La contratación de 20.000 personas que revisarán nuestros muros al peine fino y eliminarán los contenidos considerados “no seguros para la comunidad”. Y muy recientemente, Facebook sorprendió una vez más con el anuncio de la contratación de “especialistas en credibilidad de las noticias”, eufemismo divertido por “editor de noticias de medios de comunicación”. Un duro golpe para un medio que siempre se posicionó como “neutro”. ¿Cómo se decide si un contenido es seguro, o no? ¿Cuál es el criterio? El de la neutralidad. La neutralidad todo poderosa de una empresa que se atribuyó a sí misma la infalibilidad para emitir el sello del nihil obstat sobre el contenido emitido y consumido por sus 2.200 millones de usuarios, nada menos que una tercera parte de la población mundial. Ninguna religión, ninguna organización en el mundo tiene actualmente tantos adeptos susceptibles de ser influidos por el incuestionable dogma de la “neutralidad”. Un dogma con tantas fisuras, que se está empezando a convertir en una pesadilla recurrente para Zuckerberg.
Si pensábamos que el impacto que tiene la tecnología depende del uso que se hace de ella, es que nos olvidamos de que, en la vida, no hay nada gratuito. Cuando usamos una herramienta, tenemos que pagar un precio por ella. Otra cosa es que no seamos conscientes de ello, por mucho consentimiento y acuerdo de uso con letra pequeña que hayamos firmado con el dedo.
En el caso de las redes, lo que entregas, no es dinero, eres tú mismo. No solo por las horas y por la preciada atención que le dedicas. Va mucho más allá de eso. Las plataformas que ofrecen contenidos en las redes, o que permiten a los usuarios compartirlos, no están en el negocio de entregar contenidos a cambio de nada. Están en el negocio de entregar usuarios a los que patrocinan sus plataformas y esos contenidos, o incluso a terceros. Por lo tanto, la moneda de cambio por el uso de las redes, es el usuario. Eres tú, o es tu hija o tu hijo. Y pronto podrá hacerlo sin tu consentimiento con tan solo 13 años.
"No podemos dejar que sean esclavos de su tiempo"
Y si pensamos que el impacto no se aprecia, recordemos que 30 segundos de una publicidad en la Super Bowl valen más de dos millones de dólares. Las empresas no gastarían ese dinero si ello no tuviera un impacto directo e inmediato en el consumo o la apreciación de sus productos o de sus marcas. La atención del usuario y su información privada es un bien preciado que nunca había sido objeto de tanto poder económico y político. Tanto es así, que sabemos que una empresa de consultoría política —Cambridge Analytica—, se hizo indebidamente con la información de más de 50 millones de usuarios de Facebook, consiguió influir en el resultado de las elecciones americanas y cambiar el curso de la historia de la democracia.
Hace unos días, Facebook confesó el intercambio de datos de usuarios con al menos 60 empresas, entre ellas Apple, Amazon, Samsung y Microsoft. ¿Quizás sea esa la explicación por la que el joven fundador de Facebook tiene las entradas del audio y de la cámara de su dispositivo tapadas con un celo oscuro? ¿Podemos, entonces, razonablemente asumir que un menor de 13 años tiene la madurez suficiente para dar su consentimiento a una actividad que tiene tantas implicaciones?
Algunos dicen que, si les quitamos el Internet a los jóvenes, es como si les quitáramos la sangre. ¿Es posible defender la neutralidad de una tecnología de la que hablamos en esos términos? La tecnología en una mente no preparada para usarla, difícilmente será neutra. Y menos si está diseñada para la adicción. Nuestros hijos son hijos de su tiempo, y es cierto que su tiempo no es el nuestro. Pero si deseamos lo mejor para ellos, no podemos dejar que sean esclavos de su tiempo; para ello, necesitamos leyes que no dejen a los padres fuera de juego.
10 cosas que te agradecerá tu confesor
Consejos de un sacerdote
Sabemos la importancia del sacramento de la confesión, para reconciliarnos con Dios, con los demás y nosotros mismos, pero muchas veces quizás no lo hemos hecho de la mejor manera, o hemos descuidado algunos detalles, hoy te comparto 10 consejos que te agradecerá tu confesor.
1. Acércate con confianza, es Dios mismo el que te estará escuchando.
2. Que hayas hecho tu examen de conciencia, es decir que no llegues al confesionario, a ver qué sale o ver de qué me acuerdo, sino que con amor reflexiones con humildad en qué le has fallado a Dios, a ti y a los demás.
3. Que digas TUS pecados, es decir concentrarte en ti, no en los demás. Son tus pecados los que en este momento interesan. Sin pecados, no hay sacramento.
4. Que seas sincero, no intentes esconderte ni justificar tus pecados. Sólo el que anda en la verdad puede recibir la misericordia de Dios.
5. Que lo comprendas cuando está cansado, que nunca olvides que es un ser humano. Quizás tu confesión es la confesión numero 78 de ese día, solo por poner un número.
6. Que te tomes tiempo para una dirección espiritual, es decir, si necesitas extenderte más en los detalles o situaciones que traes, pídele amablemente que te reciba en otro momento, con más tiempo.
7. Ser concreto, evitar contar demasiadas historias que, si bien son importantes, no son necesarias para el sacramento de la Reconciliación. Di tus pecados evitando dar muchas vueltas.
8. Que evites prejuicios, por ejemplo qué va a pensar de mí, o ya no me tratará igual. Él escucha tu confesión y te absuelve tus pecados en nombre de Dios, y fin de la historia, no se pondrá a repasar tus pecados.
9. Ponerle nombres a los pecados, es decir, llamar a las cosas por su nombre: “mentí, caí en la fornicación, robé, fui chismoso”, etc.
10. Que pidas por él para que el Espíritu Santo lo ilumine, pedir por él antes, para que el Señor lo guíe y lo sostenga en este importante ministerio, que le dé paciencia y sabiduría, pedir por él después en gratitud al ejercicio de su ministerio, para que Dios lo haga feliz en santidad.
Acerquémonos confiadamente a este trono de gracia donde podemos alcanzar misericordia (Hebreos 4,16).